βž€ Yggdrasil | Vikingos

By Lucy_BF

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π˜π†π†πƒπ‘π€π’πˆπ‹ || ❝ La desdicha abunda mΓ‘s que la felicidad. ❞ Su nombre procedΓ­a de una de las leyendas... More

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━ Proemio
π€πœπ­π¨ 𝐈 ━ 𝐘𝐠𝐠𝐝𝐫𝐚𝐬𝐒π₯
━ 𝐈: Hedeby
━ 𝐈𝐈: Toda la vida por delante
━ 𝐈𝐈𝐈: Fiesta de despedida
━ πˆπ•: Una guerrera
━ 𝐕: Caminos separados
━ π•πˆ: La sangre solo se paga con mΓ‘s sangre
━ π•πˆπˆ: Entre la espada y la pared
━ π•πˆπˆπˆ: Algo pendiente
━ πˆπ—: Memorias y anhelos
━ 𝐗: No lo tomes por costumbre
━ π—πˆ: El funeral de una reina
━ π—πˆπˆ: Ha sido un error no matarnos
━ π—πˆπˆπˆ: Un amor prohibido
━ π—πˆπ•: Tu destino estΓ‘ sellado
━ 𝐗𝐕: SesiΓ³n de entrenamiento
━ π—π•πˆ: SerΓ‘ tu perdiciΓ³n
━ π—π•πˆπˆ: Solsticio de Invierno
━ π—π•πˆπˆπˆ: No es de tu incumbencia
━ π—πˆπ—: Limando asperezas
━ 𝐗𝐗: ΒΏQuΓ© habrΓ­as hecho en mi lugar?
━ π—π—πˆ: PasiΓ³n desenfrenada
━ π—π—πˆπˆ: No me arrepiento de nada
━ π—π—πˆπˆπˆ: El temor de una madre
━ π—π—πˆπ•: Tus deseos son Γ³rdenes
━ 𝐗𝐗𝐕: Como las llamas de una hoguera
━ π—π—π•πˆ: Mi juego, mis reglas
━ π—π—π•πˆπˆ: El veneno de la serpiente
━ π—π—π•πˆπˆπˆ: ΒΏPor quΓ© eres tan bueno conmigo?
━ π—π—πˆπ—: Un simple desliz
━ 𝐗𝐗𝐗: No te separes de mΓ­
━ π—π—π—πˆ: Malos presagios
━ π—π—π—πˆπˆ: No merezco tu ayuda
━ π—π—π—πˆπˆπˆ: Promesa inquebrantable
━ π—π—π—πˆπ•: Yo jamΓ‘s te juzgarΓ­a
━ 𝐗𝐗𝐗𝐕: Susurros del corazΓ³n
━ π—π—π—π•πˆ: Por amor a la fama y por amor a OdΓ­n
π€πœπ­π¨ 𝐈𝐈 ━ π•πšπ₯𝐑𝐚π₯π₯𝐚
━ π—π—π—π•πˆπˆπˆ: MΓ‘s enemigos que aliados
━ π—π—π—πˆπ—: Una velada festiva
━ 𝐗𝐋: Curiosos gustos los de tu hermano
━ π—π‹πˆ: Cicatrices
━ π—π‹πˆπˆ: Te conozco como la palma de mi mano
━ π—π‹πˆπˆπˆ: Sangre inocente
━ π—π‹πˆπ•: No te conviene tenerme de enemiga
━ 𝐗𝐋𝐕: Besos a medianoche
━ π—π‹π•πˆ: Te lo prometo
━ π—π‹π•πˆπˆ: El inicio de una sublevaciΓ³n
━ π—π‹π•πˆπˆπˆ: Que los dioses se apiaden de ti
━ π—π‹πˆπ—: Golpes bajos
━ 𝐋: Nos acompaΓ±arΓ‘ toda la vida
━ π‹πˆ: Una red de mentiras y engaΓ±os
━ π‹πˆπˆ: No tienes nada contra mΓ­
━ π‹πˆπˆπˆ: De disculpas y corazones rotos
━ π‹πˆπ•: Yo no habrΓ­a fallado
━ 𝐋𝐕: Dolor y pΓ©rdida
━ π‹π•πˆ: No me interesa la paz
━ π‹π•πˆπˆ: Un secreto a voces
━ π‹π•πˆπˆπˆ: Yo ya no tengo dioses
━ π‹πˆπ—: TraiciΓ³n de hermanos
━ 𝐋𝐗: Me lo debes
━ π‹π—πˆ: Hogar, dulce hogar
━ π‹π—πˆπˆ: El principio del fin
━ π‹π—πˆπˆπˆ: La cabaΓ±a del bosque
━ π‹π—πˆπ•: Es tu vida
━ 𝐋𝐗𝐕: Visitas inesperadas
━ π‹π—π•πˆ: Ella no te harΓ‘ feliz
━ π‹π—π•πˆπˆ: El peso de los recuerdos
━ π‹π—π•πˆπˆπˆ: No puedes matarme
━ π‹π—πˆπ—: Rumores de guerra
━ 𝐋𝐗𝐗: Te he echado de menos
━ π‹π—π—πˆ: Deseos frustrados
━ π‹π—π—πˆπˆ: EstΓ‘s jugando con fuego
━ π‹π—π—πˆπˆπˆ: Mal de amores
━ π‹π—π—πˆπ•: CreΓ­a que Γ©ramos amigas
━ 𝐋𝐗𝐗𝐕: Brezo pΓΊrpura
━ π‹π—π—π•πˆ: Ya no estΓ‘s en Inglaterra
━ π‹π—π—π•πˆπˆ: Sentimientos que duelen
━ π‹π—π—π•πˆπˆπˆ: ΒΏQuiΓ©n dice que ganarΓ­as?
━ π‹π—π—πˆπ—: Planes y alianzas
━ 𝐋𝐗𝐗𝐗: No quiero perderle
━ π‹π—π—π—πˆ: Corazones enjaulados
━ π‹π—π—π—πˆπˆ: Te quiero
━ π‹π—π—π—πˆπˆπˆ: La boda secreta
━ π‹π—π—π—πˆπ•: Sangre de mi sangre y huesos de mis huesos
━ 𝐋𝐗𝐗𝐗𝐕: Brisingamen
━ π‹π—π—π—π•πˆ: Un sabio me dijo una vez
━ π‹π—π—π—π•πˆπˆ: Amargas despedidas
━ π‹π—π—π—π•πˆπˆπˆ: Te protegerΓ‘
━ π‹π—π—π—πˆπ—: El canto de las valquirias
━ 𝐗𝐂: Estoy bien
━ π—π‚πˆ: Una decisiΓ³n arriesgada
━ π—π‚πˆπˆ: TΓΊ harΓ­as lo mismo
━ π—π‚πˆπˆπˆ: Mensajes ocultos
━ π—π‚πˆπ•: Los nΓΊmeros no ganan batallas
━ 𝐗𝐂𝐕: Una ΓΊltima noche
━ π—π‚π•πˆ: No quiero matarte
━ π—π‚π•πˆπˆ: Sangre, sudor y lΓ‘grimas
━ π—π‚π•πˆπˆπˆ: Es mi destino
━ π—π‚πˆπ—: El fin de un reinado
━ 𝐂: HabrΓ­a muerto a su lado
━ π‚πˆ: El adiΓ³s
━ 𝐄𝐩𝐒́π₯𝐨𝐠𝐨
β€– π€ππ„π—πŽ: πˆππ…πŽπ‘πŒπ€π‚πˆπŽΜπ 𝐘 π†π‹πŽπ’π€π‘πˆπŽ
β€– π€π†π‘π€πƒπ„π‚πˆπŒπˆπ„ππ“πŽπ’
β€– πŽπ“π‘π€π’ π‡πˆπ’π“πŽπ‘πˆπ€π’
β€– π’π„π†π”ππƒπŽ π‹πˆππ‘πŽ

━ π—π—π—π•πˆπˆ: Donde hubo fuego, cenizas quedan

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By Lucy_BF

──── CAPÍTULO XXXVII ───

DONDE HUBO FUEGO,
CENIZAS QUEDAN

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◦✧ ✹ ✧◦

        AQUEL IBA A SER UN DÍA CALUROSO. Durante el transcurso de esas dos últimas lunas la temperatura había ascendido de forma considerable, obligando a los vikingos a sustituir sus gruesas capas de pieles por una vestimenta mucho más fina y ligera. Las noches continuaban siendo frescas y algo lluviosas, pero se notaba que el misseri de verano había dado comienzo. Tras hacer sus propios cálculos, Drasil estimaba que se encontraban en pleno skerpla*, el segundo mes del nóttleysa, según el calendario nórdico.

Le sorprendía lo rápido que estaba pasando el tiempo. En un abrir y cerrar de ojos habían transcurrido prácticamente seis lunas desde que habían abandonado Kattegat, desde que habían partido hacia tierras sajonas para vengar la muerte de Ragnar Lothbrok. Seis meses separada de sus seres queridos, de su familia y amigos.

No había día que no se acordara de su progenitora. Solía encomendarse a los Æsir y a los Vanir con bastante frecuencia para pedirles que cuidaran de ella en su ausencia. También pensaba mucho en Astrid, Hilda y Lagertha, y en todas sus compañeras de armas, especialmente en Torvi. 

Una parte de ella ansiaba regresar a casa, guarecerse en la familiaridad de su hogar, de su patria. Habían ocurrido tantas cosas desde que habían llegado a Inglaterra que ya no sabía cómo debía sentirse respecto a ciertos temas. Pero, por otro lado, quería seguir explorando los reinos cristianos. 

Aquel sitio tenía algo que le atraía inmensamente. Los ingleses le producían muchísima curiosidad. Su cultura, su religión, sus costumbres... Todo eso era nuevo para ella, quien nunca había tenido la oportunidad de viajar más allá de las fronteras de Noruega.

Quería aprender de ellos, comprenderles. Y aunque también le gustaba luchar y saquear, no quería limitarse solo a eso. No cuando aquellas incursiones podían servirle para formarse y enriquecerse, ya no solo como guerrera, sino también como persona.

Porque eso era lo que había aprendido de su padre, lo que Søren se había encargado de inculcarle desde que fue lo suficientemente madura para poder comprenderlo. Su progenitor siempre había aprovechado las expediciones en las que había participado para hacerse más sabio, para interiorizar conocimientos que, de otra manera, jamás hubiese podido adquirir. Y ella quería hacer exactamente lo mismo.

Quería que, allá donde estuviera, se sintiese orgulloso de ella.

Con la primera luz del día, Drasil se adentró en el bosque de coníferas que se erigía junto al campamento en el que el Gran Ejército se había instalado luego de abandonar el castillo del rey Ecbert. Dicho asentamiento había sido levantado cerca de las orillas de un río importante, puesto que muchos hombres y mujeres, como el caso de Björn y Halfdan, llevaban varias semanas preparando los navíos para poder partir cuanto antes hacia el mar Mediterráneo.

Siempre le habían gustado los bosques. Cuando aún vivía en Hedeby solía escabullirse con Astrid y Eivør a la pequeña floresta que colindaba con la aldea. En ellos se sentía en paz consigo misma, como si nada más existiera a su alrededor. Eran su refugio, su santuario.

Con sumo sigilo realizó el mismo trayecto que ella y Eivør habían recorrido el día anterior para colocar por el perímetro varias trampas de caza. Esquivaba rocas y raíces salientes con tanta ligereza que, más que caminar, parecía flotar. Sus pies apenas hacían ruido con la hojarasca del suelo. Se había convertido en un espectro, en una sombra más del bosque.

Sus labios hilvanaron una sonrisa mordaz cuando divisó a unos metros de distancia la primera trampa. En ella vislumbró a un conejo que había tenido la mala fortuna de estar en el momento y en el lugar equivocados. La skjaldmö se acuclilló y examinó con rigurosidad a la presa. Esta no era muy grande, pero al menos se trataba de un ejemplar joven, lo que significaba que su carne estaría tierna y sabrosa.

El animal, que apenas se movía a causa del miedo, miraba con sus pequeños ojillos a la que se iba a convertir en su verdugo. Se revolvió cuando Drasil lo cogió del pellejo y lo atenazó contra el suelo e intentó morderla con sus afilados dientes, que castañeaban con frenesí. 

Por suerte para los dos, la muchacha fue rápida. Desenfundó el seax de su tía Jórunnr y, con un movimiento grácil y veloz, hundió la hoja en el cuerpecillo del conejo, matándolo en el acto. Apenas un instante después, volvió a envainar su cuchillo y liberó la pata del mamífero en torno a la que se había quedado enroscado el lazo de la trampa.

Una vez que lo hubo asegurado a la ristra que pendía de su cinturón, fue a comprobar el resto de trampas. En total habían colocado seis, de modo que, con un poco de suerte, ese día podrían disfrutar de un buen estofado.

El sol ya se alzaba por encima de las copas de los árboles cuando Drasil terminó de revisar las trampas. En la ringlera que colgaba de su cinto tan solo había un par de conejos, pero dos eran mejor que nada. 

Se dispuso a regresar al campamento, donde, con ayuda de Eivør, despellejaría las presas y las trocearía en diversas porciones. No obstante, antes de que pudiera emprender la marcha, un ruido la puso en guardia, haciendo que el vello de la cerviz se le erizara.

La chica miró en todas direcciones con la desconfianza grabada a fuego en sus titilantes pupilas. Tal vez fuera algún animal que andaba correteando por la zona o simplemente el ulular del viento, pero, de igual forma, Drasil aferró la empuñadura de su seax y lo sacó de su funda, a fin de utilizarlo en caso de que fuese necesario.

A su espalda, el crujido de una rama la sobresaltó. En un acto reflejo giró sobre su cintura y enarboló su daga con ferocidad, consciente de que había alguien tras ella. Contuvo el aliento con un «ah» cuando la hoja de su seax chocó contra el filo de un hacha. Varias chispas brotaron debido a la fricción del acero.

Los ojos de Ubbe la observaron con diversión. Sus dientes relucían bajo la tupida barba en una sonrisa socarrona, lo que solo sirvió para irritar todavía más a Drasil, que tuvo que morderse la lengua para no soltar la sarta de improperios soeces que se le estaba viniendo a la mente.

—¿Es que acaso te has vuelto loco? —lo reprendió con el entrecejo fruncido. Retrocedió unos pasos y enfundó su cuchillo. Todo ello bajo la atenta supervisión del caudillo vikingo, que no había borrado su sonrisa—. Podría haberte matado.

—Lo dudo mucho. —Ubbe se encogió de hombros con naturalidad. Bajó la mano en la que sostenía el hacha y examinó de arriba abajo a la hija de La Imbatible. Los conejos que llevaba atados a la cintura hicieron que riera entre dientes—. Tienes buenos reflejos, no lo voy a negar. Pero... —Dejó la frase en el aire mientras contemplaba sus cutículas, como si fueran lo más apasionante que hubiese visto nunca.

El ceño de Drasil se arrugó aún más.

—¿Pero? —le instó a que prosiguiera.

—Pero no eres lo bastante rápida —continuó picándola él—. Para mí, claro.

Ante ese último comentario, la escudera abrió la boca con indignación. La expresión de su semblante, que lucía un profundo bronceado fruto de la exposición al sol, pareció hacerle gracia a Ubbe, que no pudo evitar carcajear. Sus estrepitosas risotadas fueron aliciente suficiente para que Drasil, con un único pero certero movimiento de muñeca, desenvainara la espada que llevaba asegurada a su talabarte.

—¿Quieres que te demuestre lo rápida que puedo llegar a ser? —dijo en un tono inusualmente meloso. Sus labios se habían curvado en una sonrisa inocente, pero sus iris esmeralda brillaban con perversa diversión.

El primogénito de Ragnar y Aslaug rio de nuevo.

—No pienso luchar contra ti —impugnó.

—¿Y eso por qué, si puede saberse? —Drasil alzó el mentón con soberbia—. ¿Temes que te gane? —ronroneó, queriendo provocarlo.

Ubbe comprimió la mandíbula con fuerza, tratando de reprimir una nueva carcajada. Puede que él pecara de jactancioso, tal y como se lo había hecho saber la castaña en incontables ocasiones, pero ella tampoco se quedaba atrás. En ese aspecto, ambos eran tal para cual.

—Te hirieron hace apenas dos meses, Dras —contestó él, enronqueciendo la voz. De manera inconsciente, la susodicha se llevó la mano que tenía libre al abdomen, allá donde aquel maldito cristiano la había ensartado con su espada—. No sería un combate justo —apostilló.

Los dedos de Drasil palparon con suavidad la zona. Si bien la herida estaba prácticamente curada, aún había ciertos movimientos que le cortaban la respiración. Aquella zona había quedado muy sensible, de modo que cualquier roce o golpe le producía una inmensa molestia.

—He reanudado mis entrenamientos con Eivør, así que eso no es excusa —rebatió. No mentía; llevaba varios días ejercitándose para no perder facultades. Su mejor amiga se había ofrecido a ayudarla siempre y cuando no se extralimitara y fuese paciente—. Empiezo a pensar que tienes miedo, Ragnarsson —se mofó.

Ubbe entornó los ojos. La línea de su boca se tensó, pero no llegó a decir nada. En su lugar, se irguió en toda su altura y blandió su hacha hacia la skjaldmö, haciendo que esta impactase contra su espada.

Drasil sonrió con malicia, exhibiendo una hilera de dientes blancos y bien alineados. La adrenalina no demoró en correr anárquica por sus venas, espoleándola, vigorizándola. Agarró su arma con las dos manos y se impulsó sobre la punta de sus pies para abalanzarse sobre el joven, que también esbozó una sonrisa lobuna.

Ambos fintaron, intercambiaron embistes y lanzaron estocadas al aire, sumergiéndose en un amistoso enfrentamiento que parecía alejarlos de la realidad. Reían y bromeaban como críos en tanto desplegaban sus fuerzas contra el otro, siendo más una danza que un acto violento.

Durante los siguientes minutos los dos continuaron moviéndose de un lado a otro, esquivando ataques y perpetrando sus propias acometidas.

La escudera se maldijo en su fuero interno cuando las fuerzas le comenzaron a flaquear. Un molesto ardor se había aposentado en su costado izquierdo, advirtiéndole de lo que sucedería si seguía a ese ritmo. Miró a Ubbe, buscando en él cualquier signo de cansancio o malestar, pero el primogénito de Ragnar y Aslaug continuaba igual de enérgico que cuando habían iniciado el combate.

No cabía la menor duda de que se encontraba en plena forma, al contrario que ella, cuyas condiciones físicas tras resultar herida en el campo de batalla no eran las mejores. Era cierto que poco a poco se iba encontrando mejor, con más libertad de movimientos, pero las secuelas de aquel angustiante episodio todavía se aferraban a ella.

Fue entonces cuando su espada y el hacha de Ubbe formaron una cruz aspada, dejando sus respectivos rostros a escasos centímetros de distancia. Las pulsaciones de Drasil se dispararon cuando el hálito del muchacho le entibió la cara.

Quiso fintar, pero Ubbe no se lo permitió. Este la apartó de un ligero empujón, anticipándose a sus intenciones y provocando que la castaña perdiera momentáneamente el equilibrio. Drasil reculó unos pasos, tambaleante. Por suerte para ella, pudo controlar sus pies antes de que estos la enviaran directa al suelo, aunque no se libró de que una punzada de dolor atravesara el flanco izquierdo de su abdomen. 

Reprimiendo un alarido, soltó la espada y se dobló sobre sí misma, llevándose las manos a la zona afectada. Al verlo, el semblante de Ubbe palideció de golpe.

—Maldita sea —farfulló él al tiempo que desasía su hacha, que cayó al suelo con un ruido sordo—. ¿Te encuentras bien, Dras? —consultó, desazonado. Se detuvo junto a ella y le frotó la espalda con delicadeza, en un vano intento por aliviar su dolor—. No pretendía hacerte daño, yo...

Antes de que pudiera concluir aquella frase, la hija de La Imbatible recuperó la verticalidad con una presteza sorprendente. En sus labios carnosos y sugerentes podía apreciarse la sombra de una sonrisa pérfida y traicionera. Ubbe la observó con desconcierto, justo antes de recibir una patada baja que hizo que trastabillara. La hojarasca crujió bajo su peso cuando cayó de espaldas. Instantes después, Drasil reapareció en su campo de visión, con los brazos en jarras y una mueca de satisfacción coloreando sus facciones.

—¿Sigues pensando que no soy lo suficientemente rápida? —pronunció ella, petulante. En su rostro no quedaba vestigio alguno del repentino malestar que tanto había alarmado a su adversario.

Ubbe la miró con una ceja arqueada, consciente de que aquello tan solo había sido una treta por su parte. Lo había engañado, fingiendo haberse lastimado a raíz de ese último empellón que le había propinado para así poder pillarle con la guardia baja. Y no sabía si debía sentirse molesto porque hubiera jugado con él de esa manera o si, por el contrario, debía elogiar su astucia y perspicacia.

—Has hecho trampa —farfulló el Ragnarsson mientras se incorporaba sobre los codos. Tenía el semblante congestionado y perlado en sudor, con las mejillas arreboladas y la frente poblada de arrugas.

Drasil se encogió de hombros.

—No hay reglas en el campo de batalla. —Se pasó una mano por la larga trenza que le llegaba a la cintura, cerciorándose de que ningún mechón se hubiera salido de su sitio—. Además, has insinuado algo que no es verdad. Yo solo te he sacado de tu error —dijo con ilusoria candidez.

Ubbe meneó la cabeza, divertido. La hija de La Imbatible era una mujer de armas tomar, con un carácter explosivo y una seguridad apabullante. No era sumisa ni conformista —tal y como había catalogado a la mayoría de las féminas con las que había estado—, y esa era una de las cosas que más le gustaban de ella.

—Ayúdame a levantarme al menos —pidió a la par que extendía una mano hacia Drasil. Esta lo miró con cierto recelo, como si no terminara de fiarse de él—. Me he hecho daño por tu culpa. Me lo debes —insistió.

La joven vaciló, pero acabó cediendo. Acortó la distancia que los separaba y tomó la mano de Ubbe. Aquel mero contacto bastó para que un familiar hormigueo se instalase en su estómago. La piel de su palma era áspera, pero cálida y reconfortante a la vez. Drasil se fijó en el brazalete que exhibía con gran orgullo en su muñeca, aquel que había marcado su paso de niño a hombre.

Abandonada a sus pensamientos, no reparó en la sonrisilla mordaz que había esbozado el chico, cuyos dedos se habían enroscado alrededor de su muñeca como una serpiente. Antes de que la skjaldmö pudiera reaccionar, Ubbe tiró de ella, ocasionando que, una vez más, perdiera el equilibrio. 

Drasil chilló, justo antes de caer encima del primogénito de Ragnar y Aslaug, que había demostrado ser igual de alevoso que ella. Con una facilidad insultante, este la tomó de la cintura y la depositó en el suelo, para después rodar sobre sí mismo y quedar a horcajadas sobre la castaña, que gruñía y pataleaba con fiereza.

Ubbe quedó entre sus piernas. Con su peso presionó las caderas de la escudera contra el suelo, lo que provocó que una roca se clavara en su espalda. Drasil se movió para apartarla, sin éxito. El Ragnarsson ejerció más presión contra ella y le atenazó los brazos con las manos, jadeando por el esfuerzo.

Drasil arrugó la nariz con enojo. El costado le dolía y aquella maldita piedra seguía hundiéndose con saña en la parte baja de su espalda. Quiso golpear al muchacho, más ahora que aquella insufrible —a la vez que hipnótica— sonrisa volvía a iluminar sus rasgos faciales, pero estaba completamente inmovilizada.

—Yo también sé jugar sucio —murmuró Ubbe con voz ronca.

De nuevo, sus alientos se entremezclaron.

La cercanía entre sus respectivos rostros logró agitarla hasta límites insospechados. Trató por todos los medios de dejar su mente en blanco, de no pensar en lo mucho que la estaba enloqueciendo el hecho de tener su cuerpo sobre el suyo, presionando contra ella determinadas zonas de su escultural anatomía que hacían que el aire se le quedara atascado en la garganta, pero le resultó imposible. El rubor se adueñó de sus mejillas en tanto un sofocante ardor se abría paso en su zona íntima, que palpitaba al mismo ritmo que su desbocado corazón.

—Eres un bruto —bisbiseó ella con voz trémula.

«Bésame», habría querido decirle.

Los labios de Ubbe se curvaron en una media sonrisa.

—Y tú una jovencita demasiado lenguaraz.

Ubbe la sujetaba con los brazos extendidos y las muñecas inmovilizadas, cargando todo su peso en sus rodillas, las cuales había hincado en la tierra húmeda para no aplastarla ni hacerla daño.

Sin poder hacer nada para evitarlo, sus orbes celestes se desviaron hacia el insinuado escote de su camisa, donde la tela dejaba al descubierto la curva superior de sus senos. El Ragnarsson tragó saliva, como si estuviera debatiéndose consigo mismo.

Drasil se ruborizó aún más al verlo. Desde su posición pudo vislumbrar cómo la mirada de Ubbe se oscurecía. En sus dilatadas pupilas avistó la misma necesidad que a ella la estaba corroyendo por dentro, el mismo deseo exacerbado e irrefrenable de ser uno, de rendirse a esa pasión prohibida que los tenía resollando como animales. Pero en ellas también discernió un brillo de inseguridad y contención.

Sus sienes palpitaban con virulencia cuando el guerrero se separó de ella, reduciendo a cenizas aquel íntimo momento que acababan de compartir, aquella vana esperanza que se había prendido en su pecho, ilusionándola como a una niña pequeña.

Ubbe se apartó de ella con urgencia, como si realmente necesitara espacio. Se deslizó por la hojarasca hasta quedar sentado a su lado, a una distancia prudencial de la muchacha, que no se había movido de su sitio. Flexionó las piernas y apoyó los codos en sus rodillas, evitando a toda costa restablecer el contacto visual con ella.

Drasil se quedó totalmente rígida, con las mejillas encendidas y un profundo malestar constriñéndole la boca del estómago. Comprimió la mandíbula con fuerza y centró toda su atención en el dosel arbóreo que los sobrevolaba, en un intento desesperado por poner sus pensamientos en orden.

Esa no era la primera vez que ocurría algo semejante. 

Desde que habían limado asperezas en el castillo del rey Ecbert, su relación se había quedado estancada. Si bien habían vuelto a coger confianza para ciertas cosas, ninguno de los dos se había atrevido a ir más allá, a cruzar de nuevo aquella peligrosa línea. Era cierto que disfrutaban de la compañía del otro, pero solo como amigos. Y una parte de Drasil odiaba aquel tácito acuerdo que ellos mismos se habían autoimpuesto. Aunque de sobra sabía que no podía recriminarle nada a Ubbe, dado que fue ella la que quiso distanciarse, la que prefirió cortar por lo sano para no empeorar la situación. Para no sentirse tan confundida y fragmentada.

Era consciente de que aquella inhibición por parte de Ubbe se debía a eso, a todo lo que le increpó en su última discusión. El joven le estaba dando tiempo y espacio para que pudiera aclarar sus ideas. No quería forzarla a hacer algo de lo que luego pudiera arrepentirse, ni tampoco ponerla entre la espada y la pared.

Era su forma de decirle que respetaba su decisión.

Que la respetaba a ella.

Lo que no habían podido guardar bajo llave, sin embargo, era esa pasión ardiente que existía entre ambos. Esa tensión sexual que, a cada día que transcurría, se iba haciendo más y más palpable. La respuesta fisiológica de sus cuerpos cada vez que estaban cerca el uno del otro era lo que más les estaba dificultando las cosas a la hora de guardar las distancias, porque era algo que no podían controlar ni reprimir.

Drasil respiró hondo, para finalmente incorporarse, quedando así a la misma altura que Ubbe. Entrelazó las manos sobre su regazo y se mordisqueó el interior del carrillo, sin saber muy bien qué decir para romper el silencio que se había instaurado entre ellos, enrareciendo el ambiente.

—Lo siento, yo... No debí haberlo hecho. —Fue el caudillo vikingo quien tomó la iniciativa—. No quería incomodarte —se disculpó sin tan siquiera voltearse hacia la aludida.

Las uñas de Drasil se clavaron con brío en el dorso de sus manos, hasta el punto de hacerse daño. Quiso sacarle de su error, decirle que se equivocaba, pero algo dentro de ella se lo impidió. En su lugar, bajó la mirada, apesadumbrada. No fue hasta que transcurrieron unos segundos que se aventuró a hablar:

—¿Qué haces aquí tan temprano? —quiso saber, cambiando radicalmente de tema.

Ante su interpelación, los músculos de Ubbe se contrajeron. Igual que un crío, comenzó a juguetear con su brazalete, haciéndolo girar alrededor de su muñeca. Se relamió los labios, a fin de ganar algo de tiempo antes de brindarle una contestación.

—No podía dormir —solventó sin querer entrar en más detalles—. Así que fui a dar un paseo para despejarme. —Un molesto nudo se aglutinó en la garganta de Drasil, quien creía intuir el verdadero significado de aquellas palabras—. Pasaba por aquí y te vi revisando las trampas —adujo, virando la cabeza en su dirección.

Sus miradas volvieron a encontrarse.

El azul del cielo y el verde del pasto.

La hija de La Imbatible fue incapaz de disimular la zozobra que se había apoderado de ella tras escuchar el motivo que lo había llevado hasta allí. Le resultó imposible no preocuparse al atisbar las prominentes ojeras que marcaban la parte superior de sus pómulos, aquellas que llevaban acompañándolo desde hacía varias semanas y que evidenciaban que había algo que lo atormentaba. Y aunque no se lo hubiera dicho expresamente, ya que el primogénito de Ragnar y Aslaug solía evadir el tema siempre que este salía a colación, Drasil sabía cuál era la causa de su desvelo.

Conocía a Ubbe. Había aprendido a leer e interpretar todos y cada uno de sus gestos y ademanes, y sabía que los últimos acontecimientos le habían afectado más de lo que quería admitir. La muerte de Sigurd a manos de Ivar había supuesto un antes y un después para el Gran Ejército, especialmente para los Ragnarsson restantes. No en vano El Deshuesado había cometido uno de los actos más atroces en la sociedad escandinava: el fratricidio.

Ivar había cambiado a raíz de lo de Sigurd. Se había vuelto más peligroso e impredecible. No lo dudaba a la hora de contrariar las decisiones de sus hermanos mayores, creyéndose el único con derecho a liderar las huestes, y eso era algo que le estaba trayendo a Ubbe de cabeza.

—¿Quieres hablar de ello? —inquirió Drasil con cautela.

El muchacho tenía la cabeza gacha y los hombros caídos, pero la tirantez embargó nuevamente todos sus músculos cuando la oyó formular aquella pregunta.

—Estoy bien, Drasil —sentenció, tajante—. No hay nada de qué hablar.

La mencionada se sobrecogió ante lo cortante que había sido su respuesta. Comprimió la mandíbula con fuerza, haciendo rechinar sus dientes, y procuró que la agitación de su pecho no se delatara en su expresión.

—Será mejor que volvamos —añadió Ubbe instantes después, esta vez en un tono mucho más suave y comedido—. Eivør se preocupará si tardas en regresar. —Se levantó de un salto y se sacudió la ropa, librándola de las hebras de hierba que se habían quedado adheridas al tejido.

Drasil suspiró, resignada. Un ramalazo de decepción la atravesó de lado a lado, dejándola sin aliento. Decepción porque el primogénito de Ragnar y Aslaug no quisiera abrirse a ella. Sin embargo, no creyó conveniente presionarle, de modo que no insistió. Lo último que quería era agobiarle.

Ya hablaría con ella cuando estuviese preparado.

Cuando las aguas volvieran a su cauce.

▬▬▬▬⊱≼≽⊰▬▬▬▬

· ANOTACIONES ·

Skerpla es el mes del calendario nórdico que va de mediados de mayo a mediados de junio.

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N. de la A.:

¡Hola, mis amores!

Pues con este capítulo damos por iniciado el segundo acto, ¡yuju! Me siento muy productiva con esta historia, en serio. De todas las que tengo publicadas, esta es en la que más estoy rindiendo x'D De hecho, tengo escritos ya los capítulos 38, 39 y la mitad del 40 (͡° ͜ʖ ͡°) Creo que ya os quedó claro con la información que colé en el apartado del segundo acto, pero se va a liar pardísima tanto en Kattegat como en Inglaterra jajajaja. Así que ya os podéis preparar, que estamos en un punto de la historia donde va a haber drama y salseo por un tubo.

Bueno, pues comenzamos con un capítulo de shippeo intensito. No sé cómo os sentiréis ahora mismo después de haberlo leído, pero apuesto lo que sea a que no estaréis muy contentos con estos dos xD Cuando parecía que nuestros tórtolos favoritos iban a volver a las andadas, descubrimos que se han friendzoneado mutuamente. Odín, danos paciencia porque a este paso entramos en la historia y le rompemos una silla en la espalda a cada uno.

A ver, tenéis que comprender que Drasil está en una situación muy delicada. En el anterior capítulo se dio cuenta de que siente cosas por Ubbe, pero no hay que olvidar que todavía anda en plena crisis existencial por culpa de nuestra queridísima (a la vez que odiada) Lagertha. Y no olvidéis tampoco que dentro de su lealtad a Lagertha se incluyen también Kaia, Eivør y Astrid. Es normal que tenga sus reservas y le asuste la idea de tener algo serio con Ubbe. Pero bueno, a ver cómo se desarrollan las cosas entre estos dos, porque es evidente que esta situación no va a durar eternamente, jeje.

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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