30 días para enamorarme

由 ReynaCary

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Laini es alumna de Martín y por azares del destino se unen con un propósito. Demostrar que solo hacen falta 3... 更多

Prólogo
Una L plateada
Presidenta del mundo
Su princesa
La única favorita
Buenas noches
"30 días para enamorarme (Parte I)"
Ansiosa
Ignorarme
Color coral
Tu mano
Recuerdo tangible
Grito desesperado
Estrella fugaz
Encantadora pelirroja compacta
Cuidador de tus sueños
¿Celoso?
Hogar, dulce hogar
Pitufo
Sueños con él
Lluvia de estrellas
Dulce como cupcake
Hormiga pelirroja
En un hospital
Laini
Legalmente suyas
Olor amargo
Una persona que quiero mucho
Los problemas de papá y mamá
Lo prometo por...
Me quedaré pequeña
Quiero vivir aquí
Abrazando a Katia
Anhelando 18 años
Cierra los ojos

No podré besarte

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由 ReynaCary

Laini

Cerró la puerta y permaneció recargada hasta que escuchó el auto de Martín marcharse.

Llevó una mano a su boca y reprimió un grito.

Intentó encender la luz pero como era habitual se había ido, haciendo caso omiso sacó su celular e hizo lo que cualquier persona haría. Llamó a su mejor amiga. Lo bueno de tener a Brenda como su mejor amiga es que apenas le marcaba ella ya le estaba respondiendo, no importaba la hora que fuese. Por eso apenas escuchó un "hola" le confesó.

—Besé a Martín —dijo atropelladamente.

—¡NO! —gritó su amiga emocionada.

—¡Sí!

—¿Y qué hizo él? ¿Te siguió el beso? Dime que lo hizo. Aunque conociéndolo probablemente te dio un sermón y —su amiga continuó hablando pero ella estaba negando con la cabeza e intentando borrar la sonrisa en su rostro. Caminó hasta el sillón y se dejó caer en los incomodos cojines mientras escuchaba a Brenda hablar animada—. Entonces ¿Qué pasó?

—Me besó de vuelta —rio nerviosa—. Una y otra vez.

—¿Martín? ¿Hablas del mismo Martín que conocemos? —gritó Brenda del otro lado del teléfono—. No te creo es ¡Martín! El único adulto santurrón que he conocido en mi corta vida.

—El mismo.

—Te escuchas muy feliz —la voz de su amiga se suavizó y aunque seguía con ese tono emocionado pudo sentir esa calidez que siempre le transmitía Brenda. Era una de las pocas personas en las que, a esa altura de su vida, podía confiarle todo. Por eso le alegraba poder compartirle ese momento a ella—. Bueno, quien no lo estaría. Es el papucho de Martín, después de todo.

—Oye —exclamó al teléfono.

—Sabes que tengo novio. Pero si ustedes dos empiezan a salir, serás la envidia de todas las chicas del instituto. De por sí muchas chicas ya te envidian solo por ser tú misma —señaló Brenda—. Aunque si el instituto se entera podría ser problemático para ambos.

—Dudo que vayamos a salir o algo así. Un beso es muy diferente a una relación y Martín pudo permitir lo primero pero avanzar hacia algo más sería demasiado para él —se encogió de hombros y de repente la palabra instituto la puso en alerta—. De todos modos si Sandra se entera podría matarme.

—No creo que... —ambas se quedaron en silencio hasta que su amiga volvió a hablar—. Mejor que no se entere nadie por el momento.

—Mejor.

Compartió un par de palabras y gritos reprimidos con Brenda antes de terminar la llamada, pues eran las 12 de la noche y su mejor amiga compartía habitación, no era justo que por su emoción otra persona no pudiera dormir a gusto.

Se puso de pie y arrojó el celular al sillón. Se dirigió a la cocina para beber algo antes de dormir pero al dar solo unos cuantos pasos escuchó un golpe en la puerta.

Permaneció congelada en medio de la casa, esperando que ese golpe hubiese sido algún animal o un objeto que se estrelló en la puerta. Suspiró con tranquilidad cuando pasaron 10 segundos y no hubo más ruido.

Dio otro paso más y hubo un ruido sordo en su ventana, que estaba cubierta con un trozo de madera que Martín le ayudó a poner, la hizo ponerse en alerta.

Tenía el corazón acelerado pero ellos sabían que estaba ahí y de nada servía actuar como si no los escuchara. Si tumbaban la puerta y entraban por sus propios medios podría ser peor. Caminó con velocidad al sillón y escondió el celular entre los dos pequeños cojines.

Suspiró profundo y caminó a la puerta para abrirles.

—¿Qué es esa estúpida ropa? —le preguntó su madre soltando una carcajada al verla con parte de su traje de vaquerita—. ¿Vienes de una fiesta?

—Es Halloween —respondió caminando hacia atrás, con el tiempo había aprendido que no era buena idea darles la espalda; y vio como su padre aparecía detrás de su madre.

—¿Y de qué era tu traje? ¿De puta? —habló su padre empujando sin ninguna delicadeza a su esposa para poder entrar primero a la casa.

—¿Qué quieren? —se cruzó de brazos—. Ya les deposité el dinero en su tarjeta ¿o la volvieron a perder mientras se drogaban?

Se burló y eso bastó para desatar la furia explosiva de su padre que jaló la puerta para cerrarla y le ordenó a su madre que pusiera el seguro.

—Deja de hacerte la estúpida y danos el dinero que tienes guardado —la tomó por el cuello de la blusa consiguiendo levantarla unos centímetros del suelo. Le tela raspó la parte trasera de su cuello haciéndola cerrar los ojos por el dolor.

—Tienen todo mi dinero en la tarjeta. No tengo nada más aquí —gritó con los ojos llorosos—. Registren toda la casa si quieren y déjenme en paz. Estoy harta de ustedes.

—¿Harta? ¿Y qué harás? —se burló su madre con una carcajada histérica, no tenía la seguridad pero podría estar bajo los efectos de la droga, si tan solo hubiese tenido luz para verla con claridad, pero en esa penumbra solo podía distinguir los rizados cabellos rojos y un muy leve brillo de aquellos ojos verdes parecidos a los de un felino—. No tienes a donde ir. Si vas con Sandra podemos denunciarla por quitarnos a nuestro bebé.

—Ah, mira, soy su bebé cada que me depositan el dinero de las becas —consiguió responder con sarcasmo antes que su padre la estrellara contra el suelo.

El costado izquierdo de su cabeza azotó primero y el dolor junto al zumbido que llegó después eran insoportables. Probablemente esa vez sí conseguirían matarla, de la misma forma que lo hicieron con su hermana.

Entre el aturdimiento escuchó los pasos de su madre ir a la cocina y empezar a tirar los pocos vasos y platos que tenía.

Intentó levantarse pero su padre le puso un pie en la espalda y la presionó en el suelo, como si estuviese intentando matar a una cucaracha. Qué pena darse cuenta que estaba siendo reducida a un insecto por las personas que le dieron la vida.

—No tiene nada escondido en la cocina —gruñó su madre continuando su tarea de romper los vasos de cristal.

Su padre, quien había estado diciéndole la forma en que le gustaría embarrarla en el piso, dejó sus amenazas de lado para voltear al sillón.

—¿Qué es esa luz? —preguntó de forma brusca, inclinándose a ella para jalarle el cabello y levantarle la cabeza. La luz de las notificaciones estaba parpadeando en medio de uno de los cojines de su pequeño sillón—. ¡Te estoy hablando!

—¿Por qué no vas hacia ella? —le sugirió.

Su padre le sacudió la cabeza y el dolor le hizo soltar lágrimas.

—Yo reviso —dijo su madre terminando de quebrar lo que probablemente era su ultimo vaso.

Si encontraban el celular y lo rompían no podría llamar a Martín o a Sandra después que sus padres se fueran y se sentía tan mal que iba a necesitar hacerlo. Además que era un regalo por parte de Brenda y no quería perderlo a manos de ellos.

—¡No! —gritó sujetando el pie de su madre con una mano cuando pasó frente a ella provocando que cayera al suelo y empezara a patalear como niña pequeña.

Entre el llanto de su madre y las amenazas de muerte de su padre escuchó la voz de Martín. Su cabeza seguía zumbando y las ganas de vomitar iban en aumento así que era muy probable que escuchar su voz llamándola repetidas veces fuese producto de su imaginación.

Después de todo no sería la primera vez que lo imaginaba, desde que lo conoció había soñado un par de veces que por primera vez en su vida no salía sola de los abusos de sus padres sino que era ayudada en el momento exacto por él, por Martín.

Pero para su suerte Martín entró a su casa, tumbando la puerta.

Ella tenía los ojos llenos de lágrimas pero pudo distinguirlo con claridad y pese a la pequeña chispa de felicidad que sentía al verlo lo primero que salió de su boca fue:

—¡Vete! —gritó con fuerza. Recordando que su padre siempre llevaba consigo una navaja con la que varias veces había torturado su espalda y que no dudaría en usarla contra alguien más—. ¡Martín, vete!

Pero no le iba a hacer caso.

Ya lo sabía.

Porque Martín, a comparación de un puñado de adultos que había conocido anteriormente, era una de las personas más buenas que existía en el mundo.

Por eso no quería que le saliera lastimado y estando ahí era lo único que iba a pasarle.

Dejó de sentir el peso de su padre sobre su espalda y lo vio abalanzarse contra Martín que pudo esquivar el primer y segundo golpe pero debido a la intervención de su madre que le obstruyó el paso Martín terminó en el suelo recibiendo dos puñetazos directos en la cara.

Con mucho trabajo consiguió levantarse del piso, su cabeza daba vueltas y su pecho dolía por haber estado mucho tiempo siendo aplastada contra el piso por su padre. Cuando consiguió estar de pie vio como Martín sujetaba a su padre por el cuello y lo empujaba a la pared para inmovilizarlo pero le estaba costando trabajo porque su madre estaba de entrometida, subiéndose en la espalda de Martín para golpearlo con las manos en la cabeza.

Gracias a la luz que veía por fuera vio como las gotas de sangre caían por un costado de la cabeza de Martín.

—No —gritó llorando—. Déjenlo.

Tomó a su madre por la blusa para que dejara de golpear a Martín y la empujó con todas sus fuerzas hacia el sillón. A pesar que la mujer rodó por el piso y se golpeó la cabeza, la droga pudo más que el dolor y se fue contra ella dándole un golpe cerca del ojo derecho.

Ella no la golpeó, ni una sola vez había golpeado a sus padres antes, simplemente se encargaba de esquivarlos hasta que se cansaban, pero presentía que esa noche no habría cansancio, ellos golpearían hasta que ni ella ni Martín de movieran.

Por eso, por primera vez en su vida levantó su pierna cuando vio a su madre correr hacia ella y le dio una patada en el estómago que la hizo curvearse de dolor, cayendo al suelo con su característico llanto gritón.

La mujer idéntica a ella se quedó tirada en el suelo abrazando su estómago y haciéndose ovillo.

Se giró a Martín que estaba luchando con su padre para que no lo lastimara con la navaja.

Conectó su mirada con él.

Toda la cara de Martín estaba llena de sangre pero cuando sus ojos hicieron conexión pudo ver que él estaba tranquilo solo por ver que ella estaba a salvo. Limpió sus lágrimas y corrió al sillón para sacar un barrote que había guardado un par de noches antes cuando vio su ventana hecha trizas, antes de tomarlo dio un vistazo a su madre que seguía llorando en el suelo. Con ambas manos aseguró el pedazo de madera y corrió hacia donde su padre tenía acorralado a Martín, justo en la entrada.

Y por segunda vez en su vida golpeó a su padre.

Le dio un golpe por la espalda y luego otro y otro hasta que escuchó la navaja caer.

Después de eso vio a Martín golpear el estómago de su padre varias veces con la rodilla hasta que lo hizo caer al suelo. Vio el rostro de ese hombre ahí en el suelo mostrando, por primera vez, en su rostro esos signos de dolor, con la cara ensangrentada y lágrimas en los ojos y le dio tanta pena.

Su padre intentó ponerse de pie apoyándose con una mano pero al parecer la tenía lastimada porque al hacerlo volvió a caer al suelo, golpeándose en la cabeza.

Vio a su madre arrastrarse para llegar a él y ambos se hicieron un ovillo lleno de sollozos.

Martín se inclinó a su lado y tomó su rostro apartando su atención de sus padres para verlo a él.

—¿Estás herida? —le preguntó con rapidez, apartándole el cabello del rostro, revisándole el cuello, los brazos y las piernas que tenían rapones con sangre. Pese a las posibles heridas superficiales que podía tener no sentía dolor, pero aun así se desmoronó en lágrimas dentro de los brazos de Martín que no paraba de preguntarle qué parte le dolía.

—Tú estás todo lleno de sangre —respondió entre sollozos, acurrucándose en su pecho y sintió los besos suaves que él depositó a un costado de su cabeza, justo donde su madre le había golpeado antes.

—Yo estoy bien, no te preocupes —la abrazó con más fuerza. Y segundos después sintió como la levantó del piso envuelta en un abrazo—. Vamos a esperar en mi auto.

—¿Esperar qué? —murmuró con la cabeza enterrada en su pecho.

—Llamaré a la policía. Todo esto no puede quedar así.

Sería la segunda vez que los policías pisarían esa casa y los recuerdos de la primera no eran nada agradables.

—Tengo que llamar a Sandra. Mi celular está en el sillón —le avisó y Martín la llevó en brazos para tomar el celular y salir de la casa.

En ningún momento la soltó, parecía que conforme pasaba el tiempo Martín encontraba más fuerzas para abrazarla y hacerla sentir segura.

Al acercarse a la puerta escuchó a su padre murmurar.

—¿Quién eres, hijo de puta?

—Quien hará que te pudras en la cárcel, imbécil —respondió Martín con otro tono de voz tan ajeno a él.

Salieron de la casa hasta llegar al auto de Martín, donde le ayudó a sentarse, como siempre. Pese a que ella le insistió que subiera a su lado él se negó diciendo que si se quedaba afuera podría vigilar a sus padres para que no se marcharan antes que llegara la policía.

—Déjame llamar a Sandra primero —le pidió cuando lo vio tomar el celular para llamar a la policía—. Por favor.

Él asintió y le entregó el celular.

Con manos temblorosas marcó el número de Sandra, que conocía de memoria, y ella le respondió al instante.

—Laini ¿Qué pasó? ¿Estás bien? —le preguntó de inmediato.

—No —respondió limpiándose las lágrimas. Martín le ayudó, sacando pañuelos de la guantera del auto para limpiarle el rostro suavemente—. Sandra, puedes venir a mi casa, y si puedes llamar una ambulancia estaría bien.

—Ya voy para allá —dijo y pudo escuchar el ruido que hizo su tutora al moverse con prisa por la casa—. ¿Qué pasó esta vez? Laini, ¿Por qué no te quedaste en mi casa?

—Solo ven —respondió en un susurro y añadió en un suspiro—, y Sandra, no estoy sola. Por favor ven rápido.

—Está bien, ya le avisé a la clínica. Mi padre mandó la ambulancia y ya voy subiendo a mi auto. Llego en menos de 5 minutos.

—Con cuidado —dijo antes de terminar la llamada.

Conectó su mirada con la de Martín y con un asentimiento le dio permiso para que el hablara a la policía. Fue una llamada corta y regresó a ella con rapidez.

—¿Por qué pediste una ambulancia? —le preguntó Martín con preocupación—. ¿Qué te hicieron antes de que yo llegara?

Pese al dolor de cabeza y espalda que tenía pudo sonreírle.

—No es para mí, Martín —llevó una mano a su rostro y le acarició la herida en su ceja—. Es para ti. Tienes una herida sobre tu ceja, el ojo hinchado, tu nariz no deja de escurrir sangre y tu labio está roto.

Martín hizo un ruido con la lengua y ladeó la cabeza como si no le importara su estado en ese momento.

—Qué pena, por culpa de ese idiota no podré besarte en un tiempo —comentó encogiéndose de hombros. Aunque a ella le dolía su rostro por los golpes soltó una carcajada y se lanzó a sus brazos.

—Gracias por no haberte ido.

—Laini, te prometí que no te iba a dejar sola. Te dije que contabas conmigo en cualquier momento. No tuviste tiempo de llamarme ¿verdad? —le preguntó.

—No, acababa de terminar una llamada con Brenda cuando ellos llegaron y provoqué a mi padre...

—¿Ese sujeto es tu padre? —preguntó señalando al interior de su casa, ella asintió apretando sus labios acción que le provocó dolor y se preguntó si su apariencia era mejor o peor que la de Martín.

—Te presento a mi padre y a mi madre o lo que queda de ellos.

—¿Ellos son tus asaltantes? —preguntó Martín y ella respondió con un asentimiento—. ¿Y la rama del árbol que te lastimó la mano? —volvió a asentir, sorprendida de que él recordara eso—. Y también...

—Sí, sí, en resumen son todo lo malo en mi vida —lo interrumpió para terminar más rápido con sus dudas.

—Tu madre es apenas unos centímetros más alta que tú —observó Martín y ella volteó a verlo mal.

—No es el momento para que te metas con mi estatura —le reclamó.

—Pero tú eres mucho más hermosa.

—Eso sí lo acepto —alardeó y ambos se vieron unos segundos antes de que una luz los encandilara.

El auto apenas consiguió estacionar antes que Sandra bajara corriendo, ni siquiera se molestó el apagarlo. Conociéndola seguro que se había saltado algunos semáforos, así era Sandra cuando se trataba de Laini y sus padres.

Detrás de su tutora el sonido de las ambulancias y patrullas hicieron eco.

Sandra se acercó a ellos con paso apresurado y la boca abierta.

—¿Evan? No, no eres... —dijo sin apartar la mirada de Martín.

—Es Martín —respondió con voz cansada y su tutora la vio con los ojos llenos de lágrimas.

—¿Qué les hicieron? —preguntó Sandra, con la voz entrecortada.

—¿Y si mejor esperamos a los policías para explicar todo de una sola vez? —sugirió y Martín rio antes de acercarse más para abrazarla, sin importarle que frente a ella estuviera Sandra, su jefa en el trabajo.

Esa noche Martín había demostrado ser mucho más valiente de lo que llegó imaginar.

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * 

Espero que les haya gustado este capítulo. Díganme ¿Les hizo llorar? A mí sí, mientras lo escribía, simplemente por ponerme en el lugar de Laini y de muchos jóvenes que viven en esa situación. Porque es algo real.

Pero bueno, aprovecho de su felicidad por un nuevo capítulo y su amabilidad para pedirles un favor *inserte cara malvada*. Si pueden ir a mi facebook, que aparece así como en la imagen y buscar esa publicación y hacer lo que dice ahí, es para una buena causa.
Se los juro que no iba a pedirlo por wattpad, pero la situación lo demanda jajaja xD Gracias, si me apoyan habrá maratón de 30DPE y si no pues ahí va la cashetada c: 

Por último les dejo mis redes sociales en dónde SIEMPRE doy avisos importantes:

Instagram: @ReynaCary

Facebook: Letras de Reyna Cariño ó

Mi facebook personal: Reyna Cariño (Si vas a mandarme solicitud de amistad debes comentarme justo en este párrafo tu nombre de usuario en FB para poder aceptarte rápido, de otra manera podría tardar meses en aceptar tu solicitud. Ojo, yo NO MANDO solicitud, ustedes deben hacerlo).

¡Muchísimas gracias por su apoyo!

¡VIVA EL MAINI!

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