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Ana le desabrochó la camisa a Carlos, que olía fuertemente a alcohol, y pudo ver su torso desnudo. No sabía por qué, pero lo esperaba velludo, y no era así. Tenía el pecho lampiño, ancho y musculoso, su piel más clara que la de ella, y las tetillas oscuras. Tomó la chaqueta, y la tiró de cualquier manera sobre una silla, y luego se encaminó a los zapatos, para quitárselos sin suavidad alguna. De repente, fue como si estuviera ayudando a su padre a desnudarse para quedar dormido luego de una buena borrachera. Toda su piel se erizó ante el recuerdo.

—Tontos, estúpidos hombres —murmuró—, que creen que todo se soluciona con trago. Ya he tenido bastante.

Juan José entró seguido de Ángela, y dejó sobre la mesa de lámpara una jarra de agua y llenó el vaso que tenía en la mano. A continuación, llamó a Carlos, despertándolo.

—Hey —le decía—, toma un poco de agua.

—No quiero.

—Sólo un poco —le pidió Juan José. Carlos se sentó, y bebió el agua. Cuando Juan José vio que Ana lo miraba interrogante, explicó—: La resaca mañana va a ser terrible, pero si se hidrata ahora, no será tan malo.

—Igual, será malo —sentenció Ángela, y ayudó a Ana con el otro zapato, mientras Carlos volvía a apoyar su cabeza en la almohada—. Nunca lo había visto así.

—Ni yo —dijo Juan José—. Debe estar pasándolo muy mal. Pobre —Ana hizo rodar sus ojos en sus cuencas por tanto dramatismo.

—Sólo está ebrio, por favor. ¿Nunca habían visto a un hombre ebrio? Es de lo más normal —y salió de la habitación, casi tirando la puerta. Ángela miró extrañada a su esposo, y fue tras su amiga.

—Hey, ¿por qué te pones así? —le preguntó, alcanzándola en las escaleras.

—De alguna manera, tú y Juan José quieren hacerme responsable de esto.

—¿Qué? ¿Cuándo? ¿Qué pudimos decir para que pensaras de esa manera?

Nada, pensó Ana, y entonces se dio cuenta de que ella sola se había delatado. Ellos no habían dicho nada, y realmente era extraño que Carlos se empezara a portar raro, y luego apareciera ebrio, cuando era conocido por ser un hombre mesurado en todos los aspectos de la vida.

No en todos, se dijo a sí misma. Al parecer, si es que era cierto eso de que se había enamorado de ella, ese sentimiento lo había traspasado, y se había salido de su control; ahora mismo, no era más que un mortal más con un mal de amores. Se masajeó los ojos, decidiéndose a contarle a su mejor amiga.

—Carlos se me confesó el miércoles.

—¿¿Qué?? —exclamó Ángela, y Ana puso un dedo sobre sus labios.

—¡Shhht! ¡No quiero que nadie lo sepa!

—Pero... ¿se te confesó? ¿Cómo así? ¿Carlos? ¿Ese Carlos?

—Ese Carlos... y realmente, ¿es tan raro que él se enamore de mí? ¿O que cualquier hombre se enamore de mí? —Ángela apoyó sus manos en su cintura dejando salir el aire.

—En serio, parece que la embarazada aquí fueras tú; ¡todo te afecta! Y no, no me extraña que Carlos, o un hombre como él, se enamore de ti, de hecho, ¡yo venía sospechándolo desde hacía muchísimo tiempo!

—¿Qué?

—¡Lo que me toma por sorpresa es que al fin se decidiera y te lo dijera! ¡Ay, Dios! —se quejó Ángela, poniéndose una mano en la panza. Asustada, creyendo que se trataba del niño, Ana se acercó a ella, preocupada.

—¿Estás bien?

—Ana, lo rechazaste, ¿verdad? Oh, Dios, ¡lo rechazaste!

—¿Y qué esperabas? ¿De veras pensaste que él me gustaba o algo así?

Tus Secretos - No. 2 Saga Tu SilencioWhere stories live. Discover now