Felix

By d-moni

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La vida tiende a tratarte mal, pero el ser humano y todas esas malditas novelas optimistas te quieren convenc... More

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Felix
Especial Navideño

Deber y querer - Parte 1

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By d-moni

El hogar está más bullicioso. Niños corren de lado a lado cargando serpentina y objetos decorativos, los cuales ignoran las advertencias de sus profesores sobre los riesgos de andar así. Suena música por los pasillos y en las paredes cuelgan dibujos con trazos torpes. Pese a que Halloween nos toca los talones, parece que aquí, en el hogar, los chicos tienen otro tipo de celebración.

Yo lo único que puedo celebrar es que me queda un día menos de castigo, porque seremos los encargados del aseo quienes limpiarán tanto alboroto.

No tuve necesidad de preguntar a qué se debía, los comentarios chillones de los niños me hicieron saber que un grupo de entretenimiento infantil viene a verlos. Según escuché, le llaman «Evento Persona». Y entre tanta alegría infantil, estoy yo tratando de barrer un grupo de serpentinas llenas de polvo y brillantina.

—No-señor de la escoba, ¿por qué barre?

La niña Bella está a mi lado con una de sus amigas. Sus ojos me observan curiosos y llenos de una chispa inocente.

—Porque es mi trabajo.

Es su compañera la que se echa a reír emitiendo un salivoso sonido con los labios.

—¿No debería barrer después del evento?

Eso suena razonable, pero yo tengo una respuesta mejor.

—Así aligero el trabajo.

—Ah... —Ambas niñas se quedan con la boca abierta. Es Bella quien toma la palabra—: ¿Sabe que después de este evento todos debemos ayudar a limpiar?

—No.

—Es por educación... o algo así dijo la maestra Gretzel. —Se encoge de hombros—. ¿Verdad?

Su amiga asiente y responde:

—Toooodos debemos ayudar en las fiestas.

—Felicidades. Ahora permítanme ayudar a mí.

Vuelvo a barrer la montonera de papeles y acomodo la pala para recogerlos, pero una montonera de niños corriendo los vuelve a regar por el pasillo. No me queda de otra que barrer nuevamente. Pero mi acción se ve interrumpida por un tímido jalón de mangas.

—¿Señor, verá la función de títeres? Habrá una actuación al final del festival con muuuchas personas. Ellas se meten dentro de una caja y mueven los títeres...

—Sé de qué hablas —zanjo antes de que Bella siga haciendo gestos extraños con su mano.

—¡Todos van a ver el espectáculo! Tiene que ir. Será en el comedor.

Sus ojos se ven tan brillantes que parece unos dibujos animados de la televisión japonesa. Ella está buscando una respuesta positiva, pero no tengo intenciones de enterrarme en una sala llena de niños y cuentos absurdos.

No puedo decirle eso a una niña.

—Me lo pensaré.

Hace un gesto de exclamación y aplaude dando saltitos.

—Nos vemos allá, yo misma le reservaré un lugar.

Las niñas se marchan por el pasillo con sus manos alzadas a modo de despedida. Las sigo con la mirada hasta que en medio de su torpeza —propia de la edad— chocan con el Padre Lucas, quien parece advertirles que tengan cuidado. Al lado de él está el trío de universitarios haciendo el documental. El intercambio de palabras que hay entre ellos es serio, aunque son interrumpidos y se echan a reír. Hell está allí; con su cabello rubio recogido en una coleta poco modesta, de brazos cruzados y mirando al cura como si quisiera matarlo. Su semblante es diferente al que tenía el fin de semana en las citas rápidas.

Martin se burló de mí en todo el viaje a casa por haber sido rechazado de una forma tan «cortés».

"Cuando por fin te animas a tomar la iniciativa, eres rechazado. Debe ser por el karma. ¿Qué se siente?", dijo.

No le respondí.

El Padre y los universitarios se empiezan a acercar en medio de la charla. La voz ronca del mayor se escucha como un susurro que va ascendiendo. Es Katrina quien le responde; su tono animoso se escucha por encima de la música y los gritos del pasillo.

—¡Esto es perfecto para despedir el documental! —dice— Los dibujos, los niños, las actuaciones, los discursos... ¡Wow!

—¿No parecerá algo preparado? —le escucho preguntar a su hermano.

—Preparado o no, es algo lindo para recordar. —Y esa es Hell—. Las respuestas de los niños harán sonreír al calvo.

—Me gustaron sus pensamientos —continúa hablando Katrina. Su voz es la que escucho más cercana. Debes estar pasando a mi lado—. A pesar de tener poca edad y recién estar en su niñez, los niños tienen una madurez admirable.

—Ha hecho bien su trabajo, Padre —añade Hell—. Veo que se le da mejor organizar un hogar con niños que un grupo de apoyo con adultos.

—¿Eso ha sido un cumplido, Nair?

Al parecer la intención detrás del comentario era un cumplido, pero ha sonado como una burla.

—Digamos que hoy estoy generosa.

El Padre Lucas sigue caminando y siento su mano darle palmadas a mi hombro cuando pasa. Un saludo de su parte y una advertencia a un niño chico que corre con tijeras lo hacen ignorar la respuesta de la rubia, pero yo logro oírla puesto que parece ser dirigida a mí como mofa de lo que dijo la otra noche; la expresión de suficiencia que carga al voltear me lo dice.


~


Todos los niños y sus cuidadores, incluyendo al profesorado y el personal en general, está metido en el comedor para ver el espectáculo infantil del que tantos comentaban por los pasillos. Arremolinados frente a una especie de caja negra gigante, sentados en el suelo sin darle importancia al frío paralizante del exterior, se carcajean de lo que parece ser un cuento magistral contado a través de títeres. Algunos muñecos parecen hechos con una mano; sus aspectos son tétricos y desagradables de ver. Pero peor es el tono gangoso y chillón con que el protagonista habla. De igual manera, poco les importa a su expectante audiencia.

La historia que cuentan es la típica versión cutre de un niño que no sabe a qué dedicarse a futuro, con una vida problemática y una duda existencial de la que cualquiera se puede identificar. Su protagonista, el títere chillón y gangoso, se la pasa tratando de encajar dentro de los grupos poco cómicos compuestos por sus compañeros.

Harto de que el títere se la pase de grupo en grupo, busco la mejor forma de escapar de la situación, así que me levanto del puesto que Bella me reservó sin darle importancia a los regaños que ella y su grupo de amigas emite por no permitirles ver.

El abucheo de otros niños hace que me vuelva a sentar. Uno de ellos —que está sentado junto a Bella, y el mismo con el que se puso a discutir sobre si una escoba era más rápida que una pistola— se acerca a ella para preguntarle de qué va la historia. Su razonamiento limitado por la edad no le permite reflexionar sobre el mensaje.

—Es de un niño que no le cae bien a nadie —responde Bella—. Como tú.

—Yo le caigo bien a todos —se defiende el niño—, excepto a ti.

—Eso es porque siempre fastidias.

Parece una discusión de chicos que se gustan en secreto. Lo curiosos es que ninguno de los dos parece dar con el mensaje claro que transmite tan básica obra. Para que ambos se callen y no capten la atención de los demás, les hago callar.

—Berth hace lo que cree que debe, no lo que quiere —explico en un volumen bajo. Ambos niños se quedan con la boca abierta—. Es decir, hace cosas por motivaciones que van más allá de su deseo personal. Sus metas no son las que en el fondo desea. ¿Vieron que al inicio de la obra quería entrar al grupo de ajedrez? —Ambos asienten coordinados— Eso es lo que él desea en el fondo, pero por sus compañeros y ambición va de grupo en grupo para encajar, olvidando su meta principal. La historia te está diciendo que sigas lo que quieres sin importar lo que los demás te digan u obliguen a hacer.

Poniéndolo así, de una manera tan básica, me hace pensar en todo lo que en el grupo de apoyo y otros adultos me han estado diciendo. ¿He hecho las cosas porque así me lo encomendaron o las hice porque de verdad lo quería? Desde el inicio al llegar a la ciudad me vi con esa responsabilidad, mis actos bien calculados, procesados con el fin de complacer a los otros aunque así no lo demostrara. Lo hice porque creí que eran los correctos, y pocos fueron los que hice porque así lo quise. Fui atrapado por la conveniencia y las circunstancias sin creer que precisaba darme el tiempo. Incluso ahora lo estoy. Durante todo un año cargué con esa responsabilidad sin pensar en mí. Si doy un paso ahora, ¿podré hacer lo que yo quiero? Pero más importante, ¿qué es lo que realmente deseo?

—Pareces estar en medio de una crisis existencial.

De repente me encuentro en medio del pasillo volviendo de una reflexión tras la obra infantil. Los niños se encuentran pegados a la pared delineando sus siluetas con ayuda del profesorado y sus compañeros. El ambiente tiene una extraña chispa de la que soy ajeno. Miro las paredes, los papeles esparcidos por el suelo, los manchones por doquier, las pisadas lodosas que ensucian las baldosas... el desastre que embarga el evento y, por último, la cara arrugada del cura.

—Padre —digo a modo de saludo.

—¿Estás bien? —Me agarra del hombro como una continuación a lo que hizo hoy en la mañana, cuando hablaba con el trío de universitarios.

—Pensaba en lo que quiero —respondo con una honestidad abrupta de la que yo mismo me sorprendo.

—Creo que terminar con el trabajo comunitario es una de esas cosas.

Lo ha dicho a modo de broma, pero yo iba en serio.

—Hablo en términos grandes.

Mi corrección lo deja con una sonrisa a medio formar. Baja su enorme mano de mi hombro para cruzarse de brazos y comenzar a asentir.

—Bueno, hijo, es complejo descubrirlo. Necesitas tiempo.

Eso ya lo sé. Llevo años creyendo que hacía lo que quería, cuando en realidad siempre hice las cosas porque debía...

Mi reflexión es interrumpida por unos toques en mi costado. Los dedos pequeños de Bella son los responsables. Ella me mira desde abajo, con una mejilla manchada con marcador.

—Señor, ¿me deja?

—¿El qué?

—Marcar su figura en la pared.

Miro al Padre Lucas, quien esconde una sonrisa tras su mano.

—¿Debería? —le pregunto en busca de su aceptación.

—Todos lo hacen. —Su respuesta es breve y poco convincente, por lo que agrega—: Es una hermosa tradición: los niños y trabajadores, todos sin excepción, marcan sus siluetas en las paredes y dibujan dentro algo que deseen o escriben algún pensamiento. O también se escriben mensajes. Es algo muy interactivo.

Sigo sin convencerme del todo, pero la niña luce demasiado ilusionada para negarme.

—Está bien.

Bella me toma de la mano mientras me guía hacia un lugar disponible donde marcar mi figura. Como soy demasiado alto tiene que subirse a una silla para poder delinear mi cabeza y hombros. El esfuerzo que pone en el dibujo es demostrado en su concentración. Todo sería muy encantador de no ser porque, una vez acaba, veo que mi silueta parece un ser deforme, y además tiene lo que parece una espada.

—Le hice una escoba porque siempre está con ella.

Con que no es una espada, es una escoba.

—¿Le gusta?

—No es un dibujo horrible si pienso en la edad que tienes.

Ella no entiende qué he tratado de decir.

—Olvídalo —digo esforzándome en sonreír—. Es un buen dibujo.

Esa es la respuesta que quería oír.

—Tome. —Me entrega el marcador—. Para que escriba lo que quiera.

Miro mi desproporcionada figura en la pared y me encuentro con que no sé qué escribir.

—¿Qué escribo?

—Pues... —hace un mohín al pensar en las posibles propuestas. Finalmente se encoge de hombros— Puede hacer lo que quiera.

Me acerco a la pared y escribo:

Puedo hacer lo que quiera.

Al ver lo que he escrito me burlo de lo irónico que es.

Regreso a Bella, quien se pasa las manos por la ropa para limpiarlas. De pronto, su apacible expresión cambia con una exclamación.

—¡Oh! Iré a preguntarle al Padre Lucas si quiere también. Cuide ese marcador por mí.

Corriendo la niña se marcha por el pasillo, lo que me deja con la carga final de superar la realidad: terminar de limpiar.

Poco a poco los niños se van marchando y los pasillos quedan disponibles para hacer las últimas limpiezas del hogar. Bolsas y bolsas de basura son agrupadas en las afueras. Mi trabajo ha sido llenar algunas, principalmente de serpentinas, tierra y marcadores. Cuando regreso a barrer lo último que me queda en el pasillo, me encuentro con Hell, quien está en una postura inclinada. Al percatarse de mi presencia, endereza la espalda y finge demencia.

Hago un ademán a modo de saludo, al que responde con el mismo gesto.

—¿Marcarás tu silueta? —pregunta. Su tono pretende ser natural, lo que está lejos de ocurrir.

—Ya me obligaron.

—Ah sí, me pareció ver una figura alta con una escoba y una pala —comenta portando una sonrisa—. ¿En algún momento piensas separarte de ella?

Con su barbilla señala mi escoba.

—No hasta que esté todo limpio.

—Entonces más vale que no te distraigas.

Lo dice de esa manera para provocarme. Asiento teniendo claro de que lleva parte de razón, aunque sea ella quien tiene la otra parte de la culpa. Si no hubiera aparecido, no estaría de pie en el solitario pasillo. Lo curioso es que parece disfrutarlo; sus tacones suenan lentos en cada paso que da mientras observa las siluetas de los niños y lee lo que pusieron en ellas. Se toma su tiempo, no quiere alejarse. Creo que voy entendiendo.

—¿Vas a marcarte?

Mi pregunta no la distancia de la lectura.

—No puedo hacerlo yo misma.

Supuse que no dejaría entrever tan fácil.

—Yo lo haré por ti.

Mi propuesta detiene su lectura. Luego me analiza torciendo sus labios.

—Si vas a hacerlo más vale que tengas frenos excelentes, porque te encontrarás con muchas curvas —dispara sin pudor.

—Como digas.

Hago una búsqueda rápida en mis bolsillos del marcador de Bella y me dirijo hacia el lugar donde Hell se mantiene apoyada. Su figura perpendicular a la pared deja en evidencia sus palabras libertinas. Ella no mentía. Me acerco con intenciones de conservar una distancia prudente y me agacho para comenzar por sus piernas. Lleva unas botas largas y pantalones ceñidos.

—Hay algo más que no te dije ayer sobre la historia de las apuestas. Y no sé cómo te lo tomarás.

Su voz es inestable, como si realmente temiera contarlo.

Yo guardo silencio y continúo dibujando sus brazos.

—También tiene que ver con que no te haya pasado mi número de teléfono. La forma en que decidí ganar dinero no es muy... tradicional. Me fui por el dinero fácil. Uno de mis trabajos es sobre uñas, otro sobre vender playeras por internet y el otro...

Llego al área de los hombros.

—El otro está mal visto.

Sigo dibujando su cabello y me detengo en su cabeza, donde dibujo dos cuernos como los tendría un demonio. No puedo evitar mofarme de lo perfecto que le quedan.

—¿Qué?

Su expresión se balancea entre el temor y la incredulidad.

—Nada.

Mi falsa inocencia la lleva a palpar su cabeza y luego voltear para ver la silueta que he hecho. La sonrisa que forma es instantánea y se ensancha más al comentar que el Padre Lucas se trastornará por ver una figura así. Es el preciso momento en que regresa a su posición inicial en el que tengo una especie de déjà vu. El baño, Hell contra la pared, la escasa distancia, los alientos entrelazados... El sueño.

—Si ya terminaste...

Miro sus ojos; son diferentes al sueño, menos determinados e intimidantes.

—No he acabado —replico.

—Yo tampoco, así que escúchame bien.

Bajo la mirada a sus labios rojos, estudio su movimiento, los veo moverse sin cesar, curvarse al pronunciar las palabras. Son hipnotizantes, siempre lo fueron. Estos fueron lo único que durante un tiempo vi de Hell, la chica de aspecto extravagante con la que comía pizza por las noches. Vi muchas veces sus labios moverse, pero nunca me percaté de su atractivo. Quizás por esa razón no hago muchos cuestionamientos y simplemente los beso. El encuentro es corto, aunque no lo suficiente para olvidar cómo se siente.

Al contemplarla, Hell se queda estática y sin cambiar su expresión. Entonces acaricia su labio inferior.

—Carajo... ¿Y eso por qué fue?

Pienso en una respuesta más compleja que un simple «porque quise».

—Dijiste que si iba a acercarme a ti fuera para besarte.

Sonríe.

—¿Podrías acercarte más a menudo?

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