Hasta que me olvide de ti (#L...

By Amimercury

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La ciudad de El Reo se acerca a la idea de una utopía. Sus habitantes viven en un estado general de satisfacc... More

I
II
III
IV
V
VI (parte 1)
VI (parte 2)
VII (parte 1)
VII (Parte 2)
VIII (Parte 1)
VIII (Parte 2)
IX (Parte 1)
IX (Parte 2)
X (Parte 1)
X (Parte 2)
XI (Parte 1)
XI (Parte 2)
Capítulo extra
XII (Parte 1)
XII (Parte 2)
XIII (Parte 1)
XIII (Parte 2)
XIV (Parte 1)
XIV (Parte 2)
XV (Parte 1)
XV (Parte 2)
XVI (Parte 1)
XVI (Parte 2)
XVII (Parte 1)
XVIII (Parte 1)
XVIII (Parte 2)
XIX (Parte 1)
XIX (Parte 2)
XX (Parte 1)
XX (Parte 2)

XVII (Parte 2)

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By Amimercury

HASTA QUE ME OLVIDE DE TI
Por Ami Mercury


XVII (Parte 2)

La oscuridad los amparaba a esas horas de la noche. La luna en su cuarto creciente permanecía oculta tras densas nubes que amenazaban tormenta, y la escasa iluminación de por allí convertía la zona en un lugar casi idóneo para buscar alimento. Solo había dos inconvenientes: la escasa presencia de gente y que fue entre esas calles donde tuvo lugar cierta persecución días atrás.

Ronja y Oskar habían retrasado su incursión en el antiguo distrito industrial. No era prudente, pensaban, pero transcurrido un tiempo era de esperar que la seguridad se hubiera relajado por allí. La idea de continuar vigilando ese barrio medio abandonado rozaba el absurdo, y los efectivos de la ciudad, después de peinar la zona en varias ocasiones, tenían mejores cosas que hacer que seguir insistiendo con tan pocas probabilidades de éxito. Aun así, actuaron con toda la cautela que pudieron.

Por suerte, el rostro de ella todavía era anónimo. No el de Oskar, como vampiro censado que era, pero ¿qué mal hacía buscar un lugar apartado para darse el lote con su novia? Esa sería la excusa oficial en caso de tener que responder preguntas inoportunas, a pesar de no mantener con Ronja ese tipo de relación en realidad. El resto, era cuestión de paciencia y de saber dónde buscar.

Aparecieron bien entrada la madrugada. Un coche destartalado pasó a su lado a poca velocidad. Ronja esperó unos segundos, arrancó el motor y siguió al vehículo a una distancia prudencial y sin encender los faros. Condujo un par de manzanas más, hasta que lo vio detenerse sobre la acera, bajo la marquesina de un edificio. Ronja hizo lo propio a varios metros y aguardó. Tanto ella como Oskar supieron que nadie iba a salir de aquel coche en cuanto empezó a dar bandazos. En ese momento, compartieron una sonrisa y abrieron las puertas despacio.

Ambos tenían esa especie de fetiche. Tiempo atrás, cuando todavía eran humanos, su interés en el sexo había sido nulo. Ronja lo intentó durante una época, espoleada tal vez por cierta presión social y por un rechazo férreo a ser diferente. Pasó por la cama de muchos chicos y algunas chicas, y no podía decir que lo pasara mal, pero después de acumular una experiencia tras otra, decidió rendirse a la evidencia de que el sexo quedaba muy abajo en su lista de cosas imprescindibles en la vida. Oskar, por su parte, esperó durante toda su vida a que la persona adecuada apareciera. Nunca sucedió. Y, cuando todo cambió y se convirtieron en vampiros, ambos continuaron igual a ese respecto con una única salvedad: alimentarse de personas teniendo sexo era casi una droga para ellos. Y no es que pudieran o quisieran rendirse a esa perversión muy a menudo, pero los acontecimientos de los últimos días lograron que necesitasen un buen estimulante.

Las primeras gotas de lluvia comenzaban a caer y su sonido amortiguaba los pasos de los vampiros. Se detuvieron junto al coche, cada uno a un costado. Eran dos chiquillos de no más de veinte años. Ella, rubia, de prominentes curvas y pechos grandes, se mantenía la falda por encima de la cintura con las manos mientras él, de piel oscura y sin un gramo de fibra en los músculos, se perdía entre sus piernas en el asiento de atrás. La expresión de puro gozo de la chica despertaba en Oskar y Ronja el deseo, el hambre más voraz. Sus jadeos, que les llegaban a través de las ventanillas cerradas, les espoleaban los sentidos.

—¿A quién prefieres? —preguntó Ronja a su compañero, su voz apenas audible entre los labios.

—A él —replicó Oskar.

Ella asintió y volvieron a centrar la mirada en la pareja. El chico se incorporó. Estaba tan atento a su novia que ni siquiera advirtió la silueta tras el cristal. Tras secarse la boca con el dorso de la mano y mientras se acomodaba, se sacó un preservativo del bolsillo trasero de los vaqueros y se lo dio a ella para que rasgara el envoltorio. Una risilla traviesa acompañó al momento. Los vampiros temblaron por el hambre que sus rostros les provocaron en el momento en que él la penetró.

Gritaron en el momento en que Oskar abrió la puerta a la espalda del chaval. Rogaron por su vida antes incluso de que este pudiera retirarse del cuerpo de ella, y empezaron a llorar en cuanto Ronja entró en escena. Sin embargo, no era terror lo que ansiaban beber, y Oskar era experto en ello.

—Tranquilos, no os vamos a hacer daño —susurró al oído del chico, inclinado sobre él.

La estrechez del coche hacía las cosas difíciles, pero no imposibles.

—¡Por favor, por favor! —rogaba él, ahora abrazando a su novia para protegerla del inminente ataque—. Tengo un poco de dinero, no se lo diremos a nadie, pero no nos maten.

Oskar chistó despacio, suave. No los tocaba y tampoco Ronja: con la voz era suficiente. Era su mayor habilidad, una que no usaba a menudo porque era bien consciente de que se trataba de jugar con las mentes, nada más y nada menos. No se trataba de ningún tipo de poder mágico o sobrenatural, sino pura sugestión. Cuando era humano ya lograba convencer al más terco y, ahora, ese poder de convicción alcanzaba cotas impensables. No le gustaba, pero era útil a la hora de cazar.

—Os prometemos que no os va a pasar nada. Seguid.

—¡No! Tengo miedo, por favor —rogó ella.

—No tienes nada que temer —replicó Oskar, y volvió a dirigirse al chico—. Sigue. Muévete.

—¡No! —insistió ella.

—Tranquila. ¿Cómo te llamas?

—Mauve —respondió después de algunos segundos.

—Mauve, solo queremos veros. No hay problema alguno, podéis seguir.

—Pero...

—Lo estáis deseando, ¿verdad? Ella está caliente ahí abajo, mojada. ¿No es así, Mauve?

La chica emitió un gemido muy leve acompañado de un asentimiento. Alzó los brazos y rodeó con ellos a su novio. Este dio un empujón lento.

—Eso es, vamos —los alentó Oskar.

Al principio tímidos, ambos amantes se rindieron a un vaivén desconfiado. Los ojos de ella recaían en ocasiones en Oskar, que no hacía más que regalarle sonrisas tranquilizadoras, mientras que los de él se centraban en Ronja, que permanecía acuclillada en el exterior del vehículo.

Minutos más tarde, tal y como los vampiros deseaban, olvidaron su presencia hasta el punto de rendirse el uno a la otra entre espasmos de placer.

Solo entonces, cuando el olor de la sangre traspasaba la piel y el hambre se hizo tan intensa que dolía en la garganta, Ronja estiró el torso hasta alcanzar el cuello del muchacho y mordió. Él, lejos de asustarse, bajó la cabeza para exponerse más y besó a su novia, que contribuyó al apartarle el jersey. Horadada la carne gracias a Ronja, Oskar empezó a beber despacio mientras la vampira reclamaba su propio trofeo en el cuello de Mauve.

La sangre les supo a vida, a orgasmo y a juventud y les explotó en los paladares al tiempo que los dos amantes culminaban en un intenso y sobrecogedor clímax. Y bebieron hasta sentirles desfallecer.

—Será mejor que llaméis a urgencias —les aconsejó Oskar, que en ese momento necesitaba luchar para mantener su tono de voz tan sugestivo como antes—; no les habléis de nosotros, ¿de acuerdo?

No esperaron respuesta antes de alejarse del coche y apenas pudieron mantener la calma unos segundos más. Estaban eufóricos, pletóricos y llenos de una energía imposible de contener. Aún con los labios manchados de sangre, echaron a correr sin rumbo fijo. Notaban las venas bajo la piel, los latidos en el pecho y el calor en cada fibra, y sentían como propia la excitación de aquella pareja.

Dejaron que las piernas los llevaran donde quisieran, escalaron por fachadas desconchadas e invadieron oficinas vacías. El polvo acumulado por años fue testigo de sus besos manchados de rojo. Era lo máximo a lo que ambos llegaban y lo hacían espoleados por esa euforia pasajera que la sangre les daba. Con unos cuantos tenían suficientes. Lenguas entrelazadas y sabor metálico, calor entre las piernas hasta que el recuerdo dejaba de ser vívido y la excitación daba paso a la risa.

Les hacía mucha falta aquello. Dejarse llevar, transformarse por una noche en otras personas que no eran ellos, saltar, correr, hacer de su relación algo físico. El momento era fugaz y ya se había pasado, pero tenían suficiente. Habían logrado desintoxicarse de toda esa oscuridad a la que se enfrentaban últimamente. Olsen, Niels, media ciudad pendiente de ellos. Ansiaban esa libertad falsa.

Y cuando ya habían reído lo suficiente, cuando volvieron a sentir que no necesitaban traspasar las barreras de una estrecha amistad, los oyeron.

Sollozos. Gemidos. Ruegos. Eran muy leves y les llegaban desde la lejanía, pero estaban ahí y la voz que los emitía les resultaba muy conocida. Se miraron con expresión grave. No necesitaron acordar nada. Interrumpieron su abrazo, se acercaron a la ventana rota por la que se habían colado y aguzaron los sentidos.

Estaba abajo. Muy abajo. No se molestaron en perder el tiempo por las escaleras: saltaron por la misma ventana y aterrizaron en el asfalto resquebrajado sin problemas. Volvieron a prestar atención y caminaron en la dirección de aquellos lamentos débiles. Berdon les diría que no lo hicieran, que podía tratarse de una trampa. Pero Berdon no estaba allí y la euforia todavía los hacía sentir que eran capaces de cualquier cosa.

Continuaron durante muchos metros hasta que, pasado un punto, la voz empezó a alejarse y tuvieron que regresar sobre sus pasos. Revisaron cada rincón y la lógica les dictó que provenía de debajo del suelo. Ningún humano habría sido capaz de oírla; quizá ningún vampiro que no acabara de alimentarse como ellos lo habían hecho, y fue eso lo que los llevó a confiar en su instinto y no en una prudencia necesaria.

Por suerte para ellos, esta vez no debieron lamentar nada.

La entrada a la alcantarilla se encontraba a la vuelta de la esquina. Bajo tierra no era tan fácil orientarse, más cuando el trazado de las cloacas no era el mismo, pero les bastó con volver a seguir los gemidos de dolor. Allá abajo, el olor era insoportable para unos seres como ellos. Les escocía en las fosas nasales y les volvía el estómago del revés, así que aguantaron la respiración. No la necesitaban, pero el hábito estaba ahí.

Sus pasos se tornaron erráticos y torpes. Sorteaban ratas que ocasionalmente les pasaban corriendo entre las piernas, y hacían lo posible por no respirar sin perder la concentración. Casi habían localizado la voz cuando se extinguió. Solo entonces, espoleados por una fuerte corazonada, echaron a correr hasta encontrarla.

Sus rastas pelirrojas estaban desperdigadas y llenas de suciedad. Tenía medio cuerpo sumergido en las aguas fecales y la pierna derecha en una postura imposible. Las heridas le cubrían casi todo el cuerpo.

Ronja fue la primera en alcanzarla. Sissel no fue capaz de abrir los ojos; no le latía el corazón, no respiraba y estaba fría como el hielo. Cualquiera habría pensado que llevaba días muerta: la carne empezaba a pudrirse en algunas zonas. Solo los sonidos que había emitido hasta hacía un momento les decía que todavía había esperanza, así que la sacaron del agua y Ronja la alzó en brazos, luchando por mantener a raya las náuseas que el olor le provocaba. Ni siquiera ellos sabían si su compañera y líder recobraría la consciencia alguna vez, pero la habían encontrado. Ya era más de lo que esperaban después de tantos días.

~*~

—¡La traemos, la hemos encontrado!

Las palabras de Oskar, dichas a voz en grito nada más abrir la puerta de la vivienda, puso en pie a todos sus habitantes, estuviesen durmiendo o no en ese momento. Por supuesto, la primera en acudir fue Hela.

No había reaccionado en días. Sentada en el borde de su cama, tenía la mirada perdida en el infinito y aceptaba una dosis de sangre sintética al día, nada más. No respondía a estímulos ni entablaba conversación alguna, ni quiso aceptar la sangre de Sigurd cuando este, desesperado, se ofreció. Pero era consciente de todo cuanto ocurría a su alrededor, y la frase de Oskar la activó de inmediato.

Tomó a su esposa de brazos de Ronja y la abrazó con fuerza. La llamó por su nombre, besó sus labios fríos y sollozó desesperada al no obtener respuesta alguna.

—¡No está muerta, no está muerta! —repetía, con la esperanza de que sus palabras se hicieran realidad.

Todos sabían que esa posibilidad no era real, que Sissel no podía morir, pero si pasaba el punto de no retorno, aquel en que su mente y su cuerpo no reconectaban, estaba todo perdido. No era muy diferente a la muerte, al menos para los que quedaban.

Todos se congregaron en torno a ellas. Olsen observaba desde un prudente segundo plano mientras Niels se adelantaba para ayudar a Hela. Extendieron a Sissel en el suelo. Berdon corrió a abrir las ventanas: el hedor era insoportable.

—¿Qué necesita? —preguntó Sigurd, muy consciente de que él jugaría un papel importante en la recuperación.

—Por ahora podemos intentarlo con sangre sintética —sugirió Viktor.

Oskar fue a la cocina y regresó con un tarro que le pasó a Hela. Esta, arrodillada y con la cabeza de su mujer apoyada en los muslos, lo abrió y extrajo la sustancia gelatinosa.

—Vamos, mi amor... —le susurraba, mientras le rozaba los labios con aquello.

Sissel ni siquiera tembló.

—Eso no va a funcionar —dijo Sigurd tras haber intercambiado una mirada con su pareja.

Dicho esto, se acercó a Berdon y alzó la muñeca derecha. Apretó con fuerza los labios al sentir los colmillos clavándosele en la carne y, despacio, se agachó junto al matrimonio. Hela le agradeció con la mirada y guio el brazo sangrante para que goteara sobre la boca de Sissel. Le separó los labios con los dedos y así lograron que el espeso líquido entrara entre ellos, pero no funcionó.

Los minutos pasaban. Todos guardaban silencio, expectantes, y Sigurd aguantó hasta que su temperatura corporal y la debilidad le dictaron que no era prudente seguir. Se retiró con semblante derrotado y lágrimas en los ojos.

—Tenemos que esperar más —sugirió Berdon.

—¿Cuánto más? Mira cómo está, ya solo puede ir a peor.

—Confía en ella, Hela —dijo Viktor—. Ya sabe que está en casa, seguro. Solo le queda luchar.

—¿Cómo va a luchar si no tiene fuerzas?

—Las encontrará.

—Sissy, por favor —rogó Hela, inclinada y con la frente pegada a la de su esposa. Las lágrimas le caían sobre el rostro sucio.

Olsen gruñó. No quería intervenir, no se sentía uno de ellos, ni siquiera se sentía con derecho a presenciar todo aquello. Pero también supo que era el único, aparte de Sigurd, que podía ayudar.

Detestaba la idea de darle su sangre a un vampiro que no fuera Niels, pero tampoco podía quedarse de brazos cruzados cuando podía impedir la muerte de alguien. O lo que fuera que impidiera a Sissel volver a abrir los ojos.

Adelantó unos pasos y se subió la manga de la sudadera que llevaba.

—¿Estás seguro? —preguntó Niels.

—Hazlo.

Niels formó un «gracias» con los labios que no llegó a verbalizar y, al igual que hiciera Berdon momentos antes con Sigurd, mordió la carne hasta abrir una herida. Hela, demasiado aturdida como para agradecerle el gesto a Olsen, repitió el mismo procedimiento. Y al fin, después de otro lapso angustioso, la garganta de Sissel se movió.

—Eso es, cariño. Bebe —sollozó Hela.

Sin que nadie se lo dijera, Olsen acercó el brazo a los labios de la vampira. La sangre goteaba hasta el suelo, Sissel apenas era capaz de tragarla, pero notó la succión al poco. Muy débil, a tragos cortos y espaciados. Pero suficientes.

Olsen aguantó más que Sigurd. Más de lo que debía, en realidad. Y se detuvo cuando Niels, con el oído bien centrado en sus latidos, lo apartó.

—Ya es suficiente —le murmuró al oído, y le depositó un beso disimulado entre el pelo—. Gracias.

Sissel, al fin, abrió los ojos.

~*~

Harald dirigía la mirada al infinito. Veía cuanto tenía ante sí: una pared anodina de color blanco roto, una puerta cerrada y una cámara de vídeo. Pero eran formas difusas, danzantes e irreales. Hasta su propia existencia parecía desvanecerse entre brumas de inconsciencia. Su mente iba y venía como la luz de una bombilla rota. ¿Quién era él? ¿Qué hacía ahí? Eran preguntas que le bailaban en el fondo del cerebro sin más importancia que la de una mosca molesta. Tanto daba si encontraba respuestas como si no.

Un hilo de saliva le cayó desde la comisura de los labios hasta la barbilla y le goteó sobre los pantalones. El pequeño cerco oscuro que dejó sobre la tela gris le pareció tan fascinante como para centrar su atención en él unos minutos y ni tan solo el ruido del cerrojo al abrirse le hizo desviarla.

—Hola, Harald.

La voz le llegó lejana y hueca y decidió no hacer el más mínimo caso: la mancha en sus pantalones era más interesante.

—Sujetadlo bien —dijo la misma voz.

Un instante después, sentía cómo dos pares de brazos lo obligaban a erguirse sobre la silla que ocupaba, le echaban las muñecas hacia atrás y lo sujetaban del cuello. Incapaz de seguir mirándose los pantalones, no tuvo más remedio que fijar la vista en el rostro que tenía enfrente.

—Tienes una aguja clavada en el brazo —le advirtió este—. Un pestañeo que no me guste, y la droga que te inyectemos va a ser suficiente como para licuarte los sesos. ¿Queda claro?

Harald hizo un esfuerzo por entender las palabras. Sabía quién era ese hombre. Sabía que estaba allí por su causa, pero los detalles se le escapaban. Ignoraba dónde estaba en realidad o qué había hecho.

—¿Queda claro? —insistió aquel. Harald intentó hablar, pero solo logró articular un gruñido—. Está demasiado aturdido.

La imagen volvió a perder nitidez. Harald estaba casi seguro de que lo que veía ante sí era real, de que era un hombre y no una pantalla de cine o televisión, pero mucho movimiento de golpe le emborronaba la vista.

—Señora, ¿está segura de eso?

—Es «señor», y no se atreva a cuestionarme. Limítese a hacer su trabajo. Los dos.

No mucho después, sus ojos pudieron enfocar de nuevo algo concreto. Ese hombre volvía a estar sentado frente a él. O mujer. O una mezcla de ambos, porque tenía vello en el rostro, voz grave y senos bajo la camisa. Descendió la mirada hasta ese punto y, un instante después, la desvió apenas unos centímetros hacia el costado.

Algo había captado poderosamente su atención: un corte fresco. En una mano vendada y con dos dedos entablillados, la sangre goteaba abundante. Harald abrió las fosas nasales y se le dilataron las pupilas, el hambre horadándole las entrañas.

Llevaba días sin probar una gota.

—Así que aún la deseas —dijo Karl, con la mano recién herida frente a su rostro—. El suero hace efecto despacio..., pero me viene bien.

Con la vista fija en los ojos idos de Harald, le llevó la mano herida a los labios. Se había hecho un corte profundo en los dedos que no estaban cubiertos por vendas y, sin ningún miedo ni duda, dejó que el vampiro los tomara.

Este, movido por el más puro instinto y sin poder moverse por culpa del par de hombres que lo sujetaban, se limitó a tomar lo poco que pudo.

La sangre en la garganta le devolvió parte de los sentidos perdidos. Recuperó algo de memoria y, de repente, ya no sentía el cuerpo tan lacio. Casi se creyó capaz de librarse del agarre de aquellos hombres.

—¡Señor! —exclamó uno de ellos.

Harald comenzaba a agitarse. Se veía a sí mismo mordiendo con saña los dedos que le llenaban la boca, arrancándolos si era necesario para que manara más y más sangre. Y cuanto más bebía, más hambriento se sentía.

Si solo pudiera...

—¡Señor, casi no podemos con él, por favor!

Karl apartó los dedos de inmediato y Harald sintió cómo la desesperación lo invadía hasta casi hacerle perder la razón. Quería más. No había tenido ni para empezar.

—Quieto, animal. Te recuerdo la aguja que tienes clavada. ¿O quieres ser un vegetal el resto de tu vida?

Era muy difícil comportarse como una persona cuando todo su ser gritaba que no lo era. Cuando hasta el último poro de su piel clamaba por ese alivio que le llenaba las venas y el estómago. Gimió, suspiró y trató de gritar algo entendible.

—¿Qué dices?

—... Más. Dame más. ¡Quiero más!

—Ya veo.

Karl le paseó los dedos ensangrentados frente a los ojos y los dos guardias apenas fueron capaces de contenerlo para que no se abalanzara sobre él.

—Puedo darte más. Puedo darte toda la que quieras, ¿es eso lo que deseas?

—Sí... Sí, por favor.

Harald no se reconocía a sí mismo. Rogaba con lágrimas en los ojos y poco le importaba quiénes fueran aquellos tres hombres o cómo hubiera llegado él a encontrarse en esa situación. Lo único que ansiaba era calmar el hambre.

—Lo haré. Pero no ahora.

Karl se envolvió las heridas en más vendas limpias. Harald se sintió desfallecer. No tenía fuerzas suficientes; no tenía fuerzas en absoluto. Y estaba tan hambriento...

Sollozó sin lágrimas, sumido en la más absoluta desesperación.

—Mañana volveremos a vernos.

Con esa promesa, Karl hizo un gesto a los otros dos. Harald sintió la droga entrar en sus venas y la consciencia se le escapó de nuevo. La paz que lo invadió quedó suspendida en el aire junto con una marea confusa de odio, hambre y sed de venganza. Y volvió a perder la vista en el blanco roto de la pared mientras el eco de unas voces lejanas se empeñaba en alcanzarle los oídos.

—Señor, no creo que sea conveniente hacer esto todos los días, serán demasiadas heridas.

—Descuide, agente: ya tengo a la persona perfecta para el trabajo. La hemos encontrado justo a tiempo.

—¿Y cree que funcionará?

—Ya lo creo. De aquí a unas semanas, este tipo hará cualquier cosa que le ordenemos.

La puerta se volvió a cerrar.

NOTA DE LA AUTORA

¡Hola! Hoy volvemos puntuales con Olsen y Mordisquitos, aunque en esta parte no se los ha visto mucho, jejejeje.
¿Qué os parece la relación-amistad que tienen Ronja y Oskar? ¿Y qué creéis que pretende Karl? Quiero leer vuestras teorías, me encantan. XDD
Os recuerdo que en este último mes ha habido tres historias nuevas en mi perfil: "Lucas en el balcón" y "Los extraños visitantes de un vecino gruñón" son dos historias navideñas muy diferentes. "Cuando el otoño amó" es una leyenda llena de color y fantasía. Si no los habéis leído ya, espero que lo hagáis pronto. ;)
¡Hasta el viernes que viene y que paséis buena semana!

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