El mundo oculto del Espejo [S...

By monicadcp10

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¿Conocéis a los vampiros? ¿Habéis escuchado sus historias? Bien. Porque este cuento no va de los vampiros que... More

[Adelanto]
Prólogo
Adiós, Neptuno
Conversión
El Espejo
Primera toma
¿Por qué a mí?
Asskiv
El diario
Primera Luna llena
Cárcel
Descendencia
Sed de sangre
Liberación
Poder vampírico
Reina
ESPECIAL - Día del Libro (23 de abril)
Proposición
Contrarreloj
Gota de sangre
Sedientos
Hipnosis
Una lección para el maestro
El anillo
Nolan
Lágrimas de diamante
La carta
Confesiones
Despedida
Incógnitas
Luna de sangre
Nadie podrá
Sin poder vampírico
Duelo
Tigres
La disculpa tardía
Padre
Epílogo
AGRADECIMIENTOS

El rey

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By monicadcp10


Hombre corpulento, que no gordo. Joven, como todos los vampiros que había visto hasta ese momento, por lo que deduje que nuestro crecimiento se detenía en algún momento de nuestras vidas. Su cabello rubio estaba bastante corto y una barba del mismo color, aunque quizás un poco más oscura, le profería un aspecto más maduro. Sus ojos eran de un extraño color violeta que hechizaría, estaba segura de ello, a cualquiera que lo mirase. Los rasgos de su cara eran duros, pero había algo en aquel rostro que me transmitía cierta amabilidad, cierta dulzura, cierto cariño. Su estatura era algo mayor que la de Asmord, aunque no mucho más. Vestía con una especie de túnica roja que cubría su cuerpo por completo.

Schatt y Asmord se inclinaron ante él en señal de respeto y yo me quedé allí, petrificada, como si estuviera delante de un depredador, sin saber muy bien qué hacer ni cómo debería actuar.

—Silene Dax, por ahora —dijo—. Bienvenida, querida. Mi nombre es Hesper, rey de los vampiros del Espejo.

—Disculpe, señor, pero... ¿Por ahora? —inquirí.

—Silene es un nombre precioso, pero no es el nombre de una vampiresa —terció—. Es el nombre que los neptunianos te dieron, no tu auténtica familia. A partir de hoy, se te bautizará con un nuevo nombre que utilizarás para siempre, como recordatorio del lugar al que perteneces en realidad.

—Gra-Gracias, señor —fue lo único que pude decir.

Mientras el rey Hesper me examinaba con detenimiento, sin formular palabra, yo miré hacia otro lado, con la suerte de percatarme de una segunda presencia desconocida en la sala. Por detrás del rey, un poco hacia mi izquierda, se encontraba una chica que parecía muy joven, de piel como la porcelana y cabello extremadamente liso y del color de las avellanas. Sus ojos, grandes y rasgados, eran como de caramelo líquido y su nariz, respingona. Sus labios eran muy finos, prácticamente inexistentes, pero esto no restaba valor a su atractivo. Curiosamente, sus orejas eran muy largas y acababan en un extraño pico. Aquella mujer no era vampiresa, podía notarlo, lo sabía.

—Ella es Alycia —el rey desvió mi atención de la chica—, mi compañera.

¿Compañera? ¿Esa chica era como la reina? Todo resultaba muy extraño.

—Silvanna Dax es tu madre, ¿verdad?

Escuchar el nombre completo de mi madre... No estaba acostumbrada. La mayoría de las personas la llamaban Vanna Dax.

—¿Conoció usted a mi madre? —le pregunté, asombrada.

—Podríamos decirlo así, sí —terció, con una sonrisa que me resultó un tanto irónica—. Es una... vieja amiga.

En aquel momento me pregunté por qué mi madre no había mencionado que conocía al rey de los vampiros ni me había hablado nunca sobre ello. Pero ya de nada servía imaginar o especular. Supuse que algún día podría preguntarle yo misma.

—Hay algo en tus ojos... —el rey Hesper no dejaba de mirarme intensamente, como si estuviera buscando algo dentro de mí—. Qué extraño.

—¿Extraño?

En ese mismo instante, todo se tornó borroso, cada vez más hasta que no pude ver nada. Sentí como si mis pies se levantaran del suelo, haciéndome volar, y luego la sensación de que todo se movía a mi alrededor. Unos instantes después, apenas unos segundos, todo volvió a la normalidad. Sin embargo, cuando pude volver a ver, el panorama había cambiado.

Me encontraba en una especie de cueva parecida al lugar en el que me había despertado tras la modificación mental de Asmord. Toda estaba iluminada por piedrecitas de luz. Una cama grande y de aspecto mullido ocupaba el fondo de la estancia. Un armario enorme se extendía sobre una de las paredes (si es que se las podía llamar así). Una puerta entreabierta dejaba ver parte del baño. Y delante de mí, con la vista fija en mis ojos, se encontraba el mismísimo rey Hesper. Miré a mi alrededor, con la esperanza de encontrar a Schatt, a Alycia o al propio Asmord allí, pero solo estábamos los dos.

—¿Dónde...?

—Eres muy especial, ¿verdad, Silene? —inquirió.

No supe qué responder a eso. ¿Especial? ¿Se refería a mis tres dones neptunianos? ¿Se lo habría comunicado Asmord cuando indagó en mi mente? ¿O lo habría hablado con mi madre?

—Vamos, quiero que tú misma te veas —me dijo.

Se dirigió a la puerta que conducía al baño y la abrió un poco más para indicarme que pasara. Así lo hice, puesto que aunque me sentía incómoda seguía siendo el rey de los vampiros, mi rey. De modo que caminé hacia dentro y una vez allí, el rey Hesper me posicionó delante del espejo.

—Tus ojos —me indicó.

En efecto, mis ojos habían cambiado su oscuridad acostumbrada para tomar un color que se asemejaba mucho al amarillo. Mis labios se entreabrieron en una expresión de sorpresa. Me acerqué, casi sin quererlo, al espejo tanto como pude. Mis dedos viajaron a mis mejillas, absortos en el extraño color que habían tomado mis iris. Pero antes siquiera de que pudiera entenderlo, estos volvieron a cambiar progresivamente del amarillo a una tonalidad verdosa muy bonita.

—Los vampiros pueden cambiar sus ojos de color... —musité.

—Sí, pero de un solo color —terció el rey—. Cada vampiro tiene un color característico que puede proceder de su línea de sangre o su personalidad, no importa. Pero hace un momento tus ojos eran amarillos y hace un rato juraría que mostraban un color más bien verdeazulado oscuro.

—Cambio de color los ojos...

—Así es —asintió—. Y creo que depende de tus emociones, del momento.

Silencio. Apenas sabía qué responder, qué decir. Lo único que había averiguado era que el color amarillo se correspondería con los nervios o la incomodidad, porque era como me sentía en aquellos momentos.

—Eres más especial de lo que piensas —aseguró—. Volvamos con los demás.

De nuevo, aquella sensación de volar a ciegas hasta que, segundos más tarde, estuve de regreso en la sala del rey, junto a los tronos. Sufrí un ligero mareo mientras veía cómo el rey Hesper caminaba lentamente hacia el trono de la izquierda y se sentaba sobre él. Alycia no tardó en posicionarse a su lado, extrañándome que no ocupara el segundo trono. Al mirarla más detenidamente (cuando el mareo pasó), me percaté de que tenía los ojos rojos y acuosos, igual que las mejillas. ¿Había estado llorando? ¿Por qué? ¿Qué le pasaba? Pensé que sería buena idea preguntarle, pero entendí que no convenía meterme en asuntos ajenos que no tenían relación conmigo.

Schatt y Asmord se posicionaron detrás de mí, cada uno a un lado, esperando a que el rey hablara.

—Debemos darte un nuevo nombre, Silene —dijo—. No es una tarea sencilla.

—Cualquier nombre me resultará apropiado, señor —le aseguré.

—Lo cierto es que ya tenía pensado exactamente cuál sería —sonrió.

—¿Cómo puede ser eso? —fruncí el ceño—. Quiero decir, ¿usted sabía que vendría?

—No, no, claro que no. Digamos que es un nombre que siempre me ha gustado y que refleja muy bien la fuerza de tu espíritu.

—Y... ¿Cuál será?

El rey hizo una pausa dramática, o quizás es que no se acordaba bien del nombre, pero el caso es que se mantuvo en silencio durante varios segundos. Sentí que la incertidumbre acabaría conmigo en aquellos instantes, así que cuando volví a escuchar su voz, me resultó como agua de mayo, como dicen los terrestres.

—Kaiserin.

Mi nuevo nombre, mi nueva identidad.

—Normalmente, los nuevos vampiros adoptan el apellido de su familia vampírica, es decir, aquel que le otorgué al primero de su linaje —me explicó—. A los que no tienen familia vampírica, se les da uno nuevo, siendo el primero.

—De modo que yo necesito un apellido —entendí.

El rey Hesper inclinó ligeramente la cabeza, como si tratara de resolver algún enigma o hubiera algo que no comprendiera del todo.

—No, adoptarás el de tu abuela materna.

El corazón me dio un vuelco en el pecho.

—¿Mi abuela... materna? —inquirí, anonadada—. ¿Usted la conoció? ¿Le dio un nombre y un apellido?

—Sí, así fue —asintió—. Pero no hablemos de ella ahora. Tomarás su apellido: Prorok, Kaiserin Prorok.

En aquel momento solo podía pensar en eso, en mi nuevo nombre. Y mientras yo me desvanecía en mis pensamientos, Asmord y el rey Hesper comenzaron a hablar de mí, de mis poderes neptunianos y la ausencia, por ahora, de mi don vampírico.

—Es solo cuestión de tiempo, estoy seguro —terció el rey—. Lo acabará desarrollando. Deberías estar pendiente de ella.

—Le echaré un ojo de vez en cuando —aceptó el vampiro.

—No, aún mejor. Tú serás su profesor.

¿Cómo? ¿Profesor? ¿Asmord? ¡Pero si estaba claro que me odiaba! ¿Cómo iba él a enseñarme de manera óptima si ni siquiera podía pasar dos minutos conmigo sin exasperarse?

—Majestad... —su tono era de conciliación, de querer llegar a otra solución.

—Sin discusiones, Asmord.

El tono del rey no admitía réplicas de ningún tipo, quedaba claro. El vampiro no tuvo más remedio que guardar silencio y acatar su orden.

—Bien, creo que eso es todo —finalizó el rey Hesper—. Bienvenida, Kaiserin, y ojalá disfrutes de tu estancia aquí y llegues a aprender todo lo que puedas y más. Nos volveremos a ver, de eso estoy seguro.

—Gracias, majestad.

Sin más dilación, Schatt y yo nos fuimos por donde habíamos llegado. Asmord, en cambio, permaneció allí, supuse que para intentar hablar de nuevo con el rey. Podía estar seguro de que la decisión de su majestad no le molestaba más a él que a mí. Hubiera preferido muchísimo antes que la vampiresa fuera mi profesora.

—Bueno, ¿qué te ha parecido? —me preguntó Schatt con una sonrisa mientras llegábamos a la primera planta.

—Es más joven de lo que me lo habría esperado —me sinceré—. De hecho, todos sois muy jóvenes.

—Inconvenientes de la inmortalidad —suspiró ella—. Nuestro cuerpo no madura a partir de cierta edad que es única para cada vampiro. Yo, por ejemplo, me estanqué en una edad física de veintiséis años.

—Inmortalidad... —musité—. ¿No morimos nunca?

—A no ser que nos maten —terció—. O que suframos algún tipo de accidente grave.

—¿Matarnos?

Mi garganta se dobló sobre sí misma hasta hacerse un nudo, metafóricamente. La idea de que fuera de aquella estructura podía haber toda clase de depredadores que matasen vampiros me hacía temblar. Según las características que me habían dado de nosotros, ¿cómo tendrían que ser las criaturas de allí para poder matarnos?

—No es lo normal, por supuesto —trató de confortarme Schatt—. La mayoría mueren por culpa de combates o peleas entre sí mismos. Uno o dos al año, como mucho, y hay años en los que no muere nadie, por supuesto.

—¿Combaten entre ellos? —me asombré—. ¿Eso no es muy primitivo?

—¿Y acaso estas instalaciones no te lo parecen? —sonrió—. Cuando los vampiros se aburren, probarse entre ellos es el mejor entretenimiento que encuentran, sobretodo los jóvenes que terminan su formación y quieren aplicar todo lo aprendido en combates reales.

—¿Nos enseñáis a combatir?

—¿Y a qué si no? —se detuvo cuando estábamos en el piso que recordé como el de los dormitorios—. Los vampiros somos una especie despreciada por los neptunianos, algo que no tardarás en entender. No solo debemos controlar nuestros dones, como les exigen a ellos, sino aprender a utilizarlos para cualquier cosa, incluso el combate.

Seguimos nuestro camino en silencio, ya que ninguna otra duda ocupaba mi mente en aquellos momentos.

—Tu lobo está esperándote en tu habitación —me indicó la vampiresa mientras nos dirigíamos hacia allí—. Asmord tendrá asuntos que tratar con el rey, de modo que disfruta de esta noche libre. Puedes ir a donde quieras, incluso salir al exterior. Pero ten cuidado para no perderte, ¿quieres? No me gustaría extraviar una novata en su primera noche.

—Tendré cuidado, lo prometo.

—Mañana empezarán tus clases, seguramente a las nueve de la noche, aunque eso tendrá que decidirlo mi compañero.

Llegamos, por fin, a la puerta de mi habitación. El corazón parecía que se me iba a salir del pecho. Allí detrás, a tan solo unos metros de mí, se encontraba mi mejor y único amigo, mi familia. Tenía que comprobar que estaba bien.

Schatt se despidió y se marchó, dejándome por fin avanzar hacia la puerta, posar la mano en la manija y abrir... En cuanto la puerta estuvo lo suficientemente abierta, una enorme mancha negra se abalanzó sobre mí, prácticamente tirándome al suelo. Era una masa de pelo negro y suave con una lengua algo áspera que lamía sin parar cualquier parte de mi cuerpo al tiempo que soltaba pequeños gimoteos de alivio.

—Ámarok —reí mientras lo acariciaba—. Qué bien que estés aquí y a salvo.

Estaba muy preocupado por ti, Silene.

Escuchar mi nombre de nuevo hizo que recordara el hecho de que ya no volvería a llamarme así nunca más. Sin embargo, nadie que no fuera yo podía escuchar a Ámarok, de modo que no pasaría nada si el lobo continuaba usando ese nombre, ¿no?

Ambos entramos en la habitación y cerramos la puerta. Me permití observar un poco mejor el espacio que se iba a convertir en mi nuevo dormitorio durante cuatro largos años. Era una especie de cueva mediana iluminada por las mismas piedras que había encontrado en todo el edificio. Y, como siempre, no parecían haber sido colocadas allí en ningún orden concreto. Estaban por el techo, por las paredes e incluso alguna por el suelo. La forma de la habitación era un poco extraña, aunque se asemejaba a una cuña de queso. Nada más entrar, al fondo, se encontraba una esquina poco eficiente. En la pared a la derecha de esa esquina había una cama de tamaño estándar con sábanas blancas. La cama se extendía a lo largo de casi toda la pared. Y a la izquierda de la esquina se encontraba un armario de dos puertas fabricado en madera, al parecer. El mismo material que parecía haber sido empleado para hacer una pequeña mesita de noche con un cajón que aguardaba al lado del cabecero de la cama. Observé la mesita un poco más de cerca y me percaté de un objeto que había sobre ella: una especie de reloj extraño de arena, el cual no estaba en funcionamiento. Me acerqué a él y lo examiné con cuidado. Parecía hecho de cristal y la arena era fina y de color claro. Unas pequeñas muescas en la superficie del cristal indicaban las horas del día terrestre, algo con lo que ya estaba ligeramente familiarizada.

Con un suspiro pesaroso, me senté en la cama y toqué las suaves sábanas. Tardaría en acostumbrarme a aquel lugar, pero acabaría por adaptarme.

Cuando Ámarok decidió subirse a la cama conmigo, a pesar de que sabía que dejaría un importante rastro de pelo lobuno, procedí a contarle mi experiencia con los dos vampiros y con el rey Hesper.

De modo que ahora no te llamas Silene —concluyó.

—Eso parece —asentí—. Tengo muchas preguntas en la cabeza. ¿Por qué el rey conoció a mi madre y a mi abuela? ¿Por qué mi madre no me lo dijo? Por no hablar de la incertidumbre en la que se ha convertido mi vida.

Todo va a ir bien, Silene, ya lo verás.

Decidí no llamar la atención al lobo por haber utilizado mi nombre de "siempre". Al fin y al cabo, nadie lo escucharía equivocarse.

En ese mismo momento, la puerta de la habitación se abrió bruscamente, provocándome un sobresalto y alertando a Ámarok, quien no dudó en posicionarse delante de mí para protegerme. Por suerte para nosotros, no se trataba de ninguna amenaza, solo era Asmord, quien no traía cara de buenos amigos.

—¿Es que no sabes llamar? — espeté.

—Mañana por la noche tendrás tu primera clase —avanzó, ignorándome, hasta llegar a la mesita—. Estas constarán de algunas clases teóricas, pero sobretodo de clases prácticas —cogió el reloj de arena y me lo mostró bien para que me fijara en él—. No tenemos relojes normales, de modo que tendrás que poner este reloj de arena a funcionar a la hora que prefieras. Tiene una duración de un día completo terrestre.

—Pero...

—Para eso —prosiguió— tendrás que hacer amigos. Kinn reside en la habitación número uno y creo que aún conserva su reloj de arena en funcionamiento. Elije una hora para restablecerlo todos los días —señaló las marcas casi imperceptibles en el cristal—. Estas son las horas.

Asmord dejó el reloj en la mesita con un golpe seco y volvió a mirarme.

—Quedaremos todas las noches a las diez en punto fuera de la Academia, que es este edificio. No llegues tarde.

«Menudo imbécil», pensé. El vampiro frunció el ceño y se acercó mucho más a mí, tanto que comenzó a intimidarme. Ámarok dejó escapar un gruñido grave a modo de advertencia. Si me hacía cualquier cosa, el lobo atacaría, fueran cuales fueran las consecuencias.

—Escúchame bien —siseó–. No me gustas y no te gusto. No vamos a llevarnos bien, pero para una enseñanza óptima debemos poner de nuestra parte. Voy a ser tu profesor, no porque yo así lo desee, sino porque así me lo han impuesto. Nadie desobedece al rey Hesper. De modo que vamos a tener que pasar mucho tiempo juntos, nos guste o no.

Y dicho esto, salió de la habitación, cerrando la puerta con un portazo. Los latidos de mi corazón regresaron a la normalidad.

Parece simpático —comentó Ámarok mientras volvía a tumbarse, ya más relajado.

—Sí, una auténtica joya —me dejé caer en la cama, de espaldas, mirando al techo y conteniendo las lágrimas—. No sé, Ámarok. Quizás este tampoco sea mi lugar...

No tienes elección —me recordó él, a su pesar—. Debes resistir. Cuatro años, Silene.

—Lo sé... Lo sé.

Tratando de animarme, Ámarok pensó que sería buena idea dar una vuelta por fuera del edificio, ver qué había más allá. Tardamos siglos en dar con la puerta de salida, ya que nadie nos había indicado dónde se encontraba. Fue la primera vez que vi una cocina que era al mismo tiempo entrada y salida de un edificio. Algo completamente desconcertante, aunque muy bien pensado, ya que cuando los vampiros traían sus presas muertas, no dejaban su olor por ahí pululando. Entraban directamente en la cocina y se encargaban de ella. Incluso hablar de eso me entraba ganas de vomitar. No, no soy vegetariana ni nada por el estilo, pero cazar mis propias presas, cuyas voces puedo escuchar en mi cabeza, no me resulta agradable.

Al salir, encontramos una explanada de tierra bastante amplia. Me di la vuelta, deseando observar el aspecto que tenía la Academia por fuera. Supongo que la diferencia entre esa estructura y un hormiguero tenían pocas diferencias. Parecía una torre grande hecha de barro y sin ventanas ni hendiduras de ningún tipo. No era muy imponente, la verdad. ¿Me había decepcionado?

Volví a girarme y contemplé el terreno más allá de la explanada. Un bosque, con grandes y frondosos árboles, comenzaba a unos cien metros de nosotros. Podía ver las hojas bailar con el viento suave que las mecía de un lado a otro. Los animales producían pequeños ruidos que solo eran perceptibles de vez en cuando y de manera ahogada. Eran muy silenciosos. Una suave hierba cubría el suelo, retorciéndose con las raíces de los árboles hasta no diferenciar cuáles eran los límites de una y otra. Cuando quise darme cuenta, había avanzado hacia ese paraíso y mis manos podían tocar los rugosos troncos. Las yemas de mis dedos acariciaron cada surco, cada trozo de musgo. El bosque estaba vivo, respiraba, sentía.

Sonreí. En mi cuerpo surgió de pronto la terrible necesidad de correr, de internarme en aquel bosque y no mirar atrás. Y eso fue exactamente lo que hice. Al principio con pasos rápidos y luego con verdaderas zancadas. Cada vez cobraba más y más velocidad. Los árboles pasaban junto a mí a una velocidad de vértigo y cuando quise darme cuenta, había dejado rezagado a Ámarok. El viento en mi rostro, el olor a humedad, a tierra, a plantas, a vida... Todo me había hecho recobrar las fuerzas. Era un paraíso enteramente mío. Nadie podría decirme quién ser allí dentro. Y no solo era aquel bosque, sino un mundo entero para descubrir.

Frené para esperar al lobo, pero el control sobre mi cuerpo dejaba, en aquellos momentos, mucho que desear. Mis pies se anclaron al suelo y todo mi cuerpo fue llevado por la inercia de la velocidad hasta el suelo. Allí fue donde Ámarok me encontró, sonriente y mirando hacia el cielo.

¡Menudo susto me has dado! —el lobo expulsó aire por la nariz y se tumbó a mi lado, recuperando el aliento—. ¿Cómo has hecho eso?

—¿Hacer el qué?

Correr tan deprisa. Casi te pierdo entre la maleza. En los últimos instantes he tenido que guiarme más por mi olfato que por mis ojos.

—Ya... La verdad es que no he pensado demasiado en eso. Una de las ventajas de ser vampiro, supongo.

Supongo.

Allí tumbados, con la brisa nocturna acariciando nuestros cuerpos, sintiendo nuestras respiraciones, mirando el cielo que, tímido, se escondía entre las ramas de los árboles, sentíamos que no necesitábamos nada más. Estábamos juntos y eso era lo más importante.

¿Sabes? Quizás esto no esté tan mal —no me miró.

—Me parece un sueño —me sinceré—. No sé si bueno o malo, pero es como si estuviera soñando, como si nada fuera real en este lugar. Es una extraña sensación que no se me va de la cabeza...

Eso es porque todo es muy reciente aún. Ha ocurrido muy deprisa y no conoces este sitio. Quizás si te das un poco más de tiempo...

—Menos mal que estás tú aquí —esbocé una sonrisa cargada de tristeza—. Pensar que podría estar completamente sola aquí dentro no me agrada en absoluto. ¿Cómo es posible que hayas cruzado la barrera? ¿No se suponía que esto era solo para vampiros?

Eso decían, sí. Pero no sé...

—La compañera del rey tampoco es vampira, lo sé —lo interrumpí—. Creo que nos han engañado, que no solo los vampiros pueden entrar aquí.

Quizás por eso el vampiro serio no quitó eso de tu cabeza, porque eso sí lo recuerdas. Te lo dijo tu madre.

Una punzada de dolor. Mi madre... Ella y el rey se conocían. ¿De qué? ¿Cómo era posible que mi propia madre me hubiera ocultado cosas y tan importantes como aquella?

—Esto me da muy mala espina.

No le des más vueltas porque nada cambiará, Silene—las palabras del lobo estaban cargadas de sabiduría—. Aprende y disfruta detu estancia aquí. Los misterios se irán resolviendo... a su debido tiempo.


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¡Muchas gracias por llegar hasta aquí! Intentaré actualizar lo antes que pueda. Me ayudaría mucho que votases por el capítulo si te ha gustado ^-^. 

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