Irremediablemente Tú y Yo

By newromaantic

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Ella era sinónimo de tranquilidad, inteligencia y responsabilidad, mientras él era el caos, la rebeldía y la... More

Sinopsis y advertencias
0. Prólogo.
1. New Romantics.
2. Gorgeous.
3. Blank space.
4. Red.
5. Wonderland.
6. Tolerate it.
7. My tears ricochet.
8. I knew you were trouble.
9. Begin again.
10. I did something bad.
11. It's nice to have a friend.
12. False god.
13. Sparks fly.
14. Untouchable.
15. The 1.
17. Mr. Perfectly fine.
ESPECIAL HALLOWEEN
18. ...Ready for it?
19. Stay, stay, stay.
20. I think he knows.
21. Treacherous.
22. End game.
23. State Of Grace.
24. Our song.
25. Crazier.
26. Ours.
27. Hey Stephen.
28. Snow on the beach.
29. I can see you
30. So it goes.
31. Call it what you want

16. Holy ground.

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By newromaantic

"Tonight I'm gonna dance for all that we've been through
But I don't want to dance if I'm not dancing with you".

—Taylor Swift (2021). Red Taylor's Version.


ADRIEN

Ser el hijo del presidente tiene sus lados buenos y malos, el privilegio se inclina al primero. Aunque ese privilegio no es algo que haya llegado con el cargo de mi padre, es algo que he tenido desde que nací, incluso antes de ello.

He vivido cómodamente desde el día cero, sin embargo, solo había tenido lo que mis padres me permitían, pero desde que dejé de vivir bajo el mismo techo que ellos, he tenido lo que yo solo he conseguido y es, por supuesto, muchísimo más de lo que me hubieran dado.

Tengo una cuenta bancaria lo suficientemente grande como para vivir cómodamente el resto de mi vida sin mover un solo dedo, cortesía de mi abuelo paterno que, además de heredarme dinero, me heredó la necesidad de siempre querer más. Además, tampoco me gusta la idea de disfrutar lo que otros han trabajado.

Mi tatarabuelo era un genio con los números, no provenía de una familia acomodada, pero era mucho más inteligente que el resto de las personas en ese tiempo. Fue el primer miembro de la familia en terminar la Universidad y convertirse en secretario del dueño de una empresa de telecomunicaciones que apenas contaba con un pequeño edificio, pero gracias a Laurence Morgenstern y sus habilidades analíticas crecieron mucho más de lo que cualquier otra empresa lo hubiera hecho en su momento. El presidente de dicha compañía en ese entonces sabía que todo se debía gracias a Laurence por lo que, cuándo mi tatarabuelo intentó buscar más panoramas, no se arriesgó a dejarlo ir y lo convirtió en socio. Lo que significó un antes y un después para ellos.

Mi tatarabuelo construyó los cimientos de lo que hoy somos, su hijo, Ernest, invirtió el capital y los conocimientos aprendidos que su padre había generado para levantar su propia empresa. Mantuvo el apellido Morgenstern dentro de la industria de telecomunicaciones, generando y apoyando a quienes tenía nuevos inventos que forjarían un crecimiento social, su hermano más joven trabajó por su cuenta y, cuando fue lo suficientemente mayor e inteligente, empezó a abrirse paso en la industria petrolera, convirtiendo el apellido Morgesntern en unos de los más poderosos a principios de 1900. Luego llegó mi abuelo, Nicholás, y con ayuda de mi padre incursionaron en el ámbito inmobiliario, la agricultura, la industria textil y sistemas tecnológicos renovables en pro del medio ambiente.

Así que si, somos lo suficientemente conocidos como para que el privilegio, la admiración y el respeto sea algo que mi familia posee, aunque esto último sí que nos lo hemos ganado con la labor de George Morgenstern, que, pese a ser el hombre más importante del país, sigue siendo tan humilde como cualquier otro ciudadano. La nación entera lo ama, y con justa razón; gracias a sus políticas regenerativas ha logrado disminuir el número de delitos en cualquiera de sus facetas, ha impulsado la economía a niveles extraordinarios y el número de desempleos ha disminuido de manera evidente.

Confieso que siempre lo he admirado y ganarme su admiración se siente mucho mejor de lo que puedo reconocer, es como una pequeña descarga eléctrica en el pecho cada que veo en sus ojos la afirmación. Muchas veces me ha dejado dirigir juntas de consejo en su presencia y al final esboza una sonrisa de boca cerrada acompañada de un asentimiento.

La sinceridad es uno de nuestros fuertes, así que no estamos acostumbrados a lamer los zapatos de otros para obtener aprobación. Es sencillo, confían o no lo hacen, y resulta que yo no me equivoco, nunca, lo que me ha permitido tener buenas relaciones con grandes personas, pese a ello, todos estos peces gordos están a nuestras espaldas por el hecho de contar con el apoyo de uno de los presidentes más grandes y ambiciosos que ha tenido Estados Unidos, eso es algo que ni mi padre, ni yo olvidamos, así que tampoco son lo suficientemente cercanos para confiar en ellos completamente.

Sin embargo, ser hijo del presidente fuera del ámbito laboral no es más que una porquería. He crecido rodeado de gente hipócrita, que solo se acerca a mí por conveniencia. En el jardín de niños todos siempre querían estar conmigo porque yo siempre tenía los mejores juguetes o porque sus padres los obligaban, sabía que no les agradaba por las miradas que me daban, pero siempre intentaban ser mis amigos, lo cual no entendía hasta mucho tiempo después.

Pasaba mucho tiempo solo, aunque solo no es el término correcto, considerando el hecho de que nunca lo estuve, tenía a mi hermana, pero ella, a diferencia de mí, sabía hacer amigas, no obstante, sigo creyendo que en realidad era porque toda ella parecía una princesita de Disney, con sus vestidos brillantes y su cabello perfectamente peinado. La gente la amaba desde ese entonces y, más que amigas, tenía a una bola de niñas cuidando que sus vestidos no se ensuciaran.

A pesar de que Camille siempre intentaba tenerme a su lado, no me sentía cómodo estando entre tantas niñas, solo hablaban de muñecas y vestidos, pero, el que comenzaran a hablar de los demás niños, fue el detonante que me hizo alejarme. Le costó entender que a mí eso no me interesaba y poco a poco me dejó convertirme en un niño solitario, aunque todas las noches me sorprendía con donas y un vaso de leche como disculpa por no estar conmigo en el recreo, cosa que no era su culpa, pero vamos, ¿Quién se negaría a las donas?

Era bueno estando solo, después de todo, la falta de compañía no era tan indispensable para mí, y la idea de compartir las cosas que tenía con otros no me emocionaba. Hasta Matt. Un día llegó a mi casa detrás de un hombre y una mujer, y justo a lado de un niño mayor a nosotros. La diferencia fue que él no me miró como lo hacían los niños en el colegio, de hecho, se abstenía a mirarme, lo que me generó más curiosidad e intenté taladrar su cabeza hasta conseguir su atención. Lo hice, pero solo se limitó a escanearme y no volvió a mirarme, ni intentó hablarme, lo que claramente me molestó.

Al día siguiente recibimos a un niño nuevo en el salón, que se comportó de la misma forma en que lo hizo en mi casa, claro que algunos tenían menos paciencia y decidieron que era la presa perfecta. Entonces, antes de que siquiera consiguieran llevarlo a los baños, me acerqué al castaño cabizbajo y me senté junto a él en las escaleras del salón. Me miró frunciendo el ceño y yo también lo hice, así que comimos en silencio y, después de unos minutos más, estiró su mano que sostenía una bolsa de pequeños bombones cubiertos con chocolate. Tomé unos cuantos y las metí a mi boca al mismo tiempo.

—Son deliciosas —murmuré.

Por primera vez sonrió.

—Mi Nana las hace para mí —dijo y volvió a empujar la bolsa hacia mí.

Acepté de nuevo, pero esta vez comí uno por uno para disfrutar el sabor, entonces supe que ese día había conseguido dos cosas importantes; el gusto por los bombones con chocolate y la amistad de Matt.

Después solo fuimos él y yo.

Ambos crecimos yendo a las mismas escuelas y tomando los mismos clubs, fuimos él y yo durante mucho tiempo, ya que mientras crecimos y nos hacíamos mayores, nuestras familias también se hacían cada vez más poderosas, así que, a dónde sea que íbamos, la gente siempre intentaba acercarse a nosotros para beneficiarse. Matt se tomó esto de una mejor manera, pues él lo veía como una forma de conseguir algo a cambio, pero yo lo odiaba, lo sigo haciendo.

La Universidad fue más de lo mismo, solo que en el primer año estaba tan harto de las personas falsas y de lo realmente altaneras que eran otras. Así que una noche decidí ir a uno de esos bares de los que mi padre no era dueño y en el que nadie pudiera reconocerme, pero esos bares eran lo demasiado baratos y vulgares que al menos pude tomarme una cerveza sin tener a alguien que quisiera colgarse de mí.

El mismo bar donde me embriagué por primera vez con cerveza barata y terminé siendo golpeado por dos chicos que después me llevaron a mi residencia y terminaron siendo mis amigos fue el mismo donde días más tarde vi por primera vez a Lauren.

Aun así, fue la última oportunidad que le di a ese tipo de lugares, y a la cerveza, claramente. Durante tanto tiempo creí que no era capaz de que la gente me apreciara realmente, gente que no fuera de mi familia, o Matt, pero entonces esos chicos llegaron y dejaron claro que no les importaba quien era. Me dieron la golpiza de mi vida y luego me abrieron sus brazos y apretaron mi hombro como si nos conociéramos de toda la vida.

Creí que la gente no era capaz de quedarse, y nuevamente ellos me demostraron que pese a la actitud cerrada que siempre tengo, ellos estarán ahí. Aun así, no es para nada casual que la misma chica que terminó derramando su café sobre mi camiseta haya sido la compañera de cuarto de mi prima. Nada casual.

Pero ahí estaba, sus malditos ojos azules me miraron con temor, enojo, indignación y desconfianza, y aun así, seguían pareciéndome tan magníficos, como un cielo despejado en primavera cuando estaba feliz, o el cielo con pequeñas nubes grises, como a finales del verano cuando estaba triste o enojada.

Desconfiaba de ella al inicio, sabía que iba por Matt desde el principio, pero no era normal que fingiera que no nos conocía cuando todos lo hacían. Sin embargo, Avery se había asegurado de investigar a su compañera de cuarto incluso antes de que llegara a la Universidad, así que si ella estaba segura de que la castaña no era un peligro, tenía que confiar en ambas.

Pero lo último que tenía planeado para mí cuarto año de Universidad es hacer de niñera. Y ahora no hago más que buscarla con los ojos.

—Gracias por la información, John, nos vemos mañana —le digo al hombre, a través de la línea.

—Hasta mañana, Adrien —me despide el secretario de mi padre.

Cuelgo y me adentro de vuelta al lugar que está a reventar dado que más gente ha llegado en la última hora. La mayoría son chicos del equipo y algunos de la Universidad que no conozco de nada pero que se toman el derecho de interponerse en mi camino para palmear mi espalda.

Observo a Avery conversar con Justin, a Chris beber de un cóctel rosa lo que se me hace raro porque por supuesto él no es de los que toma estas "bebidas para pijos" según sus palabras, pero aparentemente ahora eran sus favoritas porque habían mucho de ellas frente a él.

Camino esquivando a algunas personas que solo intentan interceptarme y me siento a su lado.

—¿Has visto a Roberts?

Bebe otro poco de su bebida, negando.

—Solo la dejé un momento para ir por esto y ahora no está —balbuce y eso me hace poner los ojos en blanco.

Definitivamente ya no está en sus cinco sentidos y no me voy a desgastar buscando respuesta de alguien así.

Ahora voy en busca de los tortolos.

—¿Han visto a Brooklyn? —escupo interrumpiendo su intercambio de sonrisas tontas.

Avery me mira y su rostro se transforma.

—Estaba contigo —se defiende y luego adopta esa actitud acusadora—. ¿La has perdido, imbécil?

—No, la tengo encerrada en los baños y solo vine a preguntarte por ella para molestarte.

Avery se levanta, quedando a mi altura gracias a sus zapatos y luego clava su dedo contra mi pecho.

—No estoy para estupideces, Adrien.

—Perfecto, yo tampoco —aparto su dedo—. Mejor ayúdame a buscarla.

Ella asiente, toma la mano de Justin y se da media vuelta hasta perderse de mi vista.

—La buscaré allá abajo —intento informarle a Chris—. Quédate aquí y si la ves, llámame ¿de acuerdo?

Él asiente repetidas veces y bajo las escaleras sin estar seguro de sí logró comprender mis palabras.

Claramente no lo hizo porque media hora después de poner el piso de abajo patas arriba y no hallarla por ningún lado, vuelvo a subir y me encuentro con la horrible escena de ambos riendo como si fueran amigos de toda la vida.

Ambos tienen en sus manos copas llenas de un líquido rojo y beben de ella como si fueran a acabarse.

—¡Ahí está! —Chris me señala y se levanta intentando llegar a mí, pero sus pies no piensan lo mismo y lo hacen desplomarse sobre la silla más cercana, cosa que provoca que ambos se rían a carcajadas. Como puede logra acomodarse—. Ven, ven aquí, amigo.

Pero no me muevo ni un solo milímetro del inicio de las escaleras, donde me he quedado petrificado apenas reconocí su risa.

Respira, Adrien, respira.

Pero no funciona, nada puede detener la desesperación que solo esta chica logra hacerme sentir.

Mientras yo estaba preocupado buscándola, ella estaba feliz de la vida emborrachándose con el inepto de Christian que se supone tenía que llamarme, no ponerse a beber con ella.

Inhala. No puedes matar a tu amigo solo por no hacer lo que dices.

Pero si por ponerla en peligro.

Pero no está en peligro.

Pero ella no lidia bien con el alcohol.

Como sea.

—¡Estas cosas son deliciosas, Adrien! —grita emocionada, levantándose y caminando en mi dirección con una coordinación nula, así que ahora sí avanzo lo suficiente para tomarla entre mis brazos antes de que se parta la cara.

—¿Es suficiente, no lo crees? —intento quitarle la copa de los dedos, pero la aleja de inmediato estirando sus brazos detrás de ella. Para estar borracha sigue teniendo buenos reflejos.

—No seas aguafiestas, lo tengo controlado, y estamos aquí para festejar tu victoria, ni siquiera te he visto beber.

Lo he hecho, pero muy poco y para el aguante que tengo no ha sido suficiente para si quiera ponerme "feliz". Por otro lado, ella estaba más que contenta.

—Ya estás festejando por los dos —le digo y me inclino para coger la copa de su mano, ésta vez me deja.

—De acuerdo, iré por un poco de aire fresco, quiero bailar, pero si sigo bebiendo no podré hacerlo —intenta alejarme, pero no hay posibilidades de dejarla ir sola de nuevo, probablemente termine aventándose por el balcón.

—Vamos —afianzo mi mano en su cintura y la llevo hacia el balcón más cercano, al final de un pasillo.

Cuando llegamos hay una pareja pajeándose justo a lado de las puertas.

—Lárguense —ladro y la chica suelta un grito asustado. El chico parece acomodarse la parte delantera y se van antes de que pueda verles la cara.

Siento como el cuerpo de Brook tiembla a lado del mío. Tiene el sonrojo más lindo que he visto en alguien y una sonrisa en la cara.

—¿Te hace gracia ver a unos malditos hormonados follando?

Rueda los ojos.

—Si claro, como si tú no fueras un maldito hormonado.

—No lo soy. Y si lo fuera al menos encontraría un lugar más privado, no dejaría que unos desconocidos me vieran el puto culo.

Eso la hace reír.

—Lo dice quien estaba a punto de copular en una biblioteca. Maggie sigue traumada, idiota.

—Eso fue hace mucho, te aseguro que ahora soy completamente capaz de guardar mi polla hasta estar en zona segura.

Infla sus mejillas y luego expulsa el aire, decepcionada.

—Pues que aburrido —habla y eso me hace elevar mis labios en una sonrisa.

—¿Eso es lo que creo que dijiste?

Ella inclina la cabeza sin borrar la sonrisa de su cara que ahora es una tonalidad más roja.

—Solo creo que puede ser excitante hacerlo en lugares públicos, aunque no perdono que lo hayas hechos en una biblioteca, eso sí no. Los libros son sagrados.

Maldita sea, me encanta la Brook de siempre, esa que es linda, amable y tímida, pero la Brook borracha me encanta y de una forma distinta. Resulta que el alcohol le suelta la lengua y le da paso a alguien totalmente sincera y peligrosa si se encuentra cerca de mi.

—¿Ves como si eres una mojigata? —me río en su cara, ella niega y entrecierra los ojos.

—¿Por qué crees que lo soy?

—Ya te lo dije.

—¿Sabes? —ella se aleja y camina lejos de mí.

Mi cuerpo reconoce su ausencia y termino yendo detrás de ella hasta quedar a unos centímetros de su espalda.

—Sigues juzgándome por cosas que no soy —exhala y sus hombros se desploman—. No me contaste quién es tu padre porque pensabas que me aprovecharía de eso ¿No?

—En realidad, fue todo lo contrario, pensé que sabías quién era él y...

—Creías que estaba fingiendo no conocerlo —termina por mí—. ¿Con qué fin?

Me encojo de hombros. Ella da la vuelta para quedar frente a mí.

—¿Creías que era una oportunista? —su rostro refleja la sorpresa y luego sus ojos brillan con algo de tristeza en ellos.

—Lo creía —acepto sin intentar mentir.

—Pero...

Mierda. Sus ojos parecen aguarse y retengo las ganas de atraerla a mis brazos, acunar su rostro y besar esos lindos labios.

¿Besar?

No, joder.

—Pero ya no —termino por ella.

—¿Que cambió?

—Conocerte —me sincero—. Después de que comprobé que no sabías nada preferí dejarlo así, no quería que nada cambiara si lo sabías.

Parece comprenderlo, pero su expresión no es para nada lo que esperaba.

—Sigues sin conocerme, Adrien —niega y una sonrisa triste aparece en su cara—. Si me conocieras sabrías que eso no me iba importar. Tal vez me hubiese importado cuando sabía que me detestabas, pero ahora que no haces más que protegerme, no habría cambiado nada.

Ella tenía razón, ponerla a prueba no fue bueno, pero era algo que yo necesitaba. Entonces recuerdo las palabras de mi padre.

"Que chica tan encantadora"

Cada una de ellas seguía en mi cabeza y se repetían cada que la miraba, porque si, lo era, pero eso es solo una más de sus cualidades. Brook era más que encantadora y me habría dado cuenta de ello mucho antes, si tan solo no me hubiera comportado como un imbécil.

—¿Estamos en ello, no? —alzo la vista, pasando de ella—. Tú estás conociendo cosas de mí y yo algo de ti.

—El problema es que yo estoy conociendo cosas de ti que tú no tienes intención de decirme, mientras que todo lo que sabes de mi es porque yo, de manera voluntaria, lo comparto contigo.

—Si no te lo digo es porque no considero importante que lo sepas.

—Claro, el que seas el hijo de quien es, probablemente, la persona más poderosa del país no es importante.

—No lo era ¿O acaso ahora sí lo es? Porque aparentemente tú consideras que sí.

Esa suspira y luego sin previo aviso coloca sus palabras sobre mis mejillas y me hace mirarla.

—No lo es, Adrien. Que tu padre sea el presidente no cambia nada, solo... Solo me gustaría que tuvieras la confianza para decirme algo así. ¿Sabes lo estúpida que me sentí cuando me di cuenta de quién era? —suelta mi rostro y se cubre la cara con las manos—. Dios, le... le dije tantas cosas.

Su rostro se pone más rojo y las palabras de mi padre se hacen presentes de nuevo.

"No creo que haya otra persona que te conozca mejor"

"Deben ser buenos amigos, la manera en la que hablaba de ti demuestra que te admira y te quiere mucho".

Algo parecido al orgullo golpea mi pecho y no puedo evitar sonreír.

—Le caíste bien —aseguro y hago que se descubra el rostro, tomando sus manos entre las mías—. Pocas personas le agradan, siéntete afortunada.

Se ríe y luego dice:

—Tenía que. Él es igual a ti —mueve nuestras manos y las observa un segundo antes de que sus ojos suban a los míos—. Era demasiado obvio que era familiar tuyo, solo que fui demasiado ciega. Así que era lógico que le cayera bien.

Mi sonrisa se ensancha.

—Y el egocéntrico soy yo.

—Tus actitudes son contagiosas, que te digo —se encoje de hombros y sin poder evitarlo coloco una hebra castaña detrás de su oreja, para poder tener una visión más amplia de su rostro—. ¿Prometes confiar más en mí?

—Confío en ti —aseguro.

—No lo suficiente —acusa.

—Ahora lo haré —es todo lo que le digo, esperando que me crea.

—Promételo.

—Lo prometo —enredo mi dedo meñique con el suyo, negándome a pronunciar las ridículas palabras sosas.

Pero su sonrisa de anhelo es todo lo que necesito para que lo haga.

Pinky promise —termino diciendo.

Ella da saltitos de alegría que por más que me esfuerce terminan haciéndome sonreír.

—Volvamos adentro —pide sin soltar nuestra manos—. Ya tuve el aire suficiente y ahora lo que menos quiero es mantenerme sobria.

Me arrastra con ella y, por supuesto, se lo permito.

Siempre he creído que la Brook borracha es un espectáculo asegurado, de esos a los que tienes que llevar un celular y grabar porque cualquier cosa que haga y diga es gracioso, pero deja de serlo cuando varios, y me refiero a muchos pares de ojos, no dejan de verla con fascinación, entre ellos Matt, quien sonríe como un idiota mientras mantiene los ojos en ella.

—Joder, es preciosa —se lleva la botella de cerveza a la boca.

Ahora di algo que no sepa.

—Los ojos arriba —ordeno cuando sigo su mirada, pero no lo culpo.

Brook no es de las que usa faldas muy a menudo, solo lo hace en los partidos y rara vez en las prácticas. Es más de pants y pantalones, y por fortuna es así, porque no podría lidiar con las consecuencias todos los días.

El cuerpo femenino no es algo que pasa desapercibido para mí, sin embargo hay cosas que hacen que eso parezca lo de menos, y más aún cuando se trata de mi intento de amiga, sin embargo, no estoy ciego, y poder contemplarla es algo que podría hacer a la perfección sin quejarme.

El problema es que no soy el único que lo hace, creo que todos estamos bajo el mismo hechizo y es casi imposible alejar la vista de sus piernas, que gracias a los jodidos tacones las hacen ver cómo metros y metros de piel suave y bronceada.

Trago con fuerza y obligó a mis ojos a no subir más. Joder, me siento como un puto enfermo solo de imaginar lo que puede haber debajo de esa maldita ropa.

No, no, no, no.

—De acuerdo, eso fue todo —le doy a Matt mi vaso de whisky y sin pensarlo dos veces me acerco a ella.

Deja a un lado a Avery y se tropieza conmigo.

—Qué bueno que te hayas animado a bailar —ríe y festeja tomando mi mano y dándose una vuelta a sí misma.

—Es hora de irnos.

Su ánimo decae.

—¿Qué? —me mira con esos ojos de corderito—. Pero... Pero es temprano.

Saca su labio inferior en un puchero y desvío los ojos a cualquier dirección que no sea ella.

—Las dos de la mañana es lo suficientemente tarde para alguien como tú.

—¿Alguien como yo? —parece indignada—. ¿Qué hace alguien como yo? ¿Ver películas cursis, y dormirse a las diez de las noche?

Si, eso es algo que siempre hace, pero no se lo digo.

—Las chicas buenas como tú no lucen como el maldito infierno, pero en definitiva no voy a dejar que todos crean que pueden acercarse a ti.

Una sonrisa traviesa se cuela en su rostro.

—Entonces quédate —pide, envolviendo sus brazos en mi cuello—. ¿Creerías que estoy mal de la cabeza si admito que tu forma de protegerme me emociona?

—Tal vez, pero entonces creerías que yo también lo estoy si te digo que me gusta hacerlo.

Me gustaba tenerla cerca de mí en todo momento, en mi cuarto y en mi cama. El hecho de ser yo a quien recurra para cualquier cosa es satisfactorio, más no el hecho de querer partirle la cara a cualquiera que crea que es bueno para ella.

Se aleja un poco sin soltar mi mano y me lleva cerca de una mesa alta, dónde hay varios de esos cócteles con líquido rojo. Me da uno.

—Pruébalo —me invita y ella toma uno de los suyos.

Hago una mueca y ella suspira.

—No te gusta la cerveza, no te gustan los cócteles ¿Qué mierda te gusta? —bebe del suyo—. ¿No te gustaban las cosas dulces?

No me refería a eso.

—Vale, solo uno —ella empuja en mi dirección y luego parpadea de esa forma que me hace creer que espera algo de mí, y como el baboso que soy siempre termino haciendo lo que pide.

Cuando el líquido dulce y acido toca mi paladar sonrío, entendiendo porque le gusta tanto. El afrodisíaco que contiene lo hace fácil de digerir y no sabe tan horrible como cualquier otro trago.

—¿Y has pedido todos estos? —señalo la mesa en la que descansan varias copas de la misma bebida.

—Mmm —niega—. Mi amigo, el de la barra, los trae para mí sin que yo se los pida.

Levanta su copa señalando al tipo que, en efecto, le sonríe.

Maldito.

—Ese no es tu amigo, Roberts —regreso la vista a ella y me da una sonrisa cansada.

—No, mi único amigo eres tú —ríe.

—Asegúrate de no decirlo en voz alta frente a Christian.

—Olvida lo que te dije, ellos son mis amigos, pero tú eres un amigo diferente.

—¿Diferente, ah? —levanto una ceja y la miro esperando a que aclare el término.

—Eres... De cierta manera, más especial —dice y sonrío, pero sin estar completamente complacido.

—Ven aquí —tiro de su mano y la atraigo hasta que siento su cuerpo pegado al mío—. Es hora de irnos.

—Es temprano, Adrien —se queja cerca de mi oído—. Un rato más, además, no te he visto bailar y se supone que debes divertirte. Vamos.

Se bebe todo el contenido de su copa y termina arrastrándome con ella.

—Odio bailar —le digo.

—Yo también, soy malísima haciéndolo, pero a nadie le importa.

Comienza a moverse al ritmo de la música. Una canción de Nelly Furtado suena por los altavoces y varias luces de colores se mueven por el lugar.

Ella dice que a nadie le importa lo que hace, cuando, en realidad, todos están embelesados con cada uno de sus movimientos, lo que me lleva a una nueva pregunta.

—¿Dónde aprendiste a bailar así? —indago cerca de su oído para que pueda escucharme.

Su risa me marea muchísimo más de lo que lo ha hecho cualquier tipo de alcohol.

—En casa, frente al espejo —se da la vuelta y pega su espalda contra mi pecho—. No salía de casa y cuando estaba sola me ponía los audífonos e imaginaba una escena justo como la de ahora. Eran fantasías sin sentido y era demasiado ilusa imaginándome aquello, pero era divertido —no deja de moverse y se frota contra mí como si el que fuera su amigo evitara algunas consecuencias.

Piensa en una Brook con lentes, Adrien, piensa en la Brook nerd de siempre.

Pero maldita sea, una Brook con lentes es aún peor.

De acuerdo, esto no está funcionando. Piensa en... En la cara de Margaret cuando te vio en la biblioteca.

Si, eso está mejor.

O estaría mejor si tan solo me hubiera quedado callado, en cambio, decido hablar y decir:

—¿Qué más había en esas fantasías tuyas, solecito? —se estremece cuando escucha el sobrenombre, pero en ningún momento detiene sus movimientos.

—Me tomaban de la cintura —admite y fue casi como si lo pidiera, porque mis manos fueron en busca de su cintura.

—¿Así? —su cabeza se apoyó contra mi hombro cuando la echó hacia atrás.

—Justo así —suspira feliz.

—¿Qué más? —la incitó a decirme cada cosa que su loca imaginación construyó.

—Muchas cosas más, Adrien. Cosas que no podrías hacer, porque no sería correcto —dice lo último con pesar, como si de verdad lamentara el hecho.

—¿Quien dice que no puedo hacerlas?

—Aquella nota que anuncia que los amigos no hacen ciertas cosas.

Bueno, solecito, ya hemos hechos cosas que los amigos no hacen.

—¿Así que definitivamente son cosas malas?

Aprieto su cintura e intento seguir sus pasos que por fortuna se han ralentizado y la siento tensarse.

—Lo son —mueve la cabeza de manera afirmativa y se simple acto hace que el rico olor de su cabello llene mis fosas nasales.

—Mi dulce Brook, no es tan ingenua cómo todos creen ¿Verdad?

—No lo soy, pero tampoco soy la adicta al sexo que tú crees —veo un atisbo de sonrisa en su rostro iluminado por las luces del lugar.

¿Realmente lo creo? Solo un poco. No puede haber manera en la que alguien como ella sea tan inocente, pero al mismo tiempo demuestre todo lo contrario.

—Si no eres adicta al sexo es porque no has recibido buen sexo.

—¿Y, según tú, qué es buen sexo?

—Mmm —lo pienso antes de comenzar a despotricar con la verdad—. Algún día lo descubriré.

Sé que soy bueno dándolo, pero no he recibido algo que me haga adicto a ello. Llevo semanas en abstinencia y no es algo que me quite el sueño.

Ella gira en mis brazos y coloca los suyos en mi cuello.

Con la altura de sus zapatos casi estamos cara a cara y es más fácil contemplarla a detalle. Sus labios esbozan una sonrisa, pero dicha sonrisa no llega a sus ojos, contrario a eso, se encuentran rojos y una capa gris los cubre.

—Roberts, ¿Est...

—¿Quieres oír un secreto? —parece que todo se detiene cuando ella une nuestros cuerpos aún más cerca y hunde sus dedos en mi cabello, acariciando con sus uñas mi cuero cabelludo.

Inclina la cabeza y pega sus labios a mi oído.

—Brook —siseo, sintiendo como una corriente eléctrica comienza a deslizarse por todo mi cuerpo.

Cuando pienso que probablemente se ha arrepentido de contarme lo que sea que iba a decirme, una risita traviesa me pone alerta y mi piel se eriza de inmediato.

—Soy virgen —suelta y se ríe como si de verdad fuera algo gracioso, cosa que no lo es. Y tampoco es divertido el hecho de que me lo diga estando tan cerca de mí.

—No es gracioso, Brooklyn —amenazo subiendo mi mano a su cuello para que saque su rostro del hueco del mío—. Mientes. Yo escuché perfectamente cuando Matt dijo que...

—No pasó nada —asegura, interrumpiéndome, pero esta vez lo hace con sus ojos mirando lo míos y se encuentran tan claros y tristes que me hacen saber que no miente—. Soy más virgen que el aceite de oliva.

Cierro los ojos con fuerza, sin encontrarle lo divertido a la situación.

Esto lo hace peor.

Brook no está hecha para lo cosas de una noche. Mierda, no está hecha para que cualquier hijo de puta quiera algo más con ella, y yo definitivamente no voy a permitir eso.

—Nos vamos —demando.

Tomo su cintura con fuerza y ahora soy yo quien la lleva escaleras abajo.

—Espera —intenta detenerme—. Mi bolso.

—Avery lo traerá —digo y me hago un recordatorio de que tengo que mandarle un mensaje a la otra castaña o a Justin.

—Espera, Adrien —se queja—. ¿Qué te pasa?

Me pasa que no voy pasar ni un minuto más dejando que las personas sigan pensando que son lo suficientemente valientes para estar con ella. Su confesión fue lo necesario para indicar que ella necesita estar en su residencia con calidad de urgente.

Pero el destino es una mierda y está claro que ella no me lo va a poner tan fácil, porque después de todo si no es así no sería Brook.

Estábamos a punto de llegar a su residencia cuando se le ocurre abrir la boca.

—¿Adrien? —tienta el terreno.

Aprieto el volante hasta que mis nudillos se vuelven blancos.

—¿Si?

—Tengo hambre.

Las ganas de darme de golpes contra una pared son más grandes que las posibilidades de encontrar un sitio para comer a esta hora. Lo peor es que ni siquiera es su culpa, fue mía por no pensar en que ella necesitaba comer antes de beber como lo hizo.

Vale, Adrien, no es momento de preocuparse, es hora de ocuparse.

—Cada que estoy contigo envejezco cien años —digo y giro el volante a todo lo que da.

El carro vuelve a salir del campus.

Ella sonríe.

—Y cada que tú haces cosas buenas por este pobre alma en desgracia nace un hada.

No puedo evitar que una sonrisa tire de la comisura de mis labios.

En menos de veinte minutos ya estamos frente a la ventanilla esperando nuestros alimentos. Brook se ha quitado los zapatos y ahora está sentada con las piernas cruzadas bajos sus muslos, al estilo indio.

Odiaría a cualquier persona que se hubiera atrevido a tanto, pero no a ella. Soy un pendejo cuando se trata de ella.

—Dos cajitas felices, salen ahora —una voz sale por el megáfono y me estiro para coger nuestra cosas y se las doy a ella, quien no espera y comienza a abrir las cajas.

—Gracias —le digo a la señorita que me ofrece una sonrisa y pongo en marcha al auto nuevamente.

—¡Ahhh! —el grito de Brook hace que dé un brinco en mi lugar y casi choco con la caseta del mismo establecimiento.

—¿Qué...

—¡Mira, Adrien! —la emoción de la castaña me hace girar levemente hacia ella, cuidando no estamparme con un auto mientras salgo a la carretera—. ¡Es Marinnette!

Pega la figura de plástico a mi cara y tengo que apartarla antes de que provoque un accidente.

—Bueno, es Ladybug, pero Adrien no puede saberlo, porque... —se calla y luego vuelve a gritar—. ¿Te imaginas que...?

Guarda silencio y la miro de soslayo intentando averiguar la razón de su repentino silencio, pero observo que ahora está hurgando en la caja que es mía.

—¡No puedo creerlo! —chilla—. ¡Es Cat Noir!

La única vez que he visto a alguien así de emocionada es cuando voy a visitar a la familia de mi madre, en Italia, y de una niña de 5 años que resulta ser mi prima, pero Brook tiene diecinueve.

Ella sigue soltando pequeños gritos y comienza a contarme algunas anécdotas de ambos personajes que, si soy sincero, viniendo de ella resultan muy interesantes.

Manejo por la ciudad hasta detenerme a la orilla de la calle, justo al lado del río Potomac, desde donde tenemos una vista espectacular del Monumento a Washington, pero ella parece estar tan distraída para darse cuenta.

Tan cerca del National Mall, pero sin intención de mostrárselo ahora, ella merece estar en sus cinco sentidos para admirar cada parte de él. Desafortunadamente los cerezos bajo los que estamos ya no nos regalan ese color rosáceo que los caracteriza, pero aun sin eso, sigue siendo bonito y uno de mis lugares favoritos.

Apago el motor del auto y ella por fin levanta la vista de su cajita.

—Esto es... —se le corta la respiración—. Wow, Adrien, esto es hermoso.

—Me sorprende que puedas reconocerlo.

—Oye —me frunce el ceño—. Estoy borracha no ciega.

Sonrío sin intención de discutir.

—Come, Roberts.

Son raras las veces en las que ella y yo estamos de acuerdo y esta es una de esas veces, porque no pelea ni refuta, al contrario, me pasa mi cajita para que ambos comencemos a comer, también está lo suficientemente cansada y con hambre pues mientras come no hace más que sonreír y atragantarse con las papas y la hamburguesa.

Una vez termina, se limpia las manos y se acomoda en el asiento.

—¿Vendremos a visitar este lugar de día, verdad? —pregunta con emoción.

—Claro que si —afirmo—. Cada parte de esta ciudad.

Su sonrisa es mi respuesta.



*****

—"Lo tengo controlado" —bufo recitando sus palabras y cierro la puerta de la habitación detrás de nosotros.

La sonrisa boba que tiene en el rostro hace que sea casi imposible no sonreír, y la forma en que tiene los ojos cerrados, provocando que sus largas pestañas rocen el comienzo de sus pómulos, genera un pequeño cosquilleo en la parte baja de mi abdomen.

—Lo tenía controlado —ríe y se aleja de mis brazos para recostarse en mi cama. La sigo, sentándome en la orilla mientras la observo moverse hasta quedar boca abajo.

Fue imposible meterla a su residencia tan tarde y la mejor opción fue esta, no es que me guste tenerla aquí, ni nada parecido.

Si, por supuesto.

En silencio y con mucho cuidado comienzo a quitarle los objetos mortales que carga como zapatos. Aunque tenía que admitir que eran mortales por el hecho de que le hacían lucir piernas kilométricas, suaves, bronceadas y jodidamente apetitosas, no tanto por el hecho de que no comprendo cómo pudo caminar toda la noche con eso.

Entonces mi mente vuela a otros escenarios que no son ni de cerca tan amigables, pero es algo que no puedo evitar últimamente.

Moriría por probar un poco de su piel. Dios, mataría por poder pasar mi lengua sobre ella y comprobar si es igual de deliciosa a como luce. Arrastraría mi boca sobre su rodilla u luego subiría y subiría hasta que su olor sea todo loco mis sentidos puedan percibir, podría...

—¿Adrien? —su dulce voz me saca de los pensamientos tan pecaminosos que comenzaba a tener.

Mierda, ahora me siento culpable por fantasear con ella de esa manera.

Me aclaro la garganta antes de responderle.

—¿Si?

—¿Me ayudas con la ropa? —se remueve provocando que la tela de la prenda abrace aún más cada centímetro de su cuerpo e intenta alcanzar el cierre de su espalda—. ¿Adrien? —repite, esperando mi respuesta.

Niego, tratando de espantar ciertos pensamientos.

—Por supuesto.

Alejo sus torpes manos y comienzo desabotonando el pequeño botón en la parte superior, luego comienzo a deslizar el zipper, revelando su espalda y la tela de su brasier, hasta que llegar a la parte inferior de la misma.

—Listo —contesto con una voz que no se parece a la mía.

Murmura un agradecimiento y luego rueda sobre su espalda, luchando para deshacerse de su vestimenta. Me río cuando veo que es en vano y comienzo a desvestirla.

En cuanto la tela se arremolina en su cintura, hago todo para no mirar su pecho, y continúo arrastrándola por sus piernas. No las mires Adrien. No lo hagas.

Tienes más fuerza de voluntad que esto, vamos.

Lo hago.

La visión se me nubla al ver la tanga negra que trae puesta y me siento morir en ese mismo instante. Hubiera preferido morir.

El encaje negro apenas y cubre lo necesario, pero no es difícil ver a través de ella. Esto es incentivo a mi imaginación y, sin darme cuenta, la boca se me hace agua. Comienzo a imaginar cómo ese pequeño coño me apretaría mientras las piernas con las que tanto he fantaseado se enrollan en mi cintura.

Eres un puto pervertido, Adrien Morgenstern.

Su movimiento brusco me obliga a espabilar sin entender que rayos está pasando.

Tengo a Brook encima de mí.

Trato de levantarme y alejarla, pero se aferra a cuello, de tal forma que ahora estoy sentado, con ella en mi regazo y con sus brazos en mis hombros.

La hubiera apartado si fuera una persona decente, pero estoy más intrigado por saber cuál será su siguiente movimiento. En cambio, sus ojos ahora cansados y el leve temblar de sus parpados me hacen quedarte quieto.

—Hoy yo... —sus palabras se detienen y la miro observando que sus ojos se han puesto vidriosos.

Eso enciende mi lado protector, porque pareciera que está sufriendo y no me gusta verla así.

—¿Qué ocurre? —le pregunto, preocupado.

Con cuidado coloco una mano en su cintura y con la otra aparto el cabello de su rostro, colocándolo detrás de su oreja.

—Hice algo malo —es todo lo que dice.

—¿Quieres contarme?

Niega y suspiro sin estar tranquilo. La abrazo pasando mi mano por su columna vertebral y ella hunde el rostro en mi cuello.

—Tienes que dormir —trato de levantarla, pero me abraza con más fuerza.

—Quiero quedarme así, solo un poco más —pide.

—De acuerdo.

Se queda unos minutos en silencio y luego vuelve a hablar.

—Siempre que siento que el mundo se me viene encima estas ahí ¿sabes? —Murmura contra mi hombro—. Gracias por siempre estar ahí, Adrien.

—Prometí ser un buen amigo.

Asiente y deja un suave beso que juro siento aun con la camisa que llevo puesta.

—La vez pasada me hablaste de un clavo ¿verdad? —su voz logra distraerme de la extraña sensación que comenzaba a extenderse por mi cuerpo.

Frunzo el ceño sin saber de qué habla.

—Debería dejar de ser tan sentimental e intentar algo con otras personas.

Lo capto.

Le propuse que saliera y conociera a más chicos. Ahora reconozco que lo hice para aminorar el sentido de culpa que tenía, pero después de lo de White no creo estar preparado para escuchar que quiere intentar algo serio con él, ni con cualquier otro.

—¿Que con ello?

—Quiero intentarlo —habla y me maldigo.

Mierda.

—¿Tienes a alguien en mente?

Sé que no es White de quien habla, sé que son buenos compañeros y no veo en la cara de Brook que el chico le interese.

No entiendo la manera en que me disgusta la idea de que esté viendo a alguien más, pero trato de convencerme que lo que en realidad me disgusta es el hecho de que podría estar viendo a alguien y no me lo haya dicho antes si se supone que somos amigos.

¿Cómo podría saber si es alguien decente para ella?

—Aún no —exhalo, con alivio, pero la molestia sigue jodiendo mi pecho—, pero quiero tenerlo y no deseo que sea cualquiera.

Asiento comprendiendo sus palabras, tampoco es como que yo la vaya a dejar estar con cualquiera. Ella se merece alguien que valga la pena, incluso si es alguien pasajero, sería difícil encontrar a alguien competente, pero si es lo que ella quiere, yo movería el maldito mundo para conseguir....

—Sé mi clavo, Adrien —tres simples palabras logran dejar mi mente en blanco—. Mi chico rebote, como prefieras llamarlo.

Ella no acaba de decir lo que creo que acaba de decir.

No logro descifrar si lo que siento es enojo o sorpresa, pero definitivamente no es algo agradable.

¿Chico rebote? já. Ser el clavo que saca a otro clavo. La segunda opción. Eso es lo que ella ve en mí.

—Incluso si para ti es solo un juego, solo quiero que me ayudes, eso es lo que hacen los amigos ¿no? —continua y apenas tengo tiempo de voltear la cara haciendo que sus labios terminen en mi mejilla, pues iban destinados a otro lugar.

Pero no puedo hacerlo, no con ella en este estado.

La sorpresa paraliza su cuerpo, la siento tensarse sobre mí, es como si hubiera despertado del trance en el que se encontraba. Se remueve, pero mantengo mis manos sobre su cintura, negándome a soltarla.

—Re-rechazaste mi beso —sacude la cabeza aturdida, como si de verdad no pudiera creerlo—. De verdad lo hiciste —deja salir una risita incrédula.

Si, lo hice, pero no es lo que quería.

Si me preguntan qué es lo que realmente quería pensarían que soy un puto demente. Y, aun así, tal vez lo habría hecho de no ser porque está lo suficientemente borracha como para que mañana no recuerde nada. Soy imbécil, pero no soy tan horrible como para aprovecharme de su vulnerabilidad.

Veo pequeñas lágrimas formarse en sus preciosos ojos azules, veo la súplica en ellos y el anhelo de algo que no puedo darle.

Algo pasó hoy y me jode no saberlo, pero sé que fue lo suficientemente malo como para que ella me haya pedido algo así. Haría lo que fuera para aliviar un poco la desilusión que siente, para borrar ese brillo triste de sus ojos, pero lo que me pide es algo que simplemente no puedo hacer.

—Sabes lo mucho que te aprecio ¿cierto? —hablo y su labio inferior comienza a temblar.

—No empieces con esto, por favor —se levanta bruscamente de mi cuerpo y esta vez si la dejo alejarse—. Si no quieres solo dilo, pero no hagas esto de justificar que no quieras intentarlo por el aprecio que me tienes. ¿Sabes qué? Ni siquiera tienes que decirlo, lo entendí perfectamente.

—Es que no estoy justificando que no quiera intentarlo, quiero hacerte ver que yo no soy esa persona que buscas —me levanto y la enfrento—. Ni tú la que yo busco, no eres mi tipo, y cuando te des cuenta de eso me lo agradecerás.

Su rostro se contrae cuando mis palabras la golpean.

—¿Por qué no lo soy? —la voz le tiembla cuando lo pregunta.

¿Porque no lo es?

Fácil, porque...

Mi mente comienza a maquinar las razones del por qué ella no es el tipo de persona que busco, y me sorprendo a mí mismo al descubrir que no hay ni una sola razón.

Sólo Matt.

—¡¿Por qué, Adrien?! —esta vez su voz es fuerte y me atrevería a decir que incluso enojada—. Dame solo una maldita razón por la que no soy tu tipo, solo una y juro que esta es la primera y última vez que insinúo algo entre tú y yo.

Estar borracha, enojada y con unas bragas demasiado pequeñas me hacen sentir nervioso por primera vez, lo que al mismo tiempo me impide pensar racionalmente.

—Porque eres demasiado...

Demasiado hermosa, incluso para mí.

Demasiado inteligente, demasiado divertida, amorosa, educada, demasiado todo. Es mucho más de lo que merezco.

—¡¿Demasiado qué?! —explota.

—Virgen.

Ay no.

Por su rostro puedo deducir que es la cosa más estúpida que he dicho y estoy seguro de que su cara refleja el mismo semblante que el mío.

—¿Virgen? —el desconcierto es notorio en su voz—. ¿Ahora ser virgen es un defecto?

—Claro que no. Pero si es un problema para mí y lo sabes perfectamente, conoces mi estilo de vida Brook —la única manera de no quedar como un idiota es siendo un idiota.

Sus labios se abren cuando ahoga un pequeño jadeo, pero se recupera y asiente.

—Sabes, tienes razón, no eres lo que busco y no soy lo que buscas. Olvida todo, esto no sucedió —se acerca y pasa por mi lado para subirse a la cama y meterse en las sabanas—. Buenas noches, Adrien, gracias por dejarme quedar aquí. Cierra la puerta cuando salgas.

Me da la espalda y se cubre con la manta hasta la coronilla.

Me acabo de ganar un Óscar en el ser más imbécil del mundo.


******

Holi de nuevo, espero que les haya gustando el capítulo lo suficiente para perdonarme el haberme tardado años en actualizar.

Recuerden apoyarme con sus votos y comentarios.

Ahora me voy a festejar que Midnight sale unos días antes de mi cumple y ese es mi regalo más grande.

Nos leemos pronto. Abracitos.

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