paper hearts. » caché. [adapt...

By softshameless

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Ésta historia no es mía. Todos los derechos reservados a @Paper_Crush, quién me dio el permiso para adaptar... More

Aclaraciones.
Argumento.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Capítulo 33.
Capítulo 34.
Capítulo 35.
Capítulo 36 |1|.
Capítulo 36 |2|.
Epílogo.
Paper hearts.
Capítulo: extra.
♡.

Capítulo 1.

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By softshameless

Quería seguir durmiendo, claro que quería hacerlo. Durmiendo no sientes, durmiendo no recuerdas. Sin embargo era hora de despertar, sino quería llegar tarde al trabajo que le ayudaba a sobrevivir, mientras hallaba la manera de cumplir su sueño, un sueño que paradójicamente no iba a alcanzar durmiendo. 

Se quitó la suave sabana de encima y se estiró un poco, mientras se sentaba en su cama para preguntarse, cómo todos los días, si de verdad valía la pena ir a su trabajo. 

—Si no voy, pueden despedirme—se dijo a si misma, analizando los pros y los contra de la situación.—, y si me despiden no tendré dinero, si no tengo dinero no podré comer, y entonces moriré—y aunque el tema de la comida lo tenía sin cuidado, hizo un gesto pensado que era una mala opción.—, y si muero nadie publicará mis libros aún no terminados.—susurró, antes de suspirar y por fin levantarse de la cama, terminadas sus excusas. 

El piso de madera estaba frío como cada hora del día, como cada hora de la noche, sus pies volvieron a recordarlo; y aún así los arrastró por el hasta llegar al baño que conectaba con su habitación y mirarse a sí misma en el espejo. 

—Wow, tus ojeras son más grandes hoy—se habló a si misma, mirándose en el espejo, cómo si su reflejo fuera otra persona.—, y tu cabello es un desastre.—rió cuál demente, sin embargo le faltaba mucho para llegar a serlo.—Supongo que no es nada que una ducha y maquillaje, qué no pienso ponerme, no puedan arreglar.—dicho y hecho, después de verse en el espejo dirigió su cansado cuerpo a la ducha, y simplemente dejó que el agua corriese por su cabello y por su cuerpo, esperando que esta vez si se ahogara en el proceso. 

Tenía tan pocas ganas de ir a trabajar ese día; nunca quería, ni siquiera antes del divorcio. Sabía que ya no era necesario usar el anillo de casada, pero era tan bonito y costoso que siempre lo llevaba puesto, además era su arma secreta para deshacerse de los compañeros pervertidos mal pagados de su trabajo. Cualquiera pensaría que le recordaría con nostalgia su vida de casada, al contrario, le recordaba el porqué no se casaría de nuevo. 

Al salir de la ducha, secar su cuerpo y colocarse algún atuendo elegante que la diferenciara en su trabajo, al fin salió de su habitación para bajar las escaleras y poder desayunar, por llamarlo así. 

—Muy bien...—empezó dirigiéndose al refrigerador y dándose cuenta de que estaba casi vacío.—Lechita.—dijo, tomando el frasco con ambas manos y seguido a eso cerrar la puerta del refrigerador con uno de sus pies. Colocó el frasco de leche en la barra de la cocina, sacó la caja de cereal de una de las puertas de los altos gabinetes de la pared, combinaría ambos y calentaría un poco de café negro que sobró del día anterior, y ese sería su delicioso desayuno.—Genia.—se alabó a si misma al terminar de acomodarlo en la mesa. 

Poché amaba su cereal, era su inicio del día; no podía hacer nada sin su cereal o café diario y eso deja claro que no se alimentaba para nada bien. 

Leía las noticias a través de su celular y fruncía el ceño al darse cuenta que una era peor que la otra. 

—En mis libros no pasan estas cosas.—dijo, después de tragar su último bocado de cereal—En mis libros todo es menos realista y más perfecto.—suspiró, al darse cuenta de que eso nadie lo sabría por ahora. Sus libros son su tesoro.—En mis libros todo es feliz.—susurró. 

Dejó los platos en el lavavajillas y después de cepillar sus dientes, era hora de ir a trabajar, debía estar al menos un poco feliz ya que era día de paga. Al menos tenía un buen trabajo, eso nunca lo negaría, sin embargo no era lo que quería para su vida, no era lo que alguna vez soñó, pero al menos allí nadie lo sabría. 

—Señora Garzón.—saludó el portero del estacionamiento. Poché sólo evitó poner los ojos en blanco.—¿Cómo está?

—Señorita.—corrigió, antes que nada.—Sabes que me divorcié hace mucho.

—Oh, lo siento.—se disculpó, un poco nervioso.—Es que siempre la veo con su anillo de compromiso y simplemente lo olvido.

—No te preocupes.—se encogió de hombros.—¿Podrías dejarme pasar? Voy un poco tarde.—el chico asintió rápidamente, antes de oprimir el botón que haría subir la alargada barra que la retenía allí. 

Al menos tenía auto, sonrió tímidamente al darse cuenta. Estacionó su auto en uno de los puestos libres y se dispuso a caminar lentamente hacia el ascensor. Se supone que las cosas no deberían ser así. Visualizó el ascensor y se dirigió a el, seguido a eso oprimió el botón para que bajara, cuando por fin abrió sus puertas pudo entrar. 

—¡María José! ¡Detenlo!—le gritaba una de sus compañeras, así que Poché disimuladamente sólo oprimió repetidamente el botón para que las puertas se cerraran rápidamente; pero esta chica fue más rápida.—Muchas gracias.—le sonrió al entrar, mientras oprimía el botón del piso número 13. 

—No hay de qué.—sonrió falsamente a la arpía que tenía por compañera, cómo la odiaba. 

María José Garcés tenía el cabello corto y negro al igual que sus ojos y su alma, por otro lado su piel era blanca y siempre vestía extravagante. 

—Ya que estamos en el ascensor, puedes quitarte esos lentes oscuros.—empezó Poché, con una sonrisa hipócrita, para romper el desagradable silencio.—Digo, o no, no vaya a ser que te dé un ataque de epilepsia por las luces.

—Amo cuando te preocupas así por mí—respondió sarcásticamente, sin mirarla.—, pero no tienes que hacerlo.

—No es preocupación, querida María José—dijo, mientras las puertas del ascensor se abrían—, es pena ajena.—dijo, agitando su mano suavemente, mientras salía de allí para dirigirse a su puesto de trabajo. Matu sólo puso sus ojos en blanco, cómo la odiaba. 

Poché caminó por el gran lugar en el que se encontraba su "oficina", ese pequeño puesto con un computador y muchos folders no merece esa denominación. 

—Buenos días, Poché.—saludó su compañera sonriente, cómo todos los días. 

—Hola, Kim.—sonrió con ternura. Era tan amable y tierna a la vez, simplemente no podía ser mala con ella. 

—¿Cómo te va hoy?—preguntó, mientras acomodaba sus cosas en uno de los espacios libres del escritorio. 

—Muy bien.—se encogió de hombros.—¿Y a ti?

—Me quejo mucho—bromeó, con mucha verdad en sus palabras.—, pero al final de nada sirve.—rió, sentándose en su cómoda silla con rueditas. Kim asintió. 

—Quería decirte que hoy llega de su viaje la hija del dueño de la firma.—dijo suavemente y Poché puso los ojos en blanco—Tal vez venga a hablar contigo, ya que eres la "jefa" de esta área. 

—¿Para qué?—preguntó confundida.—Ni siquiera la conozco y ya me parece insoportable.—Kim rió, su amiga era tan amargada y no sabía la razón. 

—No lo sé, tal vez lo sea.—se encogió de hombros.—No puedo saberlo, pero sí sé que tú eres un poco, ya sabes, indiferente. 

—Gracias.—sonrió genuinamente.—Está bien, Kim.—la rubia ladeó su cabeza.—Si ella quiere hablar conmigo, no serán más de dos minutos. Prometo tratar de ser agradable. 

—Nunca cumples tus promesas.—se cruzó de brazos sugestivamente, provocando una risa fuerte a Poché. 

—Existen excepciones.—rió, mostrando su anillo de boda.

—Claro.—rodó los ojos divertida.—Nos vemos en el almuerzo, hoy te haré comer.—dijo, mientras se alejaba y Poché se limitaba a asentir. 

No le prestó mucha atención al tema de la hija del dueño de la firma, poco le interesaba lo que pudiera pensar de ella; sin embargo ese hombre podía fácilmente despedirla y no, todavía no podía dejar su trabajo. 

Los temas de su trabajo eran fáciles para ella. Su padre, un exitoso y respetado juez y su madre, una determinada abogada, no podían asimilar la idea de que su primogénita tuviera sueños tontos de ser escritora, no querían que arruinara su vida, otra vez, y de esa forma así que en contra de su voluntad, la obligaron a estudiar una carrera un poco distinta a la que ella quería. Escuela de derecho. Y cuando al fin salió de estudiar, aceptó casarse con el que ella creía era el amor de su vida, pero cómo siempre, estaba equivocada. Se suponía que estando casada se le harían más fáciles sus planes de convertirse en una escritora famosa y respetada, envidiada por todos los inútiles que alguna vez le dijeron que sus sueños eran estúpidos. Poché no tenía nada que demostrarle a ellos, tenía todo que demostrarse a si misma. 

—¿Escribiendo de nuevo?—le preguntó su amigo amigo, recostado en el marco de la puerta de su pequeña oficina. Cuando Poché alzó la mirada de los papales en los que, efectivamente, con un lápiz estaba escribiendo, se dio cuenta de que el chico tenía una taza de café negro en su mano. 

—¿Para mí?—preguntó ilusionada, extendiéndole sus brazos para recibir el café.

—Oh, claro.—rió, entregándole el que alguna vez fue su café.—Buenos días, Pochas.

—Buenos días, Sebas.—saludó, antes de darle un sorbo a su café, no importaba que ya hubiera tomado antes una taza de café.—¿Qué te trae a la oficina de tu jefe?

—Creo que Kim, ya te lo dijo.—rió de nuevo, el guapo joven.—Hoy llega la hija de tu jefe.—hizo énfasis.—Escuché que es un tanto mimada, así que creo que te llevarías excelente con ella.—dijo sarcástico, llevando sus manos a los bolsillos de su pantalón. 

—¿Mimada, yo?—preguntó ofendida.—Divorciada, frustrada y sola, tal vez, pero mimada jamás.—Sebastián rodó sus ojos, mientras reía. 

—Oh por dios—rió Sebas, acercándose a su amiga.—, divorciada, frustrada y sola, porque quieres, sabes que Mario te adoraba.—Poché señaló con su mano izquierda la pared de la misma dirección. Sebastián dirigió su vista a donde ella señalaba y leyó el "letrero" que había improvisado Poché en la pared, una hoja pegada con cinta en ella. 

—No se menciona a mi ex.—leyó Sebastián con los ojos entrecerrados, antes de volver su vista a Poché.—¿En serio? ¿Cuántos años tienes? ¿Quince?—rió, a lo que Poché rodó sus ojos. 

—¿Te importa? Estoy ocupada.—dijo, dándole un sorbo a su café, intentando cambiar el tema. 

—A lo que venía, entonces.—sacudió la cabeza, en una risa.—¿Tienes el caso del señor Higgens? Lo necesito, para tramitar la denuncia.

—Claro.—dijo con fastidio, recordando aquel desagradable hombre. Buscó en uno de los cajones de su escritorio y encontró el folder que estaba etiquetado con el apellido de ese hombre.—Aquí está, aléjalo de mi vista.—dijo, cuando se lo dio. 

—Haré lo que pueda.—dijo, recibiendo el folder y dando pasos hacia atrás.—Gracias, Pochas.—dijo, mientras se alejaba. 

—¿Cómo terminó mi vida en esto?—susurró para si misma, recostándose en su silla. La respuesta era sencilla, debido a su inseguridad y miedos. ¿Cuántas oportunidades perdió por miedo a arriesgarse? Muchas.—En fin.—suspiró, para ponerse a trabajar. Nunca es bueno conformarse, sin embargo ella quería averiguarlo. 

━━━━━━ ◦♡◦ ━━━━━━

En la oficina del señor Germán Calle había un ambiente muy tranquilo. El hombre, dueño de la prestigiosa firma de abogados donde trabajaba María José Garzón, estaba firmando algunos permisos y revisando uno que otro caso, hasta que recibió una llamada de su secretaria avisándole que su hija iba subiendo por el ascensor. Simplemente suspiró y esperó a que la puerta se abriera de un portazo. 

—Hola, papi.—saludó la chica de ojos avellana, los cuales estaban cubiertos por unos lentes oscuros.—¿Me extrañaste?—preguntó muy sonriente, mientras que su boca masticaba un chicle y con sus piernas se aproximaba a su papá. 

—Claro que sí, hija.—sonrió, levantándose y dándole un abrazo a la chica.—Me alegra que hayas vuelto. 

—A mí también.—respondió, separándose y detallando a su padre.—Estás más rellenito.—dijo, acomodándole el cuello de la camisa. 

—Siéntate, por favor.—pidió, a lo que la chica asintió y obedeció.—¿Qué te trae por acá?—preguntó en un suspiro, mientras volvía a sentarse en su gran silla. 

—¿Cómo que qué me trae por acá?—preguntó confundida, cruzando sus piernas.—Ahora trabajaré aquí. He terminado todos mis estudios, estoy totalmente calificada.—su padre alzó una ceja.—Soy abogada, cómo todos tus subordinados. 

—Te equivocas—interrumpió, cruzando sus manos encima del escritorio—, y te pediré que trates con respeto a mis trabajadores, todos están más calificados y experimentados que tú.—la chica puso los ojos en blanco.—¿Quieres trabajar aquí? Muy bien, no hay problema; pero iniciarás de cero, cómo todos los que han pasado por aquí. 

—¿A qué te refieres? ¿Quieres que sirva café y esas cosas?—rió sarcásticamente.—Ni loca lo haría.—su padre se encogió de hombros. 

—Has visto muchas películas durante tu estadía en la universidad, Dani.—suspiró—Tienes que empezar de cero, un cargo a la vez, primero archivarás archivos, estudiarás un poco más, organizarás citas. Tienes que hacer muchas cosas antes de que te encarguen tu primer caso.

Así debía de ser. 

—¿Entonces para qué estudié? ¿Para ser una miserable ayudante? ¿Para eso?—preguntó, ladeando su cabeza. Germán sacó un pequeño memo y al tomar su bolígrafo, comenzó a escribir en el.—¿Qué estás haciendo?—el hombre sólo la ignoró, hasta que terminó de escribir. 

—Ve con ella y dile que eres principiante.—le dijo, entregándole el memo. 

—María José Garzón.—leyó en voz baja.—¿Y ella quién es?—preguntó, dirigiendo su mirada a su padre. 

—Sólo la mejor en lo que hace, y la jefa de la sección 12.—se encogió de hombros.—Mi mano derecha y mi joya preciada.—suspiró recordando cuantas veces lo sacó de aprietos.—Trabaja conmigo hace un par de años, pero es muy inteligente y audaz, trátala con cuidado.—Daniela rió. 

—Okay.—dijo sin poder reprimir otra risa.—¿Y qué se supone que haga con tu "joya preciada"?—preguntó, quitándose los lentes oscuros. 

—Ya te dije, ve con ella y dile que eres principiante. Irás con ella porque estoy seguro de que no te tratará diferente sólo porque eres mi hija.—rió al recordar el carácter de aquella mujer.—Si me ponen a escoger entre tú laboralmente, sin dudarlo la escojo a ella.—Daniela abrió su boca indignada.—Así que procura hacer un buen trabajo. 

—Está bien.—dijo, al levantarse—Ya verás que seré mucho mejor que todos ellos.—sonrió muy segura a lo que su padre sólo asintió con una sonrisa poco convincente. 

—Que te vaya bien, hija.—dijo, volviendo su vista a sus papeles. 

Daniela sólo salió de allí decidida a hablar con la tal María José, le demostraría a su padre que ella era capaz de ser madura y comportarse cómo la adulta estudiada que es, que podía enfrentar casos y resolver situaciones complicadas, que no volvería a fracasar, al menos no laboralmente. 

Caminó hasta la oficina de la jefe de la sección 12 y vio a una mujer, probablemente, menor que ella, muy metida en un papel escribiendo cualquier cosa. Daniela aclaró su garganta para que le presentara atención, cuando la chica alzó la mirada y sus ojos conectaron con los suyos, se dio cuenta de lo bonita que era, a pesar de su cabello desarreglado y las ojeras que tenía bajo sus ojos. 

—¿Se le ofrece algo?—preguntó incorporándose.—¿Tienes algún caso pendiente?—Daniela negó con su cabeza.—¿Alguna denuncia?—volvió a negar y Poché no entendía que quería.—¿Requiere un abogado? ¿Qué necesita?

—Claro.—dijo, recordando porque había ido allí en primer lugar.—Yo soy Daniela Calle, y soy principiante.—Poché fingió interés a partir de allí.—Cómo habrás escuchado mi apellido, soy hija del-...—

—Señor Germán.—asintió Poché, con el bolígrafo en su mano aún.—Y eres principiante.—asintió esta vez Daniela.—¿Y por qué te envió conmigo específicamente?

—Verás, María José...—empezó con arrogancia y la chica de ojos aceitunados no pudo evitar reír.—, hace poco me gradué de la escuela de derecho, soy abogada cómo probablemente tú lo eres, puedes ser muy buena en lo que haces, pero yo también tengo lo mío.—Poché cruzó sus brazos lentamente. 

—¿Entonces que quieres de mí?—preguntó fingiendo confusión.—Porque...-bueno, tú estás recién graduada, tienes tanta experiencia en casos sobre asesinatos, violaciones y secuestros, que no entiendo porque razón vienes a mí, a una simple y probable abogada.—respondió sarcástica. 

—Yo también me pregunto lo mismo, ¿sabes?—dijo, negando con su cabeza.—A pesar de mis estudios en Harvard, que me acreditan cómo un de las mejores graduadas en la carrera, mi papá quiere que inicie de cero. 

—Oh por dios, ¿Harvard?—preguntó, exagerando emoción, antes de volver su semblante serio.—Yale.—se señaló a si misma y Daniela mordió su labio.—Creo que ambas sabemos quién gana. 

—Cómo sea—rodó sus ojos.—, quiero trabajar aquí, pero me envió contigo, y sinceramente no sé que quiere lograr con eso.—Poché se levantó de su silla y dejó su bolígrafo en su escritorio. Detalló su rostro, lo arrogante y malcriada no le quitaba lo bonita. 

—¿Qué se supone que quieres hacer?—fue lo que preguntó, luego de unos segundos. 

—Quiero estar a cargo de casos importantes y resolverlos.—respondió y Poché hizo un gesto.—¿Qué pasa?

—Te falta mucho para eso.—respondió.—Repetiré la pregunta, porque veo que no la entendiste. ¿Qué se supone que quieres hacer?

—Ya te dije.—respondió simplemente. 

—No te daré un caso importante para que lo resuelvas, tu papá me cae bien y no quiero que hablen mal de su firma, ¿sabes?—rió.—Además de que hablaría muy mal de mí. No lo haré.—negó con su cabeza. 

—¿Entonces que tengo que hacer?—preguntó, mientras ponía sus ojos en blanco. 

—Puedes empezar por...—dijo, agarrando una pila de folders que tenía cerca, sopló por encima quitándoles el polvo.—Llévale esto al abogado forense Sebastián Villalobos.—dijo, mientras le daba la pila de folders y Daniela las recibía.—Él necesita estos casos importantes para resolverlos. Adelante.—sonrió con hipocresía. Daniela sólo mordió su lengua, y la miró mal antes de irse a hacer lo que le pidió. 

Poché rió cuando al fin se fue, pudo analizarla, arrogante que quiere hacer lo que quiera. Con ella no sería así, ni siquiera por una bonita niña mimada. 

Daniela maldijo internamente cuando salió en busca de ese abogado, pudo analizar a la que sería su jefa, mandona y amargada, con probablemente sueños frustrados, pero da igual, porque ella haría lo que quisiese, y nadie se lo impediría, ni siquiera una bonita, simple y probable abogada. 

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n/a: nuevamente, gracias a Paper_Crush por permitirme adaptar esta historia. Vayan a leer sus demás historias, son magníficas ❤️.

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