Romeo, no soy tu Julieta

By Lisa-Polanco

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Si quieres leer la historia de una chica tierna y encantadora que se enamora del chico malo y descubre que es... More

S I N O P S I S
P R E F A C I O
C E R O
U N O
DOS
TRES
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DIEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
QUINCE
AVISO

DIECISEIS

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By Lisa-Polanco


Anoche por teléfono pasamos la mayor parte del tiempo discutiendo sobre el día de hoy, me di cuenta de que los tres éramos muy tercos y obstinados, también llegamos a la conclusión de que en eso éramos iguales, probablemente lo único que teníamos en común.

Cuando estuve lista, le dejé comida a mi gato y con discreción miré a JJ dormir en su habitación. Las cosas seguían igual entre nosotros. Tomé una nota y le escribí que estaría con Zack. Al escuchar el claxon, agarré mi bolso y salí de la casa, estaba un poco nublado, en el patio había lodo y soplaba una brisa fresca.

—Buenos días nena—Zack tenía medio cuerpo fuera de la ventana.

—Cállate, es temprano para estar gritando.

Samuel salió y se apresuró a abrirme la puerta. Me saludó con una pequeña sonrisa.

—Bienvenida al tren de la diversión nena, con el capitán Zack y Samuel el asistente.

—Pensé que tú eras el asistente—protestó Sam tras sentarse al volante.

—¿Crees que esta cara tan sensual nació para ser de la prole?

Empezamos el viaje con la discusión de Samuel y Zack, yo solo reía. Una hora después estábamos subiendo por un camino hecho en piedra, bordeado de árboles. Estábamos rodeados de la naturaleza, bajé el cristal para sentir la brisa fresca, el cielo seguía nublado pero no amenazaba con lluvia. Cuando Samuel se estacionó me bajé en seguida para que ni siquiera intentara abrirme la puerta. Zack nos guió hacia una pequeña casa campestre. Todo parecía de tiempos antiguos, el piso era de madera y crujía a nuestro paso.

—Estoy emocionado de que conozcan a mi madre—Zack salió corriendo con la emoción de un niño a punto de abrir sus obsequios.

—A veces lo veo como un hermanito menor—dijo Samuel.

—No puedo creer que yo sea la normal del grupo.

Zack regresó con una mujer menuda y de baja estatura. Venían tomados de las manos, ella llegaba apenas al pecho de Zack.

—Ellos son Sam y Braden—Zack hizo unas señas que eran extrañas para mí—, chicos ella es Rosa, mi madre.

La señora se acercó a nosotros y le hizo señas a Zack. En ese instante comprendí, la madre de Zack era sordomuda.

—Está encantada de conocerlos—nos dijo Zack—, dice que son bienvenidos.

—Es un placer estar aquí Rosa—dijo Samuel y Zack le habló en señas.

Un sentimiento de ternura me invadió al ver a Zack con su madre, ellas nos preparó chocolate caliente y galletas mientras Zack nos contaba cómo fue su infancia en aquel lugar. El padre de Zack era extranjero, regresó a su país de origen y nunca se ocupó de su hijo. Rosa se hizo cargo de Zack, trabajó mucho a pesar de su limitación para salir adelante. Ellos nos contaron también, que Zack se fue a vivir a la ciudad con una tía a los catorce años, en una tienda lo vieron y ofrecieron pagarle muy bien a cambio de que luciera ropa juvenil para la publicidad. Desde ese entonces Zack se dedicó a ser modelo de ropa masculina.

—Hablamos demasiado mamá—dijo Zack—ya vamos a divertirnos.

Salimos a la parte trasera de la casa, era un lugar pequeño pero acogedor. Zack se quitó la camiseta y las sandalias para lanzarse al agua. Samuel hizo lo mismo mientras yo tendía una toalla y me sentaba a llenar un crucigrama.

—Esas cosas las llena mi abuelita—dijo Zack.

Le saqué la lengua.

—Vamos Braden, ¿Sabes nadar por lo menos?

—Se que lo hago mejor que tú—le contesté a Zack.

Lo vi salir y caminar hacia mí destilando el agua, cuando estuvo frente a mí, agitó su cabello como los cachorritos recién bañados y pequeñas gotas mancharon la página donde estaba. Lo miré y Zack solo sonreía.

—Si la mirada matara, amigo, estarías muerto—Samuel también salió del agua.

Zack arrebató el crucigrama de mis manos y lo levantó. —Ven por él, abuelita.

—No seas imbécil—me levanté e inútilmente intenté quitárselo.

Mordí su hombro y solté su piel cuando lo escuché soltar una palabra pero le arrojó el crucigrama a Samuel.

—Eso es canibalismo—Samuel agitaba el crucigrama.

—Tú—le apunté con el dedo—devuélvelo.

—Ven por él —me retó.

Caminé hacia él pero Samuel lo arrojó a Zack. Solo ellos dos disfrutaban del juego, yo estaba a punto de estallar al escucharlo reír. Cuando Samuel lo tenía nueva vez, estaba en el borde de la piscina, así que hice lo más normal, corrí hacia él y lo empujé, pero Samuel me sujetó por los brazos y ambos caímos al agua. Solté un chillido por lo fría que el agua estaba. Cuando emergimos empecé a salpicarlo.

—¿Eso fue todo? —Samuel tenía una risa juguetona.

Llenaba de agua sus manos más rápido de lo que podía hacerlo yo, sus manos eran más grandes por lo cual él me atacaba con más fuerza, no fue raro que en un momento sintiera que era demasiada agua en mi cara, al punto de que empezara a toser. Cuando se percató de eso, se detuvo y tomó mi cara entre sus manos.

—Ves niña, no puedes buscar pelea con los mayores.

Empecé a reírme. —Eres un tonto Samuel.

—Ahí está, Braden la bruja se está riendo. ¿Te he dicho lo bien que te queda sonreír?

—Como cien veces, ya tengo diabetes. —rodé los ojos.

Me miró con sus ojos que parecían chocolate fundido, sus largas y espesas pestañas se agitaron. Entonces me dio un beso en la punta de la nariz. Me sentí débil. Vulnerable. Confusa. Pero sobre todo querida, y eso no estaba bien. Me separé de él y respiré hondo.

—Si quieren me doy vuelta para que empiecen a besuquearse—dijo Zack divertido.

Samuel no le prestó atención y empezó a nadar. Yo salí de la piscina, al volver a mirar al agua vi mi crucigrama flotando.

El resto del día la pasamos comiendo, riéndonos de las ocurrencias de Zack o burlándonos de Samuel cada vez que intentaba hablar sobre un tema de seriedad. La madre de Zack nos preparó malteadas cuando la tarde empezaba a caer. Estábamos tumbados en el borde de la piscina viendo los últimos rayos del sol, ya habíamos dejado de hablar por primera vez en todo el día. Solo escuchábamos el sonido de los animalitos.

—Ustedes son los hermanos que no tuve—empezó a decir Zack—, disfruto cada instante con ustedes.

—Por esta nueva amistad—Samuel levantó lo que quedaba de su malteada, yo hice lo mismo.

—La mía se acabó, Braden, dame de la tuya. ―Zack intentó quitarme el vaso.

—No.

—Debes darme de tu malteada por el bien del bebé.

—¿Qué bebé? —fruncí el entrecejo.

—Yo.

Samuel y yo reímos hasta que nos causó dolor en el estómago. Entramos a la casa cuando anocheció, Rosa nos llevó a una habitación para que nos vistiéramos. Yo fui la primera en pasar.

Cuando estuve sola, no pude evitar ese pequeño instante cuando Samuel besó la punta de mi nariz y me pregunté cómo hubiera sido si nos hubiese conocido antes de que mi vida se convirtiera en un desastre. Antes de Ryan, antes de mi turbio pasado.

Una vez me enamoré perdidamente, como se enamoraban las chicas inocentes, entregando el corazón completo. Lo entregué todo por quien más amaba y tomó mis sentimientos y lo tiró al suelo para pisotearlos. Se burló de mí cada día pero yo estaba muy ocupada amándolo como para darme cuenta que me engañaba en mis narices.

Me traicionó de una manera tan cruel que me hizo perder la pequeña esperanza que tenía en la humanidad. Él había llegado a mí cuando mi familia se había destruido y me brindó el amor que creí que me faltaba, como toda chica enamorada soñé en el felices para siempre pero nadie me dijo que para mí eso no existía. Que los príncipes azules con el tiempo se desteñían.

Desde ese día odié cada beso que le entregué, juré nunca más dejar que un hombre llegara a mi corazón. Después de él al único que había dejado acercarse era a Ryan, pero él no curó mis heridas, seguía con el mismo vacío.

Por unos segundos me pegunté que se sentiría ser amada por alguien como Samuel, un amor genuino, sencillo, sin trampas, engaños o secretos.

De pronto vi una cucaracha que salió de debajo de la cama, cuando empezó a volar chillé como una demente.

—¡MALDITA CUCARACHA! ¡SAMUEL!—Abrí la puerta y el apareció casi enseguida.

Estaba a punto de ponerme histérica, de pequeña había tenido una mala experiencia con esos bichos asquerosos y le tenía pavor.

—¿Qué?—preguntó alarmado.

—Una cucaracha de las que vuelan—la piel se me puso de gallina al imaginar que se me acercaba el insecto.

Miró por la habitación hasta que la vio, se acercó y la aplastó. La casa era vieja y no dudaba que estuviera colmada de esos bichos del demonio.

—Mi ropa está en el baño, y necesito ir.

—Ya la maté.

—¿Y si hay más?—Evité pegarme a cualquier superficie de la casa.

—Las mataré—dijo.

Sam se agachó y miró debajo de la cama. Luego fue al baño y lo escuché removiendo algo, cuando salió siguió mirando en todas partes y moviendo objetos de la habitación.

—Creo que he revisado todo, no hay ninguna—dijo con una sonrisa.

Lo miré con la boca abierta y sequé de inmediato una lagrima que se me había escapado, pero fue tarde, él la vio. ¿Cómo él podía ser tan dulce?

—Descuida, todos tememos a algo, es normal—intentó tranquilizarme.

—Gracias Samuel.

—Sam, por favor, dime Sam

Sonreí a medias. —Gracias Sam.

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