Cuentos de Hadas (Vólumen II)

By lilac__fairy

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Segunda antalogía de cuentos escritos por mí. Tratan de justicia, venganza, amor, en general, del comportami... More

***
El rapto
El hijo de la bruja
Microcuento del Minotauro
La familia Palma
Maldición francesa
Una noche en St. Benoit
Topacio y carbón
Las cartas encantadas
La aparición
Las hermanas de Salem
I. El reloj (un cuento de tres partes)
II. Las pesadillas
III. Final
I. Flor (Parte primera de cinco)
II. Paloma
III. La historia de Flor
IV. La visita de Flor
V. Muchos años después

El ramillete de lirios mágicos

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By lilac__fairy

La condesa de Von Heine seguía enfrente de la ventana, esperando a que su mandadero llegara con la información que necesitaba. A lo lejos, en donde terminaba el denso bosque, se divisaba el color blanco pálido del Palacio Real, en donde vivía el príncipe Angel, y, en donde, la condesa anhelaba, también viviera su hija, convertida en esposa del príncipe Angel, heredero al trono.

   A las espaldas de la condesa, se le tomaban las medidas a su hija Agneta para diseñar el vestido que usaría para el baile que daría el príncipe Angel en quince días. Ya se había elegido la tela, que sería de color blanco grisáseo, con detalles plateados a lo largo de la falda del vestido y el borde del corpiño. Debía de ser la más bella si quería enamorar al príncipe así como ella estaba enamorada de él, pero tanto Agneta como su madre sabían que el príncipe Angel nunca correspondería a su amor. El rostro de Agneta carecía de belleza, sus amistades se burlaban de ella, diciendo que aquel rostro no merecía tan grácil silueta. En ocasiones, se sentía ridícula vistiendo las mejores sedas, muselinas y satines, porque no mejoraban nada en ella, las peinetas de plata con incrustraciones de perlas la hacían ver vulgar en vez de hermosa. Su voz no estaba mal, pero comparada a la característica voz femenina que sus amigas esparcían como perfume dulce, Agneta perdía los ánimos. Su inteligencia tampoco era algo para enorgullecerse, pues su único talento era tocar el arpa, no dominaba ninguna lengua extranjera, la ópera estaba vedada para ella, debido a su voz. En cambio, se le atribuía la virtud de la amabilidad, pues no era vanidosa ni egoísta, esos defectos no se desarrollaron en ella como en las otras jóvenes que visten con prendas finas, y por eso es que nadie se atrevía a herirla de verdad ni jugar con su corazón. Todos pensaban que había sufrido a horrores cuando perdió a su única hermana y a su padre de manera trágica, si tan solo hubieran sabido que Agneta siempre envidió a su hermana mayor Angelina, y que en cierto modo fue la culpable de su muerte y la de su padre. Ni siquiera la condesa de Von Heine estaba enterada de los pensamientos mezquinos de Agneta hacia su hija preferida, y de haberlo sabido la hubiera hecho sufrir por ello.

   La condesa de Von Heine descuidó un segundo la ventana para mirar de reojo a Agneta, sus ojos negros inexpresivos la fastidiaban, de haber podido, hubiera dejado que Agneta muriera si con eso salvaba a Angelina, la de belleza éterea, la que el príncipe Angel amó incondicionalmente hasta su muerte. Regresó su mirada al bosque, cuyos detalles comenzaron a difuminarse por la llegada del anochecer. Siempre que las estrellas aparecían lentamente alrededor de la luna, tanto la condesa como Agneta pensaban en Angelina, lo cual les quitaba el apetito para la cena y apenas articulaban palabra en toda la noche.

   Agneta temía a su madre cuando se enojaba, por lo que se sentó sumisamente en el sofá color plomo, fingiendo que esperaba al mandadero como su madre, pero en realidad su mente se fijó en las nubes que impedían que el brillo de las estrellas llegara a ella, recordó cuando, hace dos años, el cielo estaba igual en la noche que el conde de Von Heine asesinó a Angelina.

   Desde que Angelina nació, su belleza temprana fue tal que los reyes convinieron en casarla con su hijo Angel cuando ambos crecieran, porque estaban convencidos que Angelina había sido bendecida por las ninfas del bosque al otorgarle una hermosura y un encanto en su personalidad sobrenatural. Si acomparabas físicamente a Angelina con Agneta, coincidías en que su parecido era notorio: sus ojos casi negros, su larga melena castaña clara y la tez apiñonada imposible de aclarar. Pero Angelina tenía algo más, sus ojos no eran inexpresivos, eran profundos, parecían mirar a través de ti. Tenía el don natural de añadir elegancia a su andar, su voz la hacía la musa de los poetas y acompañaba el son de las liras. Angelina hablaba varias lenguas, lo que facilitó su aprendizaje sobre la naturaleza y el movimiento de los astros. Su sonrisa era la perdición garantizada para los jóvenes, entre ellos el príncipe Angel, quien creció confiado de que algún día sería su mujer.

   A Agneta no se le podía decir siquiera que era la sombra de su hermana, porque nadie le prestaba atención, era silenciosa, aburrida y sombría, tan distinta a la risueña eterna de Angelina, porque su palabra era ley. Dijo que no se casaría hasta cumplir los dieciocho, porque hasta esa edad finalizaría la fábula que comenzó a escribir a los catorce, la edad en que la querían casar con el príncipe Angel. Todos sentían curiosidad por la fábula, porque la joven acompañada de un pliego de papel y tinta, se adentraba al bosque en el atardecer y no salía hasta el anochecer.

   Agneta siguió recordando sentada en el sofá, cómo Angelina trataba al príncipe Angel, era como si supiera que Agneta lo quería, porque Angelina siempre cordial con Angel y nunca hacía alusión a su boda, como si no quisiera herirla. Aún así, esto llenaba de envidia a Agneta, y hasta el día de hoy sentía rencor mezclada con impotencia, porque con, o sin Angelina, el príncipe Angel nunca sería suyo.

   Sí, todavía viene a su mente cuando los reyes, acompañados del príncipe Angel llegaron a su modesto castillo para cenar y arreglar los detalles de la boda de Angelina y Angel, porque la bella cumpliría los dieciocho tres días después. Agneta tenía dieciséis, fueron los peores momentos para ella, pues realmente había conocido lo que era ser olvidado e ignorado. De modo que mientras todos ultimaban detalles en el salón, ella salió para ir a montar, al fin y al cabo su molestia nunca era requerida.

   No encontró problema en subirse al caballo de su hermana, que estaba mejor domesticado que el suyo, pero seguía siendo un poco terco con ella, pues solamente respondía al llamado de Angelina. Agneta se adentró en el bosque, cabalgando cuidadosamente, pues estaba anocheciendo. Hasta que se adentró tanto que se perdió, no conocía el peligroso bosque como su hermana, que era la única persona que lo conocía por completo. Transmitió su pánico al caballo, pero este se tranquilizó al escuchar una risilla coqueta que venía del bosque. Era la risa de su ama. La siguió hasta llegar a un claro del bosque, donde un lago reflejaba los últimos rayos del sol en el rostro de Angelina y un joven que Agneta no conocía. Se asomó al pliego de papel y estaba vacío, ¡Con que la fábula era un pretexto para encontrarse con el joven! Agneta no miró señas de algo inmoral, el joven estaba cerca de dos metros de Angelina, pero su mente inmadura no miró problema en decir lo que le conviniera a su padre. Todavía viene a su mente la alegría que sintió cuando, antes de marcharse, Angelina la miro con los ojos negros llenos de lágrimas y le dijo: «Hermana, cuando te enamores lo entenderás» ¡Ella sabía bien lo que era estar enamorada, pero su tormento era mayor! Memorizó bien el camino de regreso y contó a su padre lo que miró e inventó.

   Angelina y el joven seguían donde mismo, Angelina dijo que Agneta no conocía el bosque y sería difícil que recordara la ubicación del lago. Pero no contó con que Agneta había reunido toda su inteligencia para recordar la ruta utilizada. Los amantes se ocultaron atrás de las rocas, nunca se habían quedado en la noche, pero habían más posibilidades de ser encontrados si intentaban regresar a la aldea. Angelina sabía que existían tres lagos en el basto bosque, ellos estaban en el más pequeño, el mediano era conocido por todos, y el grande era el más oculto. Guió al joven al lago mediano, para zambullirse en él hasta que el caos terminara. Escucharon el sonido de los cascos de caballos, sus corazones agitados palpitaban hasta ensordecerlos, Angelina sintió equivocarse por primera vez en su vida, pues todavía les faltaba mucho para llegar al lago grande. Corrían, tropezaban, pero no se detenían, hasta que seis flechas atacaron el pecho del amante. Agneta lo miró todo, el príncipe Angel se había negado a participar, explicó que amaba tanto a Angelina, que si ella era feliz con otro, lo soportaría, su rostro era el símbolo del desamor, por eso Agneta sabía que su hermana tenía que pagárselas. Miró a las siete arqueros, preguntándose en donde estaría la séptima flecha, hasta que en el fondo del bosque, cercano a lo que vendría siendo el lago grande, iba corriendo Angelina con la séptima flecha clavada en su costado. Agneta siempre creyó que la historia de los tres lagos eran falsas, pero ahora no había tiempo de asombrarse, le llamó a su padre, exclamando:

   —¿Permitirás que viva la hija que manchó su honor y el nuestro?

   El conde de Von Heine escuchó la pregunta, y Agneta le hizo señas del lago grande, en donde Angelina ya se estaba escondiendo, estaban frente a frente, Angelina ignoraba que estaba siendo vista. Lleno del arranque de cólera, el conde de Von Heine lanzó otra flecha, dándole exactamente en el corazón. En el instante que Angelina se dejó caer, derrotada, algo del místicismo de ella pareció salir de su corazón para susurrarle al conde de Von Heine que ella era inocente. Algo de esa voz mística viajó hacia la condesa también, por eso siguió siendo la preferida, porque supieron que en realidad ningún honor había sido manchado. El conde de Von Heine no soportó la culpa, y pidió a los seis arqueros que lo flecharan. Todos obedecieron.

   Agneta sintió escalofríos cuando miró a su padre escupir sangre, nunca se detenía a analizar el aspecto que tenía el conde de Von Heine cuando murió. Se pasaba a lo siguiente, cuando los arqueros y ella se perdieron dos días en el bosque, y nunca más pudieron encontrar ni el lago pequeño ni el lago grande.

   La condesa de Von Heine sacó de manera brusca de sus reflexiones a Agneta.

   —Heinrich acaba de llegar. Prepara la cubeta de tierra húmeda.

   Se incorporó, sacando debajo de la mesa la tierra húmeda, marrón oscura y olorosa. Hicieron pasar al mandadero, ambas lo miraban ansiosamente, pero él seguía quieto, temeroso.

   —Heinrich —dijo la condesa—, ¿dónde están las semillas? No me digas que las perdiste por el camino.

   Agneta se ausentó mentalmente de la escena. Era su deber casarse con el príncipe Angel, pero, aunque le amaba, no le parecía correcto tener que solucionarlo con magia.

   —La sirena ha dicho que deben ir personalmente —contestó él.

   —¡Partiste hace dos días y apenas has llegado para decirnos esto! —estalló— Agneta, deja la tierra, iremos al Mar Púrpura, para que la sirena nos entregue personalmente las semillas del lirio de plata de la Isla Púrpura. Henrich, alista los caballos y guíanos.

    Fue una travesía de casi dos días el sólo ir al Mar Púrpura. Heinrich las encaminó a una cueva enorme, donde el agua les llegaba a la cintura. Agneta no comprendía por qué le llamaban el Mar Púrpura, pero Heinrich se adelantó y respondió que el agua del Mar Púrpura era curativa, siempre y cuando la sirena estuviera deacuerdo en que te llevaras una botella.

   La sirena llegó casi tan pronto como ellos. Agneta nunca había visto a una sirena, y le pareció muy hermosa con su cola tornasol verde y azul, su piel pálida y cabello blanco como la pureza. Sus ojos eran rosas, hipnóticos, extendió su mano blanca y abrió el puño, mostrando una docena de semillas. Agneta ni prestó atención, porque la belleza de la sirena le recordaba a su hermana.

   —Me alegro de que hayan sido obedientes al venir por lo que quieren —dijo la sirena—. Después de todo, soy el único vínculo que une a los humanos con la Isla Púrpura, donde se dan las plantas más poderosas. ¡Oh, amadas mías, piensen bien antes de pedirme los lirios de plata! ¡El amor inducido no es amor!

   —No queremos amor —dijo la condesa, ignorando a su hija—, queremos poder.

   —Los plantarán —dijo una vez que le entregó las semillas—, las regarán con agua de este mar, que es el único mar que es dulce en vez de salado, y aquél que corte los lirios se enamorará de la mujer a la que le entregue el ramillete de lirios, ¡Oh, pero eviten desastres y tengan todo planeado! Cuando los lirios los haya cortado, no importa si los deja esparcidos en el suelo, porque la primera doncella que los recoja lo enamorará con locura ¡Por eso piensen bien quién será la doncella que sostendrá el ramillete que le entregará el joven!

   La condesa no pareció prestar atención de la advertencia, y pidió a Heinrich que llenara una botella de agua del Mar Púrpura. Iniciaron su viaje de regreso. Las semillas de los lirios de plata venían envueltos en la alga más flexible de mundo.

   Llegaron, desperdiciando tres días de los quince que tenían, y todavía faltaban los tres días para que los doce lirios crecieran. Agneta fue la encargada de plantarlos en los límites del bosque y el Palacio Real. Su modestia duró poco tiempo, porque ahora se sentía feliz de que tan solo una semana después del baile el príncipe Angel contraería nupcias con la joven que más le gustara del próximo baile.

   Los lirios crecieron y crecieron, como la emoción de Agneta. Imaginó que serían plateados, como lo decía su nombre, pero en realidad eran similares a un lirio normal, con la diferencia de que irradiaban una suave luz blanca.

   El día del baile, las damas del castillo Von Heine se prepararon como lo hacían cuando Angelina y el conde de Von Heine vivían. La condesa daba miradas a su hija, en donde le pedía que no la decepcionara, pero todo dependía de la magia. Fueron las mejores recibidas, pues Angel se prometió ser bondadoso con cualquier familiar de Angelina. El tiempo había suavizado su dolor y amor por la doncella muerta, pero la recordaba como se recuerda al sueño del que uno no quiere despertar.

   Después de recibir a todas las señoritas del país y del extranjero, el Palacio Real se abarrotó de jovenes que le lanzaban miradas coquetas y mustias al príncipe. Prácticamente se habían reunido las señoritas de la mejor clase alta del continente. La condesa de Von Heine tenía la ventaja de ser conocida, y a las once de la noche le pidió a Agneta que se quedara afuera del palacio, escondida entre las sombras, mientras ella buscaba al príncipe Angel para llevarlo al pequeño sembradío de lirios.

   Angel accedió sin problema, porque la condesa dijo que necesitaba hablar de Angelina con alguien. A la par que salían del Palacio, la condesa de Von Heine le narraba cuánto la había entristecido la partida de Angelina, la de bella éterea, y de cuánto lamentaba que no llegara a formar parte de la familia Von Heine.

   —No te lo he dicho —dijo con amabilidad fingida, enfrente de los lirios de plata—, pero Agneta es con quien debes casarte. Ayer, entre sueños, vino el fantasma de Angelina, y me guió hasta en donde estamos, yo no podía creer que existiera esto en los límites del bosque, y me dijo que Agneta los plantó para tu boda con ella, pero que tras su muerte su espirítu fue acogido por las flores. ¡Oh, Angel, sé cuidadoso! Me pidió que te unieras a Agneta por el bien de tu reino y tu corazón, la olvidarás cuando entregues los lirios a Agneta, y amarás a Agneta, como te lo pide Angelina, pues miró el futuro, y sabe que la alianza es buena. De entre todas las jóvenes que vinieron, Agneta es quien te ama sinceramente y a quien mejor conoces. Corta la docena de lirios, quédate recto, y cuando escuches la voz de Agneta, gírate para entregárselos, solamente a ella, pues es el espirítu de la buena Angelina lo que tendrás en tus manos.

   Angel obedeció, cortó lentamente cada lirio, que ninguno perdió su brillo después de ser cortado. La condesa de Von Heine se dio la vuelta para ir por Agneta, desapareciendo de escena. Pero apareció, sigilosamente, de entre las sombras del bosque, Heinrich, que hasta entonces no sabía para qué lo habían llamado y estaba dispuesto a ayudar al príncipe Angel, pues él sabía que el amor inducido termina en destrucción.

   —Internate en el bosque, amigo mío, el fantasma de Angelina no se ha manifestado a su madre, todo es una trampa para que te cases con su hija Agneta, la carente de gracia. Huye, amigo mío, no sueltes los lirios, sino que los enterrarás o arrancarás todos los pétalos de flor, pero no permitas que ninguna mujer los toque.

   Aterrorizado, el príncipe huyó al bosque, decidido a enterrar el ramillete de lirios mágicos. Corrió hasta perderse, los búhos lo perseguían por el brillo, así como la condesa mientras pudo mirar el destello plateado de los lirios. Heinrich se había ido así como había llegado.

   Angel llegó un lago que reflejaba la luna menguante entre todos los robles, se sentó a descansar, dejando a su lado el ramillete de lirios. Entonces se le ocurrió enterrarlos en el lodo del lago, por ser la tierra más manejable. A lo lejos escuchó la primera campanada de media noche, a orillas del río en donde cavaba con las manos y una piedra, metió uno, dos, tres, cuatro, cinco lirios. Hizo otro agujero y metió uno, dos, tres, cuatro, cinco lirios otra vez. Tomó otro lirio y le fue quitando los pétalos y los molió con una piedra hasta que perdieron su brillo. La última campanada de media noche, iba al compás de su frustración al no encontrar el último lirio blanco mágico de plata. Cuando se desvaneció de su oído el sonido de la campanada, a sus espaldas comenzó a surgir una luz enceguecedora. Antes de girarse, recordó que el último lirio quedó en la roca donde descansó, al voltearse para enterrarlo, sus ojos casi se salieron de sus órbitas al mirar un espirítu oliendo el lirio que brillaba tanto como ella. Del terror llegó el amor, no solamente por el hechizo, sino al darse cuenta que el espectro era Angelina, diez veces más bella por el aspecto celestial de la luz que emanaba su ser.

   De entre las rocas y el lago comenzaron a salir otros espirítus. Hasta entonces, Angel nunca había creído en la leyenda de las neelas, pero ahora entendía que Angelina por amor y sin haberse casado, por lo que ahora era una de las veelas que danzaban por el bosque. Angelina parecía estar ausente aunque estuviera en el mundo, su mente divagaba, hasta que soltó el lirio y se unió a las otras veelas que danzaban para recibir a las nueva jóven que moría soltera y amando. Así se imaginó que debió ser cuando todos los arqueros se marcharon, Angel no salía de su asombro, y su mirada seguía a la figura de Angelina.

   La contempló hasta que llegó el amanecer, y para sorpresa suya, Angelina se despidió de él diciéndole un sencillo pero cálido «Adiós» que llegaba a su corazón.

   Noche tras noche, sin falta alguna, iba a mirar a Angelina, siempre oculto entre los robles y las rocas, pero Angelina siempre estaba al tanto de presencia y se despedía de él con gratitud por haberla visitado, sin saber que era el hechizo del lirio lo que lo movía a contemplarla.

   Las veelas de aquel reino eran particulares, se aparecían cuando la luz de la luna se reflejaba en el basto y brillante lago. La Reina de las veelas era la última que hacía su aparición para dar bienvenida la nueva joven que se integraría a las veelas del bosque.

   Por vergüenza, la condesa de Von Heine rehuía a la familia Real, pero seguía sin darse por vencida. El día en que debía ser la boda del príncipe Angel, hasta ahora pospuesta porque nadie conocía a la doncella por la cual estaba locamente enamorado, la condesa de Von Heine pidió a Agneta que se pusiera el vestido que debió ser para su boda. Ella había escuchado la historia absurda del príncipe, en que aquella noche pediría matrimonio a la veela del bosque, ¡Bah, era obvio que debió comer bayas que lo hicieron alusinar, pero ya miraría! Angel decía que su amada se aparecía en el lago grande, y Agneta recordó a su hermana y la ruta del lago, de modo que condujo a su madre, mientras ella iba vestida de novia, juntas, esperaron al príncipe Angel.

   Él no tardó en aparecer por el bosque, pues le gustaba ver la bella rutina que hacían las veelas antes de aparecerse. Su pasión le orilló al extremo de pedirle matrimonio a la veela más meláncolica, esperaba con impaciencia a que hiciera su aparición. Pero antes de que sonara las campanadas de media noche, una nube enorme y negra escondió la luna, bloqueando la luz. Sintió que moriría si no miraba a la veela Angelina, pero enfrente de Angel, una vez terminadas las campanadas, miró a una joven danzar tristemente y vestida de blanco. No sabía que se trataba de Agneta, pues la tapaba el velo de novia, así que fue hacia ella creyendo que era Angelina. Estuvo a punto de besarle su mano para pedirle matrimonio, cuando miró a la condesa de Von Heine, atrás de Agneta, sosteniendo unas velas para simular la luz que envuelve a las veelas. Se sintió engañado, la empujó, cayendo al suelo, miró al cielo, con el corazón tan agitado como los cantoa de los pájaros que también pedían la luz de la luna.

   El hechizo de los lirios lo hacía sentir afligido, pues necesitaba mirar a su amada al menos una vez al día. El príncipe Angel se llenó su ropa de rocas, y antes de lanzarse al lago rememoro los momentos que vivió con Amgelina, tanto como Angelina la humana, como Angelina la veela. Cerró sus ojos, evocando la imagen del espirítu danzante y dulce. Se lanzó al lago, acto seguido se escuchó un grito de terror proferido por la condesa de Von Heine y Agneta.

   Agneta no podía creer que su único amor había partido y por decisión suya. Se acercó a la orilla del enorme lago para llorar desconsoladamente. Paralelamente, la condesa de Von Heine escapó, no quería ser relacionada con la muerte del príncipe Angel, además de sentirse harta y decepcionada por no haber logrado que su fuera futura princesa. Agneta lloraba en plena oscuridad, las velas se las había llevado su madre, y se arrepintió por haber visitado a la sirena. Escuchó una melodía suave de arpa, seguida de un coro de voces femininas cantando angelicalmente. Se dio la vuelta y miró a las veelas, no se había dado cuenta que la nube se había ido ya de la luna. Agneta miró fijamente a Angelina.

   —¿Qué te sucede, hermana mía?

   Se estaba acercando a ella, hasta que la Reina de las veelas la alejó y dijo con la voz fuerte de un trueno:

   —Asesinó al amante tuyo, desde el momento en que sembró la primera semilla de lirio.

   Angelina seguía sin entender, así que le dijeron que el príncipe Angel murió ahogado, por desamor. Ella amaba a Angel, todavía lo recordaba oculto entre las rocas, el único que no participó en su muerte. Nunca le dijo que lo amaba, pues era imposible su unión. Su hundimiento había pasado apenas unos minutos, de modo que aún podía salvarlo. Se tiró al agua, y lo sacó. Aunque tosió débilmente, Agneta y Angelina intentaron ayudarlo sin resultado.

   Todas miraban a Angelina, quien hasta entonces no se había dado cuenta que ningún destello había sobre ella, se tocó torpemente el rostro... ¡Era humana nuevamente! Saltó de alegría a la vez que Agneta intentaba revivir al príncipe Angel. Entonces Angelina se giró, una de las veelas desenterró una flecha que le habían clavado a ella dos años atrás. Se la extendieron a Agneta.

   —¡Agneta, no lo hagas! —exclamó Angelina sin remedio, pues Agneta se enterró la misma flecha que la había matado a ella.

   En cuestión de minutos, la Reina de las Veelas recibió a Agneta, quien tan furiosa, hizo que las veelas la obligaran a lanzarla al lago. Angelina se asustó, ahora que por fin era humana nuevamente. La empujaban, la regresaban, ella se abrazaba de un tronco, pero entre las rocas miró el lirio marchito, y derramó lágrimas por Angel.

   Se negaba a morir, pero no tenía motivos para vivir. Angelina pedía a gritos a las veelas que la dejara en paz, y sus gritos llegaron hasta las hadas del bosque. Eran siete hadas doradas, tres hadas vestidas de violetas, tres hadas vestidas de rosas y tres hadas vestidas de campanillas azules. Todas volaron y con el sonido del arpa, el tacto de una corona flores amarillas, azules, rosas y violetas y un ramillete de lirios cómunes, durmieron a Angelina, dormida comenzó a danzar por el bosque, porque soñaba que bailaba con el príncipe en un valle lleno de lirios. Las veelas, entre ellas Agneta, intentaban llevarla al lago, pero las hadas rosas la regresaban a la tierra. Las hadas doradas revivieron al príncipe Angel.

   Angelina daba vueltas, hasta que el tacto del príncipe Angel la detuvo, despertándola de su sueño, pero ella seguía sintiendo que todavía estaba en su ensoñación al escuchar un:

   —¿Te casarías conmigo?

——————————
Cuento dedicado a mi fiel lectora SilviaRangel2 💖

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