El Bosque de la Noche Eterna

By LittleLeviosa

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Aeryn Lapworth nunca había puesto en duda su sensatez. Aunque le encantaba leer (quizá demasiado), su única a... More

Prólogo
Capítulo 1: Cómo lograr que te lleven a caballito
Capítulo 2: Cómo caer con estilo
Capítulo 3: Cómo hablarle a tu amor platónico
Capítulo 4: Cómo ser una buena animadora
Capítulo 5: Cómo fabricar tu propio columpio
Capítulo 6: Cómo escapar de una Amazona pelirroja
Capítulo 8: Cómo distinguir las clases de cuchillos

Capítulo 7: Cómo insultar de forma creativa

212 20 16
By LittleLeviosa

¡Enfundad las armas! Que ya estoy aquí... y quiero deciros que sigo esperando vuestros comentarios para el BookTrailer (ya sabéis: opinión general, no muy largos, etc.) y que podéis dejármelos tanto en los comentarios como por mensaje privado.
Ya, ya os dejo con el capítulo... ^^
***

Esta vez, fue una rama al romperse lo que despertó a Aeryn de un extraño sueño en el que se columpiaba por encima de un acantilado.
La muchacha se incorporó. Alguien andaba por ahí fuera: Ronnie, supuso. Sin embargo, se sorprendió al ver que el colchón de Madeleine estaba vacío. Y sólo había una explicación posible para que hubiera salido tan temprano.
¿Es que pensaba ir de nuevo a la Aldea? Cada día sospechaba más acerca de su comportamiento...
Con sigilo, Aeryn salió de su cabaña y entró en la que Jayce compartía con Ronnie. Pensó que tendría que despertarle, pero el rubio se hallaba arrodillado frente a su colchón, ajustándose unas zapatillas sin agujeros. Aeryn supuso que serían las que le dio su tío para ir al instituto, y por eso no estaban rotas.
—Qué madrugadora —dijo Jayce cuando la vio entrar.
—¿Sabes que Madeleine ha vuelto a marcharse?
—¿A la Aldea?
—Eso creo.
No parecía sorprendido. Jayce se levantó y salió de la cabaña, sin decir palabra, hasta que se adentraron entre la espesura. El silencio era extraño, pensaba Aeryn. Con el resto de las personas se obligaba a sacar un tema de conversación pero, allí, con Jayce, se sentía bien sólo con oír su respiración y los sonidos de la naturaleza que la rodeaban. Era como si ambos estuvieran solos, y eso los uniera. Y era un silencio maravilloso.
Pero, al cabo de unos minutos, no pudo evitar interrumpirlo.
—Me pregunto cuándo te decidirás a contarme al fin cómo fue tu cita —dijo, sonriendo de forma irónica.
Jayson giró la cabeza hacia ella y suspiró.
—Tenía la remota esperanza de que no supieras que era anoche, pero ya veo que te lo dijo Madeleine.
—Ajá.
El muchacho se encogió de hombros.
—Fue bastante divertido. Caminamos hasta la Laguna hablando de las Amazonas, y una vez allí averiguamos quién aguantaba más en el agua fría. ¿Puedes creer que me ganó? —añadió con un resoplido.
—Pues claro que puedo —dijo Aeryn, burlándose de él—. Me alegro de que os fuera bien, pero, ¿la besaste?
Jayce negó con la cabeza.
—¿No? ¿Por qué? —preguntó Aeryn, extrañada. Si les había ido bien, era lo más lógico.
—La verdad es... —empezó— que no estamos saliendo juntos —antes de que Aeryn lo interrumpiera, continuó hablando—. Aunque nos lo pasamos genial, no creo que estemos hechos el uno para el otro. Además, ella dijo... —se quedó pensativo— que no era su tipo, o algo así.
—Lo siento —dijo Aeryn.
Jayce sonrió burlón.
—Supongo que me toca hacer de sujetavelas —dijo, y se inclinó para darle un beso a Aeryn en la coronilla.
—Estamos bien sin necesidad de tu compañía, pero gracias por tu oferta —dijo la muchacha, conteniendo la risa.
—Mi compañía es muy valiosa.
—Claro.
—Que sí.
—Lo que tú digas.
—Oye, que si quieres me voy —Jayce hizo ademán de darse la vuelta.
—Adiós.
Aeryn miró por el rabillo del ojo cómo los hoyuelos de su amigo asomaban en una sonrisa y, sin decir palabra, entrelazaba los dedos de su mano con los de ella.
Le devolvió la sonrisa y caminaron juntos, en ese silencio que tanto le gustaba.
Entonces... entonces notó algo.
El vacío.
Ahí estaba.
Otra vez.

—Será posible...
Jayce mascullaba palabras imposibles de entender. Parecía molesto.
La escena que ambos observaban, a una distancia prudencial, era extraña.
Primero, una chica rubia con el pelo recogido en una trenza de la que no se escapaba ni un mechón. Estaba sentada, con las piernas cruzadas, y observaba el entrenamiento de las Amazonas con atención. Apenas unas hierbas altas la ocultaban, pero parecía ser suficiente debido a su lejanía.
Después, unos rizos negros y alborotados. Ronnie estaba de rodillas, inclinado hacia delante en la primera fila de arbustos. Miraba entrenar a esa mujer que según él era su madre y, al contrario que Madeleine, parecía inquieto. Normal, pensó Aeryn, desde esa distancia cualquier descuido podría revelar su posición. Tal vez por eso Jayce parecía tan irritado.
—¿Es que quiere que lo maten? —sus palabras confirmaron las sospechas de la muchacha.
—No sabe lo que hace —intentó defenderlo ella—. Le ciegan las ansias de ver a su madre.
—¿Acaso cree que tendrá siquiera piedad si le conoce? Es una maldita Amazona. No tendrá más remedio que encarcelarlo.
—Te recuerdo que no lo hizo cuando nació...
—Sólo era un bebé. Creyó que moriría y que tal vez ése sería un destino mejor.
—Lo que demuestra que se preocupa por él.
—Preocupaba —corrigió—. Olvídalo, Aeryn —dijo Jayce, soltando su mano de golpe y echando a andar hacia los árboles—. Tenemos que advertirle y decirle que se aleje.
Sus pisadas alertaron a Madeleine, que se volvió de golpe hacia ellos con expresión alarmada. Como si la hubieran descubierto cometiendo alguna acción prohibida. Como única respuesta, Aeryn se llevó un dedo a los labios, indicándole que guardara silencio mientras Jayce, a gatas, avanzaba muy despacio hasta su mejor amigo.
Las dos chicas se quedaron sentadas entre la hierba, observándose, hasta que Madeleine rompió el silencio.
—¿Recuerdas cuando te dije lo extraña que era?
—Ajá.
—Pues la gente extraña guarda secretos. Y me gusta ser extraña.
—Extraña —Aeryn saboreó la palabra que su amiga tantas veces había repetido. Tal vez fuera mejor así, se dijo.
Después de todo, los secretos no se revelan hasta el final del libro.
—¿Qué hace Ronnie? —Madeleine se puso alerta de repente, sacando a Aeryn de sus pensamientos.
Posó la mirada primero en Jayce, que se encontraba a apenas unos metro del muchacho. El rubio estiró el brazo hacia él, como si intentara detenerlo. Y con razón.
Había salido de su escondite.

—Insensato, estúpido... —masculló Madeleine mientras ella y Aeryn se acercaban a sus amigos con paso sigiloso—. ¿Hay algo que vaya después de "estúpido"?
—Gilipollas. Pero no es una palabra muy adecuada.
—Eso que ha hecho no es muy adecuado, así que perfecto.
Por suerte, Ronnie aún se encontraba a la suficiente distancia de las Amazonas para que lo ignorasen si estaban concentradas en otra cosa.
—No lo ven —les informó Jayce cuando llegaron a su altura, a apenas cinco metros del de los ojos de zafiro—. Están completamente volcadas en su entrenamiento.
Aeryn asintió muy despacio, atreviéndose a levantar la vista unos centímetros.
Sólo un poco, hacia la zona de espadas.
Pero fue suficiente para verla.
—Lamento tener que recordaros —murmuró con voz quebrada—. Que no a todas las Amazonas les gusta entrenar.
—De hecho... conocemos a una que lo odia.
Jayce y ella cruzaron miradas con mensajes callados. ¿Era una buena señal? ¿O Lorette cumpliría su amenaza de llevarlos ante Keira?
Mientras la pelirroja clavaba la vista en ellos con los ojos muy abiertos, Ronnie, por fin, reaccionó. Se dio la vuelta tan bruscamente que tropezó y cayó al suelo, percatándose sólo entonces de la presencia de sus tres amigos.
—¿Qué...?
—No hay tiempo. Vamos —dijo Madeleine, tomándole de la mano.
Los cuatro parecieron olvidar cualquier cosa relacionada con la discreción mientras huían a grandes zancadas.
Pero eso es lo que pasa cuando corres el riesgo de morir, ¿no?
Tardaron poco más de un minuto en llegar a la Laguna: una vez allí, mientras intentaban recuperar el aliento, observaron el horizonte con desconfianza.
—¿Avisará a las demás? —preguntó Ronnie.
—No —dijo Madeleine, muy segura—. Pero creo que tú nos debes una explicación.
Jayce asintió. Aeryn se acercó a Ronnie, que ya se había dejado caer sobre la hierba que rodeaba la Laguna,  y se sentó junto a él, cogiéndole la mano.
—¿Por qué te pusiste de pie? —preguntó muy despacio, como si estuviera hablándole a un niño que hubiera cometido una trastada.
—Yo... —Ronnie clavó sus ojos azules en ella, pero no pudo sostenerle la mirada—. Fue un impulso. Quería que me viera, que me... —exhaló un suspiro ronco— que me reconociera y, tal vez que se mostrara... Es una idea sin sentido —atajó—. No sé qué me llevó a pensar que sería diferente. Si lo fuera, habría huido al Bosque, como las demás. Fui un estúpido.
—Un gilipollas —murmuró Madeleine.
—Eso también —Ronnie sonrió triste.
Aeryn le besó la mejilla.
—Estamos bien. Eso es lo importante, ¿no? Siempre lo es.
—Sí, estamos bien. A menos que te refieras al sentido común de Ron...
—¡Jayson!
—Vale, vale. Tengo hambre y quedan doce horas para el anochecer. ¿Qué se supone que vamos a hacer?
Aeryn, Jayce y Ronnie se miraron entre ellos, en silencio.
Madeleine contemplaba el horizonte.
No el castillo de Keira, sino hacia el otro lado; desde el Bosque hacia más allá de las últimas colinas que se camuflaban con el cielo: las tierras que nadie conocía.
—Ese es el problema, ¿no? —dijo—. Pero si lo pensáis bien, las posibilidades son infinitas.
—¿A qué te refieres? —preguntó Aeryn.
La de los ojos verdes se encogió de hombros.
—Quiero decir que me extraña... que nunca nadie haya querido averiguar qué hay más allá.
Jayce miró a Aeryn. Nadie ha querido averiguarlo. Porque no hay nada.
Pero un nuevo sentimiento se abrió paso entre los otros: tímido, firme. Curiosidad.
La nada. ¿Cómo sería?
—Me he prometido no hacer más esfuerzo físico hasta que muera —dijo Aeryn finalmente. Lo mejor sería no arriesgarse: el riesgo nunca acaba bien en los libros—. Aunque, pensándolo mejor, hasta que mi vida esté en peligro. Si no, no tendría sentido.
—Iré contigo —dijo Jayce, para sorpresa de todos—. Siempre viene bien explorar un poco.
Madeleine sonrió, y se giró hacia el horizonte. Ambos comenzaron a caminar, pero el rubio se volvió una última vez hacia Aeryn. «La vigilaré», pronuncianron sus labios sin dejar escapar ni un susurro.
—¿Están juntos? —preguntó Ronnie cuando se quedaron solos—. Jayce y Madeleine, quiero decir. Hacen buena pareja.
Aeryn negó con la cabeza, con una pregunta rondando por su cabeza. ¿La hacían? ¿Hacían buena pareja?
—Madeleine rechazó a Jayce. Dijo que no era su tipo. Cosa extraña —añadió—, ya que fue ella quien propuso la cita.
—Madeleine es extraña —dijo Ronnie, poniendo énfasis en la palabra "es".
—Sí, sí que lo es.
Ojos de zafiro y chocolate se contemplaron en silencio durante unos minutos. Sin embargo, esta vez Aeryn sintió la necesidad de romperlo. El silencio era de Jayce. De ella y Jayce. Sólo suyo.
—¿Recuerdas mi diario?
—¿El que llevabas el primer día?
—Ajá. ¿Lo tienes tú?
Ronnie frunció el entrecejo.
—¿Y por qué iba a tenerlo yo?
—Porque ha desaparecido. Y Jayce, Madeleine y tú sois los únicos que conocéis su existencia.
—Pues pregúntale a Jayce o a Madeleine.
—Ya lo he hecho. No han sido ellos.
—Pues yo tampoco. ¿No confías en mí? —Ronnie se apartó un rizo color ébano de la cara, pero no tardó en volver a deslizarse por su frente, revoltoso.
—Supongo... que sí —dijo Aeryn.
No era posible.
—¿Supones?
Él era su última opción.
—Lo siento, es que...
Si él no lo tenía...
—Puedes fiarte de mí —Ronnie la rodeó con el brazo y le dio un beso en la sien—. Soy tu novio, ¿no? —Aeryn le devolvió la sonrisa, sumida en sus pensamientos.
Sólo podía significar dos cosas.
Que un desconocido había robado el libro.
O que uno de sus tres mejores amigos le había mentido.
¿Qué era peor?

Aeryn abrió los ojos. Estaba apoyada sobre el pecho de Ronnie, que aún dormía y respiraba contra su cuello.
La chica se estremeció con la caricia de su aliento cálido y se puso en pie con dificultad. El Bosque se alzaba ante ella con todo su esplendor, y los aullidos de las Amazonas llegaban en forma de terror lejano.
Aeryn sonrió y se recogió un mechón de pelo tras la oreja. ¿Cómo era posible dormir tanto?
Miró a su alrededor. La gente del Bosque ya rodeaba la Laguna en su totalidad, dispuestos a pescar y lavar, pero hacían tan poco ruido que asustaba.
Una figura que caminaba por la orilla le llamó especialmente la atención.
—Hola, Jayce —dijo cuando se acercó a él—. ¿Dónde está Madeleine?
—Al cabo de dos horas andando se arrepintió y decidió dar la vuelta —contestó con una sonrisa divertida—. Yo seguí un poco más. Estará descansando en su cabaña.
—¿Encontraste algo?
—¿Tengo cara de haber encontrado algo?
Aeryn le miró. Los iris del muchacho cambiaban con el tenue resplandor de la luna creciente: el ámbar parecía ganar terreno al color gris plateado de alrededor, como si hubiera bajado la marea en sus ojos.
Jayce también la miró.
Se miraron.
—Tienes cara de tener mucha hambre —percibió finalmente Aeryn.
Jayce soltó una carcajada.
—Buena observación. Pero te prometo que nos daremos un atracón de verduras cuando volvamos.
—¿Verduras? —Aeryn hizo una mueca de disgusto.
El rubio bajó la vista hacia su tripa.
—Me dijiste que no llamara gorda a ninguna chica. No quiero tener razones para hacerlo.
—¡Serás...! —hizo una pausa—. Espera un momento, tengo una larga recopilación de insultos creativos y quiero utilizarlos —Jayce hinchó las mejillas, como si estuviera intentando a duras penas retener una carcajada—. Olvídalo. Estoy en blanco. Eres un idiota.
Pero se puso de puntillas para darle un beso a ese idiota, justo en un hoyuelo.

—Me toca.
—¿Qué?
Después de un rato caminando, Jayce y Aeryn habían acabado por sentarse y descalzarse para meter los pies en la orilla de la Laguna.
—El juego de las diez preguntas. Mi apellido es Rivenstone. Ahora me toca a mí —sonrió.
Aeryn le dio la mano. El resto de habitantes del Bosque trabajaba tan en silencio que temía que estuvieran escuchando su conversación.
—Vale —dijo.
—¿Cuántas veces te has enamorado?
Aeryn no tuvo que pensarlo mucho.
—Una por cada libro que he leído, eso como mínimo.
—Me refiero a algo real —Jayce alzó las cejas—. Sin ofender.
—Decir eso sólo hace que me ofenda más, ¿sabes? —la muchacha le soltó la mano, fingiendo estar enfadada.
—No llamarte gorda directa ni indirectamente. No decir "sin ofender". Apuntado —sus hoyuelos asomaron—. ¿Y bien?
—Una vez, cuando aún estaba en primaria. Él se llamaba Riley y me ignoraba completamente. Pero después se volvió estúpido y me olvidé de él.
—Espera, ¿Riley? ¿El mismo que se burló de ti el día que llegué al instituto?
—Ajá.
—Pues qué mal gusto tienes.
—Olvídalo —Aeryn dejó escapar un bufido—. Y... supongo que Ronnie también cuenta. Ahora mismo es tan real como yo. ¿Me toca?
Jayson asintió. Aeryn sabía que no podía preguntarle nada que tuviera algo que ver con su pasado (ya que no se acordaba de nada), lo que complicaba bastante las cosas.
Así que optó por algo fácil.
—¿Te gusta Madeleine?
Jayce soltó una carcajada.
—No me gusta. Pero tengo una teoría respecto a ella.
—¿Cuál?
—Eh, que eso es otra pregunta.
Ambos alcanzaron a oír un bostezo: Ronnie había abierto los ojos, pero no parecía haber reparado en ellos aún.
—Vale. Tu turno.
—¿Cómo te sientes cuando estás enamorada de alguien?
Aeryn supuso que la pregunta anterior era simplemente para asegurarse de que podía contestar ésta.
—Pues... La gente dice que cuando estás enamorado sientes mariposas en el estómago. Yo creo que más bien son dragones.
—¿Es eso lo que sientes cuando estás con Ronnie?
Aeryn frunció el entrecejo. ¿Lo era?
—Sí.
—Finges de pena.
—¿Qué?
—Que no me engañes —Jayce le dio un toquecito en la mejilla con el dedo índice.
Maldita sea, pensó Aeryn. ¿Cómo había llegado a conocerla tan bien?
—Pero es cierto. O eso creo.
Jayce sólo asintió.
—Ahora tú.
—¿Me robaste el libro?
—¿Qué? —el muchacho frunció el ceño. Parecía estar dudando de si se trataba de una broma—. Ya te dije que no. ¿Por qué iba a hacerlo?
—Porque Ronnie me ha dicho que él no ha sido. Y sólo vosotros tres conocéis su existencia.
—Exacto. Tres. ¿Qué hay de Madeleine? —Jayce bajó la vista, visiblemente enfadado—. Creí que confiabas en mí.
—Lo siento —la chica miró al suelo, imitándolo—. Se me acaban las opciones, Jayce. No sé qué hacer.
Jayce suspiró.
—Aeryn, Aeryn...
—¿Qué?
—Hablas en singular. Lo dices como si estuvieras sola en esto.
Y volvió a cogerle la mano.
—Hablando de Madeleine, ¿qué hay de la teoría que...?
Una sardina apareció ante sus ojos.
No en el agua nadando, sino asada y justo delante de sus narices.
—Soy rápido, ¿eh? Me ha dado tiempo a ir a la Hoguera a por unas cuantas.
Era Ronnie. Jayce y Aeryn se soltaron las manos rápidamente y se hicieron a un lado para dejarle un hueco, cogiendo una sardina cada uno. Aeryn sacó los pies del agua; «esto es tan extraño», se dijo. «Las sardinas ni siquiera son peces de agua dulce».
—¿De qué hablábais? —preguntó el de los ojos azules.
Aeryn bajó la vista, muda. ¿Debía confesar su inseguridad? No podía parecer que se preocupaba demasiado por la desaparición del libro, pues en ese caso Ronnie comenzaría a sospechar que no se trataba únicamente de un simple diario. Aunque, ¿y si ya lo había descubierto? Ya no sabía en quién confiar.
—Le estaba comentando a Aeryn el novio tan penoso que eres.
Jayce al rescate, pensó ella con un bufido.
—¿Perdona? —dijo Ronnie, indignado.
—Bueno, te has puesto en peligro apenas un par de días después de empezar a salir con ella. No es muy considerado por tu parte. Que yo sepa —la miró fugazmente— nunca ha sido viuda. De momento —añadió, pronunciando la última frase muy lentamente.
—Ja, ja, ja —intervino Aeryn, que ya se sentía un poco ignorada.
—¡No actué de forma consciente! —se quejó Ronnie.
—Ayer me comí una iguana —probó Aeryn, pero ambos la habían desechado completamente de la discusión, así que se levantó y se puso los zapatos, ofreciéndose voluntaria para llevar una cesta llena de pescado a la Hoguera.
Por el camino, sola, tuvo tiempo para reflexionar, pero lo cierto es que una única palabra le rondaba por la mente.
«¿Cuánto?»
¿Cuánto quedaba?
¿Cuántos misterios debían resolverse antes de que el libro finalizara?
¿Cuántas páginas había escrito, vivido, respirado?
¿Cuánto faltaba para que todo hubiera acabado?
Justo cuando había depositado la cesta en un tronco cercano a la Hoguera, oyó una voz.
—¡Aeryn!
La muchacha se sorprendió a sí misma sintiendo un repentino alivio que no esperaba, al descubrir que quien la había llamado no era Ronnie, sino Jayce.
—Me voy a dormir —dijo.
—Si acabas de despertarte —Aeryn le miró mal—. Vale, vale —empezó a caminar junto a ella en dirección a las cabañas—. Sólo quería contarte mi teoría.
—¿La de Madeleine?
—Ajá. Creo que robó el libro.
—Eso lo dices porque tú no has sido y Ronnie es tu mejor amigo.
—Y ella es rara —añadió metiéndose las manos en los bolsillos—. Pero no, no es por eso.
—Entonces, ¿cómo estás tan seguro?
Jayce respiró profundamente, como si no supiera cómo decírselo o por dónde empezar.
—Creo que al principio fue por indagar en la vida de las Amazonas, pero que luego se lo quedó para intentar... evitar algo. Algo que pasaba según el libro y que tiene que ver contigo.
—¿Qué?
El joven suspiró.
—A ver, Aeryn, ¿por qué Madeleine va a ver a las Amazonas?
—No lo sé. Dijo que era un secreto. Ya sabes que siente curiosidad sobre ellas, acabas de decirlo.
—Ya. Pero, ¿y si es para seguir... para vigilar... para proteger a alguien? ¿A alguien a quien quiere?
La verdad golpeó a Aeryn como un millón de sardinas congeladas.
—Por eso te pidió una cita —dijo—. Intentaba olvidar.
Jayce asintió.
—Olvidar a Ronnie. Porque está enamorada de él.

—Eh, Jayce.
—¿Sí?
—Eres un zopenco —sonrió.
—¿Eso es un insulto creativo? —dijo el rubio entre carcajadas.
Aeryn se encogió de hombros y, dejándole solo con su risa, entró en su cabaña cerrando suavemente la puerta tras ella.
Dos figuras estaban sentadas sobre el colchón de Madeleine.
Dos pares de ojos verdes la observaban.
Unos eran claros, como el césped recién cortado. La miraban con finos labios fruncidos, firmes y persistentes.
Los otros eran oscuros y brillantes como esmeraldas sin pulir. Se movían sin parar, de un lado a otro; nerviosos, inseguros, con manos temblorosas. Ojos como súplicas.
Las dos eran chicas.
Pero una no debería estar allí.
A Aeryn se le había quitado el sueño. Abrió la boca, pero sólo dejó escapar un susurro apenas audible.
—¿Lorette?

***
¡Hola! Después de tan perpetuo abandono, ¡aquí estoy de nuevo! La evaluación de mi instituto se había adelantado hasta esta semana, por lo que ya, por fin, estoy libre de exámenes *-* (os he hecho el capítulo larguito, en compensación)
Lo sé, lo sé, ahora todo tiene sentido, ¿no? Pero recordad que sólo es una teoría... (¿o no?)
Sé que muchos queréis que Aeryn esté con Jayce, lo sé, pero habrá que dejarla dudar y sufrir un poco, ¿no? (soy mala, lo sé xd)
Como podéis ver he cambiado el "reparto". Aunque no soy muy partidaria de poner cara a mis personajes, quiero que os hagáis una idea de cómo los imagino. Así que ahora podéis ver al adorable Evan Peters como Jayce (gif), a Tyler Posey como Ronnie (seguro que ahora no os cae tan mal) y a modelos random (?) como Aeryn, Madeleine y Lorette. Si vais atrás en los capítulos podréis verlos en multimedia.
Por último, quiero mencionar que este capítulo está dedicado a Julia, mi ballenator 3000, porque sí, porque me cae mal y no quiero que se note tanto.
Una vez más, muchas gracias por darle a la estrellita de los votos, y por gastar diez segundos de vuestra vida en un comentario que alegra muchos días de la mía.
¡Un abrazo virtual!

¿Hay algo peor que un chico que te odie?
Un chico que te quiera.
(La ladrona de libros)

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hola gente esta es mi primera historia espero les guste tratare de hacer lo mejor que pueda y tratare de actualizarla constantemente