PARTE VIII: EL LIBRO VERDE
CAPÍTULO 37
Morgana suspiró y se recostó en la cama de su habitación en Baikal. No le habían permitido estar presente en el proceso de desencarnación de Lug, lo que significaba que, a pesar de que hubiera asegurado lo contrario, Merianis no confiaba del todo en ella. No podía culparla, no después de la incompleta confesión que le había hecho sobre sus pecados. Morgana se preguntó hasta dónde sospechaba Merianis que la ex-reina de las hadas escondía un secreto que aún no había revelado.
Sus cavilaciones se vieron interrumpidas por la abrupta intrusión de Clarisa en su habitación, quien entró intempestivamente y sin permiso, cerrando bruscamente la puerta tras de sí.
—Clarisa, ¿qué...? —Morgana no alcanzó a terminar la frase.
Clarisa azotó un libro antiguo de tapas verdes sobre la pequeña mesita que estaba a la derecha de la cama:
—Tienes mucho que explicar —le exigió con furia apenas contenida.
—¿De dónde sacasteis...? ¿Cómo...?
—Te seguí allá en Avalon, te vi enterrar el libro en uno de los jardines —contestó la otra—. ¿Creíste que me quedaría tranquila y no preguntaría nada al respecto? —le espetó.
—No teníais derecho —la reprendió Morgana—. Ese libro contiene conocimientos de las de mi especie que no os conciernen.
—¿Por qué? ¿Porque revela que nos has estado mintiendo todo este tiempo? —le escupió Clarisa.
Morgana se estremeció ante el enojo de Clarisa. Vislumbró en sus ojos que su amistad se había quebrado y que el Ojo Azul ya no tenía intenciones de protegerla ni de dejar pasar la flagrante traición que había descubierto en el libro verde.
—Háblame del altar sacrificial —le ordenó Clarisa con severidad—. Quiero escucharlo de tus labios.
—De acuerdo —suspiró Morgana—, de acuerdo —se rindió—. ¿Saben los demás de esto?
—¿Es eso lo que más te importa saber? ¿Si te delaté a los demás? No, no lo hice. Quería confrontarte primero, darte la oportunidad de explicarte —respondió el Ojo Azul.
—Gracias —asintió Morgana.
—Dime lo que quiero saber —volvió a exigir Clarisa.
—Habéis tenido este libro en vuestra posesión desde Avalon, ¿por qué esperasteis hasta ahora para...?
—No sigas tratando de desviar la respuesta, Morgana —le advirtió Clarisa.
—Respondedme, Clarisa —reiteró el hada con suavidad—. ¿Por qué ahora?
—Como tu mente es retorcida y traicionera, piensas que la mía también lo es —dijo Clarisa con tono desdeñoso—, pero todo lo que siempre he querido ha sido protegerte, nada más. Si no te confronté antes, fue porque con todo lo que ha estado aconteciendo, no había tenido oportunidad de leer todo el contenido del libro. Aun cuando entendí que tu traición era clara al leer apenas unas pocas páginas, decidí darte el beneficio de la duda, leer hasta el final en busca de una explicación plausible, algo que te exonerara.
—Pero no encontrasteis nada —adivinó Morgana.
—No —respondió Clarisa con el rostro ensombrecido.
—Y aún así, deseáis que os lo explique, que trate de justificar mis acciones... Gracias, Clarisa, gracias por darme esta oportunidad.
—Habla, Morgana. Mi paciencia tiene límites —le retrucó Clarisa con tono amargo.
Morgana suspiró y comenzó su relato con voz queda:
—Como ya sabéis, mi unión con la Tríada disgustó profundamente a Avalon y fui repudiada y exiliada. Pero el puesto de reina entre las de mi raza es hasta la muerte, y mi exilio dejó a Avalon acéfalo. Aún cuando logré separarme de la Tríada, Avalon no volvió a acogerme, por el contrario, decidieron ejecutar el antiguo ritual de Tanafree. Es un ritual que no se ha llevado a cabo en miles de años y requiere el voto unánime de todas las hadas de la comunidad.
—Por eso construyeron el altar sacrificial —dedujo Clarisa.
—Sí, pretendían sacrificar mi vida para hacer aparecer el Ojo Verde y así poder elegir nueva reina. Estaban en su derecho, pero yo no estaba dispuesta a morir. Lorcaster se aprovechó de mi situación y me ofreció modificar mi sangre para tener un vínculo con la Tríada in absentia.
—¿Qué significa eso?
—Que podía usar los poderes adquiridos con la Tríada para defenderme, sin estar realmente sujeta a Nemain o a Macha, pues ellas estaban en el Círculo, con sus memorias anuladas y sus poderes reducidos. Así fue como pude crear a mi salvaguarda: Emilia Morgan. Pero las cosas no salieron como esperaba: Nemain regresó, me encontró y tomó el control de mi mente y de mi cuerpo, y entre las atrocidades que me hizo cometer, forzó mi mano para arrasar con Avalon.
—¿Sabía Darien que el que había contaminado tu sangre era Lorcaster y no Nemain?
—Sí —admitió Morgana.
—¿Tú le diste el libro para que lo ocultara en su laboratorio?
—Sí. No pensé que Augusto lo encontraría, mucho menos que podría deshacer el campo protector que Darien había conjurado para protegerlo.
—¿Por qué me mentiste? ¿Por qué no me dijiste que Lorcaster era el verdadero culpable en todo esto?
—Clarisa, Lorcaster no me forzó, yo fui la que le rogó que alterara mi sangre. ¿Cómo podía confiar en que me ayudaríais si sabíais la verdad?
—Entre tantas mentiras, ya no sé siquiera si creer que lo de Avalon no fue hecho también con tu anuencia —le dijo Clarisa con frialdad.
—Os juro que no quería matarlas, Clarisa, os lo juro —aseguró el hada—. ¿Por qué creéis que quería tan desesperadamente limpiar mi sangre?
—Para coartar el verdadero designio de Avalon —respondió Clarisa.
—Su designio era deshacerse de mí para instaurar a una reina digna.
—No —la contradijo Clarisa—, el designio de Avalon era destruir a Lorcaster.
—¿De qué estáis hablando, Clarisa? —preguntó Morgana, desconcertada.
—Basta de mentiras, Morgana. Nos has contado distintas historias a todos para mantenernos engañados, para pasar por víctima cuando en realidad eres cómplice del propio Lorcaster.
Morgana paseó una mirada de incomprensión entre el libro verde y el rostro de Clarisa. Recordó que Lorcaster le había dicho que la restauración de su sangre original había sido también parte de su plan oculto. ¿Cómo podía haber sido tan necia como para no darse cuenta de que allí había una clave importante? ¿Pero cómo sabía Clarisa...?
—Clarisa —la apremió Morgana con urgencia—, decidme cómo beneficia mi restauración a Lorcaster.
—¿Qué?
—¡Decídmelo!
—¿Pretendes hacerme creer que no lo sabes?
—Os juro que no lo sé —aseguró Morgana—. ¡Decídmelo!
—¡Está en el libro! ¿Cómo puedes no saberlo?
—¡Mostradme! —exigió el hada.
Clarisa se la quedó mirando por un momento. ¿Era posible que Morgana no supiera...? No, estaba tratando de engañarla otra vez... no podía ser...
—¡Por favor, mostradme! —reiteró Morgana.
Clarisa tomó el libro, lo abrió y lo hojeó hasta encontrar la página. Luego se lo entregó a Morgana, quién pasó los dedos por el papel con suavidad:
—Esto es un agregado, esto no estaba en el libro original —murmuró para sí.
—¡Qué conveniente! —le espetó Clarisa—. Fingir ignorancia no va a...
Morgana levantó una mano, frenando las amenazas de Clarisa para que le permitiera leer la página. Clarisa calló; el interés de Morgana por el texto era genuino. El rostro del hada palideció, levantó la vista hacia Clarisa y con voz temblorosa dijo:
—Debemos informar a Lug sobre esto. No puede enfrentar a Lorcaster sin conocer esta información.
Clarisa asintió en silencio, desconcertada ante la reacción de Morgana. El hada cerró el libro y se lo entregó a Clarisa diciendo:
—Desde este momento, me entrego a vuestra custodia. Haced de mí lo que sea necesario —se rindió al Ojo Azul.