PARADISO (+18/GAY)

By Mesmeriza

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Valentino es un joven intrépido recién llegado al infierno. Indignado por la falta de un pecado que justifiqu... More

Introduzione: le tende si aprono.
I - "La Morte"
II - "¿Il Inferno?"
III - "Confusione"
IV - "Impotenza"
V - "Cattività"
VI - "Estasi e Panico"
VII - "Fuga Fugace"
VIII - "Addormentato"
IX - "¡Venduto!"
X - "Urto"
XI - "Fammi vedere, il inferno"
XII - "Il Palazzo, Guarigione"
XIII - "Accettazione"
XIV - "Incantesimo"
XV - "L'angelo Nascosto"
XVI - "Assetato"
XVII - "Incontro Inaspettato"
XVIII - "La Punizione"
XIX - "Benvenuto in famiglia"
XXI - "Mangia e non Cidarti."
XXII - "Potere e Ribellione"
XXIII - "Sei un Bambino"
XXIV - "La Brutta Riunione"
XXV - "L'indomito Domato"
XXVI - "L'indomabile si Sveglia"
XXVII - "L'indomabile Domina"
XXVIII - "Alle cure di un angelo"
XXIX - "Chiacchiere sul Tè"
XXX - "L'iracondo"
NOTA/ACTUALIZACIÓN
XXXI - "La Ricompensa"
XXXII - "Ritorno alla routine"
XXXIII - "Peggio di prima"
XXXIV - "Sottomissione"
XXXV - "Sul Cornicione"
XXXVI - "Buon senso effimero"
XXXVII - "Spettatore come punizione"
XXXVIII - "Occhi per vedere le concupiscenze"

XX - "Metamorfosi"

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By Mesmeriza

Ante su respuesta, atendí mirándole exaltado.

- Es normal, Valentino. Ya deja los escándalos, es solo un poco de dolor. Se te va a pasar. - habló, indolente y desinteresado.

Una vez más, me encontraba con "los cambios". El rubio ya los había mencionado antes, cuando salimos del prostíbulo y me faltaba el aire. Pero ésta vez era distinto, me retorcía de insoportable dolor, como si mis órganos se desgarraran por sí solos.

Traté de contener mis gritos, pero me fué imposible, retorcido en el suelo. Felicios, de pié, me observaba con hartazgo.

- Ven, que ya no lo soporto. Me fastidian tus gritos retumbando por todo el salón. - Su forma de expresarse, siempre cruel y poco empática, hacía mi situación aún peor.

Me tomó del brazo y lo pasó por encima de su hombro, ayudándome a caminar. Pero fué inútil, ya que mis piernas temblaban por el dolor y no podía dar más que un paso. Al darse cuenta, suspiró y me cargó sobre su hombro.

- Como los viejos tiempos, ¿Verdad? - bromeó.

Entendí su chiste, ya que me había cargado de la misma manera en varias ocasiones. Igualmente, soportando tanto dolor, lo que menos me causaba era gracia.

Colgando adolorido de su espalda, sentí cómo subía las voluminosas escaleras que adornaban el lugar. El retumbar que se producía al subir los escalones, tan solo ese pequeño movimiento, me causaba terrible sufrimiento. Hacía vibrar mi adolorido cuerpo. Apreté mis puños, tembloroso y desganado.

No podía entender cómo minutos antes me encontraba perfectamente, y en cuestión de segundos, comencé a retorcerme en los más desagradables cólicos.

Una vez en el segundo piso, el rubio, de rápido andar, se dirigió hasta una habitación al final del pasillo y entró. Dentro era espacioso y bello, sin perder ni un céntimo de elegancia.
Era un dormitorio colosal, que irradiaba derroche de nobleza, de élite.

Repentinamente, Felicios me arrojó sobre las suaves sábanas de la cama. Pero nada se sintió suave, pues el impacto hizo mi dolor aún más punzante. Le grité variados insultos por semejante maltrato.

- Uy, perdón. Estaba verificando cuán fuerte era el dolor, y veo que mucho. - acotó gracioso.

Le quedaba bien ser un demonio, al muy hijo de perra. Bello por fuera, podrido por dentro.

Con dificultades para responderle, me limité a morder las sábanas, apagando mis alaridos de dolor. Él me observaba indiferente, como si no comprendiera el tormento ajeno. Quizás, efectivamente, no lo comprenda.

Lentamente, se sentó en la cama y comenzó a acercarse. Sentí impotencia. No quería que me provocara más dolor, no quería que me toque, que se burle, nada. Era tan impredecible que resultaba odioso, y era entendible, puesto que era un demonio, un príncipe de ellos, de hecho.

Ya estando cerca de mí, me susurró.

- Ponte hacia arriba. -

No quería obedecer. Así que me quedé quieto, intentando soportar el dolor, que ya comenzaba a darme mareos. Él suspiró irritado. Me tomó del brazo con cuidado, y lentamente me volteó hacia arriba, ya que me encontraba agonizando en posición fetal. No pude poner resistencia, ya que al mínimo movimiento, el dolor se esparcía punzante.

Aun así, me desconcertó su amable trato repentino. Lo observé con recelo, desconfiado de sus acciones, mientras me sujetaba el vientre, padeciendo múltiples espasmos.

- Mira, no empieces con tus miraditas amenazantes. Pienso ayudarte, no me hagas cambiar de opinión. - advirtió.

Entre gemidos de dolor, dudé de sus verdaderas intenciones. Él se mostraba impaciente, como de costumbre. Para su suerte, mi voluntad no duró mucho, pues el dolor comenzaba a tornarse insoportable. Era tanto que dejó de importarme lo que el rubio fuese a hacerme, solo quería ponerle fin. Entre jadeos, temblores y espasmos, le asentí con dificultad.

Sin previo aviso, abrió el abrigo de piel que traía puesto, que era mi única prenda. Me dejó al desnudo completamente, incómodo. Su fría mano acarició mi abdomen, haciendo que sospeche de la situación aún más y me espante. Ante mi actitud repelente, él resopló molesto, sin embargo, continuó con lo que hacía. Pareció dibujar un símbolo en mi vientre, trazando con las yemas de sus dedos. Estaba muy concentrado.

Su belleza física resaltaba cuando no se veía alterado. Algunas veces... me resultaba difícil no apreciar su hermosura corporal. Al finalizar su trazo, ví sus ojos brillar, una vez más. Aquél resplandor sobrenatural en su mirada siempre me llenaba de curiosidad.

Retiró su mano de mi desnudez con tranquilidad y me miró, sonriendo orgulloso de su hazaña. El dolor desapareció lentamente y sin dejar rastro. Al notar la eficacia y la rápida acción de su maniobra, le devolví la mirada sorprendido. Antes, ya me había curado dolores e incluso huesos rotos, ¿Cómo lo hacia?

- ¿Es normal que los demonios puedan curar a los demás? - pregunté fascinado, mientras ocultaba mi desnudez con el abrigo.

Él hizo una mueca de gracia.

- Los demonios comunes no, yo sí. Además, ¿No te hace falta decirme algo? ¿Gracias, quizás? - reclamó cruzado de brazos, esbozando una sonrisa.

- No te agradeceré nada hasta que cumplas con tu palabra. Vine a tu reunión sin quejarme, como me pediste. Ahora dime qué ocurre con tus ojos. - respondí, firme.

Su expresión coqueta se torno más seria, y prosiguió a explicarme.

- Es una característica que heredé de mis ancestros, y se manifiesta cuando uso alguna de mis habilidades. Es un rasgo muy peculiar, ya que representa el poder superior. Soy el único en la familia que lo tiene. -

Lo escuche totalmente cautivado, maravillado.

- Pero... ¿Por qué brillan por sí solos? Es una locura. - pregunté.

Él rió, de esa forma en la que uno ríe cuando un niño hace preguntas torpes.

- No es una locura, es solo acumulación de energía, por eso brillan. - explicó, cómo si fuera lo más normal - Los demonios somos energía, convivimos con ella. - me miró fijo - Ahí tienes tu anhelada explicación, ¿Contento? - preguntó burlón.

- Aún no, rubio. -

Él cerró los ojos y levantó las cejas, suspirando con hartazgo.

- A ver... ¿De qué se trata esta vez? - preguntó, exagerando cansancio.

- ¿Qué acaba de pasarme? Esos horribles dolores... Me has dicho que eran cambios.-

- ¿No te lo ha contado el esqueleto? Mira, tu cuerpo es nuevo, es una réplica de tu cuerpo humano. Tu mente y tu alma tienen que acostumbrarse a éste cuerpo recién nacido, a sentirlo como propio. Los cambios duelen porque empiezan a funcionar tus nuevos órganos, ese sería el mejor resumen. Yo solo calmé tu dolor, pero en unas horas sentirás el hambre y la sed más bestiales de tu vida, y cuando eso pase, significa que tu organismo ya está preparado. - explicó rápidamente.

Al oír su explicación recordé que efectivamente, Ánandros, el gran esqueleto, sí me había hablado un poco de éstos cambios.

- Ya veo... Gracias. - le asentí pensativo, procesando la información. Él solo sonrió, coqueto.

No solía agradecerle a menudo, porque no lo merecía. Pero había cumplido su palabra y aliviado mis dolores. Era tan raro charlar fluidamente con él, como en ésta ocasión se había dado. Siempre actuaba impaciente y fastidioso, tanto que me era difícil conversar con él.

- Oye, Ánandros me contó que los demonios tienen dos apariencias. ¿La otra tuya cómo se ve? - recordé mi conversación con el esqueleto gigante, y pregunté curioso, sin pensar.

Él levanto las cejas, levemente asombrado.

- ¿Te habló de eso? No hace falta contártelo, aún es muy temprano y solo te confundiría. Jamás entenderé a ese esqueleto... - hizo una leve pausa - Bueno, basta de charlas, ve a ducharte, que te ves horrible y hueles a sangre. - respondió, evadiendo mi pregunta sobre su otra apariencia.

"Quizás sea mejor no preguntar sobre eso... Parece ser un tema tabú." pensé, recordando la aversión al tema que también demostraba Ánandros.

Con tranquilidad, se alejó de mí y se incorporó, dejándome sólo en la cama. Decidí no hacerle más preguntas extrañas, pues siendo impaciente como era, ya había cooperado bastante. Lo observé mientras sacaba ropa de un armario cercano, dejándola sobre la cama, desordenada.

- El baño esta allí, Valentino. - señaló una puerta cercana - Cuando acabes, ponte algo de lo que te dejé aquí - ésta vez, señaló la ropa sobre la cama.

Le asentí y me dirigí hacia la puerta que me había indicado. ¿Cómo se verá un baño infernal? Nunca me lo había planteado, hasta sonaba bizarro.

Apenas puse un pié dentro, sentí admiración por la belleza estética del lugar. Era un baño muy amplio, de tonos oscuros. Las negras baldosas brillaban a la luz de los cálidos candelabros. Una hermosa bañera con patas, de oro y porcelana, se hacía notar en el centro de la espaciosa habitación. Había muchas decoraciones, pinturas, muebles y hasta un tocadiscos. Las paredes, rojizas, se lucían armoniosas entre el dorado y el negro de los objetos.

Hipnotizado por la magnificencia, dejé caer mi única prenda, aquél oscuro abrigo de piel. Desnudo, me dejé seducir por el calor que desprendían los candeleros, me acerqué a la tina y la llené de agua caliente. Se llenó con rapidez, y el vapor inundó el lugar.

Al principio dudé de si realmente era agua, desconfiado, pero al instante la reconocí como tal. Debía comprobarlo, después de todo, éste no era el mundo humano.

Me sumergí en el agua, y por primera vez me relajé en el infierno. Me tomé mi tiempo lavando mi cuerpo y mi largo cabello, cavilando las miles de cosas que sucedieron desde que llegué. Todo seguía pareciendo un sueño, de esos largos que parecen nunca terminar. ¿Qué sería de mi futuro? Quería averiguarlo, quería aprender más sobre éste mítico lugar.

Aun así, me inundaba la melancolía y el estrés era imborrable. Extrañaba a mis seres queridos, y me preocupaba cómo habrían tomado éstos mi muerte, repentina y sin sentido, violenta y fugaz. Era mi mente, entonces, un torbellino de angustia y confusión, habiendo sido maltratado y abusado apenas en mi primer día en el infierno. En mi conciencia se repetían, constantes, las brutales escenas que había presenciado.

Aún así, pude encontrar cierto confort y calma en el baño, en quitarme la mugre de la piel y en sentir la deliciosa agua caliente acariciándome. Realmente, me salvó aquél momento para mí solo.

Terminé con mi baño y me envolví en una toalla cercana, de color rojizo. Jamás me planteé el hecho de que los demonios se bañaran, era casi aterrador lo mucho que se asemejaban a los humanos.

Salí del baño, y me regocijé en el sentimiento de estar limpio nuevamente. Fué agotador estar tanto tiempo cubierto de sangre seca, tierra y sudor. Sin mencionar la repugnante saliva de Jacobo, el loco que había intentado violarme.

Me di cuenta de que me encontraba sólo, el rubio se había ido.

Cubriéndome con el denso toallón, seleccioné algunas prendas de la ropa que me había dejado, y me vestí. Elegí una elegante camisa negra, bordada con formas florales en el pecho, el cual se veía a través de una tela de redecilla. Luego, un pantalón de terciopelo azul marino. Y por último, me coloqué unos extravagantes zapatos negros, en punta. Eran los únicos zapatos que no tenían tacón alto, por lo que no tenía mucha elección.

Peiné mi húmedo cabello con los dedos y me senté en la cama, pensativo. ¿Debería esperar a que Felicios vuelva? Él estaba sucio también, luego de la riña con Jacobo incluso se había manchado de sangre, supuse que volvería a darse un baño.

Esperé al menos dos horas a que Felicios llegase. Fué entonces cuando, recostado en la cama, pensativo y aburrido, sentí como el hambre y la sed se aproximaban. En menos de un minuto, ya se estaba volviendo una sensación abominable. Debería ser aquella fase de la que el rubio y Ánandros me habían hablado.

Me levanté de la cama, paranoico, y comencé a caminar en círculos. Me envolvía una sensación de hambre fuerte y ansiosa, imparable.

¿Es que no podía estar tranquilo siquiera unas míseras horas?

El infierno le escupe a los recién llegados...

Capítulo 20, Fin.

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