Between: Bienvenidos a Bonfist

By cami_cobain

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¡Bienvenidos a Bonfist! En el medio de un frío bosque, cerca de lo que parecía un lago escondido, se encontra... More

Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6:
Capitulo 7:
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10

Parte 1 "Bienvenidos a Bonfist" - Capitulo 1

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By cami_cobain

Capítulo 1: "Nuevos comienzos"

Ophelia Thompson tenía leves recuerdos de su infancia en dónde su padre solía sentarla sobre su regazo y contarle las locas aventuras que había tenido en su antiguo hogar al norte de Inglaterra, muy cerca de Escocia. Aventuras que parecían descabelladas pero fascinantes, para una niña pequeña, por supuesto. Lo que Ophelia se imaginaba era una casa enorme, impecable; porque así la describía él; muy iluminada y con aroma a limón.

La realidad que le devolvían sus ojos era todo lo contrario. Su nueva casa tenía mucho olor a humedad, pocas ventanas y mucho moho en las paredes. Las mismas estaban cubiertas por un empapelado espantoso de flores marrones sobre un fondo celeste. Aparentaba estar allí hacía décadas, por ende estaba un poco salido en las esquinas.

La casa de su padre, que había estado abandonada durante mucho tiempo, dedujo Ophelia, tenía el pasto seco y a pesar de ser Inglaterra, cuyo clima se caracterizaba por ser de lo más húmedo, parecía que no había tocado el agua en años.

Miró a su hermano menor, Colin, de doce años de edad. El niño le hizo una mueca de desagrado mientras se tapaba la nariz como si estuviera oliendo algo asqueroso. Ella se rió lo suficientemente fuerte para que su madre, quien todo el tiempo había estado junto a ella, se percatara.

-¿De qué te ríes?- le dijo ella a su hija. Estaba en frente de Ophelia, por tal motivo tuvo que dar la vuelta para poder mirarla.

-Nada.- contestó enseguida y Colin río por lo bajo. Le guiñó un ojo a su hermano cuando su madre volteó otra vez y las dos entraron a la casa, Ophelia seguida de su hermano menor.

Sabía que Colin no había tenido la misma oportunidad que ella de que su padre le cuente lo que había vivido en esa misma casa. Era parte de su infancia y siempre había querido visitar la casa de las locas aventuras de su padre. Pero ahora que estaba en ella no podía dejar de destacar imperfecciones. En parte debía ser porque Ophelia ya no era una niña y todo lo que recordaba con tanto entusiasmo ya no le parecía para nada excitante.

La entrada era bastante grande y en frente de ellos había una escalera que llevaba al piso de arriba donde estaban las habitaciones. A un costado se encontraba un salón que tenía un piano gigante de cola, lo cual a Ophelia le pareció un desperdicio porque era más que seguro que estaba desafinado y lleno de polvo. A pesar de que ella no sabía tocar el piano, podría aprender si por el pueblo había alguien que lo afine y le enseñe. El suelo era de madera y estaba hinchado por la humedad, es decir había leves curvas. Había una alfombra y la cortina que cubría la enorme ventana estaba gris debido al polvo. Ophelia ni siquiera se detuvo a observar la alfombra porque si era como la cortina, mejor no saberlo. Le sorprendió no ver ninguna rata o cucaracha.

A su izquierda se encontraba la cocina que le hizo acordar a aquellas de los años cincuenta. Tenía una mesa en el medio color blanca con pedazos de pintura salida. Cortinas con muchas más flores lo que la hacía la cocina más empalagosa del mundo (y sucia) y una puerta que daba al jardín. Era inevitable no mirar aquella casa y no imaginarme a su papá haciendo de sus travesuras aquí. Corriendo por el pasillo, subiendo la escalera velozmente luego de la escuela, siendo quizá reprendido por su madre, es decir, la abuela de Ophelia, por correr dentro de la casa. Casi se le escapó una lágrima pero ella recordaba muy bien haberle prometido a Colin no volver a llorar y no sentir miedo por nada. El tenía sus motivos para pedirle ello, y Ophelia los suyos para aceptarlo.

Continuó observando la habitación y se detuvo a mirar por la pequeña ventana ubicada arriba del lavamanos. En el fondo había un pequeño cobertizo viejo, lleno de plantas que cubrían la puerta. Era de madera y parecía que estaba podrida debido a la humedad, quizá por la lluvia. Colin miró a su hermana con el entusiasmo típico de él.

-Quizá alguien haya muerto ahí.- le dijo con suspicacia.

-No creo que alguien haya muerto en el cobertizo.- contestó Ophelia entre susurros, intentando que su madre no escuchara, lo cual resultó inútil.

-¿Me hablaste?- dijo su madre mientras se asomaba por el marco de la puerta y se acercaba a ella.

-No, no dije nada.- nuevamente miró a Colin fulminándolo con la mirada.

Su madre se puso a su lado y colocó una mano en su hombro. La mirada de la mujer era tan triste que a Ophelia le inspiraba cierta pena y ganas de abrazarla. Pero lo cierto es que siempre habían mantenido cierta distancia entre ambas desde...

-Este puede ser un nuevo comienzo para las dos, Ophelia.- le dijo tratando de sonreír a su hija, quien notó que estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para parecer amable.

La madre de Ophelia solía ser una persona muy alegre en el pasado, a pesar de ello, siempre habían sido muy distantes la una con la otra, y jamás tuvieron una relación perfecta. De hecho, su relación era la típica que podían llegar a tener unas "compañeras de piso", debido a que se saludaban por compromiso, compartían el mismo espacio pero no se comunicaban mucho. Más de una vez trataron llevarse bien, no habían tenido éxito, claro, y por lo general solían ignorar la existencia de la otra.

Las cosas habían cambiando de un tiempo hasta ese momento y se veían completamente obligadas a "llevarse bien" con tal de poder convivir en paz sin guerras entre ambas.

-No me gusta que me digan Ophelia.- se alejó de su madre y su intento de acercarse a Ophelia de manera sentimental y se dirigió a donde estaba Colin quien se había sentado arriba de la mesa y balanceaba sus piernas para adelante y para atrás.

-Es verdad, le gusta que le digan Lía.- confirmó Colin.

Lía volvió a hacerlo callar con la mirada, y él levantó sus manos en señal de inocencia. Su madre observó el suelo, entre apenada, melancólica y consternada. Se apoyó sobre la mesada de la cocina. Lía puso cara de asco, ya que seguramente esa mesada no se limpiaba hace años.

-Ophelia es tu nombre y no voy a decirte de otra manera.- objetó.

-Colin me decía Lía.

-Es cierto.- gritó Colin. Lo más inteligente, pensó Lía, sería ignorar que su hermano había dicho algo.

Su madre miró el suelo y se acercó a Lía. Sin mediar palabras, le dio un fuerte abrazo, de esos que asfixian. No se daban un abrazo hacía tanto tiempo, hasta Lía no recordaba cuánto tiempo había pasado desde esa última vez. Quizá antes de que nazca Colin, pensó.

A decir verdad, Lía no había sido quien había impuesto tal distancia entre las dos. Su madre era más amorosa con su hermano, y Lía no la culpaba ¿Quién no querría a Colin? Era un niño adorable.

-Tenemos que asumir que las cosas son distintas ahora, Ophelia.

Seguía llamándola Ophelia. Lía pensaba que su nombre era tan asqueroso, que cuando era pequeña solía decir en la escuela que era adoptada y el nombre Ophelia se lo había puesto sus padres biológicos. Era una perfecta excusa para una niña pequeña que odiaba su nombre. Claro que no era cierto, pero le hubiese gustado ser adoptada de verdad.

-Soy la primera que las asume, Mónica.- objetó haciendo énfasis en su nombre mientras se liberaba del abrazo de su madre y caminaba para la entrada así podría comenzar a llevar sus pertenencias a la nueva habitación.

Colin se bajó de la mesa y siguió a Lía hasta que juntos subieron las escaleras. Había sólo dos cuartos y uno de baño. Perdió a Colin de vista por unos segundos.

Al final del pasillo, había una puerta marrón oscura. En el segundo piso de la casa, habían tan solo tres puertas. Y la última estaba al final de un largo pasillo. Lía se dirigió a aquella puerta. Era obvio que una de esas iba a ser su futura habitación, claramente. Pero la sorpresa que se llevó fue que la puerta estaba cerrada con una cadena y un candado oxidado lo suficientemente grande para que no se pueda abrir sin una llave.

-¡Má!- gritó Lía.- ¿tienes alguna llave para abrir esta puerta?

Desde el piso de abajo, la madre de Lía le contestó que no sabía de qué estaba hablando, con fastidio. Lía sabía que era mentira, en algún lugar de la casa tendría que estar las llaves de cada puerta de la casa que no eran muchos, a decir verdad.

La puerta parecía muy sólida, pero como que la humedad era la única dueña de la casa hasta que llegaron Lía y su madre, la puerta estaba atacada por completo por ella. Estaba tan deshecha, que por debajo había un pequeño agujero por el que mirar el interior de la habitación. Lía se agachó.

La habitación estaba vacía. Solo había un mueble cubierto por una sábana. No era tan grande, se podía ver la ventana que daba a la calle que estaba cerrada, también con un candado. A pesar de la escasez de cosas que poseía aquella habitación, detrás de aquél mueble parecía haber algo que se movía.

Lía pensó que quizá eran las cortinas, ya que la ventana se encontraba justo detrás del mueble. Pero la realidad era que las cortinas estaba inmóviles. Miró con más atención, quizá era simplemente su imaginación. Era un figura completamente negra. Todo el cuerpo de aquella cosa estaba tapado por el mueble, pero se lograba distinguir la parte de arriba. Se estaba moviendo muy lentamente. Lía pensó, entonces, que quizá era un ratón que estaba arriba de la cómoda tapada por la sábana. Pero los movimientos del "ratón" eran raros.

-Qué ratón más extraño.- dijo mientras entre cerraba los ojos para poder observar con más claridad.

Lía golpeó la puerta para ver si el ratón se asustaba y huía. Le dio tres golpes. La figura no se movió. Lía se encogió de hombros y se puso de pie. Ya le estaba comenzando a hormiguear las piernas por estar agachada. Mientras se daba leves masajes en el muslo, escuchó que alguien le devolvía los golpes que ella había dado. Uno. Dos. Tres.

-Mierda.- exclamó Lía en voz baja mientras se apartaba un poco de la puerta.

Con todo el valor del mundo, Lía volvió a agacharse y observó por debajo de la puerta. La figura negra que estaba detrás de la cómoda ya no se encontraba allí. Era como si hubiera desaparecido en el aire. Las cortinas se movían por el viento. Lo cual era imposible ya que las ventanas estaban cerradas, como bien había notado antes. ¿Por qué se estaban moviendo las cortinas?

Una sensación de incomodidad le recorrió el cuerpo. De inmediato, se puso de pie y se enderezó. Sentía que alguien la estaba observando, fijamente, con la vista clavada en su nuca. Lía respiró hondo. Se dio la vuelta.

Detrás de ella, no había nadie. Miró a su alrededor. Todo estaba como antes. La puerta seguía cerrada. Ya no había nada dentro de la habitación. Todo era normal.

Escuchó una voz.

-Lía. Ven al ático. Hay buen lugar aquí.- era Colin.

Mientras se dirigía al lugar de donde Colin la estaba llamando, se puso a pensar que quizá esa incomodidad repentina había sido su hermano. A veces sentía eso cuando él estaba cerca.

Una vez en el ático, Lía descubrió que había buen lugar allí para montar su pieza. Era lo suficientemente grande para que entren todas sus cosas. Había un ventanal gigante en frente y el techo iba de más alto a más bajo. También estaba cubierto de un empapelado horrible. En frente del ventanal, había un espejo sucio y luego de eso no había absolutamente nada más, salvo un baúl con un candado oxidado a un costado.

-Qué turbio.- dijo mientras fruncía el ceño.

-Parece que hay un cadáver ahí. O algún fantasma.- se puso detrás del baúl y se arrodilló.- oh, espera, hay uno detrás.- empezó a hacer "sonido de fantasma". Ambos se rieron.

Lía sabía que detrás de todo ese carisma había un niño que no aceptaba aún su condición. Hace un año y medio, el padre y hermano de Lía salieron en un día nevado a vaya uno a saber dónde, ya que ellos solían escaparse los fines de semana. Se llevaban muy bien padre e hijo. Pero Lía jamás participaba de esas excursiones. Era una mañana fría de enero, ya habían pasado las fiestas hacía unas semanas. Colin había corrido al auto de su padre, como siempre lo hacía ya que se emocionaba mucho cada vez que iba junto a Peter a recorrer alguna parte de Inglaterra que estuviera cerca de su casa. Esta vez, el padre de Lía le ofreció ir, como siempre de hecho, pero ella no aceptó. Hasta el día de la fecha, Lía se arrepentía de no haber ido junto a ellos.

Unas horas después, llamaron del hospital. Colin y su padre habían tenido un terrible accidente en una ruta bastante alejada de Cambridge, lo que al principio resultó raro pero con la noticia devastadora no prestaron atención.

Lía olvidó por completo los sucesos de ese día ya que prefirió eliminarlos de su memoria, para que no le dieran vueltas en la noche a la hora de dormir. Pero si sabía las cosas que habían sucedido, más que nada por comentarios al aire de su madre o abuelos maternos.

El padre de Lía estuvo en coma en el hospital y al cabo de una hora aproximadamente falleció debido a un derrame cerebral. El cuerpo de Colin nunca fue encontrado hasta la fecha. Testimonios decían que Colin había sido expulsado del auto por la ventana ya que el niño no había usado cinturón de seguridad. Nunca lo usaba, además, la ventanilla de enfrente estaba hecha pedazos, lo que refutaba la teoría. Pero Colin decidió inventarse una historia de fantasía donde decía que su cuerpo había sido comido por lobos, ya que amaba los lobos y su forma tan similar a los perros. Lo extraño era que Colin no recordaba en dónde había parecido ya muerto, es decir, como fantasma. O quizá sí lo recuerda y no le quería contar a su hermana que en repetidas oportunidades le había preguntado. A veces Lía pensaba que Colin no quería recordarlo ya que supone un recuerdo lamentable que puso fin a su corta vida. Ella lo entendía aunque Colin no lo expresara con palabras, y por tal motivo jamás preguntó. Tampoco le preguntaba a dónde iba cuando ella no lo veía, cuando ella dormía. ¿Al universo de los fantasmas? ¿A una dimensión paralela conocida sólo por los fantasmas? No lo sabía.

Lo malo de poder ver al fantasma de su hermano, era que Lía era incapaz de poder abrazarlo debido a que no podía tener ningún tipo de contacto físico con él. Eso le dolía más que nada en el mundo ya que añoraba poder abrazarlo una vez más aunque sea. Oler su perfume infantil y atraparlo para hacerle cosquillas hasta que ambos se morían (no literal) de la risa.

-Ven, vamos a buscar las cosas de la mudanza.- le indicó Lía intentando contener las lágrimas que amenazaban con salir. Ambos bajaron las viejas escaleras hasta la entrada.

El camión de la mudanza ya había llegado y Mónica estaba hablando con el conductor de ese enorme camión que contenía los muebles. La mayoría de los muebles los habían dejado en la antigua casa, ya que algunos eran muy grandes y pesados, y la realidad era que tanta cantidad de muebles no iban a caber en la nueva casa. Mónica no era muy apegada a las cosas materiales y se alegró demasiado de poder deshacerse de algunos muebles viejos. Además, muchos de ellos guardaban historia entre ella y el padre de sus hijos, por ende era mejor dejar el pasado atrás y "tener un nuevo comienzo", descartar lo viejo y traer lo nuevo. Pero era bastante contradictorio ya que el nuevo hogar de ambas, era demasiado antiguo.

Tampoco trajeron muchas cosas de su hermano, por el mismo motivo de dejar el pasado atrás. Pero Colin, al contrario de su madre, era muy apegado a las cosas materiales, así que hizo que Lía convenciera a Mónica de poder llevar aunque sea un poco de ropa. Ella aceptó, con la condición de que Lía las tendría en su habitación. Lía conversó un largo rato con Colin, ya que él quería llevar también sus juguetes. Luego de una buena media hora, Lía convenció a Colin y él estuvo parcialmente de acuerdo.

El hombre que manejaba el inmenso camión de mudanzas era calvo y tenía una potente barba negra. Tenía un fuerte acento islandés y era por mucho más alto que Mónica y Lía juntas y mucho mas gordo.

-Parece un vikingo.- dijo Colin mientras se acercaba al señor y lo miraba más de cerca. Lía asintió con la cabeza y dibujó una semi sonrisa. El señor Vikingo la observó apenas Lía había llegado a la entrada. Frunció el ceño y miró a un lado de ella, en donde estaba Colin. Así comprendió de inmediato que había sentido la presencia de otra persona que no podía ser vista.

Lía estaba acostumbrada a no hablar con Colin en presencia de otras personas, incluso de Mónica, pero lo que no podía acostumbrarse ni ignorar era esa sensación de frío que albergaba la presencia de su hermano. Tampoco podía evitar que otras personas lo sintieran.

A pesar de no poder hablar con Colin cuando estaba presentes otras personas, Colin hacía enojar más de una vez a Lía, a propósito, hablándole o contando algún chiste, para hacerla parecer una loca. Era muy divertido a pesar de su condición.

Dos hombres muy parecidos al vikingo salieron del camión y comenzaron a descargar los muebles. No parecían nada simpáticos, y eran muy poco comunicativos.

-¿Ya elegiste tu habitación?- le preguntó su madre a Lía, lo cual la agarró desprevenida. Observó la casa e frunció la nariz.

Era un chalé de dos pisos y un ático con tejas color celestes y paredes blancas la mayor parte cubierta por enredaderas. Tenía una entrada bastante grande y un parque en la parte trasera. Las pocas ventanas estaban viejas, sucias y oxidadas. Cerca de la calle, había un enorme árbol sin ninguna hoja, solo ramas que tenía colgando de una de las más gruesas una hamaca de madera sujetada con una cuerda.

-Me quedo con el ático.- sentenció.

-¿Estás segura? La habitación que está en el primer piso es bastante amplia y luminosa.

-¿Te refieres a la habitación que está cerrada con candado?

-No hay ninguna habitación cerrada con candado, Ophelia.

Lía puso los ojos en blanco al escuchar su nombre completo.

-¿Me estás tomando el pelo, verdad?- dijo mientras se cruzaba de brazos.

-¿Por qué haría eso? Las habitaciones están todas abiertas y ventiladas.

-Pues la del final del pasillo no lo está.

-¿De qué me estás hablando?

Estaban teniendo una conversación de locas de remate. Lía suspiró con fastidio.

-Mi respuesta es final. El ático es mucho más luminoso, tiene un ventanal enorme y es muy espacioso.

Mónica puso los ojos en blanco. La conversación había llegado a su fin y ambas lo sabían. Su madre entró nuevamente a la casa para indicar a los vikingos en dónde dejar los muebles.

Había muchas cosas que hacer y limpiar allí dentro, tanto que Lía no sabía por dónde comenzar. Era viernes, lo que significaba que todo el fin de semana estarían limpiando hasta que el lunes tenga que comenzar las clases. Lía no tenía mucha motivación para ir a la escuela. El hombre vikingo recibió la paga por parte de Mónica y los tres se fueron en el camión dejando a Lía y su madre completamente solas.

A Lía le gustaría decir que su fin de semana estuvo repleto de diversión, pero la realidad era que luego de haberse bañado al menos tres veces en un mismo día, seguía teniendo mugre debajo de las uñas. De todas maneras, Lía no era de esas chicas que se preocupaban todo el tiempo por su estética así que en cierto modo, no le molestaba, salvo para comer alguna que otra fruta.

El domingo por la noche, luego de haber cenado, sintió la misma incomodidad que había sentido el primer día frente a la puerta cerrada, salvo que esta vez estaba en el baño.

Había salido de bañarse, los vidrios se habían empañado y no podía verse con claridad en el espejo. Puso la cabeza hacia abajo para recogerse el cabello largo, negro y rizado en una toalla blanca. Al levantar la vista, casi se cae al suelo del susto. Una silueta negra estaba parada justo detrás de ella, paralizada, estática, tal cual quedó Lía al verlo. Ella lanzó un grito ahogado y enseguida se cubrió la boca con la mano. A una velocidad que ni ella sabía que tenía, se dio la vuelta.

No había nadie. Su corazón latía con tal fuerza que parecía que se le iba a salir del pecho. Pasó la mano por el espejo para limpiarlo, debido a que el vapor del agua caliente lo había empañado.

Detrás de ella, nuevamente, no había nada. Pensó que quizá era su imaginación ya que había quedado un poco susceptible debido al suceso del viernes anterior.

Se cambió lo más rápido que pudo y fue a su habitación, es decir, al ático. Ya había ubicado sus cosas en su debido lugar. La cama la había colocado debajo del ventanal, justo en frente del espejo que ahora no estaba tan sucio. A un costado, tenía un escritorio y una mesa de noche. Todavía no había encontrado un lugar para el baúl, pero pronto lo haría. Mientras tanto, no lo había movido de su lugar.

Mientras subía las escaleras al ático, sintió que alguien le seguía el paso, sincronizado a su ritmo. Frenó en seco y los pasos se dejaron de oír.

-Colin, no es gracioso.- dijo mientras se daba la media vuelta para percatarse de que en realidad, a su espalda, no había absolutamente nadie.

-¿Yo qué?- dijo Colin mientras se asomaba desde el piso de arriba. Lía se puso pálida, incluso más de lo que ya era y subió las escaleras corriendo, con miedo de que alguien o algo estuviera detrás de ella.

Dio un salto a su cama y corrió las mantas para meterse dentro. Colin la miró con suspicacia y se acercó a ella.

-¿Te encuentras bien?- le preguntó.

-Me pasó algo muy extraño.- comentó mientras acomodaba la colcha.

De manera rápida y resumida, le contó lo que había pasado en el baño y en el pasillo. Pero evitó contarle lo de la habitación del piso de abajo, porque estaba más que segura de que había sido su imaginación y pensó que quizá, al contarle a Colin lo que le había sucedido hacía un rato, el la calmaría y le diría que, obviamente, había sido producto de su mente y que no había sido real, como lo del viernes.

Colin asintió.

-Creo que si hubiera alguien en esta casa en mi misma condición, me daría cuenta.

-Eso era lo que quería escuchar.

-Tu tranquila, seguro estás nerviosa por tu primer día de clases y estas viendo cosas donde no hay.

-De todas maneras, me cuesta creer que mi imaginación piense que alguien me sigue.- se encogió de hombros.

-Buen punto, tienes una imaginación muy activa. Pero quizá el aspecto general de la casa te provoca esa incomodidad.- hizo una pausa.- o tal vez soy yo.

-De acuerdo. Ese si es un buen punto.

-De nada.- se sintió orgulloso de sí mismo.

Le sonrió y le indicó que duerma. Todas las noches, Colin le decía a su hermana que iba a cuidar de ella mientras dormía, y eso hacía que Lía se sintiera a gusto, por tal motivo, ella dormía tranquila, sabiendo que un ángel guardián cuidaba de ella.




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