A la Máxima (completa)

Από AlexDivaro

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«Salir con un hombre como él está mal. Máxima lo sabe, su lógica se lo dice, su mejor amiga se lo recuerda. A... Περισσότερα

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Uno, primera parte (Libro 1)
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Cuatro, parte dos.
Cinco, primera parte
Cinco, segunda parte
Seis, primera parte
Seis, segunda parte
Siete, primera parte
Siete, segunda parte
Ocho
Nueve, primera parte
Nueve, segunda parte
Diez, primera parte
Diez, segunda parte
Once, primera parte
Once, segunda parte.
Doce, primera parte.
Doce, segunda parte
Trece, primera parte
Trece, segunda parte
Me lleva la 🍆🍆🍆
Catorce, primera parte
Catorce, segunda parte.
Quince
Dieciséis
Diecisiete, primera parte
Diecisiete, segunda parte.
Dieciocho, primera parte
Dieciocho, segunda parte
Diecinueve, primera parte.
Diecinueve, parte dos
Veinte
🍆🍑🔥🌶
LIBRO DOS: Veintiuno, parte uno.
Veintiuno, parte dos
Veintidos
Veintitrés, primera parte
Veintitrés, segunda parte.
Veinticuatro
Veinticinco, parte uno
Veinticinco parte dos.
Veintiséis, parte uno
Veintiséis, parte dos
Veintisiete, parte uno
Veintisiete, parte dos.
Veintiocho, parte uno
Veintiocho, parte dos
Veintinueve, parte uno
Veintinueve, segunda parte
Treinta, primera parte
Treinta, parte dos
Treinta y uno
Treinta y dos, parte uno
Treinta y dos, parte dos
Treinta y tres, primera parte
Treinta y tres, segunda parte
treinta y cuatro, primera parte
Treinta y cuatro, segunda parte
Treinta y cinco, parte uno
Treinta y cinco, segunda parte
Treinta y seis, primera parte
Treinta y seis, segunda parte
Treinta y siete, primera parte
Treinta y siete, segunda parte
Treinta y ocho
Treinta y nueve
Cuarenta, primera parte
Cuarenta, segunda parte
Cuarenta y uno.
✨👩🏻‍🦰✨
LIBRO TRES: Cuarenta y dos
Cuarenta y tres, primera parte
Cuarenta y tres, segunda parte
Cuarenta y cuatro, primera parte
Capítulo cuarenta y cuatro, segunda parte
Cuarenta y cinco
Cuarenta y seis
Cuarenta y siete
Cuarenta y ocho
Cuarenta y nueve
Cincuenta
Cincuenta y uno, parte uno
Cincuenta y uno, parte dos
Cincuenta y dos
Cincuenta y tres
Cincuenta y cuatro
Cincuenta y cinco
Cincuenta y seis
Cincuenta y siete, primera parte
Cincuenta y siete, segunda parte
Cincuenta y ocho, primera parte
Cincuenta y ocho, segunda parte
Cincuenta y nueve
Sesenta, primera parte
Sesenta, segunda parte
Sesenta y uno
✨Nota para lectoras✨
✨💍 👉🏻👌🏻 🔪✨
Sesenta y dos
Sesenta y tres
Sesenta y cuatro
Sesenta y cinco, primera parte
Sesenta y cinco, segunda parte.
Sesenta y seis, primera parte
Sesenta y seis, segunda parte
Sesenta y siete
Sesenta y ocho
Setenta, primera parte
Setenta, segunda parte.
Setenta y uno
Setenta y dos
Setenta y tres
Sobre el siguiente libro + sobre el final de A la Máxima.
Flashback narrado por él, parte 1
Flashback narrado por él, parte 2

Sesenta y nueve

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Από AlexDivaro

Abstraída alcé los brazos, miré las luces de colores que brotaban del techo, eran tan bonitas. Estiré los dedos queriendo alcanzarlas y llegar a ellas. De seguro así se sentían los gatos con esos puntos rojos de láser en la pared sin poder atraparlos.

Me arrepentí de no haber fumado más antes de venir a bailar, porque así habría podido estirar más la sensación de liviandad que comenzaba a desaparecer poco a poco. Debí haber traído el porro conmigo para encenderlo afuera y permanecer así por más tiempo, para no tener que ser consciente de nada por una maldita noche.

Una mano se posicionó con autoridad en mi vientre bajo exaltándome por un segundo, hasta que su pecho encajó con naturalidad en mi espalda y me hizo reaccionar a su tacto como en otras ocasiones anteriores.

Máxima.

Su voz me confirmó quién era, pero no me había hecho falta oírlo para saberlo. Era como si mi cuerpo conociese su identidad por la manera en que me había tocado, o como el vaho tibio que se había desprendido de sus labios me había erizado la piel del cuello, cuando me retiró el cabello para hablarme al oído.

—¿Qué estás haciendo aquí sola?

Tal vez todo ese conjunto de acciones le tomó unos segundos llevarlas a cabo. No lo sé, en ese tiempo debí haberme girado, empujarlo para alejarlo de mí, pero no hice nada de eso. Era algo visceral, mi piel respondía al contacto de la suya y se volvía hipersensible. Estaba tan jodida.

—¿Max?

No tenía la energía para enfrentarlo. Entonces hice lo que sabía que le volvería loco. Ignorarlo. No le pedí que me soltara, no le hablé en lo absoluto, solo me contoneé contra su cuerpo bailando como si nada, mientras pretendía que su presencia no me alteraba ni un poco y que él era cualquier otro hombre en medio de la pista de baile.

—Máxima, ¿has estado bebiendo? —dijo de nuevo a mi oído para hacerse oír debido a la música. Acto seguido me hizo girar hacia él y me atrajo contra su pecho—. Contéstame.

—No —le respondí ofendida, no tenía que estar borracha para pretender que lo ignoraba.

Me tomó de la mejilla para obligarme a encararlo y me miró el rostro como si estuviese analizando si mi respuesta le convencía. Al parecer fue así porque, un segundo después, me pasó la lengua sobre los labios y luego, me besó con hambre, con ese tipo de ansias que hacía que mi cerebro dejase de funcionar correctamente. En definitiva, no le importaba que tuviese novio, ni quien pudiese vernos.

Su lengua entró en mi boca de forma arrolladora y deseé ahogarme con ese apéndice suyo que yo conocía tan bien, pues me había recorrido cada recoveco del cuerpo. Quería más, más de él y era tan, pero tan difícil obligarme a mí misma a apartarlo.

Como pude eché el rostro a un lado, más por orgullo que por el apremio de que se detuviera y le hablé al oído para que me escuchara.

—¡Suéltame! —Lo encaré y él hizo una mueca de molestia, pero fue obediente y dejó de rodearme con sus brazos, aunque no se apartó de mí, seguía muy cerca—. ¿Cómo sabías en donde estaba?

Me puso la mano en la cintura y colocó su boca junto a mi oreja.

—Siempre vienes a bailar aquí con tus amigas. —Ah, mierda, se me había olvidado ese pequeño detalle hacía rato al teléfono—. Hablemos, por favor —rogó con un tonito que me desarmó.

Lo miré enmudecida, pero no llegué a responderle algo al respecto, porque me tomó del brazo y comenzó a conducirme para que avanzáramos entre las personas que estaban en la pista de baile. Antes de lo previsto ya íbamos escaleras abajo.

Abandonamos la penumbra del club nocturno y al salir nos invadió la claridad de las farolas.

—Cuidado —me dijo cuando vio que se aproximaba un peldaño.

Él no me soltó, al contrario, me asió contra sí para ayudarme a mantener el equilibrio sobre mis tacones y que no me tropezase en el asfalto.

Y yo sabía que era una mala idea eso de sentarme con él en su auto para hablar, pero también lo era hacerlo ahí afuera y que me viese alguien indeseable.

Lo miré de reojo, se veía brioso, mientras que yo intentaba disipar el aletargamiento remanente de la marihuana. Me orientó hasta el estacionamiento, abrió la puerta de su camioneta, pero no la cerró de inmediato, sino que tomó el cinturón de seguridad y me lo colocó.

—¿Qué haces?

No me contestó, solo cerró la puerta y luego, abrió la suya para tomar asiento.

—Hablemos aquí.

Encendió el motor.

—No.

—Yo quiero ir a bailar, dime lo que me tengas que decir y ya.

Comenzó a retroceder.

—Aquí no, Max —dijo autoritario y eso me molestó—. Quiero un lugar tranquilo.

—¡Esto es tranquilo!

Empezó a conducir y no tardó en abandonar el estacionamiento e incorporarse al tráfico, mientras permanecía en silencio. Me sorprendió su actitud, él no solía ser tan intransigente, era como si estuviese harto de todo y hubiese decido hacer lo que le daba la gana.

Respiré profundo para intentar retener los poquitos gramos de cordura que me quedaban, porque tenía presente lo que me había dicho al teléfono hacía rato atrás. De repente, no supe cómo abordar lo que estaba ocurriendo y me sentía tan cansada, tan agotada de discutir.

—No quiero pelear.

—Yo tampoco —respondió.

—Pero siempre terminamos haciéndolo.

—Porque tú quieres, no por mí.

—No seas imbécil... —le solté de mala gana.

Apretó la mandíbula y continuó conduciendo.

—¿Por qué estabas ahí sola? ¿Y Nat?

—En el baño.

—Entonces envíale un mensaje, debe estar preocupada.

—Ah, claro, de seguro se va a tranquilizar mucho cuando sepa que básicamente me secuestraste como un vulgar machito caprichoso.

Me miró de reojo, pero no me respondió, se estaba conteniendo, no le convenía ponerse idiota, sabía que si me molestaba le discutiría muchos puntos... Entre esos su obvia actitud arbitraria de llevarme consigo sin siquiera preguntarme si quería ir con él.

Tomé mi teléfono y ya tenía un mensaje de mi mejor amiga preguntándome en dónde coño me encontraba, pues me había dejado un momento y había aparecido él, era obvio que estaba preocupadísima. Le conté lo que pasaba y no tardó en contestarme.

«¡Ustedes ya hablaron! ¿Qué coño quiere ahora?»

«Te respondo cuando yo sepa».

Guardé mi teléfono en mi bolso y le estudié el perfil, iba con el ceño fruncido. Sería una gran falacia no admitir hasta qué punto me fascinaba verlo así, bronco y celoso, porque sabía de sobra que lo estaba. Noté a simple vista como se le tensionaba la mandíbula, terminaría con bruxismo por mi culpa.

«Máxima, no seas pendeja», me dije, «si se le rompe la quijada será por su culpa, es él quien decidió ir a verte y el que te está llevando sabrá Dios a donde».

La última parte de esa aseveración era incorrecta. Sabía bien a donde conducía, no había otro lugar, íbamos a su apartamento. Ese al que no había vuelto, pero del que aún conservaba la llave porque él decía que esa era mi casa.

—Mejor vamos a mi apartamento —sugerí en tono cansado.

—Ya estamos más cerca del mío.

—Pues retrocede.

—No quiero interrupciones.

Me crucé de brazos y miré hacia la ventana para ignorarlo. Él continuó conduciendo y tras tomar todos los atajos que encontró, llegamos.

Abrió mi puerta y me tendió la mano para ayudarme a salir de su camioneta, pero yo la miré con recelo.

—Podríamos hablar aquí. —Ladeó la cabeza y me miró serio—. Y luego me llevas a mi casa.

Yo no entraba en ese apartamento desde hacía demasiado tiempo, no sabía si sería capaz de estar ahí tan campante. Además, estaba asustada de que estuviésemos a solas. Él nunca me daba miedo, nunca, pero dadas las circunstancias, las preocupaciones eran latentes, severas, ¡ciertas! Me sentía así porque no era idiota, tenía constancia de que me costaba muchísimo resistírmele.

Era raro, yo no era de esas chicas tontas que se dejan dominar por un hombre y él tampoco era de esos tipos irracionales, no obstante, si estando en mis cabales no había logrado resistirme a él, en ese momento que me sentía tan cansada no sabía si tendría las fuerzas para hacerlo.

Estaba jodida y temía perder el poquito terreno que había ganado. Sabía muy bien que él solo tenía que besarme en las clavículas, en ese lugarcito que tenía tan precisado, para que las piernas me temblaran y le dejara tenerme. Se conocía de memoria todas mis contraseñas.

Había pasado demasiado tiempo reuniendo los pedacitos de mi cordura, los había pegado con esmero para consolidarme como una mujer que hacía valía de sus necesidades emocionales, para echar todo por la borda.

—¿Me puedes explicar cuál es la diferencia entre hablar aquí o hacerlo arriba? —Suspiré y me tapé el rostro con las manos—. ¿Max? —insistió con apremio para que le diera una respuesta.

—¡Allá arriba hay muchos recuerdos! —admití para intentar hacerlo recapacitar.

—¿Y aquí no? —señaló el interior de su camioneta y eso me dejó sin argumentos.

Me miró con esos insondables ojos grises, había tanta magia en ellos como en toda la saga de libros de Harry Potter o en los pectorales de Zac Efron, dependiendo de mi sistema de medida del día. Dios, cuando me miraba de esa manera a mí se me olvidaba un poco hasta cómo me llamaba. Pero sus miradas también eran tóxicas, porque me envenenaban como la mordida de una serpiente que paraliza a su víctima para luego engullirla completa.

Tal vez era porque su belleza era atípica. Él era un tipo delicioso porque precisamente no era del todo consciente de su atractivo. Que equivocada había estado, la primera vez que lo había visto pensé que era un nerd de cuidado y con nulas habilidades sociales. Pero no, las apariencias engañan, o tal vez esa era la palabra clave entre nosotros: engaño.

—No me hagas discutir aquí, Máxima —dijo mirándome con dureza.

Lo correcto en realidad era hablar en cualquier lugar que no estuviésemos por completo a solas, porque en serio estaba dudando de mi fortaleza para rechazarlo si volvía a besarme.

— Ya hablamos todo lo que teníamos que hablar.

—Tú, yo no.

Me tendió la mano de nuevo para ayudarme a salir de su camioneta y yo maldije para mis adentros mientras la aceptaba. Joder, aquello iba de mal en peor.

Me condujo con rapidez hacia el interior del edificio, entramos al ascensor y yo caminé hasta el fondo para tomar distancia, él en cambio, permaneció frente a las puertas. Le miré la espalda ancha, mientras me mordía el labio inferior, nerviosa.

Salimos al pasillo, él abrió la puerta de su apartamento y se echó a un lado para dejarme pasar.

Apenas entré me quedé paralizada, a dos pasos de la puerta, incapaz de avanzar. Con solo oler el aroma del lugar me había puesto mal. Escuché cómo echaba el cerrojo y segundos después, noté como se detenía frente a mí con expresión desconcertada. Antes de que me preguntase por qué no avanzaba le hablé.

—Me muero de sed. Por favor, sírveme un vaso de agua.

Él asintió y se fue a la cocina. Miré el pasillo frente a mí, mientras escuchaba el agua del lavaplatos correr, se debía estar lavando las manos. Caminé con paso vacilante mirando todo a mi alrededor.

Él me alcanzó cuando apenas había recorrido un par de metros. Me entregó el vaso que yo me llevé a los labios con apremio. En verdad me moría de sed. Tras terminar se lo regresé y él me miró de una manera que me hizo entender que lo que sucedía tampoco le resultaba fácil. Se marchó de nuevo, supuse que para dejar el vaso en la mesada y yo me giré hacia la sala.

Me quedé anonadada al descubrir que todo estaba igual, justo como yo lo había dejado, no había movido nada. Coloqué mi bolso en la esquina del sofá mientras miraba la alfombra y la manta que lucía como él si la hubiese seguido usando aún en mi ausencia. No me esperaba eso.

Noté su presencia detrás de mí, como se acercaba y yo me quedé muy quieta, pues no me atrevía a encararlo. Tenía muchos sentimientos encontrados. Sentí como me rodeaba con sus brazos, como me encajaba el pecho en la espalda y como enterraba el rostro a un costado de mi cuello a la vez que me apretaba contra sí en un abrazo cálido.

No tardó en salir a flote esa voz en mi mente que me exigía pedirle que se apartara, pero me sentía tan bien ahí, entre sus brazos. «Solo unos segundos», pensé y cerré los párpados para recrearme en la sensación. «Un momento nada más».

Él se movió, me retiró el cabello del cuello y me echó el bretel del vestido a un lado. Noté su respiración caliente contra la piel del hombro y segundos después su boca que me besaba. Y se suponía que tenía que decirle que me soltara, pero estaba tan cansada, tan agotada de tener que ser yo la que fuese racional, la que siempre discutiese y sus labios se sentían tan bien.

Su lengua húmeda me lamió en dirección ascendente hacia el cuello y así de simple el placer me recorrió el cuerpo de esa forma inexplicable que solo me sucedía con él. Me mordisqueó el lóbulo de la oreja y eso me hizo gemir de manera concisa, gutural, no había otra forma cuando él hacía precisamente eso.

—Con que hablar, ¿no? —dije con sorna, mientras que él me acariciaba los brazos con manos frías.

—Sí quiero hablar, pero también necesito esto. ¿Tú no?

—No me preguntes eso.

—¿Por qué no?

—Ya sabes que sí, pero... —respondí con un tono patético.

Patético, porque mis entrañas ardían. Patético porque no puse resistencia cuando sus manos acariciaron mis pechos con suavidad, ni cuando comenzaron a deslizarse hacia abajo por mi vientre y luego hacia arriba para subirme la falda.

—Sin peros, Max. Necesito besarte, ya no soporto no poder tocarte.

Patético porque cuando giré el rostro, para mirarlo sobre mi hombro y lo vi lamerse los dedos no pude evitar pensar: «eso no es necesario, ya estoy empapada, porque me pones un montón maldito cabrón».

Quise pedirle que se detuviera, eso era lo correcto, pero de mi boca solo salían gemidos y eso seguramente le indicó me encontraba receptiva, porque su mano se deslizó entre mi ropa interior y él soltó un jadeo al notar lo mojada que estaba, al menos no fue tan cretino como para mencionarlo. Joder, qué vergüenza.

Con la otra mano me jaló hacia sí para presionar su erección contra la curva de mi espalda baja, mientras que sus dedos seguían con lo suyo y se escurrían entre mis labios. Yo gemí sin remedio y lo odié por conocer el ángulo, la forma, el ritmo que necesitaba. Lo odiaba por ser tan intuitivo y hábil.

Me había tomado tiempo entender eso, lo jodida que estaba. Me había acostado con el mejor polvo de mi vida a la primera, los otros nunca lo iban a alcanzar y aquello era soberanamente triste. Esa sería mi defensa, el muy puto era irresistible.

Él comenzó a besarme los hombros y el cuello con desespero, mientras que sus dedos continuaban rozando ese lugarcito que me ponía mal. Se sentía tan bien que cuando se detuvo de pronto, tuve que morderme los labios para no quejarme.

Sus manos viajaron a mi espalda y noté como el cierre de mi vestido se atoraba. Luego escuché como la tela se rasgaba por la brusquedad que había empleado para bajarlo.

—Lo siento, te compraré otro. —Su voz había adquirido un tono ronco propio de la excitación.

Pero a mí lo que menos me importaba en ese momento era la ropa. Me terminó de quitar la prenda y me abrió el broche del brasier que no tardó en acompañar a mi vestido sobre el sofá. Luego me tomó por la cintura e hizo que girara hacia él. No me atrevía a mirarlo, a encararlo, ya no podía negar que lo deseaba de la misma manera que él a mí.

Sus manos se posicionaron en mis mejillas, me hizo alzar el rostro y me miró a los ojos. En su expresión noté el hambre, el deseo irrefrenable que me demostró un segundo después cuando me besó con brusquedad. Cuando estaba excitado el toque de sus labios era demasiado... No sabría explicarlo, solo sabía que se me hacía irresistible no corresponder cada flagelación de su lengua contra la mía. Sus dientes se hundieron en mi labio inferior y sus caricias ardientes me alteraron en lo profundo de mi sexo que latía desesperado.

Él me rompía algo más que el vestido, me rompía a mí. Nuestra ruptura me había convertido en una persona irreconocible para cualquiera que me hubiese conocido antes de que él llegara a mi vida y justo en ese momento, había logrado también que me traicionase a mí misma. Me habría gustado poder decir que me arrepentía de estar ahí con él, pero sería mentira, porque sus besos me recordaban que nunca me había sentido más viva que cuando lo había tenido adentro, en lo más hondo, mientras resbalaba presuroso dentro mí, respirando alterado junto a mi oído.

Sentir como me besaba de nuevo era el más puro éxtasis, aunque estuviese mal. Notarlo así, tan duro, completamente loco por mí, solo por mí, me despertaba la lujuria. No había más que hacer, él era el único capaz de narcotizarme de esa manera.

Ramiro era un novio bello y decente que me daba besos de algodón de azúcar y yo sabía muy bien que eso era lo que debía querer, anhelar, pero lastimosamente no era así. A mí me enloquecía era él que con cada beso hacía que mi raciocinio se apagara.

Me tomó por la cintura, me alzó en peso y posicionó mis piernas en torno a sus caderas. Mis zapatos cayeron al suelo y él comenzó a caminar conmigo a cuestas hacia su habitación sin dejar de besarme, de clavarme los dedos en la piel.

Me depositó en la cama con cuidado, como había hecho tantas veces antes y encendió la lámpara de la mesa de noche.

Se abrió los primeros botones de la camisa azul marino que le había escogido, hacía tiempo atrás, en aquel viaje que habíamos hecho juntos. Después llevó la mano hacia su espalda y se la sacó de un tirón, despeinándose en el proceso. Joder, él parecía tener un máster en cómo sacarse la ropa mientras se veía tan, pero tan sexy.

Luego, me sostuvo la mirada, con una expresión letal en el rostro que estaba acabando conmigo, a la vez que se abría los pantalones. No tardó en deslizarlos hacia abajo hasta desnudarse por completo.

Mi vista resbaló por su pecho, por su abdomen y noté que exhibía una erección en toda norma que él rodeó con su mano. Se masturbó despacio sin que yo fuese capaz de apartar los ojos, pues la mera imagen era orgásmica.

Antes, cuando lo veía empalmado, me costaba un poco procesar que ese tipo estaba así por mí, ¡por mí! Yo hacía que la sangre le hirviera en las venas, yo lo excitaba de esa manera. Como él mismo me había dicho un montón de veces: «siente como me pones, Máxima».

Al ver que se acercaba, con los ojos velados por el deseo, me quedé muy quieta. Se arrodilló frente a mí, al final de la cama, y tomó el dobladillo de mi ropa interior para deslizarla hacia abajo por mis muslos. Me abrió las piernas, iba a escurrirse entre ellas, pero yo levanté una y le clavé el pie en el pecho para empujarlo hacia atrás.

—¿Qué haces? —preguntó confundido.

Era obvio que no esperaba que lo detuviese, no después de la forma en que nos habíamos besado en la sala, pero yo había decido que si aquello iba a pasar, sería a mi manera, no a la suya.

—Cómeme primero —exigí y eso lo hizo subir una de sus diabólicas cejas.

—Será un gusto —dijo con ese tonito ronco suyo tan propio para cuando me hablaba en la cama y eso me aceleró más el corazón.

Tomó una almohada, la colocó debajo de mi espalda baja y me abrió bien las piernas con ambas manos. Bajó la vista hacia mi sexo, me acarició los labios con el dorso de los dedos con lentitud, mientras me miraba y yo tuve que hacer un esfuerzo para no taparme el rostro. Mi respiración se tornó audible, así que tuve que morderme el labio inferior para evitarlo.

Él se acomodó entre mis muslos y yo recordé lo bien que se veía justo ahí. Me besó el costado de la rodilla y deslizó la boca hacia abajo con una lentitud aniquilante. Luego, volvió a mirarme, era como si no quisiera perder detalle de mis expresiones y me pasó la lengua de abajo hacia arriba para embadurnarme de profusa saliva.

Los jadeos se desprendieron de mis labios entreabiertos con gran facilidad. Le era muy sencillo hacerme sentir así.

—Extrañé tu sabor —dijo mientras me miraba y después, clavó la lengua en el resquicio de mi sexo.

—Ay, joder...

Él era demasiado... Demasiado...

Se concentró en retorcer la lengua una y otra vez para luego mordisquearme los labios hasta llegar a mi clítoris el cual succionó con fuerza, indelicado, así con simpleza, pero al mismo tiempo con una pericia insondable. Aquel hombre tenía talento para el sexo oral. «Consíguete un tipo que te coma bien, quien te coja cualquiera» siempre decía mi mejor amiga.

Cerré los ojos, excitada, al notar como deslizaba dos dedos en mi interior y comprendí que no era lo que hacía con las manos, con la lengua, sí me sentía cautivada era porque era él quien me tocaba. La fascinación que me generaba lograba que todo me resultase apabullante. Cada roce de su cuerpo con el mío, por más mínimo que fuese, tenía un efecto flamígero. Él me hacía arder como a la yesca.

—¿Te quieres correr así? —preguntó mirándome con ternura y yo asentí con desespero aun mordiéndome el labio inferior—. Perfecto... Me gusta que te corras contra mi cara.

«¡Joder!».

Sí algo hacía cuando estaba en esa cama era jadear, suspirar sin remedio con los párpados cerrados o abiertos, fuese como fuese, él siempre tenía una caricia a la medida para mí. Para hacerme sentir que el tacto de sus manos era insuperable, que no había nada mejor que tenerlo ahí entre las piernas.

Lo miré, me ponía mucho verlo así con los ojos entornados comiéndome el coño. Su lengua reptó zigzagueante hasta posarse sobre mi clítoris, mientras que sus dedos, que conocían tan bien cuál punto acariciar, permanecían en mi interior, rozando con insistencia ese lugarcito, con ese vaivén ominoso, como si no fuese por completo a propósito moverse de esa manera, a ese ritmo, a esa velocidad, como si aquello fuese algo fortuito, pero de nuevo, él se sabía todas mis contraseñas y yo me abría de par en par como una bóveda para dejarle tomar todo lo que quisiera.

Me arqueé ante la sensación poderosa que me estremecía y que reptaba como un ligero escalofrío por mi espina vertebral. Noté como mis músculos se tensaban y como él, con los ojos cerrados, succionaba mi clítoris y lo golpeaba con la lengua sin parar, mientras que sus dedos seguían con la rutina de oscilar de adelante hacia atrás, justo ahí, en la entrada de mi sexo.

Y resultó inevitable ceder ante la placentera vibración que me recorría el cuerpo. Desesperada, comencé a marcar el ritmo, al moverme excitada contra su boca, a la que vez que tiraba de su cabello con la misma intensidad del placer que se reunía en mi vientre bajo.

Deliciosos escalofríos, gemidos abruptos, ruegos, muchos ruegos:

—Sí...

»Sí... No pares...

»Sí... Joder... Más, necesito más.

Y él me sostuvo con fuerza por las caderas, entretanto seguía lamiéndome. Estaba tan mojada que sus dedos hacían ruido al moverse dentro de mí.

—Vas...

»A hacer...

»Mmm... Mmm...

»Vas a hacer que me corra —dije finalmente y me costó mucho reunir la energía suficiente para pronunciar esa frase completa.

Mi carne tembló. Me estremecí arqueando los pies, la espalda, mientras me apretaba contra sus dedos y sostenía con ambas manos su cabello para no dejarlo ir, para que fuese imposible que su boca se separara ni por un segundo de mi sexo que ardía conforme los espasmos del orgasmo me devastaban.

Me tensé como una cuerda para luego relajarme. Caí, caí liberándome al fin de las ansias por sentirme así. Tenía tanto tiempo sin correrme de gusto, sin poder experimentar aquella sensación de plenitud que solo se conjugaba cuando su cuerpo y el mío se encontraban.

Lo noté erguirse cuando mis músculos reposaban lánguidos. Sacó la almohada que estaba debajo de mi espalda y la colocó a un lado. Inhalé profundo en busca de aire, el placer era mar, me ahogaba en él, necesitaba salir a la superficie.

Sus labios se arrastraron hacia arriba por mi vientre y me acunó los pechos. Se llevó uno a la boca con auténtico deleite y se tomó su tiempo para succionar el pezón que ya estaba en punta. Después, hizo lo mismo con el otro, mientras que yo, atontada aún por el orgasmo, me retorcía de placer.

Luego, lamió mis clavículas en ese lugarcito que conocía tan bien y al terminar, me cubrió con su cuerpo. Lo miré con ojos entornados, estaba drogada, pero de él, de gozo, del más puro éxtasis. Hice acopio de sus formas, escasos segundos antes de que con sus besos me hiciera cerrar los párpados. Me gustaba su pecho ancho, sus hombros, su espalda y como sus caderas parecían encajar tan bien entre mis muslos.

Respiré profundo para acostumbrarme al peso de su cuerpo encima de mí. Le di un beso en el hombro y le enterré el rostro en el cuello que lamí con la desesperación propia de la abstinencia, mientras mis dedos tiraban de su cabello. Él gimió en respuesta y eso me hizo succionar con fuerza.

Él se situó entre mis pliegues y presionó con suavidad mi entrada hasta comenzar a hundirse poco a poco con una penetración muy corta, como si supiese que eso era justo lo que necesitaba. Cuando finalmente se deslizó por completo dentro de mí se quedó quieto unos segundos y supe que lo hacía para darme tiempo a adaptarme.

—Te he extrañado tanto —dijo con la respiración entrecortada—. No puedo vivir sin ti, Máxima.

¿Y qué se suponía que debía sentir en un momento así? Cuando el tipo del que estaba enamorada me decía eso justo cuando estaba dentro de mí. ¿Acaso podía evitar enamorarme más? ¿Podía evitar sentir que renacía? Porque la verdad era que durante todo el tiempo que había estado lejos de él me había sentido como muerta en vida y justo en ese instante, sentí que volvía a respirar. Justo ahí cuando él comenzó a moverse dentro de mí gimiendo excitado, cuando sus manos de tacto caliente se deslizaron por mis muslos, por mis costados, hasta alcanzar mi rostro, para obligarme a mirarlo. En ese momentico era como si nada importara, porque solo ardía.

—¿Te gusta así?

Asentí jadeando al notar como se movía sobre mí, como cada centímetro de su piel se encontraba con la mía. Recibí sus besos con ansías y disfruté de su aliento caliente y de su aroma que adoraba tanto. Cerré los párpados mientras lo inhalaba, deseaba poder guardarlo y llevármelo conmigo cuando todo acabara. Era esa fragancia estupefaciente la que me hacía caer sumida en el más insondable deleite.

Jadeé, gemí, mordisqueé su barbilla, su carnoso labio inferior, lo apreté contra mí con ímpetu, clavándole las uñas en la espalda, lo necesitaba más cerca, más. Él no solo me llenaba, no solo se escurría en mi interior, él se enterraba en mi alma, en mis sentidos, se anclaba en lo más profundo.

Mi espalda se arqueó. Mi cuerpo pareció abrirse a todo lo que me daba, a ese placer que me colmaba sin sutilezas, para recibirlo duro y jadeante.

Su piel me embadurnó de su sudor y el roce continuo me hizo gemir. Sus labios buscaron los míos con desesperación, mientras sus brazos me envolvían de una manera tan perfecta que por un momento me pregunté cómo lo lograba. De mi boca persistió en salir ese ruidito de satisfacción una y otra vez. Ese gemido que solo me arrancaba él y nadie más que él.

Sus movimientos se pronunciaron con un vaivén delicioso de sus caderas y aumentó el ritmo de sus embestidas. Más duro, con más energía y mis ojos perdieron el enfoque al sentir que me corría.

El clímax me embargó de una manera arrolladora, mientras mis manos presionaban contra su espalda. Me abracé a él latiendo a su alrededor bajo el arrobo orgásmico que se alargó pues él no paraba. No tardó en seguirme. Noté cómo se movía dentro de mí, como pulsaba, como se corría a borbotones para llenarme toda.

Estaba alelada. Tal vez por eso aquellas palabras me causaron tanta indefensión. Solo dos le bastaron para aniquilarme. Para arrasar conmigo y acabar con el efímero raciocinio que se aferraba a mí con la poquita cordura que persistía.

Me tomó de la mejilla para obligarme a lo que mirara y me dijo:

—Te amo.

Mis párpados se abrieron por completo y mis ojos se clavaron sobre los suyos, entretanto él repetía aquellas palabras que me habían dejado inmóvil.

»Te amo, Máxima.

»Perdóname por no decirlo antes.

»Te amo, te amo, te amo, Máxima.

Lo miré conmocionada ¿él estaba hablando de amor? ¿En serio?

Al parecer, el efecto de la marihuana no se me había pasado tanto como creía y todo indicaba que era mentira eso de que no producía alucinaciones.

—Estoy muy drogada —solté con sorna—. Creo que estoy desvariando.

Arrugó el ceño confundido y supongo que pensó que estaba siendo irónica porque no me dijo nada al respecto. Justo ahí identifiqué algo en él que nunca había visto. ¿Pesar? No sabría decirlo. Pero la manera en que me miró me dejó por completo desarmada. Me sentí sobrepasada y supongo que lo notó pues esa sería la única razón para su pregunta.

—¿No me crees?

Me mordí el labio inferior, no era cuestión de sí lo que me había dicho era cierto o no. El punto era que yo ansiaba creerlo. Aquel era un deseo ineludible que se había acomodado en mi pecho como un gatito que buscaba refugio en un cojincito tibio. Yo daría lo que fuese porque fuera cierto.

—Quiero que sea verdad.

—Lo es. ¡Lo es! ¡Te lo juro! —Bajé el rostro al notar como me temblaba la barbilla—. No, por favor, no llores.

¿Pero qué más podía hacer? El que me amara, si era que sus sentimientos eran sinceros, no cambiaba las circunstancias, ni lo que había pasado entre nosotros.

—Déjame solucionarlo todo, Max, solo necesito que me permitas hacerlo, que me des tiempo.

Suspiré en respuesta y él hizo una mueca de frustración. Luego se echó a un lado en la cama, entretanto yo me preguntaba, ¿en qué momento había aceptado que mi vida llegase a eso? ¿Cómo le había dejado entrar así? Y mientras esas dudas se plantaban en mi mente él retornó junto a mí.

—Por favor, no llores, me duele el alma cada vez que te veo llorar por mi culpa —dijo a la vez que me limpiaba la mejilla con el pulgar.

Me atrajo contra su pecho y me besó de nuevo con ese toque de labios tan sutil y al mismo tiempo tan eléctrico. Luego me envolvió entre sus brazos, me acarició el cabello con mimo y eso me alejó de mi análisis. No pude hacer más que dejarlo continuar. Si aquello era un sueño yo no quería despertar y mucho menos pensar en cómo habíamos llegado a eso...


*Para las nuevas lectoras* 

¿Qué creen que va a ocurrir en el próximo capítulo? 

¿Si usted fuese Máxima, perdonaría a Diego y volvería con él? ¿Sí o no? Justifique su respuesta.

#ComentenCoño



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