Extraño |NoMin

By scaretwoo

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Con él, nunca te veo sonreír. Conmigo, padeces de ataques de risa. Con él, no tienes deseos de ir a n... More

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32. Venganza
33. Fractura
34. Siempre tuyo; Parte 1
34. Siempre tuyo; Parte 2
Capítulo final
Epílogo
Agradecimientos.

28. Expuestos

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By scaretwoo


Este capítulo no lo puede leer los bebés, part 2. ⚠️😔

💕

Jaemin

Sólo hay una manera de superar tus miedos y eso es enfrentándolos. 

   Nadie me lo dijo antes, pero ojalá lo hubieran hecho. No es una justificación, sé que nosotros mismos somos responsables de tomar nuestras decisiones. Pero quizá, si hubiera sido más consciente de todo el daño que iba a causar con mis mentiras, habría evitado tomar algunas cuantas decisiones equivocadas.

   Jaehyun cree que disfruté jugar con sus sentimientos, Jungwoo al igual que mi madre piensa que engañé a Renjun por puro placer y Jeno se convenció a base de crueles y falsas palabras de que yo no lo amaba. ¿Qué tienen en común esas historias? Bueno, pues que no son ciertas. No obstante con mis acciones me encargué de hacer parecer justo lo contrario.

   Pero ahora ya es muy tarde para arrepentirse. Lo hecho, hecho está. Y aunque suene contradictorio creo que las decisiones que tomé en el pasado, tanto las buenas como las malas, son las que me han traído a este punto. A vivir este momento.

   Un día después de que Jungwoo me leyera la carta final en el centro comercial, entendí que él no tenía la culpa. No debía odiarlo. Él tenía razón. No fui un buen amigo ni tampoco un buen amante. Desgraciadamente Jaehyun quedó en medio y a pesar de que pude haberme defendido de sus crueles palabras, nada de lo que dijera iba a hacerlo cambiar de opinión. Lo besé, le hice pensar cosas equivocadas al no ponerle un alto cuando me coqueteaba y aunque es un gran chico y me hubiera gustado tener otro final con él, uno que nos permitiera ser amigos, no hay mucho que pueda hacer al respecto. Sólo callar y esperar a que me perdone algún día. Porque sé que Jaehyun no es una mala persona. Merece encontrar a alguien que lo ame y que le de todo lo que yo no pude darle.

   En cuanto a Jungwoo no pienso dejar que le diga la verdad a Renjun. Desconozco la razón por la que Yukhei me dio más tiempo, no sé si se apiado de mí o si lo hace por Jeno, pero definitivamente se lo agradezco. Voy a hablar con Renjun y le diré la verdad. Porque ya estoy cansado de esto. De mentir y mentir para terminar enterrado en montañas de falacias que me asfixian. Es hora de dejar la cobardía atrás. Es momento de hacerle frente a mis miedos.

   Sólo espero que no sea demasiado tarde.

   Todo el fin de semana intenté contactarme con Renjun, pero como estaba en la casa de playa de sus padres no tenía tiempo de charlar conmigo más que por esporádicos mensajes. Le pedí que habláramos el lunes sin falta y accedió. Pero el domingo por la noche me llamó y me dijo que no iba a poder porque sus padres tenían ganas de quedarse otro día más. Ahí se me volvió a ir otra oportunidad.

   El tiempo se me escurría entre los dedos y sentía que me quemaba. La semana que me había dado Jungwoo tortuosamente se acercaba y se burlaba de mí, por ser un maldito cobarde. Tan desesperado y mortificado me encontraba que hasta consideré la posibilidad de escribirle un largo mensaje a Renjun para contarle todo. Pero casi de inmediato lo descarté. Debía hacerlo de frente. Debía darle la cara.

   Por dos días me mordí las uñas y no comí ni dormí ni una mierda. La única razón por la que falté a clases es porque sentía que necesitaba despejar mi cabeza. Mis padres todavía me tienen castigado y ver las paredes de mi habitación estaba cansándome. Nunca fui una persona que saliera demasiado a la calle, pero llegué a un punto en que estar conmigo mismo me sofocaba. Así que cuando mi padre me fue a dejar al instituto, esperé a que el auto se alejara para desviarme del camino y andar hacia la estación de autobuses. Ansioso por ver algo que no fuera la escuela o mi casa.

   Tomé cualquier ruta y ni siquiera me molesté en elegir un destino. Era demasiado temprano para ir a cualquier parte y si regresaba a casa me iba a encontrar con mi madre, pues ella siempre se va después que mi padre. Así que la razón por la cual terminé específicamente en el mariposario todavía no la entiendo. Fue algo realmente extraño. El autobús se detuvo frente al zoológico, miré la entrada y como mosquitos atraídos a la luz, bajé del autobús y recorrí el lugar, tratando de controlar el dolor en el pecho al recordar la primera vez que Jeno y yo estuvimos ahí.

   Después de un par de horas de divagar y anhelar, terminé parado frente mariposario y aun con la angustia recorriendo mis entrañas, lo miré, tan fijamente que ni siquiera percibí cuando mis pies se movieron solos y me llevaron a formarme para comprar una entrada. No lo decía ni siquiera en mi cabeza, pero era como si tuviera la necesidad de enfrentar un miedo, por más estúpido y simple que este fuera. Era como si sintiera la necesidad de ponerme a prueba. De demostrar que no era tan cobarde como todos creían que era.

   Entré con un grupo de diez personas, pero me desvié del recorrido y llegué a la zona en donde las mariposas estaban libres. Lo contemplé todo con suma agitación y traté de mantenerme imperturbable, y por un rato, la cosa funcionó. Al principio no me sentía realmente intimidado. Observaba a las mariposas aletear sus alas y me convencía a mí mismo de que estaban demasiado lejos para hacerme daño.

   Pero cada paso que daba era más inseguro que el anterior. Los insectos pasaban a lado de mí, rozándome, amenazando con estrellarse conmigo, y en el momento en que uno de ellos se posó sobre mi brazo y se quedó ahí, sin hacer nada, sentí un terror tan abrumador que me quedé paralizado.

   Todo comenzó a darme vueltas. Traté de tranquilizarme, no quería montar una escena frente a las personas que estaban visitando el lugar. Pero, fue como si en ese momento todas las emociones negativas se me juntaran. El odio, la traición, el pánico de que Jeno creyeran mis palabras y no volviera más, salieron a la luz y se mezclaron con el agudo terror de mi patética fobia.

   Las lágrimas comenzaron a bajar por mis mejillas y en un intento por serenarme me senté lentamente en el piso y junte las rodillas hacia mi pecho, escondiendo mi tristeza. Cuanto deseaba que alguien apareciera y me diera un abrazo. Cuanto deseaba que alguien me cuidara, que alguien me entendiera, que alguien me escuchara. Yo sé que por naturaleza los seres humanos debemos ser fuertes e independientes, pero por un momento quería sentirme reconfortado. Quería que alguien tomara el control de mis emociones y apaciguara los miedos que tanto mal me hacían.

   Todo comenzó a ser repentinamente borroso. El aire se me iba y cada vez que quería levantarme me encontraba con que las piernas no me respondían. Escuchaba a la lejanía los comentarios de las personas que se detenían a verme como si fuera un número de circo. Alguien pidió ayuda, otro más se burló y para cuando fui consiente Jeno estaba tomándome entre sus brazos, llevándome hacia la salida.

   Me dividí entre creer que él era real y en que el anhelo de volverlo a ver me estaba dejando loco. Finalmente opté por dejarme llevar y simplemente me abracé a su cuello, aferrándome con fuerza. Sabía que no tenía ningún derecho, había lastimado su corazón diciéndole todas esas cosas horribles y después empujándolo a los brazos de Renjun como si esa fuera la solución. Yo no merecía nada de todo lo que él me estaba dando, pero aun así le supliqué que no me soltara y que en sus brazos me diera el consuelo que tanto estaba buscando.

   Fue un extraño pero lucido momento de claridad el que tuve al verlo a los ojos. No importaba el precio que tuviera que pagar, lo mucho que me doliera perder a Renjun, lo mal que quedara frente a mis padres o el daño que pudiera hacerle a Jaehyun; amaba a Jeno con todo el jodido corazón y no pensaba dejarlo ir nunca más.

   Sí, definitivamente fue un momento revelador. De repente sentí que podía hacerlo todo. Irónicamente mi estado físico era deplorable, pero el valor y la energía que me recorrían entero eran suficientes para enfrentar cualquier cosa.

   Porque lo que más nos cuesta en esta vida es lo que más vale la pena.

   —Hagamos una apuesta, Jae, la última.

   La decisión en sus ojos me indica que no está bromeando. Esto lo dice en serio. No es un juego lo que tenemos entre manos. 

   —Por ti me lo juego todo, Jeno.

   Mis mejillas se ruborizan. No sé de dónde ha salido ese comentario tan radical, pero bueno, es así como me siento. Quiero que Jeno entienda que esto también es importante para mí. Que las palabras que le dije momentos antes son todas ciertas.

   De verdad quiero quedarme a su lado.

   —Nana —se acerca hacia mi rostro y su cálido aliento choca contra mi boca. Sus ojos brillan más que nunca y no miento al decir que son más resplandecientes que cualquier estrella en el cielo—, déjame decirte eso que nunca le he dicho a nadie más.

   Apresándome todavía entre sus brazos, se acerca a mi oído y con voz ronca y ansiosa me dice una y otra vez:

   Te amo, te amo, te amo.

   Cierro los ojos y subrayo cada sentimiento con un asentimiento. Saboreo sus palabras y me las grabo profundamente, en el corazón, en la memoria.

   Es la primera vez que Jeno dice te amo, y dichoso soy por ser la persona que lo escucha.

   Me mira y por segundos, por simples y marcados segundos quiero imaginar que somos los únicos. No quiero pensar en nadie más. Ni en lo que nos deparará más adelante. Lo único que quiero hacer ahora es adorarlo. Soñar que él es tan mío como yo suyo. Dejarme llevar y sentirlo como desde hace días no lo siento.

   Sus manos se entrelazan firmemente contra las mías y la fuerza hace que se hundan contra el colchón. Jadeo y la invitación a perder el control se vuelve una nítida realidad cuando su boca se encuentra con la mía. Anticipación y suspiros chocan entre sí y los temblores en mi cuerpo me recuerdan que hace días que no lo beso.

   Suspiro y aunque el cansancio en mi cuerpo me indica que pare, mi corazón me suplica que lo ame. Que lo toque, que lo bese, que lo vuelva loco. Que seamos egoístas y pensemos en nosotros por primera vez desde que iniciamos con esta locura.

   Simplemente en nosotros.

   Cierro los ojos y su húmeda lengua delinea mi labio inferior. Se me escapa un suspiro y los parpados se me colorean de luces. No sé si el extrañarlo o si la pasión de sus toques hacen que todo se vuelva más intenso, pero lo cierto es que esto ya no es cotidiano. Me siento como en la cúspide, en la cima de todo lo que quiero conseguir. Las manos me pican por sentirlo y por supuesto que no me privo. En cuanto las deja libres acaricio la piel de su cuello y le suplico silenciosa pero firmemente, que si nuestro nuevo comienzo va a ser este, entonces que sea digno de recordar.

   Su boca se arrastra sin prisa por mi cuello y en una desviación se detiene cerca de mi oído, en un punto que me hace jadear. Me susurra una vez más que me ama y yo le contesto entrecortadamente que lo amo también. Encajo las uñas a su espalda y los ojos se me humedecen. El sonido de su boca paseándose por mi piel es todo lo que escucho con claridad. Lo único que se reafirma como una constante de la realidad.

   Se detiene, me mira y yo me relamo los labios. Deja de torturar mi cuello y sube hacia mi boca, para darme un beso que me quita el aliento. He descubierto que juntos funcionamos de esa forma. No necesitamos hablar para decir lo que necesita el otro. Dejamos que nuestras pasiones, esas mismas que nos trajeron aquí en primer lugar, tomen el control de nuestras emociones y nos fundan. Nos arrastren a ese infierno que en realidad es el paraíso para nuestros desgastados corazones.

   Los besos que prometían sellar el pacto de una última guerra, se vuelven cada vez más intensos. Entierro las manos en sus hebras oscuras y jadeo, separándolo de mi boca hinchada para enderezarme y de un brusco movimiento quitarme la camiseta para después lanzarla lejos. Usualmente dejó que él de este primer paso, pero por esta ocasión quiero ser yo el causante del fuego que va a consumirnos.

   Lo miro y con las mejillas enrojecidas pero con la decisión más firme que he tenido en mi vida, desabrocho la pretina de mis pantalones. Sus ojos no se apartan de mí y analizan centímetro a centímetro mi cuerpo desnudo.

   Últimamente no he estado durmiendo ni comiendo bien. Espero que eso no repercuta demasiado en mi aspecto. Jeno no deja de mirarme y por breves segundos temo hacerlo sentir lastima. Pero él brillo en sus ojos no desaparece y aquello me da la seguridad suficiente para seguir mis deseos.

   Aparto mis pantalones de un movimiento y corren la misma suerte que mi camiseta al ser desechados al lado de mi cama. Me muerdo el labio inferior y tengo ganas de quitarme el bóxer también, pero entonces Jeno me toma por los muslos y me coloca sobre su regazo.

   Coloco las manos sobre su rostro, ladeo la cabeza y cierro los ojos, dejando que todas las emociones se hagan cargo de mis acciones. Sus manos se cierran en mi trasero y me dan un apretón que me hace gemir. Le muerdo el labio inferior y vuelve a hacerlo. Comenzando un patrón doloroso que nos excita y nos alienta a cambiar el ambiente tierno y cálido de nuestra primera vez.

   Tira de mi cabello hacia arriba y me besa profundamente. Tiemblo y sus largos dedos se cierran sobre mi cadera, como si temiera que pudiera irme. Su lengua entra brusca en mi boca y acaricia mi paladar. Simulando embestidas que yo quisiera sentir dentro de mí.

   Se separa y un camino de saliva traslucida nos une. Gimo y la punta de su nariz se pasea por mi cuello. Su boca se detiene sobre mi manzana de adán y sus labios la apresan, primero en un suave beso, luego, chupándola, como si fuera un dulce. Trago saliva y acuno su cabeza mientras acaricio sus cabellos. Nunca creí que a Jeno pudiera gustarle una parte de mí que considero tan simple. Pero sus movimientos me hacen perder en el placer y despejarme de cualquier otro pensamiento.

   Se aparta, gimo su nombre, gruñe a modo de respuesta y con un empujón coloca mis piernas a cada lado de su cuerpo. Mordisquea mis clavículas y yo echo la cabeza hacia atrás, extasiado. Jeno no está siendo nada delicado, sus caricias, sus besos, sus roces, están siendo en excesivo bruscos. Pero por increíble que parezca no me asusta. Es como si con su fuerza me hiciera entender que no hay nada equivocado en esto. En estar entre sus brazos y amarnos sobre mi cama. Dispuestos a volvernos uno y reafirmar que el amor sentimos es más fuerte que cualquier otra cosa.

   Rodea mi cintura y lo beso. Ansioso y demasiado necesitado para avergonzarme me restriego contra su muslo y me frustro de inmediato porque todavía tiene la ropa puesta.

   Me hago hacia atrás, arrancándole un gemido frustrado por privarlo de un apasionado beso y le desabrocho los pantalones con dedos temblorosos. Se quita la sudadera y la camiseta de un tirón y las lanza lejos, al igual que el resto de su ropa. Queda completamente desnudo y el calor de su cuerpo y el color de su piel me hacen suspirar y desear perderme entre sus toques por siempre.

   Aparto mis boxer y finalmente desnudo, me subo de nuevo a su regazo, esta vez restregándome contra sus muslos duros y suaves. Jeno entrecierra los ojos y tiro de su cabello hacia atrás, dejo su cuerpo inclinado y sus brazos se posan tras su espalda para no caer.

   Beso la curvatura de su cuello y delineo con la lengua sus pectorales. Jeno es tan hermoso; el equilibrio de su aniñado y tierno rostro contrasta con todo lo que su pecaminoso cuerpo representa. Saber que soy el único que ha podido verlo de esta manera me hace sentir orgulloso de alguna extraña y retorcida manera.

   Mordisqueo su labio inferior y tiro de él hasta que descubro sus encías. Delineo sus omoplatos con las yemas de los dedos y con los labios calientes e hinchados le beso el cuello, abriendo y cerrando la boca para trazar círculos que aunque no dejen marca, recuerden por algunos instantes lo mucho que venero su piel.

   Bajo hasta su abdomen y beso las V de sus caderas. Tiene venas que desembocan en su erecto miembro y no pierdo la oportunidad para lamer cada una de ellas. Suelta un gemido ronco y una de sus manos se posa sobre mi cabello, tirando hacia abajo, invitándome de manera silenciosa a hacer eso que nos hará perder el control a ambos.

   — ¿Es así como te gusta que te haga sentir? —le pregunto mientras me acerco hacia la punta hinchada de su miembro y le riego un montón de besitos. Recordando las palabras que me dedico hace tiempo—, ¿es así como te gusta que te llene de emociones?

   Pretende responder pero antes de que lo haga saco la lengua y la paso lentamente por su tronco, hasta terminar cerca de sus testículos. De verdad desea contestar, pero hago el camino de regreso y lo privo de decirme cualquier cosa.

   Lamo con ahínco la hendidura de su pene. Jeno gime mi nombre y sin pensármelo dos veces me lo meto todo a la boca. Tan brusco que una arcada me obliga a separarme. Quizá debí pensármelo un poco mejor.

   —Con cuidado mi amor —levantó la mirada y aunque tiene las mejillas sonrosadas y el sudor bajando por la frente, puedo ver que lo dice con paciencia.

   Asiento y vuelvo a metérmelo, esta vez siendo más delicado.

   La ventaja de ir lento me da la oportunidad de asimilar mejor las sensaciones. Su sabor es salado y la textura de su piel suave y resbaladiza. Me aventuro y llego un poco más al fondo. Cuando las arcadas amenazan con volver, marco un límite y llegó hasta la mitad. Metiéndolo y sacándolo, hasta que la saliva escurre por la comisura de mi boca y sus jadeos es lo único que con certeza puedo escuchar.

   Sus manos toman mis mejillas y desliza su miembro dentro y fuera de mis labios. La mandíbula me duele después de algunos segundos, pero me obligo a soportarlo. Jeno jadea y tira de mi nuca hacia arriba, terminando con el contacto y besando en el proceso mi pecho para detenerse en mis pezones.

   —Es justo así —ha encontrado el momento para contestarme mientras yo me deshago entre sus brazos—. Lo que me haces sentir me supera. Me vuelves loco. Me haces creer que te necesito como el aire que respiro.

   Su respuesta me hace estremecer y también sentir satisfecho. Me recuesta sobre la cama y con un sencillo pero certero movimiento, me hace quedar boca abajo, dejando mi culo expuesto.

   Llena de besos mi espalda y sus dedos se pasean por mi cadera. Podría tener cosquillas de no ser porque en este momento estoy deshaciéndome en puros temblores. Termina con un húmedo beso en mi espalda baja y cuando creo que lo he sentido todo, que no hay más sensaciones que puedan hacerme temblar, Jeno intenta algo nuevo. Algo que me hace estremecer.

   — ¡No! ¡No! ¡No! —me muero de la vergüenza pero me las arreglo para girar la cabeza y mirarlo con los ojos bien abiertos—, ¡No puedes besarme en esa par... ¡ah!

   Gimo tan alto que tengo que detenerme a tomar un respiro. Su escurridiza lengua acaricia mi entrada y mi respiración se dispara. Abro la boca para volver a replicar pero entonces veo como su nariz se hunde entre mis nalgas y su boca me succiona, haciéndome temblar.

   —Ahhh Jeno... —recargo la cabeza contra la cama, y cierro los ojos, jadeando tan alto que es una bendita suerte que estemos solos—, ¡Basta!

   Pero el muy maldito no se detiene. Su saliva escurre por mis muslos y por más que intento separarme me tiene bien tomado por las caderas. Puedo sentir su respiración contra mi entrada y su nariz, clavándose contra mi piel. Es algo sucio, pero también es algo que se siente tan bien que termino convulsionando entre gemidos contra la almohada.

   Escucho el sonido de sus succiones y yo pongo los ojos en blanco. Después de algunos segundos me da tregua y tira de mi cabello, pegándome a su espalda. Tengo las piernas temblorosas y el corazón me late con fuerza. Su miembro duro y erecto se restriega contra mi espalda y antes de que pueda decir nada se restriega en medio de mis nalgas.

   —Nana —susurra sobre mi oído, su mano encierra mi cuello y yo levanto la cabeza para mirarlo a los ojos—, y-yo te necesito, ¿podemos hacerlo?

   Aferro los dedos a su espalda y levanto el trasero, haciéndome hacia atrás, su punta se perfila y los ojos se me humedecen. Duele igual que la primera vez. Pero, yo también lo necesito. No importa lo que pueda costar después, yo necesito sentirlo ahora.

   —Hazme el amor Jeno, házmelo ya.

   Recarga su frente contra mi nuca y lo siento temblar tras de mí.

   —No tenemos lubricante.

   —No lo necesitamos.

   —Sabes que sí, precioso —suspira y es como si se estuviera resignando a pesar de que él lo ha pedido—, va a dolerte sino usamos algo.

   Pienso en un posible sustito para el lubricante. ¿Qué podemos usar en su lugar? ¿Agua? ¿Saliva? ¿Crema?

   — ¿Aceite para la piel puede funcionar?

   Jeno suelta una risita y no sé porque termino riéndome yo también.

   —No sé, ¿no hará reacción o algo así?

   —No creo —las mejillas se me ruborizan al recordar como uso el aceite—, mi mamá me lo pone cuando vamos a la pla-playa.

   Vuelve a reírse y luego, deposita un beso sobre mi nuca.

   — ¿En todo el cuerpo?

   —Humm sí, en todo.

   — ¿Dónde está?

   —Voy por él.

   Se toma su tiempo para besarme antes de dejarme ir. Una vez libre camino hacia el baño de mi habitación y rebusco en el botiquín, el aceite que mi madre usa cuando nos vamos de vacaciones. Lo encuentro sin esfuerzo. Pero lo tomo y se me cae al suelo. Me agacho para recogerlo, pero lo atrapo y se me vuelve a caer.

   Estoy tan nervioso y excitado que ya el cuerpo ni me responde. Tomo el aceite en un fuerte agarre y camino hacia la cama, sintiendo las mejillas enrojecidas y su mirada sobre mi cuerpo.

   Gateo sobre las cobijas y una vez frente a él, me toma por las mejillas y me besa. Suspiro y dejo que tome la botella.

   Le quita la tapa y bajo mi curiosa mirada lo veo frotarlo entre sus dedos. Hace una mueca y posteriormente los lleva hacia su miembro y mientras se masturba, me mira fijamente y aquello es tan excitante que me hace gemir.

   —Vuelve a como estabas hace un momento, precioso.

   Acato sus órdenes aunque no me agrade del todo quedar expuesto y me recuesto boca abajo. Lo escucho jadear tras mi espalda y después de algunos segundos más, siento uno de sus dedos introducirse en mí.

   —Si te sientes incomodo sólo tienes que decírmelo.

   No le respondo pero sé que ha entendido que lo voy a hacer.

   Se hace paso dentro de mí y me aferro a las sabanas, tratando de ahogar la incomodidad. Lo mueve muy lentamente, de adentro hacia afuera, en un vaivén. Riega besos sobre mi espalda y se entretiene un rato de esa manera, besando y metiendo su dedo. Después de algunos segundos ingresa el segundo y la sensación ya no es tan incómoda. Sólo un poco extraña. Vuelve a besarme y sus dientes se clavan en uno de mis hombros, arrancándome un gemido. Nunca creí que ser mordido por él podría llegar a gustarme.

   El tercer dedo entra y entonces todo es un desastre de besos y jadeos que taladran mi mente. Recargo la cabeza contra la almohada y cuando toca ese maravilloso y punto dulce, abro más las piernas, incitándolo a llegar más al fondo.

   — ¿Estás listo, precioso?

   Asiento y toma mi cuello para dejarme recargado contra su pecho. La cabeza de su miembro se perfila en mi entrada y tortuosamente lento comienza a entrar, haciéndome soltar un gemido.

   Se desliza hasta el fondo y se queda quieto. Me besa las mejillas y el calor de su piel es suficiente para incendiar la mía.

   — ¿Está bien si me muevo?

   Pienso volver a asentir, pero después reflexiono que ya lo he hecho varias veces y mejor contesto.

   —Sí.

   Besa mis hombros y de manera lenta, comienza a moverse. El aceite es de coco y el aroma de nuestros cuerpos se mezcla con la esencia. Jadeo y el primer embiste es tan glorioso y satisfactorio, que tengo que aferrarme a sus brazos para no caer de cara contra la cama.

   Mueve la cadera y yo abro la boca. Sus movimientos me hacen delirar. Los dos deseamos marcar un ritmo y es por eso que en más de una ocasión terminamos chocando nuestras pieles, generando obscenos sonidos que me confirman que Jeno está aquí, amándome de la manera en que sólo él sabe hacerlo.

   Son demasiadas emociones para que pueda manejarlas todas. Su presencia, sus besos, sus palabras, todo es un hermoso torbellino que me arrastra y me deja fuera de los límites de la cordura. Encajo los dedos en sus brazos y después, cierro los ojos y me estrello contra su cadera. Llegando más al fondo que antes. Suelto un gemido ronco, lo vuelvo a hacer y después de algunos embistes violentos siento que ya no puedo soportarlo más.

   El orgasmo me golpea y siento que me ahogo mientras mi semen mancha las sabanas de la cama. Intento tomar aire, pero estoy tan abrumado que la mente se me debilita y el cuerpo me desobedece.

   Jeno continúa moviéndose y alarga las sensaciones que amenazan con quemarme vivo. Busca mis labios y me da un beso que me hace ver las estrellas. Me embiste, tensa las piernas y no pasa mucho para que él también encuentre su liberación.

   Susurro su nombre y él me besa la frente para después abrazarme con fuerza. Suspiro y se deja caer sobre la cama, llevándome consigo. Quedo encima y sus dedos me apartan el flequillo sudoroso de la frente, para luego besarme y tratar de regular su respiración.

   Paso las manos tras su cuello y aunque puede que lo esté asfixiando con mi peso, no quiero preocuparme por eso ahora. Lo único que deseo hacer es abrazarlo y sentirlo cerca.

   Permanecemos un rato así. Jeno acariciando mi cabello y yo contando los latidos de su corazón. Su piel pegajosa colisiona con la mía, pero es agradable. Es un tacto diferente, resultado de las actividades previas.

   —Debería irme antes de que tu madre aparezca. —comenta mientras sus dedos masajean mi cuero cabelludo.

   Hago un puchero pero no lo miro. Todo esto es mi culpa. Si hubiera enfrentado a mi madre, no tendría por qué pensar mal de Jeno.

   —No te vayas —susurro, cerrando los ojos y dejándome llevar por sus tiernas caricias—, quédate conmigo.

   Besa la coronilla de mi cabeza y se ríe.

   —No planeo irme a ningún lado.

   Hay algo en sus palabras que me suena distinto. Pero no sé qué es. Alejo cualquier pensamiento negativo y me digo a mi mismo que debo estarme inventando cosas.

   El sueño amenaza con vencerme y que Jeno no deje de acariciarme tan suavemente, no ayuda en nada. Estoy tentado a quedarme dormido, la sensación es tan placida que me cuesta mantener los ojos abiertos. Aun así trato de hacerlo, no quiero que Jeno se vaya, quiero que se quede conmigo.

   Pero no soy lo suficientemente fuerte y me digo que voy a cerrar los ojos un par de minutos. Pero cuando los abro y me encuentro con que ha oscurecido, el pánico me recorre entero.

   Me he quedado dormido.

   Una opresión en el pecho me hace saltar de la cama. Está vacía. Al igual que la habitación. No, no, no, no puede ser que se haya ido. No puede ser que haya sido tan estúpido como haberme quedado dormido.

   Tomo el picaporte de la puerta y me encuentro con que la luz del pasillo está encendida, al igual que la de la sala. Bajo los escalones de dos en dos y cuando veo a Jeno sentando sobre la barra mientras sostiene una hoja blanca, no puedo evitar sentirme tranquilo.

   — ¡No te fuiste! —me llevo una mano al pecho y sonrío como un maníaco—, ¡pensé que te habías ido!

   Aparta la mirada y sonríe, pero casi de inmediato su sonrisa se transforma en una mueca que no sé muy bien cómo interpretar, pues levanta una ceja y sus ojos me escanean de arriba abajo, a la par en que sus mejillas se ruborizan.

   —Nana, deberías ponerte algo, va a empezar a hacer frío.

   Confundido ladeo la cabeza y bajo la mirada, encontrándome con que estoy desnudo.

   Completa y absurdamente desnudo.

   Suelto un grito y las mejillas, al igual que las suyas, se me incendian. Sin agregar nada giro sobre mis talones y subo las escaleras. Tengo ganas de tirarme de ellas y matarme por idiota, ¿por qué demonios no me vestí antes?

   Y sólo hasta que estoy por subir el último peldaño siento un agudo dolor atravesándome la espalda. Tengo que detenerme y aferrar los dedos al barandal para poder tomar un respiro. Necesito una pastilla, o dos, o a lo mejor tres. No puedo cojear por la casa después de que mi padre supo que Jeno estuvo aquí.

   Me dirijo hacia mi clóset y me pongo cualquier cosa. Normalmente, antes de dormir me doy una ducha, pero ahora lo único que quiero es volver abajo y hacerle entender a Jeno que no soy tan inmoral y desvergonzado como parezco.

   Peino mi cabello un poco con los dedos y regreso a la sala. Jeno continua con la hoja de papel, que después de analizarla un poco noto es una flor. Parecida a la que me regaló el otro día.

   — ¿Ya te sientes más cómodo?

   —Cállate —mascullo pero aun así me acerco a él. Jeno hace espacio entre sus piernas y la barra. Como puedo entro y me siento en su regazo—. El banco no nos va a aguantar a los dos.

   —Pesas lo mismo que una pluma, precioso. No digas tonterías.

   Coloca la barbilla en mi cuello, deja la flor sobre la barra y extiende la mano, para que entrelace mis dedos con los suyos.

   — ¿Cómo pudiste pensar que me había ido? Baje aquí para dejarte descansar, nuestros cuerpos juntos producen más calor que el calefactor de mi casa.

   Suelto una carcajada y giro la cabeza para mirarlo a los ojos.

   —Me gustan tus chistes. Siempre son tan tontos.

   —Eso no fue un chiste, pero ¿gracias? Supongo.

   Deposito un besito sobre su nariz y sonrío.

   — ¿Quieres que te prepare algo para cenar? —pregunta mientras entrelaza las manos sobre mi estómago. Nunca creí que me gustara recibir este tipo de atenciones de su parte. Quizá intente enfermarme más seguido.

   —Voy a explotar si como una cosa más. Hace un rato me atiborraste de comida.

   Hace una mueca y hace presión sobre mis costillas.

   —Estás muy delgado, Jae. Tienes que comer más.

   — ¿Te gustan los gorditos?

   —La verdad sí —susurra sobre mi oído como si fuera un secreto—, porque así te puedo comer mejor.

   —Creí que así ya me comías bastante bien.

   Levanta una ceja y analizo lo que dije. No pretendía que se escuchara tan indecente. Sólo intentaba ser gracioso.

   — ¿Además de desnudista ahora eres coqueto?

   —No quise decir eso —las mejillas se me vuelven a ruborizar y tomo la rosa en la que estaba trabajando para distraerme—. ¿Es una flor?

   —Sí. Es para que acompañe a la otra.

   —La tengo guardada en el cajón de mi escritorio, ¡Voy por ella!

   Intento apartarme para ir a mi habitación, pero sus manos no me sueltan.

   —No, aquí te quedas.

   — ¡Jeno!

   —Me gusta como hueles. —entierra la nariz en mi cuello y aspira. Como si esa fuera una razón válida para no soltarme.

   — ¿A sudor?

   —A que te hice el amor, más bien.

   Le doy un pellizco sobre la mano y apoyo la cabeza contra su pecho, cerrando los ojos. Lo que siento cuando estoy en sus brazos no tiene comparación. No hay nada que equivalga a todo el amor que me llena el pecho cuando estoy con él.

   — ¿Crees que sea buena idea hablar hoy con tu madre?

   Acaricio su muñeca y lo pienso detenidamente. No sé que fue lo que le dijo mi padre. Ni siquiera sé que hora es. Puede que lleguen en cualquier momento y si nos encuentran así creo que vamos a hacer de todo menos hablar.

   —No sé, ¿tú quieres hacerlo?

   —Por mí no hay problema. Pero creo que lo correcto sería que tú hablaras con ella también.

   Tiene razón. Yo soy su hijo. Debo ser el que le explique cómo fue que se dieron las cosas.

   —Mañana voy a hablar con Renjun y después lo haré con mi madre.

   Se queda callado. Renjun no había salido a colación desde la última desastrosa vez que hablamos. El simple hecho de mencionarlo, ya se convierte en campo minado.

   —Te dije que puedo ayudarte con eso Jae —suspira y me tranquiliza que responda—, no tienes que hacerlo solo.

   Muevo el pie con nerviosismo y consideró otra vez, la posibilidad de que me acompañe. Pero termino negándome. Creo firmemente que esto es algo que debo hacer solo.

   —No, Jeno, tengo que hacerlo yo. Si después quieres hablar con él, está bien.

   — ¿Y tú madre?

   — ¿Te parece si el miércoles le digo que llegue temprano y tú te vienes por la tarde?

   Asiente y aprieta mi cintura, después de darme un beso en la mejilla.

   —Entonces ya es hora de irme.

   Suelto un sonido lastimero. No quiero que se vaya. No sé qué me pasa, pero me niego a dejarlo ir.

   — ¿Quieres ir a casa conmigo, gatito? —ríe y sé por su tono de voz, que se está burlando de mi—, juro que casi te escuché ronronear.

   —Es que no quiero que te vayas —hago un puchero y restriego la mejilla contra su pecho—. Pero está bien. ¿Vas a pedir un taxi?

   —No, todavía no son las nueve. Puedo irme a casa en el autobús.

   —Te acompaño, dulzura. Vamos.

   Le doy una palmada en el muslo para que se haga a un lado y voy por una chaqueta hacia mi habitación para acompañarlo.

   De regreso guardo la flor que estaba haciendo para mí en uno de los cajones que tiene el mueble en donde se encuentra la televisión y luego, tomo las llaves. Jeno espera por mí a lado de la puerta y antes de salir, entrelazamos las manos y nos miramos a los ojos.

   Me paro sobre mis puntitas para tener mayor cobertura de su cabeza y le peino el cabello con los dedos. Sonríe hasta que sus ojos se hacen dos medias lunas y después le deposito un besito en la punta de la nariz.

   — ¿Ya estoy listo? —pregunta, sin dejar de sonreír.

   —Más que listo. —le saco la lengua y abro la puerta.

   La temperatura nocturna es agradable. Las luces de la calle iluminan la acera y caminamos tomados de la mano. Llegamos a la parada de autobuses y muy pocas personas esperan para abordar. Debe ser porque ya es tarde. Espero que mi padre cumpla su promesa de llegar después de las nueve. De lo contrario voy a tener que decir que tuve un antojo y que por eso salí a la calle. Ya no quiero estar castigado. Apesta.

   — ¿Esta mañana faltaste a la escuela?

   Su inesperada pregunta más sus penetrantes ojos me ponen nervioso. Mierda, ¿cómo lo noto? Ni siquiera se lo dije.

   —Hum, algo así.

   — ¿Y por qué fuiste al mariposario?

   Jeno tiene el don de hacerme ruborizar en cualquier momento. Lo odio.

   — ¿Por qué fuiste tú en primer lugar?

   ¡Ja! Esa fue una forma inteligente de evadir tu pregunta.

   —Porque te extrañaba y quería sentirme cerca de ti —se encoje de hombros y dice como si nada. Como si esa no fuera la confesión más ridículamente perfecta del mundo.

   Me deja en blanco y debo desviar la mirada para pensar el algo igual de poético. 

   —Jae...

   —No sé, ni yo mismo entiendo que es lo que buscaba —me relamo los labios y me doy por vencido—. Supongo que deseaba enfrentar mi fobia.

   — ¿Tú solo? Precioso, eso fue peligroso.

   Hago un puchero y Jeno se acerca hacia mí para darme un beso.

   —No hagas eso. Me dan ganas de besarte cada vez que abultas los labios de esa forma.

   Sin querer vuelvo a hacer otro puchero. Él frunce el ceño y me besa otra vez, mientras esbozo una sonrisa y su aliento su cuela por mi boca.

   Y vuelvo a hacer otro puchero, sólo para molestarlo, pero entonces se detiene y mira fijamente tras mi espalda. Al principio creí que el autobús estaba a punto de llegar, pero al ver que no despega sus ojos, que se paraliza y que su atención ha sido completamente atrapada por una situación desconocida, me desconcierto un poco.

   — ¿Qué pasa? —pregunto con curiosidad, tomando su rostro entre mis manos—. ¿Está todo bien?

   Tarda un poco en contestarme, pero finalmente me mira y sus ojos están llenos de confusión.

   —Sí, Jae, es eso que... olvídalo.

   — ¿Qué pasa?

   —Es una tontería.

   Jeno niega con la cabeza y vuelve a mirar detrás de mí. Guiado por la curiosidad giro sobre mis talones y observo la calle. Pero no hay nada extraordinario que ver. Sólo un par de personas cambiando de acera.

   —Jeno, ¿viste algo?

   Me asusta que tarde en contestarme. ¿Qué fue lo que vio?

   —Yo creí... creí ver a mi madre.

   — ¿A tu madre?

   —Sí, pero no era ella. Estaba con otro hombre. Debí haberme confundido.

   La confusión se hace presente. ¿Su madre? ¿Qué tendría que hacer ella a estas horas de la noche en compañía de otro hombre?

   — ¿Estás seguro?

   —Sí,Jae. Lo siento si te asuste —se acerca hacia mí y me da un tierno beso sobre la frente—. ¿Me prometes que vas a dormir bien?

   No paso por alto el hecho de que sea cambiar de tema. Pero si no se siente cómodo hablando sobre su madre, la persona que probablemente más daño le ha hecho en toda su vida, entonces lo respetaré.

   —Sólo si me das un beso de buenas noches.

   Sonríe hasta que sus ojos se hacen dos medias lunas y me tranquiliza saber que puedo regresarlo a la normalidad.

   —Todos los que quieras, precioso.

   Escucho que el autobús se acerca, pero Jeno es rápido y me toma por la cintura para darme un beso que me hace cerrar los dedos sobre su sudadera. Jadeo y abro la boca, dejando que se apodere de ella. Lo escucho soltar un sonido lastimero y después de algunos segundos se separa y me da un montón de picos que me sacan una sonrisa.

   — ¿Mañana puedo venir a verte?

   —Después de que hable con Renjun.

   —Claro —toma una de mis manos y me besa los nudillos—. Tú dime cuando estés libre. ¿De acuerdo?

   Asiento con la cabeza y le doy otro beso. Las personas comienzan a subir y aunque no quiero separarme de él, tampoco deseo que pierda el autobús.

   —Ya vete. Me van a dar ganas de irme contigo a tu casa.

   —Yo no tengo problemas. Te puedo adoptar si quieres.

   Pongo las manos sobre su pecho y lo empujo. Le doy un último pico y lo obligo a caminar hacia las puertas que están abiertas.

   —Recuerda dormir bien.

   —Lo haré, mamá —pongo los ojos en blanco—, te lo prometo.

   El chófer le dice en tono arisco que si se va a subir o no y Jeno le responde que le dé un segundo y luego, me besa.

   —Adiós, Jae.

   —Adiós, Jeno.

   Lo veo subirse al autobús y tomar asiento a lado de una ventana, sólo para hacerme un corazón con las manos y lanzarme un beso.

   Alzo la mano y finjo que lo atrapo. Lo llevo hacia mi corazón y palmeo mi pecho, indicándole que lo he dejado justo ahí.

   El autobús avanza y agito la mano. Lo pierdo de vista y entonces suspiro, giro sobre mis talones y una sonrisa de pura felicidad se me dibuja en el rostro.

   Ojalá hubiera sido lo suficientemente listo para mirar atrás una última vez.



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