Cuervo (fantasía urbana)

By AvaDraw

1.8M 275K 211K

Alexia debe averiguar por qué se está convirtiendo en un monstruo, mientras suspira por el sexy chico gay que... More

Nota
Parte 1
Parte 2
Parte 3
Parte 4
Parte 5
Parte 6
Parte 7
Parte 8
Parte 9
Parte 10
Parte 11
Parte 12
Parte 13
Parte 14
Parte 15
Parte 16
Parte 17
Parte 18
Parte 19
Parte 20
Parte 21
Parte 23
Parte 24
Parte 25
Parte 26
Parte 27
Parte 28
Parte 29
Parte 30
Parte 31
Parte 32
Parte 33
Parte 34
Parte 35
Parte 36
Parte 37
Parte 38
Parte 39
Parte 40
Parte 41
Parte 42
Parte 43
Parte 44
Parte 45
Parte 46
Parte 47 (I)
Parte 47 (II)
Parte 48
Parte 49
Parte 50
Parte 51
Parte 52 (I)
Parte 52 (II)
Parte 53
Parte 54
Parte 55
Parte 56
Parte 57
Parte 58
Parte 59
Parte 60
Parte 61
Parte 62
Parte 63
Parte 64
Parte 65

Parte 22

22.4K 3.8K 1.3K
By AvaDraw

Di vueltas sobre mí misma desesperada, buscando a Héctor en todas direcciones, tratando de averiguar por dónde se había marchado. Había demasiadas calles que daban al parque. Demasiadas posibilidades de equivocarme y alejarme más de él.

Jacobo tiró de mi brazo y yo me revolví para que me soltara. No estaba para juegos. Segundos después fue Elena la que lo hizo y a ella también la aparté. No me dejaban pensar con claridad así que cuando insistió me alejé. Me gritó algo, pero no llegué a entender lo que decía.

No volvieron a intentar arrastrarme. De hecho, les perdí de vista. Me dio la impresión de que había quedado sola en el parque.

Una figura alta se interpuso entre la luz de la farola que me alumbraba y yo.

—¿Son tuyas estas botellas? —dijo con voz carrasposa.

Di un paso atrás, asustada, y le miré por fin. En ese momento entendí por qué Jacobo y Elena tiraban de mí. Era un policía municipal. Recordé que El Imbécil nos contó que en Madrid podían ponerte una multa de seiscientos euros por beber alcohol en la calle. Había perdido a Héctor y me iban a multar. Seiscientos euros... en mi vida había visto tanto dinero. Mi tía iba a matarme.

—Documentación, por favor —se cruzó de brazos frente a mí.

Por si no estaba lo suficientemente asustada, al llevarme las manos a los bolsillos noté que el jersey resbalaba sobre mi piel. Eso solo podía significar una cosa: mis brazos se habían cubierto de escamas. La multa dejó de importarme cuando caí en la cuenta de que no tenía forma de explicar las serpientes que iban a aparecer sobre mi cabeza. Tenía que salir de allí y solo se me ocurrió una manera. Me concentré e hice que la basura de una de las papeleras del otro lado del parque cayera al suelo haciendo bastante ruido. Otro policía se acercó a examinar la papelera que había vaciado. Me pregunté cuánta basura tenía que tirar para poder salir huyendo de allí. Cuando el policía se dio la vuelta, di otro paso hacia atrás y alguien apareció por mi espalda rodeándome los hombros.

—Buenas noches, agente —reconocí la voz de Tatiana. Era ella quien me retenía—. Mi hermana no ha hecho nada. No hemos hecho nada. Las botellas esas no son nuestras. A ver, de verdad, se lo juro. No hemos bebido nada más que una cerveza en casa de una amiga antes de venir, pero nada más. Luego...

—¿Cuántos años tenéis?

—Diecisiete. Pero de verdad, por favor —Tatiana empezó a sollozar—, que las botellas no son nuestras. Joder, mi padre nos va a matar. Es que es súper injusto. Las botellas son de unos chicos que había antes. Por favor, no ponga la multa. De verdad que no hemos sido nosotras. Es que si nos multa... —cada vez se la entendía menos— Nunca nos dejan salir y es que es una putada. Para un día que salimos... De verdad, que no hemos hecho nada malo.

Hundió su cara en mi pelo y me susurró "consuélame".

Yo lo hice mientras ella lloraba escandalosamente. Le acaricié el pelo y traté de decirle que no pasaba nada. Ella aullaba frases ininteligibles. De vez en cuando podía entender que decía "no son nuestras", "por favor" o "no nos multe". El policía trató de interrumpirla, de hablar con ella, pero no había forma, ella estaba histérica. Vi como se volvía hacia su compañero que le hizo una señal para que nos dejara ir.

—Venga, iros a casa —dijo por fin el agente.

Sin dejar de llorar, Tatiana me agarró del chubasquero, tiró de mí y echamos a andar hacia la calle más cercana. En cuanto perdimos de vista a los policías se apartó, recuperó la compostura, cruzó los brazos y me juzgó con la mirada. Yo me quedé paralizada cuando algo frío y escamoso rozó mi nuca.

—¿Tú estás tonta? —me reprendió Tatiana enfadada—. ¿Ibas a echar a correr? Eso es desobediencia. Desobediencia a un agente y puede que resistencia a la autoridad ¿Sabes en el lío en el que te puedes meter por...? ¿A dónde vas?

No escuché nada más. Salí corriendo. Recorrí varias calles sin detenerme hasta que encontré un contenedor detrás del cual esconderme. Tuve suerte de que la primera serpiente en salir fuese la víbora, era la más discreta de las tres. Se había acurrucado junto a mi cuello y era poco probable que Tatiana la hubiera visto. En cuanto me detuve, la bastarda se lanzó a mordisquear una botella de vidrio que asomaba por la boca del contenedor. La culebra de escalera fue aún menos discreta. Estaba asombrada por estar en la calle y se estiraba sobre mi cabeza como si fuera una antena, tratando de verlo todo. Aquella absurda estampa no se parecía en nada a las imágenes de gorgonas feroces y sensuales que había encontrado en internet.

Las agarré y traté de hacer que se enrollaran sobre sí mismas para esconderlas, pero las dos serpientes rebeldes se retorcían y no paraban de moverse. No había forma de disimularlas, cuando me ponía la capucha del chubasquero se movían dentro y acababan saliéndose.

Oí a un grupo de chicos acercándose. Por el ruido que hacían iban bastante borrachos, pero aún no se había destilado una bebida alcohólica capaz de impedir que vieran tres serpientes saliendo de mi pelo. Me llevé las manos a la cabeza en un gesto de desesperación y las serpientes se calmaron y se enrollaron solas. Aparté las manos, sorprendida, y volvieron a levantarse. Me puse la capucha, la aplasté con las manos y las serpientes se quedaron más o menos quietas, ocultas bajo el chubasquero fucsia.

No me apetecía cruzarme con el grupo de chicos así que salí de mi escondite y eché a andar con las manos sobre la cabeza. No supe hacia donde porque no reconocía la calle.

—Eh —gritó uno de los chicos—. ¿Por qué tienes las manos en la cabeza?

Lo que me faltaba.

—Chica de rosa ¿Qué te pasa? ¿A dónde vas? —gritó otro.

Mi transformación no solo consistía en bichos saliéndome de la cabeza y escamas sobre mi piel. Como la cara del homófobo del instituto pudo probar, mi fuerza aumentaba considerablemente. Los miré de reojo, eran cinco o seis. Con suficientes golpes daría igual que vieran a las serpientes porque no recordarían nada.

—Ven aquí, chica de rosa, que mi amigo te quiere decir una cosa —rio uno de ellos.

—La estáis asustando, dejarla en paz —uno de los chicos quiso poner orden.

—Eso, no seáis tan capullos —dijo otro.

—¿Pero por qué tiene las manos en la cabeza?

—Las manos en la cabeza —canturreó otro.

—Las manos en la cabeza —siguió la melodía.

Les volví a mirar. No me podía creer el espectáculo que estábamos dando. Yo estaba caminando por la calle en una postura ridícula, tratando de que nadie supiera que me salían serpientes del cráneo, mientras un grupo de chicos borrachos imitaban mi pose y dando pequeños saltos cantaban a coro "las manos en la cabeza, las manos en la cabeza".

A ninguna de las personas con las que nos cruzamos pareció sorprenderle aquel desfile.

Giré una esquina y por fin vi un par de locales que me resultaron familiares, desde allí sabía volver a casa. Los chicos no giraron la esquina conmigo. Siguieron su camino, pero no abandonaron el cántico y les pude oír a lo lejos durante un buen rato. Ahora que me sentía más a salvo se me escapó la risa floja.

Entré en mi portal y me apoyé en la pared. Aún me reía pensando en la canción. Quité las manos de la cabeza y me di cuenta de que las serpientes habían desaparecido.

Había sido una noche divertida, lástima que se hubiera acabado tan pronto. Mis compañeros de clase habían intentado emborrachar a mi disfraz, otros chicos habían compuesto una canción en mi honor y me habían escoltado por la calle, me había reído mucho con Diego y sus amigos y era muy posible que la gente de clase ahora quisiera llevarse bien conmigo. Pero el mejor recuerdo de todos era el de Héctor hablando conmigo. Calentando mis manos. Acariciando mi cara.

Suspiré y me dejé caer, resbalando por la pared hasta sentarme en el suelo. Volvía a sonreír como una boba. Tenía ganas de cerrar los ojos un rato y pensar en él. En el portal hacía frío, subiría a casa, me pondría mi pijama favorito extra suave, me metería en la cama y rememoraría cada momento que había pasado esa noche con Héctor.

Pero antes de acostarme me cruzaría con mi tía. Como si me hubiesen echado un jarro de agua fría, me puse de pie de golpe y empecé a subir las escaleras. Saqué el móvil y llamé a Héctor. No contestó. No tenía ni idea de dónde se había metido ni de qué le había pasado a las once, iba algo borracha y encima había perdido el disfraz que mi tía se había pasado horas haciendo.

La luz estaba encendida cuando abrí la puerta.

—¿Qué ha pasado? —preguntó nerviosa.

No contesté, traté de ir directa a mi habitación pero ella me bloqueó el paso.

—¿Qué ha pasado Alexia? ¿Qué has visto?

Me quedé firme sin mover un músculo. No abrí la boca. El calor del apartamento había hecho que me subiera aún más el alcohol y cualquier movimiento me delataría.

—Maldita sea, contéstame —me exhortó—. Contéstame. Aunque sea una mentira, pero di algo.

—No he visto nada. Se ha ido y no he podido ver a dónde —contesté molesta— ¿Vale?

—¿Estás borracha?

—No. No he bebido.

Si tan solo hubiese sido capaz de pronunciar esas palabras sin trabarme.

—No me mientas —noté irritación en su voz—. Apestas a ron.

—Solo ha sido un chupito. Medio, en realidad.

Mi tía apretó con fuerza los ojos. Dio un par de vueltas al salón cada vez más enfadada. Yo permanecí inmóvil.

—¿Dónde está Héctor?

—No lo sé. Se escapó. Juega al fútbol y corre muy rápido.

En ese momento me pareció que los detalles daban más credibilidad a mis palabras.

—¿Se escapó?

—Sí, a mucha velocidad.

—¿Por qué se escapó?

—Porque venía la policía.

—¿Qué hacía la policía allí?

—Pasear. Es decir, vigilancias policiales.

Se sentó en el sofá y se llevó las manos a la cara. Se levantó y se mesó el pelo, lo tenía cada vez más erizado. Sabía que tenía que alejarme, así que empecé a despedirme.

—Buenas noches, tía. Mañana voy a...

—¿Mañana? —exclamó furiosa— ¿Mañana? No sabemos qué va a pasar mañana. Mírate. No puedes ni hablar bien. Si es que no vales para nada. Eres una niñata estúpida, una inconsciente. Solo tenías que pegarte a su culo. Era tu único trabajo. Tu único puto trabajo, Alexia.

—Él se fue y... —me temblaba la voz.

—Podrías haberme llamado. Tenemos su dirección, podrías haber ido hacia su casa para ver si te encontrabas con él...

—No se me ocurrió —traté de explicar.

—Claro que no se te ocurrió, si vas borracha. Te salen serpientes de la cabeza, te estás convirtiendo en una criatura monstruosa y solo se te ocurre darle a la botella.

—Yo no... —me atasqué. No supe si iba a empezar a gritar o a llorar—. Yo no pedí esto, yo no...

—Vete a tu cuarto —me miró con desprecio—. Das pena.

En cuanto me metí en la cama se me ocurrieron decenas de formas de contestarle. No tenía derecho a hablarme así, además, si tan importante era ¿por qué no salía ella de casa? ¿por qué no me acompañaba? ¿por qué no seguía ella a Héctor? ¿por qué tenía que hacerlo yo todo?

Como venía siendo habitual me quedé dormida llorando. No supe si por la rabia o porque las palabras de mi tía habían calado en mí y no podía sentirme peor.

Creí que había pasado todo, pero aquella noche aún tenía una sorpresa desagradable que darme. Una o dos horas después de quedarme dormida me desperté chillando, retorciéndome en la cama. Estaba sufriendo un segundo ataque, pero mucho peor de los que había sentido hasta ese momento. El huevo de la garganta parecía a punto de explotar. Sentí que mis huesos se rompían en mi interior y un dolor tan fuerte que pensé que me volvería loca. La piel me ardía y al tratar de quitarme el pijama lo hice trizas porque mis uñas habían crecido y estaban muy afiladas.

Pude comprobar con horror que estaba totalmente cubierta de escamas. Solo mis dedos y mi cara conservaban mi piel.

Mi tía entró corriendo en la habitación y me miró aterrada.

Hola!

Lo sé, más de dos semanas sin actualizar y encima os dejo con un cliffhanger. Lo siento ☹ Espero poder compensaros publicando otro capítulo pronto: pasado mañana 😁

Tenemos un par de cosas que celebrar: Cuervo ha llegado a las 25K lecturas 🐍🎉 y mi canal de YouTube ha llegado a los 200 suscriptores 😄🎉GRACIAS!!

Este capítulo se lo quiero dedicar a  @dianaprince82 . Lleva apoyándome desde SMDQN y nos deja un comentario en cada capítulo con sus teorías y opiniones 😊

Además, ha estado hablando muy bien de Cuervo en Twitter y esa clase de apoyo público me ayuda muchísimo más de lo que pensáis. Gracias!! 💖

Continue Reading

You'll Also Like

30.7K 4.8K 27
《 Transmigré a la antigüedad para ganar dinero y criar a mi cachorro 》 Continuación a partir del capítulo 200. Para leer la primera parte, busca la n...
22.4K 3K 34
Regulus esta dispuesto a todo por el amor que nunca tuvo pero ahora está a su alcance y Severus esta arto de ser la víctima bañado de un villano .. J...
177K 12.3K 23
Todo en mi vida era normal. Hasta que entre a ese bar. ¿Dirás cuál es el problema? Ahi los conocí, conocí el secreto de este pueblo. No puedes confia...
130K 9.7K 45
Días después de su decimoctavo cumpleaños, Aurora Craton siente la atracción de apareamiento mientras trabaja como camarera en una fiesta de los líde...