Travesti-dos (Yaoi-Gay)

By sacchy

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Gracias a la linda familia en la que se encuentran, Sullivan y Gwen apenas conocen el significado de la palab... More

ADVERTENCIAS
NOTA DE AUTOR
Prólogo: Te extrañamos.
1#: Normales
2#: Mi sangre
3#: Escenas
4#: Amigos
5#: Mentiras
6#: Gritar (1/2)
6#: Gritar (2/2)
#7: Preguntas (1/2)
7#: Preguntas (2/2)
9#: Paralelismo

8#: Urinae

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By sacchy

SULLIVAN

El que Gwendolyne no dejara de temblar en todo el camino me ponía nerviosa. Ni siquiera cuando le había dado mi mano para que la sostuviera —petición de él, por supuesto— había dejado de llorar. Tenía pequeños sollozos con hipo cada dos o tres segundos, sosteniendo mi mano con fuerza mientras caminábamos.

—Entonces, trabajas para el abuelo —susurró.

—Algo así.

—¿Por qué?

Sentía que volvíamos a años anteriores, cuando debía darle la mano para acompañarle en la escuela y no se perdiera. Era increíble el cómo no había cambiado ningún gramo. Seguía siendo el pequeño sensible que necesitaba de contacto ajeno para sentirse a salvo. Y era por eso mismo que no quería involucrarlo en aquel tema.

¿Cómo podía explicarle eso?

—Negocio... familiar —mentí—. Estoy casi segura que él tiene información sobre dónde está Benjamín.

Me sentía culpable, sí. De sobra. Gracias a no haber imaginado o pensado el que Gwen me estaba siguiendo, aquel se había traumatizado de por vida.

Mi hermano era el típico que rogaba por una vida normal. Ahora sabía que era imposible tenerla, ya que era nuestra maldición.

Quizás ya no debía ser la única que llevara ese peso.

Su sollozo ahogado me respondió de sobra.

—Gwen, ¿por qué me seguiste? —pregunté luego de un rato, estando cerca de casa—. No eres de hacer ese tipo de cosas.

Se tardó un poco en responderme. Su respiración no se había calmado.

—Foto... fotografía.

No entendí a qué se refería.

—¿Fotografía?

—Yo..., no...

Quería insistirle, pero sabía que sería en vano. Gwendolyne había tenido casi un ataque de pánico. Debía ser cuidadosa si no quería que Jules se percatara de todo.

Cuando llegamos a casa, respiré casi aliviada. Le solté la mano a Gwen, solo para que el idiota entrara. Sin embargo, se me quedó observando por unos segundos. Tenía los ojos algo hinchados por llorar y la camiseta llena de mocos. Su cara estaba roja.

Me abstuve de poner una cara de asco.

—¿No vas a entrar a la casa, Sully? —preguntó, rogándome con la mirada.

Sentí una pequeña presión en el pecho. Recordé las palabras de Ethan, diciendo que tenía razón para estar celosa de Gwen.

Ahora no había nada para eso mismo. Al contrario, me daba pena. Podía recordar el cómo había discutido con Aiden y conmigo.

"No eres débil, solo eres nuestro salvavidas", quise decirle. No pude.

—Debo... arreglar unas cosas —expliqué, sosteniéndole la mirada—. Ve a ducharte, Gwen.

Él pareció entender. Asintió, algo triste, relamiéndose los labios. Pensé que ya por fin iba a entrar sin discutir, pero luego negó con la cabeza.

Volvió a tomarme de la mano, para luego tirar de aquella hacia la casa. Sentía que era un niño pequeño queriendo mostrarle algo a un mayor.

¿La realidad? Él medía más de uno ochenta y yo apenas llegaba al uno setenta.

—No. Ven. Quiero mostrarte la fotografía —insistió.

"Fotografía", pensé. ¿Una que según le hizo seguirme? Debía ser algo grave si lo pensaba. Más si Gwen prefería mostrarme aquella antes que descansar.

No recordaba que alguien apuntara una cámara de fotos hacia mí. Estaba segura. De lo contrario, la habría destruido sin pensarlo dos veces. ¿Por qué Gwen mencionaba algo sobre eso?

Le seguí, asintiendo ante su propuesta. Entramos a la casa y él me guió hasta su habitación. Me soltó al entrar en aquella, solo para comenzar a rebuscar entre su mochila.

Observé con detalle el ambiente. Su habitación siempre había sido algo desordenada, pero esta vez se notaba el porqué del desorden. Sobre su cama se hallaba casi todas las tabletas y las laptops. En todas se veían las grabaciones de la casa e información sobre la familia, hospitales de la zona y cosas que ni siquiera podía entender.

Ah, diablos. Sí la había cagado. ¿Cómo no me había dado cuenta antes de todo eso?

Gwen ya no era un niño. Podía investigar y hacer cosas por su cuenta. Reunir información, aunque sea mínima. Era obvio que ninguno de nosotros podría ocultar todo de aquel si era uno de los involucrados.

No supe qué decir cuando me extendió una fotografía polaroid. Estaba algo arrugada, como si hubiera sido apretujada.

Apreté la mandíbula al verla.

¿Quién... carajos sacó eso?

—¿De dónde la sacaste? —pregunté, enojada. Miré a Gwen—. Respóndeme.

Gwen se sentó en su cama, a un lado de las cosas. Había dejado de llorar, pero tenía rastros de los sollozos aún. Incluso su labio inferior aún temblaba un poco.

—Casillero. Me lo dejaron en el casillero de la escuela —explicó—. Yo... me había rendido, ¿entiendes? Dije "voy a vivir la vida normal que quería", pero luego...

Me mordí el interior de la mejilla, intentando ver algo que pudiera darme una pista de quién había sacado la foto. Mi arma estaba en aquel lugar aún cuando Benjamín la había tomado. Sin embargo, él estaba en coma en la fotografía, como cuando la familia de Gastón me llevó.

Si tenía que definir en una palabra lo que estaba sintiendo en ese momento era: estrés.

Alguien estaba moviendo hilos para que toda la familia se movilizara y no de una buena forma. George llamándome de la nada para que quemara un edificio entero de uno de los grupos de la mafia no era coincidencia. Mucho menos cuando lo había traicionado.

¿Y Jules llamando a Sebastian luego de la explosión? Él sabía algo, también.

O se lo habían dicho, como a Gwendolyne.

Quise preguntarle algo más a mi hermano, pero algo empujando mi pierna me hizo reaccionar. Uri, a la cual había dejado en el patio trasero, había entrado en la habitación. Estaba rascando una de mis piernas, para luego sentarse y quedándose viéndome.

—¿Qué quieres? —demandé, mirándola—. Estoy ocupada.

Gwen se mantuvo en silencio. La miraba asombrado, con una sonrisa de oreja a oreja. ¿Acaso no la había visto? ¿Cuánto tiempo estuvo encerrado en la habitación...?

—¿Tienes una perrita?

—Uri. Se llama Uri —expliqué, respirando hondo. Traté de acomodar los temas en mi cabeza—. Gwen, necesito que me digas lo que sabes.

Como si una parte maldita me siguiera a todas partes, la pequeña cachorra comenzó a llorar.

—Quiere que la levantes —explicó Gwen—. Seguro te extrañó.

Conté hasta tres, mentalmente. Era por esa razón que no quería hacerme cargo de un animal que necesitaba de atención constante. Aunque amara los perros, sabía que no podía cuidarlo en esos momentos. El estrés era bastante ya.

Terminé por levantarla con una de mis manos, apoyándola contra mi pecho para acariciarla por unos segundos. Noté cómo movió la cola, mientras intentaba lamerme la cara. La volví a bajar ante eso. No quería ensuciarme.

—Ven, Uri —la llamó Gwen, antes de que volviera a llorar. Ella le hizo caso y Gwen la cargó. Él la acarició como si de un bebé tratara—. Te tocó una madre bastante seca, ¿eh?

—Gwen —le volví a llamar.

—No sé nada en realidad. Es por eso que te seguí —comenzó, aún acariciando a Uri, la cual parecía ayudar a calmarlo—. Aunque primero seguí a Jules. No me gustó lo que vi.

—¿Qué viste?

Sus ojos parecieron entristecer de nuevo. La culpa que me estaba carcomiendo por todo lo que Gwen había tenido que pasar desde pequeño, volvió. En otro tipo de forma, por supuesto. 

Pensaba que Gwen iba a quebrarse nuevamente cuando me volvió a hablar. Sin embargo, me equivoqué. Su voz solo sonaba un poco ronca.

—Jules... mató a dos personas. Y a una le quitó los ojos —explicó—. No me vio. Salí corriendo. Luego, el... hombre con el que trabajas me dijo que iba a ser mi guardián. Pasaron días y encontré la fotografía en mi casillero ayer. Eso es todo.

Pensé un poco, tratando de procesar lo que estaba diciendo. Jules matando personas. Eso había tenido que ser feo de ver. Nuestro padre nos había criado para defendernos, pero no porque iba a venir personas al azar a atacarnos, sino porque sabía en lo que nos estaba metiendo. Por eso mismo había llamado a guardaespaldas.

¿Lo que... ocurrió en el hospital fue gracias a él?

¿Y si Jules sabía que Benjamín estaba en el hospital?

¿Acaso... él nos ocultó esa información? ¿Por qué? Tal vez para protegernos, ¿pero de qué? George tenía los mismos enemigos que él y hasta parecía ayudarle. No me habría hecho quemar un edificio entero de enemigos de Jules si estuviera en contra.

¿A qué nos estábamos enfrentando realmente?

—¿Sully? —me llamó Gwen—. ¿Qué piensas?

—Creo que... deberías dormir —respondí finalmente.

—Espera. ¿No vas a contarme más cosas?

Le miré, esperando que la pregunta fuera una broma. No lo era.

¿Él... quería ingresar a ese mundo en serio? Bueno, prácticamente ya lo estaba, pero no ser ignorante de este era otra cosa. Una mucho más seria. No podría salir.

No iba a mentir, igual. Necesitaba refuerzos si George resultaba hacer alguna jugada. Por algo había asesinado a la familia de Gastón, ¿no?

Sabía que Aiden podía estar de mi lado. Y ahora Gwen...

Qué patético. Esto era la vida real. ¿Qué podían hacer tres adolescentes?

—Mañana —contesté—. Hoy deberías ducharte y dormir.

Gwen asintió.

—¿Puedo quedarme con Uri solo por hoy? —preguntó.

Sentí algo de miedo en su voz. Lo peor de todo esto, era que no iba a poder llamar a nuestra psicóloga para que hablaran o Jules sospecharía. Gwen tendría que soportarlo solo, aunque fuera demasiado.

Debía ser duro para él. El saber... que toda su familia era asesina, sí debe cambiarle las cosas. Más alguien sobreprotegido como él.

—Sí —respondí.

Me marché de la habitación, para ir hacia la mía. Me bañé, para luego acostarme. Matthew se encargaría de lo demás, así que no debía preocuparme. Al menos no por ese día.

Me dormí como cualquier día. No iba a decir que fue el mejor sueño de siempre, pero algo era algo. El sonido de mi celular, sonando como si no hubiera mañana, me hizo levantarme de la cama con los ojos entrecerrados.

Pensaba que se trataba de la alarma, hasta que leí un nombre algo desconocido en mi pantalla.

Corté, de mala gana, esperando que solo fuera una equivocación. ¿Esa chica no conocía límites?

Tenía otros asuntos que atender de mañana. No tenía tiempo para lidiar con una buscapleitos amante de los animales. Aunque habláramos por chat, prefería mantener distancias. Aparte, ¿quién llamaba sin avisar? ¿Un mensaje, mínimo?

Abrí mi móvil, esperando ver algún mensaje de un número desconocido.

Suspiré aliviada al ver la notificación.

"Buen trabajo anoche".

Significaba que George había aceptado mi perdón al traicionarlo. O, simplemente, ni siquiera sabía respecto a eso. Después de todo, los testigos estaban muertos o... en coma.

¿Debería visitar a Gastón otra vez?

No, el hablar con Gwen y vigilar a Jules era más importante ahora.

Mi móvil volvió a sonar. Intenté volver a cortar, hasta que vi la notificación nueva.

"Estoy en la puerta de tu casa. Abre que llueve:(".

Me levanté de la cama de golpe, parpadeando varias veces para ver si leía bien. Atendí de inmediato, con miedo de que fuera algo en serio. Incluso salí de mi habitación, yendo hacia la puerta.

—¡Buenos días, bella durmiente! Ya son como las doce. ¿No tienes escuela hoy? —La voz de Helena resonó. Podía escucharse la lluvia—. ¿Te olvidas qué quedamos en hacer?

Cerré los ojos, tratando de pensar. ¿Hacer hoy...?

—Me quedé dormida —respondí—. No. Nunca dije de hacer nada. ¿De qué hablas?

Miré por la ventana de la entrada de la casa. No había nadie. Solo se veía la lluvia caer sobre la acera. La calle estaba vacía. 

¿Me había mentido? ¿En serio?

—No habrás ido a ver la entrada, ¿cierto? —preguntó Helena, riéndose—. Era broma. Ni siquiera sé tu dirección. Sería raro eso, ¿no crees?

"Ya eres rara", quise decirle. Me contuve. Preferí mantenerme en silencio, pensando qué hacer. Helena no había mentido del todo. Sí eran las doce y no había ido a la escuela. Ni Gwendolyne ni Jules se encontraban en la casa. Solo Uri, que corrió ladrando hacia mí al verme.

Me senté unos momentos a un lado de la ventana, mirando un rato cómo la lluvia caía. ¿Aún estaba soñando...?

—¿Esa es Uri? —preguntó Helena—. Por si no recordabas, quedamos de vernos al menos dos veces por semana para ayudarte con ella. Dijiste que no sabías cuidarla, así que...

—Las consultas las haría por chat —me quejé. Fui hacia la cocina, solo para darle algo de alimento a Uri—. No entiendo qué más habría que hacer.

—Quedamos con Ethan en ayudarte a comprar algunas cosas.

Miré la casa, hacia la sala de estar. Era la típica de rico idiota que le gustaba desperdiciar dinero. Gustos de Jules, obviamente. Pisos blancos, techo elevado y bastante iluminación.

—¿Ayudarme en qué sentido?

—Con dinero y consejos, duh. Estoy yendo a la tienda de mascotas ahora. ¿Prefieres que nos encontremos en algún lugar para entregarte las cosas? —preguntó.

Traté de no reírme.

—¿Ethan no te dijo de mi situación económica?

Ella hizo un pequeño silencio. Quizás estaba tratando de unir los cabos.

—No... —confesó—. ¿Qué tiene eso?

Respiré hondo. Definitivamente una cachorra blanca y aquella chica eran factores que no había esperado para nada en mi vida.

Tenía planeado hablar con Gwendolyne e investigar más sobre Jules, pero si no estaban ninguno de los dos... Podía hacerme un pequeño tiempo para mí, ¿no? Para no morir de estrés, mínimo.

—¿En dónde estás? —pregunté. Volví a mi habitación, para cambiarme—. ¿Estás con Ethan?

Escuché cómo hablaba con alguien, seguramente de la tienda de animales. Esa chica me parecía demasiado amable, tanto que parecía algo lenta para otras cosas. ¿O determinada? Aún recordaba la mirada sin miedo hacia el señor al que le quitó a Uri, pese a que me dejó un hematoma en la muñeca por protegerla.

—No. Ethan no puede venir, está estudiando para un examen final —contestó—. Estoy en una tienda del centro. Te mandaré ubicación. ¿Vas a venir?

—Sí. Iré a llevarte el dinero —expliqué—. No gastes nada más, por favor.

Corté, antes de que dijera algo más.

No me llevó mucho tiempo llegar a donde ella estaba. Había llevado mi paraguas y mi ropa común, teniendo la idea de buscar las cosas, pagarle y volver a la casa para hacer otras cosas. Ya las clases, a este punto, apenas me importaban con lo que se estaba volviendo mi vida.

Pude visualizar a Helena justo frente a la tienda que me mencionó, con una bolsa en mano y un paraguas. Llevaba una falda larga y recta, junto con una remera metida en aquella. Tenía pequeñas botas y un abrigo largo y elegante color beige. Me parecía asombroso que una chica se vistiera tan bien solo para ir de compras.

Apenas me vio, me saludó alegre con la mano, sin dejar de sonreírme.

—¡Buenos días! —exclamó, con un tono feliz—. Sully, ¿ni siquiera te has lavado la cara?

Apreté los labios, llevando mi mano libre hacia mis ojos. ¿Aún tenía lagañas?

—Ah, perdón. Vine apurada —expliqué. Saqué el dinero de mi bolsillo, para dárselo—. Toma. No necesitas comprarle nada a Uri. Mi familia y yo tenemos suficiente como para una manada.

Helena se quedó viendo los billetes, parpadeando varias veces ante eso. Extendió la mano y, pensaba que era para tomarlos, pero solo empujó mi mano hacia atrás mientras negaba con la cabeza.

Estaba muy dormida como para pensar en lo que planeaba, así que no tenía idea alguna.

—Guárdalo para luego. Haz de cuenta que es mi regalo para Uri —explicó.

—Uri no necesita regalos —me quejé—. Es un perro.

Helena frunció el ceño. Me miró mal por unos segundos y, por fin, creí que iba a desistir. Como siempre cuando era ella al respecto, me equivoqué. Me golpeó en el brazo tan de repente que ni siquiera pude esquivarlo.

No me había dolido.

Solo me quedé mirándola sorprendida, sin entender cómo alguien podía tener la suficiente confianza como para golpear a otra persona de la nada.

—¡Uri es una perrita preciosa! Y necesita mucha atención y cariño. Si no podías darle eso, ¿por qué aceptaste su cuidado? —preguntó.

"Ustedes me obligaron", pensé. Sin embargo, aquella sentencia no era tan cierta.

Urinae había hecho algo que yo no sabía hacer. Ayudó a Gwen a calmarse, para así poder yo sacarle algo de información. Era patético cómo una mascota podía tener más empatía emocionalmente. Hacíamos buen equipo. Creo.

—Ayer... mi hermano tuvo un ataque de pánico —conté, posicionándome a su lado—. Uri le ayudó un poco a calmarse, ¿sabes? A dejar de temblar, mínimo.

Helena hizo un pequeño silencio. Mientras, me concentré en mirar frente nuestro. La calle estaba comenzando a llenarse de autos mientras caía una llovizna ligera. Era una imagen deprimente dependiendo de los ojos espectadores.

—Wow. Eso es fuerte —comentó ella—. ¿Y tú estás bien?

La miré extrañada, sin entender. Acababa de contarle que mi gran y famoso hermano, el Stawson popular, había tenido un ataque de pánico. ¿Y solo preguntaba por mí?

Ah, quizás era por mi aspecto, ¿no?

—Sí. Si te refieres a cómo estoy vestida o peinada, siempre me veo así —expliqué.

—No, no es eso. Te ves... cansada. Mucho más que un universitario en época de exámenes. Y eso es bastante. Entiendo que tu hermano tuvo un ataque de pánico. Eso te estresó, ¿cierto? Por eso pregunto: ¿estás bien?

Me quedé mirando la acera, que se estaba inundando de a poco.

—¿Vienes de la universidad? —pregunté—. Me habías contado por chat que estudiabas periodismo e historia del arte, ¿cierto?

—¿Cambiar el tema es algún tipo de autodefensa tuya? —cuestionó, riendo—. Sí. Mi universidad queda cerca de la de Ethan. No me hablo mucho con él considerando que la que tiene a Uri eres tú, así que...

Volví a verla, sin expresión alguna. Solo extendí la mano, esperando que me diera la bolsa para Uri que tanto insistía.

—No tengo el porqué contarle mis temas a una persona que apenas conozco —expliqué—. Debo irme a casa. ¿Prefieres quedarte aquí bajo la lluvia y dejar lo de Uri por fin o ya me puedo ir?

—¿Siempre eres así de arrogante? —se quejó.

—¿Siempre eres así de insoportable? —bromeé.

Volvió a mirarme mal. Se notaba de sobra que no era de tener paciencia suficiente.

Aunque, debía de admitirlo. Admiraba cómo me observaba. Era una chica más pequeña en todo sentido que yo. Menos en la edad, por supuesto. Y, sin embargo, parecía darle igual. Me miraba como si supiera de sobra que no la estaba respetando y que no tenía buena imagen de ella. Hasta me daban ganas de sonreír solo por eso mismo.

Extendió su mano hacia la mía, pero, en vez de darme la bolsa misma, tomó mi mano con fuerza y se giró con brusquedad hacia su lado. Comenzó a caminar a pasos apresurados, vociferando en voz baja algunos insultos que no lograba comprender.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté, algo agitada. Intenté que me soltara, teniendo solo más presión de su parte—. Oye, Helena. Helena.

No me contestó. Siguió caminando por varios minutos, en silencio. Tuve la floja idea de soltarme con fuerza, hasta que pude ver a mi alrededor.

Como estábamos en una avenida, había varias personas juntas, charlando y riéndose como si nada. Llevaban paraguas y, pese a que la lluvia se había intensificado un poco, no les importaba. Llevaban una vida común y corriente, donde su única preocupación seguro era el pago de servicios.

Yo... quería tener eso.

Si no me soltaba de Helena, ¿podría tenerlo? Ella era una chica normal, que se vestía bonito. Una chica audaz que podía discutirle a señores ebrios cuarentones por un cachorro. Una que no le importaba haberme visto noquear a alguien del doble de nuestro tamaño. Me había golpeado como si le diera igual que se lo devolviera.

La había investigado.

Tenía pocas amigas, algunas de la infancia. Sus padres eran de clase media y uno de ellos tenía estudios universitarios. No tenía hermanos y vivía sola en un departamento proporcionado por su universidad, ganado por una beca.

Participaba de marchas y movimientos de derechos humanos y animales. Le gustaba el ramen y la ropa clara, vintage.

Sus manos eran suaves y delicadas.

—Dos entradas, por favor. —La escuché decir. Después de un largo recorrido, por fin me había soltado.

Había estado tan ensimismada que ni siquiera me había percatado hasta dónde habíamos ido. Era el museo de historia del arte, el cual apenas recordaba haber visitado con Benjamín cuando éramos pequeños.

—¿Y? Paga, ya que tanto dinero tienes —se quejó Helena, tirando de mi brazo hacia la boletería.

Me sentí algo avergonzada al ver la cara de la pobre chica que nos atendía, mirándonos con sorpresa y una sonrisa fingida. Seguro le había visto la cara molesta a Helena. Hasta a mí me estaba asustando. ¿Venía a torturar gente aquí?

Esperen, ¿por qué habría de asustarme? ¿Justo yo? ¿En serio?

Pagué y tomé las entradas, para luego mirar a Helena sin entender lo que estaba pasando por su cabeza. Cerré mi paraguas y ella el suyo, para luego ambas adentrarnos a aquel edificio gigante que, pese a pasar miles de veces por fuera, no había entrado más que una vez.

Creía que por fin luego de tanta incomodidad Helena me dejaría irme. Después de todo, pagar una entrada era más que suficiente, ¿no?

Por quién sabe cuánta vez en el día, volví a equivocarme.

Tomó mi mano nuevamente, llevándome por el museo. No recordaba tanto, así que preferí seguirla a regañadientes luego de largar un suspiro tedioso.

No entendía a las chicas, pese a ser una.

—Dime lo que ves en esta pintura —me pidió.

Me contuve de hacer una mueca de disgusto. Sonaba a una típica escena cliché donde me regañaría, aunque no me conociera.

Leí la descripción. "Edvard Munch. Niña mirando a través de la ventana. Réplica".

—Es una réplica —contesté—. La hizo el mismo pintor que "El grito". Fue autor de muchas pinturas sobre la angustia a comienzos del siglo veinte. Esta es una de ellas. Es bastante famosa. La original sale muchísimo.

Helena me soltó, solo para golpearme con fuerza. Solté un quejido pequeño, puesto que esta vez sí me había dolido.

—Lo que ves, no lo que sabes, idiota —se quejó.

Respiré hondo, intentando tener paciencia.

—Eres horrible con personas desconocidas, Helena —gruñí—. ¿Si lo digo puedo irme a casa?

—Sí.

—Bien..., veo a una chica mirando triste a la ventana.

—¿Triste? ¿Por qué?

—Edvard Munch hizo pinturas sobre angustia —expliqué.

—¿Tú ves angustia ahí? —consultó.

Traté de pensar. Ni siquiera se le veía el rostro a la chica, pero podía notarlo por su postura y el agarre de sus manos a la cortina.

—Postura y colores —respondí—. Los azules denotan tristeza. Su postura parece cansada y agotada. Aunque no se vean sus ojos, parece tener una expresión de agotamiento.

Helena no me miró con asombro ni con emoción como había esperado. Solo sonrió con ligereza, viendo la réplica nuevamente. Parecía brillarle los ojos. ¿Había acertado en algo? ¿Qué teoría había hecho en su cabeza como para sonreír de ese modo?

—No eres buena reaccionando a las emociones de los demás pero sí viéndolas, ¿cierto? Por eso aceptaste a Uri. Habrás leído por ahí que los perros son buenos dando cariño y apoyo a otros. Debe frustrarte ver algo y no poder hacer nada al respecto —comenzó—. Eres muy fácil de leer. Muy. Pero es difícil acercarte a ti.

Quise reírme. ¿A qué iba todo ese análisis ridículo? ¿En serio iba a hacer una escena cliché de película?

—Oye, mira. Sé que quizás me tienes pena y eso, pero tampoco era necesario esto —le respondí, sonriéndole para que se calmara—. Estás exagerando las cosas. No es como si sufriera depresión o algo por el estilo.

—Estudio periodismo —me recordó—. Eres la niña con la que estaba la chica que murió allí, ¿no? Jessica. ¿Cuántos años estuviste en terapia luego de eso?

Me quedé en silencio.

Así que... ella había descubierto eso.

—¿Ethan te contó? —pregunté—. ¿O nos escuchaste hablar?

—Ethan no me contó nada de eso. Admito que lo intenté, pero a ese chico si le preguntas sobre algo de lo que no debe hablar, se pone nervioso a no más poder —contestó riendo, quizás por el recuerdo—. Cuando los conocí a ambos dijeron algo de visitar una tal Jessica. A un lado de donde estábamos había un pequeño templo para ella. Así que supuse que tenía algo que ver. Creí que eran familiares, vecinos o algo, pero nada. Ustedes ni siquiera viven cerca de allí.

—Te hiciste la tonta cuando te pregunté sobre mi situación económica, ¿cierto?

Negó con la cabeza. En ningún momento se había girado a verme. Se mantenía atenta y concentrada en la pintura, como si viera algo que yo no.

—No investigué sobre ti. Solo lo que había sucedido. Soy curiosa, pero prefiero escuchar las historias viniendo de las personas. Me alegra que Uri esté contigo, porque así puedes aprender sobre cómo lidiar con las emociones de otras personas y las tuyas —explicó.

Me mordí el interior de la mejilla. ¿Esto era una especie de terapia gratis?

—Tres años, quizás más —contesté su pregunta finalmente, suspirando—. Me dieron el alta.

—Ahora, Sully, de nuevo a la pregunta del comienzo... —recitó, como si hubiera ganado una batalla súper cansadora—. ¿Tú estás bien?

Reí. ¿Había hecho todo eso solo para que admitiera algo que ni siquiera sabía que era verdad?

Aquella chica era increíble.

—No desayuné y me quedé dormida para ir a clases. Mis planes de hablar con mi familia fallaron —confesé—. ¿Y tú?

—Bueno, me fue mal en un examen, así que estoy algo enojada. Mi profesor es un idiota —contó, más tranquila—. Y una de mis amigas sale con un chico que me cae horrendo. Aparte de feo, es un tóxico insoportable. ¿Y tú? ¿Qué más tienes para decir?

Aguanté el reírme. Ahora la conversación salía con naturalidad. ¿Era esto a lo que llamaban confianza mutua con desconocidos?

—Una chica loca me llevó a un museo al que ni siquiera me gusta solo para que le cuente algo de mi vida porque por chat no le respondo —agregué, en broma.

Volvió a golpearme el brazo. No pude evitar reírme. Al parecer adoraba golpearme. ¿Era algún tipo de autodefensa?

—Oye, que estoy aquí —se quejó ella—. ¿Vamos a desayunar?

"¿A esta hora?", pensé. "Así que este tipo de cosas son por las que se preocupan las personas normales".

—¿Hay algo abierto para eso? —consulté.

Ella se encogió de hombros.

—Soy universitaria, puedo comer almuerzo y decir que es desayuno —contestó—. ¿Vamos?

Miré por última vez la pintura. Noté que en la pintura era de noche y solo una luz estaba prendida en la calle.

Ah, claro. Era eso. La chica miraba quién más estaba despierto aparte de ella, ¿no?

Me pregunté si era eso lo que Helena quería que viera.  Me pregunté qué era estar despierta para mí. Si ambas compartíamos el mismo despertar y si ella me puso a prueba para ver si lo notaba.

—¿Y? Apura, que cierran los negocios —se quejó, comenzando a caminar.

Rodeé los ojos y la seguí, sin quejarme.

Antes de seguir con el tema de mi familia, debía hablar con Lucía. 

Ella también era mi amiga. Ella también... estaba despierta. Compartíamos el mismo mundo, después de todo.

¿Me seguirá odiando?


Les dejo dibu de Helena hecha por Nieblyf <3

Hasta la próxima actu uvu (muy pronto)

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