El elevador de Central Park

By CreativeToTheCore

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¿Cuál es el mejor lugar para trazar un plan de espionaje? El malhumorado Xiant Silver no tiene nada en común... More

Sinopsis
1. Hígados en Nueva York
2. Cuernos desde mayo
3. Viernes de investigación
4. El idioma de la decepción
5. Pactar con demonios
6. Alcohólico mañanero
7. Dramatizar
8. Se busca traductor
9. El test del lector
10. Ideas asesinas
11. Aborten misión
12. Al confesionario
13. Media naranja
14. Ensalada de licores
15. Cita con el dentista
16. No soy el sol
17. Paso en la dirección correcta (o incorrecta)
18. Donde no soy tú
19. El día que lo arruinaste
20. Tacaño viscoso
21. Malos niñeros
22. Lo que le dices a los niños y los niños te dicen a ti
23. Pretérito
24. La reina y su heredero
25. Protégelo
26. Ficción para adultos
27. Gallos
28. Dos ciudades, dos mujeres
29. Chalecos de fuerza
30. Amistad en construcción
31. Brillo y sangre
32. Lejos, lejos, lejos
33. Espermatozoides asustados
34. Para mañana
35. El rebaño
36. Grisáceo
37. Gato comprimido
38. Citar la fuente
39. Una última bala
40. Te quiero
41. Amigos en noviembre
43. Nueva misión
44. Para mi flor preferida
45. Elevadores en Lisboa
Epílogo
¡En físico!

42. Cosas que (no) te gustan

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By CreativeToTheCore

Xian


No estaba preparado para Preswen cuando llegó a mi vida en ese elevador.

No estaba preparado para tener una amiga.

No estaba preparado para un beso con alguien que no fuera Brooke.

Sabe a whisky y crema de cacao. Sus labios, presionados firmemente contra los míos, están a temperatura ambiente, o eso creo. Tienen la textura de un algodón de azúcar, pero no son dulces. Las lágrimas le dan la pizca salada. No tengo reacción al principio, pero solo porque me desorienta. Es como ir a dormir la siesta y caer en un sueño profundo. Al despertar uno no sabe si transcurrieron dos horas, dos días o dos meses.

Sentir sus manos en mi cuello me recuerda qué día es e incluso quién soy. La tomo por las muñecas y la aparto de mí.

Salgo del armario sin decir nada.

El corazón me late deprisa y no de buena manera. Apoyo las manos en mis caderas y echo la cabeza hacia atrás. Envidio a las paletas del ventilador por no tener que lidiar con los rebeldes ciclones de las emociones humanas.

Cuando estoy seguro de que no voy a decir ninguna estupidez, me volteo.

Permanece arrodilla dentro del armario, encorvada bajo los ostentosos trajes. Luce perdida y me gustaría regalarle un mapa aunque ni siquiera yo sé dónde me encuentro.

Nunca vi a Preswen asustada, pero cuando me mira en la espera de que diga algo, el miedo le cristaliza los ojos junto con la vergüenza.

Jamás vi a alguien temer ante la idea de perderme. Me doy cuenta de lo mucho que significo para ella, en todos los sentimientos que se entrelazaron estos meses, y concluyo que de presentarse la posibilidad también me asustaría perderla.

Es mi Pretzel. Soy su Pan. Estamos juntos en la panadería de la amistad.

Es difícil imaginar mi día a día sin ella cuando es gran parte de lo que me ayudó a no perder la cordura todas estas semanas. No sé qué habría sido de estos meses si no nos hubiéramos conocido.

—No debería haber hecho eso, ¿verdad? —dice con amargura, en un hilo de voz—. Me odio tanto...

Se seca las mejillas con el dorso de la mano, pero es inútil porque rompe a llorar al instante. Me estremezco cuando se le corta la respiración entre jadeo y jadeo. Parece que por cada inhalación le quitan un cuarto de pulmón. Es bastante aterrador, aunque no es por eso que me quedo de pie observándola como si se tratara de un fantasma, sin capacidad de hacer nada para consolarla.

Es verdad.

No debería haber hecho eso.

—¡Siempre arruino todo! —chilla de golpe, furiosa.

Lanza los brazos al aire con un río de mucosidad próximo a desembocar de su nariz.

No debería haber hecho eso.

Me acerco y abro por completo las dos puertas del armario.

—¿Cómo es posible que cada vez que algo sale bien, un ser humano normal, con aparente capacidad de razonamiento, encuentre la forma de autosabotearse con tanto nivel de éxito? —pregunta, más para sí que para mí.

Ahora es el Mar Mediterráneo de lágrimas otra vez, sumida en pesadumbre. Me siento a su lado y tomo una de las mangas de una camisa blanca de Wells. Se la tiendo a modo de pañuelo.

No debería haber hecho eso.

Se suena la nariz. Más que nariz parece el motor de un auto de hace un par de décadas atrás, oxidado y ahogado.

—No debería haber hecho eso —insiste en un susurro.

Acaba de entrar en etapa de serenamiento.

—No deberías. —Apoyo los codos en las rodillas—. Pero yo tampoco debería haber salado tanto la comida de niño, ahorrado por años sin disfrutar del dinero o haberle confesado a mi madre que las galletas de Brooke eran mejores. —Me encojo de hombros—. No debería, pero lo hice, y solo gracias a eso aprendí a cuidarme de la hipertensión, intento ser menos tacaño aunque me cueste, y, sobre todo, aprendí que hay veces donde mentirle a tu mamá está justificado.

—No es lo mismo. Un beso puede cambiar el mundo, Xian.

—No, un beso puede cambiar tu mundo.

Veo decepción en su mueca. Deduzco que ha interpretado que por su mundo no me refiero al mío; que el beso significó algo para ella y nada para mí, pero no es así. Hay besos que son solo besos. Son una acción, un segundo. De las millones de acciones que llevamos a cabo en los millones de segundos que existimos, una sola acción y un solo segundo no son nada.

«Los besos no tienen nada de mágico, la magia se crea en la correspondencia de lo que late en dos pechos diferentes. Por eso cuando alguien se enamora, a veces le cuesta creer que es tan afortunado como para ser capaz de experimentar el sentimiento. Conectar con una persona no es lo mismo que conectarte a tu red inalámbrica, sino a la de alguien que no conoces. Tienes que luchar por la contraseña y ellos por la tuya, en simultáneo, y acceder el uno al otro de la misma forma. En algún punto se siente irreal, como si todo proviniera de una fuente desconocida, porque el internet no es algo que puedas ver ni tocar. La magia es eso: saber lo que ella es, pero no de dónde viene con exactitud», escribió en su manuscrito.

Le doy toda la razón, pero en este caso creo conocer la fuente de sus acciones.

—Quiero que me seas sincera —pido, a lo que asiente sin dudar, como si fuera capaz de hacer cualquier cosa por recompensarme—. ¿A qué edad empezaste a salir con chicos?

La pregunta la desconcierta, pero contesta de todas formas:

—A los 13.

—¿Cómo se llamó el primero?

—Iván Berrycloth.

—¿Y el segundo?

—Creo que Austin. Su apellido era polaco.

—¿Y el tercero?

—¿Esteban? No recuerdo...

—No recuerdas porque has estado toda tu vida saltando de hombre en hombre, de corazón en corazón.

Al principio hay desacuerdo en sus ojos. Sé que está por interrumpirme, así que me apresuro a tapar su boca con mi mano.

—Es tu turno de hacer silencio. Déjame llegar al grano, ¿sí? Tendrás los honores de explotarlo.

No accede pero tampoco se niega. Es como si quisiera que hablara pero no que mis palabras la afectaran. Sin embargo, soy pésimo en eso. Ella me afecta con sus acciones y yo con lo que digo.

—No te estoy reprochando nada. Pudiste, puedes y podrás estar con las personas que quieras. La cantidad de veces que quieras. En el lugar y tiempo que quieras mientras te correspondan y te traten bien. Eres libre de elegir con quién quieres pasar tu tiempo, pero olvidas que puedes pasarlo contigo. Te puedes elegir a ti. Te tienes que elegir a ti, Preswen. La vida se comparte, no se vive a través de otros, y todo lo que has hecho hasta ahora es vivir dependiendo de los sentimientos de alguien más. Iván, Austin, el Esteban que probablemente no sea un Esteban, y Vicente, sin contar de los que no sé. Y cuando decidiste no estar con nadie solo fue porque estabas embarazada y esperabas vivir por y para el bebé. En cuanto alguien te deja, te aferras a otra persona. No sabes estar sola por mujer más increíble que seas. Perdiste a Wells y por eso me besaste. Te asusta estar con Preswen Ellis porque nunca estuviste con ella para empezar. No sabes cómo. No quieres encontrarte con alguien que no es como aparenta cuando está con los demás. Te niegas a quererte y es más fácil que te quieran otros a que te quieras tú misma, pero es suficiente. Tienes que intentarlo. No deberías haberme besado, pero gracias a eso te digo lo que nunca tuviste el coraje de decirte a ti misma.

Estoy sin aire. Correr una maratón de diez kilómetros resultaría más fácil que lanzarle las verdades al rostro a alguien que aprecias. Al correr uno no lidia con las reacciones ajenas, pero la cuestión es que si alguien te reduce el corazón a cenizas, estas pueden salir volando; alto, lejos y en mil direcciones distintas, ya sin guiarse por los latidos de otro y ahora intentando oír los propios otra vez.

Ser polvo te hace sentir más liviano porque aceptas que estás en problemas y no puedes más, pero a su vez llega un punto en que te obliga a planear la reconstrucción de lo que eras, en una versión mejorada porque nadie puede vivir en el aire. Necesitamos algo sólido y solo podemos construirlo si nos conocemos lo suficiente.

—En fondo sabes que tengo razón. Fuiste infiel porque siempre quieres más del otro y a veces este no te lo puede dar, pero en lugar de buscar amor en ti, corres a conquistar al primero que pasa por la calle. —Quito mi mano de sus labios. Ya no están temblando, sino oprimidos en una línea—. Por eso no dudaste de que Wells te engañara. Todos tus amores terminaron y creíste que ese era uno más, ¿pero sabes qué? De la única relación que no puedes escapar es de la que tienes contigo. Por eso deberías cuidarla. Yo aprendí a convivir conmigo mismo hasta que llegó Brooke, y por más imperfecto que fuera lo que teníamos, siempre supimos que para estar bien juntos primero debíamos estarlo por separado. Tal vez fallamos en eso y por eso todo se fue a la mierda, pero ahí está la clave. Tienes que estar bien contigo, Pretzel. No siempre, pero sí lo suficiente.

Parpadea como si mi cabeza fuera un foco que acaba de iluminarla. Al principio temo que me ataque como una especie de mapache rabioso por la forma en que frunce el ceño y se le corrió la máscara de pestañas. Luego creo que fui muy duro y está por echarse a llorar. Es pura contradicción. No sabe lo que siente, o tal vez sí, pero no tiene idea de cómo lidiar con eso.

Después de medio minuto en silencio, toma mi mano.

—¿No estás enojado conmigo?

—Sí, estoy enojado contigo por un millón de cosas desde que te conocí, pero ni cerca remotamente de esto.

Estar a la deriva y no saber que lo estás es un estado recurrente en los humanos, pero tarde o temprano encuentras dirección. Sé que ella lo hará. Intentaré ayudarla y será mi buena acción del día. Mejor dicho, de la vida. Que Jesús y Santa tomen nota.

—Entonces, ¿no arruiné nuestra amistad?

—No, pero sí arruinarás mi paciencia si continúas haciendo preguntas estúpidas. —Sonrío y llevo nuestras manos a mis labios. Deposito un beso sobre su dorso—. Eres mi mejor amiga. Quiero lo mejor para ti, y si eso implica decirte cosas horribles pero reales a la cara, lo haré.

Lo siguiente que hacemos por la próxima hora, es emborracharnos más y acostarnos en la cama. Le cuento de cada hombre que entró en mi vida, con detalles incluidos. Hace xiancomentarios a lo largo de cada capítulo de mi triste libro amoroso.

—No sé cómo soportaste tanto.

En el silencio que sigue, se le cristalizan los ojos. Los recuerdos deben estar usándolo como saco de boxeo.

Mi corazón se rompe por él.

—¿Qué hago? —susurra.

—Dejas que duela. Eso haces. Distraerte no funcionará y sacar un clavo con otro clavo tampoco. Entre amarla y que no cambie nada, y odiarla y que eso solo avive los sentimientos negativos, mejor amar. Ámala hasta necesitarla, necesítala hasta quererla, quiérela hasta extrañarla y extráñala hasta con el paso del tiempo dejar de hacerlo tanto.

Descansa su cabeza en mi pecho y me abraza tal niño pequeño. Mientras mi corazón marca el ritmo de su respiración, me extiendo hacia la lámpara y apago la luz. A veces uno solo tiene fuerzas para dormir y eso es todo lo que haremos hoy.

No más espionaje. De todas formas ya descubrimos el misterio.

—Consejo de mierda.

Me río y acaricio su cabello.

—La mierda funciona para los que estamos hechos mierda, Pan.

Es su turno de reír.

—Muy hechos mierda, Pretzel.

—Sí, hechos mier... —Me tenso y mis manos se quedan quietas—. Espera. Por más loco que suene, tal vez tú puedas dejar de ser mierda.

Lo empujo lejos de mí y salto fuera de la cama.


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