Cuervo (fantasía urbana)

By AvaDraw

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Alexia debe averiguar por qué se está convirtiendo en un monstruo, mientras suspira por el sexy chico gay que... More

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Parte 1
Parte 2
Parte 3
Parte 4
Parte 5
Parte 6
Parte 7
Parte 8
Parte 9
Parte 10
Parte 11
Parte 12
Parte 13
Parte 15
Parte 16
Parte 17
Parte 18
Parte 19
Parte 20
Parte 21
Parte 22
Parte 23
Parte 24
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Parte 26
Parte 27
Parte 28
Parte 29
Parte 30
Parte 31
Parte 32
Parte 33
Parte 34
Parte 35
Parte 36
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Parte 38
Parte 39
Parte 40
Parte 41
Parte 42
Parte 43
Parte 44
Parte 45
Parte 46
Parte 47 (I)
Parte 47 (II)
Parte 48
Parte 49
Parte 50
Parte 51
Parte 52 (I)
Parte 52 (II)
Parte 53
Parte 54
Parte 55
Parte 56
Parte 57
Parte 58
Parte 59
Parte 60
Parte 61
Parte 62
Parte 63
Parte 64
Parte 65

Parte 14

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By AvaDraw

Cuando quise darme cuenta ya estaba dentro del vestuario, había girado la esquina y la puerta se había cerrado detrás de mí haciendo ruido.

Parecía que a Héctor le había dado igual que alguien entrara detrás de él. Estaba de pie quitándose la camiseta. Mientras lo hacía pude ver su cintura, los músculos marcándose en su costado y sus perfectos hombros. El corazón se me aceleró solo con verle así y sonreí hasta que me di cuenta de lo que estaba haciendo. Sentí vergüenza de mí misma. No tenía ningún derecho a mirarle y mucho menos a recrearme así. Si me lo hicieran a mí me sentaría bastante mal. Reuní toda mi fuerza de voluntad para mirar al suelo, pero entonces se giró para buscar algo en su bolsa y lo que vi me en su espalda me dejó helada.

Un tatuaje enorme recorría toda su espalda, tocaba cada hombro y bajaba hasta su cintura.

En blanco y negro, entre serpientes, tenía mi cara grabada en su piel. Al menos esa fue mi primera impresión. En realidad, tenía tatuado el rostro de una mujer algo mayor que yo, con mejores pómulos y la raya del ojo bien hecha. Su mirada era feroz y decenas de serpientes salían de su cabeza. Los reptiles ocupaban la mayor parte del dibujo. Cuanto más la miraba menos se parecía a mí, pero eso no hacía que me impactara menos el hecho de que Héctor tuviera tatuado en su espalda un monstruo como yo. No podía ser casualidad, tenía que significar algo.

Se puso otra camiseta y se dio la vuelta. Entré en pánico, me concentré en usar todo mi poder para volverme invisible. Me sonaba haber leído en algún artículo en internet que Medusa podía volverse invisible.

—¿Cuervo?

No. Definitivamente no podía volverme invisible. Aun así, me quedé callada y muy quieta, actué como si él no fuera capaz de verme si no me movía.

—Este es el vestuario de chicos —me advirtió.

Miré a mi alrededor fingiendo que estudiaba el techo de aquel lugar. Él se acercó a mí.

—Es verdad —asentí con la cabeza, y luego traté de sacar el tema de forma casual—. Por cierto ¿Por qué tienes ese tatuaje?

—Vete —dijo molesto.

—Sí, ahora. Pero...

Me cogió del brazo y tiró de mí.

—Sal de aquí, va a venir más gente —se notaba que intentaba ser amable, pero no le salía bien.

Me sacó del vestuario a la fuerza y se metió él de nuevo sin despedirse. Tardé dos segundos en volver a entrar detrás de él.

—Pero ¿qué haces? —me preguntó sorprendido cuando me vio de nuevo.

—Nada, solo...

—¿Te pasas el día huyendo de mí y ahora me persigues? —volvía a estar molesto.

—No te persigo.

—¿Y qué haces en el vestuario de chicos?

—No, ¿qué haces tú en el vestuario de chicos?

La otra alternativa habría sido decirle la verdad: "Averiguar por qué estoy tatuada en tu espalda", "Espiarte mientras te vistes", "Soy un monstruo griego", "Estoy loca por ti", "Pienso en ti todas las noches...". Mi respuesta había sido idiota, pero no había sido la peor posible.

—¿Yo?

—Sí, tú —alcé la cabeza altiva.

—¿Por ser gay no tengo derecho a estar en el vestuario de chicos? ¿crees que voy a acosar a mis compañeros o algo así?

Lo que me faltaba, mi homofobia atacando de nuevo.

—No, tú tienes derecho a estar aquí —afirmé totalmente seria—. Y yo también, porque este es un país libre.

—¿De qué cojones hablas?

Eso me habría gustado saber a mí.

—¿Por qué tienes ese tatuaje? —traté de reconducir la conversación.

—¿Otra vez con lo mismo? ¿por qué insistes tanto?

Nada me aseguraba que pudiera fiarme de él, pero aquel rostro perfecto y aquellos ojos no podían albergar ninguna maldad. Él nunca me haría daño, pero si se lo contaba alguien yo estaría en peligro. Alguien vendría a robarme la cabeza como me había advertido mi tía.

—Porque es muy feo —dije lo que habría dicho mi abuelo.

—Pues te jodes —se encogió de hombros.

—Pero es que me molesta a la vista.

—Eso es fácil de solucionar —se cruzó de brazos y me miró decepcionado—. No me espíes mientras me desnudo.

Él me iba ganando, yo la había cagado mucho y estaba de mierda hasta el cuello, así que solo me quedaba negar la realidad y buscar el empate.

—Pues tú no vayas desnudándote tan alegremente por ahí.

—"Por ahí" es el vestuario de chicos.

—Mira por donde yo también estoy en el vestuario de chicos y no me he desnudado.

Héctor se llevó las manos a la cara desesperado.

—Vete, por favor —dijo con la cara aún escondida entre las manos.

—Antes dime...

—¡Qué te largues! —me gritó.

—¿Qué hacéis los dos solos en el vestuario?

Me giré para averiguar quién era el dueño de aquella la voz. Eran el chico rubio de pelo rizado y su amigo. Los que habían intentado hacerse amigos míos porque pensaban que yo era antigay como ellos.

Héctor no abrió la boca, pero se le torció el gesto. Parecía más cabreado con aquel chico que conmigo.

—Nada —dije yo.

—Ah, es verdad —el chico rubio exageró un gesto de alivio—, no tenemos nada de qué preocuparnos. Al degenerado le dan asco las tías.

—No sabría qué hacer con una chica —intervino su amigo.

—Al parecer tú tampoco —dijo Héctor sin darle demasiada importancia.

¿Sería aquel chico el famoso Charlie de las pintadas del baño? Me picaba la curiosidad, pero no lo suficiente como para quedarme en aquel vestuario con aquellos chicos. No era buena idea seguir allí así que empecé a andar hacia atrás. El chico rubio se volvió hacia mí y me detuve.

—¿Te estaba molestando este degenerado? —dijo señalando a Héctor con la cabeza.

No me dieron la oportunidad de contestar.

—No te metas, Jorge —le advirtió Héctor.

—¿Por qué estabais discutiendo? —preguntó Jorge.

—¿Y a ti qué te importa? —Héctor se encaró con él.

—Le has hecho la vida imposible a esta pobre chica —Jorge me señaló con el pulgar— solo por expresar su opinión sobre tu "novio" —pronunció esa palabra con tal desprecio que me ofendió hasta a mi— ¿Y ahora qué? ¿Ibas a ser tan cobarde de pegar a una chica?

—No es eso —dije, cuando quería decir "Déjame en paz y no me metas en tus mierdas".

—Mira, no estoy para vuestros dramas —gruñó Héctor, me dio la impresión de que también se dirigía a mi—. Largaos de una puta vez.

Empecé a notar el huevo en la garganta que notaba por las noches.

—¿Largarme y darte la espalda? Ni de coña, depravado de mierda.

—¿No estabas ya de espaldas? —Héctor levantó las cejas sorprendido—. Vaya, con lo feo que eres y toda la mierda que te sale de la boca no distingo tu cara de tu culo.

Pude oír el latido del corazón de Jorge bombeando con fuerza y el sonido de sus dientes chirriando por la rabia. Noté como echaba hacia atrás el codo y giraba la cintura impulsándose para darle un puñetazo a Héctor. Mi brazo se movió por acto reflejo y mi mano se interpuso directamente en su trayectoria. Paré el puñetazo sin dificultad con la palma de mi mano y lo desvié hacia abajo.

Sorprendido, Jorge trató de apartarme y me abalancé sobre él, con tanta fuerza que perdió el equilibro y cayó al suelo. No le di tiempo a reaccionar, salté, caí a horcajadas sobre él y empecé a golpearle en la cara con el puño derecho. Cada vez que le daba me sorprendía lo blanda que me resultaba su cara.

Héctor me ordenó que parara mientras el amigo de Jorge trataba sin éxito de tirar de mí. El chico no tenía apenas fuerza y seguí golpeando. Entonces Héctor me pasó el brazo por delante de los hombros, tiró de mí y perdí toda la fuerza. No pude pegar otro puñetazo.

Me puso de pie sin dificultad.

El chico rubio estaba tirado a mis pies. Tenía la cara ensangrentada y me miraba con una confusa mezcla de rabia y miedo. Sangraba por la nariz y le había partido el labio. Fue entonces cuando fui consciente de lo que había hecho.

Había perdido totalmente el control y había actuado por puro instinto, mis decisiones habían salido de mis entrañas, no de mi cabeza. El miedo se fue apoderando de mí y cuando miré mis nudillos, manchados con la sangre de aquel chico, me puse a temblar.

Héctor me estaba sujetando y yo notaba que mis brazos estaban ya cubiertos de escamas. Llevaba un jersey de manga larga, pero nada para tapar las serpientes si es que habían aparecido.

Me liberé del brazo de Héctor y salí corriendo del vestuario. Por fortuna no había nadie en los pasillos. Me palpé la cabeza y respiré aliviada porque no había rastro de las serpientes.

—¿Qué te ha pasado? —Héctor había salido corriendo detrás de mí— ¿Qué ha sido eso?

—¿Por qué tienes ese tatuaje? —pregunté con los ojos inundados en lágrimas. Ahora más que nunca necesitaba respuestas.

—Deja de insistir, joder —ladró fastidiado.

Me estudió durante unos segundos, tratando de buscar mis ojos, pero yo no podía mirarle a la cara. Me sentía muy confundida y sobre todo asustada por lo que le acababa de hacer al otro chico. Asustada de mí misma y de lo que era capaz de hacer, de lo que significaban las escamas que sentía en mi piel debajo del jersey. De lo que significaba la angustia que sentía por la noche y cómo siempre era Héctor quien acudía a mi mente. Ya tenía mi respuesta, pero traía consigo más preguntas.

Aún tenía que entender muchas cosas acerca de mi condición, acerca de mi objetivo. Acerca de Héctor.

Porque las señales no podían ser más claras: él era lo que yo debía proteger.

—No me lo cuentes si no quieres —me dijo en voz baja, tratando de ser amable—, pero habla con alguien ¿Vale? Creo que necesitas ayuda.

—Sí —murmuré bajando la cabeza.

Me cogió la mano derecha con delicadeza y colocó sus nudillos contra los míos. Me limpió el resto de la sangre que quedaba en mi mano con la parte interior de su camiseta. Pude sentir su torso contra mi antebrazo y eso me hizo sentir fatal. Después de lo que acababa de hacer no quería sacar ningún provecho de aquella situación.

—Vete a clase —dijo después de soltarme la mano.

Mi mano estaba casi limpia. Sus nudillos eran los que en ese momento tenían restos de sangre. Entendí entonces por qué Héctor lo había hecho.

—Van a pensar que...

—Es la idea —me interrumpió.

—Pero Jorge y el otro chico dirán...

—Créeme, ese capullo va a preferir que piensen que le ha pegado un maricón antes que admitir que le ha tumbado una chica. No me van a contradecir.

—Pero...

—Es tu segunda agresión, te expulsarán si se enteran.

Tragué duro a pesar de tener la boca seca. Mi madre se iba a cabrear muchísimo cuando se enterara.

Héctor me miraba impaciente. Estaba esperando a que yo reaccionara de alguna forma.

—Vete —insistió dándome un pequeño empujón en la espalda.

—Pero te expulsarán a ti.

La boca de Héctor sonrió, pero sus ojos grises solo mostraban una profunda tristeza.

—Yo no tengo nada que perder, Cuervo.

Hola!

Siento el retraso del capítulo. Espero que haya merecido la pena la espera 😉

Algunas ya habíais averiguado qué era aquello que Cuervo debía proteger, pero... ¿es realmente Héctor lo que debe proteger? ¿por qué tiene que proteger a un estudiante de bachillerato?

La semana pasada tuve menos tiempo para escribir porque estaba preparando "Si me dices que no" para el programa de Historias Pagadas de Wattpad. He tenido la suerte de que Wattpad me haya elegido para formar parte del programa, creo que es una gran oportunidad para mi y os agradezco de antemano vuestro apoyo.

Mi idea es que "Cuervo" no entre en ese programa hasta que no esté finalizada y luego ya se vería.

Este capítulo se lo quiero dedicar a @japonesitaCullen por esperar pacientemente cada capítulo y no escribirme a Instagram con teorías 😉 jaja, muchas gracias por tu apoyo!

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