βž€ Yggdrasil | Vikingos

By Lucy_BF

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π˜π†π†πƒπ‘π€π’πˆπ‹ || ❝ La desdicha abunda mΓ‘s que la felicidad. ❞ Su nombre procedΓ­a de una de las leyendas... More

β€– π˜π†π†πƒπ‘π€π’πˆπ‹
β€– ππ‘π„πŒπˆπŽπ’ 𝐈
β€– ππ‘π„πŒπˆπŽπ’ 𝐈𝐈
β€– π€π‚π‹π€π‘π€π‚πˆπŽππ„π’
β€– ππ„π‘π’πŽππ€π‰π„π’
β€– π†π‘π€Μπ…πˆπ‚πŽπ’ 𝐈
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━ Proemio
π€πœπ­π¨ 𝐈 ━ 𝐘𝐠𝐠𝐝𝐫𝐚𝐬𝐒π₯
━ 𝐈: Hedeby
━ 𝐈𝐈: Toda la vida por delante
━ 𝐈𝐈𝐈: Fiesta de despedida
━ πˆπ•: Una guerrera
━ 𝐕: Caminos separados
━ π•πˆ: La sangre solo se paga con mΓ‘s sangre
━ π•πˆπˆ: Entre la espada y la pared
━ π•πˆπˆπˆ: Algo pendiente
━ πˆπ—: Memorias y anhelos
━ 𝐗: No lo tomes por costumbre
━ π—πˆ: El funeral de una reina
━ π—πˆπˆ: Ha sido un error no matarnos
━ π—πˆπˆπˆ: Un amor prohibido
━ π—πˆπ•: Tu destino estΓ‘ sellado
━ 𝐗𝐕: SesiΓ³n de entrenamiento
━ π—π•πˆ: SerΓ‘ tu perdiciΓ³n
━ π—π•πˆπˆ: Solsticio de Invierno
━ π—π•πˆπˆπˆ: No es de tu incumbencia
━ π—πˆπ—: Limando asperezas
━ 𝐗𝐗: ΒΏQuΓ© habrΓ­as hecho en mi lugar?
━ π—π—πˆ: PasiΓ³n desenfrenada
━ π—π—πˆπˆ: No me arrepiento de nada
━ π—π—πˆπˆπˆ: El temor de una madre
━ π—π—πˆπ•: Tus deseos son Γ³rdenes
━ 𝐗𝐗𝐕: Como las llamas de una hoguera
━ π—π—π•πˆ: Mi juego, mis reglas
━ π—π—π•πˆπˆ: El veneno de la serpiente
━ π—π—π•πˆπˆπˆ: ΒΏPor quΓ© eres tan bueno conmigo?
━ π—π—πˆπ—: Un simple desliz
━ 𝐗𝐗𝐗: No te separes de mΓ­
━ π—π—π—πˆ: Malos presagios
━ π—π—π—πˆπˆ: No merezco tu ayuda
━ π—π—π—πˆπˆπˆ: Promesa inquebrantable
━ π—π—π—πˆπ•: Yo jamΓ‘s te juzgarΓ­a
━ 𝐗𝐗𝐗𝐕: Susurros del corazΓ³n
━ π—π—π—π•πˆ: Por amor a la fama y por amor a OdΓ­n
π€πœπ­π¨ 𝐈𝐈 ━ π•πšπ₯𝐑𝐚π₯π₯𝐚
━ π—π—π—π•πˆπˆ: Donde hubo fuego, cenizas quedan
━ π—π—π—π•πˆπˆπˆ: MΓ‘s enemigos que aliados
━ π—π—π—πˆπ—: Una velada festiva
━ 𝐗𝐋: Curiosos gustos los de tu hermano
━ π—π‹πˆ: Cicatrices
━ π—π‹πˆπˆ: Te conozco como la palma de mi mano
━ π—π‹πˆπˆπˆ: Sangre inocente
━ π—π‹πˆπ•: No te conviene tenerme de enemiga
━ 𝐗𝐋𝐕: Besos a medianoche
━ π—π‹π•πˆ: Te lo prometo
━ π—π‹π•πˆπˆ: El inicio de una sublevaciΓ³n
━ π—π‹π•πˆπˆπˆ: Que los dioses se apiaden de ti
━ π—π‹πˆπ—: Golpes bajos
━ 𝐋: Nos acompaΓ±arΓ‘ toda la vida
━ π‹πˆπˆ: No tienes nada contra mΓ­
━ π‹πˆπˆπˆ: De disculpas y corazones rotos
━ π‹πˆπ•: Yo no habrΓ­a fallado
━ 𝐋𝐕: Dolor y pΓ©rdida
━ π‹π•πˆ: No me interesa la paz
━ π‹π•πˆπˆ: Un secreto a voces
━ π‹π•πˆπˆπˆ: Yo ya no tengo dioses
━ π‹πˆπ—: TraiciΓ³n de hermanos
━ 𝐋𝐗: Me lo debes
━ π‹π—πˆ: Hogar, dulce hogar
━ π‹π—πˆπˆ: El principio del fin
━ π‹π—πˆπˆπˆ: La cabaΓ±a del bosque
━ π‹π—πˆπ•: Es tu vida
━ 𝐋𝐗𝐕: Visitas inesperadas
━ π‹π—π•πˆ: Ella no te harΓ‘ feliz
━ π‹π—π•πˆπˆ: El peso de los recuerdos
━ π‹π—π•πˆπˆπˆ: No puedes matarme
━ π‹π—πˆπ—: Rumores de guerra
━ 𝐋𝐗𝐗: Te he echado de menos
━ π‹π—π—πˆ: Deseos frustrados
━ π‹π—π—πˆπˆ: EstΓ‘s jugando con fuego
━ π‹π—π—πˆπˆπˆ: Mal de amores
━ π‹π—π—πˆπ•: CreΓ­a que Γ©ramos amigas
━ 𝐋𝐗𝐗𝐕: Brezo pΓΊrpura
━ π‹π—π—π•πˆ: Ya no estΓ‘s en Inglaterra
━ π‹π—π—π•πˆπˆ: Sentimientos que duelen
━ π‹π—π—π•πˆπˆπˆ: ΒΏQuiΓ©n dice que ganarΓ­as?
━ π‹π—π—πˆπ—: Planes y alianzas
━ 𝐋𝐗𝐗𝐗: No quiero perderle
━ π‹π—π—π—πˆ: Corazones enjaulados
━ π‹π—π—π—πˆπˆ: Te quiero
━ π‹π—π—π—πˆπˆπˆ: La boda secreta
━ π‹π—π—π—πˆπ•: Sangre de mi sangre y huesos de mis huesos
━ 𝐋𝐗𝐗𝐗𝐕: Brisingamen
━ π‹π—π—π—π•πˆ: Un sabio me dijo una vez
━ π‹π—π—π—π•πˆπˆ: Amargas despedidas
━ π‹π—π—π—π•πˆπˆπˆ: Te protegerΓ‘
━ π‹π—π—π—πˆπ—: El canto de las valquirias
━ 𝐗𝐂: Estoy bien
━ π—π‚πˆ: Una decisiΓ³n arriesgada
━ π—π‚πˆπˆ: TΓΊ harΓ­as lo mismo
━ π—π‚πˆπˆπˆ: Mensajes ocultos
━ π—π‚πˆπ•: Los nΓΊmeros no ganan batallas
━ 𝐗𝐂𝐕: Una ΓΊltima noche
━ π—π‚π•πˆ: No quiero matarte
━ π—π‚π•πˆπˆ: Sangre, sudor y lΓ‘grimas
━ π—π‚π•πˆπˆπˆ: Es mi destino
━ π—π‚πˆπ—: El fin de un reinado
━ 𝐂: HabrΓ­a muerto a su lado
━ π‚πˆ: El adiΓ³s
━ 𝐄𝐩𝐒́π₯𝐨𝐠𝐨
β€– π€ππ„π—πŽ: πˆππ…πŽπ‘πŒπ€π‚πˆπŽΜπ 𝐘 π†π‹πŽπ’π€π‘πˆπŽ
β€– π€π†π‘π€πƒπ„π‚πˆπŒπˆπ„ππ“πŽπ’
β€– πŽπ“π‘π€π’ π‡πˆπ’π“πŽπ‘πˆπ€π’
β€– π’π„π†π”ππƒπŽ π‹πˆππ‘πŽ

━ π‹πˆ: Una red de mentiras y engaΓ±os

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By Lucy_BF

──── CAPÍTULO LI──

UNA RED DE MENTIRAS
Y ENGAÑOS

────────ᘛ•ᘚ────────

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

◦✧ ✹ ✧◦

        AQUELLA MAÑANA VARIOS BARCOS habían atracado en el muelle de Kattegat, numerosos drakkars y algún que otro snekke con el emblema del rey Harald Cabello Hermoso estampado en sus velas, cuyos vivos colores destacaban contra el azul del cielo y el gris del mar. El gobernante de Vestfold había arribado a la capital con la firme convicción de encontrar el trono convenientemente vacío o, en su defecto, custodiado por el que se había convertido en su fiel siervo: Egil El Bastardo. Aquel al que había encargado comandar una brutal ofensiva contra las mermadas huestes de Lagertha para derrocarla y así hacerse con el control del territorio, estando de este modo un paso más cerca de hacer realidad uno de sus mayores sueños: convertirse en el soberano de toda Noruega.

Pero las cosas no habían salido como él esperaba, ni mucho menos. Lo había descubierto de la peor forma posible, nada más poner un pie en el Gran Salón, cuando sus ojos conectaron con los de la afamada skjaldmö, quien ya había sido avisada de su llegada y lo aguardaba con una mueca indescifrable contrayendo sus facciones.

Lagertha no había titubeado a la hora de acusarle de conspiración, haciendo especial hincapié en que Egil se lo había contado todo antes de ser ejecutado públicamente, señalándolo a él como el único cabecilla y dirigente de aquel asalto que había segado tantas vidas inocentes.

Para su sorpresa, Harald admitió su culpa, enfrentándose a su —por aquel entonces— incierto destino sin mostrar ni un solo ápice de temor o arrepentimiento. Y aunque a la rubia le hubiese encantado teñir el suelo con su sangre, había preferido convertirlo en su prisionero y encerrarlo en las barracas para así poder sopesar más detenidamente qué hacer con él. No había olvidado que era un monarca muy poderoso e influyente, y que su condición de rehén podría serle de utilidad de cara al futuro. Y más teniendo en cuenta la situación tan delicada en la que se encontraba desde que los hijos de Aslaug se habían propuesto acabar con ella.

Kaia, por el contrario, no confiaba en él. Conocía a Harald lo suficiente como para saber que era un hombre pérfido y traicionero, además de ambicioso. Y su deseo de convertirse en rey de toda Noruega —sometiendo al resto de líderes y caudillos— solo lo hacía más peligroso. Porque era evidente que no se detendría hasta conseguirlo.

Nunca le había gustado. Jamás lo había considerado un amigo o aliado. Tampoco a su hermano Halfdan, quien parecía compartir sus mismos métodos y no lo dudaba a la hora de ayudarlo en todo cuanto necesitase. De hecho, le había extrañado no verlos juntos, puesto que siempre habían sido inseparables. Por lo visto, el menor de los Gudrødsson había partido con Björn hacia el mar Mediterráneo, deseoso de saber más de aquellas exóticas tierras.

No. Harald no era trigo limpio.

Y Kaia lo sabía.

Oculta tras una oscura capa, La Imbatible se dirigió con paso firme y decidido al lugar donde se recluían a los prisioneros. Los guardias que custodiaban la puerta de doble hoja la reconocieron a pesar de ir encapuchada, de manera que la dejaron entrar.

Harald estaba recostado sobre la pared, con la ropa sucia y la melena enmarañada. Kaia alcanzó a vislumbrar un brillo sudoroso en su piel, que lucía extremadamente pálida. Tenía la cara hinchada y amoratada —cortesía de Lagertha— y la camisa rasgada. Y aquel insufrible hedor...

La mujer tuvo que hacer un grandísimo esfuerzo para contener las arcadas que le estaban subiendo por la garganta. Tragó saliva y dio un paso al frente, quedando expuesta ante la tenue luz del ocaso que se colaba por la única ventana con la que contaba aquel lúgubre sitio.

Escrutó con detenimiento las inmediaciones del habitáculo: un cubo para aliviarse, otro lleno de agua y un montón de heno mohoso que hacía la función de camastro. Eso era todo cuanto le concedían al gobernante de Vestfold.

Su presencia acaparó la atención de Harald, que clavó la vista en ella. Este entornó ligeramente los ojos, queriendo ver el rostro que se escondía tras la capucha. Cuando Kaia se la quitó, dejando al descubierto su fisonomía, le fue imposible no hilvanar una sonrisa lobuna.

—Vaya, esto sí que no lo esperaba... Kaia La Imbatible —canturreó el hombre, haciendo tintinear las gruesas cadenas que apresaban sus muñecas. El metal ya empezaba a dañar la carne sensible de sus articulaciones, generándole alguna que otra herida a causa del roce—. ¿A qué debo este gran honor? —ironizó.

La susodicha esbozó una mueca.

—Siempre supe que eras osado, pero no que fueras un necio —habló mientras se acercaba a una de las pilastras que sostenían el techo. Se apoyó en ella y cruzó los brazos sobre su pecho. La capa y el vestido que llevaba puestos disimulaban la leve hinchazón de su vientre—. ¿Tan seguro estabas de que Egil habría salido victorioso del ataque? ¿De verdad creías que estaría calentando el trono para ti?

Harald se encogió de hombros. A pesar de encontrarse en un estado tan deplorable, rodeado de su propia inmundicia, seguía teniendo ese porte regio e imponente que tanto le caracterizaba. Por no hacer mención de su peculiar sentido del humor.

—Bueno, ya sabes lo que dicen... Si un necio persiste en su necedad, se puede hacer sabio. —Flexionó las piernas y apoyó los codos en sus rodillas. Su cuerpo, que contaba con varios hematomas y magulladuras, se resintió debido al esfuerzo, pero él se mantuvo impasible—. Aunque debo reconocer que os he subestimado —dijo, señalándola con un suave cabeceo.

—Ese es vuestro principal problema. —Kaia dejó escapar una risita desdeñosa—. Los hombres nos menospreciáis por el simple hecho de considerarnos el sexo débil. Por creernos inferiores a vosotros... Cuando no es así —apostilló con una cadencia lenta, casi como un ronroneo—. Tú mismo lo has comprobado hoy, ¿verdad? Lo peligrosas que podemos llegar a ser las mujeres que poseemos cicatrices de guerra. —Ladeó la cabeza con fingida dulzura—. Pobre iluso.

El soberano carcajeó, aunque su risa no tardó en convertirse en una profusa tos. Se dobló sobre sí mismo e intentó alcanzar el balde de agua. Estiró un brazo para hacerse con el cucharón de madera, pero Kaia fue más rápida: cogió el cubo y se lo llevó consigo, negándole la posibilidad de saciar su sed.

Harald farfulló algo ininteligible.

—Te recordaba más amigable —articuló, recostándose nuevamente sobre la pared. Las cadenas de hierro volvieron a repiquetear contra el suelo terroso.

La castaña avanzó hacia el ventanuco. Los guardias continuaban en su puesto, vigilando, cuidando que ningún extraño entrara. Se abrazó a sí misma, hundiendo las uñas en las mangas de su vestido. Su perfil se recortaba contra la luz del sol mortecino.

—Nos has atacado. Has intentado matarnos —remarcó ella, girando sobre su cintura para poder encararlo—. Puede que no directamente, pero todo fue idea tuya. Tú maquinaste el asalto, tú reclutaste a Egil y a todas esas tropas para que nos cercaran como a animales y nos aniquilaran. —Le señaló acusatoriamente con el dedo índice—. Así que da gracias a que no te haya arrancado la piel a tiras.

El aludido rio entre dientes.

—No es algo personal, créeme. Siempre te he admirado como guerrera —manifestó en tanto se removía con cierta incomodidad en su sitio. Se le estaban empezando a entumecer los músculos de las piernas—. Y como mujer.

—¿Ah, sí? —Kaia arqueó una ceja con escepticismo.

Harald realizó un movimiento afirmativo con la cabeza. Tenía la boca y la garganta secas.

—Eres todo un enigma para mí, de hecho —prosiguió el hombre, a lo que La Imbatible se volteó por completo hacia él—. Hay algo que por más que le doy vueltas, no logro entender. —Se atusó la prominente barba con aire pensativo—. Siempre has vivido a la sombra de Lagertha. Las dos sois grandes escuderas, me atrevería a decir que las mejores de toda Escandinavia... Pero es ella la que está sentada en el trono —bisbiseó—. Mientras que tú te has conformado con ser su humilde vasalla.

Kaia inspiró por la nariz, consciente del juego que se traía entre manos. Una parte de ella se sintió ofendida porque pensara que podría manipularla tan fácilmente, que con un par de frases aduladoras y otros trucos sucios conseguiría sembrar la discordia entre ambas. Que tenía tan pocos principios como para dejarse engatusar por alguien como él.

Qué equivocado estaba.

—Nunca me ha interesado el trono de Kattegat —acotó ella con simpleza.

No mentía. Jamás lo había ambicionado. La carga que suponía llevar la corona podía llegar a ser muy pesada en algunas ocasiones. Lo había visto. Ragnar había sido una prueba fehaciente de ello, de lo mucho que el poder cambiaba a las personas, de cómo poco a poco las hundía en un pozo sin fondo. Consumiéndolas. Corrompiéndolas.

—Todos queremos poder —rebatió Harald—. Y quien diga lo contrario miente.

—Algunos más que otros, por lo que veo.

—Eso no te lo voy a negar. —El monarca hizo un mohín con la boca—. Pero todos, en mayor o en menor medida, codiciamos algo. Hasta incluso tú —indicó, muy seguro de sus palabras.

Kaia rio con desgana.

—Olvidas que no todos somos como tú.

—Conque no, ¿eh? —Harald estudió sus manos grandes y robustas, como si estas fueran lo más interesante que había visto jamás. Su interlocutora no pudo hacer otra cosa que poner los ojos en blanco—. ¿Y si fuera yo quien te lo ofreciera? ¿Y si te brindara el reconocimiento que mereces, la vida que deberías haber tenido desde un principio? —sugirió, restableciendo el contacto visual con ella—. Tendrías todo lo que una mujer pudiera soñar.

Kaia se aproximó a él, pero sin llegar a rebasar la distancia de seguridad que ella misma había establecido. Elevó un poco la falda de su largo vestido y se acuclilló, quedando cara a cara con el gobernante de Vestfold, que sonreía con malicia.

—¿Qué me estás proponiendo exactamente? —inquirió.

Harald arrugó la barbilla.

—Ser mi reina —solventó tras unos segundos más de fluctuación—. Aún eres joven y fuerte. Podrías darme herederos. —La examinó de arriba abajo, tanteándola. La Imbatible cruzó los brazos sobre sus rodillas para evitar que se fijara en su vientre. Lo último que necesitaba era que supiera de su embarazo—. Juntos constituiríamos un grandioso linaje.

Kaia inspiró por la nariz. Sus iris cenicientos se hallaban vacíos de cualquier tipo de emoción, al igual que su semblante, que parecía amortajado en piedra. «La calma letal», la había llamado una vez su hermana. Aunque de eso hacía ya mucho tiempo. Demasiado.

—Y supongo que a cambio querrás que te libere. Que te ayude a escapar —musitó en un tono inusualmente meloso.

El soberano le regaló una sonrisa lánguida y sensual. Si todavía no se había desposado con ninguna mujer era porque había mantenido la esperanza de conquistar el bravo corazón de la princesa Ellisif, quien se había negado a casarse con él hasta que se convirtiera en rey de toda Noruega. Había sido tan ingenuo al creerla, confiando en que algún día podría tomarla por esposa... Pero ahora las cosas habían cambiado, y no para bien precisamente. Ella le había mentido. Se había entregado a otro hombre, a un simple jarl danés. Y él... bueno. Él lo había matado, y después Halfdan se había deshecho de Ellisif.

Volvió a recorrer a Kaia con la mirada antes de decir:

—Un pequeño favor en comparación con todo lo que te ofrezco. —Encogió un hombro, como queriendo restarle importancia al asunto—. Domino varios territorios. Piensa en todo lo que harías con ese poder, lo lejos que llegarías —insistió, implacable—. Juntos haríamos tantas cosas... Seríamos invencibles.

Kaia exhibió su dentadura en una sonrisa carente de humor. Se aventuró a inclinarse más cerca de él, siempre con su mano dominante en la empuñadura de la daga que llevaba amarrada al cinto, aunque de sobra sabía que Harald no intentaría nada contra ella. De hacerlo, firmaría su propia sentencia de muerte, y estaba poniendo toda su dedicación y empeño en salir de allí de una pieza.

—Preferiría arrancarme el corazón antes que ser tu esposa —espetó. Se incorporó y volvió a salvaguardar una distancia prudencial con él, esquivando uno de los charcos de vómito que había en el suelo. No apartó la mano de la vaina de su cuchillo.

El hombre se pasó la lengua por los labios agrietados.

—¿A qué has venido, Kaia? —cuestionó, presa de la curiosidad. Había estado rumiando la respuesta a aquella pregunta desde que la había visto entrar por la puerta—. Ya he confesado, os he contado todo lo que queríais saber. ¿Por qué estás aquí entonces? —Ahora fue el turno de él de entrecerrar los ojos.

A la mencionada le resultó imposible no entrar en tensión. De pronto se sintió abatida, como si un peso invisible se hubiera asentado sobre sus hombros. Un músculo tembló en su mandíbula, y ella se arrepintió inmensamente de haber ido allí. De haberse dejado llevar por esa desazón que le oprimía el pecho, por esa incertidumbre que no la dejaba dormir. 

Ni vivir.

La interpelación de Harald había abierto una rendija en la puerta mental que hasta ese momento había tenido clausurada, y ahora estaba intentando cerrarla a toda costa.

Definitivamente no había sido una buena idea acudir allí.

—Algo me dice que es por tu hija —continuó hablando el monarca. Su tono había cambiado, tornándose algo más jactancioso y afilado. La Imbatible trató por todos los medios de que la agitación que aleteaba bajo sus costillas no se delatara en su expresión—. Drasil, ¿no? —La forma en que pronunció su nombre le dio ganas de estrangularlo—. Una jovencita muy interesante. Me recuerda mucho a ti, ¿sabes?

Kaia cerró las manos en dos puños apretados. No le importó que las uñas se le clavaran en la palma hasta el punto de hacerse daño. Ejerció toda la presión que pudo, ignorando la descarga de dolor que había comenzado a extenderse por su brazo.

Por supuesto que era por Drasil. Desde el instante en que supo que Harald había atracado en Kattegat, algo dentro de ella se había activado. La imperiosa necesidad de recabar toda la información posible sobre la estancia de su hija en tierras sajonas, hasta el más mínimo detalle. Necesitaba saber cómo estaba, cómo se estaba desenvolviendo en territorio enemigo... Necesitaba saber si estaba viva. Todo lo demás no le importaba.

—¿Ella y Eivør están bien? —consultó.

No le gustaba tener que recurrir a Harald, pero había llegado a un punto en el que ya no pensaba con claridad. La angustia había hecho presa de ella, atrapándola entre sus temibles garras.

Ni ella misma se reconocía. Lo único que sabía con absoluta certeza era que la vida de su primogénita pendía de un hilo, y que mientras esta estuviese en Inglaterra ella no iba a poder hacer nada para protegerla.

Las carcajadas del hombre la devolvieron a la realidad.

—Las situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas, ¿no es así? —se mofó él a la par que se frotaba la carne expuesta de las muñecas.

—Te he hecho una pregunta —bramó Kaia.

—¿Y por qué iba a responder? —la retó Harald—. No es que hayas sido muy amable conmigo, que digamos. —Chasqueó la lengua con desaprobación.

Algo centelleó en los ojos de la skjaldmö. Una sombra tan peligrosa y mortífera que el hombre no pudo evitar palidecer. Su nuez se desplazó en su cuello cuando tragó saliva, aunque no tardó en recuperar la compostura.

—Porque si no romperé todos y cada uno de tus miserables huesos. Uno a uno. —La voz de Kaia se había vuelto ronca, semejándose más a un gruñido animal—. Y créeme cuando te digo que disfrutaría enormemente.

Harald se tomó unos segundos para poder escudriñarla con atención. Las comisuras de sus labios temblaron, pero no llegaron a mostrar la sonrisa que pugnaba por formarse en su rostro. Sin embargo, en sus orbes azules apareció un brillo innegablemente divertido. Era evidente que estaba disfrutando con aquella situación.

—Tu hija luchó con gran valentía contra el ejército del príncipe Æthelwulf —declaró sin dejarse amedrentar—. Lástima que no sobreviviera a la contienda... Por lo que tengo entendido, un sajón se ensañó con ella. No pasó de esa noche. —Las fuerzas de La Imbatible flaquearon. El corazón le latía tan desenfrenadamente que apenas podía respirar—. Ahora mismo estará bebiendo con los dioses.

Una súbita sed de sangre cegó a Kaia, que de repente era incapaz de recordar su propio nombre. En un par de zancadas tuvo a Harald estampado contra la pared. Agarró su cabeza con brío, enterrándole las uñas allá donde podía, mientras que con su antebrazo contrario presionaba su yugular. El gobernante de Vestfold comenzó a boquear como un pez.

—Mientes —siseó ella.

Harald jadeó. Tenía el semblante congestionado.

—Es posible... Pero también puede que sea verdad. —Un nuevo ataque de tos lo hizo enmudecer—. Tendrás que esperar al regreso del Gran Ejército para averiguarlo —añadió, triunfante.

La mujer tuvo que hacer un grandísimo esfuerzo para no matarlo allí mismo. Tuvo que recurrir a todo su autocontrol para no bañarse en su sangre, para no hacerle sufrir lo indecible antes de que exhalase su último aliento.

Lo soltó, no sin antes propinarle un fuerte puñetazo en la mandíbula. El cuello del hombre rotó involuntariamente hacia el lado contrario al golpe y un sabor metálico inundó su boca. Harald escupió al suelo y miró de nuevo a Kaia, desafiándola. Alentándola a que perdiese el control.

Pero ella decidió no caer más en sus provocaciones.

Sus falanges no paraban de tamborilear sobre la superficie de la mesa en torno a la que estaba sentada. La otra mano la tenía cerrada en un puño tembloroso, muy cerca del corazón, que latía desbocado bajo sus costillas. Contempló el fuego danzar entre los troncos que ardían en la chimenea, aunque ni siquiera el hipnótico baile de las llamas conseguía reconfortarla.

Su conversación con Harald la había trastocado sobremanera, hasta el punto de no haber podido dejar de pensar en ella. Las palabras del soberano se habían quedado grabadas en su mente. Las había desmigajado una a una, forzándose a mantener fresco en su memoria hasta el más mínimo detalle, y había llegado a la conclusión de que sería una estúpida si le creyera.

Harald estaba furioso y resentido. Habría dicho lo que fuera con tal de hacerla daño, y ella se lo había puesto en bandeja de plata al preguntar por Drasil. Había sido un error visitarle, un error garrafal. Ya no solo porque no había sacado nada en claro de todo lo que habían hablado, sino porque inconscientemente le había dado poder sobre ella.

El hombre no lo había dudado a la hora de herirla con un tema tan espinoso y delicado como lo era su hija, a quien hacía meses que no veía, de ahí que no quisiera darles valor a sus palabras. Porque en su boca no podían ser más que falacias.

Era lo suficientemente intuitiva y perspicaz como para saber cuándo alguien le mentía. Siempre había tenido un sexto sentido para ello. Sabía leer a las personas, interpretarlas, y todo apuntaba a que Harald no había sido del todo sincero con ella. No le sorprendía tampoco, dado que el gobernante de Vestfold nunca jugaba limpio.

Pero aun así no podía evitar estar inquieta.

Debía reconocer que era inteligente. Su intención no había sido herirla diciéndole que Drasil había perecido en batalla, ya que para ella no tenía ningún tipo de credibilidad —y menos en aquellos momentos, después de haber sido ridiculizado y dejado en evidencia—, sino implantar la duda. Hacer que pensase en la posibilidad de que su pequeña no hubiese sobrevivido a tamaña empresa. Generar en ella la incertidumbre que había estado experimentando desde que Hilda le había contado lo que había visto en su última visión.

Se masajeó las sienes con acritud. Se había dejado llevar por la desesperación, y eso era algo que no podía volver a ocurrir. Esperaría a que el Gran Ejército regresase, lo que sería más pronto que tarde ahora que habían logrado vengar la muerte de Ragnar y hacerse con el control de varios territorios sajones —según les había dicho Harald—, y entonces comprobaría que todos sus temores habían sido infundados.

En ese momento alguien llamó a la puerta.

Tomó una gran bocanada de aire, sabiendo quién se hallaba al otro lado del umbral, y se puso en pie. Cogió un mantón de lana y se lo puso sobre los hombros, para finalmente dirigirse a la entrada. Abrió la puerta, topándose con la figura de Trygve, que le dedicó una radiante sonrisa. La noche ya se había abierto paso en el exterior, inundándolo todo de oscuridad.

—Hola —saludó él.

—Pasa. —Kaia se hizo a un lado, permitiéndole la entrada.

El pescador obedeció, ingresando en la vivienda. Se quitó la pesada capa y la dejó sobre la mesa. La Imbatible cerró la puerta y se tomó unos segundos para poder resguardarse tras su mejor máscara de impasibilidad. Se obligó a acompasar el acelerado ritmo de sus latidos y a regular su agitada respiración. 

Debía mantenerse serena. No podía perder el control.

El aire se le quedó atascado en los pulmones cuando Trygve se aproximó a ella por la espalda y deslizó los brazos por su cintura, apegándola a él. El pánico empezó a burbujear en su interior a medida que sus gruesas manos se iban acercando más y más a su vientre. Por suerte para ella, estas se detuvieron en sus caderas.

—Te he echado de menos —le susurró el hombre al oído con voz seductora—. No me gusta estar tanto tiempo sin verte. Sin sentirte... —Le apartó el pelo del cuello para poder besarlo.

Kaia se puso tensa. Se zafó de su agarre y se apartó de él, repeliendo su simple contacto. Él la miró con confusión, pero no intentó acortar nuevamente la distancia que los separaba.

—Siéntate —ordenó la escudera.

El ceño de Trygve se frunció.

—¿Sucede algo? —quiso saber en tanto tomaba asiento. Llevaba días sin verla, semanas incluso. Él había estado muy atareado con su trabajo, y ella con el suyo, de modo que no entendía a qué se debía esa repentina frialdad.

Kaia alisó la falda de su vestido y se acomodó frente a él. Apoyó los codos en la mesa y entrelazó las manos, todo ello sin romper el contacto visual con su amante, que la observaba de hito en hito. Guardó silencio durante unos segundos que a él se le hicieron eternos, sondeándolo, escudriñándolo.

—¿Qué ocurre? —volvió a preguntar el pescador.

—Cállate —ladró La Imbatible.

El rostro de Trygve se ensombreció. Las arrugas de su frente se pronunciaron y su boca se torció en una mueca de disgusto. Pese a todo, siguió mirándola a los ojos, a ese par de cuentas vacías e inexpresivas.

—¿Vas a explicarme qué diantres pasa?

Kaia respiró hondo. No existían palabras para expresar el caos de sensaciones contradictorias que en ese momento se agitaba en su interior.

Una tensión inquietante flotaba en el ambiente, tan palpable que podía cortarse con un cuchillo. El silencio pesaba entre ellos, pero la mujer prefería escuchar aquel ambiente aplastante mientras ponía sus pensamientos en orden.

No quería dar ningún paso en falso.

No podía permitírselo.

—Tú y yo tenemos mucho de qué hablar.

▬▬▬▬⊱≼≽⊰▬▬▬▬

N. de la A.:

¡Hola, corazones!

¿Qué tal estáis? ¿Cómo lleváis la cuarentena? Espero que todos os encontréis bien, al igual que vuestros seres queridos. Yo he estado a punto de no actualizar, para qué os voy a mentir x'D Están siendo unos días bastante durillos, y bueno... No ando muy bien de ánimos. Pero sé que Wattpad os está ayudando a muchos a hacer más llevadero el encierro, así que aquí me tenéis, aportando mi granito de arena.

Lo pasé mal escribiendo este capítulo. Me costó muchísimo y me llevó por el camino de la amargura (qué extraño, ¿verdad? xD), pero al final he quedado satisfecha con el resultado. Me ha encantado redactar la primera escena. Tenía muchísimas ganas de meter algo de salseo entre Harald y Kaia. No he podido resistirme, jajaja. ¿Qué os ha parecido su conversación? Porque Harald ha jugado muy sucio, como de costumbre u.u

Mi bebita Kaia lo está pasando fatal últimamente, y yo me odio por hacerla sufrir tanto. Pero ya sabéis que amo el drama, jeje. Aparte de que esto le va a ayudar a evolucionar como personaje. ¿No os parece súper tierna la forma en que se preocupa por su pequeña Drasil? Porque a mí se me cae la baba con esta mujer y su fuerte instinto maternal. Es superior a mis fuerzas.

¿Y qué me decís de la última escena? (͡° ͜ʖ ͡°) ¿Cuáles son vuestras predicciones para los siguientes capítulos? ¿Tenéis alguna teoría? Porque he sido tan perra de cortar el cap. en la mejor parte x'D

Pequeña pista: se va a liar parda.

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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