Gélida Crueldad - Cuentos de...

By WattpadMisterioyThrillerES

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Primera antología nacida del taller de escritura de Misterio en Español, llamado "En sus caras veo el temor"... More

Nacimiento de la antología
Diplomas
Destacados del taller
Cinismo
El rey de Chicago
Macabra Epopeya
Quédate muy cerca de mí
El lobo de Angarsk
Creativa Crueldad

Recuerdos de un criminal

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Historia basada en los crímenes de Jack el destripador

En una mecedora, con la mirada pérdida en una de las paredes de la habitación del sanatorio, en el que lentamente transcurre sus días. Nunca imaginó después de tantos años poder seguir vivo.

La fortuna le guardó un triste desenlace como pago de sus crímenes, merecido o no, era un final que no deseaba ni al más odiado de sus enemigos.

Con dificultad se levantó, su edad ya no le dejaba moverse con tanta libertad, alcanzó la puerta para tocar tres veces la campanilla. El enfermero lo miró con el mismo hastío de siempre, las risas y burlas del hombre a su lado se escucharon junto a la orden de dejarlo salir.

Cada pequeño paso era acompañado por un empujón, ironía al contar tres caídas, y con la última el deseo de reír se materializó.

Los hombres lo alzaron obligándole a caminar, pero para sorpresa de ellos ya no había razón de ir al lugar donde quería llegar. El enfermero lo soltó rápidamente al percibir como sus zapatos eran salpicados por el orín del anciano. La maldición solo acentúo la carcajada, y con esta llegó un golpe y luego otro, tantos hasta que escupió uno de los pocos dientes que le quedaban.

Suspiró para toser manchando el suelo con su sangre. Con calma pasó sus dedos sobre el líquido carmesí, cerró los ojos para rememorar con el aroma metálico la sensación de poder que en algún momento tuvo. Aquella que lo hacía sentirse vivo.

CAPITULO 1.

Corrió por la adoquinada calle del centro de Londres, el reloj pronto marcaría con sus campanadas las siete en punto y llegar tarde de nuevo equivalía perder la única posibilidad de llevar un buen mercado a la mesa.

Recuperó el aire para ubicarse en la larga fila de los obreros que timbraban la tarjeta, el capataz lo observó, acercándose con cara de pocos amigos. Antes de llegar, la algarabía junto con la sirena del carro de policía, llamó su atención. El grupo de personas que pronto se agolpó frente al callejón lo distrajo para en tropel ubicarse en primera fila.

Su jefe le indicó el cuerpo que era dibujado por uno de los más famosos retratistas de la época, pero también la cámara que fotografiaba el cuerpo y la cara de quien parecía era una mujer.

Alejándose del grupo siguió disimuladamente a la pareja de policías que comentaban lo ocurrido.

Encendió un cigarrillo para escuchar la información que el encargado quería. Así supo que se trataba de Polly, una de las más reconocidas prostitutas de la zona, ya que sus clientes en ocasiones le pagaban con licor. Sabían que su esposo la había abandonado quitándole a sus cinco hijos. Si lo veía objetivamente, su muerte fue un regalo para la familia.

—¿Algún otro indicio?

El menor negó con la cabeza, el inspector lo envió de regreso a la comisaría mientras daba vuelta para observar por última vez el cadáver. Escasamente alcanzó a bajar la cabeza y seguir su camino como un transeúnte más.

Lusk lo observó alejarse, sabía que había estado en la escena del crimen, pero no era de extrañar, medio barrio fue a curiosear lo que se convirtió en uno más de los eventos que enlodaban la reputación del distrito.

El detective regresó al lado de la occisa para detallarla. Aparentemente no existía razón para el homicidio. Polly mostraba una cicatriz en el cuello, la que seguramente causó la muerte por desangramiento, el no tener signos de lucha permitía suponer que estaba inconsciente en el momento del ataque. El corte en el vientre era limpio, solo un médico o alguien acostumbrado a trabajar con carnes lo podría hacer. Allí notó que faltaba algo en la víctima: Su útero.

Esa tarde en un cuarto no muy lejos de allí un hombre observaba fascinado lo que consideró su premio por la magnífica labor realizada. El órgano flotando entre el líquido transparente.

CAPITULO 2.

La mujer lanzó la botella contra la puerta de la alcoba ordenándole que saliera. Odiaba que su hijo no le entregará el licor que le daba tranquilidad.

El hombre trato de ignorarla, pero el molesto golpeteo solo logró traer a su memoria las imágenes de su madre con sus parejas ocasionales, las noches que tuvo que rescatarla de los bares en donde por licor se dejaba manosear, terminando al final como una simple prostituta.

No negaba que en muchas ocasiones los gendarmes le ayudaron a trasladarla a su residencia, pero también la vio llegar con golpes por no darles lo que le pedían como "impuesto" para no meterla en la cárcel. Los cargos: Prostitución y alcoholismo.

Agitó el frasco provocando que su boca salivara. Pensó en el posible sabor que la víscera adquiría si lo preparara con alguna de las recetas que normalmente utilizaba para la escasa carne que consumía.

Desde niño tuvo que aprender a cocinar porque la inútil de su madre jamás se preocupó por mantenerlo a él o a sus hermanos. Ellos ahora eran un recuerdo de su antiguo país, cada uno con una historia distinta y que demostraba como su familia se desmembró.

Rememoró las clases de biología y como la maestra le refería que los humanos eran un reino especial hecho por Dios para gobernar sobre las demás especies. Pero al comparar ese pedazo de carne con los que había visto en la escabechina, la verdad que no notaba alguna diferencia.

Los humanos tomaban leche como los cerdos o las vacas, entonces, ¿qué los hacia diferentes para no poder consumirlos? Le dio rabia no haber tenido esa idea antes de sumergirlo en el formol que consiguió en la carpintería.

Los nuevos golpes en la puerta le hicieron levantarse para ocultar el frasco en el piso falso, gritándole que se calmara. Abrió de manera violenta para encontrarse con la inestable mujer que le extendió la mano pidiéndole dinero. Era para lo único que se le acercaba.

—Aún no me pagan.

—¡Pero sí tienes tiempo para ir a los burdeles! —respondió con ira—, ayer te vieron en Whitechapel con una mujer.

—No es problema tuyo, soy un hombre y tengo necesidades.

La escueta respuesta fue dada mientras arrastraba a su madre por el corredor. Sentándola frente a la mesa de la cocina comenzó a buscar algo con que alimentarla.

Años de ser buen hijo le estaban pasando la factura. Los periodos de abstinencia de su progenitora cada vez duraban menos, ya ni siquiera podía dejar el alcohol antiséptico a su alcance.

Preparó con lo que encontró en la alacena algo decente mientras respondía con monosílabos al interrogatorio.

Le caía en gracia ver cómo desvariaba entre sus fantasías y la realidad que la rodeaba. El aspecto desaliñado, lo delgado del cuerpo y el temblor de sus manos, era la muestra de los años de excesos.

La señora tomó con la mano el arroz y las verduras, parecía un animal cuidando de su presa, los ruidos que hacía en la medida que engullía los alimentos le dieron asco. Colocó el vaso frente a ella, para recoger las ollas y disponerse a arreglar la cocina. La negación fue seguida del impacto del cristal en el piso.

—¡Odio el agua! ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?

Continuó con el arreglo de la cocina tratando de no darle importancia, no quería comenzar una nueva disputa.

—¡Mírame cuando te hablo!

Apretó con la mano la esponjilla cubierta de jabón, para evitar responderle, fue cuando sintió el golpe en su espalda. Dándose vuelta, le sostuvo el puño doblándolo hasta que la observó en el piso rogándole que la soltara.

—¡Imbécil!, duele, duele demasiado...

Los minutos siguientes transcurrieron en cámara lenta, continúo limpiando el mesón de su lugar de trabajo. No sabía cuándo ni cómo arribó a este, pero sonreía a los clientes y su jefe le agradecía por la forma como las propinas aumentaban. Era el perfecto empleado.

Observó a uno de sus vecinos ingresar, quitándose el sombrero y pidiéndole que se dirigieran a un sitio donde pudieran hablar. Se le había olvidado cerrar la puerta, ella salió y... su cuerpo...

El dueño del local le dijo que se marchara, tenía esa tarde y el día siguiente, era lo menos que podía hacer por alguien tan responsable como él. Al verla en la orilla del Támesis, respiró profundo y una leve sonrisa casi imperceptible se dibujó en su rostro.

Al fin era libre.

CAPÍTULO 3.

Simplemente perfecta. La había visto esa semana dormir en la calle, recostada sobre los cartones que conseguía de las cajas sacadas de la basura. Esa noche parecía que no iba a ser diferente.

Se acercó, preguntándole si quería pasar con él la velada, ella negó, asegurándole que se equivocaba, que no era una prostituta. «Pero sí una alcohólica» pensó para regalarle una sonrisa y pedirle disculpas. Algunas lisonjas y finalmente la propuesta que no podía rechazar. Sus ojos brillaron por la oferta.

Annie Chapman lo siguió ansiosa por el 29 de Hanbury Street. La dejó avanzar bajo la escasa luz que las casas del callejón le daban. Con habilidad empezó una seducción que no fue rechazada, las frases de cariño iban acompañadas con la promesa de darle todo el licor que quisiera, pero que le permitiera disfrutar un poco.

La chica había vendido su cuerpo para conseguir ginebra en más de una ocasión, así que no le vio problema a entregarse por deliciosa recompensa. El bien vestido caballero que la invitaba acarició su rostro para posteriormente girar su cuerpo y abrazarla por la espalda, algo nada extraño para alguien que, por falta de dinero, se había acostumbrado a ser tomada de pie apoyada en una pared.

Lo que sí sorprendió a Chapman fue el brazo en su cuello y que comenzó a asfixiarla, clavó las uñas sobre la tela del abrigo sabiendo que la batalla estaba pérdida.

El hombre percibió como poco a poco se desvanecía, suficiente para aprovechar y cortar con el cuchillo la garganta de su víctima.

Su respiración se aceleró, cuando la vio caer cerca de la escalera, produciendo un golpe seco que lo hizo revisar si alguien se había asomado por los balcones de las casas que los rodeaban. Acostumbrados a los ruidos de la zona, la calle se mantuvo en calma, eso fue suficiente para continuar su trabajo.

El sonido de la carne cercenada le indujo un jadeo, relamió sus labios al ver expuesto el vientre. La sensación de poder y de estar haciendo lo correcto le fue cada vez más satisfactoria. Demasiado hermoso para quien entendiera su obra, el encargo máximo culminado. La excitación le estimuló para llegar al clímax.

El asesino apenas pudo recobrar la paz para abrir con cuidado la blanca piel y extraer lo que necesitaba, aquello que se convertiría en su firma personal. Con una sonrisa macabra sacó

los intestinos y los colocó en el hombro derecho.

Al fin los malditos policías entenderían que a él no le interesaba darse placer con el cuerpo de una mujerzuela, su labor era ayudarlos a acabar con la escoria que vivía en Whitechapel, algo que les había quedado grande.

La sangre que salpicó, apenas si se notaba en la oscuridad. Quería ser reconocido, que su nombre fuese recordado por ser el vengador. Por eso, viendo el cadáver, optó por dejarlo en la mejor posición que pudo para que analizaran el mensaje.

Cogió el maletín donde guardó el souvenir de la ocasión. Su trabajo había terminado.

CAPÍTULO 4.

George Lusk examinó la carpeta de la segunda víctima, respondía al nombre de Annie Chapman, una alcohólica que estuvo en rehabilitación, pero, por situaciones que no venían al caso, recayó en el vicio.

Viuda, madre de varios hijos muertos o con deformidades, de los cuales se desconocía su paradero. Más que una profesional del sexo, podría asegurarse que era una indigente que por satisfacer su adicción recurría a brindar favores con su cuerpo. Lo extraño, al igual que con Polly, es que en ningún momento se encontraron rastros de haber tenido una relación.

Analizó las fotografías y los testimonios. El cadáver había sido encontrado por John Davis, residente del lugar y cuyo oficio era conductor. El cuerpo se encontraba a unos quince centímetros del primer escalón, con el brazo izquierdo colocado sobre el pecho y las piernas levantadas con las rodillas flexionadas. Clara muestra de que el asesino quería exponerla ante la sociedad, que reconocieran su oficio.

Por primera vez podía asegurar que el asesino era el mismo, los dos homicidios podían relacionarse por las heridas abdominales, el corte en la garganta, el tamaño y diseño del arma empleada.

En este caso, se veía que la fuerza empleada en el corte fue mucho mayor, prácticamente la cabeza había sido desprendida del tronco. Y al igual que en el anterior crimen, le faltaba parte del útero, pero por lo visto había tenido mayor tiempo para dejar los intestinos en forma de un tétrico mensaje. Demostraba que no era experto en la anatomía humana pero que sabía cómo y dónde buscar lo que requería, lo único claro era el deleite que todo el asunto le producía.

Las acciones mostraban que todo era calculado, el asesino decidió convertir a Whitechapel en el escenario de su obra y con ella dejar un mensaje. El lugar donde se encontró Annie era el propicio para que rápidamente dieran con ella, pero también donde pudo ser descubierto en pleno asesinato. Un comportamiento que demostraba que era amante del riesgo y de la adrenalina, o muy metódico y con gran autocontrol.

Entonces, ¿qué es lo que deseaba? Se estiró para aceptar el café que su ayudante le ofrecía. Las pruebas del forense demostraron que Chapman se había tragado su propia lengua, determinando la muerte por estrangulamiento y no por el arma blanca. Esto último fue simplemente la forma de reafirmar el deceso.

Necesitaba una pista que le permitiera comprobar que el fin del asesino era la mutilación. Poder descuartizar a sus víctimas con tranquilidad y sin mancillarlas.

Lusk comprendía que debía dar con el homicida, pero él quería llegar más allá. No todos los días se tenía a un asesino en serie y eso colocaba el caso en un nivel de dificultad y discernimiento distinto a los que normalmente se resolvían en Whitechapel. La orden que impartió aumentó la cantidad de sospechosos y testigos exponencialmente, en cada uno de los entrevistados el policía buscaba descifrar cuáles fueron las causas de ese comportamiento. Aunque le solicitaban resultados, si no descubría el motivo, difícilmente podría entregarlos.

CAPITULO 5.

Un crimen en Whitechapel no era extraño; el barrio que se formó alrededor de la capilla de Santa María se convirtió en el refugio de diversos tipos de personas, entre las que sobresalían los indigentes, los trabajadores de las curtiembres, cervecerías y mataderos de la ciudad, así como los inmigrantes que vieron en la revolución industrial inglesa, la cristalización de una mejor vida; sin embargo, lo que obtuvieron fue hacinamiento y la miseria.

En el reporte buscaron los nombres de las nuevas víctimas entre las prostitutas registradas de los burdeles del lugar. La lista le dio dolor de cabeza, era consciente que faltaban las casas de sodomía y más de la mitad de las mujeres que profesaban el oficio daban sus servicios de manera ocasional. Muchas de ellas eran madres solteras, jóvenes abusadas y golpeadas que por sobrevivir no les importaba cerrar el ciclo de la misma forma.

Devolvió la información y se aproximó al cadáver. El ilustrador oficial junto con los de la prensa trataban de encontrar el mejor punto para mostrar el sadismo con el cual Catherine Eddowes había sido destazada por el asesino. Desafortunadamente, entre idas y venidas, ya hasta dudaba que la escena real era la inicial.

Observó a los curiosos que estaban en el lugar, recorrió los rostros tratando de encontrar alguno que le pudiera dar una pista, en la mayoría lo único que vio fue la sensación de vacío que acompañaba a todos los habitantes del sector.

Los ojos de Lusk cambiaron de objetivo para comenzar a escanear el cuerpo de la mujer. Acostumbrados a la actitud distante de su jefe, los oficiales le dejaron analizar los detalles.

—El retrato hablado señor...

—¿Quién llegó primero?

El gendarme señaló a un hombre del público, bufó al identificarlo. No solo había estado presente en los dos levantamientos anteriores, sino que también había sido llamado a declarar, no encontrándole relación con las mujeres ni con el lugar. Alguien tocó el hombro del detective, distrayéndolo, al volver al lugar se encontró con que se había marchado.

Caminó hacia los que estaban a su alrededor, al preguntar por él, todos lo negaron, según los presentes, el personaje en cuestión no existía.

La sensación de que nuevamente su mente le jugaba una broma le llenó de rabia, no era la primera vez que su cerebro le hacía ver ilusiones en la escena de un asesinato, que solo ayudaban a los rumores de que su estabilidad mental tambaleaba. Sacudió la cabeza y siguió su trabajo.

Aunque para otros lo sucedido no tenía importancia, para Lusk significaba una pista, ese individuo definitivamente tenía mucho más que ver en el caso de lo que aparentaba. Por ahora, el cadáver lo necesitaba.

CAPITULO 6.

Elizabeth Stride fue un error. Cumplía con los requisitos, alcohólica, prostituta y por lo visto con algo de demencia ya que mientras se dirigían hacia el callejón le habló de tantas cosas, que solo cuando la tuvo bajo la luz del farol descubrió quien era.

La ira por su equivocación le cegó por completo. Cortó el cuello con sevicia, así como la lengua con tal de demostrarle que las mentiras eran también un crimen, un pecado por ir en contra de uno de los mandamientos de Dios. Los ruidos próximos lo hicieron abandonarla no tenía ningún interés en obtener algo de un cuerpo enfermo, por fortuna, no permitió que lo besara, la sola posibilidad de contraer sífilis le asqueo. Se marchó, dejándola oculta por el barril que servía como colector de agua, muchos asumirían que dormía una de sus borracheras en ese patio de Berners Street.

Necesitaba otra víctima, una que encontró fácilmente, y en esta oportunidad no se equivocó.

La fortuna le sonrió, alcanzó a quitarse de encima a los dos hombres que casi lo descubren con Elizabeth, era la una de mañana y percibía en su sangre esa necesidad de cumplir con su labor de manera correcta.

El chal que la cubría le daba una leve protección contra el frío. Las latas que le servían de almohada rodaron cuando la movió con delicadeza, para su sorpresa la beoda se resistió gruñéndole que la dejara dormir. Fue suficiente para que su rabia se desbocara. Con rapidez cercenó la garganta, tomó el útero y uno de los riñones. Recreó la escena de las víctimas anteriores y por el rechazo, desfiguró su rostro. Un castigo merecido, como reflejo de sus pecados.

Se alejó cambiando su recorrido normal para dirigirse a Goulston Street, en donde escribió en una de las paredes con la sangre de su víctima el mensaje que redimía a los judíos que estaban siendo condenados, pero además de eso les dejó un recuerdo para que se enterasen de su fuerza.

A las 2:55 el inspector Alfred Long descubrió un pedazo de tela ensangrentado del delantal que llevaba la segunda víctima.

Escondido entre la penumbra los observaba con sorna, eran tan imbéciles que nunca podrían dar con él aun teniéndolo en frente, que tan fácil era salir y decirles que había visto al asesino huir en cualquier dirección, ya había mentido una vez en la estación, ¿por qué no hacerlo una segunda?

CAPITULO 7.

La Noche del "doble evento" como empezaron a decirle los periódicos estaba colmando la paciencia de George Lusk.

Todos los testigos tenían una versión diferente de los acompañantes de las dos mujeres, en lo único que coincidían era que llevaban sombrero y abrigo, porque el color y la forma cambiaba de uno a otro.

Había pasado una semana desde los homicidios y estaban igual que al principio, solo sabían que el hombre atacaba prostitutas, que posiblemente vivía en Whitechapel porque conocía a sus sacrificios, y, por último, que gustaba de la mutilación.

El paquete encima de su mesa le llamó la atención, era una caja de tamaño mediano que por el peso y el sonido debía contener algo líquido. La abrió con cuidado para soltarla de inmediato.

Al lado del frasco de formol con el medio órgano flotando, estaba un papel que desdobló para darse cuenta que era una carta.

«Mr. Lusk. Le envió medio riñón que le extraje a una mujer que he conservado para usted. La otra parte me la cociné y me la comí, estaba sabroso. Si tiene un poco de paciencia le enviaré el cuchillo ensangrentado con que lo extirpé.

Firmado: Atrápeme si puede señor Lusk".

La prueba de que podía ser el verdadero destripador le hizo comunicarse con el forense, debía revisar la prueba y demostrar que era de alguna de las víctimas.

El médico comparó la víscera con la historia clínica de Eddowes, estaba afectado por la enfermedad de Bright lo cual aparecía en la ficha que atentamente revisaba. Al cotejar la arteria renal con la que estaba en el cuerpo de la occisa demostró que ambas coincidían. No había duda que era el criminal y que se estaba burlando descaradamente de él y de la policía.

Aunque no podía decirse mucho de quien era el autor, la caligrafía y los errores de ortografía hacían pensar que el nivel educativo era bajo, confirmando así la hipótesis de que vivía en Whitechapel.

Empero, lo más impactante fue descubrir que no solo le satisfacía la mutilación, sino que también practicaba el canibalismo. Fue cuando la duda le surgió a Lusk, ¿cuál era el objetivo de todo eso?

Alertó a los demás investigadores del caso y expuso sus hipótesis, el hombre definitivamente no era un fratricida normal, cumplía con un perfil muy claro de sadismo, uno que por pronto confirmarían no tenía límite.

El modus operandi se convirtió en la pista clave para atraparlo, por eso debían convivir en el mismo espacio y con los mismos oficios. Infiltrados en el salvaje mundo de Whitechapel.

CAPITULO 8.

—¿Qué te hace pensar que esta carta sea diferente a las demás?

El actual jefe de la policía de Inglaterra le preguntó a Lusk mostrándole la esquela que él había recibido. En esta el asesino hacía alarde de lo perdidos que estaban.

En esos meses se habían manejado todo tipo de posibles criminales, desde los inmigrantes que vivían en el barrio hasta la de algunos ricos hombres que visitaban el lugar. La verdad es que no tenían nada en concreto y él lo sabía.

—La información que arrojó el riñón coincidía con...

—Cualquiera con esa enfermedad podía concordar —chistó al ver la expresión de su subordinado—. A mí también me envió una carta, fue en septiembre, unos días antes del "doble evento".

Lusk leyó con cuidado la misiva analizando los cambios en el papel. Esta era muy diferente a la que poseía. La caligrafía parecía de alguien culto y organizado. Una persona que pensó muy bien las palabras y las escribió con calma, nada similar al desorden visual que vio en la otra.

No obstante, lo que más atrajo la atención fue el remitente, alguien que se hizo llamar Jack "El Destripador". Rio al leer la afirmación al final de la misiva «Ahora dicen que soy médico», una posibilidad que fue descartada por quienes seguían el caso.

—¿Qué propone que hagamos?

—Prácticamente hace un mes que no sabemos de él, puede que haya muerto o simplemente como envió en otra de las cartas que publicaron los medios, no era uno sino varios tratando de cumplir con una labor de limpieza social.

—Jefe, por favor...

Llevaba todo ese tiempo en la policía y sabía cuando una orden iba a ser reversada.

—En dos días quiero que cierres la investigación, que los hombres se despidan de Whitechapel. Nos equivocamos.

Salió del lugar con más dudas que respuestas, no creía que Jack hubiese desaparecido, consideraba que su estrategia lo tenía relegado y sin posibilidad de actuar. Demasiado agresiva y muy evidente para el barrio, pero al menos cada una de las trabajadoras sexuales de las calles que frecuentaba estaba siendo supervisada por quien se hacía llamar su patrocinador.

Lo irónico es que los clientes del lugar también aumentaron, los informes de los burdeles de Whitechapel indicaban ganancias nunca antes vistas, y lo peor y quizás la causa de cerrar el caso, era que los dueños de estos agradecieron a la policía por su buen servicio.

Al arribar a la comisaria reunió a sus oficiales y detectives.

—La orden es que debemos parar con la búsqueda, por ahora Jack "El Destripador" según la jefatura principal, es un fantasma, alguien que no existe.

CAPÍTULO 9.

La música sonaba dulcemente logrando que el canto de Mary Jean envolviera a los hombres que trataban de tocar su cuerpo. El recorrido por entre las mesas y de vez en cuando la caricia que regalaba mientras movía de forma sensual sus caderas, cubiertas por la falda sencilla que era su indumentaria de trabajo, hacía que más de uno pidiera posteriormente sus servicios.

A sus veinte años la vida le enseñó a no confiar en nadie, que las promesas son ilusiones y que, si quería conseguir algo, debía hacerlo por sí misma. Su experiencia en París le permitió aprender suficientes mañas para ganar mucho mejor que sus compañeras de oficio.

Esa noche la suerte le sonrió, después de terminar con el espectáculo, contó el dinero que los hombres colocaron en su corpiño y liguero, tenía lo suficiente para descansar y hacer lo que más amaba: Beber con sus compañeras.

Caminó tambaleante por el callejón, con destino a Millers Court para llegar a su habitación. Ajustó la puerta y se desvistió mientras cantaba. Los golpes en el pórtico le recordaron a la persona con quien había quedado compartir unos minutos si le traía ginebra.

El desconocido ingresó con dos botellas que hicieron que ella cayera rendida a sus deseos.

Trancó la entrada y procedió a terminar de emborrachar a la joven. Mary Jean no cumplía con las características de sus anteriores mujeres, era por lo menos veinte años menor, así que debía tratarla diferente. Su encanto y determinación convencieron a la joven abandonándola a su merced.

Contrario a lo que imaginaba, al estar ebria, la rubia sacó a relucir su espíritu de lucha obligándolo a ejercer la fuerza, al estar solos en un cuarto la ventaja la dio su experticia. Bastó un empujón para que trastrabillara y cayera en la cama. Se aproximó inmovilizándola, un solo corte para ver cómo la sangre fluyó del cuello a borbotones.

Amoldó las mangas de su camisa y procedió a explicarle a quien yacía en el lecho lo que estaba por hacer.

Por única vez su público estaba atento a su voz, completamente entregado a lo que haría y sin poder decir algo porque nadie la escucharía. Eran solo ellos dos, y esta sería su obra de arte, porque después sus deseos de avanzar lo hacían entender que no podría si estaba solo con esa cruzada, era necesario un plan que obligara a la policía a retener a esas mujeres, a no dejar que el barrio siguiera decayendo.

Whitechapel era su hogar y no podía permitir que tuviese el final de Roma, una irremediable caída.

CAPÍTULO 10.

Lusk ordenó apagar los cigarrillos, los ojos de su jefe brillaron por ser ignorado. Se acercó a observar la nueva víctima de quien para su superior no existía. El asesino se vio acorralado y cambió su modo de trabajo.

El cuerpo de Marie Jeannette Kelly, apodada Black Mary estaba en la misma posición que las anteriores víctimas. Sus rodillas flexionadas y su cuerpo expuesto, pero el sadismo fue mayor. El tiempo que estuvo con ella, así como la seguridad que le proporcionó el hallarse dentro de las paredes del 13 de Miller's Court, fueron suficiente para que toda la perversión del hombre aflorara.

Se colocó los guantes e inició el reconocimiento, procurando no desacomodar el reguero de órganos que estaba en el suelo de la habitación.

El macabro escenario fue descrito por el hombre que encontró a la chica: «esto no es obra de un hombre sino de un demonio». Lo que quedaba del cuerpo estaba cubierto por un camisón que apenas cubría lo que por anatomía sabía era su torso, su hígado y senos habían sido extirpados, sus orejas y nariz cortadas. Los riñones, al igual que en el anterior crimen, habían sido extraídos.

Se abrió paso entre las vísceras sobre la cama y la mesa de noche, abrió con cuidado la prenda de dormir y observó como el corazón no se encontraba en su lugar.

La búsqueda del órgano, en medio de lo que fue tratar de reconstruir el cadáver, fue la labor que él emprendió. Nada, absolutamente nada daba un indicio de que el asesino estuviese cuerdo. Tal vez cada una de las víctimas simplemente fueron una manera de enviar una alerta de lo que haría con la siguiente, pero que en su ignorancia ninguno de los que tuvieron contacto con las pruebas comprendió.

Con Black Mary se dio cuenta que el hombre, en la medida que avanzaba en sus crímenes, iba perdiendo la noción de la realidad. Ya no era simplemente el placer de la mutilación, sino el satisfacer ese algo que lo impulsaba a matarlas. Revisó los expedientes y se dio cuenta de la particularidad de los órganos:

En Polly y Annie faltaba el útero, en Elizabeth y Marie Jeannette los riñones, la nariz y las orejas. Cerrando el ciclo con el órgano que representaba el amor, aquel que no podían sentir ni transmitir adecuadamente las prostitutas.

Tratando de hallar una lógica a lo que observó, Lusk salió para encender un cigarrillo. Las víctimas repetían las características, prostitutas alcohólicas, que vivían y trabajaban en Whitechapel y a excepción de Black Marie, el que las otras fueron madres, hacía pensar que Jack estaba tomando venganza contra alguien muy cercano a él.

Esa noche en su oficina, el detective analizó el tablero que en esos meses había nutrido con imágenes, relaciones y notas de cada asesinato. Escribió algo para colocarlo encima de la foto de Mary, sin saberlo, esa sería la última contribución al que se convertiría en el caso más famoso del Londres victoriano.

Se puso el sombrero y el abrigo y salió despidiéndose con la cordialidad que lo caracterizaba. Por ahora solo quedaba esperar.

EPILOGO.

—¿Qué hacemos con eso señor?

Habían pasado cinco años y nunca más volvieron a saber de Jack El Destripador, así como apareció, su rastro se perdió.

Los meses siguientes a la muerte de Black Mary pusieron en alerta a las autoridades por semanas, llamaron a las puertas de las casas de Whitechapel que coincidían con el radio de influencia de los crímenes, pero al final el caso dio más posibles homicidas que víctimas.

Se especuló con médicos, actores, escritores y hasta nobles que buscaban algo diferente para poder encontrarle placer a la vida; no obstante, siempre el rumor quedaba en eso.

—Mételo en una de las cajas y llévalo a evidencias —terminó de sellar una similar a la que contenía un caso sin respuesta. Luego miró por última vez lo que fue su despacho. Era el momento de su jubilación.

El click de la cámara le extrañó, no fue uno sino varios. Con una sonrisa el joven policía le indicó que era para un recuerdo. Negó con la cabeza y lo dejó empacando.

El chico con calma revisó cada una de las pruebas y notó que su jefe no estuvo nunca lejos de atraparlo, simplemente no vio que en lo simple estaba la respuesta.

Al salir de la comisaria George Lusk observó cómo un hombre era arrastrado por otros hacia una de los carromatos destinados al centro psiquiátrico, desde hacía años los casos de locura por los químicos de las curtiembres y los gases emanados por las fábricas de pintura estaban causando ese efecto en los trabajadores.

Al chocar sus miradas, el pelinegro sonrió y con un grito duro, pero no menos desgarrador, le hizo entender que de pronto ese era el mejor final para ambos:

—¡Me lo comí, Lusk! Mi mejor receta, y en cada bocado la destruí, a ella y a todas sus iguales —rio alto y fuerte.

No había que hablar más, el caso nunca fue resuelto. 

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