Parte XV: EL NUEVO GOBERNADOR - CAPÍTULO 79

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CAPÍTULO 79

Ella tardó en contestar. Recorrió los lomos de los libros en las estanterías con dos dedos, suspirando con añoranza. Finalmente, se volvió hacia Cormac:

—Sé que prometí no molestarte, pero no has estado yendo a las reuniones de Concejo en Colportor desde hace meses. Estaba preocupada.

—Estoy ocupado —explicó él bruscamente—. Tengo demasiadas cosas que hacer aquí para estar perdiendo el tiempo en reuniones con los nobles. Y si Vianney no tiene objeción, no veo por qué tú sí.

—No me lastimes así, Cory. En las reuniones, evito dirigirte la palabra, tal como me pediste, pero al menos puedo verte, pero si no vas... Te extraño... —dijo ella suavemente, buscando la mirada esquiva de él.

—Me prometiste respetar nuestro acuerdo de tomar distancia —le respondió él—. Y por favor, ya te he dicho mil veces que no me llames Cory.

—Ya ha pasado un año desde que te nombraron gobernador de esta ciudad tan al sur que casi se cae del mapa, ¿no es eso suficiente distancia y tiempo? —inquirió ella.

—No —respondió Cormac en un susurro apenas audible.

—¿Por qué?

Cormac no respondió. No quería que ella supiera la respuesta: un año no había sido suficiente para olvidarla, para comenzar con la nueva vida que se había propuesto, sin pensar en ella, sin estar todo el tiempo recordándola con nostalgia. Un año no había sido suficiente para apagar su amor por ella, para dejar atrás su tormentosa relación.

—¿Qué hay en los vagones? —preguntó Cormac para cambiar de tema, acercándose a la ventana y mirando hacia la calle, más que nada para darle la espalda a ella y que así no se diera cuenta de que sus ojos delataban que aun la quería.

—Un regalo para ti —se acercó ella por detrás, respirando tan cerca de su nuca que él cerró los ojos por un momento, haciendo un esfuerzo para mantener la compostura.

—¿Qué regalo? Ya deberías saber que no puedes sobornarme —le dijo él con voz fría.

—Libros para tu colección —respondió ella, ignorando la ingratitud de él—. Sé que debes extrañar la biblioteca de Tiresias.

—No era necesario que saquearas de esa forma la biblioteca del duque. Ya he leído todos esos libros y sabes bien que no necesito leerlos dos veces —le reprochó él.

—Oh, estos no son libros de Tiresias —le respondió ella—, son libros que he estado comprando de las colecciones privadas de varios nobles, libros que nunca has leído.

Por primera vez, Cormac se volvió hacia ella con interés:

—¿Hiciste eso por mí?

—Haría cualquier cosa por ti, Cory... eh, Cormac —se corrigió justo a tiempo para no incurrir en su enojo más de lo que su presencia ya había hecho.

—No debiste gastar en esto. No puedes tentarme con tus regalos —volvió él a la helada postura de antes.

—No vine a tentarte, solo a verte, solo...

—Bueno, ya me viste —la cortó él, dirigiéndose a la puerta y abriéndola.

—Cormac, he hecho un viaje muy largo hasta aquí —dijo ella con tono cansado—. No puedes echarme sin siquiera darme la posibilidad de que descanse en tus tierras al menos un día antes de emprender el regreso, es lo que cualquier gobernador civilizado haría con una dama de la corte. ¿Tanto me odias que no puedes siquiera tener en cuenta esa mínima cortesía?

Cormac hizo una rígida reverencia:

—Mil perdones, mi señora duquesa, arreglaré que le sean dadas habitaciones dignas de su estatus para que pueda descansar hasta mañana —dijo con sarcasmo.

—¡Eres insufrible! —bufó ella.

—¿Dónde está Julián? Quiero hablar con él —le dijo él con tono serio.

—Julián no está conmigo —respondió ella, molesta.

—¿Qué? ¿Escapaste de su custodia?

—No, Lug lo relevó de su puesto y volvió a la escuela en las Marismas.

—¿Quién es tu guardián ahora?

—Nadie, Cormac. Lug decidió que ya no necesitaba a nadie respirándome en la nuca.

—No es cierto —entrecerró los ojos Cormac con desconfianza.

Ella abrió un saco de terciopelo que colgaba del cinto de su vestido y sacó una carta lacrada:

—Como sabía que no me creerías, le hice escribir a Lug una carta avalando lo que te estoy diciendo —se la entregó a él.

Cormac rompió el sello. Reconoció la letra de Lug y su firma. Marga estaba diciendo la verdad.

—Como dije, te conseguiré alojamiento decente hasta mañana —reiteró Cormac, sin hacer ningún comentario sobre la carta o la decisión de Lug de liberar a Marga de toda vigilancia.

—Vine hasta aquí con la esperanza de que hubieras cambiado de opinión. Esperaba una reconciliación —dijo ella con tristeza.

—Para alguien que puede ver el futuro, debería haber sido obvio que las cosas no se darían así —le retrucó él.

—Sí —admitió ella con un suspiro—. Hay algo más, Cormac, un asunto que debemos considerar, poniendo a un lado nuestros problemas personales —anunció ella, volviendo a abrir su saco de terciopelo.

Sacó un cuaderno forrado en cuero negro y lo apoyó sobre el atestado escritorio de Cormac. Cormac lo reconoció de inmediato: era el cuaderno donde Marga anotaba sus visiones.

—¿Tuviste una visión? —inquirió el gobernador, despacio.

—Sí —confirmó ella—. Una que te concierne. Espero no haber llegado demasiado tarde.

Cormac dirigió su mirada al cuaderno de cuero, sin moverse de su lugar junto a la puerta que todavía sostenía abierta.

—¡Vamos, Cormac! ¡Ábrelo de una vez! —lo animó ella, exasperada.

Cormac cerró la puerta y se acercó al escritorio con cierto recelo. ¿Sería esta otra de las trampas de Marga? ¿Otra de sus manipulaciones? Decidió que solo podría obtener la respuesta si abría el cuaderno, así que lo tomó con manos temblorosas y lo hojeó con parsimonia deliberada. Recorrió las anotaciones sobre cambios climáticos inesperados, sequías, lluvias, predicciones sobre los mejores momentos para sembrar y cosechar, paradero de animales y personas perdidas en los alrededores de Tiresias... Se detuvo en seco al ver el dibujo de un enorme barco. Un barco con las velas rotas, hechas hilachas, un barco de un diseño que no pertenecía al sur. El mismísimo barco que estaba anclado a solo tres horas de la costa de Merkovia. En la siguiente página del diario de Marga, había un dibujo de un cofre abierto que contenía un objeto extraño. Marga había escrito toda clase de advertencias con tinta roja alrededor del dibujo.

Cormac cerró bruscamente el diario y levantó la cabeza hacia Marga.

—¿Llegué tarde? —preguntó ella, al ver el rostro preocupado de Cormac.

—Espero que no —dijo él—. Guárdalo —le dio el diario.

Cormac abrió uno de los cajones de su escritorio, sacó un cuaderno en blanco y una barra de carbonilla. Rebuscó en otro cajón y sacó una barra de lacre, una vela y un sello. Metió todo en un bolso de cuero que se colgó del hombro. Luego se dirigió con pasos rápidos a la puerta de su oficina y la abrió:

—Vamos —invitó a Marga con un gesto urgente de su mano.

—¿A dónde vamos? —preguntó ella.

—Al puerto.

Ella asintió y lo siguió sin demora.

LORCASTER - Libro VII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora