El elevador de Central Park

CreativeToTheCore tarafından

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¿Cuál es el mejor lugar para trazar un plan de espionaje? El malhumorado Xiant Silver no tiene nada en común... Daha Fazla

Sinopsis
1. Hígados en Nueva York
2. Cuernos desde mayo
3. Viernes de investigación
4. El idioma de la decepción
5. Pactar con demonios
6. Alcohólico mañanero
7. Dramatizar
8. Se busca traductor
9. El test del lector
10. Ideas asesinas
11. Aborten misión
12. Al confesionario
13. Media naranja
14. Ensalada de licores
15. Cita con el dentista
16. No soy el sol
17. Paso en la dirección correcta (o incorrecta)
18. Donde no soy tú
19. El día que lo arruinaste
20. Tacaño viscoso
21. Malos niñeros
22. Lo que le dices a los niños y los niños te dicen a ti
23. Pretérito
24. La reina y su heredero
25. Protégelo
27. Gallos
28. Dos ciudades, dos mujeres
29. Chalecos de fuerza
30. Amistad en construcción
31. Brillo y sangre
32. Lejos, lejos, lejos
33. Espermatozoides asustados
34. Para mañana
35. El rebaño
36. Grisáceo
37. Gato comprimido
38. Citar la fuente
39. Una última bala
40. Te quiero
41. Amigos en noviembre
42. Cosas que (no) te gustan
43. Nueva misión
44. Para mi flor preferida
45. Elevadores en Lisboa
Epílogo
¡En físico!

26. Ficción para adultos

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CreativeToTheCore tarafından

Xian


—Empezaré yo. —Trago las pasas con desagrado y ríe, pero no de la forma histérica y alegre con que lo haría en otra ocasión—. Creo que fue irresponsable de tu parte decir que te encargarías de una niña cuando no lo hiciste. No me arrepiento de haberte dicho lo que te dije. —Me encojo de hombros—. Pero debo confesar que una parte de mí, la egoísta y aún negada a aceptarlo, insistió con el asunto de Amapola porque era una forma de evitar ver con mis propios ojos a Brooke caminando dentro de ese lugar a sabiendas que Wells podría estar esperándola.

Es vergonzoso decirlo en voz alta, pero a pesar del paso de las semanas todavía me cuesta creer que alguien que accedió a casarse conmigo pueda quererme tan poco.

Duele poner en palabras que no eres suficiente para alguien.

—Sé que no fui la mejor niñera del mundo. Es solo que... Me cuesta estar alrededor de los niños. Trato de fingir lo contrario, que no son la gran cosa, que es fácil orbitar a su alrededor. —Su voz no se quiebra, pero eso no indica que no quiera hacerlo. No es un dolor reciente el que se le nota en el rostro—. Estuve embarazada hace unos años, producto de una relación que apenas llevaba dos semanas. Cuando le pregunté si quería formar parte de la vida del bebé, me dijo que debía abortar. Le dije que todo estaba bajo control y respondió que nada estaba bien. El aborto no era una opción para mí y me encargaría sola. Insistí en que no lo culparía si desaparecía del mapa.

—No, Preswen, no está bien —repito lo que dije más temprano y comprendo que ese hombre le dijo lo mismo, pero con un tono peor que el mío.

—Exacto. —Alisa el envoltorio de la barrita de cereal sobre sus piernas—. No me dejó en paz. Durante días me acosó para que me deshiciera del niño y empezó a meter ideas en mi cabeza sobre que sería una terrible madre por mi forma de ser. Perdí al bebé unos días después a causa del estrés. Aborto espontáneo… Ya había comprado la cuna.

No sé qué decir, así que me quedo callado. Ni siquiera intentaré tratar de imaginarlo. Es demasiado.

—Intenté restarle importancia con mi familia, de la misma forma en que intenté restarle importancia a lo que decías de Amapola, pero... Tienes razón. Lo siento, fui una idiota. El tipo también tenía razón. Sería una terrible...

—No termines esa oración —pido con suavidad—. Y no te preocupes, aquí somos idiotas juntos —corrijo—. Es terrible lo que te ocurrió y de encontrarme a ese sujeto contrataría a los matones más caros de Nueva York para que le dieran una paliza. Siento haberte hecho recordar eso. Mi presencia no equivale a una entidad de paz y amor como sabrás.

Las comisuras de sus labios se curvan un poco. Me sostiene la mirada y veo en el café de ella tres tipos diferentes de tristeza, si es posible. Una acompañada de cólera, otra de nostalgia y la última de decepción. Me pasa su teléfono y hace un leve ademán con la cabeza para que pase las fotos.

—La mía tampoco —concuerda.

Cuando las cosas marchaban bien, o cuando creía que lo hacían, cada mañana era Brooke la que se levantaba antes. Algunas veces, lo ignoraba y seguía durmiendo, pero otras me quedaba viendo desde la cama cómo escogía el atuendo que usaría. Jugaba a adivinar qué elegiría cuando se probaba frente al espejo del cuarto dos camisas o dos gorros distintos. Siempre adivinaba, pero sin importar que sabía con exactitud cuál sería su respuesta, sonreía contra la almohada.

«No podría conocerte mejor», pensaba.

El amor te hace creer que con el paso del tiempo conoces de forma más profunda a una persona, pero a veces funciona de forma inversa. En mi caso, los días estuvieron hechos para desconocerla. Nos transformamos en algo superficial, engañados al aferrarnos a los recuerdos de la época donde no lo éramos.

«No podrías lastimarme mejor», pienso.

En la primera foto, bajaba de su coche estacionado frente al motel. El viento sopló y abrió un poco ese abrigo que siempre usa para las reuniones importantes. Noto encaje y reconozco esa camisola que tanto me gusta quitarle. Lleva zapatos de los que gritan que es una mujer segura, poderosa y sensual. En la segunda está empujando las puertas dobles del edificio, con la cabeza en alto, como si estuviera orgullosa. En la tercera sale de una habitación; abrigo sobre su antebrazo y zapatos en mano esta vez. Tras ella se ve a un hombre sentado en la cama, sin camisa, atando las agujetas de sus zapatos. Wells. En la cuarta hay un tipo con una nariz gigante aplastada contra la pantalla y los ojos cerrados con fuerza, como si estuviera tratando con desesperación de expulsar lo que comió en el almuerzo, batallando con su propio ano, quien insiste en cerrar sus puertas a…

Soy yo.

Preswen se carcajea y me arrebata el móvil.

—Esta es del día que nos conocimos. La sacaste sin querer cuando tomaste mi teléfono por equivocación.

Examino su expresión. Hay mucha gente que se ríe pero no es feliz, y este es uno de esos casos. Las comisuras de sus labios decaen mientras se extiende el silencio. Nos obsesionamos con las imágenes de Brooke y Wells en un bucle mental sin fin. La rabia y la aflicción tocan nuestra puerta como viejas amigas que ya tienen la costumbre de pasarse por aquí.

Me llevo una mano al pecho y masajeo mi esternón. Esto apesta muchísimo. Duele el triple.

—Escuché los gemidos —confiesa con la calma de alguien que acepta haber perdido—. Lo peor es que no se escucharon como los de una película porno.

—¿Disculpa? A veces siento que hablamos idiomas distintos. Explícate.

—El porno es ficción, Xian. Deberías saberlo si eres tan fan como el historial de tu teléfono me contó que eras. Ficción llena de supuesta pasión, y ellos no sonaron como amantes insaciables. No eran dos personas teniendo sexo, eran dos personas haciendo el amor. Sabes que hay una diferencia abismal entre ambos.

Las palabras se sienten como cinco bofetadas de Jesús con una mano de madera.

Preswen conoce la diferencia en práctica, pero yo solo en teoría. Fui el primero de Brooke y ella la mía. Creí que seríamos el último del otro también. Recuerdo que abrazaba sus rodillas con preocupación cuando regresé del baño la primera vez, a los 17. Estaba avergonzada por las sábanas manchadas. Esa también se convirtió en mi primera vez cargando el lavarropas y haciendo la cama de a dos. Me enseñó cómo hacer que las sábanas quedaran tirantes, lo cual no duró mucho porque volvimos a acostarnos para dormir diez horas seguidas.

No sentía el brazo al otro día.

No quiero imaginar que Wells tiende la cama con ella. Me llena de celos pensar que le sonríe a él, que se ríe de sus bromas, que lo abraza y hace desaparecer toda la mierda de su cabeza con su simple presencia.

Duele la idea de alguien más y sentirse reemplazado como si nunca hubiera estado en primer lugar.

—¿Sabes qué es lo peor para mí? Que no puedo odiarla por más que lo intente —susurro, a lo que apoya su cabeza en mi hombro—. Eso de que del amor al odio hay solo un paso es la estupidez más grande que oí. Ojalá los sentimientos pudieran darse vuelta tan rápido, como una tortilla.

Sigue viendo las fotografías y aparto los ojos hacia las puertas.

—Me da pena admitirlo, y sabes que pocas cosas me dan pena, pero no me siento tan mal. Esto debió sentir Vicente cuando lo engañé. Merezco sentirlo. Además, algo bueno salió de este caos.

—¿Tuviste un coche de espionaje por una noche? —adivino.

Niega con la cabeza antes de levantar el móvil entre nosotros, donde figura mi atractivo rostro en un mal enfoque de cámara.

—Conocí a este tipo. Creo que somos amigos. Me gusta ver su foto cuando estoy triste porque me hace reír.

Reprimo una pequeña sonrisa, pensativo. Nos quedamos apreciando mi rostro digitalizado durante unos minutos.

—Oficialmente se acabó la misión, tenemos las pruebas —recuerdo ansioso—. ¿Se supone que debemos planear cómo enfrentarlos?

—No se supone, lo haremos —corrige antes de apagar el móvil y lanzarlo al otro lado del ascensor—. Pero no esta noche.

La miro intrigado cuando con un quejido se pone de pie y se estira para presionar el botón que nos llevará a la planta baja. Cuando vuelve a mirarme, tiene los brazos en jarras y una mirada decidida en el rostro.

—Estoy cansada de pensar, hablar y respirar infidelidades. No quiero llorar y tampoco ahogarme en una botella de tequila, por más tentadora que suene la idea. Si sigo así no podré vender mi hígado para comprarme artículos electrónicos.

—¿Segura? Porque perder la conciencia suena como un plan perfecto para mí.

Extiende su mano para agarrar la mía y ponerme en posición vertical.

—Tú y yo tendremos una noche memorable en Nueva York. Así, cuando recordemos esta mísera época de nuestras vidas, también recordaremos algo bueno. Desenmascararemos a Brells Quimmers el domingo. Ahora nos encargaremos de hacer algo feliz a Prexian Silvellis.

Recoge su teléfono y bolso del piso.

—¿Por qué tiene que empezar con tu nombre?

Nos sostenemos la mirada mientras descendemos. Mis manos están en los bolsillos de mis caquis cuando me apoyo contra la pared del fondo, justo como la primera vez que nos encontramos aquí adentro.

—Porque Preswen es un nombre original —dice al invocar una de nuestras primeras conversaciones.

—Originalmente feo.

Es fácil ignorar el dolor en el pecho cuando Preswen lo reemplaza al hacer que me duela la cabeza.

Cuando salimos del elevador, directo a Central Park, dejamos encerrado a Brells ahí adentro, llevándonos con nosotros a Prexian.

Ya era hora que nos diéramos un respiro.


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