Tus Secretos - No. 2 Saga Tu...

By Virginiasinfin

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Ana ha llegado a la ciudad junto con su mejor amiga y sus hermanos para cambiar, para ser libre, para mejorar... More

...Introducción...
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...47... Final

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By Virginiasinfin

Estuvieron hablando por largo rato hasta que ella sintió hambre. Y no fue un hambre normal; tuvo que salir corriendo de la cama y vestirse con celeridad, era como si tuviera un agujero negro en el estómago, como si llevara meses al borde de la inanición. Y tal vez era verdad. Él se reía, y salió también de la cama y empezó a vestirse. Le tomó menos tiempo que a ella, pues a Ana le preocupaba que se le notaran mucho las actividades que había estado realizando toda la tarde.

—Cuando te vean esos ojos brillantes y esa sonrisa boba, lo sabrán todo.

—Espero que no —sonrió ella.

Bajaron a la cocina y Ana abrió la nevera para preparar algo, y en seguida las chicas del servicio se opusieron a que ella se pusiera a cocinar. Ana sospechaba que lo hacían sólo porque Carlos estaba allí, así que decidió ignorarlas y cocinar.

—¡Señor! —se quejó una de ellas mirando a Carlos. Ana recordó que su nombre era Erika—. ¡Ella no nos deja hacer las cosas! —Carlos sólo sonrió.

—Ella es feliz así, cree que, si cocina ella misma, las cosas estarán más pronto —Ana lo miró con ojos entrecerrados, pero rápidamente lo olvidó y se ocupó de lo suyo. Carlos se sentó en la mesa que estaba dispuesta allí y la observó ir de un lado a otro mientras cortaba y preparaba. Ella había recuperado un poco su energía, y le enorgullecía ser parte de la razón de eso.

—¿Dónde están los chicos? —le preguntó Carlos a Érika, y Ana la miró esperando respuesta.

—La señora Judith salió con ellos. Dijo que cenarían fuera.

—¿Madre se los llevó? —preguntó Carlos extrañado.

—Dijo que llegarían tarde.

—Ana, deberíamos salir también los dos.

—Muero de hambre —fue lo que ella dijo—. Prefiero comer algo sencillo y ya, que esperar una hora por un plato fino.

—No tiene que ser para comer —siguió él—. ¿Comemos y salimos? —Ana lo miró por un par de segundos. Calculó que mañana ambos tendrían que madrugar, a estudiar, trabajar, y mil cosas más...

—Vale —contestó, sin importarle si luego mañana llegaba a rastras a la universidad. Carlos sólo sonrió.

Comieron juntos en la mesa de la cocina, y mientras, siguieron hablando. Había sido un largo tiempo sin compartir, así, tranquilos. Aun antes de que Ana se fuera a Trinidad, estaba tan nerviosa luego del incendio que no habían podido relajarse y hablar como usualmente hacían, disfrutando el hecho de vivir juntos; eran muchos temas los que tenían atrasados, así que ahora no paraban.

—El profesor me mostró mis notas. Tal vez sea mejor que repita semestre.

—De ningún modo —dijo él, muy serio—. Si necesitas mi ayuda, la tendrás, pero no repetirás semestre. Aún tienes tiempo.

—Pero será mucho trabajo.

—Tendré que mostrarte mis honores y menciones? Soy bueno en esto, Ana. Puedo ayudarte —ella sonrió y se inclinó a él para besar su mejilla.

—Quiero verte en modo profesor. Debes ser muy estricto.

—Te daré reglazos —ella rio ante la insinuación y se levantó para recoger los platos. Carlos la detuvo y miró a Erika. Ella entendió el mensaje y se ocupó de lavarlos. Ana se rascó detrás de la oreja comprendiendo que él la había dejado cocinar porque sólo era para los dos, pero que aquello era todo lo que planeaba transigir con respecto a esto—. Entonces —preguntó él—, ¿salimos?

Ella sonrió, y se alzó de hombros.

Esa noche salieron y pasearon en el auto. No pararon de hablar, y Carlos le pidió que le contara cómo había hecho para rentar el auto, y ella tuvo que admitir que había falsificado su documento.

—Eres peligrosa —había dicho él, y ella tuvo que jurarle que lo había destruido y sus datos volvían a estar a salvo.

Cuando se hizo tarde, en vez de volver a casa entraron a un restaurante y volvieron a comer. Ella estaba con un apetito voraz, y aunque descartaba el estar embarazada, él empezó a anhelar el verla en estado. Afortunadamente, le encantaba hacer lo que tenía que hacer para embarazarla.


—Estoy tan feliz de que volviera con ella —dijo Mabel a Susana— Volvió a ser nuestro Carlitos de buen humor y sumiso. Estaba insoportable ya—. Susana no dignificó ese comentario haciendo otro, y sólo siguió revisando los papeles que tenía en la mano y pasándoselos a ella—. Espero que se casen y tengan muchos hijos —siguió Mabel con voz soñadora—. Se merece todo mi respeto porque eligió muy bien. Tenía mucho miedo de que se enamorara de alguna de esas arpías que usualmente vienen a coquetearle... Hablando de arpías...

Mabel bajó la voz cuando Andrea Domínguez, una de las ejecutivas de alto rango de Texticol, se acercó con paso elástico, y se detuvo frente a la puerta de la oficina de Carlos.

—¿Está dentro? —fue lo que preguntó.

—Sí, pero se molestará si no la... anuncio... —susurró cuando a mitad de frase Andrea entró—. Pero, ¿qué se cree? —Mabel la siguió, esperando tal vez explicarse con su jefe, y no supo qué cara hacer cuando Carlos la miró interrogante.

—Te traigo el bosquejo que me pediste —dijo Andrea ignorando a Mabel e impidiéndole que hablara, caminando directo al escritorio de Carlos, sentándose como si nada y cruzando la pierna. Mabel salió furiosa. Seguro se llevaría una regañina y sería culpa de ella.

Carlos miró a Andrea sin expresión alguna y recibió de sus manos el papel que le tendía. Ella siguió hablando, y él no se sintió con el ánimo de hacer la observación que cabía por haber entrado sin anunciarse primero. Cuando ella terminó de hablar, él simplemente le puso una cita para discutir el tema más tarde y zanjó la cuestión. Andrea, viéndose despachada sin muchas ceremonias, se removió en su silla. Tenía bonitas piernas, así que se sentó en el ángulo que más la favoreciera.

—No fuiste al concierto de Jazz el otro día... —empezó con voz suave.

—No, no pude... —contestó él, sin mirarla— Tampoco recuerdo haberte dicho que iría.

—No, no lo dijiste... —Carlos no agregó nada, y Andrea empezó a sentirse inquieta—. El sábado en la noche estarán en el bar de un amigo.

—¿Este sábado?

—Sí. ¿Irías? —Carlos la miró al fin, prestándole atención. Pensó inmediatamente en Ana. No sabía si la música jazz le gustaba, pero intuyó que, si le gustaba la poesía, de seguro le gustaría el jazz, y aquello sería una buena forma de averiguarlo. Hizo una mueca con los labios cuando a la mente se le vinieron varias alternativas para aprovechar la velada.

—Me interesa —dijo con una sonrisa que Andrea malinterpretó.

—¡Genial! —exclamó. Se puso en pie y dio la vuelta al escritorio, inclinándose cerca de él para tomar un papel y apuntar la dirección del bar. Carlos tuvo que alejarse un poco, pues la chica casi se le había echado encima.

—Mira, es aquí. Harán un show a eso de las ocho...

—¿Un show?

—Claro, tienen un buen repertorio.

—Parece entretenido.

—¡Lo es! —exclamó Andrea, feliz por el interés que él estaba mostrando—. Entonces, ¿esta vez sí irás?

—Bueno...

—No te arrepentirás; además, la comida del lugar es muy buena, te lo garantizo. También sirven tragos de primera calidad.

—Das muy buenas referencias.

—Voy allí de vez en cuando —contestó ella enseñando su mejor sonrisa—, y el dueño es un amigo, así que nos reservará buenos lugares —Carlos sonrió.

—Vale, gracias.

—Entonces allá nos veremos. Asegúrate de llegar a buena hora —y sin agregar nada más, y casi sin dejar que él lo hiciera, salió de la oficina. Cuando estuvo fuera, le lanzó a Mabel una sonrisa de suficiencia que la hizo ponerse verde. Mabel entró a la oficina y ya iba a empezar una disculpa por la intromisión de Andrea cuando él la interrumpió pidiéndole que hiciera una reservación.


—Esa cara me dice que anoche hubo sexo y reconciliación... —dijo Eloísa al ver a Ana entrar en la sala de Ángela—. ¿En qué orden fue? ¿Primero el sexo? ¿O la reconciliación?

—¿Por qué siempre estás haciendo preguntas tan íntimas?

—Para ponerle sabor a la vida —Ángela sonrió viendo a su amiga, que traía una cara de felicidad que le era imposible disimular.

—¿Volvieron? —Ana asintió moviendo afirmativamente la cabeza.

—¿Te tocó rogar mucho? —preguntó Eloísa elevando una ceja—. Espero hayas tenido que arrastrarte —Ana le echó malos ojos y no contestó. Había llorado, y se había tenido que arrastrar un poquito... pero eso fue teniendo sexo...

—De igual manera, no lo sabrás.

—Uff, hubo sexo duro —Ana se sonrojó y Eloísa soltó la carcajada. Ángela le lanzó un manotazo que no llegó a hacer impacto.

—¡Déjala en paz!

—Espera a que tenga novio y esté enamorada —amenazó Ana—, seré yo la que disfrute con las preguntas escandalosas.

—A mí no me molestará contestar.

—Eso lo veremos.

—Pero no estamos hablando de mí, sino de ti. ¿Qué pasó anoche?

—Quieren los pelos y las señales, ¿no? —hasta Ángela la miraba con avidez, y Ana sonrió negando—. Nos vamos a casar —contestó. Eloísa y Ángela hicieron diferentes exclamaciones—. Me pidió que fijara la fecha, y a eso vengo.

—Cómo —preguntó Ángela—, ¿sin anillo?

—¿Qué importa un anillo?

—¿Cómo que qué importa? ¡Es importantísimo! Sin anillo, no hay fecha.

—No seas tan anticuada —la acusó Eloísa—. Fíjalo para un día después que se te haya ido la regla, porque mujer, es ideal para la luna de miel.

—¡Eloísa! —ella reía a carcajadas. Siguieron hablando, y Ángela enseguida empezó a pensar en vestidos, flores e iglesias. Ana empezó a rascarse tras la oreja sólo de imaginarse todo el trabajo que se le venía encima, sobre todo en cosas en las que no se sentía plenamente segura.

—En últimas —dijo—, contrataré alguna empresa de eventos y bodas—. Y a partir de allí, el tema de conversación entre las amigas entonces fue elegir una.


Ana llegó por la tarde a la mansión Soler... una casa que ya estaba sintiendo como suya. No pudo evitar sonreír al ver el jardín de rosas que rodeaba toda la estructura; se agrupaban en los diferentes parterres por colores, y no era raro ver mariposas o abejas por allí rondando. Había pensado que su enormidad llegaría a abrumarla, pero hasta ahora no había sido así. Quizá porque hasta ahora siempre había estado ocupada y no había podido estar ociosa en medio de todo ese espacio, y además estaban sus hermanos; ellos ocupaban las salas y habitaciones como ningún otro habitante de la casa.

Todavía tenía que acostumbrarse a tener personas pendientes de ella y sus necesidades o caprichos todo el día, sentía que nunca se habituaría a ese lado de su nueva vida, pero estaba ansiosa por empezar lo que ahora denominaría como el resto de su vida. Empezaba ahora, y empezaba al lado del hombre que amaba.

Se detuvo en la entrada cuando vio allí a Judith y sus amigas: Dora y Arelis. Al verla, las mujeres congelaron su sonrisa, y se miraron unas a otras como esperando que algo sucediera.

—Eh... Buenas tardes —saludó Ana, y tuvo que respirar profundo. Aquello que había pasado esa vez no se repetiría, se dijo a sí misma.

—¡Yo te veo más delgada! —dijo Dora—. Vas a tener que decirme qué bebedizo estás tomando. ¿O es alguna rutina cardio de la que no he oído hablar? —Ana elevó ambas cejas.

—Es su genética. Es delgada de por sí —intervino Arelis. Miró a Judith y sonrió —. Tal vez en cuanto tenga su primer hijo se rellene un poquito.

—Ya le dije a Carlos que espero que eso pase pronto —contestó Judith sacudiendo su cabeza—. Juan José y Ángela lo están haciendo muy bien, le dije, pero tú estás terriblemente atrasado.

—Es increíble ver cómo alientas a tus nueras a tener más hijos cuando tú misma casi te mueres cuando ibas a tener el segundo.

—Recuerden que acababa de hacerme unos implantes carísimos, además de la lipoescultura, y mil cosas más. Todo eso se echó a perder, pero ya esos tiempos pasaron. Si en ese entonces hubiese sabido tanto de la vida como sé ahora, más bien me habría esmerado en tener unos tres más.

—Mentirosa —sonrió Dora. Se acercó a Ana, que las miraba como si fuesen personajes que de repente se hubiesen escapado de algún circo—. No quiero hacer referencia a tus orígenes humildes, pero afortunadamente, no creo que tú tengas alguna pega a eso de tener más hijos.

—No, no la tengo; provengo de una familia grande.

—¿Lo ves? En Ana tendrás tu recua de nietos soñada.

—Dios te oiga —se fueron alejando hacia los diferentes autos aparcados en el lobby car y Judith se despidió de cada una dándole un beso en cada mejilla y ajustándose el chal que se había puesto para estar afuera. Ana se quedó allí, como clavada en la entrada. No se podía creer que estas mujeres no sólo le dirigieran la palabra luego de lo que había significado que todos se enteraran de que era hija de Lucrecia Manjarrez y que ahora estaba en la cárcel, sino que además la trataran con tanta familiaridad, como si fueran viejas amigas.

Judith la vio allí, quieta y en silencio, y se le acercó. Se ubicó a su lado, como si simplemente estuviese admirando el paisaje y suspiró.

—Nunca te pedí disculpas sinceras por lo de aquella vez —dijo, y Ana giró su cabeza para mirarla—. Pero esta vez lo hago. Como siempre, la vida me ha tenido que dar de patadas para que yo aprenda—. Ana no dijo nada, y Judith siguió—. Acepto y comprendo que eres la mujer adecuada para mi hijo... tal vez no la que yo soñé para él en cuanto a cuna y todas esas tonterías, pero sí por amarlo como siempre quise que lo amaran... —Ana sonrió, pero su suegra no se detuvo—. Él... es tan correcto, que seguro que nunca te será infiel. En algunos momentos se abrumará por exceso de trabajo, por querer llevar toda la responsabilidad él solo. Es allí cuando necesitará tu carácter para que recuerde que la vida hay que disfrutarla antes de que se nos vaya de las manos.

—Me aseguraré de eso.

—Y ten muchos hijos, por favor —Ana se echó a reír.

—Eso lo veremos.

—Ah, no me salgas con eso—. Ana siguió riendo, y juntas dieron la vuelta para internarse en la casa.


Carlos llegó por la noche a casa, como era costumbre, y lo primero que hizo fue preguntar por Ana. Como siempre. Le dijeron que estaba en la biblioteca, y hacia allí fue.

La encontró hablando con sus hermanos, al parecer, les estaba comunicando que pronto se casarían.

Había un poco de algarabía, Silvia tarareaba y bailaba el Danubio Azul con Sebastián, mientras Paula le hacía una pregunta tras otra y ella intentaba contestarlas todas.

Entró a la estancia y ella le hizo una cara de ¡Auxilio!, y él no pudo más que sonreír.

—¡Llegó el novio! —gritó Silvia, y corrió a él para abrazarlo. Como si fuera un niño de tres años, Sebastián la imitó.

Esa noche cenaron fuera. Carlos los llevó a un buen sitio, y Ana se enorgullecía de ver a sus hermanos manejarse muy bien en lugares como aquellos. Se habían acostumbrado muy rápido a este estilo de vida, y también se habían esforzado por estar a la altura, y ahora cosechaba los frutos de su propio esfuerzo al educarlos. Aún eran unos adolescentes; Silvia se debatía entre varias profesiones, y Paula y Sebastián eran unos niños a su modo de ver, pero ya no tenía miedo por el futuro de ellos. Algo que había aprendido en todo este tiempo y gracias a los momentos difíciles que había tenido que vivir, es que alrededor tenía personas que cuidarían de ella y de sus hermanos cuando y cuanto fuese necesario; que no era obligación pagar favores, que lo que se hacía con el corazón, se pagaba en el corazón.

Miró a Carlos feliz, feliz no porque él era pudiente, y con él nada le faltaría a su familia, sino porque en el corazón de él había bondad y luz, y alcanzaba a iluminar esos rincones oscuros que a veces encontraba en el suyo. Tal como él le había pedido, él se había vuelto un apoyo, una fuerza y un muro. Ella tenía la suya propia, pero qué bueno era, de vez en cuando, apoyarse en él. Ya vendrían los tiempos en que los papeles se invirtieran, y ella estaría feliz de ser la fuerza y el apoyo de él.


—Investigué lo que me dijiste de Isabella —le dijo él, cuando hubieron regresado. Ana había entrado al cuarto de baño mirando la bañera con la imaginación trabajando a tope.

—Ah, ¿sí? —preguntó, pero realmente no le prestaba mucha atención.

—Parece que es verdad lo del hombre que la acosaba —siguió Carlos, entrando también al baño y quitándose la chaqueta que había usado para salir con ella y sus hermanos—. Ya pedí a la policía que investigaran al respecto.

Ana le prestó atención entonces, lo miró deteniéndose en sus movimientos de llenar la bañera de agua caliente.

—Pero si Isabella salió del país, ya no corre riesgos.

—No estoy preocupado por Isabella, sino por ti. Si a ese hombre lo contrataron para hacerte daño a ti, tal vez te busque en el futuro —Ana frunció el ceño.

—No me considero una experta en mente criminal, pero si era un matón a sueldo, no creo que me busque.

—¿Por qué no?

—Esa gente no trabaja gratis; si nadie le va a pagar, ¿para qué completar el trabajo? Por eso acosaba a Isabella, porque se le debía un dinero. Le importaba más la plata que otra cosa, o si no, le habría hecho daño sin antes amenazarla —Carlos sonrió ante su razonamiento.

—Y eso que no eres experta en mente criminal —Ella sonrió y siguió abriendo la llave para llenar la tina de agua caliente—. De todos modos, estaré más tranquilo si lo encierran —suspiró Carlos—. No quiero ni un cabo suelto en todo este asunto.

—Como quieras —él la miró de arriba abajo, y al fin cayó en cuenta de que ella estaba preparando un baño de espuma.

—¿Qué vas a hacer?

—Desnudarte, y ver cómo te ves desnudo, excitado y lleno de espuma —Carlos se sonrojó. Ana se sorprendía de ver lo fácil que era sacarle los colores, y eso que él tenía más experiencia en el sexo que ella. Pero bueno, tal vez no se acostumbraba a que le dijeran abiertamente lo que de él se esperaba.

—Bueno, yo...

—¿Tú qué, amor? —preguntó ella con una media sonrisa y sacándose la blusa por la cabeza. Carlos tragó saliva mirando su sostén de encaje que poco ocultaba sus atributos. Aunque ella insistía en que la genética le había negado su buen par de tetas, para él no había más bonitas que esas.

—No es nada del otro mundo —contestó él, viendo cómo ella ahora se desabrochaba el pantalón y se lo sacaba. Ahora ella estaba en ropa interior. ¡Jesús!, dijo para sí. Esa piel canela era demasiado apetitosa, y a él ya le picaban las manos por tocarla.

Ella sonreía con descaro, y se acercó poco a poco a él para desnudarlo. Carlos se dejó, y sólo la observaba embelesado. ¿Cuándo imaginó él algo como esto? Cuando la miraba de lejos y rogaba al cielo por olvidarla y por sacársela de su mente, había tenido tontas fantasías donde él le daba un beso y ella no se apartaba. En ese entonces, ni siquiera imaginó tener en su cama a una tigresa como esta.

Carlos apoyó su cabeza en la pared y gimió quedamente cuando ella empezó a masajear su erección a través de la tela de su ropa interior. A ella parecía encantarle, darle placer era un placer para ella también. Pero llegó un punto en que él no lo resistió más, y terminó de desnudarse a sí mismo y a ella y la alzó para entrar a la bañera. Cuando estuvieron dentro ella empezó a amontonar espuma encima de él y Carlos no pudo evitar sonreír.

—¿De verdad quieres ver cómo me veo?

—¿Crees que era una broma? —él se echó a reír, y empezó a trabajar por crear más espuma para ella.

Estuvieron en la bañera hasta que el agua se enfrió; se secaron el uno al otro y se metieron en la cama para seguir mimándose.

El tiempo pasaba de prisa. En la vida sucedían muchas cosas. Mientras pudiesen amarse el uno al otro como ahora, definitivamente lo harían.




N/A: que viva el amor!

Romántica a morir xD

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