Lista de cumpleaños ~ Camren...

CamiIasHabana tarafından

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Felizmente casada con su novio de la secundaria, Camila tenía una vida bendecida con el esposo de sus sueños... Daha Fazla

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23 (Final)
Epílogo
nota
nueva historia

Capítulo 13

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CamiIasHabana tarafından

34° Cumpleaños: Saltar a una piscina llena de gelatina verde

Lauren

—Maldición, estoy muerto. —Papá colgó la mochila sobre su hombro—.
Podrías haberte tomado las cosas con calma esta noche, sabes.

—Tuviste tus momentos. —Me reí entre dientes y lo seguí fuera del vestuario.

Papá había venido al dojo a entrenar esta noche, algo que no había hecho en mucho tiempo. Y a pesar que había estado un poco fuera de práctica, todavía se las había arreglado para mantenerme alerta. Probablemente porque no era el único fuera de práctica. Con todo lo que tenía en el trabajo, arreglar esa camioneta para Camila y tratar de sacar todo el tiempo que podía para verla, esta era la primera vez que había estado en karate en casi un mes.

—¿Quieren ir por una cerveza? —preguntó Robert sensei cuando lo encontramos en la sala de espera.

Estaba todo sonriente porque papá y yo habíamos llegado a karate esta noche y le dimos la oportunidad de patearnos el culo.

—Podría tomar una cerveza.

Papá asintió.

—Yo también. Pero uno de ustedes va a invitar. Es lo mínimo que pueden hacer por patearme el trasero esta noche.

—Déjame tomar mis cosas —dijo Robert, luego desapareció en el vestuario.

Papá y yo salimos a la recepción y tomamos asiento.

—Me alegro de haber venido esta noche.

—Yo también. Ese entrenamiento estaba muy retrasado.

Pelear me había dado la oportunidad de liberar algo de frustración reprimida. No era como prefería quemar mi exceso de energía, tener a Camila en mi cama era mi mejor opción, pero como eso no iba a suceder pronto, karate tendría que hacer. Eso y mi maldito puño.

Había pasado una semana desde que llevé a Camila a la boda de su amiga. Una semana desde que casi había perdido la paciencia y roto mi promesa de tomarlo con calma. Una semana desde que estuve a punto de besarla hasta dejarla sin sentido.

Pero me había mantenido a raya para que ella pudiera dictar el ritmo.

¿Alguna vez estaría tan desesperada por mí como yo por ella? ¿O Jamie había tomado todos sus momentos apasionados? ¿Alguna vez me querría como lo quiso a él? Estos putos celos me estaban plagando. Cada noche, me iba a casa, a una casa vacía y me recordaba una y otra vez, no es una competencia.

Solo quería que Camila fuera feliz.

Pero no importaba cuántas veces me recordara ese objetivo, los celos no desaparecerían.

—Hablé con el administrador de la ciudad hoy—dijo papá—. Tu nombre surgió un par de veces como posible reemplazo para cuando me jubile.

Suspiré.

—Papá, no. No creo que ese sea el trabajo para mí.

—Dices eso ahora, pero quién sabe lo que sucederá. Aún faltan años, solo
quiero que pienses sobre eso. Por si acaso. No cerremos la puerta a esa posibilidad hasta que estés segura.

—Estoy segura.

Se encogió de hombros, todavía sin escucharme.

—No hay problema en mantenerlo como una opción.

Cerré la boca para no decir algo de lo que me arrepentiría más tarde. Papá
solo estaba cuidando de mí. Siempre había sido mejor mirando hacia el futuro que yo, y por mucho que no quisiera su trabajo, tampoco quería decepcionarlo.

Afortunadamente, no se retiraría pronto. No necesitábamos arruinar una noche perfectamente buena diciéndole cómo me sentía realmente y decepcionándolo.

Así que solo esperamos mientras el resto de los estudiantes abandonaban el dojo. Con el último de ellos fuera, papá y yo seguimos a Robert afuera.

—¿A dónde quieren ir? —Dejé mi bolso en la parte trasera de mi camioneta justo cuando captaba un destello castaño por el rabillo del ojo.

Conozco ese castaño.

Volví a mirar justo cuando Camila desapareció en el edificio de apartamentos al otro lado de la calle.

—¿Qué demonios?

¿Qué estaba ella haciendo en un complejo de apartamentos de bajos
recursos? Hice dos operativos con el comando antidroga en ese complejo y
estaba en la lista de vigilancia habitual de la policía de Bozeman. Mi Camila no tenía nada que hacer en ese edificio. No era seguro y el último lugar donde la quería paseando el lunes por la noche.

—Lauren. Tierra a Lauren. —Papá me golpeó el brazo.

—Lo siento. Yo, eh… —Aparé su mano y comencé a correr por el estacionamiento—. ¡Los alcanzaré luego!

Los escuché gritar algo, pero no me volví. Solo aceleré el paso, esperando
atrapar a Camila antes que desapareciera en un apartamento.
Corrí al otro lado de la calle y fui directo a la puerta de vidrio que había
usado, abriéndola y esperando escuchar su voz.

—Esto es todo. —La voz de un hombre vino desde el segundo piso—. Como te dije por teléfono. Seiscientos al mes más servicios públicos.

—Gracias —dijo—. ¿Puedo mirar alrededor?

¿Estaba buscando vivir aquí? Oh, claro que no. Subí las escaleras de dos en dos, llegando al rellano del segundo piso justo a tiempo para verla pasar por la
puerta de un apartamento.

—Camila.

Se giró al escuchar mi voz.

—¿Lauren? ¿Qué estás haciendo aquí?

Crucé el rellano, tomándola por el codo y tirando de ella hacia las escaleras y lejos de la puerta.

—Vámonos.

—Pero…

—Oye, ¿no quieres ver el apartamento? —llamó el tipo desde el interior del departamento.

—No —respondí por ella, todavía llevándola hacia las escaleras. Cuando alcanzamos el escalón superior, le solté del codo y deslicé mi mano por su brazo para tomar su mano.

—Lauren —siseó, soltando mi mano—. ¿Qué estás haciendo? Quería ver ese apartamento y esta noche es la única que tengo libre esta semana.

Fruncí el ceño y agarré su mano otra vez, esta vez con un agarre más firme.

—Te ahorraré el tiempo. No vas a mirar ese apartamento.

Gruñó algo, pero me siguió escaleras abajo, pisoteando un poco hasta que
estuvimos afuera. Luego tiró de su mano libre otra vez y la colocó en su cadera.

—¿Qué fue eso? ¿Y qué estás haciendo aquí?

Señalé la escuela de karate al otro lado de la calle, donde mi camioneta estaba sola en el estacionamiento.

—Estaba saliendo del dojo y te vi entrar aquí. Y como este edificio definitivamente no es seguro, vine a ver cómo estabas.

—Oh —murmuró—. ¿Por qué este edificio no es seguro? —Miró alrededor del complejo de tres edificios—. Se ve bien.

—Confía en la policía en este caso, ¿de acuerdo? Puede parecer agradable por fuera, pero este no es un lugar en el que necesites estar.

Me miró por un largo momento, debatiendo si seguir o no discutiendo, hasta que levantó las manos en el aire.

—Bien.

—¿Por qué estás buscando apartamento?—Me puse de pie a su lado mientras se dirigía hacia su auto, estacionado unos pasos calle abajo.

—Decidí que era hora de mudarme.

—Eh… está bien—dije arrastrando las palabras. La había visto dos veces para cenar esta semana y no había dicho una palabra sobre mudarse—. ¿Por
qué?

Se encogió de hombros.

—Solo creo que es hora.

Había más detrás de sus motivos, pero no iba a presionar. Tal vez era demasiado difícil vivir en esa casa, la que había compartido con Jamie. Tal vez todo este trabajo en su lista realmente la estaba ayudando a dejarlo ir. Y si mudarse era lo que necesitaba hacer, la apoyaría al cien por cien. Mientras no fuera a una cloaca criminal.

O un agujero de mierda.

O algo lleno de estudiantes universitarios.

De hecho, no había muchos lugares donde quisiera que ella viviera. El único lugar aceptable que me vino a la mente fue mi propia casa. Allí, podría
usar mi cocina para experimentar con nuevas recetas. Podría guardar su cerveza de trigo al lado de mi Bud Light en la nevera. Podría compartir mi
cama.

Pero… con calma. Necesitaba que fuera con calma.

Entonces, en lugar de moverla por completo a mi vida como quería, la
ayudaría a encontrar un alquiler digno en el que pudiera vivir, por ahora.

—¿Es este el primer lugar que has visto?

—¿Quieres decir que traté de ver? —Me pinchó las costillas con el codo.

Me reí entre dientes, luchando contra el impulso de jalarla para un abrazo.

—No. —Suspiró—. Miré en otros dos lugares esta semana. ¿Tienes alguna idea de lo difícil que es encontrar un alquiler decente en Bozeman? Todos los buenos ya han sido tomados por estudiantes universitarios y personas que se mudan a la ciudad. Y como acabas de vetar mi mejor opción, vuelvo al punto de partida.

—Lo siento.

Sonrió.

—Mentirosa.

—Tienes razón. No lo siento. ¿Qué tal si te lo compenso y te ayudo a revisar los anuncios de alquiler?

—Bien.—Entrecerró los ojos cuando paramos al lado de su auto—. Solo quieres revisar mi lista y filtrarla a aquellos que consideres aceptables.

—Culpable —sonreí—, pero mi oferta sigue en pie. ¿Qué tal si voy a cenar al restaurante mañana y te ayudo a hacer una lista?

Me dedicó su sonrisa más brillante, haciendo que todas las noches en solitario valieran la pena.

—Es una cita, detective.

●●●

—Prueba ahora esta. —Camila colocó un frasco frente a mí. En el fondo había lo que parecía chile y, en la parte superior, una capa de pan de maíz. Recogí mi cuchara del pequeño frasco de ensalada de quinua que acababa de comer y la metí al frasco.

—¿Y bien? —preguntó mientras masticaba—. ¿Lo suficientemente bueno para el menú de otoño?

Me tragué el bocado y asentí.

—Bueno. Realmente bueno. Agrégalo.

Sonrió y tomó mi frasco antes que pudiera tomar otro bocado.

—¡Oye! Iba a comer eso.

—Un segundo. —Levantó un dedo y desapareció en la cocina.

—Maldita sea, mujer —maldije mientras se reía desde detrás de la puerta oscilante.

Me había estado haciendo probar nuevas recetas desde que llegué aquí
hace treinta minutos. Ahora que era septiembre, tenía la misión de arreglar su menú de otoño y yo era su sujeto de prueba. Excepto que la única cosa que
realmente me dejó comer fue la maldita quinua.

No es que no fuera buena. Como todo lo que preparaba, estuvo delicioso. Pero era una tipa de tipo de carne y patatas. Quería el maldito chile y pan de maíz. O el estofado de carne que había traído. O la sopa casera de fideos y pollo. No quinua con pimientos rojos y calabacines.

Cuando regresó unos minutos más tarde, tenía tres frascos nuevos.

—Si me quitas esto —le enseñé mi mejor ceño fruncido—, voy a armar un desorden.

Se rio, dejando un frasco de lo que parecía ziti horneado. El siguiente tenía mi pastel de pollo favorito y el último estaba lleno de pastel de queso y algún tipo de salsa de caramelo.

—No quería que te llenaras demasiado durante mi prueba, pero ya terminé. Estos los puedes comer.

—Finalmente.—Empecé con la tarta de queso, limpiándola sin demora antes de indagar en el resto de mi comida.

Cuando terminé, llevó los platos a la cocina y luego se acercó a mi lado del mostrador, trayendo un periódico y su computadora portátil.

—Muy bien. —Me entregó el periódico primero—. Las estrellas verdes son los alquileres que me gustan. Rojo son los probables.

Me tomó menos de un minuto descartar por completo a todos los de color rojo, ya que estaban en la mayoría de los barrios de universitarios, y todos menos dos de las estrellas verdes.

—No uses esa compañía de arrendamiento—le dije, señalando una de las estrellas verdes que había tachado—. He oído que tienen el hábito de quedarse con los depósitos de las personas y son unos imbéciles cuando se trata del mantenimiento.

Frunció el ceño.

—Bueno, entonces no necesitamos buscar en línea. No había mucho más que ver.

—¿Qué tan desesperada estás para mudarte?

—No estoy desesperada.—Camila estudió mi rostro, sus ojos viajando desde los míos, por mi nariz y hasta mi boca—. Algo desesperada. —Negó—.
No lo sé. Desearía haberlo pensado antes que los universitarios tomaran todo.

—Sí. No es una buena época.

Era el comienzo de septiembre y la universidad estaba de nuevo en marcha. Las cafeterías de la ciudad estaban llenas de estudiantes. El tráfico era una pesadilla si te acercabas a un kilómetro de la universidad. Y no había espacio de alquiler disponible.

—Lo siento. —Cubrí su mano apoyada en el mostrador.

Volvió la palma y enredó sus dedos con los míos.

—Está bien.

Dejo un suave beso muy cerca de mi boca.

—¿Lauren?—Una voz espetó detrás de nosotras.

Oh, joder. Sabía de quién era esa voz Aly.

Tal como esperaba, estaba a metro y medio de distancia cuando Camila y yo nos volvimos. Sus ojos estaban fijos en nuestras manos entrelazadas. Sonreí, esperando que estuviera bien y que no me molestara.

—Aly.

Pero no.

Frunció la boca y le lanzó a Camila una mirada asesina, la misma mirada que solía recibir cada vez que dejaba mi toalla en el piso del baño.

Aly marchó la distancia restante y se paró a mi lado. Mirando fijamente la mano de Camila en la mía.

—¿Quién es ésta?

—Camila, te presento a Aly. Aly, ella es Camila, y este es su restaurante.

Camila desenredó sus dedos de los míos y se levantó, extendiendo su mano hacia Aly.

—Hola. Encantada de conocerte. ¿Puedo traerte algo para comer o beber?

Aly miró la mano de Camila, luego cruzó los brazos sobre su pecho mientras me miraba.

—Eso no te llevó mucho tiempo, ¿verdad?

—Aly, no lo hagas.

—No, tú no lo hagas. —Descruzó sus brazos y me clavó un dedo en el hombro—. Al menos podrías haber esperado un poco. Estuvimos juntas durante dos años, Lauren. Dos años. ¿Cómo pudiste haberlo superado ya?
¿Nuestra relación no significo nada para ti?

Miré a Camila, esperando que pudiera ver la disculpa en mis ojos. Lo último que quería era traer drama a su vida, pero conociendo a Aly, no iba a hacer que esto fuera fácil para mí.

—Está bien. —La mirada de Camila se suavizó—. Dejaré que ustedes hablen. —Luego retrocedió, desapareciendo en la cocina y enviando a Helen a atender el mostrador.

Cuando se fue, me levanté e hice un gesto hacia la puerta.

—Vamos a hablar afuera. —Por algún milagro, Aly me siguió sin decir una palabra, aunque resopló detrás de mí mientras caminábamos. Cuando llegamos a la acera, su enojo se había transformado en dolor.

—Lo siento.

Asintió mientras las lágrimas comenzaban a caer.

—No llores. —Mi súplica no hizo nada, pero una vez más, Aly siempre había sido una llorona. Cada vez que mamá, mi hermana o Camila lloraban, casi me rompía el corazón. Las lágrimas de Aly, por otro lado, habían dejado de molestarme hace un año, en parte porque las usaba para manipular, en parte porque nunca trató de luchar contra ellas.

Una de las razones por las que admiraba muchísimo a Camila era porque intentaba tanto no llorar. ¿Y cuándolo hacía? Era por algo muy malo. Pero, aun así, no quería que Aly llorara. No quería causarle dolor.

—Nunca quise hacerte daño.

Asintió, extendiendo la mano para limpiar una lágrima.

—Por supuesto. Lo que digas.

—Simplemente… no lo hubiéramos logrado. Creo que, en el fondo, sabes que es verdad.

—¿Verdad?—Miró hacia el restaurante y sollozó—. ¿Y qué hay de ella? ¿Crees que ustedes dos lo lograrán? ¿O le harás a ella lo que me hiciste? ¿Hacer
que se enamore de ti y no intentar siquiera corresponderle?

—Aly —susurré—. Lo intenté. —Había intentado durante dos malditos años decir te amo, pero simplemente no lo había sentido.

Su mentón tembló cuando limpió otra lágrima.

—Lo siento. No esperaba verte esta noche. Y con ella. Me sorprendió.

—No te preocupes por eso.

Me miró con los ojos húmedos y suplicantes mientras se inclinaba más
cerca.

—Realmente te extraño.—Su mano se levantó entre nosotras, pero antes que pudiera tocar mi pecho, di un paso atrás.

—¿No puedo tocarte ahora? —La ira brilló en sus ojos llorosos.

—No.—La única mujer cuya mano pertenecía a mi corazón estaba adentro.

Con un ceño asesino, Aly giró sobre sus talones y corrió hacia su auto, luego salió volando del estacionamiento.

—Mierda —murmuré, frotándome la mandíbula.

Con el tiempo, esperaba que Aly encontrara a la persona para ella. Que
encontrara a la persona que le daría su corazón. Simplemente no era yo. A través de las ventanas del restaurante, vi que Camila había regresado al mostrador. Intentaba no espiar, pero sus ojos seguían desviándose al frente, buscando a Aly. Me apresuré a entrar y fui directo al mostrador.

—Lo siento.

—Está bien. ¿Ex novia, supongo?

Asentí.

—Sí. Aly y yo salimos por un par de años, pero rompimos a principios de
este verano.

—¿Fue serio?

—Para ella —admití—. Vivimos juntas por un tiempo, pero… no estaba bien. Finalmente lo terminé, pero no antes que ella saliera lastimada.—No antes
que me dijera que me había amado en innumerables ocasiones y que yo no le correspondiera.

Toqué el periódico que habíamos estado viendo cuando entró Aly.

—¿Quieres llamar a alguno de estos?

—No me enloquece ninguno de ellos. Creo que esperare un tiempo.

—Está bien. Déjame saber qué puedo hacer para ayudar.

—En realidad, hay algo. —Luchaba sin éxito por ocultar su sonrisa—. Fui a tres tiendas de víveres más temprano y compré toda la gelatina verde que
había. Cada olla y tazón que pude encontrar está en el refrigerador en este momento con gelatina.

No estaba mordiendo el anzuelo.

—Bien por ti.

Camila había estado tratando de convencerme para que hiciera la piscina de gelatina con ella durante las últimas dos semanas, pero odiaba la gelatina. La textura me hacía vomitar. El sabor era horrible ¿La idea de rodar en una piscina llena de eso? No había una oportunidad en el infierno que entrara a menos que ella se estuviera ahogando y tuviera que arrastrarla afuera.

Prometí ayudarla con la lista de Jamie, pero esta era una de las dos cosas en las que trazaba una línea. No iba a dejar que ella disparara una maldita
alarma de incendio, y no me estaba metiendo en una piscina de gelatina verde.

—¿Por favor?—Camila me enseñó sus mejores ojos de cachorro.

Maldición. Era solo gelatina.

Probablemente podría hacer el sacrificio. Si la hacía feliz, probablemente podría hacerlo.

Mantuve los ojos cerrados y estaba
pensándolo realmente rápido. Estaba a punto de aceptar cuando murmuró:—Bien. Lo haré yo misma. Esta noche, supongo. La gelatina está hecha y es mejor que termine con eso de una vez.

—¿Conseguiste la piscina?

—No aún no. Iba a salir temprano y dejar que Helen cerrara para poder comprar una.

—Conseguiré tu piscina. —Me puse de pie y saqué las llaves del bolsillo de mis vaqueros—. Terminas aquí y volveré para recogerte a ti y a tu —hice una mueca—, gelatina. ¿Te importaría si hiciéramos esto en mi casa? Está más cerca.

—Eso sería genial. Gracias.—Su rostro se inundó de alivio, una oleada de este. Mucho más de lo que debería por solo ahorrarse diez minutos de camino.

¿Era por eso por lo que quería mudarse? ¿Porque no me quería en su casa?

Me guardé las preguntas mientras me despedía, salía del restaurante y me dirigía a un lugar que odiaba tanto como odiaba la gelatina Walmart.

Un par de horas más tarde, le compré una piscina para niños y conduje dos veces desde el restaurante a mi casa para transportar un montón de gelatina verde. Luego, teniendo arcadas todo el tiempo, llené la piscina con esa maldita gelatina neón y usé una pala para romperla en pequeños trozos. Para cuando ella terminó en el restaurante y vino a mi casa, el sol comenzaba a ponerse. Nos saltamos el recorrido de la casa y la arrastré directamente al patio trasero.

Se había cambiado en el restaurante. Estaba segura que se había vestido por practicidad con sus pantalones cortos deportivos y camiseta sin mangas blanca sobre un sujetador deportivo de tiras. Pero había ido más allá de lo práctico y aterrizó en jodidamente sexy.

—¿Lo has dejado todo listo, aunque odias la gelatina? —Me sonrió y luché
contra cada célula de mi cuerpo para no besarla—. Gracias.

Aclaré mi garganta y señalé la piscina.

—Será mejor que entres allí antes que se ponga demasiado oscuro.

Respiró hondo, luego puso un pie en la gelatina.

—Oh, Dios mío, está fría.

—No hay vuelta atrás ahora. —Tenía mi teléfono listo—. Sonríe para tu foto.

Frunció el ceño sobre su hombro, una mirada que atrapé perfectamente con la cámara, luego puso su otro pie en la piscina. Siseó mientras se ponía de rodillas, y luego en un grácil giro, se sentó.

Sus piernas se estiraron lo suficiente para que el verde pudiera cubrir sus muslos.

—Esto se siente raro. —Tomó la gelatina con los dedos antes de plantar las palmas en la base de la piscina y levantarse. Luego se quitó los trozos verdes de las piernas.

—¿Eso es todo?

Se encogió de hombros.

—Está helando. Eso es todo, a menos que vayas a venir aquí conmigo.

Negué y di un paso atrás.

—Ni loca.

—¿Estás segura?—Una lenta sonrisa se extendió por el rostro de Camila.

Dio un paso, luego otro, moviéndose al borde de la piscina más cerca de mí.

—Camila —le advertí.

Estiró una mano y agarró mi muñeca. Salté hacia atrás, esquivando apenas los trozos verdes que volaron de sus
manos. Sin embargo, había usado demasiado impulso tratando de atraparme, porque mientras su mano seguía bajando, sus pies comenzaron a deslizarse. Como un borracho en el hielo, su torso se retorció, sus brazos se agitaron y sus piernas se tambalearon mientras trataba de mantener el equilibrio.

Estaba segura que iba a caer, pero de alguna manera, logró encontrar equilibrio.

—Oh, Dios mío. —Jadeó, mirándome mientras estabilizaba sus piernas—. Eso estuvo cerca. Casi salgo de aquí con el aspecto de La Rana René.

Me reí.

—O Hulk. ¿Te imaginas entrar mañana al restaurante luciendo como Bruce Banner enojado? —Randall tendría un gran día si Camila llegara con una cara verde.

Todavía estaba riéndome cuando Camila plantó sus manos en sus caderas.

—¿Hulk? ¿Te recuerdo a Hulk?

Mi risa murió.

—¿Qué? ¡No! Por supuesto que no.—Oh, mierda—. Serías como una pequeña persona verde. Como, eh… —Piensa, Lauren. ¿Qué otras cosa es verde? El Gigante Verde. Godzilla. El Grinch—. Yoda. —Chasqueé los dedos—. Serías como Yoda. Excepto que nada viejo. Ni calvo. Ni arruga…

—Lauren. —Paré de hablar mientras Camila sonreía—. Te ves mejor con la
boca cerrada.

Asentí.

—Buena idea.

—Bueno. Voy a salir de aquí.

Di un paso adelante y extendí mi mano libre para ayudarla a salir, pero antes que pudiera agarrarme la mano, cambió su peso. Un segundo estaba de
pie y al siguiente volaba por los aires. Splash. Gelatina verde voló por todas partes mientras Camila gritaba. Hizo gárgaras cuando un trozo cayó en su boca, tuve una arcada, luego lo escupió,

luchando por sentarse. Gelatina goteó de las yemas de sus dedos y del moño de su cabello. Su camiseta sin mangas nunca volvería a ser blanca. Y no pude resistirme. Mi teléfono todavía estaba en mi mano y lo levanté para una foto rápida.

—¿Estás bromeando?

Sonreí.

—Solo en caso de que quieras pruebas. —Tiré mi teléfono a un lado y me incliné, ayudándola a ponerse de pie—. Ven aquí.

Esta vez, cuando se levantó, la gelatina la cubría de la cabeza a los pies. No te rías. No seas una imbécil. No sirvió. Se me escapó un bufido, seguido de un ataque de risa mientras Camila fruncía el ceño y agarraba mi mano con todas
sus fuerzas.

—Lo siento.—Dejé de reír, aunque mi pecho todavía se agitaba, mientras la ayudaba a salir de la piscina.

Con un dedo verde empujado en mi cara, Camila habló a través de sus dientes apretados.

—Menciona una cosa sobre Yoda, los Muppets o los duendes y estás muerta.

—Sí, señora. Ni una palabra.

Dejó caer su mirada y mi mano para poder frotar la parte en su culo donde había tenido el máximo impacto.

—Eso dolió. La gelatina no es un buen cojín.

—Lo siento. —Tomé la toalla que había traído de una tumbona—. ¿Quieres tomar una ducha?

Asintió mientras se limpiaba la cara, y luego se lanzó hacia la puerta.

—La ducha está arriba. ¡La última habitación a la derecha! —dije a su espalda.

Ondeó su mano y siguió corriendo adentro.

Sonreí, negando mientras examinaba mi patio.

Era un desastre. Esa piscina iba a ser una perra para limpiar, y esperaba que los trozos de gelatina se disolvieran en la hierba, pero, aun así, me alegré
que Camila hubiera venido para hacer esto.

Decidiendo que limpiaría la piscina mañana, agarré mi teléfono y entré, dejándome caer en el sofá para mirar a través de las fotos que había tomado. Antes que la llave del agua se abriera en el piso de arriba, encontré mi foto favorita.

Mi hermoso duende verde, Camila.

La amaba.

Mirando su foto en mi teléfono, me golpeó en el pecho.

Estaba enamorada de Camila Maysen.
La ironía me golpeó después.

Aly me había dicho que me amaba en innumerables ocasiones y nunca la había correspondido. Ni una sola vez. Y ahora, finalmente estaba lista para decir esas tres palabras a una mujer que no podía corresponderlas.

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