olvídate de mí

By miopiades

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1775. En el primer navío de la mañana que zarpó de Cádiz para el Callao vínose Alba Martínez del Monte Reche... More

Parte 1: Callao
Parte 2: Calle Judíos
Parte 3: Calle de Manita
Parte 4: Calle de Mercaderes
Parte 5: Puente de Piedra
Parte 6: Barrio de Cocharcas
Parte 7: Portada de Cocharcas
Parte 8: Alameda de los Descalzos
Parte 9: Solar de la Marquesa
Parte 10: Calle sin nombre
Parte 12: Abrazo
Parte 13: Barrio de Cocharcas II
Parte 14: Barrio de Monserrate II
Parte 15: Calle Judíos II
Parte 16: Calle del huevo
Parte 17: La Pulpería
Parte 18: Bajo el puente
Parte 19: Portada de Monserrate
Parte 20: Voló altísimo
Parte 21: Portada de Guadalupe
Parte 22: Portada de Barbones
Parte 23: Siempre Suya
Parte 24: Rosa blanca
Parte 25: Su morena
Parte 26: Barrio de Monserrate III
Parte 27: Miércoles SANTO
Parte 28: Confesión
Parte 29: Solar del Conde de la Granja
Parte 30: Solar de la Marquesa II
Parte 31: Las cuentas claras y el chocolate espeso
Parte 32: Amor
Parte 33: Calle de Mercaderes II
Parte 34: Portada de Barbones II
Parte 35: Santiago
Parte 36: Intimar
Parte 37: Hermandad
Parte 38: El Galpón
Parte 39: Solar de la Marquesa III
Parte 40: La Pulpería II
Parte 41: Don Carlitos I
Parte 42: ¿Depredador?
Parte 43: Don Carlitos II
Parte 44: Cuatro días
Parte 45: Tres días
Parte 46: Dos días
Parte 47: Final (Parte I)
Parte 48: Final (Parte II)
Nota a sumercé
Epílogo

Parte 11: Barrio de Monserrate

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By miopiades


Barrio de Monserrate, inicios de febrero de 1776


—¿Está muy segura que esta es la casa? —Alba preguntó a María confusa por lo que veía frente a ella. Un enorme solar de dos niveles, color verde con maderas tan brillosas que deslumbraban y una serie de columnas que aporticaban el ingreso de manera ostentosa.

—No, pero toquemos. —se acercó a la puerta, alzó el brazo con cuidado y en cuanto sus nudillos iban a rozar la madera oscura de la puerta, esta se abrió.

—Buenas noches. — saludó Marilia. La mujer de cabellos rizados y de acento extraño, propio de la ciudad del Cusco, retrocedió y abrió la gran puerta, dejándolas pasar. —Pensé que no vendrían.

—Su merced plantó la curiosidad en mi compañera. —encogió los hombros María. —Aquí estamos.

—Vuestra merced habla de abolir esclavitud e infundir la igualdad, pero vaya que vive bien. —mencionó Alba.

Sumercé comprenderá que aliados y seguidores tenemos muchos. Esto no se asemeja a mi modesta casa en Cusco. —respondió a la rubia y esta le sonrió. Le caía bien aquella mujer, sin pelos en la lengua.

Marilia las condujo hacia un gran salón en donde no más de sesenta personas yacían conversando entre sí. Alba se sorprendió al notar que la gran mayoría de ellos hablaba quechua, el idioma originario de los indios, con una fluidez increíble. Se le hacia extraño notar españoles que no fueran los ya expulsados jesuitas hablar dicha lengua.

No tardaron en tomar asiento en una gran mesa redonda que compartían con tres personas más, dos indios y una mulata. Al parecer, los dos primeros eran una pareja de esposos y la mulata, de su edad, una asidua asistente y compañera de Marilia. Minutos después, se subió a una especie de estrado, habilitado a unos metros más adelante, un hombre alto de cabellos por debajo de los hombros y de etnia indígena, su voz grave sacudió toda la sala.

—He venido a la ciudad de Lima a denunciar la explotación abusiva que sufren mis hermanos, sus hermanos, nuestros hermanos indígenas. Y no solo ellos, sino también aquellos mestizos, negros y toda casta nacida en este suelo—empezó el hombre tan crudo discurso—Estos reclamos han sido negados a escuchar por el oidor y por ende por el mismísimo virrey Amat, cuyos únicos ojos yacen bajo las faldas de la Perricholi.

El cúmulo de personas reunidas alzaban su voz de protesta y asentían mientras dicho individuo terminaba una oración. No era un hombre con discursos improvisados, había sido forjado bajo estudios, quizás de algún colegio de indios.

—Pero Señores y Señoras, no es complicado oír nuestro cambio de estructuras coloniales que dominan estas amadas tierras. ¿Qué pedimos? —preguntó el hombre y arengó a la gente.

—¡Abolición de esclavitud! —gritó una mujer de tez oscura que descansaba cerca de aquel estrado.

—¡No a los invasores! —vociferó un hombre levantándose de su silla desde el fondo del salón. Alba miraba con los ojos abiertos como la masa se levantaba mucho más ante aquello.

—Derogación de esos infames tributos, alcabalas, diezmos, catastros, estancos y quintos. ¿Por qué he de pagar todo ello por trabajar en mis propias fincas? —siguió aquel hombre del estrado. —Liberación de esclavos, indígenas y mestizos de los obrajes, mitas y la servidumbre.

—¡No hemos nacido para servir! —gritó Marilia, llena de energía.

—Pedimos que restituyan nuestros dominios a sus dueños originales, no más santuarios indígenas saqueados por su necesidad imperiosa de oro. —volvió el hombre al ataque. —Integremos todas nuestras regiones para liberarla de los invasores, necesitamos más gente que se sume a esto.

—¡Independencia de los pueblos! Conformemos una nación india-mestiza-criolla con armonía y respeto hacia nuestras creencias. — se levantó una mujer mestiza con vestimentas oscuras.

—¡Restitución del poder y respeto a las mujeres! — Alba no se esperaba que María se aunara a dicho clamor. Las mujeres presentes se levantaron y gritaron: "Libertad", se aunó la rubia más pequeña a dicho grito con el puño en alto.

—Esta tierra que ha sido usurpada por los Reyes de Castilla, vendedores de justicia con una fe a quien mas puja y a quien mas da, estropeando como a bestias a los naturales del reino, quitando la vida a todos los que no supieron robar, todo digno del mas severo reparo. Por eso y por los clamores que con generalidad han llegado al cielo, ordenamos y mandamos que ninguna de las personas presentes y las que liberaremos, pague ni obedezca en cosa alguna a los ministros europeos intrusos. —terminó el hombre mientras todos se levantaban aplaudiendo.

—¡Bravo, Don José! ¡Inca! —se escuchaba a un hombre que se acercaba a abrazar a dicho hombre.

Poco tardaron todos en empezar a cenar, una serie de alimentos de todos los tipos se servía sobre la mesa. Extraño fue para Alba ver a tal hombre llamado José acercar los platos cargados de comida hacia otras mesas. Estaba acostumbrada a que las mujeres de tez oscura se encargaran de aquello, pero este no era un ambiente constituido bajo educación española. Estas eran las costumbres de los indígenas, no importaba el género entre ellos, todos ayudaban desde un inicio en las labores, no servían un banquete, servían lo necesario para saciar tu hambre, daban gracias por cada bocado y no tenían nada que envidiar a la educación que los blancos recibían.

Que equivocada había vivido en su burbuja noble.


—Hemos revisado la lista de los lideres principales a derrocar, no tendremos piedad como ellos no la han tenido con nosotros. —habló la misma mujer mestiza de vestido oscuro.

—¿Qué le parece? —María se había acercado a Alba, arrastrando su silla.

—La he visto muy animada. — respondió la rubia.

—Nunca me había sentido tan identificada en mi vida.

—He de decirle que hasta el último de mis cabellos se ha removido con tal discurso. Todos merecemos ser libres.

—D. Mikel Lacunza, alcalde del crimen de la ciudad de Lima. —mencionó la mujer y Alba levantó la mirada prestando atención a lo que tenía que decir.

—Ese señor está en todos los líos. —soltó María.

—¿Qué habrá hecho para estar dentro de aquella lista? —preguntó Alba en voz baja.

—¡Qué no ha hecho! Ya sabrá, sumercé. —interrumpió Marilia, las dos rubias solo atinaron a mirarse entre sí y seguir oyendo tal lista.


Sentadas las bases, dieronse los nombres de aquellos a los cuales debían derrocar e investigar para aprovechar sus puntos flacos. Dentro de esto, sentaron puntos estratégicos para guardar la artillería que irían trayendo y especificaron lugares clandestinos para no repetir las ubicaciones de las reuniones. Como punto final, pidieron que buscaran tapadas para servir como espías en los solares de los nobles. La siguiente reunión se daría el martes.



—¿Vendrá su merced a la siguiente reunión? —irrumpió María en el silencio que se había formado entre ellas, caminaban a paso lento y sin prisa ya casi cerca a la pulpería.

—Vuestra merced no debería dudar de aquello. —sonrió Alba a su amiga.

—Y, ahora que estamos a solas... podrá decirme ¿quién es la persona misteriosa a la que ve cada jueves?

María hizo una mueca de falsa inocencia pura, sabía que su amiga se veía con alguien a pesar de que ella siempre le dijera que daba cortos paseos para poder despejarse y disfrutar un poco de su soledad. Alba pasó la lengua por sus rosados labios y dejó entreabierta ligeramente su boca.

—Es una conocida. —soltó escuetamente.

—Si de conocer, ya la conoce... Se ven hace poco más de un mes. —asintió deliberadamente.

—¿Cómo? —quiso preguntar, pero sabía que era en vano. ¡Si tonta no es! —Estaba sentada un día cerca al puente y ella tropezó conmigo, desde ese momento quedamos en vernos. Somos afines y nos llevamos bien, es todo.

—Afines... ¿En un solo día notó aquello?

Alba observó a su compañera y entrecerró los ojos, dudó si responder... No le gustaba el tono con el que le había preguntado aquello.

—Es una amiga y ya. Ahora si vuestra merced terminó tal interrogatorio como si fuera a caer en calabozo, entraré a casa a descansar.

—¿Qué interrogatorio? De "conocida" pasó a "una amiga"

—Descanse, vuestra merced lo necesita. —exigió Alba y entró hacia su morada bufando.



Una conocida.


Una Amiga.


¿No era difícil de comprender... o sí?



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