βž€ Yggdrasil | Vikingos

By Lucy_BF

230K 21.6K 24.8K

π˜π†π†πƒπ‘π€π’πˆπ‹ || ❝ La desdicha abunda mΓ‘s que la felicidad. ❞ Su nombre procedΓ­a de una de las leyendas... More

β€– π˜π†π†πƒπ‘π€π’πˆπ‹
β€– ππ‘π„πŒπˆπŽπ’ 𝐈
β€– ππ‘π„πŒπˆπŽπ’ 𝐈𝐈
β€– π€π‚π‹π€π‘π€π‚πˆπŽππ„π’
β€– ππ„π‘π’πŽππ€π‰π„π’
β€– π†π‘π€Μπ…πˆπ‚πŽπ’ 𝐈
β€– π†π‘π€Μπ…πˆπ‚πŽπ’ 𝐈𝐈
β€– π“π‘π€Μπˆπ‹π„π‘π’
━ Proemio
π€πœπ­π¨ 𝐈 ━ 𝐘𝐠𝐠𝐝𝐫𝐚𝐬𝐒π₯
━ 𝐈: Hedeby
━ 𝐈𝐈: Toda la vida por delante
━ 𝐈𝐈𝐈: Fiesta de despedida
━ πˆπ•: Una guerrera
━ 𝐕: Caminos separados
━ π•πˆ: La sangre solo se paga con mΓ‘s sangre
━ π•πˆπˆ: Entre la espada y la pared
━ π•πˆπˆπˆ: Algo pendiente
━ πˆπ—: Memorias y anhelos
━ 𝐗: No lo tomes por costumbre
━ π—πˆ: El funeral de una reina
━ π—πˆπˆ: Ha sido un error no matarnos
━ π—πˆπˆπˆ: Un amor prohibido
━ π—πˆπ•: Tu destino estΓ‘ sellado
━ 𝐗𝐕: SesiΓ³n de entrenamiento
━ π—π•πˆ: SerΓ‘ tu perdiciΓ³n
━ π—π•πˆπˆ: Solsticio de Invierno
━ π—π•πˆπˆπˆ: No es de tu incumbencia
━ π—πˆπ—: Limando asperezas
━ 𝐗𝐗: ΒΏQuΓ© habrΓ­as hecho en mi lugar?
━ π—π—πˆ: PasiΓ³n desenfrenada
━ π—π—πˆπˆ: No me arrepiento de nada
━ π—π—πˆπˆπˆ: El temor de una madre
━ π—π—πˆπ•: Tus deseos son Γ³rdenes
━ 𝐗𝐗𝐕: Como las llamas de una hoguera
━ π—π—π•πˆ: Mi juego, mis reglas
━ π—π—π•πˆπˆ: El veneno de la serpiente
━ π—π—π•πˆπˆπˆ: ΒΏPor quΓ© eres tan bueno conmigo?
━ π—π—πˆπ—: Un simple desliz
━ 𝐗𝐗𝐗: No te separes de mΓ­
━ π—π—π—πˆ: Malos presagios
━ π—π—π—πˆπˆ: No merezco tu ayuda
━ π—π—π—πˆπˆπˆ: Promesa inquebrantable
━ π—π—π—πˆπ•: Yo jamΓ‘s te juzgarΓ­a
━ 𝐗𝐗𝐗𝐕: Susurros del corazΓ³n
━ π—π—π—π•πˆ: Por amor a la fama y por amor a OdΓ­n
π€πœπ­π¨ 𝐈𝐈 ━ π•πšπ₯𝐑𝐚π₯π₯𝐚
━ π—π—π—π•πˆπˆ: Donde hubo fuego, cenizas quedan
━ π—π—π—π•πˆπˆπˆ: MΓ‘s enemigos que aliados
━ π—π—π—πˆπ—: Una velada festiva
━ 𝐗𝐋: Curiosos gustos los de tu hermano
━ π—π‹πˆ: Cicatrices
━ π—π‹πˆπˆ: Te conozco como la palma de mi mano
━ π—π‹πˆπ•: No te conviene tenerme de enemiga
━ 𝐗𝐋𝐕: Besos a medianoche
━ π—π‹π•πˆ: Te lo prometo
━ π—π‹π•πˆπˆ: El inicio de una sublevaciΓ³n
━ π—π‹π•πˆπˆπˆ: Que los dioses se apiaden de ti
━ π—π‹πˆπ—: Golpes bajos
━ 𝐋: Nos acompaΓ±arΓ‘ toda la vida
━ π‹πˆ: Una red de mentiras y engaΓ±os
━ π‹πˆπˆ: No tienes nada contra mΓ­
━ π‹πˆπˆπˆ: De disculpas y corazones rotos
━ π‹πˆπ•: Yo no habrΓ­a fallado
━ 𝐋𝐕: Dolor y pΓ©rdida
━ π‹π•πˆ: No me interesa la paz
━ π‹π•πˆπˆ: Un secreto a voces
━ π‹π•πˆπˆπˆ: Yo ya no tengo dioses
━ π‹πˆπ—: TraiciΓ³n de hermanos
━ 𝐋𝐗: Me lo debes
━ π‹π—πˆ: Hogar, dulce hogar
━ π‹π—πˆπˆ: El principio del fin
━ π‹π—πˆπˆπˆ: La cabaΓ±a del bosque
━ π‹π—πˆπ•: Es tu vida
━ 𝐋𝐗𝐕: Visitas inesperadas
━ π‹π—π•πˆ: Ella no te harΓ‘ feliz
━ π‹π—π•πˆπˆ: El peso de los recuerdos
━ π‹π—π•πˆπˆπˆ: No puedes matarme
━ π‹π—πˆπ—: Rumores de guerra
━ 𝐋𝐗𝐗: Te he echado de menos
━ π‹π—π—πˆ: Deseos frustrados
━ π‹π—π—πˆπˆ: EstΓ‘s jugando con fuego
━ π‹π—π—πˆπˆπˆ: Mal de amores
━ π‹π—π—πˆπ•: CreΓ­a que Γ©ramos amigas
━ 𝐋𝐗𝐗𝐕: Brezo pΓΊrpura
━ π‹π—π—π•πˆ: Ya no estΓ‘s en Inglaterra
━ π‹π—π—π•πˆπˆ: Sentimientos que duelen
━ π‹π—π—π•πˆπˆπˆ: ΒΏQuiΓ©n dice que ganarΓ­as?
━ π‹π—π—πˆπ—: Planes y alianzas
━ 𝐋𝐗𝐗𝐗: No quiero perderle
━ π‹π—π—π—πˆ: Corazones enjaulados
━ π‹π—π—π—πˆπˆ: Te quiero
━ π‹π—π—π—πˆπˆπˆ: La boda secreta
━ π‹π—π—π—πˆπ•: Sangre de mi sangre y huesos de mis huesos
━ 𝐋𝐗𝐗𝐗𝐕: Brisingamen
━ π‹π—π—π—π•πˆ: Un sabio me dijo una vez
━ π‹π—π—π—π•πˆπˆ: Amargas despedidas
━ π‹π—π—π—π•πˆπˆπˆ: Te protegerΓ‘
━ π‹π—π—π—πˆπ—: El canto de las valquirias
━ 𝐗𝐂: Estoy bien
━ π—π‚πˆ: Una decisiΓ³n arriesgada
━ π—π‚πˆπˆ: TΓΊ harΓ­as lo mismo
━ π—π‚πˆπˆπˆ: Mensajes ocultos
━ π—π‚πˆπ•: Los nΓΊmeros no ganan batallas
━ 𝐗𝐂𝐕: Una ΓΊltima noche
━ π—π‚π•πˆ: No quiero matarte
━ π—π‚π•πˆπˆ: Sangre, sudor y lΓ‘grimas
━ π—π‚π•πˆπˆπˆ: Es mi destino
━ π—π‚πˆπ—: El fin de un reinado
━ 𝐂: HabrΓ­a muerto a su lado
━ π‚πˆ: El adiΓ³s
━ 𝐄𝐩𝐒́π₯𝐨𝐠𝐨
β€– π€ππ„π—πŽ: πˆππ…πŽπ‘πŒπ€π‚πˆπŽΜπ 𝐘 π†π‹πŽπ’π€π‘πˆπŽ
β€– π€π†π‘π€πƒπ„π‚πˆπŒπˆπ„ππ“πŽπ’
β€– πŽπ“π‘π€π’ π‡πˆπ’π“πŽπ‘πˆπ€π’
β€– π’π„π†π”ππƒπŽ π‹πˆππ‘πŽ

━ π—π‹πˆπˆπˆ: Sangre inocente

1.3K 172 214
By Lucy_BF

N. de la A.: cuando veáis la almohadilla #, reproducid la canción que os he dejado en multimedia y seguid leyendo. Así os resultará más fácil ambientar la escena.

✹.✹.✹

──── CAPÍTULO XLIII ───

SANGRE INOCENTE

────────ᘛ•ᘚ────────

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

◦✧ ✹ ✧◦

        EL ASALTO A YORK HABÍA SIDO UN ÉXITO ROTUNDO. El Gran Ejército Pagano había conseguido franquear las murallas de sólida roca que protegían la ciudad, sumiéndolo todo en un profundo caos. Los sajones no se lo esperaban, de ahí que todo hubiese sido relativamente sencillo. Se habían deshecho de los guardias que hacían su turno en las almenas con una facilidad insultante y lo mismo había ocurrido con los soldados que les habían salido al paso, en un vano intento por defender su hogar. Aunque de poco les había servido su coraje y determinación a la hora de hacer frente a los nórdicos, quienes no habían tenido piedad con ellos.

Drasil observó con fascinación el edificio que se erigía frente a ella. Jamás había estado en un templo cristiano. Se había formado una idea aproximada de cómo eran gracias a los relatos de su progenitora, pero nunca antes había visto uno. 

La fachada de aquel santuario de piedra era monstruosamente magnánima. La puerta de entrada, que era de un llamativo color rojo, permanecía enmarcada por un arco ojival en cuya cúspide había una cruz latina tallada en madera oscura. El símbolo del cristianismo, por lo que tenía entendido.

Sintió la inconfundible presencia de Eivør a su espalda, pero no se volteó hacia ella. Oyó cómo su mejor amiga dejaba escapar una exclamación de asombro y sonrió para sus adentros.

A su alrededor, la anarquía y la discordia se expandían por las calles de York como el más letal de los venenos. Los gritos, los llantos y el sonido producido por el choque del acero contra el acero llenaban el aire, que olía a muerte y destrucción. Además de a miedo.

La escalofriante cacofonía que provenía del interior de la iglesia hizo que la hija de La Imbatible volviera a la realidad. Sus iris esmeralda, que destacaban contra la pintura oscura que afilaba sus rasgos faciales, descendieron hasta la puerta del edificio, que se hallaba entreabierta.

Como si gozaran de libre albedrío, sus piernas se pusieron en movimiento. Cuando quiso darse cuenta ya había cruzado el umbral, adentrándose en el templo. 

Un molesto nudo se aglutinó en su garganta al reparar en el infierno que se había desatado allí dentro, donde la situación era muchísimo más cruenta que en el exterior. Sus compatriotas no habían titubeado a la hora de arremeter contra los sajones que habían acudido aquella mañana a misa para rendirle culto a su dios. Hombres, mujeres, niños, ancianos... Ninguno hacía excepciones, masacrando a todo aquel que se interpusiera en su camino, independientemente de su sexo o edad.

Los berridos que proferían aquellos pobres desgraciados le pusieron el vello de punta. Presa de un terrible escalofrío, se abrazó a sí misma y escrutó las inmediaciones de la iglesia con un rictus amargo contrayendo su fisonomía. Su atención se desvió hacia una mugrienta esquina, donde una mujer —vestida de un blanco impoluto— estaba siendo brutalmente violada. El estómago le dio un vuelco al ver cómo el sujeto que la estaba montando en contra de su voluntad la embestía con ferocidad y salvajismo, descargando toda su furia contra ella.

Apartó la mirada, incapaz de seguir observando cómo la cristiana arañaba el suelo con desesperación, suplicando para que todo acabara. Aún cruzada de brazos, Drasil hundió las uñas en las mangas de su camisa, buscando con aquel pellizco de dolor que la mente se le despejara.

Un nuevo alarido la sobresaltó.

Los latidos de su corazón aumentaron considerablemente su ritmo al vislumbrar a unos metros de distancia a una mujer que sostenía entre sus temblorosos brazos un bulto inmóvil y ensangrentado. El alma se le cayó a los pies cuando se percató de que se trataba de un niño. Un bebé que no llegaría al año.

La skjaldmö se quedó estática en el sitio, con las pestañas húmedas y los labios fruncidos en una mueca de horror. La visión de aquel cuerpecito inerte que no dejaba de ser acunado por su desconsolada madre, incluso cuando ya había exhalado su último aliento, fue demoledora para ella. Tanto que le resultó imposible no retrotraerse al día en el que su propio hermano abandonó Midgard para reunirse con los Æsir y los Vanir.

Sintió que comenzaba a faltarle el oxígeno cuando el rostro de aquella sajona fue sustituido por el de su progenitora, que lloraba sin cesar la pérdida de su segundogénito. Una desagradable presión se instauró en su pecho, tan opresiva y asfixiante que empezó a hiperventilar. Tuvo que parpadear varias veces seguidas para que aquella imagen desapareciera.

Fue entonces cuando los ojos de la mujer, que permanecían anegados en lágrimas de rabia e impotencia, se posaron en los suyos. Al principio la miró con un gesto vacío de toda expresión, quizás abrumada por todo lo que estaba sucediendo a su alrededor, pero su semblante no tardó en retorcerse a causa de la cólera, como si tuviera delante a la persona que le había arrebatado la vida a su pequeño.

Drasil comprimió la mandíbula con fuerza, sabedora de que para esa pobre madre ella era igual de culpable que aquel que había asesinado a sangre fría a su vástago. A sus ojos, todos ellos eran unos salvajes que disfrutaban matando y saqueando. Demonios carentes de escrúpulos y sentimientos.

Sostuvo su acusatoria mirada con una entereza admirable, tratando por todos los medios de no venirse abajo, de no quedar en evidencia delante de sus camaradas. De modo que cerró las manos en dos puños apretados y se irguió en toda su altura.

—Drasil. —La voz de Eivør la sacó del pozo negro que amenazaba con engullirla. Giró la cabeza hacia ella, que se había situado a su lado, y tragó saliva. Su compañera tenía el rostro ensombrecido, como si tampoco se sintiera cómoda allí, rodeada de tanta barbarie—. ¿Estás bien? —preguntó, agarrándola suavemente de la muñeca. No le había pasado desapercibida la extremada palidez que llevaba acompañándola desde que habían irrumpido en el santuario.

Tras unos instantes más de fluctuación, la susodicha negó con la cabeza, sin ser capaz de pronunciar palabra alguna. La angustia no había desaparecido, así como tampoco el sentimiento de culpa que la carcomía por dentro.

Eivør la observó con comprensión.

—Venga, salgamos de aquí.

Drasil asintió, ansiosa por marcharse de allí cuanto antes. No quería permanecer ni un segundo más en aquel horripilante sitio. Sus ganas de explorarlo, de ver cómo era por dentro y descubrir los tesoros que ocultaba, se habían desvanecido sin dejar rastro, dejando en su lugar una sensación bastante amarga.

Estuvo a punto de darse media vuelta y echar a andar hacia la salida, puesto que aquellas paredes de piedra comenzaban a agobiarla, pero una voz condenadamente familiar hizo que se quedara inmóvil, con los músculos en tensión y el corazón latiéndole desbocado bajo las costillas.

—¿Qué pasa, Sørensdóttir? —Liska dejó de husmear en un cajón de madera ornamentada para poder aproximarse a ellas, quienes no habían reparado hasta ahora en su presencia. Su lustroso cabello pelirrojo estaba recogido en una tirante trenza, con un par de mechones sueltos enmarcando sus facciones. En su tez lechosa había varias gotas de sangre que ella parecía lucir con sumo orgullo—. ¿Esto es demasiado duro para ti? ¿Acaso no querías saquear? —se mofó, una vez que se hubo posicionado delante de la aludida, que arrugó el entrecejo—. Oh, ya veo... Pensabas que iba a ser diferente, ¿verdad? Que no tendrías que mancharte las manos con sangre inocente —continuó canturreando al tiempo que esbozaba una sonrisa viperina—. Pobre ilusa.

Drasil se quedó muda.

Liska tenía razón, al menos en parte. Si bien siempre había sido consciente de lo que su gente hacía durante las incursiones a tierras extranjeras, aquella situación en particular la superaba. Porque una cosa era aniquilar a soldados sajones, quienes habían sido entrenados para luchar y defender su hogar de cualquier posible amenaza, y otra muy distinta asesinar a gente inocente.

Había sido un error participar en el asalto a York. Pero, sobre todo, había sido un error entrar ahí dentro. Por culpa de su curiosidad y de sus prontos impulsivos había removido ciertos recuerdos que todavía le resultaban demasiado dolorosos, hurgando en una herida abierta y supurante.

—Cuida tu boca, Liska —intervino Eivør con una calma letal.

La mencionada la miró con desdén. Tendría que esforzarse muchísimo más si de verdad quería amedrentarla.

—No estoy hablando contigo —le espetó de malas maneras, para luego volver a focalizar toda su atención en la hija de La Imbatible. La examinó de arriba abajo con suficiencia y altanería y rio entre dientes—. Esto te viene demasiado grande, Sørensdóttir. Admítelo —apostilló, punzante—. Eres débil.

Pese a sus continuas provocaciones, Drasil se mantuvo firme y en silencio. No le iba a dar el gusto de caer en su juego, por muchas ganas que tuviera de rebajarse a su mismo nivel. En su lugar, apretó los labios en una fina línea y ejerció más presión sobre sus puños cerrados.

Su relación con Liska no había hecho más que empeorar desde aquella noche en el campamento, cuando la pelirroja insinuó que Ubbe ya no estaba interesado en ella, que había encontrado un nuevo entretenimiento en las tres mujeres que lo habían acompañado a él y a Hvitserk durante gran parte de la velada. Aunque poco le importaba haber perdido su favor, si es que alguna vez lo había tenido.

Al ver que no tenía la menor intención de argüir algo en su defensa, los labios de Liska se curvaron en una sonrisa victoriosa. Movida por el dulce sabor del triunfo, enroscó la punta de su trenza alrededor de su dedo índice mientras intercalaba miradas entre Eivør y Drasil, que lucían sendas expresiones de contrariedad. Se balanceó sobre la punta de sus pies como una niña pequeña y pizpireta y volvió sobre sus pasos, a fin de continuar desvalijando la capilla.

Casi de forma inmediata Drasil se precipitó hacia la salida, seguida muy de cerca por su mejor amiga. Ya en el exterior, respiró hondo, en un intento desesperado por poner sus pensamientos en orden. Aunque estos no dejaban de arremolinarse incoherentemente dentro de su cabeza, formando un revoltijo sinsentido.

Agobiada, dejó escapar un entrecortado sollozo. Aquello solo sirvió para alarmar aún más a Eivør, que se apostó frente a ella, preocupada. Hizo el amago de tomarla por los hombros, pero la castaña no se lo permitió.

—Necesito estar sola. —Fue lo único que alcanzó a decir.

Las calles de York no seguían ningún patrón en concreto, como si las casas hubieran sido construidas según las necesidades del momento, lo que convertía todo en un laberinto de edificios en el que era muy fácil perderse, y más si nunca antes habías estado allí.

Sus piernas cansadas la condujeron a una callejuela oscura y solitaria, donde los altos tejados de madera apenas dejaban pasar la luz del sol. Su mente no paraba de bullir debido a los turbios pensamientos que la agitaban, por lo que trató de dejarla en blanco, de alejar aquellas truculentas imágenes que se habían quedado grabadas a fuego en su retina. Pero estas no parecían querer darle tregua.

La ansiedad volvió a atraparla entre sus afiladas garras, causándole una nueva sensación de ahogo. La visión de todos esos cuerpos desollados, eviscerados y decapitados resplandecía frente a ella, generándole numerosas arcadas. Ninguno de ellos iba armado, ninguno suponía una amenaza real para el Gran Ejército, y aun así no habían tenido piedad con ellos. Ni siquiera con los niños.

Apretó los dientes con fuerza, intentando ahogar el grito que pugnaba por escabullirse de su garganta. En un arranque de impulsividad golpeó varias veces la pared que tenía a su derecha con el puño cerrado, provocando que la piedra raspara la piel de sus nudillos. Aquella descarga de dolor le brindó un ápice de lucidez, de modo que se detuvo y dejó escapar todo el aire que había estado conteniendo.

Sin prestarle la más mínima atención a su mano herida, que ya empezaba a resentirse a causa de los golpes, se resbaló por el frío muro hasta quedar sentada. Flexionó las piernas y las rodeó con sus temblorosos brazos, aovillándose en aquel lúgubre rincón.

Apoyó la frente en sus rodillas y cerró los ojos.

No sabía cuánto tiempo llevaba ahí sentada, pensando en todo y en nada, pero había sido el suficiente para que el atardecer sumiera el cielo en un manto de colores cálidos y reconfortantes. La suave brisa que se había levantado ayudaba a eliminar el ambiente cargado que se había adueñado de la ciudadela. Aunque el olor a sangre persistía como la mala hierba.

Suspiró, echándose el pelo hacia atrás. Había logrado sosegarse, pero las turbulentas imágenes de lo ocurrido en el templo cristiano seguían atormentándola, repitiéndose una y otra vez en su cabeza. Un malévolo recordatorio de lo que implicaban los asaltos y los saqueos, esa parte de las incursiones que ella se había empeñado en obviar, obcecada en su deseo de viajar y conocer mundo.

Se sentía tan estúpida que no podía evitar darle la razón a Liska, quien no lo había dudado a la hora de humillarla y menospreciarla en la iglesia. La había tachado de débil y pusilánime, dejándola en ridículo delante de Eivør, y se había regocijado de ello. Una vez más había lanzado su ponzoña contra ella, eligiendo cuidadosamente sus palabras para poder herirla lo máximo posible.

El sonido de unas pisadas hizo que saliera de su ensimismamiento. En un acto reflejo viró la cabeza en la dirección de la que provenían aquellos pasos. El aire se le quedó atascado en los pulmones cuando Ubbe apareció en su campo de visión, caminando raudo hacia donde ella se encontraba. Tenía la cara desencajada y la ropa sucia por el asalto, con varias manchas rojizas desperdigadas por su peto de cuero endurecido.

Drasil se forzó a apartar la mirada de él, clavándola en el suelo terroso. Oyó cómo el Ragnarsson se detenía junto a ella y cómo posteriormente se acuclillaba a su lado, quedando así a su misma altura. Su respiración estaba agitada. Casi podía percibir el desasosiego que expelía por cada poro de su piel e imaginarse la zozobra que debían transmitir sus orbes celestes.

—Dras... —articuló él con voz ronca. Se tomó unos instantes para poder observar mejor a la susodicha, que tenía la cabeza gacha y los hombros caídos. Sus mejillas estaban pálidas y su nariz congestionada—. Eivør me ha contado lo que ha pasado —prosiguió debido a su silencio. El corazón le sangraba dentro del pecho al verla en ese estado—. Te hemos buscado por todas partes. Nos has asustado. —Eso último lo pronunció en un tono mucho más severo, como un padre reprendiendo a su hija.

La escudera se encogió sobre sí misma, consciente de que había estado mucho tiempo sin dar señales de vida, alejada de todo y de todos. Entrelazó las manos sobre su regazo y comenzó a juguetear nerviosamente con ellas.

Sus pulsaciones se dispararon cuando Ubbe pasó los dedos por sus nudillos ensangrentados. Siseó por la molestia que le había producido aquel simple roce, ocasionando que la expresión del guerrero se ensombreciera, tal vez imaginándose la manera en que se había hecho esas heridas.

—Será mejor que vayamos a curarte eso.

La tienda de Ubbe era cálida y acogedora.

A Drasil le sorprendió ver que sus compatriotas no habían perdido el tiempo y que habían levantado un improvisado campamento en la plaza de York. Las carpas no eran tan grandes como las que habían utilizado en su anterior asentamiento, pero eran lo suficientemente amplias para que sus propietarios estuviesen cómodos y tranquilos. Lógicamente tan solo habían podido montar unas pocas debido al reducido espacio del que disponían, de modo que la mayoría de los miembros del Gran Ejército tendrían que dormir o bien en la capilla o bien en las viviendas que conformaban la ciudad. Aquellas cuyos anteriores dueños habían sido aniquilados sin ningún tipo de contemplación.

Un escalofrío recorrió su espina dorsal, haciendo que el vello de la cerviz se le erizara. Prefería dormir al raso antes que pernoctar en la iglesia, donde seguro que no podría conciliar el sueño por los sádicos acontecimientos que habían tenido lugar en ella.

Obedeció cuando Ubbe le pidió que tomara asiento, acomodándose en el borde de la mesa que se hallaba en el centro de la tienda. No había pronunciado ni una sola palabra desde que el primogénito de Ragnar y Aslaug la había encontrado en aquel sórdido callejón, pero su mutismo era algo que no parecía molestarle. Es más, podía atisbar en el fondo de sus iris azules una huella de inconfundible comprensión.

En tanto Ubbe preparaba todo lo necesario para realizar las curas pertinentes, Drasil contempló con sumo detenimiento la mano que había descargado contra aquel muro de sólida roca. Esta se había hinchado bastante, con la zona de los nudillos repleta de costras de sangre seca y coagulada. Apenas podía mover las falanges a causa del dolor, lo que le llevó a la alarmante conclusión de que pudiera haber alguna rotura. Se encomendó a los Æsir y a los Vanir para que no fuera así y solo se tratase de una molestia pasajera.

El caudillo vikingo se aproximó a ella con un cuenco lleno de agua en una mano y un paño en la otra. Depositó ambas cosas en la superficie de la mesa y se situó delante de la muchacha, que alzó la vista hacia él. Esta contuvo involuntariamente la respiración cuando tomó su mano para poder examinarla con mayor rigurosidad. La alzó con delicadeza, exponiéndola a la luz de las lámparas de aceite.

—Por todos los dioses, Dras... Te has destrozado los nudillos —comentó Ubbe, rompiendo el aciago silencio que se había instaurado entre ambos. Con una molesta presión en el pecho, cogió el trapo y lo humedeció, para luego pasarlo suavemente por la mano de la mencionada, que dejó escapar un sonido ahogado—. Lo siento —se disculpó.

Drasil negó con la cabeza, recobrando la compostura.

—Tranquilo —musitó, a lo que su interlocutor levantó la cabeza hacia ella. Había alivio en su mirada. Alivio por escuchar de nuevo su voz—. Yo... fue algo impulsivo. No pensé en las consecuencias que habría después —bisbiseó en tono plano.

Ubbe volvió a centrarse en su tarea, dando pequeños toquecitos a la carne magullada para quitar la sangre reseca. De vez en cuando soplaba para aliviar la quemazón que debía sentir la hija de La Imbatible cada vez que el paño entraba en contacto con sus nudillos, aunque esta no se quejara ni dijese nada al respecto.

Eivør le había contado lo que había sucedido en el templo cristiano. Se había topado con ella en la plaza y, al no verla en compañía de Drasil, le había preguntado por su paradero. Cuando la morena le relató lo mucho que le había afectado entrar en la iglesia y ver cómo esa pobre gente era masacrada, algo se quebró en su interior.

Él también había estado allí. Fue uno de los primeros en entrar, aunque se marchó en cuanto sus camaradas empezaron a desquitarse con los sajones que se habían refugiado en aquel curioso santuario. Hvitserk y Ivar, por el contrario, habían disfrutado enormemente de la matanza. Y lo habían demostrado regodeándose en el dolor y el sufrimiento de todos aquellos que habían tenido la mala fortuna de cruzarse en su camino. Aún recordaba la expresión pletórica del primero cuando ensartó a un hombre que trataba de proteger a su esposa y la perversa sonrisa del segundo mientras atemorizaba al sacerdote.

—¿Quieres hablar del tema? —propuso Ubbe con cautela, temiendo una mala reacción por parte de la castaña. No quería presionarla, dado que aquello solo serviría para que se cerrase en banda, pero tampoco estaba dispuesto a que siguiera mortificándose por algo de lo que no tenía culpa alguna.

Drasil se mordisqueó el interior del carrillo. El Ragnarsson le estaba brindando la oportunidad de desahogarse, de soltar todo aquello que le estaba quemando en la punta de la lengua. Y una parte de ella quería hacerlo: mostrarse ante él tal y como era, sin máscaras de por medio. Pero también tenía sus reservas, y es que nunca le había gustado exhibir su vulnerabilidad frente a los demás.

Pasó los dedos por el dobladillo de su camisa mientras Ubbe continuaba limpiándole las heridas. Lo observó silente, sin perder detalle de sus movimientos. El cuidado y la delicadeza con los que estaba tratando su mano lastimada hicieron que se le encogiera el corazón, que no paraba de revolotear dentro de su pecho. Adoraba la expresión que ponía cuando estaba concentrado, esa pequeña arruga vertical que aparecía entre sus cejas.

—Mis padres tuvieron otro hijo —reveló tras unos instantes más de fluctuación. Su interlocutor restableció el contacto visual con ella, desconcertado—. Gunnar. —Su nombre le supo amargo, pero hizo un esfuerzo y logró mantenerse impasible—. Él... murió a las pocas semanas de nacer. —Una pátina de tristeza hizo que sus ojos se tornaran brumosos y opacos—. Su corazón era débil. Llegó un momento en que ya no tenía fuerzas ni para llorar.

El chico la escuchaba con atención, sorprendido porque hubiese decidido compartir aquel pellizco de información con él. Había dejado el trapo en la mesa, pero todavía sostenía la mano de Drasil entre las suyas, con uno de sus pulgares acariciando cariñosamente su dorso.

#

—Yo era muy pequeña por aquel entonces, pero lo recuerdo todo —continuó diciendo—. Los llantos de mi madre, el desconsuelo de mi padre... Fue un duro golpe para mi familia. El primero de muchos. —Realizó una breve pausa antes de proseguir—: Mi madre no ha vuelto a ser la misma desde ese día. Estuvo varios meses deprimida. Se negaba a aceptar que su pequeño hubiera fallecido en sus brazos.

Ubbe tragó saliva. No necesitó que añadiera nada más para atar cabos, para establecer las conexiones pertinentes. Eivør había mencionado a una mujer sajona llorando la pérdida de su bebé muerto, y ahora comprendía por qué aquella imagen —ya de por sí devastadora— había afectado tanto a Drasil, hasta el punto de desestabilizarla emocionalmente.

Su hermano era una herida que aún estaba sin cicatrizar.

—¿Crees que soy débil? —inquirió la skjaldmö, haciendo que emergiera de sus cavilaciones—. ¿O ridícula? —La voz se le quebró y los ojos se le cristalizaron debido a la represión de emociones.

El primogénito de Ragnar y Aslaug negó rotundamente con la cabeza.

—Hey... Claro que no. —Tomó el semblante de Drasil entre sus maltratadas manos y lo acunó con dulzura, tratando de infundirle algo de seguridad y confianza—. No eres débil, ni tampoco ridícula —aseguró, a lo que la joven se sorbió la nariz, cariacontecida—. Así que no vuelvas a pensar eso, ¿me oyes? Porque eres la mujer más fascinante que he conocido jamás.

Aquello último la dejó sin aliento.

Drasil miró a Ubbe con estupor, sin saber muy bien qué decir. Analizó su expresión con minuciosidad, como si quisiera avalar la autenticidad de sus palabras, como si necesitara cerciorarse de que no le estaba mintiendo. Pero, para su alivio, en sus orbes celestes solo había franqueza. Una profunda sinceridad que hizo que un agradable hormigueo se aposentara en su estómago, haciéndola sentir como en una nube.

Ni siquiera lo pensó. Presa de sus más puros instintos, rebasó los escasos centímetros que la separaban del caudillo vikingo y lo besó con frenesí y desesperación, pillándole completamente desprevenido. Enredó los brazos alrededor de su cuello y lo atrajo hacia sí para poder encajar su cuerpo entre sus largas y esbeltas piernas, que se enroscaron en torno a sus caderas en un movimiento bastante provocativo.

Una vez superada la turbación inicial, Ubbe correspondió al gesto, rindiéndose ante aquel arrebato tan pasional por parte de Drasil. Sus experimentadas manos bajaron a sus pechos, pequeños y torneados. Los apretaron y acariciaron con voracidad, arrancándole a la castaña varios sonidos placenteros, y luego resbalaron a sus costados, donde establecieron contacto con los cordones laterales de su peto.

El Ragnarsson gimió con involuntario placer cuando los dientes de Drasil pellizcaron la carne sensible de su cuello. Una tormenta de fuego se desató en su interior en el instante en que las falanges de la hija de La Imbatible se deslizaron hacia la cinturilla de su pantalón, movida por una necesidad que nunca antes había visto en ella. Esta se adhirió aún más a él, frotando su muslo derecho contra su entrepierna, que ya empezaba a abultarse debido a la creciente excitación.

Ubbe gruñó, extasiado. Dioses, la había echado tanto de menos... Había extrañado poder tocarla y besarla, disfrutar de ella como lo había hecho en el pasado, antes de que las cosas se torcieran. Pero una parte de él no dejaba de repetirle que parara, que pensase con la cabeza fría y no se dejase llevar por los impulsos. Una parte de él no cesaba en su empeño de recordarle cada dos por tres que aquello no estaba bien. Que no era lo correcto.

—Dras... —musitó Ubbe con un hilo de voz. Sus besos y caricias lo estaban volviendo loco, conduciéndole al borde del abismo—. No... Espera... —balbuceó.

La aludida volvió a atacar su boca con una urgencia desmesurada. Haciendo oídos sordos a su petición, le desabrochó las calzas, ávida por tenerlo dentro de ella. Hizo el amago de meter la mano por debajo de la tela, sabedora de que una vez llegados a ese punto ya no habría vuelta atrás, pero el muchacho se lo impidió aferrándola por las muñecas. 

Con los labios rojos e hinchados, Drasil se apartó de él para poder mirarlo a los ojos.

—¿Qué sucede? —preguntó, confundida.

Ubbe exhaló un tenue suspiro. Soltó a Drasil y reculó un par de pasos, salvaguardando una distancia prudencial con ella. Volvió a anudar los cordones de su pantalón y se pasó una mano por la cara, tratando por todos los medios de despejarse, de no caer de nuevo en la tentación. Porque de sobra sabía que si lo hacía, no podría parar. No cuando llevaba esperando aquello desde hacía meses.

—No creo que este sea el mejor momento —indicó, una vez recuperado el resuello—. Ha sido un día muy duro para ti, Drasil. Es normal que quieras evadirte de todo, pero no creo que sea lo más justo. Ni para ti ni para mí —completó.

Con gran esfuerzo se cruzó de brazos, escondiendo sus puños cerrados bajo las axilas. Le estaba costando horrores contenerse. Era verla así, en aquella posición tan sugerente, con el cabello alborotado y las mejillas arreboladas, y sentir la imperiosa necesidad de hacerla suya.

Pero no podía.

No en esas condiciones.

¿La deseaba? Por supuesto que sí. Llevaba haciéndolo desde el primer instante en que la vio, engalanada con aquel hermoso vestido que realzaba todos y cada uno de sus atributos, pero no quería aprovecharse de ella. Los últimos acontecimientos le habían afectado sobremanera y a él no le parecía bien seguir adelante cuando sabía de primera mano todo por lo que había pasado desde que habían puesto un pie en York. Simplemente no se sentía cómodo haciéndolo. Era como si una vocecita en su cabeza se lo impidiera.

Drasil bajó la mirada, cohibida. Sus uñas se habían hundido con saña en la madera de la mesa sobre la que todavía estaba sentada y las sienes le palpitaban con tanta virulencia que parecían gozar de vida propia. El calor que la había embargado hasta hacía unos segundos se había desvanecido sin dejar rastro, dando lugar a un implacable frío que le calaba hasta los huesos.

Había actuado sin pensar, ansiosa por dejar su mente en blanco y olvidarse de todo lo que había visto en la capilla, aunque solo fuera por unos minutos. Y se sentía tan avergonzada por ello que no sabía ni dónde meterse. Ni siquiera se atrevía a alzar el rostro hacia Ubbe, quien parecía estar igual de tenso que ella, puede que hasta incluso más.

—Lo lamento... Yo no... —Estaba tan nerviosa y azorada que la lengua se le trababa a la hora de hablar. Se cogió los codos y tomó una bocanada de aire—. Debería irme —consiguió decir finalmente.

Se levantó con premura y obligó a sus temblorosas piernas a que se pusieran en movimiento. Cuando pasó junto al primogénito de Ragnar y Aslaug, este la retuvo apresando nuevamente una de sus muñecas. No se volteó hacia él, pero pudo notar su hálito en la nuca.

—No te marches así, por favor.

Su súplica hizo que sus fuerzas flaquearan.

Pero no fue suficiente para convencerla de que se quedase.

▬▬▬▬⊱≼≽⊰▬▬▬▬

N. de la A.:

¡Hola, mis pequeños vikingos!

Capítulo largo e intenso. No os imagináis lo mucho que me costó redactarlo en su momento (lo pasé fatal, en serio x'D), pero he quedado súper satisfecha con el resultado. Mi sufrimiento ha valido la pena, jajaja. De hecho, este también es uno de mis favoritos, por no decir el que más. Tiene mucha carga emocional y bastante salseo. No sé, me ha encantado profundizar un poco más en el personaje de Drasil. ¿Vosotros qué pensáis?

Pero bueno, mejor vayamos por partes, porque al ser un cap. extenso hay mucho que comentar. En primer lugar, la escena de la iglesia. Quería que fuera bastante dura, y al final sufrí mazo escribiéndola x'D Creo que con este capítulo ha quedado más que demostrado que Dras se rige por otro tipo de código moral, y la amo por eso. En el fondo es una chiquilla muy sensible y pues, bueno, se ha visto superada por tanto salvajismo. Y luego Liska tampoco es que haya ayudado mucho... Os dije que iba a tocar mucho las narices xD

¡Y EL DRABBE! ¿Soy la única que ha amado a Ubbe en este capítulo? Más de lo habitual, quiero decir. O sea, ¿se puede ser más precioso? Porque yo creo que no. Aunque seguro que muchos me habréis odiado por haber estropeado el momento de calentura xD Pero creo que es lo mejor que han podido hacer. Drasil no se encontraba bien (emocionalmente hablando) y yo no veo a Ubbe aprovechándose de ella. Quizás al principio de su relación le hubiese dado más igual, pero ahora hay sentimientos más profundos. No sé qué opinaréis vosotros u.u

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

Continue Reading

You'll Also Like

361K 52.6K 39
Una sola noche. Dos mujeres lesbianas. ΒΏUn embarazo? Β‘Imposible!
17.4K 1.9K 18
a Jeongin lo expulsaron de su hogar luego de que quedarΓ‘ embarazado, necesitaba sobrevivir para cuidar de su hijo y su objetivo fue crear la mejor ma...
2.6K 176 8
Para empezar esta historia serΓ‘ un poco diferente a la cronologΓ­a de la historia asΓ­ que por favor espero y les guste puede que aygan algunas falta...
285K 14.7K 118
No se aceptan copias ni adaptaciones.