LORCASTER - Libro VII de la S...

By adrianawiegand

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Lorcaster tiene la solución, pero, ¿para qué lado juega exactamente? ¿Cuáles son las verdaderas intenciones d... More

ADVERTENCIA
Parte I: POSESIÓN - CAPÍTULO 1
Parte I: POSESIÓN - CAPÍTULO 2
Parte I: POSESIÓN - CAPÍTULO 3
Parte I: POSESIÓN - CAPÍTULO 4
Parte II: RESTAURACIÓN - CAPÍTULO 5
Parte II: RESTAURACIÓN - CAPÍTULO 6
Parte II: RESTAURACIÓN - CAPÍTULO 7
Parte II: RESTAURACIÓN - CAPÍTULO 8
Parte II: RESTAURACIÓN - CAPÍTULO 9
Parte II: RESTAURACIÓN - CAPÍTULO 10
Parte II: RESTAURACIÓN - CAPÍTULO 11
Parte II: RESTAURACIÓN - CAPÍTULO 12
Parte II: RESTAURACIÓN - CAPÍTULO 13
Parte III: EMBOSCADA - CAPÍTULO 14
Parte III: EMBOSCADA - CAPÍTULO 15
Parte III: EMBOSCADA - CAPÍTULO 16
Parte III: EMBOSCADA - CAPÍTULO 17
Parte IV: RESURRECCIÓN - CAPÍTULO 18
Parte IV: RESURRECCIÓN - CAPÍTULO 19
Parte IV: RESURRECCIÓN - CAPÍTULO 20
Parte IV: RESURRECCIÓN - CAPÍTULO 21
Parte V: ENTREVISTAS - CAPÍTULO 22
Parte V: ENTREVISTAS - CAPÍTULO 23
Parte V: ENTREVISTAS - CAPÍTULO 24
Parte V: ENTREVISTAS - CAPÍTULO 25
Parte V: ENTREVISTAS - CAPÍTULO 26
Parte V: ENTREVISTAS - CAPÍTULO 27
Parte V: ENTREVISTAS - CAPÍTULO 28
Parte VI: EL PLAN DE LYANNA - CAPÍTULO 29
Parte VI: EL PLAN DE LYANNA - CAPÍTULO 30
Parte VI: EL PLAN DE LYANNA - CAPÍTULO 31
Parte VI: EL PLAN DE LYANNA - CAPÍTULO 32
Parte VII: LARA - CAPÍTULO 33
Parte VII: LARA - CAPÍTULO 34
Parte VII: LARA - CAPÍTULO 35
Parte VII: LARA - CAPÍTULO 36
Parte VIII: EL LIBRO VERDE - CAPÍTULO 37
Parte VIII: EL LIBRO VERDE - CAPÍTULO 38
Parte VIII: EL LIBRO VERDE - CAPÍTULO 39
Parte VIII: EL LIBRO VERDE - CAPÍTULO 40
Parte IX: EL FUEGO DE LA JUSTICIA - CAPÍTULO 41
Parte IX: EL FUEGO DE LA JUSTICIA - CAPÍTULO 42
Parte IX: EL FUEGO DE LA JUSTICIA - CAPÍTULO 43
Parte IX: EL FUEGO DE LA JUSTICIA - CAPÍTULO 44
Parte IX: EL FUEGO DE LA JUSTICIA - CAPÍTULO 45
Parte IX: EL FUEGO DE LA JUSTICIA - CAPÍTULO 46
Parte IX: EL FUEGO DE LA JUSTICIA - CAPÍTULO 47
Parte X: EL DESTINO DE LORCASTER - CAPÍTULO 48
Parte X: EL DESTINO DE LORCASTER - CAPÍTULO 49
Parte X: EL DESTINO DE LORCASTER - CAPÍTULO 50
Parte X: EL DESTINO DE LORCASTER - CAPÍTULO 51
Parte X: EL DESTINO DE LORCASTER - CAPÍTULO 52
Parte X: EL DESTINO DE LORCASTER - CAPÍTULO 53
Parte X: EL DESTINO DE LORCASTER - CAPÍTULO 54
Parte XI: BIENVENIDA - CAPÍTULO 55
Parte XI: BIENVENIDA - CAPÍTULO 56
Parte XI: BIENVENIDA - CAPÍTULO 57
Parte XI: BIENVENIDA - CAPÍTULO 58
Parte XI: BIENVENIDA - CAPÍTULO 59
Parte XII: JUICIO Y CONDENA - CAPÍTULO 60
Parte XII: JUICIO Y CONDENA - CAPÍTULO 61
Parte XII: JUICIO Y CONDENA - CAPÍTULO 62
Parte XII: JUICIO Y CONDENA - CAPÍTULO 63
Parte XIII: NUEVOS COMIENZOS - CAPÍTULO 64
Parte XIII: NUEVOS COMIENZOS - CAPÍTULO 65
Parte XIII: NUEVOS COMIENZOS - CAPÍTULO 66
Parte XIII: NUEVOS COMIENZOS - CAPÍTULO 67
Parte XIII: NUEVOS COMIENZOS - CAPÍTULO 68
Parte XIV: LA REINA DE MEDIONEMETON - CAPÍTULO 69
Parte XIV: LA REINA DE MEDIONEMETON - CAPÍTULO 70
Parte XIV: LA REINA DE MEDIONEMETON - CAPÍTULO 71
Parte XIV: LA REINA DE MEDIONEMETON - CAPÍTULO 72
Parte XIV: LA REINA DE MEDIONEMETON - CAPÍTULO 73
Parte XIV: LA REINA DE MEDIONEMETON - CAPÍTULO 74
Parte XIV: LA REINA DE MEDIONEMETON - CAPÍTULO 75
Parte XV: EL NUEVO GOBERNADOR - CAPÍTULO 76
Parte XV: EL NUEVO GOBERNADOR - CAPÍTULO 77
Parte XV: EL NUEVO GOBERNADOR - CAPÍTULO 79
Parte XV: EL NUEVO GOBERNADOR - CAPÍTULO 80
Parte XV: EL NUEVO GOBERNADOR - CAPÍTULO 81
Parte XV: EL NUEVO GOBERNADOR - CAPÍTULO 82
Parte XV: EL NUEVO GOBERNADOR - CAPÍTULO 83
Parte XV: EL NUEVO GOBERNADOR - CAPÍTULO 84
Parte XV: EL NUEVO GOBERNADOR - CAPÍTULO 85

Parte XV: EL NUEVO GOBERNADOR - CAPÍTULO 78

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By adrianawiegand

CAPÍTULO 78

Basil encontró al gobernador en la torre de vigilancia de los muelles, observando el mar atentamente con un catalejos. Una brisa suave le volaba los largos y enredados cabellos y hacía flamear levemente su imponente capa negra. El resto de su atuendo era digno de un noble de alto rango, con detalles en cuero y bordados en oro y plata. Cormac parecía mucho más cómodo con sus ropas que el propio Basil. Aun así, era claro que solo las usaba porque así lo dictaba el protocolo, y si bien su atuendo inspiraba el respeto debido a un gobernador, no era con sus ropas que Cormac había logrado la estima de los marinos.

—Señor, disculpe la interrupción... —comenzó con respeto Basil.

—Mira esto, Basil. Dime si lo reconoces —le pasó Cormac el catalejos, sin prestar atención al motivo de la interrupción de su asistente.

Basil suspiró y se puso el catalejos en el ojo, apuntando en la dirección que el gobernador le había indicado. Vio un barco de gran porte en la lejanía. La construcción era muy diferente a la de los barcos del sur.

—No es uno de los nuestros —dijo Basil, escrutando los detalles del navío.

—Lo que pensaba —asintió Cormac—. Lo he estado observando por más de media hora, no se ha movido.

—Está anclado —asintió Basil—. Con ese tamaño, el calado no debe permitirle acercarse a la costa más que eso. No conocen los canales dragados que llevan a los muelles y por eso no deben querer arriesgarse a quedar varados.

—Lo que confirma una vez más que no son de aquí —opinó Cormac.

—Hay algo extraño —dijo Basil, con el catalejos todavía sobre su ojo, olvidando por completo el mensaje urgente que traía para el gobernador, en favor del estudio de este misterioso barco.

—¿Qué cosa? —preguntó Cormac.

—Las velas.

—Sí, están recogidas —dijo el gobernador.

—No, señor —lo contradijo Basil—. Están rotas, están hechas hilachas.

—No recibí ningún reporte de tormentas en los últimos días y los vientos han sido benignos —dijo Cormac—. ¿Qué pudo haber causado esos estragos?

—No lo sé —negó con la cabeza el otro.

—¿Qué sugieres, Basil?

—Sugiero cautela, señor.

—¿Esperar?

—No veo movimiento a bordo, pero alguien debió echar el ancla. Y sin velas, debieron remar hasta aquí, pues las corrientes naturales los hubieran llevado mar adentro de no ser así. Tarde o temprano, intentarán desembarcar con barcas auxiliares y llegar a nuestras costas. Si son hostiles, tenemos mejores oportunidades de contenerlos desde tierra, sin arriesgar a nuestros marinos en una exploración hasta allá.

Cormac asintió en silencio:

—¿Por qué no han intentado desembarcar todavía? —inquirió, pensativo.

—Parece que ellos también están procediendo con cautela. Después de todo, no saben cómo van a ser recibidos.

—Tal vez —murmuró Cormac.

Había otra posibilidad, una de la que Cormac no quiso hablar para no alarmar a Basil. La tripulación del barco misterioso podía estar enferma, lo cual también explicaría la falta de interés por desembarcar. En ese caso, dejarlos acercarse a tierra podría ser fatal para la escasa población de Merkovia.

Cormac suspiró, preocupado:

—¿Qué querías decirme, Basil?

—¿Eh?

—Cuando llegaste, venías a decirme algo, ¿qué es?

—Ah, sí —recordó Basil de repente—. Tiene una visita, señor, una visita importante. La espera en su oficina.

—¿Quién?

—Una dama noble. No quiso revelar su nombre pero trae mucho equipaje.

Cormac frunció el ceño, desconcertado:

—No tengo tiempo para atender damas nobles, Basil. Estoy ocupado —tomó bruscamente el catalejos de manos de Basil y se lo volvió a poner en el ojo.

—Señor... no quiero ser impertinente, pero...

—Entonces, no lo seas —le retrucó Cormac de mal humor.

—Señor, creo que debe ver a esta mujer —insistió Basil.

Cormac resopló con frustración y entregó otra vez el catalejos a Basil:

—Vigila ese barco —le ordenó—. Si deciden desembarcar, ¿cuánto tiempo calculas que tardaran en llegar hasta los muelles?

—Una tres horas, más o menos —respondió el otro.

—Mantenme informado de cualquier novedad —lo instruyó el gobernador.

Cormac bajó por la estrecha y empinada escalera de madera de la torre, para alejarse por la calle principal, hacia su oficina. Llevaba el rostro tenso y los puños cerrados en frustración ante la inoportuna llegada de la inesperada visitante, quienquiera que fuera.

Al llegar, frunció el ceño. Estacionados en la calle frente a su oficina había tres enormes vagones de madera cerrados, tirados por caballos. Delante de los tres vagones, había un suntuoso carruaje. Cormac dio un gruñido de desaprobación al reconocer el escudo labrado en la puerta del carruaje.

—¡Maldición! ¡Lo último que me faltaba! —vociferó enojado, y subió las escaleras casi corriendo hasta su oficina.

Abrió la puerta de golpe. Ella se volvió hacia él con una sonrisa:

—Ya era hora —le reprochó, medio en serio, medio en broma—. ¿Tienes idea de cuánto tiempo llevo esperando en tu pequeña oficina atiborrada de libros? ¿Cómo puedes siquiera respirar en este atestado lugar?

—¿Qué haces aquí, Madeleine? —le preguntó fríamente Cormac.


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