Lovelace [✔️]

By Purmuky

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Lovelace es mucho más que la youtuber con nombre peculiar que ha revolucionado Internet; ella es la chica que... More

✨NOTA: WATTPAD ORIGINALS✨
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
Capítulo extra 1
Capítulo extra 2

Capítulo 2

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By Purmuky

Creo que la mayoría de la gente no es consciente del daño que pueden llegar a hacer sus palabras.

Déjame hacerte unas preguntas.

Antes de publicar un mensaje ofensivo hacia alguien en una red social:

¿Te pones en el lugar de la otra persona?

¿Respiras hondo y piensas cuál es el objetivo del mensaje?

¿Te planteas si lo que vas a escribir se lo dirías a alguien a la cara?

Aún más, ¿eres consciente de que hay una persona al otro lado de la pantalla?

Aquí es donde reside el problema; la pantalla da una falsa valentía porque nos sentimos protegidos, y entonces no nos medimos a la hora de hacer daño.

Yo sabía que a la cara no me dirían todas esas cosas, de hecho, estaba segura de que aquellos que tanto me criticaban serían los primeros en pedirme una foto si tuviesen la oportunidad.

Pero ahí estaban los cientos de comentarios ofensivos de personas que ni siquiera me conocían. Aunque dejan de ser tan terribles cuando entiendes que ese tipo de opiniones no valen nada; cualquier crítica pierde su valor cuando en lugar de ser constructiva, es destructiva.

—«Sabes que solo te ven por tu cuerpo, ¿no?», «¿Quién iba imaginarse que la gente podría ganarse la vida haciendo estas estupideces?», «Deja de hacer cosas de niñas de cinco años, ya estás grande para gritar así»... —golpeé el escritorio con el puño y di un par de vueltas en la silla—. ¿Qué se creen todos estos... ¡Agh! —golpeé el escritorio por segunda vez y me apreté el puente de la nariz, solía hacerlo cada vez que leía los comentarios de mis vídeos—. Qué solo me ven por mi cuerpo, pero ¿qué dices? ¿Cuándo he enseñado yo mi cuerpo en los vídeos? Es que no puedo con esto —alejé la silla con brusquedad, empujando el escritorio para tomar el impulso suficiente como para que las ruedas hicieran su trabajo, y di un par de vueltas más. Me molestaba. Me había esforzado en crear una personalidad alegre del mismo modo que me esforzaba a la hora de grabar y crear contenido nuevo en lugar de hacer cualquier challenge que estuviera de moda. Intentaba ser original, y ¿para qué?

Salí del estudio dando un portazo y bajé corriendo las escaleras sin dejar de maldecir. Ese tipo de gente sacaba lo peor de mí y, si los hubiese tenido delante, les habría dejado las cosas muy claras. Pero no era así, estaban tras la dichosa pantalla.

—Bien, Love, no son más que personas aburridas y envidiosas que no saben qué hacer con su puta existencia —me dije mientras abría uno de los muebles de la cocina y sacaba un paquete de galletas; solía comer cuando me estresaba, pero, gracias a todos los saltos que daba en los vídeos, era capaz de mantener la línea—. No les hagas caso, su opinión no vale una mierda —me animé saliendo de la cocina de nuevo, escaleras arriba, y con las galletas en la mano—. Esa gente no sabe nada, hablan sin fundamento, hay que pasar de ellos y... Pareces una loca hablando sola —le dije al espejo de mi habitación. Suspiré con la vista fija en la imagen que este me brindaba. Tenía el pelo hecho un desastre en ese descuidado moño, e iba peor vestida que un indigente. En la tarde de ese mismo día tenía una sesión de fotos y debía lucir presentable, así que aproveché la necesidad para darme un relajante baño que alejase de mi mente a todos los haters.

* * *

Le había dado muchas vueltas a la ropa que usaría para la sesión de fotos; no quería enseñar demasiado, pero ya que las iba a subir a Patreon, debía dar un poco de lo que el público buscaba. Así es como funciona esto, la ley de la oferta y demanda, si tu producto no interesa, lo siento, pero no obtendrás beneficios, así que debes atenerte a lo que demanda el público. Aunque esto no significa que no debas tener unos límites infranqueables, de hecho, créeme que son necesarios.

Finalmente opté por la clásica lencería de encaje negro que nunca pasará de moda, podría decirse que es la vieja confiable. Ropa escasa, mucho maquillaje que resaltase mis claros ojos, y el cabello cayendo en hondas sobre mí espalda. Perfecta.

Me puse un vestido largo para salir a la calle y tomé un taxi, no me gustaba andar así en público, era demasiado reconocible. Puede que no lo parezca, pero mis desastrosos moños y la ausencia de maquillaje me ayudaban a pasar desapercibida; aunque había habido alguna que otra excepción.

Ya estaba acostumbrada a este tipo de sesiones, no era la primera, pero el hecho de trabajar con un fotógrafo nuevo me ponía un tanto nerviosa. Estaba acostumbrada a trabajar con mujeres y en ese momento tan solo podía rezar porque fuese gay. Había visto su página y lo cierto es que tenía unos trabajos muy buenos, parecía muy profesional, pero no podía evitar los nervios.

Nos habíamos citado en su estudio, que la verdad era mucho más grande de lo que esperaba. Cuando me recibió me di cuenta de que estaba muy lejos de ser gay, pero parecía una persona amable. Desgraciadamente, a veces las apariencias engañan.

Habíamos acordado previamente el tipo de fotografía, semidesnudo. Lo habíamos dejado todo claro para evitar problemas, yo hacía las cosas así, me esforzaba en ser profesional.

—Apaga el teléfono para evitar interrupciones —dijo sin prestarme demasiada atención, en tanto que se ocupaba estirando la sabana de la cama decorativa.

Sin pensar, apagué el teléfono. De haberlo pensado, no lo habría hecho, pero estaba tan nerviosa, que tan solo obedecí.

Me saqué el vestido cuando él dijo y lo dejé sobre una silla. Estaba inquieta, pero me esforzaba en no titubear, la seguridad es importante para poder vivir de esto.

Se acercó a mi espalda y tomó todo mi cabello para echarlo sobre uno de mis hombros, no se esforzó en disimular el contacto con mi piel, y aquello me puso los vellos de punta.

Colocó las luces frente a mí y se acercó para tomar una foto de mi rostro, ese no era el objetivo, pero lo dejé pasar como si nada. Se alejó para tomarme un par de fotografías de cuerpo completo y, después, me pidió que me recostase en la cama. Me acomodé y posé, hasta que se acercó nuevamente y me tomó del mentón, obligándome a mirar a otro lado. No fue hasta que me tomó del tobillo y tiró de mí, que me incomodé. Era un contacto innecesario y para nada consentido.

—Creo que deberíamos hacer un par de desnudo —dijo levantándome el brazo sobre la cabeza para ayudarme con una postura más natural.

—No hago desnudos —corté. Ese era mi límite infranqueable.

—Pues podrías sacarles un mayor beneficio, y te haría descuento por la sesión.

En ese momento debería haber cogido mis cosas y salido corriendo de allí.

—He dicho que no —reiteré. Tenía muy claro que no iba a ceder.

—¿Qué más da? Igual para lo que dejas a la imaginación... —bufó. Su descaro y falta de profesionalidad terminaron de espantarme.

—Creo que ya es suficiente —sentencié levantándome de la cama. Ir había sido un error, y quedarme había sido aún peor. Me acerqué a la silla para tomar mi vestido y, cuando estaba pasándomelo por la cabeza, sentí las manos del fotógrafo sobre mi cadera.

—No te vayas así, terminemos la sesión y te muestro las fotos —demandó.

Me aparté espantada y me bajé el vestido.

—No, basta. Borra las fotos y quédate el dinero, pero olvídame, ¿vale?

Llegados a este punto, ya estaba desesperada por salir de ahí.

—Estrecha —farfulló.

Me acompañó hasta la puerta e incluso me la abrió de mala gana. Ya está, había terminado mi mala experiencia, solo tenía que cruzar el umbral de la puerta y no volvería a ver a ese hombre nunca más. Todo quedaría como una anécdota.

Pero volvió a abrir la boca.

—No voy a borrar las fotos, son mi trabajo —espetó.

Entré en pánico. Sí, porque un extraño tenía fotos mías comprometidas que yo ni siquiera había podido ver. No podía usar mi imagen para promocionarse sin mi permiso, no podía hacer circular mis fotos; pero iba a hacerlo.

Ahora me divierte pensar en aquello, pero en ese momento fue horrible.

No lo pensé, de haberlo pensado, seguramente no me habría atrevido a hacerlo. Le quité la cámara al fotógrafo de las manos y salí corriendo sin mirar atrás. Le escuchaba gritar, dijo varias veces «¡Vuelve aquí, zorra hija de puta!»; ningún insulto original. Seguí corriendo hasta una calle repleta de gente, y entonces sentí terror, porque iba demasiado reconocible y, si me paraban, aquel tipo me alcanzaría.

Afortunadamente, nadie me reconoció, y si alguien lo hizo, no le dio tiempo a pararme. Entré por una callejuela y, a mitad de esta, me detuve para respirar. Había perdido al fotógrafo de vista. Dejé la cámara en el suelo y me hice un moño apurado. Tras tomar la cámara, continué mi camino a paso rápido hasta llegar a una parada de taxis.

Pasé todo el trayecto pensando en lo que había ocurrido, podría haber acabado muy mal. Al llegar a mi urbanización, pagué al taxista con una pequeña propina, agradecida por su silencio.

Estaba cansada, quería tirarme en la cama y no saber nada más de nadie.

Busqué las llaves por mi bolso, pero entre los nervios y la cámara que sostenía con la otra mano, no las encontré. Golpeé la puerta con mi mano libre repetidas veces, consciente de que no había nadie al otro lado, y apoyé la espalda contra esta.

—¡Joder! —chillé. Mi paciencia era escasa y en ese rato había perdido la paciencia de todo un mes. Podrían haber pasado muchas cosas, podría haber acabado muy mal. Ni siquiera había podido asimilar lo ocurrido—. ¿He robado una cámara? —musité con incredulidad. Entonces empecé a pensar en las consecuencias que podía tener aquello. Que me podría denunciar y acabaría en muchos líos, pero ¿qué podía hacer? Iba a difundir mis fotos, yo era la víctima.

Grité y maldije sin ningún tipo de censura. Tomé la cámara con ambas manos y la estrellé con fuerza contra el suelo. No fue lo más adecuado, aquello no solucionaba nada; pero me sentó bien.

Pateé la cámara un par de veces, hasta que el sonido de una puerta me trajo de vuelta a la realidad. Vivía en una comunidad, tenía vecinos, y uno de ellos acababa de salir al rellano.

—¿Qué diablos está pasando?

He de admitir que, al volverme para mirarle, me sorprendí bastante. Era un chico joven, debía tener más o menos mi edad. No nos vamos a engañar, me pareció guapo, no era nada del otro mundo, pero estaba bastante bien. Tenía el cabello castaño oscuro y los ojos verdes. Sus labios eran muy carnosos, sus pestañas demasiado largas y su nariz chata; para rematar, estaba sonrojado.

La primera impresión había sido buena, me había entrado bien por la vista; aunque me sonaba haberle divisado antes. No lograba recordar dónde, pero estaba segura de que no era la primera vez que le veía.

—Huh, la youtuber —dijo con repulsión. Aquello me molestó y todo el asombro que me había embargado unos segundos antes desapareció al momento.

—¿Tienes algún problema? —pregunté a voces. Estaba al borde de un ataque. Él había ido a joder a quien no debía.

Alzó las cejas con sorpresa y, tras sonreír, negó.

—¿Estás bien? —se apoyó de brazos cruzados contra el marco de su puerta y me miró con descaro.

Con aquella pregunta entró en mi vida. Si tan solo se hubiera dado la vuelta y me hubiese ignorado, no habría pasado nada. Pero no fue así.

—Sí, solo es que no encuentro mis llaves —respondí. El temblor de mi voz me delataba, y los pedazos de cámara esparcidos por el suelo, también.

—Vaya, ¿por eso la has roto? —miró la cámara y rio de forma muy sutil.

—Es una larga historia —me apreté el puente de la nariz y volví la vista hacia la cámara. La verdad es que me había pasado un poco.

—¿Quieres entrar a tomar una infusión mientras aparecen tus llaves? —dijo sin parecer del todo convencido. Yo en cualquier otro momento me hubiese negado. Era reacia a entrar en casas ajenas, y mucho menos de desconocidos; pero, después de la mala experiencia, no quería quedarme sola.

—Me harías un gran favor —musité. Él sonrió y se apartó de la puerta. Me volví, tomé apresurada lo que quedaba compuesto de la cámara y entré en su casa.

No era más amplia que la mía, pero sí estaba mucho más ordenada.

—Soy Edgar —dijo tendiéndome la mano nada más entrar en la cocina.

—Love —respondí avergonzada mientras estrechaba su mano de forma cordial.

—Lo sé, escucho tus videos. Creo que deberías insonorizar el estudio —comentó con diversión en tanto que llenaba una tetera metálica con agua.

Bufé. Tenía razón, mi estudio no estaba insonorizado y sabía que a los vecinos les molestaba escuchar mis voces, era algo que tenía pendiente para hacer... algún día.

—¿Vives solo? —cuestioné pasados unos minutos. Observé absorta cómo servía el agua hirviendo en dos tazas y ponía un par de sobres de té dentro de cada una.

—Ajá... —respondió distraído mientras dejaba la taza frente a mis narices y tomaba asiento frente a mí en unas banquetas que guardaba bajo la encimera de la cocina—. ¿Me vas a contar la historia de la cámara?

Arrugué el ceño y suspiré.

—Tenía una sesión de fotos y el fotógrafo ha intentado propasarse —mascullé con los ojos en blanco. Por cómo Edgar se inclinó hacia delante y puso los codos sobre la mesa, supe que acababa de ganarme su interés. Me había tardado.

—Y tú le has robado la cámara —dedujo divertido, a lo cual asentí.

—He entrado en pánico, ¿vale? Iba a publicarlas sin mi consentimiento y sin habérmelas mostrado siquiera. ¿Qué podía hacer? —dije justificándome mientras hacía repiquetear la cucharilla en el interior de la taza con cierto nerviosismo.

—El mundo está lleno de gente miserable —suspiró. No dejaba de observarme y me hacía sentir extraña. Prestaba atención a mis movimientos y a los detalles, y aquello era algo a lo que no estaba acostumbrada.

—Tengo una duda —musité. Alzó la mirada hasta toparse con mis ojos y sonrió.

—Dispara.

—Me suena haberte visto antes, pero no sé dónde...

—Somos vecinos, hemos tenido que toparnos alguna vez —respondió divertido. Podía tener razón, pero yo no lo tenía tan claro, estaba segura de que le había visto en alguna parte fuera del edificio.

Era muy frustrante no recordarlo.

—Puede ser... Oye.

—¿Humn?

—No he podido ignorar tu cara de asco al verme —dije divertida y negando por lo absurda que era aquella situación.

—Te escucho gritar a todas horas, pero no es nada personal —dijo con una ligera risa—. No veo tus vídeos, si es eso lo que te preguntas. No soy ningún criticón porque, simplemente, no sé qué tipo de contenido haces, pero no deberías gritar tanto.

Me quería morir de la vergüenza. Aquello había sido un golpe bajo a mi ego. Más de cinco millones de suscriptores en mi canal, pero mi vecino no me conocía.

—Oh...

—O podrías insonorizar la habitación, créeme que es lo mejor.

—Lo haré —reí. Reí porque, en el fondo, sabía que no lo haría y que el pobre muchacho tendría que escuchar mis voces durante mucho tiempo.

Era incómodo estar en silencio, pero me centré en apreciar aquella tranquilidad mientras me bebía el té.

—¿Qué vas a hacer con la cámara? La verdad es que dudo mucho que se vaya a encender, la has reventado.

—No lo sé —me apreté el puente de la nariz pensativa.

—Puedes guardarla como recuerdo —propuso divertido. Me hizo gracia, aquel chico me empezaba a caer bien.

¿Podía tener un amigo? ¿Podía ser amiga de mi vecino?

—Es la prueba de un crimen...

—No vas a ir a la cárcel por robar una cámara. Además, tu motivo justifica la acción.

Una cámara destrozada como recuerdo de que no debía volver a hacer una sesión de fotos con un hombre sin haberme asegurado antes de que sea gay. No todos los fotógrafos son unos aprovechados, pero no quería volver a jugármela.

—¿Y cómo surgió eso de YouTube? —preguntó. Era una pregunta que me habían hecho cientos de veces; parecía ser lo único que le importaba a la gente.

—Subía vídeos tontos, supongo que tuve mucha suerte —me encogí de hombros y añadí—: Me arriesgué demasiado pronto, pero, afortunadamente, salió bien y no lo perdí todo.

—¿De qué manera te arriesgaste?

Estaba interesado, sí, pero no me entusiasmaba contarle mi vida a un extraño.

—Haces demasiadas preguntas, y se está haciendo tarde —dije poniendo fin a la conversación—. Muchas gracias por el té, y por una conversación tan agradable —añadí con una sonrisa mientras rebuscaba por mi bolso.

—Pero aún no tienes tus llaves, además puedo acompañarte a casa —dijo con una ligera risa mientras apoyaba el mentón sobre su puño.

Lo cierto es que me pareció una persona muy afable, había disfrutado de nuestra conversación y me había llevado algunas risas, pero eso era más que suficiente.

Hallé las llaves y las hice tintinear frente a él con una sonrisa triunfal. Bufó y se puso en pie.

—Te acompañaré a casa.

Tomé mi bolso junto a la cámara destrozada y seguí a Edgar hasta la puerta.

—Cuánta caballerosidad —comenté divertida cuando me cedió el paso.

—¿Acaso esperabas otra cosa?

Reí hasta que salí al pasillo y vi los pedazos de la cámara por el suelo.

Me acompañó hasta mi puerta y se apoyó en la pared mientras observaba cómo introducía la llave en la cerradura y la giraba.

Chasqueó la lengua cuando abrí la puerta, o al menos eso me pareció. Y entonces llegó el momento incómodo.

—Bueno...

—Bueno... —repitió haciéndome reír.

—Gracias por acompañarme —dije por decir y reí. Era muy incómodo.

—Ha sido un placer. Y a ver si nos topamos más por el rellano —comentó guiñando un ojo de forma... ¿seductora?—. En fin... buenas noches —dijo volviéndose y dándome la espalda.

—Buenas noches —repetí casi en un susurro. Hizo un gesto con la mano antes de entrar a su apartamento, sin volverse a mirar atrás.

Le imité. Entré en casa y cerré la puerta sin saber muy bien qué acababa de pasar

Llevé la cámara a mi estudio y, un rato después, salí con la escoba y el recogedor para barrer los fragmentos de la cámara que habían quedado en el rellano.

La gente podía pensar que yo era una persona vanidosa que se creía mejor que los demás, pero no era así, para nada lo era. Me había costado mucho llegar hasta donde estaba, y no podía olvidar lo que es no tener nada.

Barrí todo el rellano para asegurarme de que no quedaba ningún cristal dañino en el suelo, y volví a casa.

Esa noche se me encendió la bombilla. Podía aprovechar mi mala experiencia para advertir a los demás, así que decidí que haría un storytime, y quizá podía mencionar a mi recién conocido vecino.

Estaba segura de que le conocía, y me daba mucha rabia no poder acordarme. Después de eso, Edgar ocupó la mayoría de mis pensamientos, y ese día pasó a la historia de mi vida como «el día que robé una cámara».

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