Capítulo 10

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La lluvia cayó como si tuviera algún rencor contra la ciudad, sacudiendo las tejas y golpeando las ventanas. Aun con su magia separándola de su cabeza, Ral anduvo a través de una niebla de gotas rebotando y su abrigo estaba mojado en cuanto llegó a Nueva Prahv.

El Salón del Gremio Azorio estaba repleto de soldados. Isperia había llamado a todas sus reservas para proporcionar seguridad a la cumbre y detener las muchedumbres de ciudadanos curiosos que se habían reunido a pesar del mal tiempo. Que algo importante se estaba dando lugar se había convertido en un secreto a voces en la ciudad, y la plaza alrededor de la gran torre triple estaba llena de una masa humanoide. Los soldados azorios de armadura blanca lucharon por mantener un carril estrecho abierto, a través del que los delegados podían acceder.

Ral se mantuvo alerta sobre toda la muchedumbre. Parecían interesados en lugar de iracundos, al menos por ahora, y captó una ola de gritos de emoción cuando el delegado Simic llegó en un carruaje vivo que se arrastraba junto con grandes tentáculos morados. El propio Ral se coló tras ellos, reconocido por los soldados en la puerta pero ignorado por los espectadores.

Una joven nerviosa lo guió a una de las torres, y juntos subieron una escalera de mármol pulido. Finalmente le llevó a un gran par de puertas dobles, con incrustaciones de filigrana dorada y plateada que representaban el emblema azorio, con un peso tal que un par de criados corpulentos tuvieron que abrirlas. Dentro había una de las cámaras de debate del Senado: se trataba de una sala circular con un banco de mármol elevado que rodeaba todo el perímetro. Había un estrado en el extremo más alejado para los discursos, frente a una inmensa ventana de varias vidrieras cubiertas de lluvia. A lo lejos un rayo brilló entre las nubes, y Ral sintió que su propio poder resonaba en sincronía con cada rayo.

No fue el primero en llegar. Isperia ocupó el estrado, con Dovin Baan a su lado, y ambos absortos en una lectura. Hekara, que se había ido esa mañana para recibir las instrucciones finales de sus superiores, se sentó en el banco de mármol, saludando frenéticamente a Ral.

Más sorprendente era el cíclope sentado con las piernas cruzadas tras el banco, con la cabeza inclinada y a solo centímetros de rozar el techo. Debía tratarse de Borborygmos, Señor del Gremio Gruul. Tenía un aspecto bestial, con una melena salvaje roja y dos cuernos retorcidos, e indumento con tan solo unos pocos restos de armadura de cuero. En la pulida serenidad del gremio Azorio el gigante parecía completamente fuera de lugar.

Pero está aquí. Niv-Mizzet había prometido llevarle, pero Ral tuvo que admitir que había estado dudando de la Mente Ardiente. Me pregunto qué tipo de favores habrá hecho para cumplir su promesa.

Borborygmos no le prestó atención a Ral, pero levantó la vista con un resoplido cuando las puertas se abrieron de nuevo mostrando la figura angelical de Aurelia

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Borborygmos no le prestó atención a Ral, pero levantó la vista con un resoplido cuando las puertas se abrieron de nuevo mostrando la figura angelical de Aurelia. Le siguieron varios oficiales Boros de alto rango, incluida la minotauro que Ral había visto la última vez. La vista de sus uniformes pareció incordiar al cíclope, que emitió un gruñido bajo rematado con unos pocos ladridos de ira.

La Tormenta InminenteWhere stories live. Discover now