LA HIJA DEL TIEMPO 2.5 (2º GU...

By MarinaCarabS

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Novela corta. Libro 2.5 de la saga. Leer después de La Hija del Tiempo 2ºGM (la de Colette) Charlotte persigu... More

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By MarinaCarabS

-¿Por qué no me acompañas hoy a mi oficina? -pregunta Elizabeth mientras tomamos el desayuno-. Bueno, oficina... Son más bien unas cuantas habitaciones en un edificio oficial -aclara. 

-Sí, claro -digo mientras me termino el desayuno. 

-Pues, necesitas prepararte -señala Elizabeth desde su sitio al otro lado de la mesa. 

Bajo la mirada, hacia mi ropa, un camisón suelto que llega hasta por debajo de mis rodillas. Tan sencillo y austero que parece no encajar con el aire moderno del resto de la ropa de Charlotte o de la casa de su tía. 

Tomo una de las revistas que ha traído Elizabeth desde París. La portada de Vogue reza «La belleza es tu deber». La dejo sobre la cama de mi habitación mientras suelto una pequeña risa y abro el armario, inspeccionando las opciones de ropa que tengo, como si con un conjunto mono una mujer pudiera cambiar el curso de la guerra. Escojo uno de los pocos conjuntos de Charlotte que no son pantalones. En su lugar, encuentro un delicado traje blanco con topos bordados, que se ajusta hasta la cintura, y después cae hasta debajo de las rodillas con algo de vuelo. Y lo conjunto con los típicos zapatos negros. El neceser de Charlotte contiene muchos objetos con los que no estoy muy familiarizada. La máscara de pestañas viene en una pequeña lata, la base de maquillaje es un polvo, los coloretes y un pequeño botecito con un bálsamo labial. 

Sé que es una tontería, pero me está costando mucho adaptarme. Llevo tres días sin salir. Supongo que por eso Elizabeth me ha invitado hoy a ir con ella. He pasado la mayor parte del tiempo escuchando los discos de vinilo de Elizabeth, cada uno de ellos, varias veces. El sonido de las teclas de la máquina de escribir de mi falsa tía sonaba de fondo todas las tardes, y tan solo un día se ha lamentado de que no esté usando el tiempo que tengo para pintar, a pesar de que tengo los materiales suficientes en mi habitación. Eso me hizo gracia, si trato de pintar algo seguro que se da cuenta de que no soy su sobrina, mis dotes de pintora no son horribles, pero tampoco están a la altura de una universidad parisina. 

La oficina está sospechosamente cerca del apartamento, lo que hace que me plantee que quizás no haya sido elección suya vivir aquí, tal vez sea cosa de su gobierno o de su empresa. Las banderas del partido nazi cuelgan de la fachada del edificio, y siento un escalofrío recorriendo todo mi cuerpo, pensando en que si yo siento eso, ¿qué sentiría un judío?

Una vez dentro, se nota el bullicio. La gente camina de aquí para allá, con papeles en las manos, sueltan frases en alemán entre ellos y hacen que me sienta completamente perdida y fuera de lugar. No sabía que estando en coma se podían escuchar idiomas desconocidos, quizás cuando despierte hablo otro idioma y soy incapaz de comunicarme con mis padres. 

Elizabeth me guía hasta la primera planta, distrayéndome de ese pensamiento, sube las escaleras con tranquilidad pero sin detenerse ni un momento. El mármol del suelo, blanco, brilla bajo nuestros pies. Piezas de mármol negro enmarcan el suelo a cada lado de las habitaciones. Estas tiene paredes casi completamente de cristal que se suceden a nuestro alrededor. Estoy casi segura de que todo este ala del edificio se usa como un lugar de retransmisión de radio. Quizás incluso la oficial alemana se encuentre aquí. 

Entro en una de las habitaciones tras Elizabeth. Heinz se encuentra aquí. Se levanta de su mesa, que mira en dirección a la puerta y coloca la espalda recta. Lleva el pelo tan peinado como lo recordaba, impoluto, sus ojos azules brillan bajo la luz de la mañana que entra por la ventana y se refleja en cada uno de los cristales que hay aquí. Sonríe hacia mí, como si se alegrara de verme, cosa que dudo. 

-¿Heinz es.. tu secretario? -le pregunto a Elizabeth con curiosidad. 

-¡Nein! -exclama él rapidamente, antes de que tan siquiera Elizabeth pueda pronunciar una palabra. 

Pues tiene una mesa de secretario. 

-Heinz es... -comienza Elizabeth pero parece que cuando habla de Heinz nunca puede encontrar las palabras para describirlo. 

-Su escolta, del gobierno -explica él, con su acento alemán. 

Asiento. 

Heinz vuelve a tomar asiento, mientras mi tía saca unos papeles de un maletín de piel, y los deja caer en la mesa de Heinz. Literalmente los deja caer, desde una altura considerable, provocando que estos suenen al golpear la mesa, e incluso que levanten algo de aire. Heinz pone cara de pocos amigos, claramente molesto ante la actitud de mi tía. 

Me muerdo la lengua y sonrío por dentro. Elizabeth tiene una forma muy particular de expresar su odio hacia esta gente. 

-Ya puedes revisarlo -espeta mi tía. Antes de entrar en la habitación contigua, la que tiene una mesa mirando hacia esta habitación, la que parece una sala de interrogatorios.

Tomo una de las sillas cerca de la mesa de Heinz y me siento frente a él. Apoyo mis manos sobre mis muslos y lo observo con atención. Él se detiene ante mi intensa mirada y deja de hacer lo que estaba haciendo. 

-¿Qué vas a hacer con eso? -le pregunto con tranquilidad-. No creo que al New York Times le importen mucho las faltas de ortografía de un papel cuando mi tía va a dictarles la noticia por radio. Y tampoco creo que un alemán sea el más indicado para revisar textos en inglés -comento sin ningún tapujo. 

Las rubias cejas de Heinz se levantan sobre sus gafas. 

-Reviso el contenido -explica él, antes de tomar un bolígrafo de su mesa. 

-¡Lo censura! -grita Elizabeth desde la otra habitación. 

Suelto una risa por la forma en la que ella lo ha dicho, pero en el fondo estoy disgustada. 

-Supongo que ni los periodistas tienen libertad de expresión -murmuro-. Nada más divertido que la manipulación de la información. 

Heinz se aclara la garganta al otro lado de la mesa, ignorando mis comentarios. 

-Todo lo que digas será inútil -dice Elizabeth mientras se acerca a mí, y coloca una mano sobre mi hombro. Las dos observando el minucioso trabajo que está haciendo Heinz ahora con una cinta de color papel marrón. 

-Tan meticuloso... -murmuro mientras lo observo-. ¿No tienes miedo de que las frases no tengan sentido una vez que las taches? -le pregunto. 

Mi falsa tía cruza los brazos por encima de su pecho, esperando la respuesta de Heinz. 

-No -dice él secamente. 

-Quizás deberías ser periodista -sugiero con inocencia.

Elizabeth niega, algunos mechones de su pelo agitándose alrededor de su cara por encima de mí. 

-Quédate aquí mientras hablo con mis jefes -me pide Elizabeth mientras toma los papeles de la mano de Heinz. O más bien, los arranca de su mano. 

Heinz tuerce el gesto antes de proceder a ponerse unos auriculares bastante feos que no le sientan especialmente bien. Me siento decepcionada cuando veo que no me entrega otros a mí. 

Espero todo el rato que dura la retransmisión sentada frente a Heinz, observando su traje bien planchado, sus manos bien cuidadas, como cambia de postura y las expresiones faciales que adornan su cara cuando Elizabeth menciona ciertos temas en su programa. 

-Tengo algo para ti -dice Heinz mientras busca en uno de los cajones de su mesa. 

Coloca un fino libro de papel delgado sobre la mesa, entre nosotros, y lo acerca a mí. Lo tomo en mis manos. La única palabra que entiendo es «Inglés». Frunzo las cejas y dirijo mi mirada a Heinz. 

-Es un pequeño diccionario alemán-inglés -explica casi con una sonrisa-. Wehrmacht Sprachführer Deutsch-English -pronuncia en alemán-. Es del ejercito. 

Me siento tan confusa que no encuentro palabras. Mientras tanto, Elizabeth se encuentra en la otra habitación, preparándose para irnos. 

-Verás, hay una especie de fiesta en casa de unos conocidos -comienza él a decir, y se coloca bien las gafas-. Y había pensado invitarte. ¿Te gustaría ser mi acompañante? -pregunta con tranquilidad. 

El diccionario que me ha dado parece ahora la cadena de un perro, se siente pesado contra mí, como si me atara a él. Observo el pin que lleva en la solapa de su chaqueta, con la esvástica. 

-Se lo iba a preguntar a tú tía Elizabeth pero ya que has venido hoy... quería aprovechar -explica mientras aparece la susodicha. 

-¿Una fiesta? -pregunta Elizabeth, casi entusiasmada. 

-Le he preguntado a Charlotte si querría ser mi acompañante -señala él. 

Observo cada uno de los movimientos de Elizabeth. Ella no parece tan alarmada como me siento yo. 

-Sabes que ella y yo no tenemos ninguna vinculación con tu partido, ¿verdad? -le recuerda ella-. Somos americanas. 

Heinz asiente. 

-Tan solo es una fiesta en casa de unos conocidos -explica él. 

-¿Puede Charlotte ir en calidad de mi representante? ¿En calidad de periodista del New York Times? -pregunta Elizabeth. 

Heinz niega. 

-No tiene nada que ver con el trabajo -asegura-. Es una fiesta.

Levanto las manos en el aire. 

-Entonces, ¿qué saco yo? -le pregunto a Heinz. 

-Ve -salta Elizabeth. 

-¿Qué? -pregunto confundida. 

-Charlotte irá a la fiesta -asegura Elizabeth mientras recoge mi chaleco del respaldo de la silla-. Será bueno para ella. Pasarlo bien en un ambiente más distendido... 

Me levanto del asiento, completamente confundida pero tratando de seguirle la corriente a Elizabeth. 

***

-¿Se puede saber qué ha sido eso? -le pregunto fuera del edificio. 

-Sé que ha sido precipitado pero míralo de este modo. Somos americanas en Alemania, si en algún momento la cosa se tuerce, es mejor tener buenos antecedentes -asegura. 

-Pero... tú te ganas la vida tratando de sacar las cosas a la luz y, ¿ahora me pides que vaya a su fiesta? -pregunto estupefacta. 

-Mira, Heinz tan solo es una marioneta más del partido. No es mala persona, solo es un ignorante -comenta ella casi en un susurro mientras recorremos el espacio que hay desde el edifico del gobierno hasta el nuestro a paso rápido-. Además, si Estados Unidos decide entrar en esta guerra... pasarás más desapercibida si aprendes alemán. 

-Yo no quiero aprender alemán -me quejo como una niña.

-Nadie quiere -asegura, alterada-. Pero Alemania va ganando -me recuerda-. De momento... -añade en un susurro cerca de mi hombro. 

Asiento con tranquilidad. 

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