โž€ Yggdrasil | Vikingos

By Lucy_BF

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๐˜๐†๐†๐ƒ๐‘๐€๐’๐ˆ๐‹ || โ La desdicha abunda mรกs que la felicidad. โž Su nombre procedรญa de una de las leyendas... More

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โ” Proemio
๐€๐œ๐ญ๐จ ๐ˆ โ” ๐˜๐ ๐ ๐๐ซ๐š๐ฌ๐ข๐ฅ
โ” ๐ˆ: Hedeby
โ” ๐ˆ๐ˆ: Toda la vida por delante
โ” ๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Fiesta de despedida
โ” ๐ˆ๐•: Una guerrera
โ” ๐•: Caminos separados
โ” ๐•๐ˆ: La sangre solo se paga con mรกs sangre
โ” ๐•๐ˆ๐ˆ: Entre la espada y la pared
โ” ๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Algo pendiente
โ” ๐ˆ๐—: Memorias y anhelos
โ” ๐—: No lo tomes por costumbre
โ” ๐—๐ˆ: El funeral de una reina
โ” ๐—๐ˆ๐ˆ: Ha sido un error no matarnos
โ” ๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Un amor prohibido
โ” ๐—๐ˆ๐•: Tu destino estรก sellado
โ” ๐—๐•: Sesiรณn de entrenamiento
โ” ๐—๐•๐ˆ: Serรก tu perdiciรณn
โ” ๐—๐•๐ˆ๐ˆ: Solsticio de Invierno
โ” ๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: No es de tu incumbencia
โ” ๐—๐ˆ๐—: Limando asperezas
โ” ๐—๐—: ยฟQuรฉ habrรญas hecho en mi lugar?
โ” ๐—๐—๐ˆ: Pasiรณn desenfrenada
โ” ๐—๐—๐ˆ๐ˆ: No me arrepiento de nada
โ” ๐—๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: El temor de una madre
โ” ๐—๐—๐ˆ๐•: Tus deseos son รณrdenes
โ” ๐—๐—๐•: Como las llamas de una hoguera
โ” ๐—๐—๐•๐ˆ: Mi juego, mis reglas
โ” ๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ: El veneno de la serpiente
โ” ๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: ยฟPor quรฉ eres tan bueno conmigo?
โ” ๐—๐—๐ˆ๐—: Un simple desliz
โ” ๐—๐—๐—: No te separes de mรญ
โ” ๐—๐—๐—๐ˆ: Malos presagios
โ” ๐—๐—๐—๐ˆ๐ˆ: No merezco tu ayuda
โ” ๐—๐—๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Promesa inquebrantable
โ” ๐—๐—๐—๐ˆ๐•: Yo jamรกs te juzgarรญa
โ” ๐—๐—๐—๐•: Susurros del corazรณn
โ” ๐—๐—๐—๐•๐ˆ: Por amor a la fama y por amor a Odรญn
๐€๐œ๐ญ๐จ ๐ˆ๐ˆ โ” ๐•๐š๐ฅ๐ก๐š๐ฅ๐ฅ๐š
โ” ๐—๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ: Donde hubo fuego, cenizas quedan
โ” ๐—๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Mรกs enemigos que aliados
โ” ๐—๐—๐—๐ˆ๐—: Una velada festiva
โ” ๐—๐‹: Curiosos gustos los de tu hermano
โ” ๐—๐‹๐ˆ: Cicatrices
โ” ๐—๐‹๐ˆ๐ˆ: Te conozco como la palma de mi mano
โ” ๐—๐‹๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Sangre inocente
โ” ๐—๐‹๐ˆ๐•: No te conviene tenerme de enemiga
โ” ๐—๐‹๐•: Besos a medianoche
โ” ๐—๐‹๐•๐ˆ: Te lo prometo
โ” ๐—๐‹๐•๐ˆ๐ˆ: El inicio de una sublevaciรณn
โ” ๐—๐‹๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Que los dioses se apiaden de ti
โ” ๐—๐‹๐ˆ๐—: Golpes bajos
โ” ๐‹๐ˆ: Una red de mentiras y engaรฑos
โ” ๐‹๐ˆ๐ˆ: No tienes nada contra mรญ
โ” ๐‹๐ˆ๐ˆ๐ˆ: De disculpas y corazones rotos
โ” ๐‹๐ˆ๐•: Yo no habrรญa fallado
โ” ๐‹๐•: Dolor y pรฉrdida
โ” ๐‹๐•๐ˆ: No me interesa la paz
โ” ๐‹๐•๐ˆ๐ˆ: Un secreto a voces
โ” ๐‹๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Yo ya no tengo dioses
โ” ๐‹๐ˆ๐—: Traiciรณn de hermanos
โ” ๐‹๐—: Me lo debes
โ” ๐‹๐—๐ˆ: Hogar, dulce hogar
โ” ๐‹๐—๐ˆ๐ˆ: El principio del fin
โ” ๐‹๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: La cabaรฑa del bosque
โ” ๐‹๐—๐ˆ๐•: Es tu vida
โ” ๐‹๐—๐•: Visitas inesperadas
โ” ๐‹๐—๐•๐ˆ: Ella no te harรก feliz
โ” ๐‹๐—๐•๐ˆ๐ˆ: El peso de los recuerdos
โ” ๐‹๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: No puedes matarme
โ” ๐‹๐—๐ˆ๐—: Rumores de guerra
โ” ๐‹๐—๐—: Te he echado de menos
โ” ๐‹๐—๐—๐ˆ: Deseos frustrados
โ” ๐‹๐—๐—๐ˆ๐ˆ: Estรกs jugando con fuego
โ” ๐‹๐—๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Mal de amores
โ” ๐‹๐—๐—๐ˆ๐•: Creรญa que รฉramos amigas
โ” ๐‹๐—๐—๐•: Brezo pรบrpura
โ” ๐‹๐—๐—๐•๐ˆ: Ya no estรกs en Inglaterra
โ” ๐‹๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ: Sentimientos que duelen
โ” ๐‹๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: ยฟQuiรฉn dice que ganarรญas?
โ” ๐‹๐—๐—๐ˆ๐—: Planes y alianzas
โ” ๐‹๐—๐—๐—: No quiero perderle
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐ˆ: Corazones enjaulados
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐ˆ๐ˆ: Te quiero
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: La boda secreta
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐ˆ๐•: Sangre de mi sangre y huesos de mis huesos
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐•: Brisingamen
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐•๐ˆ: Un sabio me dijo una vez
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ: Amargas despedidas
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Te protegerรก
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐ˆ๐—: El canto de las valquirias
โ” ๐—๐‚: Estoy bien
โ” ๐—๐‚๐ˆ: Una decisiรณn arriesgada
โ” ๐—๐‚๐ˆ๐ˆ: Tรบ harรญas lo mismo
โ” ๐—๐‚๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Mensajes ocultos
โ” ๐—๐‚๐ˆ๐•: Los nรบmeros no ganan batallas
โ” ๐—๐‚๐•: Una รบltima noche
โ” ๐—๐‚๐•๐ˆ: No quiero matarte
โ” ๐—๐‚๐•๐ˆ๐ˆ: Sangre, sudor y lรกgrimas
โ” ๐—๐‚๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Es mi destino
โ” ๐—๐‚๐ˆ๐—: El fin de un reinado
โ” ๐‚: Habrรญa muerto a su lado
โ” ๐‚๐ˆ: El adiรณs
โ” ๐„๐ฉ๐ขฬ๐ฅ๐จ๐ ๐จ
โ€– ๐€๐๐„๐—๐Ž: ๐ˆ๐๐…๐Ž๐‘๐Œ๐€๐‚๐ˆ๐Žฬ๐ ๐˜ ๐†๐‹๐Ž๐’๐€๐‘๐ˆ๐Ž
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โ” ๐‹: Nos acompaรฑarรก toda la vida

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By Lucy_BF

──── CAPÍTULO L ───

NOS ACOMPAÑARÁ
TODA LA VIDA

────────ᘛ•ᘚ────────

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

◦✧ ✹ ✧◦

        LOS DÍAS POSTERIORES A LA EJECUCIÓN habían sido de lo más ajetreados. Lagertha había extremado las precauciones, duplicando los turnos de vigilancia en el Gran Salón para evitar que algo semejante volviera a ocurrir. Las muertes de Nilsa y Skule a manos de Herrøld habían mellado el ánimo de las demás skjaldmö que se encontraban al servicio de la soberana, sobre todo de las más jóvenes. No cabía la menor duda de que el ambiente en Kattegat estaba de lo más enrarecido y que los nervios de todos sus habitantes se hallaban a flor de piel.

No habían vuelto a saber nada de Ronja, la esposa de Herrøld. Desde la ejecución de su marido, cuyo cadáver había sido incinerado sin liturgias ni ceremonias previas, la mujer no había vuelto a hacer acto de presencia, al menos no públicamente. Aquello había supuesto un enorme alivio para Lagertha, ya que no le habría agradado lo más mínimo una nueva confrontación con ella, quien no titubeó a la hora de culparla de la muerte de su hija. Una joven escudera que, por lo visto, había trabajado bajo las órdenes de Aslaug.

Como Herrøld apenas les había proporcionado información y dado que la rubia no quería dejar piedra sobre piedra, arriesgándose a que alguien más retomara la labor de acabar con su vida, se habían llevado a cabo varios interrogatorios. Lagertha había mandado a sus hombres y mujeres de confianza a recabar datos de interés sobre el artesano. Sin embargo —y como cabía esperar—, la búsqueda no había sido nada fructífera, puesto que sus vecinos y conocidos afirmaban no haber visto nada sospechoso en él. Todos habían coincidido en lo mismo: que había sido un buen hombre y que jamás hubieran imaginado que se aventuraría a cometer semejante barbaridad, segando dos vidas inocentes en el proceso.

Al parecer, Herrøld no entraba en el prototipo de persona que se tomaba la justicia por su mano. Y eso solo había servido para alimentar las sospechas de Lagertha, que cada vez estaba más convencida de que no había actuado solo. Porque no era ningún secreto que a muchos aldeanos les disgustaba el hecho de que ella volviera a ostentar el poder, sobre todo cuando con Aslaug habían vivido un periodo de paz y tranquilidad, todo lo contrario a lo que estaba sucediendo con la rubia.

Aquella mañana Kaia y Torvi se dirigían hacia una de las tabernas de Kattegat. Ya habían estado en dos e interrogado a sus propietarios y a algunos consumidores, pero, según les habían dicho, ninguna había sido frecuentada por el artesano. De modo que aquel humilde establecimiento que se erigía frente a ellas era su última opción.

Pese a ser una villa grande que había ido creciendo y prosperando con el paso de los años, había pocos lugares de ocio y entretenimiento, y las tabernas, donde solían reunirse numerosas personas para olvidarse de sus problemas y preocupaciones o simplemente para pasar un buen rato, eran uno de ellos. Por no mencionar que se trataban de la mayor fuente de rumores y chismorreos. El alcohol siempre conseguía soltarle la lengua hasta al hombre más prudente y reservado.

Las dos mujeres, ataviadas con sus ropas de skjaldmö, no lo dudaron a la hora de irrumpir en el local. Se tomaron unos instantes para poder mirar a su alrededor, sus ojos delineados en negro saltando de una mesa a otra. Algunas de ellas estaban ocupadas por hombres que platicaban animadamente los unos con los otros, acompañando el agradable coloquio con un poco de bebida y/o comida.

La Imbatible arrugó la nariz con repulsión. Su sentido del olfato se había vuelto extremadamente sensible a raíz del embarazo, y aquel cuchitril —porque no podía ser llamado de otra forma— apestaba. El ambiente estaba muy cargado y el aire olía a sudor y a cerveza agria.

Pese a ello, se obligó a mantener la compostura y a contener las arcadas que le estaban subiendo por la garganta. Intercambió una fugaz mirada con Torvi, a quien parecía asquearle aquel sitio tanto como a ella, y en tácito acuerdo avanzaron hacia la barra, donde un hombre ya entrado en años, corto de estatura y bastante regordete, conversaba con uno de sus clientes.

—¿Eres el dueño de este sitio? —preguntó la rubia, una vez que se hubo situado delante del mostrador. No se molestó en esperar a que el tabernero terminase de hablar con el otro hombre; se apostó junto a la superficie desgastada de madera y apoyó un brazo en ella, acaparando la atención de ambos varones.

La expresión del tabernero cambió por completo al verlas, como si su sola presencia lo contrariara. Su ceño se frunció, pronunciando las arrugas de su frente, y sus labios, que permanecían coronados por un bigote grisáceo, se apretaron en una fina línea.

—Sí —habló él con voz ronca y cascada. Su rostro rubicundo brillaba debido a una gruesa capa de sudor—. Sois escuderas de Lagertha. —Aquello no fue una pregunta, sino una afirmación. No le resultó complicado reconocerlas, ya que ambas eran bastante populares en Kattegat—. ¿Qué os trae por aquí? —quiso saber a la par que adquiría una posición en jarras.

Torvi desvió su afilada mirada hacia el hombretón con el que había estado dialogando el tabernero —cuyo nombre ignoraba y tampoco tenía la menor intención de saber—, instándole con aquel simple gesto a que se marchara y los dejase a solas. Este obedeció sin rechistar: cogió su jarra y se alejó, tomando asiento junto a una de las mesas.

—Supongo que estarás al corriente de las últimas noticias —prosiguió la rubia, encarando nuevamente a su interlocutor, cuya expresión no se había suavizado ni un ápice—. Así que iremos directas al grano: ¿conocías a Herrøld Jogeirsson?

El hombre las observó con recelo. Primero a Torvi y luego a Kaia, que se había quedado relegada a un discreto segundo plano. Esta lo contemplaba con minuciosidad, como si quisiera escrutar sus más oscuros pensamientos.

—No mucho. Venía aquí de vez en cuando. —Se encogió de hombros, como queriendo restarle importancia al asunto—. Aunque no era un cliente habitual.

—¿Las veces que vino, viste algo sospechoso en él? ¿Algún comportamiento extraño? —continuó interrogándolo la más joven.

El tabernero profirió un breve resoplido.

—Como ya he dicho, apenas le conocía —subrayó.

Torvi se inclinó ligeramente hacia delante. Su larga melena platinada, que permanecía adornada con abalorios de hueso y marfil, se deslizó por uno de sus hombros hasta caer sobre su pecho.

—¿Venía solo o acompañado? —insistió ella, implacable.

—No lo recuerdo. —El hombre negó con la cabeza.

Asió el trapo que colgaba de uno de los laterales de su cinturón y procedió a limpiar con él la superficie de la barra. Sus movimientos, pese a ser mecánicos, eran exageradamente rápidos y pronunciados. Era evidente que aquella situación, el hecho de que le estuviesen haciendo esas preguntas, le incomodaba. Y mucho.

—Mientes —esgrimió Kaia en tono monocorde. Sus orbes grises eran dos témpanos de hielo que no trasmitían absolutamente nada, ni la más mínima emoción. Bajo ellos podían apreciarse dos sombras violáceas que aumentaban con cada hora privada de sueño, confiriéndole un aspecto pálido y demacrado—. Has estado a la defensiva desde que entramos por esa puerta. Nuestra presencia te inquieta. —Un músculo tembló en la mandíbula del tabernero, que se había puesto rígido—. La pregunta es: ¿por qué? —lo presionó ella—. Si, como bien dices y te empeñas en recalcar, apenas conocías a Herrøld y nunca viste nada extraño en él, ¿por qué te molesta tanto que estemos aquí y que mi compañera te haga estas preguntas?

El hombre tragó saliva, aunque no tardó en sobreponerse. Se enderezó en toda su altura —que no era mucha— e irguió el mentón con aire combativo. Sus dedos, llenos de heridas y callosidades por el duro trabajo, se cerraron con fuerza en torno al paño.

—¿Me estás acusando de algo, mujer? —prorrumpió él, dejando a un lado las formalidades. Le daba igual quién fuese o el apodo por el que era famosa. Aquel tira y afloja comenzaba a exasperarlo.

Kaia esbozó una sonrisa taimada.

Había mordido el anzuelo.

—Aún no. —Las falanges de La Imbatible tamborilearon sobre la madera del mostrador. Parecía un gato jugando con un ratón—. Pero hay algo que no nos estás diciendo. Lo leo en tus ojos —manifestó con voz calmada y sibilina.

El tabernero miró a su alrededor con cierto nerviosismo. La irritabilidad que antes había empañado su fisonomía había sido sustituida por preocupación y... miedo. El corazón le latía con tanta fuerza que pensó que le iban a estallar los tímpanos.

—No quiero problemas. Y los chivatos nunca acaban bien —repuso con cautela, bajando el tono de voz para que nadie más pudiera escucharle.

Kaia inspiró por la nariz. Con gran discreción, desenvainó el puñal que llevaba asegurado a su talabarte y lo depositó en la barra. Todo ello sin romper el contacto visual con el orondo hombre, que palideció ante aquella amenazaba velada.

—Los problemas los tendrás con nosotras como no nos cuentes todo lo que sabes —siseó la castaña, apretando con fuerza la empuñadura de su daga. El acero de la hoja destelló en una promesa silenciosa.

Torvi pellizcó su brazo con suavidad, indicándole que se tranquilizase. Kaia no se molestó en mirarla; su amiga tenía sus métodos y ella los suyos. Aunque era cierto que debía calmarse y no dejarse dominar por esa rabia que hervía en su interior. Ya no solo por su propio bien, sino también por el del niño que llevaba dentro.

Una negrura impenetrable se coló en un rincón de su memoria. Desde que Hilda le había revelado el funesto destino que le deparaba a Drasil, se había encerrado en sí misma, aislándose de todo y de todos. No quería hablar con nadie, tenía un humor más oscilante que el propio viento y en ocasiones se ausentaba de sí misma durante horas. Apenas podía conciliar el sueño y casi nunca tenía apetito. Lo poco que comía lo hacía a la fuerza, dado que la seiðkona solía presentarse en su casa a la hora del dagveror y del nattveror para cerciorarse de que no se saltaba ni una sola comida.

La Imbatible sacudió imperceptiblemente la cabeza, a fin de librarse de esos pensamientos tan lacerantes y tortuosos. No quería sacar conclusiones precipitadas. No cuando siempre existía un margen de error en las visiones proféticas.

Drasil estaba bien y pronto volvería a casa.

—El asesinato es un acto deshonroso para nuestro pueblo. —Le oyó decir a Torvi, empleando un tono mucho más comedido—. Y Herrøld mató a dos mujeres inocentes. Dos mujeres que tenían familia. —La sangre de Kaia burbujeó y se caldeó al mentar a Nilsa y Skule—. Padres, esposos, hijos... —enumeró, consciente de que estaba hurgando en una herida demasiado reciente—. E intentó hacer lo mismo con Lagertha. Así que si sabes algo, tienes que decírnoslo. De lo contrario, no serás mejor que él.

El tabernero volvió a tragar en seco. Los segundos parecieron alargarse hasta convertirse en algo indefinido, oscurecido por la presión a la que estaba siendo sometido por parte de las dos mujeres, que no dejaban de acuciarlo con la mirada. Se pasó una mano por la brillante calva y suspiró. Estaba entre la espada y la pared.

—No tenemos todo el día —ladró la castaña.

Los iris del hombre conectaron con los de ella, que eran grandes e insondables, encendidos por el deseo de arrancarle hasta el último pellizco de información. Aquello, la manera en que lo escudriñaba, como si quisiese ver a través de él, hizo que se estremeciera.

Finalmente, tras varios instantes más de fluctuación, acabó cediendo, derrotado. Les contó que al principio venía solo, salvo alguna vez que se juntaba con otros clientes para amenizar su estancia allí, y que no fue hasta hacía unas lunas que empezó a notar algo extraño en su comportamiento, que ya de por sí era bastante hosco y retraído. Al poco tiempo de que el Gran Ejército partiera hacia Inglaterra para vengar la muerte de Ragnar Lothbrok, lo vio hablar con un hombre encapuchado al que no pudo reconocer ni verle la cara. Tras ese día, Herrøld comenzó a reunirse con él con bastante frecuencia, siendo aquel local su punto de encuentro. Estos siempre ocupaban la mesa más aislada de todas y departían en susurros. Cuando el tabernero se aproximaba a ellos para servirles más comida o bebida, ambos guardaban silencio y no volvían a retomar la conversación hasta estar de nuevo a solas. Y, casualmente, la última vez que habían estado juntos había sido el día antes de que se produjera el intento de asesinato de Lagertha.

—¿Podrías describirnos a ese hombre? —articuló Torvi, una vez que el tabernero hubo finalizado su relato. A su lado, Kaia lucía meditabunda—. Cualquier detalle que recuerdes podría sernos de utilidad.

El aludido se atusó el espeso bigote.

—Me temo que en ese aspecto no puedo ayudaros. Siempre iba encapuchado, por lo que no pude verle el rostro. —Negó con la cabeza—. Pero era alto y bastante corpulento. Y tenía un tatuaje en la mano derecha.

—¿Un tatuaje? —Esta vez fue La Imbatible quien habló—. ¿Cómo era?

—Por lo que pude llegar a vislumbrar, parecían los lobos Sköll y Hati.

Kaia ahogó un jadeo. El aire se le quedó atascado en los pulmones y sus mejillas perdieron rápidamente el color. De pronto, todo se volvió borroso y difuso. La figura del tabernero bailaba ante sus ojos en tanto un sudor frío recorría su espina dorsal, haciendo que el vello de la cerviz se le erizara. Tuvo que apoyarse en el mostrador para no perder el equilibrio.

—¿Kaia? —La voz de Torvi apenas llegó como un simple eco a sus oídos—. ¿Te encuentras bien? —consultó, puesto que no le había pasado desapercibida la extremada palidez que se había adueñado de su semblante.

La susodicha respiró hondo y exhaló despacio, tratando de normalizar el ritmo de sus acelerados latidos. Su mente no paraba de bullir a causa de los turbios pensamientos que la agitaban.

—Sí —mintió.

La rubia la miró no muy convencida.

—¿Segura? Tienes mala cara —advirtió con gesto crítico.

Kaia asintió, forzándose a sonreír para parecer lo más convincente posible. Presionó sus puños cerrados contra sus costados y trató de dejar su mente en blanco. 

En cuanto se aseguró de que podía moverse sin correr el riesgo de desplomarse sobre el suelo, giró sobre sus talones y echó a andar hacia la salida, seguida muy de cerca por su compañera, quien apenas tuvo tiempo de intercambiar unas últimas palabras con el tabernero.

No habló durante el camino de regreso al Gran Salón, y tampoco compartió con Torvi el hecho de que ella ya había visto antes ese tatuaje.

El olor característico de la sangre se coló sin previo aviso en sus fosas nasales. Una ensordecedora baraúnda de gritos, alaridos, llantos y sonidos metálicos resonaba contra las paredes de piedra de la iglesia de York. Y una espesa capa de sangre y miembros mutilados cubría el suelo enlosado, provocando que la bilis le subiera por el esófago.

Drasil permanecía inmóvil, de pie junto a la puerta de entrada del templo cristiano. Su menudo cuerpo se había quedado paralizado y sus orbes verdes escrutaban con espanto los alrededores. Sintió cómo el estómago se le encogía al reparar en la cantidad ingente de cadáveres que se amontonaban unos encima de otros.

Quiso moverse, obligar a sus entumecidas piernas a que se pusieran en movimiento para poder salir de allí lo antes posible, pero estas no le obedecían. Quiso gritar, suplicarles a sus compatriotas que se detuvieran, que pusiesen fin a aquella masacre, pero sus cuerdas vocales se habían agarrotado, impidiéndole decir nada coherente. Quiso taparse los ojos, apartar la vista de todos aquellos cuerpos inertes que le devolvían una mirada vacía, pero algo dentro de ella la forzaba a seguir observando.

Frente a ella, una figura desgarbada captó su atención. Sus pulsaciones se dispararon al reconocer a aquella mujer que cargaba en brazos el cadáver de su hijo. Un niño pequeño e inocente. Un bebé que apenas llegaría al año de edad.

La sajona echó a andar hacia ella, renqueante.

Drasil trató de retroceder, pero ya no era la dueña de su cuerpo ni de sus emociones. Así que se quedó allí, esperando, tan quieta que parecía una estatua, mientras la otra mujer se iba acercando más y más.

La skjaldmö evitó por todos los medios mirar al chiquillo. Sin embargo, a medida que la distancia entre ambas se iba acortando, más le costaba no hacerlo. Era como si una fuerza superior a ella la empujase a mirar, a caer en la tentación.

La cristiana dio un último paso, deteniéndose frente a ella.

—Míralo —demandó con la voz desgarrada. En la penumbra su semblante parecía una calavera, con la piel blanca estirada sobre los pronunciados huesos. Drasil se sobrecogió ante aquella imagen. Ni siquiera se permitió preguntarse cómo era que hablaba su idioma—. Mira a mi hijo.

La muchacha comprimió la mandíbula con fuerza, intentando resistirse, aunque de nada le sirvió. Poco a poco sus ojos fueron descendiendo... El corazón le latía tan deprisa que tenía la impresión de que en cualquier momento se le saldría del pecho.

Algo dentro de ella se resquebrajó en mil pedazos cuando alcanzó a vislumbrar aquel cuerpecito exánime. Las lágrimas no demoraron en deslizarse por sus pálidas mejillas en tanto lo examinaba con consternación. El corte que tenía en el cuello, donde la carne estaba brutalmente desgarrada, hizo que una nueva arcada amenazara con hacerla vomitar.

—Tú lo has matado —volvió a hablar la sajona.

—No... Yo no... —Drasil enmudeció.

Presa de unos terribles temblores, bajó la mirada hacia sus manos. Sus facciones se contrajeron en una mueca de auténtico horror cuando atisbó en su mano izquierda un cuchillo ensangrentado. El arma que le había arrebatado la vida a aquel niño.

Negó con la cabeza, sollozante.

No podía ser cierto.

—Tú lo has matado —repitió la cristiana.

Los hilos que la mantenían prisionera parecieron aflojarse y ella salió corriendo de la iglesia, casi tropezando con sus propios pies. En el exterior todo era oscuridad y niebla perpetua. El olor a sangre y muerte no se desvanecía.

A su espalda, el siseo de una serpiente la puso alerta. Después una espada fue desenvainada con un zumbido, y entonces...

Drasil dio un respingo y despertó. Se incorporó como una exhalación y miró a su alrededor, con el pelo entorpeciendo su visión y el pulso acelerado. Se llevó una mano al corazón, que latía desbocado bajo sus costillas, y la dejó allí mientras su pecho subía y bajaba a una velocidad desenfrenada.

Lo había soñado todo.

—¿Dras? —Tras ella, Ubbe se removió bajo las mantas.

La mencionada no se volteó hacia él. Siguió escudriñando las aviesas sombras que fluctuaban en las paredes de lona de la carpa, como si quisiera —o más bien necesitara— cerciorarse de que ninguna de ellas pertenecía a aquella mujer sajona que no dejaba de atormentarla en sueños.

Drasil se estremeció cuando el primogénito de Ragnar y Aslaug se sentó en el lecho, quedando así a su misma altura. Este la tomó con suavidad de las muñecas, exhortándola para que lo encarase.

—Estás temblando —señaló él. Le apartó el cabello de la cara y le secó las lágrimas que ni ella misma había sido consciente de haber derramado—. Tranquila, solo ha sido una pesadilla. —La envolvió en sus brazos, apegándola a su torso desnudo.

La hija de La Imbatible soltó todo el aire que había estado conteniendo, junto con un pequeño gimoteo. Abrazó a Ubbe con fuerza y enterró el rostro en su cuello, agradeciendo inmensamente la calidez de su cuerpo.

—¿Quieres hablar de ello? —preguntó el caudillo vikingo.

Drasil se apartó de él, lo justo para poder mirarlo a los ojos. Estos brillaban con vigor, haciendo que el azul de sus iris destacara contra su tez bronceada. Le encantaba perderse en ellos, ahogarse en el vasto océano que conformaban.

Se colocó tras la oreja un mechón de pelo, que caía en forma de cascada por su espalda, y tomó una bocanada de aire. Aún podía sentir la viscosidad de la sangre tiznando su piel y el frío tacto del cuchillo en la palma de su mano.

—Yo no... No dejo de pensar en ese día. En lo que pasó en la iglesia —confesó con un hilo de voz. Los dedos de Ubbe acariciaron con ternura la piel de sus antebrazos—. Toda esa pobre gente... No puedo quitármelo de la cabeza. Ni siquiera cuando duermo. —Se masajeó las sienes con acritud. La cabeza le estallaba debido a la tensión.

Ubbe suspiró.

—Es normal, Dras. Lo que viste no fue agradable.

La castaña se mordisqueó el interior del carrillo. Las imágenes de lo ocurrido en el templo cristiano, de todas aquellas personas inocentes siendo brutalmente asesinadas, acudieron a su mente como un puñal recién afilado. Un molesto nudo se aglutinó en su garganta, seguido de una presión en el pecho.

—Creía que era más fuerte, pero... —Se restregó los lagrimales con cansancio—. Se ve que todo esto me supera —añadió al tiempo que se encogía de hombros.

El Ragnarsson deslizó una mano por su mejilla, que poco a poco iba recuperando su color sonrosado de siempre. Trazó pequeños círculos con el pulgar sin romper en ningún momento el contacto visual con ella. Su piel era cálida y sedosa.

—A veces yo también tengo pesadillas —reveló Ubbe, ocasionando que su interlocutora lo observase con expectación—. Sueño con ese día, antes de que todo se fuera a pique. —Flexionó las piernas, rodeándolas después con sus brazos. Drasil hizo lo mismo y recogió las rodillas contra su pecho. Llevaba puesta una camisa del chico que le llegaba a la mitad del muslo—. Cada vez que cierro los ojos nos veo a los cuatro sentados en torno a esa maldita mesa... Y después veo morir a Sigurd a manos de Ivar. Una y otra vez. —Apretó los puños con una rabia incontenible, haciendo que sus nudillos se tornasen blancos como la nieve recién caída—. Lo peor de todo es que yo no puedo hacer nada para evitarlo, por más que grite o intente detenerlos. Tan solo mirar.

De nuevo, algo dentro de Drasil se quebró. Ahora entendía por qué pasaba algunas noches en vela, escudriñando viejos mapas o simplemente inmerso en sus propias cavilaciones. Por qué buscaba cualquier excusa para mantenerse despierto.

La muerte de Sigurd seguía martirizándole.

—Lo lamento. Siento que las cosas se hayan torcido de esta manera —murmuró la joven. Se arrimó a él y le frotó la espalda.

—Yo también. —Ubbe asintió, cariacontecido—. Ven aquí.

Volvió a recostarse en el lecho, arrastrando a la hija de La Imbatible consigo. Esta apoyó la cabeza en el mullido espacio que se abría entre su hombro y su torso. Se acurrucó contra él y posó una mano en su estómago. Él la rodeó con sus brazos e inspiró el dulce aroma que desprendía su cabello. A ambos les invadió un agradable calor.

—Nos acompañará toda la vida, ¿verdad? —bisbiseó Drasil.

El primogénito de Ragnar y Aslaug la estrechó con más fuerza, como si necesitara sentirla junto a él. Ella se limitó a cerrar los ojos.

—Me temo que sí.

▬▬▬▬⊱≼≽⊰▬▬▬▬

N. de la A.:

¡Hola, mis bellos lectores!

Sé que esta vez he tardado un poco más en actualizar, pero me había quedado sin capítulos de reserva y me he acostumbrado a tener al menos dos o tres, jajaja. Así que mil perdones por ello. Ahora que estamos en cuarentena (al menos en mi país), espero poder avanzar bastante tanto en esta como en mis otras historias. Aunque últimamente no hago nada productivo, para qué nos vamos a engañar x'D

Weno, weno, weno... Ya os dije en el anterior capítulo que este iba a ser muy interesante y revelador, y así lo ha sido (o eso espero, jajaja). De modo que ahí va la pregunta: ¿a alguno os suena el tatuaje que ha mencionado el tabernero? ¿Sí? ¿No? ¿No sabe/no contesta? Lo único que os puedo decir es que sí debería sonaros, because ha salido en capítulos anteriores (͡° ͜ʖ ͡°)

Decidme, ¿qué os ha parecido la primera escena? En su día me costó bastante redactarla, ya que no quería que quedase forzada ni nada por el estilo. Tuve que reescribirla varias veces hasta que conseguí que quedara más o menos decente xD No estoy acostumbrada a escribir este tipo de cosas, así que me disculpo por si os ha aburrido o no es lo que esperabais >.<

Como habéis podido comprobar, Kaia está cada vez más irascible. Entre el embarazo, que hace que tenga las hormonas un poco revolucionadas, y el hecho de que sigue sin tener noticias de Drasil está que se sube por las paredes. Creo que se nota bastante este cambio que está sufriendo, y más que se va a notar en los próximos capítulos *salseo is coming*. Últimamente me da más hype la trama que se está desarrollando en Kattegat que la de Inglaterra xD Sorry not sorry.

Y, bueno, la escena de la pesadilla no la tenía planeada en un principio, pero me salió sola a medida que iba escribiendo el capítulo. Y creo que ha sido un acierto añadirla, porque es bueno que los personajes tengan miedos e inseguridades, y hasta incluso traumas. En mi opinión les dan más trasfondo y realismo. Y mi querido Drabbe, que ya lo echaba de menos. Llevábamos tres caps. sin una dosis de estos dos, así que ya tocaba, jajaja.

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Muchos besos a todos ^3^

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