—¿Cómo sabes que te gusta alguien?
Escupo la Coca-Cola de vuelta en la botella, ganando una mirada de desaprobación por parte de mamá, que riega las plantas.
—Perdón, creo que he oído mal. —Miro a Ramón con los ojos de un lémur, muy abiertos—. Y si no lo hice, pido a mi mejor amigo de regreso.
Él observa las plantas de mi madre mientras nos mecemos en la hamaca de madera del patio trasero. Tiene una expresión contemplativa y sigo la trayectoria de sus ojos preguntándome si mamá tiene alguna planta alucinógena y si Ramón la probó sin decirme nada.
—Lo digo en serio —afirma quitándome la bebida y dando un sorbo a pesar de que las bacterias de mi lengua tienen una pool party ahí adentro. Madre e hijo hacemos una mueca de disgusto, pero él no se inmuta—. ¿Cuándo y cómo supiste que te gustaba Abelia? Tiene que haber un indicio más que el de comportarse como un idiota.
—Lo sientes en el cuerpo, como si fuera fiebre —se entromete mi creadora, arrancando la mala hierba que crece junto a las lantanas—. Te sube la temperatura corporal, entre otras cosas...
—¡Mamá!
—Las erecciones no son nada de lo que avergonzarse, cariño.
—Lo que ella no está aclarando... —Me giro hacia mi amigo—. Es que no es solo físico. La parte más grande e importante es mental. Sabes que te gusta alguien cuando piensas en ustedes estando juntos en mil escenarios distintos, justo antes de dormir. Es un detonante de pensamientos y fantasías, pero también puede dejarte en blanco. Te da y te quita sin saberlo, te vuelve loco, a la pequeñez de las acciones las ves gigantes.
—Y levanta la tienda de Circo Pantalón —insiste mamá, secando el sudor de su frente con el antebrazo.
No puedo creer que está hablando tan abiertamente de erecciones conmigo y con mi único amigo presente. Es digna hija de la abuela.
Pasatiempo favorito: fastidiar a Kassian.
Nivel de éxito alcanzado: el más alto, con honores.
—Como sea —continúo—, me di cuenta después de no verla por unos días. Estaba ansioso. La extrañaba y ni siquiera nos conocíamos. Al menos, no ella a mí. Ya sabes, lo común. —Le quito importancia con un ademán.
Ramón bebe Coca como si fuera un whisky añejo. Admira la mala hierba del jardín como si fuera una pintura del Louvre. Asiente como político interesado.
Lo estoy perdiendo, jamás lo vi en modo filosófico antes.
Que te guste alguien se manifiesta de dos formas: sacando tu lado estúpido y también el más reflexivo.
—¿Sobb? ¿El amigo de Abelia? —indago.
Él niega y me corrige:
—Ralph, el novio de Abelia.
Mamá y yo compartimos una mirada.
¿Pero qué...?