El karma de Shirley [YA EN LI...

By LBSilva

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EN LIBRERIAS CON LA EDITORIAL MIRIFICAS. Cuando Shirley tenía nueve años creó su primer escrito para un tall... More

Sinopsis.
Aviso antes de leer
1. El inicio de la locura.
2. El no fantasma.
3. ¿Real o no real?
4. Un amigo es una luz.
5. Ratatouille
6. Macrisis
7. F.F.F
8. Como Christian Grey.
9. Despacito.
10. Falsas esperanzas
11. Lengua atada
13. Fantasmas en la casa.
14. Farsante.
15. Julian no está, Julian se fue.
16. Espejos.
17. Amante. [+18]
18. Helados.
19. El tren.
20. Mi reflejo.
21. Frío
22. Todo concluye al fin [Capítulo final 2021]
Epílogo
Nota final.
EL KARMA DE SHIRLEY EN FÍSICO

12. Prohibido nuestro amor

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By LBSilva


Fue en el momento menos indicado cuando su boca buscó la mía en la oscuridad de la noche, solo iluminados por la gran luna de una noche despejada de febrero. No esperaba aquello y al principio se notó cuando no supe qué hacer. Estaba tan sorprendida por lo que acababa de hacer que por un momento pensé en alejarme y salir corriendo, esconderme en las bancas de la capilla. Tenía miedo, estaba muerta de miedo por los sentimientos que podía despertarme una sola persona. Una persona que no era real.

A pesar de mis dudas, Julian no se detuvo, casi como si quisiera enseñarme a besar. Casi como si fuera el beso que siempre esperé en ese mismo lugar. Fue mágico, como en las novelas o en las películas, fue todo lo que había pedido en mis sueños de niñez. Llevó una de sus manos a mi rostro, apoyando suavemente los dedos en mi nuca y creando una pequeña presión para atraerme a él. Yo no opuse resistencia, sino que lo dejé llevarme hacia él, hacia su boca, hacia toda la perdición que alguien podía pedir. Lo había deseado demasiado como para fingir que de la nada no lo hacía. Solamente estaba sorprendida, abrumada, impresionada y un poquito avergonzada porque así era yo. Era muchas cosas al mismo tiempo. Pasión y miedo. Rojo y amarillo.

Lo había esperado, sin realmente saberlo y lo entendí cuando algo se encendió en ambos. Cuando correspondí, cuando entreabrí los labios para profundizar el beso y por unos segundos, todo se fue al demonio. Cerca de la capilla, siempre pecadores.

Su mano libre la llevó hacia mi cintura y tiró de ella nuevamente acercándome, aunque ya no podíamos acercarnos más. Era imposible que estuviéramos más cerca, no había más espacio para acortar en ese escalón. Escuché la bandera flameando arriba de nosotros junto a los sonidos de la noche. Mis labios se ajustaban con perfección a los suyos, deslizandolos sobre los de él, besandolos, acariciando y todas esas cosas que se podían hacer en un beso. No me importó nada en ese momento, yo lo deseaba todo. Nunca me habían besado con esa intensidad como para fingir que nada sucedía, como para ignorar la llama que había en nosotros dos.

Escuché una especie de quejido por parte de Julian y me di cuenta que había sido mi culpa, lo había mordido alejándome un poco de él para respirar. Lo miré a los ojos, sintiéndome pequeña, sintiéndome gigante y él solo pudo devolverme esa mirada tan intensa que a veces me dejaba sin voz, con la misma sed que una persona en el desierto. Su respiración me acariciaba los labios, haciéndome pequeñas cosquillas y recordandome que era real. Julian, mi personaje, era real y ahí estaba haciéndome ver estrellitas de colores.

—Acabo de besar al personaje de mi novela —comprendí, alejándome un poquito porque la situación era increíble, pero irracional al punto de la risa. Julian siguió comiéndome con la mirada, pero no pudo evitar reírse también, algo contento con mi felicidad. Empecé a reírme, casi una risa nerviosa que luego se convirtió en miles de carcajadas que llenaron la noche en Lincoln. Julian al principio se mostró confundido y luego, lentamente, comenzó a reírse conmigo. Eramos dos tontos, riéndo en la noche en un colegio al que habíamos entrado de manera ilegal.

Y por un momento nada se sintió más correcto.



Esa noche fue mágica de un modo que solo nosotros sabíamos apreciar y si bien volvimos a casa como si fuéramos los mismos, muchas cosas habían cambiado. Yo me sentía diferente. Me sentía querida como nunca antes y eso me llenaba el pecho de alegría. De una alegría que no era capaz de interpretar bien. Estaba contenta y eso hacía mucho tiempo que no me sucedía.

Esa noche pasó con tranquilidad, vimos alguna serie que no recuerdo en Netflix y luego cada uno se fue a su cama, como si nada hubiese pasado. Aun así, yo creía que los dos nos sentíamos diferente. Solamente nos estábamos dando un tiempo para pensar en todo lo sucedido. Para mi sorpresa, cuando volvimos a la casa se sintió un poco como la realidad nos atrapaba y los besos no volvieron. No quería creer que se habían quedado en el colegio, no podía permitirlo.

Pequeños grititos me despertaron esa mañana y me levanté asustada, sorprendida por el desastre que estaba sucediendo. ¿Quien gritaba? ¿Que sucedía? Me encontré de pie frente a la ventana de mi habitación y vi a las chetas peleandose en el auto de Yanina. La rubia estaba al volante y tenía puesto anteojos de sol que debían salir una fortuna, pero se le notaba el cansancio. Me golpeé la frente con la mano, me había olvidado por completo que hoy se suponía que íbamos a la prueba de vestido de Yanina y ahí comprendí porque la histeria colectiva.

Me vestí con rapidez, poniendome lo primero que encontré y me crucé con Julian cuando fui a lavarme los dientes. Como de costumbre, estaba vestido sin camiseta y con sus pantalones pijamas que le marcaban todo. Traté de no mirar cierta parte que siempre me parecía muy interesante y le expliqué que me había olvidado por completo de la prueba de Yanina. Negó con la cabeza mientras me alcanzó un termo y sonrió de lado, siendo el chico perfecto que era.

—Es café, seguramente esas locas lo van a necesitar.

—¿Te he dicho que eres perfecto? —comenté divertida mientras atacaba mi cabello en una coleta alta, no tenía tiempo para peinarme o arreglarme. Lo haría en el auto o en donde sea. Julian me miraba por el espejo, perdido en mi cuello exactamente y cuando nuestras miradas se encontraron me quedé en silencio. Sin expresión en mi rostro. ¿40 grados a las 9 de la mañana? No, era él.

—No, pero no es necesario —soltó mientras se inclinaba para dejarme un pequeño beso en el cuello descubierto. Tragué con lentitud y Julian me dio un guiño de ojo a través del espejo mientras se iba. Miré su culo antes de irme y suspiré. ¿Realmente tenía que seguir a esas locas? Yo era feliz estudiando anatomia y como venían los bebés con mi personaje.

Abrí la puerta del auto mientras Giselle me chillaba que íbamos a llegar tarde, que Yanina estaba muy de mal humor (aparentemente no podía hablar por ella) y María José me regaló una sonrisa tímida desde el otro lado del auto. Bueno, ese sería un viaje muy largo.

Estábamos en silencio mientras avanzabamos por las calles de Lincoln, Yanina y Maria José no paraban de hablar mientras que Giselle no paraba de hacerlo. Tanto era lo que hablaba que me estaba destruyendo la cabeza en miles de pedazos. Quería golpearle y pedirle por favor que dejara de soltar cosas sin sentido. ¿De qué hablaba? Ni yo lo sabía, simplemente no paraba y parloteaba sin parar. El día estaba nublado y me daba algo de pena ver como se había arruinado por completo por una lluvía que iba a llegar nuevamente. Así era Argentina, casi clima tropical.

—¿De qué color nos vamos a vestir nosotras? —quise saber mirando a Giselle y también a las otras, esperando que me dijeran algo. No solía usarse más ir todas las damas de honor del mismo color, pero Yanina soñaba con una boda muy americana así que me imaginaba que iba a venir—. Por favor, dime que no iremos de amarillo...

—No, de dorado —me dijo Giselle con mal humor, como si me hubiese dicho eso miles y miles de veces. Me encogí de hombros, desconocía por completo los planes del casamiento porque en cierta parte los ignoraba. Estaba esperando el momento que alguna de las dos me dijera que no iba a pasar o que no me iban a invitar. Esas cosas pasaban y yo estaba acostumbrada a vivirlas—. ¿Me escuchas cuando hablo?

—Claro que si, Gise, solo que a veces hablas mucho y me pierdo.

Maria José resopló pero de buen humor y me reí junto a ella de lo que acaba de decir. Yanina, de la nada, maldijo en todos los idiomas posibles. Ninguna de las dos entendimos que había sucedido y miramos alrededor buscando alguna explicación de su enojo. El semáforo estaba en rojo y nada sucedía. Un chico se había acercado a nosotros para pedirnos monedas, como solía pasar siempre en un semáforo y yo busqué en los bolsillos de mi pantalón aunque sabía que solo había pelusas y fracasos.

—¿Una monedita, amiga? —preguntó el chico y al instante reconocí la voz, quedandome helada y observando a Yanina.

Mauro estaba del otro lado, pidiendole monedas a la que había sido su amor de la adolescencia. Él era el Julian de la rubia y se notó un ambiente super tenso. Desde donde estaba la veía apretar con fuerza el volante como si algo sucediera y yo desconocía. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué le costaba tanto darle monedas? Con lentitud, Yanina estiró su mano hasta el lugar en donde se solían dejar las monedas y tomó casi todas, pude ver su mano temblar. ¿Que me estaba perdiendo de esa historia? Sin sacarse los anteojos y solo bajando un poco más la ventanilla, le alcanzó las monedas que cayeron una por una sobre la mano de Mauro. La tensión estaba en el aire y la conductora se preparó para arrancar cuando el semáforo se puso en verde.

—Sigues estando espectacular, rubia —no dudó en decir Mauro mientras que Yanina arrancaba lo más rápido que podía para dejarlo atrás. Mal hecho, yo había aprendido que al pasado no se le podía dejar atrás.



Llegamos a la modista de Yanina en total silencio y durante todo el viaje ninguna se atrevió a soltar una palabra para acotar algo. Estábamos preocupadas por Yanina, que de vez en cuando manejaba con más rapidez que otras veces. Quedaba en Junín, la ciudad más cercana de Lincoln. Era un lugar muy modesto, de esos a los que iban las personas con dinero y me di cuenta que Yanina cada vez tenía más y más dinero, aunque no parecía que su vida corría con la misma suerte. Antes de llegar, el novio la llamó y ella le dijo por altavoz que estaba ocupada. Él empezó a exigirle que fuera esa noche a una cena con amigos y que no podía faltar porque quería presumir de la bonita novia que tenía. Hasta ahí todo bien, pero el problema era que casi lo exigía y Yanina estaba ausente en ese momento. Se la notaba distante y por un momento quise creer que estaba recordando. Lo supuse porque a mi me pasaba lo mismo cuando me ponía a pensar en el pasado o en cosas que podían pasarle a mis personajes. Yo siempre viví en una diferente realidad, pero no era el caso de Yanina.

Para cortar con la insistencia, Yani le dijo que estaba con nosotras y la situación se puso aún más tensa. Terminó cortando sin ni siquiera saludar y me dio mucha bronca que fuera tan tarado. Tenía que conocerlo para saber si era así o solo se comportaba como un pelotudo por teléfono. Esperaba que fuera la segunda.

—¿Querés probarte el vestido, Yani? Casi lo tengo listo —le dijo la modista a la rubia, que estaba tecleando en su enorme iphone sin parar y noté que lo pensó varias veces.

Me di cuenta que Yanina no era una novia feliz, todo lo contrario. ¿Que novia iba a dudar de ponerse su vestido? ¿Que novia iba a estar con el teléfono en el momento más importante de su vida? Ninguna, Yanina no quería casarse y me di cuenta en ese momento. Después traté de calmarme y de hacerme miles de ideas en la cabeza como siempre. Tal vez simplemente no estaba teniendo un buen día y el tema de Mauro la había dejado mal. Por favor, que fuera eso.

—Sí, me parece bien. Bajé algunos kilos —comentó al pasar mientras que yo miraba a la persona más delgada del mundo y no entendía cómo se podían bajar más kilos. No dije nada a pesar de todo, porque me parecía que ese tema era conflictivo para todas y andar juzgando a las personas por su peso ya había terminado. No podía seguir envidiando flacas porque yo no podía serlo.

Nos sentamos las tres en unos sillones super comodos y tratábamos de no pensar en otra cosa que no fuera lo sucedido antes de llegar. Tal vez yo estaba buscando historias en donde no las había y quería desesperadamente que algo sucediera aunque debería tener bien claro que no iba a pasar. Algunas personas tenían vidas normales y no había nada más, no había historias románticas imposibles. Todo aquello era una tontería y yo era una soñadora.

Recibí un mensaje de texto de Julian (no me pregunten de qué celular, esas cosas las desconozco) que decía "Piensa mucho en mi" y el emoji de una berenjena con una carita sugerente. Sí, ahora iba a pensar muchísimo en él.

Maria José me habló, como si nada, y yo decidí seguirle el juego porque estaba cansada por completo de crear una rivalidad con alguien que no tenía nada en contra. Me contó algunas cosas de sus hijos y yo la escuché con real atención, porque parecían dos enanos muy divertidos. Giselle contó pavadas, como de costumbre, sobre cosas de belleza y demás. No le presté mucha atención hasta que todas nos dimos cuenta que Yanina estaba tardando mucho en aparecer. Giselle dijo que iba a verla y se metió en los probadores enormes, dispuesta a ver que sucedía. Por ahí tenía problemas con el cierre, era entendible.

—A Yani le hizo mal ver a Mauro —me dijo Jose por lo bajo, haciéndome girar para mirarla. Me mostré confundida y ella interpretó mi mirada, suspirando lentamente luego—. Hacía mucho tiempo que no lo veíamos, parece que está peor. La crisis económica lo dejó en la calle, antes por lo menos tenía trabajo...

—¿Pasó algo más entre ellos mientras que yo no estaba? —pregunté con real interés. Cuando éramos chicos habían salidos unos meses, pero había sido algo infantil y no había durado mucho. Yo me puse muy feliz por ellos en ese momento, hasta se lo conté a mi mamá, pero era más que nada porque me gustaba vivir en otras vidas ya que la mía era un embole—. Yo lo ví hace unas semanas, quiso robarme y fue un momento extraño.

—Sí, Yani y él volvieron cuando terminaron el colegio. Fue de la nada. Todos pensamos que Yani iba a ir a la facultad en capital, pero en cambio empezó a salir con él. Gise tenía la tienda de ropa, yo a mi hijo y no había sentido para nosotras de irnos. Pero ella tenía un futuro y lo dejó en manos de Mauro. Fue un desastre, casi pierde la herencia de sus padres y la echan a patadas de la casa —explicó José con bastante angustia, como si fuera algo que realmente le molestara y le costara recordar. Nunca me hubiese imaginado que Yanina, perfecta y elegante estuviera con Mauro. No porque tuviera problemas económicos, eso era lo de menos, sino porque el chico estaba acostumbrado al caos y todos lo sabíamos cuando terminamos el colegio—. Él empezó a drogarse y ella lo dejó. Volvió a su casa y al rato se puso de novia con el chico este. Hubo veces que Yani nos decía que iba a hacer cosas y volvía peor, como pérdida, nos hizo pensar que se había encontrado con él. Siempre lo sospeché.

Me quedé sorprendida por lo que acaba de escuchar, a fin de cuentas, tal vez la gente si vivía una novela romántica.

—¡Chicas, chicas! —nos gritó Gise aparecieron en la escena y las dos vimos lo mal que estaba su rostro. Algo había pasado, me puse de pie esperando alguna tragedia—. Tienen que venir. Yani no está bien.



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