Cuervo (fantasía urbana)

By AvaDraw

1.8M 275K 211K

Alexia debe averiguar por qué se está convirtiendo en un monstruo, mientras suspira por el sexy chico gay que... More

Nota
Parte 1
Parte 2
Parte 3
Parte 4
Parte 5
Parte 6
Parte 7
Parte 8
Parte 9
Parte 10
Parte 11
Parte 12
Parte 13
Parte 14
Parte 15
Parte 16
Parte 17
Parte 18
Parte 19
Parte 20
Parte 21
Parte 22
Parte 23
Parte 25
Parte 26
Parte 27
Parte 28
Parte 29
Parte 30
Parte 31
Parte 32
Parte 33
Parte 34
Parte 35
Parte 36
Parte 37
Parte 38
Parte 39
Parte 40
Parte 41
Parte 42
Parte 43
Parte 44
Parte 45
Parte 46
Parte 47 (I)
Parte 47 (II)
Parte 48
Parte 49
Parte 50
Parte 51
Parte 52 (I)
Parte 52 (II)
Parte 53
Parte 54
Parte 55
Parte 56
Parte 57
Parte 58
Parte 59
Parte 60
Parte 61
Parte 62
Parte 63
Parte 64
Parte 65

Parte 24

23.3K 4.2K 4.7K
By AvaDraw

—No sé a qué juegas, Cuervo, pero más te vale parar ya —me advirtió Héctor.

Volvió a acercarse, yo retrocedí y al quedarme sin espacio tuve que sentarme en su cama.

—No pueden saber nada de lo de Mario y Álvaro —me advirtió muy serio—. Mis padres van a querer averiguar cosas sobre mí. No les puedes decir nada que les preocupe y...

Siguió hablando, pero no le escuché. Mi cerebro era incapaz de procesar nada. Estábamos muy cerca, encerrados en su cuarto, sobre su cama y yo estaba empapada y medio desnuda.

.

Cuando el ascensor llegó al quinto las puertas no se movieron. Héctor y su madre parecían fastidiados pero tranquilos. Fueron apenas unos segundos lo que tardó el ascensor en abrirse, pero a mí me dio tiempo para lamentar que aquello fuera el final y también pude ver flashes de mi vida pasar por mi mente. Aquel instante había bastado para que yo me echara a temblar. Raquel dio por hecho que era por el frío y me ofreció una ducha caliente. Me pareció buena idea para ganar tiempo. Tenía que hacer lo posible para retrasar la cena y que durara hasta pasadas las once.

Mientras me conducía al baño y me indicaba dónde estaba cada habitación, Raquel fue extremadamente amable conmigo: me dio muchas toallas, alabó lo largo que tenía el pelo, insistió en que avisara en casa de que no iría a cenar y me preguntó si me gustaban las verduras y la sopa de pescado.

—Te enseñaría la casa, pero los chicos tienen sus cuartos hechos una leonera —lo dijo bastante alto para que Héctor la oyera—. Es lo malo de tener solo chicos ¿Tú cómo tienes tu cuarto? Seguro que lo tienes impecable ¿Verdad?

—Sí. —contesté sin parpadear.

Me dejó algo de ropa fuera del baño para cuando terminara de ducharme. Menos mal porque tras una hora bajo la lluvia solo tenía seca la ropa interior.

Después de una ducha bastante reconfortarte me envolví en la toalla, recogí la ropa y en lugar de vestirme en el baño fui hasta la habitación de Héctor. No había nadie, así que me metí dentro para ver qué podía averiguar sobre mi protegido. Existía la posibilidad de que a las once no descubriese toda la verdad, así que necesitaba conseguir toda la información posible.

La habitación estaba tan ordenada que dudé que allí viviera un adolescente. Sí, la colcha estaba descolocada, la mochila en el suelo y algunos cables y libros desperdigados por la mesa, pero comparado con mi cuarto aquello era en un templo zen.

Cerré la puerta detrás de mí, dejé la ropa en la cama, eché un vistazo a mi alrededor y sonreí emocionada. Aquello era el paraíso para la Detective Cuervo. Había un océano de pistas sobre Héctor a mi alcance. Mi tía iba a estar muy orgullosa de mí: "Alexia, solo tenías que pegarte a su culo... pero mira, además me has traído millones de pistas. Estaba equivocada contigo, eres un genio".

Mi ilusión ya estaba por las nubes cuando mis ojos se posaron sobre el portátil que había en la mesa. Me imaginé a mí misma como una hacker, metiendo un pendrive, tecleando unos códigos y sacando todos los archivos secretos. Lástima que no supiera hacerlo, pero daba igual, el portátil no era importante porque justo al lado se había dejado SU TELÉFONO.

Lo cogí de inmediato, y mientras trataba de desbloquearlo se me cayó la toalla. Volví a intentar entrar en su móvil, pero oí pasos acercándose a la habitación y entré en pánico. Elegí apresuradamente una sudadera negra gigante que había entre la ropa que me habían dejado y me la puse, justo cuando Héctor entraba en su habitación y su teléfono se caía al suelo.

—¿Qué estás haciendo con mi móvil? —lo recogió hecho una furia.

—Ahm... cargarlo. Lo iba a cargar.

Arrugó el gesto, cerró la puerta de golpe y echó el pestillo. Ojalá yo hubiera reparado en ese pestillo antes. De pronto Héctor me pareció muy peligroso. Sin dejar de negar con la cabeza avanzó hacia mí, intimidándome y haciendo que caminara hacia atrás.

—No sé a qué juegas, Cuervo, pero más te vale parar ya.

Me advirtió sobre cosas a las que no presté atención. Yo ya estaba sentada en su cama así que empecé a echarme hacia atrás hasta subir las piernas y darme con la pared en la espalda. Él apoyó una rodilla sobre la cama, a mi lado y yo pensé que se me saldría el corazón del pecho de un momento a otro.

De verdad que intenté enterarme de lo que me decía, pero estaba encerrada con él en su habitación, sobre su cama, con su mirada centrada en mí y su sudadera rozando mi piel desnuda. Él estaba cada vez más cerca y yo no llevaba ni las bragas puestas.

—¿Me has entendido? —me preguntó por segunda vez.

—Sí —mentí. Pero había captado más o menos el mensaje.

—¿De verdad? —resopló molesto—. No parece que me estés escuchando y es importante. ¿Qué he dicho?

No supe contestar y él trató de acercarse más y acabó apoyando una mano en la pared.

—¿Cuervo?

—Estoy desnuda.

—Llevas puesto eso —señaló molesto la sudadera.

—Solo llevo puesto esto —dije remarcando la primera palabra.

Me miró de arriba abajo, al principio con desconfianza y luego con sorpresa. Me bajé la prenda todo lo que pude, pero aun así sus ojos se detuvieron cuando llegó a mis muslos.

Llamaron a la puerta, Héctor se sobresaltó y perdió el equilibrio. Usó las manos para no caer encima mío, pero su cuello quedó a la altura de mi cara y olía de miedo. Me pregunté si una podía enfermar de tensión sexual.

—Ya está la cena —anunció su madre al otro lado de la puerta— ¿Venís ya?

—Sí —contestó él.

Se levantó con cuidado de no tocarme y caminó hasta la puerta.

—Vístete y no toques nada —me ordenó.

—¿No sales?

—No me fio de ti.

Se dio la vuelta y se quedó mirando hacia la puerta. Aquello me pareció un poco raro. Él debía estar incómodo y no era necesario.

—Puedes mirar si quieres —me quité la sudadera para ponerme el sujetador.

—¿Qué? —aquello le pilló tan desprevenido que le falló la voz.

—Siendo gay da igual que me mires ¿no? —dije mientras seguía vistiéndome—. No sé, no es que te obligue a mirar, es solo si quieres. Es decir, si quieres mirar hacia aquí. No mirándome a mí sino mirando las cosas que te interesen como la silla. No digo que la silla te interese de esa manera. No es que crea que te gustan las sillas, bueno sí, pero solo para sentarte... —¿Por qué no nací muda?— Aunque a lo mejor no es buena idea que me veas porque vamos a cenar y quizá se te revuelva el estómago o no. No sé ¿Eso cómo funciona? ¿Te da igual o te da asco? Pero vamos, que no pasa nada porque no es como si yo te mirara porque tú a mí me pones... es decir, no he dicho eso. —Demasiado tarde—. No he dicho nada.

Había terminado de vestirme, dejé de moverme y se dio la vuelta. Vi que apretaba los labios tratando de disimilar una sonrisa sin mucho éxito. Me dio la impresión de que de haberse relajado se habría echado a reír. Se le marcaban hasta los hoyuelos. Yo me moría de vergüenza y él se tapó la boca, pero los ojos le brillaban divertidos.

—Vamos —esta vez su tono fue más amable. Abrió la puerta y me invitó a salir con un gesto de su brazo—. Tú solo habla lo mínimo, por favor.

Entendí qué era lo que Héctor temía en cuanto nos sentamos en la mesa. Su madre se ilusionó porque él estuviera sonriendo y estuvo un buen rato interrogándole por el motivo, hasta que Héctor se mostró molesto. Después pasó a interrogarme a mí, a preguntarme cuánto llevaba en el instituto, si estaba en clase de Héctor, si coincidía con él, qué hacíamos en el recreo, qué hacíamos al salir de clase, cuáles eran mis amigos en Madrid, si conocía a los amigos de Héctor. Contesté con las palabras mínimas y para no parecer una rara solitaria eché mano de María José, mi recién inventada amiga imaginaria. De quien dije que era vegetariana y le gustaban los libros. Raquel me preguntó también acerca de Mario, Elena y otros chicos que no conocía.

Era obvio que estaban preocupados por su hijo y su entorno, pero no era la familia disfuncional y problemática que había imaginado. Tenían una casa bastante grande y bonita, era moderna y acogedora a la vez. Uno de los hermanos mayores de Héctor ya no vivía en casa y el otro cenaba fuera ese día. Juan, el padre de Héctor, era un señor muy majo y cocinaba bastante bien. Había intentado poner el partido para verlo mientras cenábamos, pero lo apagó en cuanto Raquel se lo pidió.

Yo lo estaba haciendo muy bien. Casi no hablé, no metí la pata y a la vez les estudiaba a ellos y a la casa buscando pistas. Todo iba bien hasta que se dieron cuenta de que no estaba bebiendo agua.

—¿Y por qué no bebes agua del grifo? —preguntó el padre de Héctor.

—Por las drogas que lleva —contesté—. Yo no las tolero bien.

—¿Drogas?

—Las del agua de Madrid. Lo dijeron en un periódico.

Se hizo un silencio incómodo y juraría que Héctor había vuelto a sonreír levemente. Su madre me trajo zumo de naranja.

—Te queda muy grande la ropa de Héctor —señaló su padre rompiendo el silencio.

—No es mía —masculló Héctor sirviéndose más sopa.

—¿No?

—Creo que me la prestó el año pasado alguien del gimnasio. Puede que Charlie.

¿Charlie? ¿Sería acaso el Charlie de las pintadas del baño? ¿Aquella enorme sudadera negra en la que me había sentido tan calentita y protegida, como si Héctor me abrazara, en realidad era del chico de las pintadas del baño?

—No te preocupes —Raquel se giró hacia mí—. La lavé.

No me preocupaba, pero me desilusionó un poco que no fuera de Héctor.

—¿Tu padre a qué se dedica? —preguntó Juan.

—Es ludópata —respondí.

Se quedaron petrificados. Raquel fue la primera en hablar.

—¿Quieres decir... osteópata o...?

—No —dije dejando la cuchara en el plato—. Ludópata. Adicto a las apuestas deportivas. Pero que no pasa nada, ya no nos roba ni nada de eso. Se mató en un accidente de coche antes de que yo naciera.

En el pueblo todo el mundo conocía la historia de mi padre así que nunca había tenido que contárselo a nadie y no sabía que podía causar esta reacción. Hasta Héctor había dejado de comer. Al final se relajaron un poco al ver que a mi no me importaba. Yo nunca conocí a ese señor y por lo que me contaron tuve suerte de que así fuera.

—¿Y vives con tu madre? —preguntó Raquel midiendo cada palabra.

—No, con mi tía. Mi madre está viviendo en China —después del chasco de mi padre quise impresionarles con el trabajo de mi madre—. Curra para una empresa multinacional de importación y exportación.

—¿Ah sí? —intervino Juan—. Yo trabajé hace unos años allí ¿En qué zona está?

—No lo sé.

—¿Y está mucho tiempo fuera?

—Todo el año. Solo vuelve a casa en verano.

—Vaya —Raquel me miró con dulzura—. Tiene que ser muy duro. Menos mal que ahora con internet y las videoconferencias se hace más llevadero.

—Bueno, en China no —le corregí—. Allí no funcionan las llamadas por los problemas que tienen.

—¿Qué problemas? ¿a qué te refieres?

—A que allí tienen internet censurado o algo así. No pueden hacer llamadas a España.

—Sí que pueden.

—No, no pueden —dije molesta—. No se puede.

—Sí que se puede, hablaba con mi marido cada día cuando estaba allí.

—No —dije molesta—. No es posible, no estaría en China.

—Perdóname Alexia, pero sí que...

—Mamá, déjalo —intervino Héctor.

Raquel me miró con preocupación, como si quisiera protegerme. Como si no fuera en realidad una zorra mentirosa.

—¿Me ayudas a traer el postre? —pidió Juan a su mujer levantándose de la mesa.

—Te lo advertí —me dijo Héctor cuando se fueron—. Son muy pesados, siempre que viene un amigo a casa le interrogan. ¿Estás bien?

—Sí —saqué el móvil para que no notara que estaba a punto de echarme a llorar.

Habría estado mejor si sus padres, los mentirosos compulsivos, no se hubieran inventado aquella patraña sobre lo bien que funciona internet en china. No entendía por qué tenían que inventarse cosas cuando todo el mundo sabe que internet en China está censurado. Era absurdo y cruel.

Necesitaba respuestas así que abrí el correo y escribí un email rápido a mi madre.

"Hola mamá. Te echo mucho de menos. Me he acordado de cuando fuimos a Port Aventura y no tengo las fotos que nos hicimos juntas ¿me las puedes pasar?".

Hice los cálculos y debían ser las cuatro de la mañana en China. No me iba a contestar pronto y eso me intranquilizó.

De postre había fruta, pero a mí me ofrecieron helado y la verdad es que me ayudó a distraerme. Además, los padres de Héctor estuvieron más simpáticos, cambiaron de tema y me estuvieron preguntando acerca del pueblo, de la región y del aceite de oliva. Hablar de aquello me puso de buen humor.

Aún no había averiguado nada útil y faltaba un buen rato para las once, así que aprovechando que me había quedado sin zumo se me ocurrió hacer un experimento.

—Héctor ¿puedes servirme zumo? —le acerqué mi vaso vacío.

Sin pensar cogió la jarra, la inclinó para servirme y justo cuando el zumo iba a caer sobre mi vaso lo aparté unos centímetros y manchó la mesa. Lo limpié y volví a pedirle zumo. Esta vez la moví aún menos y se volvió a derramar.

La madre de Héctor carraspeó.

—¿Qué haces? —me preguntó Héctor molesto.

—¿Nunca has sido camarero? —le dije.

—¿Qué? —dejó de golpe la jarra sobre la mesa— No.

Podríamos descartar la teoría de mi tía. Los dioses nunca elegirían un copero tan torpe.

Terminamos de cenar y los tres se levantaron de la mesa para recoger. Héctor me trajo mis botas. Las había dejado sobre un radiador para que se secaran.

—Ya están más o menos secas —me las ofreció.

Era su forma de echarme de casa. Miré el reloj y faltaban veinte minutos para las once. Tenía que quedarme allí pero no se me ocurrían excusas. Decidí escribir a mi tía y pedirle consejo. Saqué el móvil y vi una notificación de correo electrónico. Era de mi madre.

"Hola cariño, ¿cómo estás? No tengo las de fotos que nos hicimos Port Aventura aquí, pero cuando vuelva a Madrid las busco. Te quiero mucho".

Bloqueé el móvil, me lo guardé en el bolsillo y tuve esforzarme en recordar cómo se respiraba.

Yo nunca había estado en Port Aventura.

Hola!

Un capítulo intenso ¿no? Sé que teníais ganas de averiguar cosas sobre Héctor, pero ha sido Cuervo la que nos ha sorprendido.

Tengo un par de noticias que daros hoy.

La primera es que es posible que los capítulos de los dos próximos fines de semana se retrasen. Me voy de vacaciones a Nueva York y Toronto 😁 así que no tendré mucho tiempo. Intentaré publicar, pero no puedo prometer nada.

La segunda es que hay páginas que afirman tener el PDF de Cuervo (por este motivo me retrasé publicando). Aclarar que la historia no está terminada, es imposible que nadie lo tenga 😂

A los autores nos cuesta mucho trabajo escribir. Si estoy ofreciendo "Cuervo" gratis en Wattpad es a cambio de las lecturas. Con esas lecturas yo puedo demostrar a una editorial que hay gente interesada en mi historia. Los votos y los comentarios son lo que más me gusta, porque me animáis muchísimo a seguir escribiendo. Y si recomendáis y compartís "Cuervo" en redes sociales me ayudáis a crecer y a acercarme más a poder hacer que esta historia sea algo muy grande... 

Pero bueno, aunque alguno no estéis interesados en apoyarme, quiero avisaros de que investigué la página que ofrece el PDF y solicita enlazar con tu cuenta Paypal y cobrarte 19 dólares al mes... mi historia de pago vale unos 6 dólares en total. Otras webs tienen virus o son puro phishing... así que tened cuidado por favor.

Y nada, que este capítulo va para Paolista, a la que agradezco mucho el vídeo que hizo en su canal leyendo Cuervo 😂 (aunque me acabara doliendo la tripa de reírme). Una locura

Continue Reading

You'll Also Like

128K 17.1K 64
Sinopsis Tras encender el gas para perecer junto a quienes codiciaban la fortuna de su familia, Lin Yi transmigró a otro mundo, ¡y estaba a punto de...
79.4K 10.6K 63
˚→ ˚→ ˚→ Ann Taylor una joven mexicana de 22 años, llena de sueños viaja por primera vez a Italia, en medio de su recorrido en las ruinas antigu...
27.8K 4.2K 38
toda mi clase y yo fuimos transportados a todo un mundo de fantasía lleno de magia y poderes, todo para vencer al Rey demonio. ¿¡Porqué debo pelear p...
7.9K 649 34
hola gente esta es mi primera historia espero les guste tratare de hacer lo mejor que pueda y tratare de actualizarla constantemente