Caricias Prohibidas

By juliettamv

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LIBRO I • DUOLOGÍA CARICIAS Leanne piensa que Edward es un bastardo que se cree superior a los demás y Edwa... More

CARICIAS PROHIBIDAS
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO FINAL
EPÍLOGO
Caricias Peligrosas

CAPÍTULO 28

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By juliettamv

¡FELIZ CUMPLEAÑOS, LEANNE VITALI!
.
Leanne

Me quedo en blanco, sin saber qué decir. Mentiría si dijera que esta situación no me afecta, que no me molesta que su salud esté tan deteriorada.

—¿Por qué no me informaron antes de esto?

—Señorita Vitali, he intentado comunicarme con usted... Se lo juro.

—¿En qué hospital está él? ¿En el hospital de siempre? ¿Qué dijeron los doctores? ¿Cómo está mi padre?

—Su padre se encuentra en el hospital de siempre, pero el doctor no me ha dejado saber nada. Dijo que sólo los familiares son quienes pueden tener aquella información y yo solo soy su empleada, señorita.

—Mierda —murmuro y me apresuro a recoger mi bolso—. Iré al hospital, ¿si?

—Está bien.

Abandono mi apartamento y bajo del edificio entre correteos. Me dirijo donde mi coche y emprendo viaje hacia el hospital. El tráfico no me ayuda y solo quiero llegar lo antes posible. Quiero que me digan cómo está, si se necesita un tratamiento, otra medicación o lo que sea. Solo quiero que mi padre esté bien y esto me angustia más de lo que admito.

Doblo a la derecha, tomando un atajo para llegar más rápido y una vez estoy ahí, salgo del coche a punta de pasos rápidos. Una vez en el hospital, me meto dentro del ascensor en dirección a la tercera planta. Las puertas del ascensor se abren y avanzo hacia la recepción.

—Giovanni Vitali es mi padre. ¿Se encuentra en esta planta? —digo sin muchos rodeos.

—Señorita Vitali, su padre se encuentra internado en la habitación número tres —habla la recepcionista—. ¿Necesita que llame al doctor Parisi?

—Sí, por favor, comuníquese con él e infórmeme que estoy aquí en la habitación de mi padre.

Entro a la habitación, viéndolo allí, descansando. Me acerco a él, agachándome a su lado. Está pálido.

—Lo lamento tanto —murmuro, sintiendo la angustia en mis ojos.

La puerta de la habitación se abre, dando paso al doctor Parisi.

—Señorita Vitali, buenos días.

—Buenos días —me pongo de pie y avanzo hacia él—. ¿Cómo está él?

Saca una pequeña agenda y le echa un vistazo.

—Su padre fue internado ayer por la mañana, fue su hermano quien lo trasladó aquí y se quedó con él durante toda la noche—hace una pausa—. Señorita Vitali, su padre se encuentra en un estado muy delicado y nos hemos visto obligados a intervenir en el día de ayer. Ya le recetanos los medicamentos y en el día de ayer le hicimos la reanimación cardiorrespiratoria. Por ahora, todo está en orden en su sistema, pero aquello no quita que su estado sea delicado. Lo mejor será que su padre permanezca en observación los próximos días. No queremos que la situación vuelva a repetirse.

—Está bien. Me quedaré con él.

Asiente.

—Si algo sucede, no dude en llamar a la enfermera y vendré en camino con mi equipo.

—Claro, muchas gracias doctor.

Se retira de la habitación y me acerco a mi padre, notando que ya ha despertado.

—Viniste —murmura. Tiene la voz débil—. Le dije a tu hermano que no te informara de...

—Papá, tengo derecho a enterarme de esto.

—No necesito que te angusties. Tienes cosas más importantes que hacer.

Niego.

—No. Tú eres mi padre y eso es lo suficientemente importante como para que tenga que correr hasta aquí si es necesario. Me asusté mucho cuando Mellea me dio la noticia —respiro hondo—. ¿Cómo te sientes?

—Bien, supongo.

—Sé honesto por una vez, ¿quieres?

—Me siento como si me hubiera arrollado un camión en el pecho, pero no te preocupes, estaré bien.

—Los doctores harán lo que sea, voy a invertir todo el dinero posible.

—Leanne...

—No —lo interrumpo—. No me digas que no lo haga, porque lo haré de todas formas porque eres mi padre y me niego a perderte.

—No seas terca.

—Tú no seas terco. ¿No te das cuenta de que estás mal? Estás en un estado delicado, necesitas atención médica. Esto es serio, podría pasarte de todo —acaricio su mejilla—. Solo quiero que estés bien. ¿Lo entiendes?

—Sí.

—Entonces deja de oponerte y déjame colaborar en esto. No puedes pretender que me quede de brazos cruzados viendo como te mueres. Yo voy a hacer todo lo necesario.

—No gastes dinero en lo que ya sabemos cómo terminará.

—Basta. Voy a hacer lo que esté a mi alcance y no vas a decirme que me detenga —se me llenan los ojos de lágrimas—. Te necesito y no voy a dejarte.

—Lo sé.

Rodeo la cama y tomo asiento sobre el pequeño sofá que se sitúa al lado de la cama de hospital.

—¿Vas a quedarte?

—Sí, necesitas supervisión.

Resopla.

—¿Cómo te fue en Paris? Oí que asististe a la boda de una tal Christine.

—Sí —afirmo—. Y la pasé bien, la boda fue muy bonita.

—¿Y tú no vas a casarte?

Su pregunta me hace sonreír.

—No es lo que busco ahora, pero se ve como una buena experiencia.

—Me gustaría verte casada.

—Si sucede, lo harás —me inclino hacia él y tomo su mano.

***

Unos murmullos constantes me despiertan al instante. Provienen de la sala de mi apartamento.

El sol se cuela a través de la ventana de forma vigorosa y me muevo un poco entre el edredón. No tengo ganas de salir de la cama. Han pasado dos semanas desde que llegué de Paris, visito a mi padre en el hospital con constancia, pasé algunas tardes con mis amigos y en eso se resumen mis últimas dos semanas.

El doctor Parisi me comentó que el estado de mi padre ha mejorado un tanto, lo cual disminuye mi angustia un poco, pero no la apaga del todo. He invertido mucho dinero y quiero que esté bien; de pie, sano, fuerte y abrazándome.

Giovanni es un hombre fuerte. Lo ha sido desde que todos sus familiares murieron y desde que la única persona que logró hacerlo sentar cabeza falleció; mi madre.

Pocas veces suelo pensar en mi madre, ella murió cuando tan solo era una niña. Mi padre solía contarme algunas historias de ella, de lo preciosa que era, de la humildad y el carisma que poseía. Su apariencia es idéntica a las mías; ojos color café, melena de pelo castaña y cuerpo de volumen. Ellos se conocieron en Londres, mi padre era italiano y mi madre londinense. Ambos estaban solos.

Interrumpiendo mis pensamientos relajantes, la puerta de la habitación se abre y suelto una carcajada al ver a mis amigos entrar con una torta entre las manos mientras me cantan el feliz cumpleaños.

—Pero qué cumpleañera tan sensual —espeta Francesco con sarcasmo.

Sí, mi apariencia debe ser un desastre. Dormí pocas horas, de seguro aun tengo un poco de maquillaje en el rostro y tengo apariencia somnolienta ebria.

—¡No seas así! —exclama Lidia—. Es Leanne Vitali, ella siempre se ve increíble sin siquiera intentarlo.

—Me halagan —admito.

Emma y Hailey se ríen y me extienden la torta.

—Pide un deseo —me alienta Emma.

Entrecierro mis párpados.

«Deseo que mi padre mejore»

Soplo la vela, apagando el fuego. Todos se ríen y me abrazan, llenándome la cara de besos.

El teléfono de línea sobre mi mesita de noche empieza a sonar y me veo obligada a tomar la llamada. Podría tratarse de Rebecca, o David o cualquiera.

—¿Si?

Feliz cumpleaños gruñoña —habla David desde la otra línea, haciéndome sonreír—. ¿Cómo estás?

—Gracias idiota. Estoy bien, ¿y tú?

Bien —oigo la voz de Charlotte también—. Charlotte te envía saludos.

—Dile gracias de mi parte. Por cierto, ¿estás en Milán?

Si estuviese en Milán ahora estaría en tu apartamento molestándote, pero desafortunadamente, me encuentro en Nueva York. Lo siento, me gustaría estar ahí.

Esbozo una sonrisa.

—No te preocupes, a mí no me molesta. Me conformo con tu saludo, de todas formas, sé que pronto tendré que verte a ti y a tu cara fea de nuevo en persona.

—Que fastidiosa eres.

—Igual que tú, imbécil. Te quiero.

Yo también —me saluda—. Nos vemos pronto. Adiós.

Adiós —cuelgo la llamada y me vuelvo hacia los demás, que me miran expectantes—. ¿Por qué me miran así? Solo hablaba con David.

—Nada —dice Hailey mientras me extiende un trozo de torta que me llevo a la boca—. Esta noche iremos a un club para celebrar tu cumpleaños.

—Oh... —aclaro mi garganta—. Lamento decirles que no podré ir.

—¿Qué? ¿Por qué? —Lidia se me acerca.

—Mi padre se encuentra internado y necesito supervisarlo.

—Entiendo —dice Emma—. ¿Pero no hay forma de que puedas quedarte un tiempo con él y luego venir al club con nosotros? Mereces divertirte Lea, es tu cumpleaños.

—Me encantaría, pero... es mi padre y necesito estar para él.

—De todas formas —Lidia saca una pequeña tarjeta del bolsillo de tu chaqueta—, si cambias de opinión, estaremos esperándote.

—Está bien, gracias —les sonrío a todos—. Lo consideraré, pero veo poco probable que pueda asistir.

—Es entendible, no te preocupes —Francesco apoya mi decisión.

Todos se quedan conmigo durante un rato hasta que la tarde cae y deben marcharse. Nos despedimos y también, me recuerdan que si decido cambiar de opinión estarán en el club.

También, Rebecca me llama para felicitarme por mi cumpleaños. Me visto luego de haber estado comiendo trozos de torta con mis amigos y emprendo viaje hacia el hospital. Una vez allí, me sorprende encontrarme con Alexander.

—Feliz cumpleaños —me da un beso en la mejilla.

—Gracias —le sonrío—. ¿Te han dado noticias de papá?

—Estaban chequeándolo, según el doctor está un poco mejor. Hay una mejora.

—¿Ya podemos pasar entonces? —interrogo.

Asiente. Ambos entramos dentro de la habitación. Mis ojos caen sobre Giovanni, quien de inmediato nos mira también.

—Hija —dice—. Feliz cumpleaños.

—Gracias —me acerco a él, depositando un beso sobre su mejilla. Alexander también lo saluda—. ¿Cómo te sientes?

—Bien —tomo asiento sobre el pequeño sofá.

—¿Qué haces? —interroga Alexander.

—Voy a quedarme con él.

Giovanni me mira mal.

—¿Como que vas a quedarte aquí? Es tu cumpleaños.

—Y tú mi padre.

—Yo puedo quedarme con él —me dice Alexander—, tú debes ir y disfrutar de tu cumpleaños con tus amigas. 

—No me molesta quedarme aquí.

—Leanne, por favor.

—En serio, no me molesta —digo.

Ambos me miran como si estuviera loca.

—Debes irte, no puedes quedarte aquí durante toda la noche cuando es tu cumpleaños. Alexander va a quedarse conmigo. 

—Lea —Alexander se aposta a mi lado—. Entiendo que quieras supervisarlo, pero todo estará bien, yo me quedaré con él toda la noche. Tienes que disfrutar de tu cumpleaños.

—Hazle caso a tu hermano, hija. 

Me levanto del sofá.

—No quiero dejarte.

—No vas a dejarme, seguiré aquí mañana cuando regreses —me dice.

Respiro hondo.

¿De verdad es lo mejor dejarlo e ir a disfrutar de mi cumpleaños con mis amigos?

—Quizá...

—Ve, no lo dudes —dice Alex—. Tienes que disfrutarlo.

—Está bien —me agacho frente a mi padre y deposito un beso sobre su mejilla—. Te amo. Todo va a estar bien, lo prometo.

—No te preocupes figlia. Yo también te amo.

Me pongo de pie y avanzo hacia Alexander.

—Cuídalo mucho, es nuestra prioridad —le digo antes de darle un beso en la mejilla—. Cualquier urgencia me llamas, y no quiero que lo dudes.

—Está bien, cuídate.

—Tú también.

Los miro a ambos antes de abandonar la habitación, mi padre me dedica una leve sonrisa y Alexander me hace un gesto para que me despreocupe.

Confío en que todo estará bien. Mi padre es el hombre más fuerte que conocí.

Cuando estoy fuera del hospital, me meto dentro de mi coche y emprendo viaje hacia mi apartamento. Al llegar, Mellea me recibe. Ya tiene su bolso en la mano, preparada para irse.

—Señorita Vitali, creí que iba a quedarse en el hospital con su padre —me dice.

—Hubo un cambio de planes.

—Oh, bueno —avanza hacia la mesa y frunzo el ceño cuando me extiende un sobre junto con una pequeña cajita de terciopelo roja. Y no es como cualquier rojo, es el rojo que a mí me gusta. El rojo sensual—. Esta mañana alguien envió estos presentes para usted.

—Gracias Mellea.

—Por nada —se acerca a mí—. Por cierto, feliz cumpleaños.

—Muchas gracias. Buenas noches.

—Buenas noches.

Abandona el apartamento y no espero ni un segundo para abrir el sobre que contiene una nota.

Feliz cumpleaños

Eres y siempre serás lo más especial que me pasó en esta vida.

Con amor, Brandon.

Dejo la carta a un lado y procedo a abrir la pequeña cajita de terciopelo.

Mis ojos se abren con sorpresas al visualizar a un precioso collar de oro dentro. Es... No tengo palabras. ¿De verdad me regaló algo así?

Inmediatamente corro al sofá y le marco a Brandon desde el teléfono de línea. Se tarda unos segundos en contestar, pero lo hace.

—¿Si? —oigo su voz.

—Brandon, hola.

Hola. Tu llamada me sorprende.

Quería agradecerte por la nota, en serio, gracias.

Pese a que es mi ex, me gusta ser amable.

No es nada, no tienes que agradecer. Te lo mereces.

Debo agradecerte, gracias por el collar. Es precioso, me encanta.

Se mantiene en silencio durante un par de segundos.

Disculpa, no sé de qué collar me hablas.

¿Eh?

—Lo siento, creí que se trataba de ti —admito, un tanto avergonzada.

No —se ríe—, pero suena como una buena idea para regalo.

—Sí, supongo —me río también para que la situación no sea tan incomoda—. Bueno, si me disculpas, debo ir a prepararme.

—Claro, buenas noches. Ten un buen cumpleaños.

—Buenas noches.

Cuelgo la llamada y vuelvo a trasladar la mirada hacia el collar.

Si no fue Brandon, ¿entonces....?

¿Francesco? En definitiva, no. De haber sido Francesco me lo había dado hoy en la mañana. ¿David? No hace este tipo de regalos, nunca me ha dado algo material.

¿Emma? ¿Hailey? ¿Lidia? Lo dudo. El collar se ve como algo que un pretendiente me daría.

En ese instante...

¿Podría ser?

Una idea descabellada cruza por mi cabeza.

¿Y si Edward....? Niego con la cabeza al instante. No. Claro que no. Sería imposible que ese imbécil me obsequie algo, preferiría morir antes. Ni siquiera puedo imaginármelo seleccionando un collar para obsequiármelo. Suena como una locura.

Quizá fue algún admirador secreto o un fan que quiere impresionarme. No estoy segura.

El collar tiene todo lo que me gusta, es algo que en definitiva utilizaría. Sin embargo, al verlo, no puedo evitar pensar en lo mucho que habrá costado. No cualquiera podría acceder a adquirir un collar de este tipo.

Dejo las ideas detrás y me dirijo a vestirme. Opto por un vestido strapless color rojo ajustado junto con unos tacones del mismo color.

Ondulo mi pelo, aumentando el volumen en capas y me maquillo un poco. Una vez estoy preparada, cojo la pequeña tarjeta que me dio Lidia esta mañana. Es la tarjeta del club en el cual están esta noche.

Es un club un tanto conocido y lujoso. No cualquiera podría darse tal lujo.

Una vez estoy allí, abandono la limusina y avanzo hacia el lugar. El sujeto de la entrada me pide por mi entrada y le doy la pequeña tarjeta que Lidia me dio esta mañana.

La música es demasiado alta, las luces son tenues, hay gente por todos lados y se me dificulta encontrar a mis amigos. Me muevo entre las personas que beben, conversan y algunos hombres que no me quitan la mirada de encima.

Continúo con mi camino cuando e pronto, visualizo a una figura femenina de espaldas con vestido negro de espalda descubierta. No me tardo ni un segundo en saber qué se trata de Hailey.

De inmediato me acerco hacia ella, posando mi mano sobre su hombro.

—¡Viniste! —exclama al verme y me abraza.

—Sí, mi padre y mi hermano me convencieron.

—Que bien. Una noche no te iba a hacer mal —me hace un gesto para que la siga—. Ven, vamos con los demás.

La sigo hacia una mesa situada en el fondo, de inmediato, todas las miradas de mis amigos se posan sobre mí. Lidia es la primera en acercarse a saludarme. Lleva el pelo negro suelto junto con un vestido morado ajustado.

—Me alegra que hayas decidido venir —me dice.

—Sí, fue una decisión precipitada.

Francesco pasa un brazo por mi nuca mientras me extiende un Manhattan que acepto.

—Un brindis por la cumpleañera —todos alzan sus copas y las chocamos. Me llevo el Manhattan a los labios, sintiendo como el alcohol me quema la garganta en medio de un ardor.

Todos dejamos nuestras copas y nos dirigimos a la pista de baile. Intento olvidarme de todo lo que angustia. Mi padre y mi hermano tienen razón; tengo que disfrutar de mi cumpleaños, si me mantengo angustiada no voy a conseguir nada.

Francesco me saca a bailar con su entusiasta energía de siempre.

—¿Y cómo la estás pasando en este cumpleaños? —interroga.

—Muy bien —le sonrío cuando me hace girar sobre mi eje—. Ustedes lo hacen mejor.

—Me halagas.

Continuamos bailando y noto que su mirada está sobre un sujeto en el fondo que tampoco deja de mirarlo.

—¿Te gusta? —interrogo, refiriéndome al sujeto.

—Por favor, no digas estupideces.

—Francesco, no tienes que avergonzarte de quien eres. ¿Hace cuánto tiempo llevas reprimiéndote? —murmuro, haciendo que los demás sean ajenos a nuestra conversación.

—No es algo de lo que quiera hablar ahora.

Asiento y evito el tema. 

Me gustaría que las cosas fueran diferentes respecto a las personas que eligen amar. No importa si es o no es el sexo opuesto, al final del día, todos somos humanos y merecemos un respiro. Amar jamás será una condena. Me gustaría que Francesco lo entendiera, pero también entiendo su punto; el que le asuste el rebelarse tal como es. A mí no me molesta. Él es mi mejor amigo y lo voy a querer siempre, le guste quien le guste, siempre será el Francesco que todos conocemos y queremos.

La sociedad nos ha hecho creer que los homosexuales están enfermos y que no merecen respeto, pero yo jamás lo he visto de esa forma. Todos merecemos respeto.

Bailo con todos, ordenamos nuestro cocteles favoritos, bailamos y me dejo llevar por la música. He logrado relajarme un poco y la angustia no ha incrementado. Sin embargo, debo admitir que una parte de mi padre sigue en mi mente.

Si algo le sucede me muero.

Evito pensar en ello mientras me convenzo de que todo estará bien. Mi padre puede con esto.

No sé cuántas horas pasan, pero sé que es tarde. Hemos pasado mucho tiempo, pero vale la pena, porque la estoy pasando muy bien.

Pasan unos minutos y regresamos a la mesa a beber un poco. Miro la hora en el reloj de mi muñeca, son las dos de la mañana, casi las tres.

—Me parece que ya tengo que irme —pronuncio, captando la atención de todos—.
Mañana tengo que visitar a papá y tengo que llamar a mi chofer para que venga a recogerme.

—Está bien —dice Lidia, acercándose a darme un beso en la mejilla al igual que los demás.

Nos saludamos, me desean que mi padre se recupere y finalmente, abandono la estancia. El frío me estremece cuando salgo del club, no sabía que había refrescado tanto.

Froto mis manos contra mis brazos, en un intento de darme calor. Pero, me detengo abruptamente al ver a una limusina y desafortunadamente, no es la mía.

Visualizo a la figura masculina enfundada en un traje negro, los brazos cruzados, mirada fría y pelo oscuro.

Edward.

—¿Te perdiste? —ironizo mientras avanzo hacia él. 

—Quizá —me abre la puerta de la limusina—. Entra.

—Primero, no me des órdenes —digo—. Segundo, solo voy a entrar si me llevas a un restaurante a comer porque muero de hambre. Si no vas a hacerlo, entonces llévame a mi casa, me estarías ahorrando la tarea de tener que llamar y esperar a mi chofer.

—Que terca eres.

—Y tú eres un insoportable, pero no te lo ando repitiendo todo el tiempo.

—Ah, claro —ladea la cabeza hacia un lado—. Solo hazme el favor y entra.

—Pídeme que por favor entre a la limusina o sino, nada.

Rueda los ojos.

—Querida Leanne, ¿podrías por favor entrar a la limusina?

—Con gusto entraré, querido —utilizo su mismo tono de voz cargado de sarcasmo.

Me meto dentro del vehículo que me hace soltar un pequeño suspiro de satisfacción al sentir la relajante calefacción. Edward entra seguido de mí y a continuación, el chofer habla.

—Señor Haste, ¿a dónde nos dirigimos?

—A Le Tite Club —respondo. Edward me mira con el ceño fruncido.

—¿Señor Haste...? —el chofer espera por la confirmación de su señor imbécil.

—Sí, vamos para allá —dice en medio de un bufido.

Sonrío como niña pequeña que acaba de ganar el mejor trofeo. ¡Llevaba años sin ir a ese restaurante! Recuerdo que solía ir allí cuando tenía diecinueve años, me encantan las vibras de ese lugar.

La limusina hace un viaje intermedio hasta que nos detenemos en el restaurante que en recuerda a mis diecinueve años. Bajo del vehículo con una sonrisa plasmada en el rostro y Edward lo mira como si estuviera en otra dimensión.

Una de las razones por las que este restaurante me gusta es porque es uno de los únicos que está abierto a estas horas.

—¿Aquí querías venir?

—No te atrevas a siquiera insultar a este lugar, es sagrado.

Suelta un suspiro y nos adentramos dentro del lugar. Hay mucha gente. Tomamos asiento en una de las mesas del fondo mientras una banda toca una canción tranquila.

Abro la carta y opto por algo ligero, así como una deliciosa italiana que se carga una gran pinta.

La camarera se nos acerca.

—Buenas noches, bienvenidos a Club Le Lite, ¿qué desean?

—Me gustaría la ensalada italiana, por favor —digo y ella anota—. ¿Y para beber...? —miro a Edward. No se me ocurre nada.

—Una botella de Wine Spectator.

Buena elección. Es uno de los mejores vinos italianos.

—¿Solo eso? —indaga la mujer. Ambos asentimos y la camarera se retira.

Nos quedamos en silencio y me urge preguntarle acerca de aquel collar de oro, pero no me apetece sonar como una ilusa. Además, queda más que claro que no es el tipo de hombre capaz de tal muestra de afecto.

La camarera regresa con la botella de vino que sirve en nuestras copas, le agradezco y se retira.

—¿Que tiene de especial este lugar? —interroga.

—Es como mi lugar de reconforte. Se sienten buenas vibras, las personas son muy educadas y no te acosan por ser una celebridad. Aquí puedo pasar completamente desapercibida. Además, tienen buen gusto musical —le doy un sorbo a la copa de vino.

La comida llega al cabo de unos minutos, el servicio es rápido y digiero la ensalada.

—¿No quieres nada para comer? —interrogo, mirando en su dirección.

—No, estoy bien.

Me encojo de hombros y continuó comiendo. De pronto —una vez me comí medio plato de la ensalada—, empieza a sonar la música.
Reconozco el principio de la canción "I Was Made For Lovin' you" de la banda Kiss. La gente empieza a caminar en dirección a la pista.

—¡Quiero bailar! —exclamo, levantándome—. Vamos.

—¿Qué? —me mira como si estuviera loca—. No, claro que no.

—Concédemelo como el perdedor que eres.

Lo arrastro hacia la pista de baile y sus manos se crispan a mi cintura. Me muevo al ritmo de la música, me hace girar sobre mi eje con agilidad y choco contra su pecho.

"Tonight, I want to see it in your eyes
Feel the magic, there's something that drives me wild
And tonight, we're gonna make it all come true
'Cause girl, you were made for me
And girl, I was made for you
I was made for lovin' you, baby
You were made for lovin' me
And I can't get enough of you, baby
Can you get enough of me?"

Me vuelve a hacer girar, sus manos están mi cintura. Me río, nuestras miradas no se despegan y tarareo la canción. Una camarera nos ofrece unas copas de champán que aceptamos y continuamos bailando.

—¿Sabes? No eres tan malo bailando —le digo.

—Lo sé.  

—Estaba haciéndote un cumplido. Lo ideal sería que me agradecieras, ¿o es que nunca oíste de aquella palabra? 

—Gracias —espeta con voz áspera, cargada de sarcasmo.

Giro sobre mi eje, lleva mi muslo contra su cintura y se me acelera la respiración de tanto movimiento. A este punto, no sé si es la agitación por bailar o si me excita.

Vuelvo a chocar contra su pecho, nuestros rostros quedan cerca y termina por besarme en medio de la pista, atrayéndome contra él y arrancándome un jadeo.

—Edward —suelto otro jadeo al sentir la erección contra la tela de su pantalón.

—Vámonos.

Dice y asiento con la cabeza.

Dejo un par de billetes sobre la mesa y abandonamos la estancia. Apenas subimos dentro de la limusina que arranca, me veo sobre su regazo y ambos estamos besándonos como auténticos animales desesperados.
Pasa sus manos por mis muslos descubiertos, por la abertura del vestido que cubre mis senos y sus labios se posan sobre mi cuello, como si estuviera haciendo un esfuerzo sobrehumano para poder controlarse.

Me tumba contra el asiento de cuero y de inmediato entre mis piernas, aumentando el calor entre mis piernas que se siente como una energía electrizante en mi piel.

Trago saliva cuando acaricia la cara interna de mi muslo hasta llegar a la tela de mis bragas. Me veo obligada a apretar los labios cuando alcanza a tocar mi sexo.

Entierro mi rostro en su hombro, reprimiendo los gemidos que quieren brotar de mi garganta. Sin embargo, la limusina se detiene, lo cual nos obliga a separarnos abruptamente. El chofer nos abre las puertas, agradezco y avanzamos hacia la recepción del edificio. Apenas nos metemos dentro del ascensor cuando Edward introduce el código, me atrae hacia él de forma espontánea, pegando sus labios contra los míos.

Las puertas se abren en el penthouse de lujo y avanzamos entre besos. Me acorrala contra el piano del corredor y procede a alzarme en brazos. Terminamos en su habitación, me deja sobre la cama y me pongo de rodillas.

Dirijo mi mano hacia la pretina de su pantalón y la suelto, liberando el falo erecto. Me acerco lo suficiente hasta pasar la lengua por el glande, oyendo su jadeo que me prende más. Lo acaricio con mi mano y vuelvo a repetir la acción, esta vez llevándolo más al fondo de mi garganta.

Los jadeos brotan de mi boca mientras lo recibo y llevo mi mano hacia sus testículos, jugando con ellos a mi antojo. Su mano se prende de mi pelo, invitándome a continuar.
Alzo la mirada, observándolo con la respiración nula y los primeros botones de la camisa sueltos. Mueve la pelvis hacia mi boca, obligándome a abrir más para recibir su grosor que lo hace gemir. Mi mano lo sostiene, creando leves movimientos mientras mi boca lo recibe por completo.

Succiono la punta del glande y noto que cada vez se endurece más la erección contra la palma de mi mano. Un leve jadeo abandona mis labios. Siento el calor que quema entre mis piernas al oírlo gemir. Quiero apartarme y que se hunda en mi interior con agresividad, pero también, quiero que se corra.

—Leanne —jadea. Se le tensa la mandíbula y reafirma el agarre contra mi melena de pelo, queriendo que continúe.

Me llevo al límite, aguantando el llevármelo hasta el fondo. Él jadea, tomando mi pelo en un puño y finalmente, explota en mi boca de forma arrebatadora y deliberante que me roba el aliento. Succiono hasta la última gota y me dejo caer sobre la cama, separando las piernas. De inmediato se tumba sobre mí, me besa con fervor y nos desvestimos como tales animales desesperados por sentirse el uno al otro.

Se posiciona entre mis piernas y suelto un gemido cuando se hunde en mi interior. La primera arremetida es lenta, tortuosa y desgarradora. Me aprieta los muslos, me enrojece la piel y aumenta el ritmo mientras su boca chupa mis senos como si fuera el mejor manjar que alguna vez ha probado.

Enredo mis piernas alrededor de su cintura y rodamos en la cama, de tal forma que permanezco a horcajadas sobre su regazo. Me deslizo sobre el falo erecto con lentitud hasta incrementar las arremetidas. Estruja mis senos y sus manos toman mis cinturas, controlando los movimientos. Siento la respiración acelerada y la adrenalina que se instala en mi vientre.

Siento aquel calor cerca, todo se mezcla.

—Edward, voy a...

—Hazlo —empuña sus dedos alrededor de la piel de mi cintura, apretándola—. Córrete para mí.

Las palabras son roncas y autoritarias.

Su miembro vuelve a hundirse con agresividad en mi interior, las arremetidas me llenan, gimo y...

El orgasmo llega como una oleada de placer. Siento su derrame quemar mi sexo ante la deliberada descarga que suelta en mi interior como si se tratara de una llamarada caliente.
Me quema por dentro y me dejo caer sobre la cama con la respiración acelerada.

—Feliz cumpleaños —me dice.

Lo miro se reojo.

—¿Entonces lo sabías? —interrogo.

—Sí.

—Gracias.

Me dedica una mirada sin decir nada.

Cierro los ojos, dejándome descansar al sentir mi cuerpo pesado. Al día siguiente, despierto al instante. Edward continúa dormido y me levanto de forma meticulosa, sin provocar ruido alguno.

Recojo mi ropa del suelo y me visto.

Estoy a punto de salir de la habitación cuando el teléfono de línea sobre la mesita de noche, empieza a sonar. Me volteo sobre mis talones y miro como Edward toma la llamada. De inmediato, su mirada se posa sobre la mía.

—Un sujeto quiere hablar contigo, está en la recepción —me dice mientras se pasa una mano por el rostro.

—¿Quién es? —interrogo—. ¿Te dijeron su nombre?

—Un tal Lorenzo Greco. Dice que trabaja para ti.

Lorenzo. Uno de mis choferes que está a mi servicio. Le quito el teléfono de las manos y de inmediato oigo la voz de mi chofer.

Siento la angustia crecer. Sé que algo va mal.

—¿Lorenzo? ¿Qué sucede? —interrogo.

Señorita Vitali, he intentado localizarla durante toda la noche —me dice. Su voz suena agitada.

—¿Qué? ¿Qué sucede?

Señorita Vitali, le prometo que yo no pretendía decirle esto a través de una llamada telefónica, pero...

¿Sucedió algo con mi padre? —suelto, deseando que no sea así—. Solo dime qué fue lo que sucedió.

Señorita, su padre falleció esta mañana.

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