CAPÍTULO 2
—¿Quién es Lug? —se volvió Sandoval hacia Mercuccio.
—El padre de Lyanna —respondió el otro.
El médico volvió su atención a Alí:
—Hola, Alí. Mi nombre es Ricardo Sandoval —se presentó—. ¿Puedes escucharme? ¿Puedes entender lo que digo?
—Exijo hablar con Lug —repitió Alí con voz desapasionada e inerte.
—Lug no está aquí, lo siento —dijo Sandoval—, pero puedes decirme a mí lo que necesitas.
—Exijo hablar con Lug —repitió Alí, inexorable.
—No parece poder escucharme —le dijo Sandoval a Mercuccio—. Inténtalo tú, te conoce y tal vez tu voz familiar lo pueda traer del trance.
Mercuccio negó con la cabeza y dio un paso hacia atrás. La voz muerta de Alí le causaba escalofríos.
—Vamos, Mercuccio, inténtalo —lo animó el médico.
Mercuccio tragó saliva y se mordió el labio inferior, indeciso. Finalmente, tomó coraje y se acercó a Alí con paso incierto:
—Alí... —comenzó, tratando de que no le temblara la voz—. Soy yo, Mercuccio. ¿Me reconoces?
—Exijo hablar con Lug —repitió Alí sin variar el tono de voz que había usado desde el principio.
—Eso no es posible —trató de explicarle Mercuccio—. Lug no está aquí.
—Hazlo posible —le replicó Alí con la misma voz de ultratumba, sus ojos enfocando a Mercuccio por primera vez.
—No puedo, no sé dónde está Lug y no tengo forma de contactarlo —le dijo Mercuccio.
—Encuentra la forma —le exigió Alí.
—¿Para qué quieres hablar con él? Ni siquiera lo conoces —lo cuestionó Mercuccio.
—Debo hablarle sobre Lyanna —respondió el otro.
—¿Sobre Lyanna? ¿Qué pasa con Lyanna? —inquirió Mercuccio un tanto alarmado.
—Exijo hablar con Lug —volvió Alí a su cantinela.
—¿Exiges? —comenzó a exasperarse Mercuccio—. Te recuerdo que eres un huésped en Baikal, Alí. No tienes derecho a exigir nada. Estás aquí con la anuencia de Lyanna, y en su ausencia, yo estoy a cargo.
Sandoval le apoyó una mano en el hombro a Mercuccio, llamándolo a la calma, pero Mercuccio no abandonó su postura:
—Dime lo que pasa con Lyanna —demandó.
—Lo que tengo que decir, solo se lo diré a Lug —dijo Alí, sin inmutarse.
—¡Maldición, Alí! —gruñó Mercuccio—. Te he traído comida y agua todos los días y te he cuidado con cariño a pesar de que nunca he recibido una sola palabra de gratitud de ti. Me debes al menos una respuesta decente. ¿Qué pasa con Lyanna? —lo emplazó Mercuccio a contestar con tono firme, sus manos crispadas en tensión.
—No soy Alí y no te debo nada. Exijo hablar con Lug.
La revelación que tanto había temido le heló la sangre a Mercuccio, quien dio inconscientemente dos pasos hacia atrás y tragó saliva.
—Salgamos de aquí —le murmuró Mercuccio a Sandoval por lo bajo.
—¿Qué está pasando?
—No es Alí —le respondió Mercuccio sin explayarse.
—¿Mintió sobre su identidad? —inquirió el médico.
—No, no es él —negó Mercuccio con la cabeza—. Es alguien que entró en su cuerpo.
—¿Me estás diciendo que este muchacho está poseído? —. Sandoval hizo un esfuerzo por no sonreír ante la ignorante y supersticiosa idea.
—Sí —afirmó Mercuccio.
—¿Te das cuenta de que está comprobado que los casos de posesión no son más que perturbaciones mentales de pacientes esquizofrénicos o en estado de ruptura psicótica?
—¿Ah, sí? —le respondió Mercuccio, exasperado ante la desestimación del otro—. ¿Puede un enfermo mental hablar en una lengua que no conoce?
—¿Qué?
—Alí no habla español, ni una gota —lo señaló Mercuccio con una mano temblorosa—. Y estoy completamente seguro de que nunca le hemos mencionado el nombre de Lug.
Sandoval miró al muchacho en trance de soslayo con cierta aprensión. Había visto muchos prodigios en Baikal, pero con su escepticismo científico, se le hacía difícil aceptar la posibilidad de la posesión.
—¿Y cuál es exactamente tu teoría? ¿Está poseído por el demonio? —cuestionó Sandoval a Mercuccio con descreimiento.
—Uno de ellos, sí —confirmó Mercuccio con el rostro grave—. Y uno lo suficientemente poderoso como para haber penetrado las defensas de Baikal.
—Lo siento, Mercuccio, pero soy un hombre de ciencia y no creo en los demonios.
—Hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que sueña tu filosofía —dijo Mercuccio, parafraseando a Hamlet—. Demonios y ángeles son solo algunos de los nombres que reciben estas entidades. Ellos mismos han hecho un buen trabajo tratando de esconder su existencia para manipularnos mejor.
Sandoval resopló, disgustado, pero vio que seguir contradiciendo a Mercuccio no era la solución del problema.
—Tú estás a cargo de Baikal —dijo Sandoval—. ¿Qué propones?
Mercuccio volvió su mirada al estático Alí. Su primer instinto fue salir corriendo de allí. Conocía bien las historias sobre Wonur y Meldek, y sabía de sobra que no podía enfrentar a criaturas semejantes. Pero Lyanna lo había dejado a cargo de Baikal, y si se negaba a manejar este asunto, Nora lo haría por él. Esa mujer era mucho más valiente y cabeza dura que él y se expondría sin reparos para defender Baikal. No podía permitirlo. Respirando hondo para reunir todo el coraje posible, Mercuccio avanzó hasta Alí, y plantándose frente a él le ordenó con voz firme:
—Abandona el cuerpo de Alí de inmediato y vete de aquí. No eres bienvenido en Baikal.
—Eres valiente —los labios de Alí sonrieron con sorna—, pero no tienes el derecho ni el poder para darme esa orden. Alí es el dueño de su cuerpo y yo lo ocupo temporalmente con su permiso. No hay nada que puedas hacer al respecto.
—Pero puedo sacar su cuerpo de Baikal —contraatacó Mercuccio dando otro paso hacia Alí—. Su estadía aquí depende de mi autoridad en este momento.
—Eso es cierto, pero si mueves su cuerpo, solo lo matarás y tendré que buscar otro vehículo para poder comunicarme con Lug. Decide si esa acción es deseable a tus ojos —dijo la entidad con helada serenidad.
—¡Maldito! —gruñó Mercuccio.
—La integridad de Alí estará a salvo, siempre y cuando cumplas con mi requerimiento.
—No confío en tus promesas —le espetó Mercuccio.
—Eso me tiene sin cuidado —respondió el otro.
—¿Qué quieres con Lug? —inquirió Mercuccio.
—Ya te lo dije, tengo que hablar con él sobre Lyanna. Consígueme la entrevista.
—Ya te dije que no sé cómo hacer eso.
—Estoy seguro de que algo se te ocurrirá —volvió a sonreír el rostro de Alí de forma escalofriante.
Mercuccio se mordió el labio inferior. Se dio cuenta de que no tenía otro remedio que obedecer los deseos de aquella criatura. Esperaba que Lug pudiera lidiar con él de forma más eficiente:
—Intentaré encontrar a Lug y pasaré tu mensaje —dijo con resignación—. Mientras tanto, mantendrás a Alí con vida y permitirás que regrese a su cuerpo cuando esto termine.
—Por supuesto —aseguró la criatura.
—Si Lug se niega a hablar contigo, aun así mantendrás tu promesa —le exigió Mercuccio con un dedo en alto.
—Te aseguro que Lug no se negará a hablar conmigo —sonrió la entidad con suficiencia—. Cuando escuche mi nombre, estará más ansioso por hablar conmigo de lo que yo estoy por hablar con él.
—¿Por qué? ¿Cuál es tu nombre? —entrecerró los ojos Mercuccio con desconfianza.
—Lorcaster.
Los ojos de Alí se cerraron, dando la comunicación por terminada.
—¿Quién es Lorcaster? —preguntó Sandoval desde atrás.
Mercuccio se volvió hacia él con el rostro serio:
—No tengo ni la menor idea —confesó, preocupado.