Extraño |NoMin

By scaretwoo

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Con él, nunca te veo sonreír. Conmigo, padeces de ataques de risa. Con él, no tienes deseos de ir a n... More

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33. Fractura
34. Siempre tuyo; Parte 1
34. Siempre tuyo; Parte 2
Capítulo final
Epílogo
Agradecimientos.

27. Razones

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By scaretwoo

Jeno.

Canadá; Universidad de Toronto. Cinco años de carrera; con cuatro de estadía pagada por beca de excelencia. Un año de prácticas profesionales en los mejores hospitales de la ciudad. Casa de estudiante con dormitorios que se comparten entre dos. Trabajo en una cafetería cercana de medio tiempo con un salario más que decente. Una nueva ciudad, un nuevo idioma y la oportunidad implícita de convertirme en un buen médico.

   El folleto que sostengo entre las manos es bastante claro. Describe un sueño. Uno que se puede hacer realidad si le digo al director Kim que acepto tomar la beca.

   Los detalles ni siquiera los tengo que preguntar. Las posibles dudas están resueltas en un informe pulcramente acomodado que llevo en una carpeta color crema debajo del brazo. La secretaria se ha encargado de darme todo, incluido un plan de rutas de los distintos autobuses que llegan a los dormitorios de la escuela. 

   —Me alegra que hayas recapacitado Jeno, esta es una gran oportunidad para ti.

   El director Kim toma su taza de café y le da un sorbo que de inmediato le hace fruncir el ceño. El agua debe estar demasiado caliente.

   —Todavía tengo que hablar con mis padres —comento, siendo un poco demasiado consiente de que lo que estoy haciendo sentado frente a este hombre.

   —Entiendo, pero con que tú estés convencido ya es un gran avance —deja la taza sobre el escritorio y entrelaza las manos, poniéndolas debajo de su barbilla—. Eres uno de los mejores alumnos que ha tenido este Instituto y lo menos que podemos hacer por ti es darte esta oportunidad, que, si me dejas opinar, más de uno quisiera.

   Bajo la mirada y observo el folleto. Por supuesto que todos querrían tener la oportunidad de irse a otro país para conocer gente nueva, cambiar de aires y construir una vida llena de sueños y altas expectativas.

   Una vida lejos de aquí.

   —Muchas gracias por tenerme en cuenta, director Kim —el hombre inclina la cabeza y responde mi agradecimiento. Debe estar ocupadísimo pero aun así se dio el tiempo para atenderme y eso sin duda le gana méritos—. Como ya le he dicho se lo voy a comentar a mis padres. Pero en cuanto tenga una respuesta se lo hago saber.

   El director sonríe y las arrugas bajo sus ojos aparecen. Debe haber sido un hombre muy sonriente en su juventud.

   —Claro que sí, Jeno, puedes pensarlo todo lo que quieras, pero debes saber que el límite es después de los exámenes finales. En caso de que aceptes, necesitamos tener listos todos tus papeles.

   Vuelvo a mirar el folleto y de repente me siento abrumado. Quizá debí pensarlo mejor. No estoy haciendo más que darle falsas esperanzas.

   —Entiendo, director, muchas gracias por haberme recibido.

   Hago la silla hacia atrás y me pongo de pie. Le extiendo la mano y él se encarga de estrechármela con calidez, a la par en que una sonrisa de esperanza se esboza en su rostro. Debe estar intentando darme ánimos para que no me niegue a aceptar su oferta.

   Me despido de la secretaria que me ha atendido y sin mirar atrás, voy hacia la puerta y tomo el picaporte, encontrándome con el pasillo desierto. He tenido que saltarme una clase para venir aquí, espero que no me cause problemas con mi profesora de algebra. Quizá debí pedir un justificante.

   Era la última clase que tenía. Atravieso al patio para irme a casa. Como todavía es temprano, decido irme con calma y tomar el autobús.

   Veo la entrada despejada de estudiantes y me despido del guardia con un gesto de mano, a lo que él me sonríe. Sin distracciones me dirijo a la parada y no espero a nadie, pues Yukhei y Jungwoo seguramente ya se fueron. No creo que hayan tenido la paciencia de esperarme. Ni siquiera sabían que iba a faltar para ir a hablar con el director. Más tarde van a pedirme explicaciones.

   Pasan cinco minutos y finalmente el autobús aparece. Subo, muestro mi credencia de estudiante y me voy hasta el último asiento, el que queda junto a la ventana. No tengo acompañante y eso me da la libertad de hacer eso que tanto quiero desde que el director me palmeó la espalda y me dijo con voz cálida que tomara asiento. Que estaba tomando una decisión acertada.

   Todavía tengo el volante de la universidad entre las manos, y es casi compulsiva la manera en que lo doblo en una, dos y cuatro partes. Como si con eso redujera las posibilidades. Lo miro una vez más, y ahí, justo ahí, en un bus con un montón de desconocidos y el sonido del escape haciendo eco en mi cabeza, me dejo llevar.

   Escondo la cabeza en la mochila y lloro, porque ya no puedo más.

   No entiendo que estoy haciendo mal, cada paso que doy hacia adelante es como si retrocediera veinte. He intentado salir del hoyo negro en el que constantemente la vida se empeña en sumergirme, pero por más que soy optimista y trato de llegar a la luz, algo sale mal en el camino. Y entonces tropiezo, y vuelvo al inicio, ese mismo en donde ya me cansé de tanto estar.

   Irme de aquí significa escapar de mis problemas, actuar de manera cobarde al no hacerles frente. Eso lo sé, lo entiendo, pero es que... ya no tengo motivos para quedarme. La única persona que me mantenía cuerdo me dejó. Como todos lo hacen.

   Sin sentido, sin explicación.

   ¿Cómo puede alguien quererte y luego ya no? Jaemin parecía sincero cuando me decía que me quería. Cuando me decía que era feliz. Lo más fácil sería echarme la culpa y señalar que el único que estuvo inventándose cosas fui yo. Pero lo cierto es que lo sentí. Sentí el cariño en sus ojos y el consuelo en sus palabras. El sentimiento era el correcto, creí que podía aferrarme a él, que después de vivir años cometiendo errores, por fin había acertado en algo.

   ¿Acaso me equivoqué? ¿Acaso el me mintió?

   Lo tenía todo, pero por una cosmovisión equivocada, el sueño se desvaneció y no me quedó más que aceptar sus palabras y huir de sus confundidos ojos que tanto daño me estaban provocando. A lo mejor debí pedirle una explicación más certera, para que así yo no tuviera que ingeniármelas en el futuro tratando de entender qué demonios salió mal. Pero, el dolor fue tan concluyente y certero, que no pude pensar en nada más. Me debilité y dejé que esos miedos, esos que ilusamente creí erradicados, volvieran a atacarme y a tomar el control de mis sentimientos.

   A la lejanía, siento que alguien toma asiento a lado de mí, pero ni siquiera una presencia evita que continúe llorando sin consuelo. No me importa lo patético que pueda lucir llorando en un espacio público. Me siento tan roto por dentro que no me interesa en lo más mínimo lo que refleje en el exterior.

   Cierro el puño contra el folleto y lo arrugo, deseando destruirlo. Por un momento imaginé que las cosas podían mejorar, que Jaemin y yo enfrentaríamos los problemas juntos y que después de una ardua batalla se quedaría tranquilamente a mi lado, para disfrutar de lo que ambos estábamos construyendo. Los miedos y todas las cosas malas que mi madre dijo habían quedado sepultados bajo capas de valentía y seguridad. Porque si antes tenía pocas dudas, ahora ya no tenía ninguna. Apoyaría a Jaemin sin rechistar. Enfrentaría a sus padres, hablaría con Renjun y le demostraría a Jungwoo y a Yukhei que no estaba equivocado, que finalmente había encontrado a la persona correcta.

   Ingenuo de mí al pensar que sería tan fácil.

   No esperaba que todo saliera conforme a mis intenciones, pero tampoco esperé a que las cosas cambiaran tan drásticamente. Un día lo tenía entre mis brazos y al otro me decía en la cara que no me quería. Que prefería a Renjun antes que a mí.

   Francamente yo nunca tuve intenciones de hacerlo decidir. Era egoísta pretender que eligiera entre algunos de los dos. La amistad y el amor no son cosas que se puedan comparar, eso lo entendía perfectamente. Pero, no creí que se diera cuenta tan repentinamente de que no quería estar conmigo y que lo nuestro era nada en comparación a lo que tenía con Renjun. Fue un giro inesperado que me sentó como una bofetada en la cara, llena de cruel realidad.

   Ahora, estoy pensando en irme, tomar otro camino y continuar mi vida en otro país. No me encanta la idea de abandonar el lugar en donde crecí, pero en este momento siento como si la vida me hubiera dado la espalda. 

   Mis padres ni se lo van a pensar, en cuanto les diga que fui a hablar con él director Kim y les muestre los beneficios del intercambio, van a quedar más que fascinados. Después de todo eso era lo que tanto querían: deshacerse de mí. Vivir la vida perfecta que nunca pudieron tener por mí culpa.

   Tiemblo y me aferro con fuerza a mi mochila, deseando desesperadamente que el sufrimiento en mi corazón se detenga. Si por mi fuera me iría de la vida de todos. Estoy harto de sentir que soy una carga, un estorbo.

   Estoy harto de sentir que los demás sufren por mi culpa.

   Por segundos enteros, como una caricia que pretende pasar desapercibida, siento una mano sobre mi espalda, delineando con parsimonia mi columna vertebral. Levantó rápidamente la mirada y me seco la punta de la nariz con la manga de mi chaqueta.

   Un chico a lado de mí me sonríe y a pesar de que no me gusta que las personas me miren con lástima, no tengo problema en aceptar la sonrisa llena de compasión que me regala.

   ¿Para qué me pongo a llorar en un lugar público? Era obvio que en algún punto iba a llamar la atención.

   — ¿Quieres un pañuelo? —me pregunta con una agradable sonrisa. Es un chico bajito de cabello rojizo, mejillas rellenitas y expresión angelical. Pero no es eso lo que llama mi atención, sino su tono de piel que es sumamente lindo, como canela.

   —Gracias —trato de sonreír, a pesar de que sé que soy un desastre y espero pacientemente a que saque de su mochila un pañuelo de papel que me tiende sin borrar su sonrisa.

   —No deberías llorar solo —me seco las lágrimas y trato de que ya no salgan más—. Duele menos cuando alguien te acompaña, ¿sabías?

   Aprieto el pañuelo entre mis dedos y trato de enfocar la mirada, pero mi vista está nublada y no sé porque pero cada cosa que dice este chico me hace sentir más miserable y solo.

   —No tengo a nadie con quien llorar.

   —No creo que eso sea cierto.

   Sonrío pero realmente no me siento conmovido. Tengo amigos, tengo familia, tengo un precioso chico que no sale de mi mente en todo el maldito día.

   Pero aun así, estoy solo.

   —Supongo que tienes razón.

   Asiente y sin que se lo pida, me da el paquete completo de pañuelos.

   —Las lágrimas vienen directo del corazón, ¿lo sabías? —acerca una de sus manos hacia mis mejillas y sin pedir permiso, las limpia con la yema de sus dedos—, así que son muy preciadas. Guardarlas bien y no las desperdicies por cualquiera.

   A lo largo de los años mis lágrimas se las he dedicado a las personas que más me importan en el mundo. Personalmente no creo que las esté gastando en vano.

   —Tengo el corazón roto —confieso y no sé porque padezco de un repentino ataque de sinceridad—, ¿te ha pasado?

   —Por supuesto que si —se encoge de hombros con naturalidad, pero aunque no le de importancia, puedo ver que algo dentro de sí, se remueve— a todos nos han roto el corazón alguna vez.

   Trago saliva y tomó otro pañuelo, considerando si será o no grosero que me suene la nariz frente a él.

   — ¿Nunca... has sentido como si una parte tuya luchara por salir pero otra te encadenara a continuar ahí?

    No sé qué pretendo hablando profundamente con alguien a quien apenas acabo de conocer. Pero sólo... sólo por un momento me gustaría sentir que alguien más me comprende. Que lo que siento en el pecho todos los días al despertar y ver que mi vida se está yendo a la basura, también es el mismo sentimiento que cualquier otra persona puede tener en un día normal.

   —El amor no es fácil, amigo—vuelve a encogerse de hombros pero está vez parece más consiente—, si fuera fácil entonces todos lo intentarían. El mundo sería una mierda romántica y los vendedores de alcohol y novelas dramáticas se iría a la quiebra.

   Me parece un análisis muy sobrio, aunque nunca me había detenido a pensarlo. El amor no es fácil, claro que no lo es. Pero, tampoco esperé a que fuera tan difícil.

   ¿Es eso una contradicción?

   —Vas a sentir que hay miles de razones para renunciar —continúa, y se pone de pie, agarrándose de la barandilla del autobús para anticipar su bajada—, pero el corazón siempre quiere lo que quiere. Y no hay forma de luchar contra eso.

   Me sonríe una última vez y antes de bajarse, se gira a mirarme y se presenta:

   —Mi nombre es Haechan.

   —El mío es Jeno.

   Asiente e inclina un poco la cabeza.

   —Fue un gusto, Jeno.

   Presiona el botón que está junto a la puerta y el camión se detiene. Lo veo bajar las escaleras y en un parpadeo, desaparece.

   Me quedo en mi lugar y abrazo mi mochila, procesando sus palabras.

   El corazón siempre quiere lo que quiere.

   Aunque es sencillo, tiene su lógica. No importa que tan desastroso, doloroso, o malo pueda llegar a ser. Si tu corazón lo quiere, si tu corazón lo desea, entonces no puedes hacer nada para evitarlo. Sólo resignarte.

   Dos paradas más tarde me doy cuenta de que me he pasado de estación. Como es muy tarde para cambiar de ruta decido bajar en el parque, ese mismo en donde Jaemin y yo vinimos al zoológico para ver las mariposas.

   Al bajar, noto que hay más personas que cuando vinimos. La mayoría viene en familia, con niños que ambicionan ver a los animales. A mí me parece sumamente triste que vivan encerrados en jaulas, pero están tan acostumbrados a ello que si los liberan quizá tengan problemas para integrarse a la vida salvaje después.

   Llego al señalamiento del parque y delineo con lentitud el mapa, con los distintos atajos para llegar al zoológico atravesándolo de lado a lado. Los recuerdos son tristes, pero lo suficientemente fuertes para sacarme una sonrisa que agrieta la agria sensación que me provocan mis lágrimas. La persona que dijo que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde, acertó demasiado bien. No somos conscientes de lo felices que somos hasta que tenemos el corazón destruido y las esperanzas en el suelo.

   No tengo a donde ir, es demasiado temprano para llegar a casa y como todavía no quiero hablar con mis padres decido que voy a dar un paseo. Aun así, mi madre ya ha aceptado, ella fue la primera en dar su autorización. De mi padre no estoy tan seguro, pero no creo que tenga que convencerlo demasiado, lo único que tiene que hacer es darme para el boleto de ida. Y esperar a que no haya uno de regreso.

   Aun con las mejillas húmedas me aparto del mapa y comienzo a caminar con dirección incierta, mirando mis zapatos para evitar que alguien note el naufragio de mis propias expresiones. Siento niños correr al lado de mí, que persiguen sus papalotes en el cielo, mientras ríen y se empapan de la vida. No se detienen a pensar que a lado de ellos hay alguien que poco a poco se ha dejado alcanzar por las desgracias del destino.

   Yo también podría volver a sonreír, a ser feliz. Si tan sólo pudiera convencerme de que todo fue una mentira. Que Jaemin realmente me mintió ese día y que lo que salió de su boca, esa misma boquita hermosa con la que regaba besos en mis mejillas y se convertía en mi refugio en los peores momentos, no era más que eso una cruel e imprudente mentira que terminaría cuando él me buscara y me dijera que no. Que nada de eso había sido cierto. Que lo único que quería en realidad era estar conmigo y aferrarse con la misma fuerza con que yo me estaba aferrando a él.

   Sus palabras todavía me bailan en la mente. Resplandecen cada vez que pienso en él y ahogan todo lo bueno que pueda llegar a idealizar. Como un mecanismo incomprensible, terminan regresándome al principio, en el momento preciso en donde yo pensé que no le agradaba y que quería evitar todo contacto conmigo.

   No puedo creer que todo haya terminado así. De una forma tan tajante y desalmada. Hay muchas cosas todavía que me gustaría decirle. Que se convirtió en la persona más valiosa de mi vida es un ejemplo de ellas. Soy de los que piensan que el tiempo realmente no importa. Nunca afectó que Jaemin y yo lleváramos tan poco de conocernos, porque justo como dijo Julio Cortázar: "andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos", dos calmados años pasaron y cuando por fin nos conocimos, ninguno de los dos pudo dimensionar la cantidad de sucesos que viviríamos y la fuerza con la que íbamos a querernos.

   Ahora, lo único que puedo hacer es concederle precisamente lo que me ha pedido: tiempo, espacio, no abrumarlo con mis patéticas suplicas. Si realmente Jaemin me quiere lejos de su vida, entonces lo respetaré. No quiero que cargue con el peso de la culpa y que Renjun, una parte que sí es importante para él, sea arrancada de su vida por mis deseos egoístas de hacerlo quedarse conmigo sin importar lo demás.

   Sin importar que el mero hecho de sentirlo lejos, me destroza.

   No sé cuánto tiempo llevo caminando, pero cuando algo me interrumpe el paso, debo detenerme. Levanto la mirada y me encuentro con una banca vacía. Creo que he llegado a la zona infantil, a juzgar por los juegos que se encuentran en una alegre zona verde y los niños que corretean de un lado a otro.

   Estoy dispuesto a tomar otra ruta, pero entonces mi vista se detiene en un punto que hace que el corazón me lata con fuerza. 

   El mariposario.

   No quiero ni pensarlo, trato de evitar que los recuerdos inunden mi mente y me hagan trizas. Pero es demasiado tarde, pues termino viéndolo; el momento preciso en que ambos entramos juntos, tomados de la mano, con la esperanza de hacer su proyecto de biología el mejor de la clase. Recuerdo también que le dije que no tuviera miedo, que yo siempre iba a cuidarlo. Es curioso, porque no se lo decía porque quisiera quedar bien con él o porque pretendiera jugar con sus miedos, sino porque en unos cuantos días, Jaemin se había convertido en alguien importante para mí. 

   Recuerdo dolosamente como se inclinó hacia mí y sus manos se posaron sobre mi pecho, ansiosas, mientras cerraba los ojos y suspiraba. Era como si me pidiera que lo besara. Un ángel tentando al diablo a hacer algo incorrecto en nombre de las más dulces perversiones. Me asusté como nunca, porque me hizo entender que yo también quería hacerlo. Deseaba acariciar su hermosa piel y fundirme contra esos labios que me gritaban escandalosamente que los tomara. Que los profanara. Por suerte él se separó a tiempo y me hizo volver a la realidad. Una en donde nosotros no estábamos juntos.

   ¿Fue muy ingenuo de mi parte pretender que las cosas mejorarían? Seguramente. Desde ese día muchos seguros interiores se removieron. Me descubrí a mí mismo deseando hacer muchas cosas. La mayoría de ellas junto a él: sonreír, reír, amar...

   Mis pies me llevan a formarme a la fila donde está la taquilla y pienso, muy dentro de mí, que debo ser masoquista, pues lo único que quiero es sentirme dentro de ese momento. No dejarlo morir. Pido un boleto y después de cinco minutos esperando, entro con un grupo de diez personas que toman su celular y sacan fotos del lugar, desactivando el flash para no dañar a las mariposas.

   Tal y como lo hicimos la primera vez, me separo del grupo y comienzo a explorar el lugar. Voy hacia la sección en donde las mariposas están libres y las aprecio de cerca, con desbordante admiración. Son hermosas, extienden sus alas al vuelo y muestran sin reparos sus alegres colores. Extiendo la mano y tomo una entre mis dedos. No entiendo como Jaemin puede tenerles tanto miedo. En este mundo hay cosas mucho peores que insectos voladores.

   La dejo ir y continúo el recorrido. Ojalá lo hubiera podido hacer superar su fobia. Pero la realidad es que ese día apenas y si pudo andar por el lugar. Constantemente se aferraba a mí y cuando ya no pudo soportarlo más, me pidió que nos fuéramos a casa y yo tuve que aceptar.

   ¿Cómo no iba a hacerlo? si siempre ha sabido doblegarme ante sus deseos.

   Decido que voy a explorar otra sección, pero me detengo porque en el camino me llama la atención que haya un circulo de personas cerca de uno los exhibidores principales. El mariposario es un lugar enorme y casi siempre muestra distintas especies de mariposas según la estación del año. Hoy debe haber una especie muy rara o en peligro de extinción exhibiéndose.

   Pero conforme me acerco y escucho los comentarios de los curiosos, descarto mi teoría. Al parecer alguien he tenido un percance. O puede que haya matado una mariposa sin querer. No me sorprendería demasiado si algo así pasara. Son seres muy frágiles que necesitan de mucho cuidado. Mentalmente me digo que lo mejor es no tocar a ninguna más. No quiero tener problemas.

    Y estoy dispuesto a pasar de esa sección para ahorrarme lo que sea que esté sucediendo, cuando un paramédico pasa violentamente a lado de mí, desconcertándome. Las personas se apartan para dejarlo pasar pero a los pocos segundos vuelven a encerrar el problema. Quitándome la posibilidad de ver lo que sucede.

   Entre más observo aquella escena más incompresible me resulta. ¿Habrá pasado un accidente? ¿Qué clase de situación en un lugar familiar como este necesita de ayuda médica inmediata?

   — ¿Qué pasó? —le pregunto a uno de los curiosos que está a pocos metros de donde se encuentran las demás personas—, ¿hubo un accidente?

   —Al parecer un chico tuvo un ataque de pánico o algo así —el hombre, que a simple vista podría ser de la edad de mi padre, se encoje de hombros con desinterés. Tiene una cámara profesional colgada al cuello y unas gafas de sol oscuras sobre la afeitada cabeza, a pesar de que el clima no es tan caluroso. Debe ser un turista visitando lugares interesantes de la ciudad—, le están dando atención médica, pero es todo lo que sé.

   Le agradezco la información y continúo avanzando. De repente me siento atraído, como si fuera imperdonable que no me entere de lo que está sucediendo. Conforme me acerco, hay algo que dice que me dé prisa. Que no desperdicie el tiempo. Puede que inconscientemente la persona que está sufriendo de un ataque de ansiedad me recuerde a Jaemin y me sienta con la obligación moral de ayudarlo.

   Guiado por esa corazonada, sigo el resplandor que se ha dibujado sobre aquel suceso. Las personas son celosas al querer dejarme pasar, porque no quieren perder el lugar tan privilegiado que tienen para gozar de la desgracia ajena. Por suerte, la vida me ha hecho más terco que la mayoría e insisto hasta que veo en un primer plano lo que está pasando.

   Al principio, creí que el deseo por volverlo a ver me estaba volviendo loco. Mi cabeza de alguna mezquina manera se las había ingeniado para darme una visión cruel que me dislocara por completo. Pero, conforme parpadeo y entorno los ojos todo se hace más claro y es imposible que dado este punto yo pueda imaginarme algo tan desastroso con tanto detalle.

   Está sentando en el suelo, tiene la cabeza apoyada entre las rodillas y su cuerpo tiembla violentamente. El paramédico intenta decirle algo, pero no tiene éxito pues no lo escucha. Y en el momento en que suelta un sollozo y aferra sus manos al suelo como si buscara un punto de apoyo, yo no tengo nada más que pensar.

   — ¡Jaemin!

   Grito su nombre y corro hacia él, escuchándolo llorar mientras el paramédico le dice que se tranquilice. No deja de temblar, ni siquiera cuando poso una mano sobre su espalda y me acerco hacia él, tratando de que me mire.

   — ¿Lo conoces? —el paramédico cuestiona—, ¿sabes si sufre de ataques de ansiedad?

   —Le tiene fobia a las mariposas, lo mejor es que lo saquemos de aquí.

   No le doy tiempo de que me conteste ni de que me diga si está de acuerdo o no con mi decisión. Paso un brazo debajo de sus piernas y coloco la otra mano a su espalda, para poder cargarlo y sacarlo de ese lugar que tanto miedo le infringe.

   Me abro paso a través de los curiosos y como si fuera instintivo, Jaemin echa los brazos por mi cuello y recarga la cara contra mi pecho, sin dejar de temblar. Lo escucho repetir mi nombre entre sollozos: "Jeno, Jeno, Jeno", con su ronca voz, como si fuera un mantra. Y yo tengo que esforzarme el doble para no venirme abajo con algo tan sencillo como escuchar la necesidad en sus palabras.

   Escucho a alguien decir que quien podría ser capaz de tenerle miedo a algo tan estúpido como las mariposas. Me muerdo el interior de la mejilla y por respeto a Jaemin, no les grito que se metan en sus propios asuntos. ¿Qué miserables tendrán que ser sus vidas para juzgar algo que no conocen?

   Salgo con él en brazos y el paramédico me indica que lo deje sobre una de las bancas que está cerca de la entrada. Pretendo seguir su orden pero cuando intento separarme de él, Jaemin se aferra con más fuerza a mi cuerpo y repite mi nombre, como si con eso me rogara que no lo dejara.

   —No voy a irme, Jae, pero el paramédico te tiene que revisar.

   Niega con la cabeza y siento la punta de su nariz enterrándose contra mi cuello. Parece tan asustado que me rompe el corazón no poder hacer nada contra su fobia.

   —Te prometo que será rápido precioso —no me detengo a pensar en cómo lo he llamado y mejor le acaricio los cabellos, para después depositarle un beso sobre la frente—, por favor.

   Tarda en darme una respuesta, pero finalmente con algo de frustración y sin mirarme a los ojos, se separa y todavía sobre mi regazo, el paramédico se acerca y comienza a tomarle la presión. Le pregunta cómo está y Jaemin dice entre balbuceos que se siente muy agitado. Le pregunta sobre su fobia y él le dice que no era algo grave, que realmente no les tenía mucho miedo.

   Pero yo sé que está mintiendo, de ser el caso no habría sufrido de algo tan grave como lo es un ataque de ansiedad.

   Después de una revisión general, se dirige a mí y Jaemin vuelve a aferrarse a mi pecho, sin decir nada. Los dedos me pican por volver a acariciarlo, pero mantengo la compostura y escucho atentamente el diagnóstico.

   — ¿Está bien?

   —Fue un ataque de ansiedad —el paramédico explica, guardando sus instrumentos dentro del maletín que hasta ese momento, me doy el tiempo de notar—. Tiene la presión baja, porque no ha estado comiendo ni durmiendo bien desde hace varios días. Su fobia no es muy grave, pero está muy alterado y eso detonó que se asustara hasta el grado de inmovilizarse.

   Esto no puede estar pasando, ¿Cuándo fue que Jaemin comenzó a descuidar su salud de esa manera? ¿Por qué desde hace días que no come ni duerme? La ansiedad me consume y lo único que quiero hacer es abrazarlo y llevármelo lejos de aquí. De este lugar que tanto daño nos ha provocado.

   — ¿Hay algo que deba hacer? ¿Algo que deba darle?

    —No es necesario. Sólo trata de que este tranquilo por el resto del día y que coma algo. Dios santo ese chico se va a desmayar en cualquier momento.

   El corazón se me oprime dentro del pecho y tengo tantas ganas de mimarlo con besos y llenarlo de cuidados, que debo controlarme.

   —Muchas gracias por actuar tan rápido —le agradezco estrechándole la mano—, prometo que acataré sus instrucciones.

   El paramédico asiente y le dice a Jaemin que coma y que duerma bien, aunque este no lo escuche. Una vez que nos deja solos, yo tengo que dividirme entre volverme una masa de agresión y preocupación, o el tipo más pacífico del mundo.

   ¿Cómo pudo dejar de comer? ¡Y por días! Jaemin ya es lo suficientemente delgado como para bajar más de peso. No ha dormido bien, y para variar, se le ocurre venir a este lugar solo, a sabiendas del pánico que las mariposas le causan con una simple mirada.

   —L-lo siento —lo escucho susurrar, interrumpiendo mi batalla interna—, n-no quiero incomodarte, me voy a separar lo prometo. Pero por cinco minutos finge que no me odias y déjame abrazarte y aferrarme a ti.

   Lo escucho pero es como si no lo hiciera. ¿Odiarlo? ¿Cómo podría odiarlo? ¿Cómo podría cambiar la calidez y el amor que siento por él cada vez que lo miro por algo tan vulgar como el odio?

   —Yo no te odio, Jae —lo estrecho entre mis brazos y me controlo para no llenarle el rostro de besos. Luce tan frágil que me causa rabia el solo pensar que se tortura así mismo con tonterías—, nunca lo haría.

   Entierra la cara en mi pecho y de cierta manera es un alivio que no me mire de cerca. No estoy seguro de poder resistirme a hacer una locura.

   —Deberías —susurra y otra vez su cuerpo comienza a temblar— porque y-yo, y-yo te dije cosas horribles y-y...

   Tomo su barbilla entre mis dedos y me encuentro por primera vez desde hace una semana, con sus preciosos ojos que ahora están opacos y llenos de lágrimas. Dios mío, tengo tantas ganas de besarlo, tengo tantas ganas de mandar todo el autocontrol a la mierda y volver a sentir esa ternura incomprensible que me invade cuando lo beso, que aferro los dedos a la tela mi pantalón para evitarlo.

   —No hablemos de eso ahora. Tienes que tranquilizarte y comer algo. También deberías dormir Jae, tienes unas ojeras horribles.

   Entorna los ojos y a pesar de que lo estoy obligando a mirarme, está haciendo el esfuerzo por apartar la mirada y no hacerlo.

   —Estoy bien, es sólo que quería superarlo, pero una de esas cosas se me posó en la mano y yo... —parpadea y una expresión nebulosa y distante se apodera de sus ojos—, quería quitármela de encima pero no podía sin matarla primero. Y entonces entré en pánico y la respiración se me aceleró y la cabeza me dio vueltas.

   Lo abrazo con más fuerza a pesar de que no me lo ha pedido y espero reconfortarlo un poco.

   —Ya pasó Jae, ahora estas bien. Estoy aquí contigo y no voy a dejar que nada malo te suceda.

   Me quedo mirándolo de cerca mientras mis dedos acarician sus mejillas y sus ojos se cierran, apoyándose en el toque. Continúo abrazándolo y espero a que se tranquilice, sin decir ni una palabra. No creo que este sea buen momento para hablar de nada. Ni siquiera estoy seguro de que tengamos algo de lo que hablar.

   El viento roza nuestros rostros y con una mirada al cielo noto como el sol comienza a descender de a poco. Un árbol nos da sombra y las hojas secas y cobrizas se le desprenden de vez en cuando, enmarcando la silueta de la banca en un marco irregular.

   Si pudiera aferrarme a este momento, sin duda lo haría. Permanecer en incertidumbre sobre si este será el final o un nuevo comienzo. Hay tantas cosas que todavía me gustaría hacer con él... Pasear en bicicleta, caminar de la mano por el parque, hacer un picnic, leer un libro bajo la sombra de un árbol... y un montón de cosas que me encantaría hacer realidad a su lado.

   — ¿Te sientes mejor? —cuestiono, mirando hacia abajo para encontrarme con que todavía sigue acostado sobre mi pecho.

   —Sí. —responde en un suspiro, mientras tiene los ojos cerrados.

   —Voy a pedir un taxi para llevarte a tu casa, ¿crees poder levantarte para caminar a la salida o prefieres que te cargue?

   Mueve la cabeza y me mira. Hay algo en sus ojos que detona el pánico con mis palabras. Probablemente sus padres ya saben de todo este embrollo y no tienen ganas de verme. Pero a mí eso me importa poco. Necesito llevarlo a su casa y asegurarme de que está bien. Los problemas que se desprendan corren por mi cuenta.

   —Puedo caminar.

   Asiento, aunque no sé porque tenía la esperanza de que me dejara cargarlo hasta la salida.

   Llamo a un taxi y con un tirón gentil lo hago ponerse de pie. Las piernas le tiemblan un poco, pero aun así comienza a caminar.

   Atravesamos el parque hombro con hombro, y aunque no es necesario, nuestros dedos se encuentran y después se entrelazan. Ninguno de los dos dice nada y cada quién se dedica a mirar hacia el lado contrario, como si quisiéramos enajenarnos. Sonrío con tristeza y suspiro. Es gracioso y hasta un poco cruel como es que algo tan sencillo como sentir su piel contra la mía, puede borrar tantos dolores.

   El taxi no tarda en llegar y al subir soy yo el que le indica la dirección. Nuestras manos continúan entrelazadas y en algún punto, en otro de esos perdidos por nuestra conciencia, recarga la cabeza contra mi hombro y me apoyo contra él. Porque he descubierto que cuando se trata de Na Jaemin yo soy la personas más débil de todo el mundo.

   Llegamos a su casa y puedo ver que hay un auto estacionado. Creo que es el de su padre, la verdad es que no estoy muy seguro porque a veces los señores Na intercambian sus vehículos. De todas formas me preparo mentalmente para lo que pueda suceder. Digan lo que digan, debo afrontarlo y no replicar. No pienso discutir con quienes por tanto tiempo me ofrecieron la calidez de un hogar.

   Le pregunto al taxista cuánto le debo y con todo el dolor de mi corazón suelto la mano de Jaemin para tomar mi billetera. Una vez liquidado el precio, abro la puerta y rodeo el auto para ayudarlo a bajar. Jaemin se ruboriza cuando le tiendo el brazo, pero termina aceptando y se aferra a él, hasta que llegamos a la puerta de su casa.

   Pienso que va a pedirme que me vaya y que lo deje solo, pero cuando lo veo sacar las llaves de sus jeans para abrir la puerta me siento aliviado. Contengo las ganas de volver a tomar su mano, y me digo que tengo que controlarme sino me voy a volver loco.

   Toma el picaporte de la puerta y entramos. Puede escucharse el sonido de la televisión en la sala. Su mochila no está en la entrada, donde usualmente la deja cuando llega de la escuela, así que no sé si ha faltado o si simplemente salió temprano.

   Como pensaba hay alguien en casa. El señor Na está sentado frente al televisor con un bol de palomitas en las piernas mientras se come la uña del pulgar derecho. No estoy muy seguro de qué está mirando, pero por las pocas escenas que distingo en la pantalla, deduzco que está viendo una novela.

   La misma que mira mi tía cuando llega del trabajo.

   —Hola, papá —Jaemin dice con voz queda, acercándose con nerviosismo hacia el sillón—, ya llegué.

   —Muy bien, cariño, la comida está en el microondas —continua enfrascado en la televisión, sin mirar a su hijo—. Tu madre va a llegar en un rato.

   —Ah... —se rasca el brazo con nerviosismo y me da una breve mirada, casi fugaz—. Papá, traje a Jeno.

   —Está bien cariño, hay comida para los dos.

   Jaemin entorna los ojos y sé que la reacción de su padre no es la que esperaba. Sinceramente yo tampoco lo creí de esa forma.

   —De acuerdo.

    Gira sobre sus talones y nos dirigimos a la cocina. Tres segundos pasan y entonces escucho al señor Na gritar:

   — ¿¡Qué trajiste a quién!?

   Me reiría de no ser porque de seguro voy a meterme en problemas.

   Jaemin suelta una maldición y a los dos segundos el señor Na ya está atravesando la cocina, mirándome con los ojos bien abiertos. Como si fuera el Fantasma de la Ópera.

   —Hola señor, Na —lo saludo y aunque no tenga ganas le sonrío, hasta que los ojos se me cierran—, ¿Cómo está? ¿Qué tal el trabajo?

   —No, no, no, Jaemin ¡Jeno no puede estar aquí y lo sabes! —mira a su hijo y cuando lo hace, la expresión se le transforma en autentico terror—. ¡Hijo! ¿Por qué tienes esa cara tan demacrada? ¿Qué te pasó?

   —Tuvo un ataque de ansiedad —respondo por él y no me importa si me estoy metiendo en su conversación. Ha eso he venido inicialmente, a decirle a sus padres que Jaemin ha estado descuidado su salud.

   — ¿¡Un ataque de pánico!?

    —Sí, ¿usted sabe de su fobia a las mariposas?

   El señor Na hace una mueca disgustada.

   — ¡Pues por supuesto que sí! Todo eso lo sacó de su madre, le tiene miedo hasta a las cucarachas.

   —Las cucarachas son asquerosas papá —Jaemin pone los ojos en blanco—. Todo el mundo les tiene miedo.

   —El punto es que su hijo tuvo un ataque de ansiedad que se agravó por no comer ni dormir bien estos últimos días —insisto e ignoro la mirada filosa que Jaemin me lanza encima del hombro de su padre—. Se le ocurrió la brillante idea de visitar el mariposario solo. Tuvo un ataque y un paramédico lo auxilió. Me pidió que no tuviera emociones fuertes por el resto del día, y que comiera y durmiera bien. Así que mi intención es hacérselo saber y después retirarme pacíficamente señor Na. Por el bien de su hijo.

   El señor Na parpadea y me mira con tanto desconcierto que creo que es de ahí de donde Jaemin obtuvo parte de su ternura. No sé porque su padre me recuerda constantemente a un cachorrito.

   — ¿Crees que tengo ganas de echarte la bronca? ¡Pues por supuesto que no! Mi nombre no es Kim Taeyeon —su padre arruga la nariz al mencionar el nombre de su esposa—. Yo no te odio. No estoy de acuerdo con lo que hicieron, ni tampoco con la forma en que manejaron las cosas. Pero no te odio, ni voy a ser agresivo contigo Jeno, por Dios, ¿Qué no me conoces?

   Miro al señor Na y al momento una sensación de alivio me recorre entero. Me alegra saber que no tiene ganas de molerme la cara a golpes. Francamente es alentador.

   —Gracias, señor Na. Pero solo vine porque quería asegurarme de que Jaemin va a seguir con lo que se le recomendó.

   — ¡Y eso se va a resolver ahora mismo! —un poco molesto mira a Jaemin y señala acusatoriamente con el dedo el horno de microondas—. Te vas a comer todo lo que te dejó tu mamá y después te darás una siesta de dos días, ¿Entendiste, jovencito?

   — ¡Papá, pero si son los tres de la tarde!

   — ¡No me importa! Vas a hacer lo que te pido y sino Jeno me lo va a decir, ¿verdad Jeno?

   Arqueo una ceja y debo hacer un esfuerzo para entender que de hecho me está hablando a mí.

   —Ahh, sí...

   — ¿Vas a dejar que se quede? —Jaemin pregunta con sus preciosos ojos muy abiertos—, ¿se lo vas a decir a mamá?

   — ¡Santo Dios no! querrás que nos mate! ¿verdad? —chasquea la lengua con disgusto y se cruza de brazos— Tu madre sale del trabajo en dos horas. Voy a pasar por ella y después la llevaré a cenar, para que ustedes puedan arreglar sus problemas. No me gusta escuchar que lloras por las noches hijo, me das pena.

   — ¡Papá!

   — ¡Sabes que es cierto!

   A este punto no sé cuál de los dos es el adolescente, sinceramente.

   —No quiero más drama en esta casa. El único drama que tolero es el de mis novelas y eso a veces —pone las manos en sus caderas y me apunta con el dedo—, te estoy dando una oportunidad para que hagas las cosas bien. Sino resultan entonces eres libres de ya no volver. Pero no quiero que luego digas que en esta casa no se trató bien, ¿entendido jovencito?

   Trago saliva y asiento.

   ¿Es un mal momento para decir que su hijo es el que ya no me quiere en su vida?

   Seguro que sí.

   —Pero...

   — ¡Pero nada, Jaemin! Ya me voy, antes de las nueve Jeno ya tiene que estar fuera de aquí. De mi esposa me encargo yo. Cuando quieras venir a hablar con ella voy a tratar de que te escuche y esté tranquila, ¿de acuerdo?

   No quiero entusiasmarme, no quiero pensar que las cosas mágicamente van a mejorar, pero ¡maldita sea! Que su padre esté dispuesto a darme la oportunidad para hacer las cosas bien, hace que la emoción se me desborde.

   —D-de acuerdo.

   —Bien, pues entonces ya me voy. Jeno cuida de mi hijo, si algo pasa puedes llamarme. Los números de todos están pegados en un papel sobre el refrigerador. 

   No me da tiempo de contestarle, pues besa rápidamente a Jaemin en la frente y después regresa a la sala, como si tuviera urgencia de dejarnos solos.

   Al instante el pánico se apodera de mí.

   ¿Qué voy a hacer ahora?

   —No tienes que quedarte si no quieres —murmura Jaemin, mirándose la punta de los zapatos—, ya me siento mejor.

   Y me echa otra vez de su vida, como si yo quisiera dejarlo, como si durante todos estos días lo único en lo que no estuviera pensando es en lo mucho que quiero abrazarlo y decirle esas palabras que tan cruelmente no me dejó pronunciar el día en que, al igual que mi corazón, le entregué una rosa de papel.

—Voy a asegurarme de que comas y después me iré —no sé si es cierto, pero por lo pronto es lo único que puedo decir sin temer a que algo salga mal.

   Abre la boca para responder, pero no estoy dispuesto a escuchar quejas. Me acerco al microondas y aunque no debería, lo enciendo y utilizó aquella cocina que durante tantas veces fungió como mi verdadero hogar, con total naturalidad.

   —Siéntate en la barra, voy a hacerte un té y quiero que te lo bebas todo.

   No me responde, continua mirándose los zapatos como si fuera un niño pequeño después de recibir un regaño. Hay muchas cosas que siento ahora mismo por él. Como el fuego consumiendo el papel, mis emociones se hacen cenizas. No sé qué debería sentir, como debería tratarlo. ¿Estoy siendo malo? ¿Me estoy entrometiendo demasiado? No lo sé. Lo que siento por él me hace actuar impulsivamente. Convertirme en un arrebato de buenas y malas decisiones.

   Lo escucho arrastrar el banco para tomar asiento y eso me tranquiliza. Me arremango la sudadera y pongo agua en la tetera para hacer el té. Su madre le ha dejado carne con verduras, pero a mí me gustaría que lo acompañara con algo de pan, así que tomo dos rebanadas y las pongo en el tostador, mientras caliento el platillo principal en el microondas por unos cuantos minutos.

  Veo si tienen leche y le sirvo un poco en un vaso, para que lo acompañe con miel y el té caliente, si es que así lo desea. De postre corto cuatro fresas que estaban en el frutero y las lleno de nata. Lo pongo todo en pequeños platos y lo dejo sobre la barra mientras Jaemin jadea.

   —No esperarás que me coma todo eso —observa con horror como dejo un plato tras otro—, lo voy a vomitar.

   —Sino lo quieres comer completo está bien, pero al menos trata de probar todo. No es bueno que andes por ahí con el estómago vacío. Menos aun si no has dormido bien.

   Mira de nuevo la comida y con el tenedor pica sin mucho entusiasmo la carne con las verduras. Me recargo contra la estufa y cruzo los brazos, observándolo atentamente.

   Cada movimiento me resulta más interesante que el anterior. Jaemin es decididamente el chico más hermoso que he visto en toda mi vida. No obstante, veo con tristeza que ha adelgazado. Ya es lo suficientemente delgado como para que encima se mate de hambre. No se me ocurre que pueda tenerlo tan afectado. ¿Acaso terminó hablando con Renjun? ¿Finalmente decidió decirle la verdad?

   Yo no tendría problema con enfrentar a Renjun. Pero él sí y no puedo ser egoísta y pasar de sus decisiones. No pretendo destruir una amistad de tantos años. Por mucho que lo quiera a mi lado debo respetar su decisión y alejarme de él.

   —Ya terminé —masculla después de masticar un par de fresas. Como lo advirtió no se lo comió todo, pero al menos hizo el esfuerzo por probarlo y con eso me siento satisfecho.

   —Ve a dormir, yo limpiaré esto y después me iré.

   Sus preciosos ojos marrones se clavan en los míos y es como si me gritara con ellos que no quiere irse.

   Yo tampoco quiero que lo haga, pero no tengo muy claro que es lo que debemos hacer ahora. ¿Deberíamos habar? ¿Preguntar qué es lo que paso? ¿Dejar las cosas claras?

   ¿O simplemente debería cumplir mi promesa de irme y dejar de especular?

   Tomo los platos de la barra y giro sobre mis talones, porque no lo sé y entre más lo pienso más me confundo. Estoy debatiendo contra mí mismo. Jaemin ya no me quiere en su vida, me lo dijo con palabras muy claras. Pero ahora me mira a los ojos y me hace creer que quiere justo lo contrario.

   Abro el grifo y dejo que el chorro de agua se lleve el resto de los alimentos que no consumió la trituradora. Tomo la esponja para tallar el vaso, pero cuando estoy a punto de comenzar a limpiarlo, siento que su frente se recarga contra mi espalda y que sus delgadas manos se entrelazan sobre mi estómago.

   Su respiración me da en el cuello y se me erizan los pelos de la nuca. Lo siento tan cerca, pero a la vez tan lejos, que temo aferrarme a él y terminar recibiendo nada.

   —Ven conmigo —susurra con un hilo de voz, como si estuviera muy lejos. Deposita un beso sobre mi espalda y el mundo se me desbarata. Podría pedirme que me vaya al infierno con él y yo lo seguiría. Sin rechistar.

   —Jaemin —aun así digo su nombre, como una pregunta que da miedo expresar en voz alta. Bajo la mirada y veo que aferra con más fuerza sus brazos, comenzando a temblar y a aprisionarme—, ve a dormir.

   —Por favor Jeno, por favor, ven conmigo.

   Suplica y yo cierro los ojos y lucho contra mí mismo. Jaemin tiene la manía de hacer las cosas como no debería hacerlas. Pero creo que eso es lo que más me gusta de él. Que siempre busque la manera de arrastrarme a todas sus locuras. No importa que tan peligroso o arriesgado sea, me lleva con él y me hace amarlas aunque sean malas, aunque sean inmorales.

   Aunque sean peligrosas.

   Giro sobre mis talones, miro su rostro. Los labios me pican por besarlo y la conciencia por decirle que no importa lo mucho que me aleje de él, yo siempre, siempre, voy a amarlo.

   Tira de mi mano y me lleva totalmente hechizado por los pasillos de su casa. Hay un resplandor en sus ojos que me ciega y es imposible que pueda resistirme siendo él tan hermoso y yo un hombre tan susceptible a todos sus encantos.

   Abre la puerta de su habitación y después la cierra. Camina con cuidado a la cama y se ruboriza, a pesar de que ninguno de los dos ha actuado con otras intenciones. Aparta las sábanas y se acuesta. Me mira y no aparta la vista, asegurándose de que no rompa mi promesa. 

   Me froto las manos sobre el pantalón y bajo su atenta mirada me acerco a la cama. Pretendo quedarme del otro lado, poniendo una distancia entre nosotros, pero todo se va al carajo cuando lo siento cerca y una de sus manos va hacia mi cadera, aferrándose.

   Lo atraigo hacia mí y dejo que ponga la cabeza contra mi pecho. No sé quién de los dos suspira primero y no creo que importe demasiado. Ambos lo hemos sentido, esa sensación de sabernos juntos y de entender que aunque sea pequeño y complicado es nuestro momento.

   Sólo nuestro.

   Tomo una de sus manos y la lleno de besos. Termino en su muñeca y siento que mi camiseta comienza a humedecerse. Bajo la mirada y lo veo llorar en silencio, mientras su otra mano, se aferra a mi cadera como si buscara consuelo.

   —No llores —digo a punto de ponerme a llorar. No me gusta sentir que sufre, no me gusta saber que lo hago sentir mal—, puedo soportarlo todo menos que llores Nana.

   Pero lo hace más fuerte y a mí me duele saber que está sufriendo de esa manera. Lo miro a los ojos y aunque no sirve de nada me pongo a llorar con él. Nuestras emociones nos han consumido y es este el momento en que quedamos desnudos y nos mostramos tal cual somos.

   —Lo s-siento tanto, Jeno —jadea y vuelve a esconder la cabeza contra mi pecho, temblando sin consuelo entre mis brazos—, l-lo siento mucho.

   Hay algo detrás de su disculpa que no encaja con lo que estamos viviendo. Es algo que se veía venir. Sabía que lo nuestro no iba a ser fácil, pero nunca esperé a que fuera imposible. No obstante Jaemin no tiene toda la culpa y a pesar de que muchas veces se lo he repetido, no entiendo por qué no puede dejar de sentirse como un mártir.

   —No tienes porque, todo está bien Jae, tranquilízate, no quiero que vuelvas a tener otro ataque.

   Pero yo no puedo dejar de llorar y el sentimiento de opresión en el pecho aumenta más.

   Sé que hicimos muchas cosas mal, que no tuvimos un buen comienzo y que ahora no estamos teniendo un buen final, pero no quiero que se castigue por eso. No quiero que cargue con ese peso si es que decido irme de aquí para dejar de hacerle daño.

   —Jungwoo habló conmigo —dejo de acariciar su cabello y sus palabras me toman por sorpresa—, y se lo va a decir a Renjun, Jeno, se lo va a decir.

   Lo hago separarse de mí y lo miro a los ojos. Nunca debí confiar en Jungwoo ni en Yukhei, sabía que no debía decirles lo que estaba pasando.

   — ¿Qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Qué fue lo que paso?

   Se mantiene mirándome a los ojos y nuevas lágrimas resbalan por sus mejillas.

   —Salí con Jaehyun para dejarle claras a-algunas cosas y entonces Jungwoo nos vio.

   ¿Qué tiene que ver Jaehyun en todo esto? Me gustaría preguntar, pero no soy tan tonto como para no notar que Jaehyun siempre tuvo otras intenciones. El día en que estábamos en casa de Yukhei y lo vi siendo excesivamente amable con él, lo sospeché. Pero en ese momento no podía decir nada, ¿con que cara le reclamaba si yo mismo seguía aferrándome a Renjun? Sentí entonces que debía tragarme el coraje, pero ahora, esto se siente muy lejano, parece que Jaemin se refiere a otra cosa.

   — ¿Jaehyun?

   —Hay cosas que no te he dicho —murmura y su confesión me toma por sorpresa—. Cuando fue la fiesta en la casa de Yukhei y Jaehyun me vino a dejar yo, y-yo... lo besé.

   Que me lo diga de esta forma, mientras me mira de frente y lo tengo entre mis brazos, se siente como un golpe en el estómago. Uno maestro que te deja sin aire.

   —Estaba enojado porque tú no querías dejar a Renjun —continua, a pesar de que no le he pedido más explicaciones—, quería saber si él podía hacerme sentir lo mismo que tú.

   Guarda silencio y la cabeza me da vueltas. ¿Hacerlo sentir lo mismo que yo? ¿A qué se refiere? ¿De qué habla?

   — ¿Y qué pasó?

   Se queda en silencio y creo que no me va a contestar, pero lo hace. Es tan sorpresivo y espontaneo que me vuelve a dejar en shock.

   —Nadie me hace sentir como tú, Jeno.

   Contengo la respiración y mi corazón se acelera.

   — ¿Por qué me dices esto ahora, Jaemin? —no quiero confundirme, no quiero escuchar cosas que en realidad no siente.

   Me mira y de esa manera tan simple es como me pierdo en aquellos dos espejos que reflejan tanto de él, como de mí.

   Hay miedo en ellos, tristeza, frustración, pero también amor. Y eso me descoloca, porque nunca pensé que alguien pudiera verme de la manera en que ahora él lo está haciendo.

   —Porque yo también te amo Jeno.

   Yo también te amo.

   —Tú dijiste que...

   —Ya sé lo que dije —me interrumpe y me mira con toda su coherencia, sin rechistar—. El día que regresé de casa de tu tía mis padres estaban aquí, se enteraron de que me escapé. Renjun los acompañaba y yo no tenía el valor de decírselo frente a ellos, así que mentí. Y cuando fui a mi habitación a solas con él, me dijo que te amaba y que quería recuperarte. Pensé en lo que me habías dicho sobre tu madre y yo... yo creí que si volvías con él las cosas podrían mejorar para ustedes dos.

   Aparta la mirada y de nuevo los ojos se le llenan de lágrimas.

   —Tuve miedo, Jeno, porque soy cobarde y no quería perder a mi mejor amigo. No quería que tú te arrepintieras después y te dieras cuenta de que acababas de cometer un error. Luego mis padres me prohibieron verte y sentí que el mundo se me venía encima.

   Aunque quiero acariciarlo y apartarle las lágrimas, espero a que termine de hablar. 

   —Todo lo que te dije fue mentira. Pero no importa porque te lastimé y aunque dices no odiarme, sé que en el fondo lo haces. Ya no quiero sentirme atrapado. Mis propias decisiones me están consumiendo y Jungwoo sólo fue el recordatorio que necesitaba para entenderlo. Lamento haberte arrastrado conmigo a este desastre. Lamento haber destruido tu relación y luego hacerte sentir responsable de ello.

   Con eso ha terminado, me lo indican las incesantes y gruesas lágrimas que no dejan de salir.

   El amor nunca ha sido fácil, me lo ha enseñado mi madre, me lo ha enseñado mi padre. El amor nunca ha sido color de rosa. El amor nunca ha sido un paseo de flores en el prado.

   Pero, el amor es lo que te mantiene vivo, el sentimiento que te hace despertar y sonreír cada mañana. Es lo que te interrumpe la tristeza y te hace anhelar ser una mejor persona.

   Se puede manifestar de diferentes formas, puede ser amistoso, romántico, desinteresado, un desastre... El amor tiene muchas formas, múltiples facetas.

   Pero, el que me hace sentir Jaemin, el que me hace vibrar de emoción cada vez que lo beso, o cada vez que sonríe contra mi boca y me dice que me quiere, es el amor que quiero. El amor que necesito. El amor que revive, que cambia, que se transforma.

   Ese es el amor que quiero sentir.

    —Te dije que lo íbamos a enfrentar juntos Jaemin, te dije que confiaras en mí, que nunca te dejaría solo.

   Parece un reclamo pero en realidad no lo es. Lo obligo a mirarme una vez más y mientras su labio inferior tiembla, yo lo acaricio con uno de mis dedos y me acerco hacia él.

   —Lo siento —vuelve a decir, como si fuera lo único con lo que se siente cómodo expresando—, lo siento, tenía miedo y-y fui un cobarde. Pero no quiero dejarte Jeno, por favor, no me dejes tú tampoco. Eres todo lo que quiero, todo lo que me hace feliz.

   Aferra las manos a mi camiseta y solloza. Tiene las mejillas sonrosadas y los ojos brillosos.

   —Yo también tengo miedo —recargo la frente contra la suya y no dejo de mirarlo—, pero vas a tener que confiar en mi Jae. No puedes decidirlo todo tu solo, tienes que dejarme decidir también.

   Asiente y me abraza con tanta fuerza que podría dejarme sin aire. Acaricio su cabello con ternura y después lo hago mirarme. Rozo mi nariz contra la suya enrojecida y termino recogiendo sus lágrimas con mis labios, deseando que esta sea la última vez que lo vea llorar.

   —Hagamos una apuesta Jae, la última.

   Aprisiono sus manos contra el colchón y voy directo hacia su boca, y como un miserable que no ha tomado por días, bebo de ella, llenándome de su sabor.

   A lo mejor tengo un millón de razones para retroceder, para dejar esto atrás y escapar. Pero...El corazón siempre quiere lo que quiere.

    Y si esta es nuestra última apuesta, entonces vamos a jugar bien




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