Caricias Prohibidas

By juliettamv

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LIBRO I • DUOLOGÍA CARICIAS Leanne piensa que Edward es un bastardo que se cree superior a los demás y Edwa... More

CARICIAS PROHIBIDAS
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO FINAL
EPÍLOGO
Caricias Peligrosas

CAPÍTULO 24

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By juliettamv

LA APUESTA
.
Leanne

La intensidad de la luz del sol mañanero me hace abrir los ojos al instante. Me acaricio el pelo con una mano y hago que mis pies hagan contacto con el suelo.

Avanzo hacia mi vestido que yace en el suelo y me lo coloco mientras me cercioro de que el imbécil que duerme en la cama no despierte. Lo menos que quiero es lidiar con su presencia ahora.
Arreglo un poco mi pelo y avanzo hacia el espejo que se encuentra a mi derecha. No me quejo, podría verme peor. 

No hallo rastro de mis bragas por ningún lado de la habitación, por lo tanto, me resigno y me conformo con recoger mis tacones a la hora de abandonar la habitación en total silencio. Mis ojos visualizan la elegancia que tiene el lugar a la hora de abandonar la habitación.

El suelo brilla de forma pulcra, el aroma del sitio es masculino, como un perfume bastante fuerte e imponente; igual al propietario.
Anoche no pude admirar los detalles del lugar ya que Edward me interceptó apenas se abrieron las puertas, pero no me vendría mal mirar un poco del lugar ahora, de todas formas, él está dormido y mi curiosidad prevalece.

Con el par de tacones en mano, avanzo por el suelo de mármol oscuro con facilidad hasta llegar a lo que parece ser una sala de estar. Me detengo abruptamente al visualizar un... cuadro, pero un cuadro cualquiera.

La sala es de colores oscuros, manteniendo una armoniosa combinación que respeta el matiz de los colores, sin embargo, el inmenso cuadro que ocupa toda la pared derecha me deja sin palabras y por inercia, me acerco un poco más.

Es él. Es Edward estampado en el maldito cuadro. Los ojos azules resplandecen y sus facciones masculinas se llevan toda la atención. Es en blanco y negro, pero eso no quita el que los detalles puedan ser apreciados de forma perfecta.

«Estaría mintiendo si dijera que no me gusta el cuadro».

Me alejo de la sala de estar. Ya es hora de marcharme. Me urge ducharme, comer algo y entrenar un poco. Sin embargo, cuando cruzo la sala de estar, me encuentro con el punto medio del penthouse que se encuentra cerca de la salida.

Mi mirada visualiza el precioso piano negro que resplandece contra la luz del sol.
Siempre me ha cautivado el instrumento, recuerdo que a los nueve años solía tener clases diarias de piano, hasta que cambié de opinión y opté por dejarlas.

Doy unos pasos más, observando las teclas, el banquillo color negro y la tapa del piano.

—¿Buscas algo?

Su voz a mis espaldas me hace devolverme sobre mis pasos, observándolo. Lleva un bóxer y tiene el pelo revuelto.

—¿Tocas el piano? —interrogo mientras le echo otro vistazo al instrumento.

—Quizá.

—Toca algo —pido. Niega con la cabeza—. En serio, quiero oírlo.

Noto que medio sonríe.

—¿Tienes conocimiento acerca de partituras de piano?

—No mucho —admito—, pero siempre me ha gustado Claro de Luna de Beethoven. Solía tomar clases cuando era niña y me enseñaron sólo la primera parte, no recuerdo mucho.

Rodea el piano, sorprendiéndome al tomar asiento en el banquillo. Señala su regazo y arqueo una ceja.

—Cada vez me convenzo más de que tu humor es mucho mejor por las mañanas —me burlo.

—Solo siéntate, ¿quieres?

Dejo los tacones en el suelo y los guantes sobre la tapa del piano antes de tomar asiento sobre su regazo. Respiro hondo cuando me encuentro sobre su regazo y por inercia, paso mis manos por las teclas color blanco del instrumento.

—¿Y cómo debo colocar las manos? —interrogo, un tanto entusiasmada, colocando las manos sobre una tecla cualquiera.

—Claramente allí no, insolente.

—Entonces enséñame —reprimo mi bufido, de lo contrario, empezaremos con una discusión y prefiero adaptarme a su relativo buen humor. No creo que sea el mejor humor del mundo, pero es un tanto aceptable en lo que me concierne.

Sus manos se apoyan sobre las teclas y por inercia, apoyo las mías sobre las suyas.

—No tenías que poner las manos sobre las mías —le oigo decir.

—Da igual, muéstrame la pieza, quiero oírla.

Sus manos empiezan a moverse por debajo de las mías, tocando las primeras notas que deleitan mis oídos. Es como un placer auditivo. La profundidad de las primeras notas que emite el piano es lo único que se escucha en la sala. Siempre me ha gustado el sentimiento que Claro de Luna irradia, puedes sentir un tipo de tristeza repentina con las primeras notas.

Un leve estremecimiento me recorre la cadera cuando siento su respiración en mi nuca y no sé si está haciéndolo apropósito o si es una simple coincidencia, pero todo puede ser posible cuando se trata de Edward.

Cierro los ojos, dejándome llevar por las notas que me relajan un tanto. Sin embargo, se detiene abruptamente.

—¿Por qué te detuviste? —interrogo, abriendo los ojos.

—No puedo contener las ganas que tengo de follarte.

Enciende el calor que se apega a mis glúteos con firmeza.

—¿No?

Me muevo sobre su regazo y de un segundo a otro, en un rápido ademán, me toma por la cintura y cambia de posiciones. Ahora es él quien se encuentra sobre el banquillo mientras que me encuentro sobre su regazo.

Sus labios chocan con los míos y sus manos descienden hasta mis muslos, arrancándome un leve jadeo que brota de mis labios. Muevo mis piernas un poco más, incrementando el acercamiento entre ambos.

Paso una mano por sus abdominales mientras siento su lengua contra la mía, moviéndose con desenfreno y desesperación. Sube la tela de mi vestido hasta alcanzar mi sexo descubierto con sus dedos, haciéndome soltar gemido tras gemido.

Su otra mano toma mi melena de pelo, tirando de ella con fuerza, pero la acción se desmonta cuando va a su bóxer y libera la prominente erección que ha crecido notablemente.

Me relamo los labios ante la bendita imagen que me da. Sus manos van a mi cintura, incitándome a dejarme caer en la tentación. El placer es deliberante pero tal vez un tanto doloroso cuando su grosor entra por completo en mi interior. Baja las tiras de mi vestido con desesperación y libera mis pechos, empezando a morderlos sin piedad y chuparlos.

La invasión es casi dolorosa, pero la sensación no es nula, al contrario, es inmediata.

Vuelvo a besarlo con intensidad, arañándole la espalda y gimiendo. Sus labios me marcan la piel de mis pechos, de mi cuello y las embestidas no cesan. Muevo las caderas en círculos, trazando un movimiento placentero que nos hace jadear a ambos con las respiraciones aceleradas.

Me muevo más, sintiendo su grosor llenándome, entrando y saliendo con fuerza, de forma deliberada. Su mano desciende hacia mi clítoris, empapándome más, estimulándome e intensificando lo que me otorga sus embates cargados de deseo. La tela de mi vestido cruje un poco cuando separo un poco más mis piernas, permitiéndole el paso a mi entrada y dejando que los duros embates tomen rienda de la situación.

—Mierda... no te detengas —jadeo, absorta.

—¿Esto es lo que quieres? —me toma por las caderas, embistiéndome con más fuerza.

Me falta el aliento para responder.

—Sí —suelto un gemido. Me muevo de forma más vigorosa, dejando que entre y salga con fuerza descomunal. El sonido de nuestros cuerpos chocando me produce una inevitable satisfacción que no logro controlar.

Su boca no abandona mis senos e intento controlarme un poco ante los estragos que me provoca en mi sistema, pero me es imposible. Las sensaciones, los embates y el calor sólo consiguen excitarme más de lo que estoy.

Se siente como si mi piel estuviera en llamas.

Me llena por completo con las embestidas que no se tranquilizan en ningún momento hasta que me veo cohibida, explotando y ambos experimentamos el primer orgasmo de la mañana que me deja con la respiración jadeante y las piernas temblorosas.

Me toma en brazos, haciendo que suelte un suspiro sorpresivo ante la acción. Terminamos en aquel sofá que pude detallar cuando mi atención se vio captada por aquel enorme cuadro que ocupa todo el espacio de la pared.

—Sabía que tu ego era grande, pero no demasiado como para que llegaras al punto de tener tu rostro plasmado en la pared —comento, soltando una corta risa, mientras me tomo el momento de detallar la pintura.

—No es como si la pintura te desagradara.

Lo miro.

—No me desagrada, es verdad. En realidad, el único que me desagrada eres tú.

—Hace unos minutos no parecía desagradarte mucho sobre el banquillo del piano mientras te daba un orgasmo. De todas formas, no te preocupes, el sentimiento es mutuo.

—Eres un imbécil.

—Y tú una insolente. ¿Es que nunca puedes mantener la boca cerrada? 

—¿Es que nunca puedes dejar de ser un idiota?

—Cállate —me ordena.

—Cállate tú.

Antes de que pueda articular alguna otra palabra, me calla, besándome con su particular ferocidad. Sin embargo, lo hago a un lado y me levanto del sofá.

—¿Se puede saber qué estás haciendo? —interroga, ligeramente enfadado.

—Irme. Tengo otras cosas que hacer, por si no te parece obvio —digo mientras empiezo a subir la cremallera de mi vestido.

—¿Qué? ¿Te sentiste ofendida? —espeta, con distinguido sarcasmo.

—De hecho, no. —Le muestro una sonrisa y me vuelvo hacia él—. Simplemente, es hora de marcharme.

—¿Tratas de hacer que me vuelva loco o algo por el estilo? No es como si fuese a pasar y tampoco eres la primera que lo intenta conmigo.

—¿Quieres apostar? —suelto.

Arquea una ceja.

—¿Apostar qué?

—Apuesto a que serás tú quien dé el próximo movimiento conmigo.

Sonríe, la situación le divierte.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Si me buscaste la mayoría de veces, ¿por qué no volverías a hacerlo? Queda claro que serás tú quien caerá primero.

—Yo no estaría tan seguro de eso.

—Bien —afirmo—, entonces espero que no te moleste apostar a ver quién cae primero y quién busca a quien.

—No me molesta —cruza los brazos detrás de su cabeza—. Sé muy bien que no voy a ser yo quien pierda.

Asiento con la cabeza y me doy la vuelta, sin embargo, me jala del brazo, atrayéndome hacia él.

—Y ten en cuenta que cuando sea yo quien gane, haremos lo que yo quiera —suelta, haciéndome sonreír.

—Está bien, como digas —pongo distancia entre ambos—. Ya tengo que irme, si me disculpas.

Le hago un gesto con la mano antes de empezar a marcharme.

¿Me metí en un terreno peligroso? Quizá. Pero a veces, el peligro suele ser aquel atisbo de la diversión faltante en nuestras vidas y ahora mismo, siento la necesidad de divertirme.

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