La Tormenta Inminente

By FanficsMTG

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Traducción no oficial, cortesía de Thalía Vázquez y Ángela Olivan, de la mininovela por fascículos (por corre... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20

Capítulo 10

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By FanficsMTG

La lluvia cayó como si tuviera algún rencor contra la ciudad, sacudiendo las tejas y golpeando las ventanas. Aun con su magia separándola de su cabeza, Ral anduvo a través de una niebla de gotas rebotando y su abrigo estaba mojado en cuanto llegó a Nueva Prahv.

El Salón del Gremio Azorio estaba repleto de soldados. Isperia había llamado a todas sus reservas para proporcionar seguridad a la cumbre y detener las muchedumbres de ciudadanos curiosos que se habían reunido a pesar del mal tiempo. Que algo importante se estaba dando lugar se había convertido en un secreto a voces en la ciudad, y la plaza alrededor de la gran torre triple estaba llena de una masa humanoide. Los soldados azorios de armadura blanca lucharon por mantener un carril estrecho abierto, a través del que los delegados podían acceder.

Ral se mantuvo alerta sobre toda la muchedumbre. Parecían interesados en lugar de iracundos, al menos por ahora, y captó una ola de gritos de emoción cuando el delegado Simic llegó en un carruaje vivo que se arrastraba junto con grandes tentáculos morados. El propio Ral se coló tras ellos, reconocido por los soldados en la puerta pero ignorado por los espectadores.

Una joven nerviosa lo guió a una de las torres, y juntos subieron una escalera de mármol pulido. Finalmente le llevó a un gran par de puertas dobles, con incrustaciones de filigrana dorada y plateada que representaban el emblema azorio, con un peso tal que un par de criados corpulentos tuvieron que abrirlas. Dentro había una de las cámaras de debate del Senado: se trataba de una sala circular con un banco de mármol elevado que rodeaba todo el perímetro. Había un estrado en el extremo más alejado para los discursos, frente a una inmensa ventana de varias vidrieras cubiertas de lluvia. A lo lejos un rayo brilló entre las nubes, y Ral sintió que su propio poder resonaba en sincronía con cada rayo.

No fue el primero en llegar. Isperia ocupó el estrado, con Dovin Baan a su lado, y ambos absortos en una lectura. Hekara, que se había ido esa mañana para recibir las instrucciones finales de sus superiores, se sentó en el banco de mármol, saludando frenéticamente a Ral.

Más sorprendente era el cíclope sentado con las piernas cruzadas tras el banco, con la cabeza inclinada y a solo centímetros de rozar el techo. Debía tratarse de Borborygmos, Señor del Gremio Gruul. Tenía un aspecto bestial, con una melena salvaje roja y dos cuernos retorcidos, e indumento con tan solo unos pocos restos de armadura de cuero. En la pulida serenidad del gremio Azorio el gigante parecía completamente fuera de lugar.

Pero está aquí. Niv-Mizzet había prometido llevarle, pero Ral tuvo que admitir que había estado dudando de la Mente Ardiente. Me pregunto qué tipo de favores habrá hecho para cumplir su promesa.

Borborygmos no le prestó atención a Ral, pero levantó la vista con un resoplido cuando las puertas se abrieron de nuevo mostrando la figura angelical de Aurelia. Le siguieron varios oficiales Boros de alto rango, incluida la minotauro que Ral había visto la última vez. La vista de sus uniformes pareció incordiar al cíclope, que emitió un gruñido bajo rematado con unos pocos ladridos de ira.

—Ejem —habló un pequeño humanoide de piel verde quieto cerca de los pies de Borborygmos. La criatura con cara de rana vestía un traje oscuro bien confeccionado y hablaba con un tono erudito—. El Señor del Gremio Borborygmos desea saber cuánto tiempo más le harán esperar con los perros de la orden.

El único ojo del cíclope se fijó en Aurelia. La mayoría de gremios tenían rivales de una manera u otra, pero la que había entre los anárquicos Clanes Gruul y la Legión Boros era legendaria. El ángel miró al cíclope y tomó asiento con cortesía a pesar de que su compañera minotauro se puso a gruñir.

—Deberías agradecer el siquiera tener un sitio en esta mesa.

Borborygmos soltó una carcajada. Su traductor dijo:

—El Señor del Gremio desea que entiendas que solo está aquí en deferencia a las obligaciones de gran calibre con la Mente Ardiente. No ofrece respeto a ninguna criatura menor.

—Criaturas menores —repitió la minotauro—. Él...

—Por favor —interrumpió Isperia con serena autoridad—. No dejemos que esta reunión se disuelva antes de empezar. Los demás delegados llegan mientras hablamos.

—Yo por mi parte estoy deseando escuchar lo que Niv-Mizzet tiene que decir —dijo otra voz, que se hizo áspera e indetectable por un extraño zumbido, como si se oyera al otro lado de la gruesa pared. Ral miró por la sala y vio una figura borrosa y cambiante, con su forma humanoide cubierta por una capa ilusoria, de modo que mostraba una serie cambiante de ropas y rasgos. Ral no tenía idea de cuándo había llegado.

—Lazav —pronunció Aurelia a desgana—. ¿Aun aquí te niegas a mostrarte?

—Más bien debería ser sobre todo aquí —Lazav se recostó en el banco y dejó caer sus borrosos pies sobre la barandilla.

—El Senado da la bienvenida al Señor del Gremio Dimir —entonó Isperia. Entonces, cuando las grandes puertas se abrieron una vez más, añadió—: así como a los representantes Simic y Selesnya.

Selesnya era representada por Emmara, en compañía de varios otros elfos que Ral no conocía. Un grupo de cuatro magos vestidos de púrpura Simic estaban justo detrás de ellos. Su líder era un hombre mayor de piel dura y de guijarros, y ojos saltones y vistosos, y sus compañeros eran una mezcla similar de humanoides e ictioides. Pensó Ral, con cierta grima, que eran los biomantes, en cuanto se inclinaron ante Isperia y se sentaron. Nunca se había sentido muy cómodo con las extrañas ideas de los Simic sobre superarse a sí mismos.

Los Orzhov fueron los siguientes en llegar. Kaya y Teysa entraron juntas, seguidas de varios sacerdotes con túnicas negras y doradas. Voy a tener que enterarme de toda esta historia en algún momento. Por último, llegó la nueva reina Golgari, sin acompañante. Vraska vestía un espectacular traje de armadura de escamas relucientes y de colores iridiscentes de escarabajo, y los zarcillos en su cabeza yacían planos e inactivos. Solo cuando vio a Isperia se empezaron a mover, subiéndose un poco antes de que ella se dominara e hiciera una reverencia superficial.

—Representantes, Señores del Gremio —pronunció Isperia mientras se ponía de pie. La voz de la esfinge se hizo más fuerte sin esfuerzo hasta abarcar toda la sala—, agradezco vuestra llegada. Nos enfrentamos a una amenaza sin precedentes para Rávnica, y me alienta esta evidencia de que los gremios pueden unirse en una crisis.

—Pues esta evidencia no la hemos visto mucho —espetó uno de los Simic con una voz nasal—. Zarek ha propuesto unas teorías locas sobre muchos mundos y amenazas interplanales. ¿Cómo sabemos que algo de todo esto es real?

—Le creo —añadió Lazav—. Nada más se ajusta a los hechos que tenemos, por limitados que sean.

La minotauro Boros resopló:

—Sí, vamos a fiarnos de la palabra de un espía que está ocupado destrozando su propio gremio.

—He visto que mi gremio necesitaba cierta... limpieza —informó Lazav—. Y ahora te diré que ya no soy el que está en esta cámara vas a tener que desconfiar —Se dio la vuelta para mirar a Ral, e incluso a través de aquella capa ilusoria él pudo notar su mirada.

Poco a poco Ral se pasó una mano por el pelo, y un pequeño crujido le devolvió el puntiagudo habitual. Se puso de pie levantando las manos para pedir silencio:

—Honorables representantes —empezó a decir mientras miraba alrededor de la sala—. Soy consciente de que el hecho de estar aquí, juntos, no tiene casi precedentes. Pero si vamos a defender a Rávnica, tendremos que ir mucho más allá. Nicol Bolas es real, y se acerca. Ninguno de nosotros puede detenerlo.

—Porque tú lo digas —intervino la minotauro—. Subestimas a la Legión.

Borborygmos se puso a gruñir, y dijo su traductor:

—Ese Bolas será bienvenido si pone a prueba su poder contra los Gruul.

—No seas idiota —espetó Vraska—. Ninguno aquí conoce a Bolas como Ral y yo. No cree en las medias tintas. Si viene a Rávnica es porque no podemos detenerlo.

—Ésa es su fama, sin duda —aportó Kaya. Todos se quedaron mirándola, y ella parecía casi avergonzada de haber hablado—. Mirad. No soy de por aquí, como sabéis todos. Pero he tratado con muchos que se han cruzado con Bolas, y todos se han arrepentido. Tenedlo en cuenta por todo lo que vale.

—Sus agentes ya han causado mucho daño —informó Emmara—. El intento de golpe de estado entre los Selesnya fue cosa suya, y casi lo consigue.

—No se sabe si fue por su culpa —dijo uno de los elfos cercanos a ella—, no podemos dar conclusiones precipitadas.

—Ahí está —dijo el líder Simic—. ¿Quién se beneficia de esta cooperación? Obviamente los Azorios, con sus leyes y comités. ¡Nos sentamos en su misma sala! ¿No podría ser que han montado esta supuesta crisis para su propio beneficio?

—El Senado no es santo de mi devoción —rechinó Vraska—, pero eso no es más que una idiotez.

—Me disculpo si las sutilezas son demasiado para la comprensión de una mente sub-sensible —se burló el representante de ojos pez.

—Todos deberíais escuchar a Ral —estalló Hekara inesperadamente. Cuando se detuvieron todos otra vez a mirarla, ella se sonrojó un poco—. Bueno, normalmente tiene razón —añadió—. Y es mi compañero, así que tendríais que prestarle atención.

El representante Simic puso los ojos en blanco.

—Si ya hemos terminado de escucharle...

Una inmensa sombra oscureció la sala.

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Las grandes ventanas de cristal se doblaron con delicadeza, moviéndose como si fueran por voluntad propia, bajo las garras de una imparable fuerza mágica. El rugido de la lluvia se redobló y se cubrió de truenos distantes. Algunas gotas salpicaron el mármol pulido, pero la mayoría se quedó en la gigante y escamosa figura que ahora bloqueaba la abertura, mientras las garras sujetaban el exterior del edificio y las alas se abrían para mantener el equilibrio.

Niv-Mizzet había entrado en escena.

Su cabeza casi encajaba en la cámara, como una enorme serpiente con sus aletas de colores brillantes abiertas. Isperia retrocedió un poco, cediendo el centro de la sala al dragón. Nada más empezar a hablar la Mente Ardiente su voz resonó dentro del cráneo de todos los presentes.

—Vraska tiene razón —dijo Niv-Mizzet—. No entendéis lo que se acerca, pero yo sí —Su enorme cabeza se movió, mirando a cada representante a su vez—. Soy el parun de mi gremio, he vivido en Rávnica durante más de quince mil años, y he derrotado a más enemigos de los que cualquiera aquí pueda imaginar. Tengo conocimiento de que nadie más vivo tiene, conjuros que de otra manera se habrían ido al tiempo, armas cuyo arte de fabricación se perdió. Y os digo Nicol Bolas es más poderoso que yo.

Hubo un largo silencio.

—Si es tan imbatible —dijo Aurelia tras ese tiempo—, ¿entonces por qué nos has reunido a todos aquí?

—No es imbatible, de hecho he encontrado una forma de detenerle —Las escamas de la Mente Ardiente bajaron—. Es un ritual muy peligroso y exigente, pero pienso que me otorgará el poder que necesito.

—Pero eso violaría el Pacto entre Gremios —argumentó Lazav con el tono de alguien que finalmente lo había entendido—. Así que quieres usar el plan a prueba de fallos.

Los elfos con Emmara se miraron confundidos, y ella se aclaró la garganta.

—¿El qué a prueba de fallos?

—Me imagino que Trostani se lo guarda para ellas mismas —espetó Lazav.

—Cuando Azor en su sabiduría creó el Pacto entre Gremios —intervino Isperia— creó un medio por el cual podría ser modificado. No requiere más que el acuerdo de los diez gremios.

—Se suponía que no iba a hacer falta —añadió Niv-Mizzet— porque el Pacto Viviente podía hacer la misma función. Pero Jace Beleren sigue desaparecido y puede que nunca vuelva. Ya no podemos darnos el lujo de esperar.

—En otras palabras —dijo el representante Simic—, ¿Quieres que te demos permiso para ser prácticamente todopoderoso? —resopló—. ¿Cómo no abrirá la puerta a una hegemonía Izzet?

—He estado a la cabeza Izzet por diez mil años —Empezó a explicar la Mente Ardiente—. Pero dejaré mi cargo y Ral Zarek me suplantará. Las nuevas restricciones del Pacto entre Gremios todavía me atan, aun con mi nuevo poder. Me convertiré en un guardián de Rávnica, por encima de las preocupaciones de la política de gremios.

—¿Pero es eso posible? —preguntó Kaya.

Ral habló:

—Niv-Mizzet entiende más el Pacto entre Gremios que cualquiera vivo —Le pareció ver a Vraska poner los ojos en blanco, pero no dijo nada.

—Oportuno —insistió el representante Simic—. Así que no tenemos otra que dar por buena su palabra.

—La Mente Ardiente será el experto —aportó Isperia—, perocada gremio tiene sus propios magosley. Sugiero que tomemos un receso parapermitir que los representantes los consulten y entiendan mejor lo que pideNiv-Mizzet. Esta conferencia volverá a reunirse mañana por la mañana, y ahídaremos nuestra decisión.

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Siguiendo el apropiado protocolo diplomático, los mayordomos azorios habían programado que la recepción más incómoda de Rávnica tuviera lugar tras la reunión. Vraska echó un vistazo a la sala, llena de miradas sospechosas y sándwiches de pepino, y se alejó. A todos les habían asignado cuartos en algún lugar de la torre, y ella se decidió por encontrarlos.

La torre. Estar ahí, en el centro de poder azorio, le dolía más de lo que pensaba. Todos ellos (miles de escribas, bibliotecarios, legisladores) simplemente realizaban sus rutinas diarias, escribían. No tienen idea de lo que cuesta. Lo que sus decisiones significan para la gente del resto de la ciudad. El rasguño de un bolígrafo puede mandar a alguien entre rejas. Una marca de verificación es una sentencia de muerte. Eso la hizo querer gritar.

—Vraska.

Se dio la vuelta a regañadientes para dar con Ral acercándose tras ella. Vraska se puso las manos en las caderas y sus zarcillos se movieron con inquietud.

—¿Qué quieres, Zarek?

—Yo... —se detuvo en seco, asimilando su expresión—. ¿Todo bien?

—Bien —escupió Vraska. Se enderezó haciendo un esfuerzo por no dejar que su confusión interior se mostrara en la cara—. ¿Qué hay?

—Solo quería agradecerte tu ayuda. No sé si tuve esa oportunidad cuando salimos de la catedral.

Vraska agitó una mano.

—Tu amiga se estaba desangrando. Me imagino que eso te habrá distraído.

Ral hizo una pausa, como si se hubiera dado cuenta de algo, y entonces siguió:

—Y sé que venir aquí no es fácil para ti.

No tienes idea. Vraska reprimió un gruñido y asintió brevemente.

—Sólo espero que no sea por nada.

—Vendrán juntos —dijo Ral—. Los tenemos así.

Tenemos. Vraska se dio cuenta de que confiaba en ella. Quería reír o bien llorar. En cambio, fue a darse la vuelta y vaciló.

—¿Te puedo preguntar algo?

—Claro —dijo Ral.

—Lo que Niv-Mizzet dijo, sobre Jace y que podría estar muerto. ¿Tú... crees que sabe algo que nosotros no?

Ral frunció el ceño.

—Es difícil decirlo, viniendo de él. No me confía más que lo necesario.

—¿Crees que volverá?

—¿Beleren? Es posible —Ral se encogió de hombros—. Es demasiado molesto como para quedarse fuera.

—En eso concuerdo —dijo Vraska mientras se forzaba una sonrisa—. Me tengo que ir, tengo cosas que hacer.

—Claro —Ral se inclinó—. Mañana pues.

Mañana.

Encontró su habitación, un soso pero cómodo habitáculo, y ahuyentó a los mayordomos con librea que intentaban hacerla sentir más cómoda. Todo ahí era muy estéril, encerrada dentro de una columna gigante de piedra y acero. En su propio dominio dormía en una cama de musgo vivo, rodeada de sutiles y bellos aromas de putrefacción. Y antes se había acostumbrado al Beligerante, a su influencia siempre presente y al olor a sal del mar. Tenía las mismas ganas de acostarse sobre esa cama que sobre una tumba.

No es que dormir hubiera sido una posibilidad real. Sintió que su mente corría como un pequeño animal atrapado en una trampa, buscando una salida. Maldito sea Ral y su confianza. Maldito sea Jace, por no estar aquí cuando le necesito. Joder, joder, joder...

Poco a poco, muy poco a poco, el sol se puso. Vraska yacía en la fría oscuridad, mirando a la nada y tratando de no pensar.

Hubo un susurro en la puerta principal de su habitación. Se levantó de la cama de inmediato, con el corazón golpeándole el pecho y los zarcillos retorciéndose salvajes. Por unos momentos solo hubo silencio.

Se podía ver algo junto a la puerta. Un trozo de papel doblado, empujado debajo. Vraska cruzó la habitación y la recogió. En una pulcra letra de cobre la nota ponía sin más:

A la sala de conferencias, ya. Sin guardias.

Hubo un largo silencio. Poco a poco Vraska hizo unabola del papel.

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La puerta de la sala de conferencias estaba entreabierta. Vraska se deslizó y sus botas golpearon con suavidad el mármol. Las grandes ventanas estaban cerradas y la lluvia golpeaba contra ellos a un ritmo constante. Más allá la ciudad estaba en su mayor parte oscura, y el aguacero había inundado a toda calle exceptuando las elevadas. Solo unas pocas luces brillaban, resonando en el cielo por lejanos destellos de relámpagos. Tal como decía la nota ningún guardia aguardaba en la puerta.

Isperia estaba sentada donde estaba durante la cumbre, apoyada en sus patas leoninas. Estaba leyendo algo y tomando notas, de modo que sus grandes patas manejaban papel y pluma con una sorprendente delicadeza. Inclinó la cabeza cuando Vraska entró, percatándose de la presencia de la gorgona, pero no levantó la vista hasta que Vraska se aclaró la garganta.

—Señora del Gremio —pronunció Isperia—. Pensaba que te ibas a quedar dormida.

—Me sentía cansada —comentó Vraska mientras cruzaba la sala. Estaba tranquila, con los zarcillos planos y plácidos—. ¿Y tú?

—Debo dormir poco —dijo Isperia—, y mis deberes nunca descansan. Incluso en medio de eventos así la actividad del Senado debe continuar.

—Sí —dijo Vraska—. Es así, ¿no?

Isperia llegó al final de una página y dejó su pluma con cuidado. Levantó la vista dejando ver que sus pálidos ojos ya sabían algo.

—Hay algo que deseas decir —dijo la esfinge.

—¿Cuánto sabes de mí? —preguntó Vraska.

—Lo suficiente —respondió Isperia—. Eras una asesina de los Golgari. Dadas las revelaciones recientes, podemos dar por hecho que eres una Planeswalker.

—¿Quieres saber cómo descubrí que yo era una Planeswalker?

—Admito que tengo cierta curiosidad sobre cualquier cosa relacionada con el tema.

—Nací aquí en Rávnica —Vraska comenzó a pasearse de un lado a otro, con los plácidos ojos de Isperia siguiéndola—. En las profundidades, por supuesto, pero nunca pertenecí a los Golgari. No fui muy... política, y hubieran querido valerse de mí —se acarició los zarcillos—. Solo quería ser fiel a mi naturaleza. Cazar sola y libre.

>>Tenía diecisiete años cuando el Senado decidió que los Golgari se habían hecho demasiado poderosos, demasiado numerosos. Necesitaban tenerlos fuera de ciertas áreas que habían reclamado. Los otros gremios esperaban eso mientras los soldados azorios descendían a las profundidades y acorralaron a los pacíficos granjeros de podredumbre, los kraul, a quien pudieran encontrar. No les importaba si éramos miembros o no. Me llevaron por lo que era, no por lo que creía, y me mandaron a la cárcel con los demás.

>>Y menuda cárcel era —Vraska se dio la vuelta bruscamente para encarar a Isperia—. Tus escribas son buenos en leyes y principios, pero no se les da tan bien la logística básica, ¿verdad? Estábamos apiñados cinco, seis o siete por celda. Iba a rebosar, y cuando lo hizo la represión fue cruel. Comenzaron a llevarnos a celdas improvisadas de toda la ciudad. Estaba atrapada en un sótano sucio con otros cien.

>>Ahí nos dejaron por horas. Por días. Nadie en el Senado sabía qué hacer. Estábamos muertos de hambre, sucios con nuestros propios desechos, y todo lo que los guardias podían decirnos era que debíamos esperar a que recibieran nuevas instrucciones. Finalmente alguien rompió. Los guardias respondieron.

>>Yo ni siquiera luchaba —Vraska miró sus manos—. No había lidiado mucho con los habitantes de la superficie por entonces, pero sabía que esperaban una excusa. Una gorgona es peligrosa. No podemos evitar serlo, ¿verdad? Si luchaba o reaccionaba, habrían tenido todas las razones para matarme. Así que me quedé en la esquina, con las manos sobre los ojos —Dio una profunda bocanada—. Y cuando terminó, me arrastraron y me dieron una paliza de todos modos. Recuerdo el momento en que me di cuenta de que no iban a parar, que iba a morir en este sucio sótano, porque sí. No podría soportar eso. Así que simplemente... me fui.

—Huiste a otro plano —adivinó Isperia.

—Es una forma de decirlo —acordó Vraska—. Otra forma de decirlo es que me desperté en un pantano, con la mitad de las costillas rotas y sin saber dónde estaba.

—Según la información que nos compartió Niv-Mizzet —explicó Isperia—, las experiencias traumáticas suelen ser una forma de despertar una chispa de Planeswalker.

—Tal como lo entiendo yo —murmuró Vraska. Dejó de andar, delante de la esfinge misma—. Supongo que tendré que darte las gracias por la mía —sus zarcillos se movieron—. Los azorios no. Tú. Tu nombre estaba en la orden de arresto.

—Lo sé —reconoció Isperia—, era jueza suprema por entonces. Recuerdo esos disturbios que me acabas de describir.

—Lamentable, desde luego —pronunció Vraska—. Así habíais descrito eso los azorios: 'Lamentable.'

—Sí.

Vraska dio un paso adelante.

—¿Te arrepientes? ¿De haber dado la orden?

—No —dijo Isperia con tranquilidad—. Se cometieron errores en la ejecución, pero el principio era sólido. Los Golgari se habían vuelto peligrosos, y estaba en juego el equilibrio. El Senado tiene que actuar en el mejor interés por Rávnica.

—Lo volverías a hacer.

—Si fuera necesario.

—Eso pensé —suspiró Vraska—. Jace me dijo que debía actuar en el mejor interés por Rávnica. Por un tiempo pensé que tenía razón. A bordo de mi barco, con mi propia tripulación, podía creerlo —Sacudió la cabeza—. Pero viniendo aquí...

—Y aun así has venido a este consejo —recordó Isperia—. Has puesto antes los intereses de Rávnica.

—Así es.

Lo siento, Jace. Todo parecía muy simple a bordo del Beligerante. Estabas equivocado conmigo.

Vraska levantó la vista, y sus ojos se llenaron de luzdorada.

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Esta vez los delegados llegaron de golpe, apresurándose frente a las puertas dobles. Ral vio cómo los representantes Simic hablaban en un amontonado grupo, mientras Emmara discutía con sus compañeros elfos y Borborygmos, encorvado en el pasillo, emitía un gruñido exasperado. Dovin Baan hablaba en voz baja con los dos soldados azorios fuera de la puerta, hasta que un mayordomo se apresuró con una gran llave de hierro.

—Mis disculpas —dijo Dovin—. Al parecer la puerta estaba cerrada anoche, por algún motivo.

Giró la llave y los soldados abrieron las puertas. Ral dio un paso adelante y se quedó helado.

La sala de conferencias estaba prácticamente como en la anterior sesión. La gran ventana estaba abierta, y la lluvia había rociado el mármol y oscurecido las cortinas de puro blanco. Sentada a la cabeza del circo de conferencias, donde había estado la noche anterior, estaba Isperia. Estaba en gesto de encabritarse, con las patas traseras planas en el suelo y su calmado rostro atrapado en una expresión de sorpresa congelada. Y, desde la nariz hasta la cola, no era más que piedra gris, como una estatua exquisitamente detallada.

Ral tardó un momento en procesar lo que estaba viendo y otro para volver a respirar. Antes de que pudiera hablar, el pasillo estalló en un pandemonio.

—¡Asesinato! —bramó la minotauro, quieta frente a Aurelia.

—¡La gorgona! —exclamó uno de los elfos—. ¿Dónde está?

Ral se dio cuenta de que Vraska no estaba entre la multitud de embajadores a la vez que los demás, y el murmullo de voces se elevó a un tono más alto.

—¡Es una trampa! —raspó el representante Simic de ojos de pez—. ¡Nos ha atraído a una masacre!

Solo Dovin Baan parecía capaz de mantener la calma. Entró en la sala mirando a la líder del gremio petrificada y se giró hacia los soldados azorios del pasillo.

—Establezca un perímetro, Capitán. Quiero que se inspeccione este edificio de inmediato. Y quiero seguridad extra aquí, el doble.

—Yo coordinaré mis fuerzas para ayudar —sentenció Aurelia. Sus alas se abrieron de golpe cuando cruzó corriendo la sala y se tiró por la ventana abierta.

—Mantengan la calma todos —llamó Dovin, dándose la vuelta—. Están todos bajo nuestra protección...

—¡Ya hemos visto de qué sirve! —espetó el representante Simic—. Yo por mi parte me largo de aquí ya.

La discusión entre los elfos llegó a un punto culminante cuando los magos Simic de túnica púrpura se dirigieron a la salida. Los otros que habían venido con Emmara se giraron para seguirlos, y la propia Emmara le dirigió a Ral una mirada impotente y sacudió la cabeza antes de apresurarse a alcanzarlos.

Ral miró desesperado a Dovin.

—Quizá si fuéramos a algún lugar a esperar...

—El carapez tiene razón —comentó Kaya—. Deberíamos salir de aquí hasta que sepamos que es seguro. Si Vraska se ha vuelto contra nosotros, no sabremos qué más nos tiene jugada.

—Pero...

—Lo siento —Kaya tocó a Teysa en el hombro, asintió y las dos se alejaron.

Con eso parecía haberse llegado a un consenso. Hekara pasó al lado de Ral cuando los otros delegados huyeron, dejando disculpas a su paso. Ral los miró fijamente, aún aturdido, incapaz de creer lo rápido que habían cambiado las cosas.

Estábamos muy cerca. Sintió la vieja ira hirviendo en su interior. Muy cerca, joder. Y Vraska...

—¿Ahora qué? —preguntó Hekara dubitativa.

Borborygmos lanzó un rugido furioso antes de darse la vuelta y arrastrarse con torpeza por el pasillo. Su traductor similar a una rana le hizo una reverencia a Ral.

—El Señor del Gremio me indica que diga que sacrificó mucho para estar aquí a instancias de Niv-Mizzet. Mucho respeto y honor entre su gente. Ahora se enfrentará a retos, por cierto. Desea que sepas que tienes su animosidad.

—¿Qué animosidad? —preguntó Hekara mientras el traductor se inclinaba de nuevo y se giraba irse.

—Un motivo cortés para decir que me va a arrancar la cabeza la próxima vez que me vea —murmuró Ral. Se dio la vuelta para dar con Lazav al hombro, envuelto en su parpadeante manto ilusorio—. ¿Supongo que tú también te vas?

—Sólo por ahora —respondió Lazav—. Los Dimir quedan a tu disposición, en caso de que encuentres una manera de proceder. Pero me gustaría aprovechar este momento para recordarte una advertencia

—¿Cuál advertencia?

—Yo no era de quien debías desconfiar —Lazav dio una borrosa y parpadeante reverencia y se desvaneció.

Se acabó. Ral sintió como si se hubiera vaciado por dentro. Se acabó.

Había pensado que esta vez sería distinto. Había depositado su confianza en Hekara y en Kaya. Y en Vraska. ¿Por qué, en el nombre de Rávnica, habría pensado que iba a funcionar?

Y ahora...

Cerró los ojos. Tras sus párpados podía ver los mapas del Laberinto Implícito que había compilado para Niv-Mizzet, antes del concurso que había producido el Pacto Viviente. Los caminos conducían a través del territorio de cada gremio, en una compleja red de magia que mantenía los fundamentos básicos de Rávnica. Para cambiarlo se requería el consentimiento de cada gremio, porque la magia tocaba a cada gremio.

A menos que...

Sintió que algo burbujeaba en el fondo de su mente. Planes y proyectos, una máquina que se extendería a través del Décimo Distrito.

Un camino hacia delante.

Abrió los ojos.

—¿Ral? —llamó Hekara.

—No hemos terminado —Ral se pasó una mano por el pelo y un crujidoeléctrico le devolvió su peinado puntiagudo—. Aún no.

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