Caricias Prohibidas

By juliettamv

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LIBRO I • DUOLOGÍA CARICIAS Leanne piensa que Edward es un bastardo que se cree superior a los demás y Edwa... More

CARICIAS PROHIBIDAS
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO FINAL
EPÍLOGO
Caricias Peligrosas

CAPÍTULO 4

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By juliettamv

SEÑOR HASTE
.
Edward

—¿Lo está disfrutando, señor Haste?

Recojo su pelo un puño y le dedico una mirada mientras observo como me la chupa con fiereza. No recuerdo su nombre, la conocí en una junta y me la tiré porque tenía necesidades que satisfacer, no soy un hombre que se queda con las ganas.

Tiro un poco de su pelo, en busca de satisfacer esa sensación, no sé cuántos días llevo sin sexo hasta ahora, ¿dos? Da igual, es demasiado y me sirve para bajar el estrés. Minutos más tarde, me corro en su boca y observo como absorbe hasta la última gota.

Me levanto de mi asiento y me arreglo los pantalones. Cojo mi teléfono que se encuentra sobre el escritorio y observo la hora, las nueve de la noche.

La rubia que me acaba de dar una mamada se aclara la garganta, haciendo que me vuelva hacia ella.

—¿Estás esperando por algo? —interrogo— ¿Un beso en la mejilla, quizá?

—¿No me la vas a meter? —interroga, tomando asiento sobre el escritorio y separando las piernas. Inmediatamente la saco de allí, tomándola del brazo, ¿pero esta inepta por quien me toma? Está sentándose sobre mi trabajo.

—En ningún momento dije que iba a metértela, era sólo una mamada para bajarme el estrés. Lárgate, ¿no ves que ya no requiero de tu presencia?

—Eres un imbécil.

Recoge su bolso con aires molestos y se retira con rapidez, dando un estruendoso portazo. Le resto importancia, no es que me importe mucho la verdad. Abandono mi oficina no sin antes cerrar la habitación bajo llave. Al abandonar el edificio llamado Società Haste, la empresa fundada por mi padre que mis hermanos y yo nos encargamos de llevar a la cima, me meto en la limusina. Todo esto es temporal, estamos a mano con Abraham y estoy llevando a la cima su empresa, pero cuando termine mi trabajo aquí me iré e inauguraré mis proyectos.

—Señor Haste, ¿a dónde nos dirigimos? —interroga.

—Donde el jet privado, me marcho a Nueva York.

Me dedica un asentimiento de cabeza y al ver que ya no hay dudas, me meto dentro del vehículo que arranca dentro de unos minutos. Cojo mi teléfono y le marco a Joseph, quien corresponde mi llamada al instante.

—Te toca encargarte de la empresa —suelto.

¿Te marchas a Nueva York?

—Solo será por un tiempo, tengo un poco de trabajo allí y mañana es la boda de David —explico.

Está bien, ten un buen viaje.

—Te veo luego —cuelgo la llamada.

Dejo el teléfono a un lado y me permito cerrar los ojos durante un rato mientras me encargo de recordar que es lo que tengo que hacer una vez llegue a Nueva York. Primero de todo, tengo que visitar a Richard Morrinson ya que le debo una después de tantos años.

Al cabo de dos horas de viaje, llegamos donde el jet privado y no me hace faltar llevarme alguna maleta porque sé que lo más probable es que no me quede por mucho tiempo y si me tuviera que quedar por más tiempo, ya tengo un pent-house allá con algunas de mis pertenencias.

Me meto dentro del jet privado y tomo asiento sobre el sofá. Al cabo de unos minutos, el jet despega y lo único a lo que puedo ver es la noche en Venecia que deslumbra la ciudad que tantos recuerdos me trae. Me pierdo del entremedio del viaje y luego de unas exhaustivas horas, llegamos a Nueva York, adentrándonos en la ciudad repleta de personas. La limusina que ordené que viniera por mí, me traslada hacia la residencia Morrinson.

Una vez me encuentro en la entrada de la vertiginosa mansión color blanco, doy tres golpecitos en la puerta. Tras un par de minutos, la puerta se abre y una empleada se hace a un lado para abrirme el paso cuando me reconoce.

—Señor Haste —aclara su garganta—. ¿Busca al señor Morrinson?

Asiento con la cabeza.

—Se encuentra en su oficina. ¿Le gustaría que lo acompañe?

—No.

La pierdo de vista ante sus estúpidos sonrojos y las miradas de niña inocente que me dedica. ¿Cuántos años cree que tiene? ¿Quince? Ridícula. Pienso mientras avanzo hacia el despacho y una vez frente a la entrada, toco la puerta.

—Adelante —su voz me invita a pasar.

Me adentro en la oficina y es en ese entonces que lo veo sentado sobre su asiento con la mirada puesta en un papel. Sin embargo, nota mi presencia al instante y se levanta de su asiento.

—Edward —masculla—. Cuánto tiempo, creí que te quedarías en Italia con tu familia.

—Cambié de parecer, tengo un par de negocios pendientes aquí que me gustaría cerrar.

Abre una botella de champán mientras empieza a servir el contenido en dos copas que coge de una de las gavetas.

—Buena elección —murmura.

Me extiende la copa que acepto y le doy un largo sorbo. Conocí a Richard desde hace años al igual que su esposa, Roselle, una mujer un tanto extraña y mojigata a mi parecer. Es callada, se deja controlar por su esposo y no hace más que bajar la mirada ante todos. Me gustan las mujeres que son duras de conseguir, que tienen carácter.

No hay mujer que alguna vez me haya rechazado porque todas me quieren en su cama.

—¿Como va todo? —interrogo.

—Bien —responde, reservadamente—. ¿Y tú? ¿Finalmente lograste casarte con alguna mujer?

—No.

Y tampoco me interesa, no soy un hombre de compromisos.

—Deberías hacerlo, tarde o temprano una mujer tendrá que darte un hijo que domine todo lo que tienes.

Soy consciente del retrógrado pensamiento que Richard tiene en cuanto a las mujeres, pero me importa una mierda. Mientras que a él le gustan las mujeres que se dejan dominar por cualquiera, a mí me gustan aquellas que no les gusta dejarse dominar ni bajar la cabeza ante nadie. Sé que algún día tendré que dejarle toda mi fortuna a alguien, pero eso no va a suceder porque no pienso tener hijos nunca con ninguna mujer.

—Supongo —digo, restándole importancia.

—¿Todo en orden con la empresa? —interroga.

—Sí —lo miro mientras dejo la copa sobre el escritorio—. ¿Y tu matrimonio?

—Bien, supongo —se vuelve hacia mí—. Roselle está en la biblioteca, no hemos conversado demasiado.

Que infierno tener un matrimonio así. Si fuera él, me pegaría un tiro en la sien. ¿Qué sentido tiene atarte a alguien de esa forma para no mantener una conversación o follar? Porque dudo que lo hagan.

—Siéntate —Richard señala el sofá negro—, tenemos muchas cosas de que conversar.

***

Las bodas no son de mi agrado generalmente, pero el día de hoy, me vi obligado a asistir ya que se trata de mi amigo David. El salón está repleto de invitados, la pareja ya está aquí sonriendo por doquier y todos los festejan con aplausos.

Me acerco a ellos sin rodeos, apartando con ciertos empujones a todos los que se me cruzan en el camino y avanzo hasta los recién casados que me sonríen. No puedo evitar cómo hay gente a la que le gusta casarse, ¿qué clase de ideas pasan por sus cabezas al pensar en esa mierda de atarte a alguien?

—Felicidades —suelto, quedándome estático en mi lugar, si creen que me voy a poner emocional y a tirarles abrazos y besos cómo un auténtico idiota, están muy equivocados.

—Gracias, imbécil —David se acerca a mí y me abraza—, un abrazo o un besito de felicidades tampoco venía mal, ¿lo sabías?

—No me vengas con esas idioteces —me separo de él y traslado su mirada hacia su esposa, ni siquiera recuerdo su jodido nombre. Creo que se llamaba Camila o algo así.

—Gracias Edward —agradece, dedicándome una sonrisa.

Le dedico un simple asentimiento de cabeza antes de alejarme de ellos ya que no tengo nada más que hacer allí. Me mezclo entre los invitados con la intención de irme a por un trago, sin embargo, me detengo al ver una despampanante y esbelta figura femenina envuelta en rojo carmesí acercarse a la pareja de recién casados.

Tiene las piernas largas y contorneadas. Está envuelta en un vestido carmesí largo que le cubre el cuerpo junto con ese culo y esas tetas de infarto. Ni siquiera puedo visualizar su rostro, solo puedo visualizar ese cuerpo que se carga junto con esa melena de pelo castaña que le llega hasta la cintura. Soy capaz de ver su rostro cuando se separa de la pareja; boca carnosa envuelta en rojo también, pómulos delgados junto con una estructura facial definida y unas pestañas largas de mucho volumen.

Se nota que pisa con fuerza, pues irradia seguridad en sí misma, se destaca entre todos los invitados con un simple vestido rojo que la hace ver inalcanzable a la vista de todos.

Tan solo puedo imaginarme prendiéndome de sus pechos y en una cama mientras me la follo sin piedad. Hace tiempo que no me encontraba con una mujer tan atractiva.

—¿Ya le echaste el ojo?

La voz de David resuena a mi derecha y me vuelvo hacia él.

—¿De qué hablas? —bufo.

—De Leanne, ya le echaste el ojo.

¿Leanne? ¿Así se llama? Da igual, yo solo quiero follármela.

»—Es una modelo italiana que es internacionalmente reconocida por su talento en las pasarelas, la conozco desde hace un muy buen tiempo. Si gustas, puedo presentártela, no es que tú seas un hombre que se quede con las ganas y te conozco muy bien cómo para darme cuenta de que te encantó.

—No estoy interesado —digo. Una mierda, si alguien va a dar el primer paso aquí, soy yo. Prefiero quedarme con las ganas de follármela antes de que este imbécil me la presente como un interés amoroso cuando solo la quiero en mi cama.

Ninguna mujer alguna vez me ha rechazado, y dudo que ella sea una excepción, no va a ser difícil echarle una sola mirada y tenerla a mis pies. Yo obtengo todo lo que quiera, nadie me deja con las ganas y lo consigo todo.

—¿Seguro? —interroga—. Estás perdiendo una oportunidad de vida, sería el complemento perfecto para alguien tan gruñón y amargado como tú.

—No digas estupideces, David —exclamo.

¿Complemento? ¿De qué carajos cree que estamos hablando, de un romance adolescente para pubertos? Yo no necesito ningún complemento, necesito una mujer de verdad para follar, no un jodido complemento.

—Cómo quieras —se cruza de brazos y me da una palmada en el hombro—, disfruta de la noche, gruñón.

Se aleja de mí y me mezclo entre los invitados una vez más. Sin embargo, mi mirada cae sobre la pelinegra que está a lo lejos, ¿qué carajos está haciendo esta loca aquí? Mierda, no puedo dejar que me vea. Me follaba a Noemí hace unos meses, pero la dejé y desde entonces no ha parado de buscarme con esa jodida intensidad de mierda que tiene. No me gustan las personas indecisas que no saben lo que quieren, quiero a una persona firme.

—Señor Haste —una voz proveniente de un hombre me hace alzar la mirada al instante porque lo reconozco; Alexander Vitali, el abogado.

—Señor Vitali —pronuncio mientras acepto su mano que me estrecha a modo de saludo—, no tenía idea de que usted era un conocido de parte de David.

—Mi hermana y yo lo conocemos desde hace mucho tiempo.

Le dedico un asentimiento de cabeza que me devuelve.

—Disfrute de la boda, señor Haste.

—Lo mismo digo.

Me alejo del señor Vitali y vuelvo a enfocar mi mirada sobre la pareja de recién casados. Aun me cuesta creer que este imbécil ya esté casado, sin embargo, las bodas no dejan de parecerme aburridas. ¿Qué clase de extraña profecía es esa de amarrarte a alguien? Suena muy aburrido.

Recorro la estancia en la cual se protagoniza la boda, al menos la pareja tiene buen gusto para elegir. Sin poder evitarlo, vuelvo a pensar en aquel nombre; Leanne. Su imagen está plasmada en mi mente y tengo ganas de saciar ese impulso de follármela. Me muevo por la estancia en busca de encontrar alguna mujer con la cual follar. De repente tengo ganas de saciar algunas necesidades, sin embargo, ninguna de las que veo me llama la atención.

De pronto, me detengo abruptamente al sentir una mano sobre mi abdomen. Bajo la mirada y observo a la mujer de labios envueltos en rojo carmesí que me quita las manos del pecho de inmediato. 

—¿No ves por dónde vas? —interrogo.

—¿Y tú? —suelta, envolviéndose en una voz grave pero seductora. Me doy cuenta al instante de que es italiana por el fuerte acento que timbra con su voz—. Fuiste tú quien chocó conmigo por si no lo recuerdas. ¿Que culpa tengo yo de que seas un despistado?

—Si dejas de actuar como una insolente y aceptas que ibas distraída le pondrías un fin a esto.

Volvemos a hacer contacto visual. En sus ojos se refleja la molestia que le ocasionan cada una de mis palabras. Su carácter de mierda empieza a salir a la luz.

Difícil de conseguir, ¿eh?

—Y tú eres un maleducado de mierda.—El que pretenda insultarme esporádicamente me hace reír de lo ridícula que se ve—. ¿Qué es tan gracioso, bas...

—Vaya, vaya. Así que, por fin se conocieron. —David aparece—. ¿Cómo va eso?

Ignoro al imbécil de David y observo a la despampanante figura envuelta en rojo. Fastidiosa y maleducada de mierda. Pienso, mientras me doy el lujo de observarla.

—Normal, perfecto. Este señor es un amor de persona.

Esta mujer está empezando a tocarme los huevos y no de la forma que quiero que lo haga.

—¿No se presentaron correctamente? —interroga—. Edward, ella es Leanne, ¿recuerdas que te hablé un poco de ella? Leanne, él es Edward.

—Un gusto —dice, estrechándome su mano que acepto, sintiendo la suave piel de su dorso contra mi mano.

Se aparta con brusquedad ante el contacto, se aclara la garganta y toma la palabra, dirigiéndose hacia David.

—Iré a ver a mi hermano —se excusa.

—¿Qué carajos le dijiste, imbécil? —suelta David apenas nos quedamos a solas—. La hiciste enojar.

Me encojo de hombros.

—Ella se chocó conmigo.

—Eres un idiota, Edward.

—Me da igual. —Mis ojos vuelven a caer en su figura que se mueve entre los invitados y vuelve a destacar entre cualquiera de esta sala—. Su hermano es Alexander Vitali, ¿no es así?

—Sí —afirma—. ¿Qué estás planeando ahora?

—¿Acaso dije algo? No es como si esa insolente de mierda me agradara.

—¿En serio? Yo creí otra cosa.

—No es mi tipo —pero me la quiero follar.

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