Al mediar la mañana del día siguiente, sin siquiera desayunar, Joseph partió con dirección a la represa. Aquel lugar se encontraba fuera de la ciudad, de modo que le esperaba un muy largo recorrido que implicaba una fatigosa caminata. No obstante, el chico decidió ver el lado positivo del asunto ya que, si bien resultaba más sencillo tomar un par de buses para acortar enormemente la travesía, también podía aprovechar el extenso tiempo de caminata para reflexionar a fondo.
Joseph se sentía sumamente emocionado por encontrarse tan cerca del final del Juego, pero no pudo evitar que una gran desazón se adueñara de su mente. Recordó entonces las palabras de Arthurus, el veterinario de Odessa que había jugado contra el Embaucador.
Aquel hombre había afirmado que se había librado del ente caótico únicamente porque no había cumplido sus expectativas. En su caso, el Embaucador no parecía haber dado señales de aburrimiento ni decepción, por lo que Joseph temía las sombrías consecuencias que implicaría llamar su caótica atención.
Joseph meneó la cabeza, dispuesto a concentrarse en el reto y no en preocupaciones banales, pero su fuerza de voluntad decayó estrepitosamente luego de una hora de caminata, al percatarse de que se estaba muriendo de hambre. Consciente de que no conseguiría nada bueno en aquel estado de ayuno, decidió detenerse en un pequeño restaurante que encontró en el camino.
Mientras tomaba un aperitivo, repasó a grandes rasgos todo lo que sabía con respecto a su objetivo. Había intentado buscar información en la red la noche anterior, pero no había conseguido ni una pista de cómo funcionaban exactamente las represas en general. Joseph suponía que abrir una represa no era un dato que el público común debiera conocer, dadas las implicancias y riesgos, aunque resultaba lógico pensar que debería de existir alguna especie de punto de control para abrir o cerrar las compuertas del dique.
Aquella falta crítica de información podía llegar a representar un grave problema. Además, debido a límite tan apretado de tiempo, Joseph no podía sino desear ser capaz de idear un plan al mismo tiempo que investigaba personalmente la represa a la cual se dirigía. Por lo demás, el único apoyo que poseía estaba concentrado en la pistola cargada con una sola bala que el Embaucador le había entregado el día anterior, la cual escondía debajo de su chaqueta.
Idear los múltiples usos que se podría dar a un arma llegaba a ser una tarea ardua. No obstante, si aquella arma solo contenía una bala, las opciones se reducían drásticamente hasta prácticamente desaparecer casi por completo.
Por fortuna para Joseph, no era la primera vez que se veía en la obligación de empuñar un arma de fuego. Sin embargo, la vez anterior, en el Infierno de Rypriat, tan solo se había limitado a dispararle a perros mutantes y a paneles de celdas. En el caso de ese último reto, en cambio, era más que probable que solo se encontrara con seres humanos comunes y corrientes, y el chico no se sentía mentalmente preparado para dispararle a alguien.
Luego de comer continuó con su tedioso recorrido, deteniéndose de manera intermitente para recuperar el aliento y conseguir alguna bebida refrescante. Tras un par de horas de viaje, que Joseph no habría podido completar de no haber sido por el entrenamiento físico y mental que le habían brindado los nueve retos anteriores, finalmente consiguió llegar a su destino.
La represa de Laseal era ridículamente inmensa y parecía inexpugnable, como si de una colosal fortaleza medieval se tratara. Para empeorar aún más las cosas, había varias personas visitando el lugar, el cual estaba abierto al público a modo de atracción turística. Además de los visitantes y civiles, varios trabajadores uniformados recorrían las inmediaciones de la represa, cada uno con un intercomunicador portátil que los mantenía conectados.
Joseph maldijo para sus adentros, pero luego de un par de segundos concluyó que la cantidad masiva de personas podría resultar conveniente. Con esa seguridad en la cabeza, se formó en la larguísima cola que daba a la entrada del recinto, deseoso de ingresar cuanto antes al lugar para pensar en un plan factible.
Tras una hora de ardua espera bajo el ardiente sol, finalmente Joseph pudo entrar al interior de la represa. Afortunadamente, había sido precavido en llevar consigo una considerable cantidad de dinero que le resultó sumamente útil al momento de pagar el absurdo precio de entrada. Apenas puso un pie dentro de la estructura, se sorprendió de lo amplio y moderno que era su interior.
Nunca antes había visitado aquel lugar, a pesar de lo relativamente cerca que se encontraba de Laseal, de modo que se esperaba algo mucho más simple. Aquella represa tenía toda la apariencia de un museo didáctico, centrado en los diversos usos del agua, como elemento vital y como fuente de energía limpia. Joseph no tuvo necesidad de inspeccionar mucho todas las presentaciones de aquella represa-museo para considerar que su elevado precio de ingreso bien valía la pena.
Luego de recorrer varios de los pasillos repletos de gente y sorprenderse de todo lo que veía, consideró que lo más sensato era alejarse de aquella multitud. Si bien el lugar entero parecía estar cerca de su aforo máximo lo que hacía difícil evitar la aglomeración de personas, existían algunos sectores restringidos al público en general que representaban una interesante opción. Por ello, intentando pasar desapercibido, Joseph se acercó disimuladamente a una de las puertas con la señal de prohibido e intentó colocar una mano en su picaporte.
—No puedo creer que en verdad hayas decidido venir —dijo una voz femenina cercana, causando que Joseph se sobresaltara.
—Ah... Ericka.
—¿Acaso en verdad piensas cumplir el reto del Embaucador?
Joseph no contestó, intentado idear una forma rápida y sencilla de librarse de aquella inoportuna intromisión.
—Hay muchas cámaras en todas las salas de este lugar —añadió la chica, señalando a su alrededor—. Te podría salir caro intentar algo ilegal, ¿sabes?
—Gracias por el dato.
—En lugar de seguirle el Juego, deberíamos pensar juntos en una forma de derrotar al Embaucador...
—¿Por qué? —Joseph suspiró con exasperación—. No es tu problema.
—¡Por supuesto que es mi problema! Laseal, mi ciudad, podría resultar destruida por esto y, además... —la chica bajó la mirada—, soy la única que sabe por lo que estás pasando.
Joseph aprovechó el instante en el que Ericka dejó de prestarle atención para camuflarse entre la multitud. Se alejó todo lo posible y se internó entre distintas salas hasta considerar que estaba a una distancia segura. Ya a salvo, tuvo que aceptar que la inesperada conversación con Ericka había resultado útil.
Él no se había percatado de la existencia de las cámaras de seguridad que vigilaban cada corredor y sala de la represa. Ese era un problema que limitaba enormemente las acciones que podría llevar a cabo sin llamar la atención y, lo peor de todo, era que no había forma factible de librarse de dichas cámaras. Al fin y al cabo, lo más lógico hubiera sido encontrar la manera de cortar la energía, pero aquella represa también funcionaba como central hidroeléctrica, lo cual la hacía inmune.
Con la situación tan complicada se le estaban comenzando a acabar las ideas. Tenía la opción de utilizar la pistola que el Embaucador le había dado para causar pánico entre los visitantes y así aprovechar la confusión para colarse en el área restringida. Sin embargo, al disponer de una única bala no podía tomarse tan a la ligera el uso del arma.
Molesto, decidió matar el tiempo refrescándose un poco en uno de los amplios baños de la instalación. Mientras se mojaba el rostro se vio al espejo y no pudo evitar sorprenderse por su propio reflejo. Nunca había considerado que su mirada era especialmente agradable, pero el Joseph Irolev que lo miraba desde el cristal poseía unos ojos caoba verdaderamente perturbadores. Sin contar la mirada verdosa de Lilian, y la púrpura del Embaucador, Joseph no pudo evitar considerar que su propia mirada era una de las más aterradoras que había presenciado.
Chasqueó la lengua y miró a su alrededor. El baño estaba repleto de personas, pero aun así pudo distinguir una rejilla de considerable tamaño cercana al techo que, supuso, conduciría a los ductos de ventilación. Joseph pensó en todas las películas que había visto y se preguntó si acaso podría utilizar aquellos ductos para llegar hasta el centro de control. No obstante, posible o no, aquella idea no podía llevarse a la práctica dada la multitud de gente que pululaba cerca.
Joseph se detuvo a pensar en alguna otra forma útil para ingresar a la zona restringida hasta que, repentinamente, las luces comenzaron a fallar y todas los hombres a su alrededor se quedaron completamente estáticos. Tras unos segundos, uno a uno fueron saliendo del baño hasta dejar a Joseph completamente solo.
—Veo que tienes problemas, Joseph Irolev —dijo Envy con un tono burlón, apareciendo de entre las sombras—. ¿No puedes planear algo?
—Los ductos de ventilación. —Joseph señaló la rejilla—. Si voy por ahí podría...
—Una idea sinceramente estúpida. Esas cosas no pueden soportar el peso de una persona normal... al menos no en condiciones comunes y corrientes.
—¿Qué quieres decir?
—Que puedes ir por allí si gustas. —Envy emitió una risilla—. Te ayudaré a llegar hasta el centro de control de este lugar.
—¿En serio? ¿Qué sentido tendría el reto entonces?
—Es parte de mi evaluación, Joseph Irolev. Tómalo o déjalo.
Joseph chasqueó la lengua y se acercó a la rejilla. No le fue complicado sacarla de su lugar y, con un buen salto, fue capaz de ingresar a los ductos. No tenía ni la más mínima idea de qué camino debería de seguir, por lo que se limitó a arrastrarse con dificultad hacia adelante. Luego de una corta travesía, Joseph llegó hasta otra rejilla en la parte inferior del ducto y, al intentar ver que había al otro lado, terminó cayendo a una nueva sala.
—Este es el centro de control —anunció Envy, quien ya se encontraba en el lugar. La niña pelirroja señaló una especie de panel—. Puedes controlar los elementos de la represa con eso.
Joseph, adolorido, se levantó pesadamente del suelo y observó a su alrededor. A diferencia del centro de control que había visto en el Infierno de Rypriat, el de la represa parecía mucho menos tecnológico, aunque mantenía una esencia similar con varias pantallas y muchos comandos.
—¿Qué hago ahora? —preguntó el chico, al acercarse al complicado panel.
—Por lo general se necesita de una llave y una clave para usarlo, pero ahora no será un problema —explicó el Embaucador y señaló un par de botones—. Con el de la izquierda se activa una alarma de emergencia y con el de la derecha se abren las puertas del dique.
Confundido por lo simple que parecía, Joseph presionó el primer botón y, al instante, un fuerte silbido inundó el lugar entero. Supuso que aquella alarma resultaría suficiente para obligar la evacuación de todos los visitantes, lo cual reduciría el número de las posibles víctimas. Luego de un par de minutos, Joseph tomó una gran bocanada de aire y apretó el segundo botón.
Esperó unos instantes, pero salvo por una señal iluminada en el panel que decía "Abierto", nada parecía haber cambiado.
—¿Eso es todo? —preguntó Joseph, sin saber que emoción sentir en aquel momento—. ¿Gané el Juego?
—Si el reto solo consistiera en esto sería muy aburrido, aún te queda algo por cumplir...
—¿Qué? ¡El reto consistía en abrir la represa y eso es justo lo que acabo de hacer!
—No habrías llegado hasta aquí sin mi ayuda, no te quejes. De todas formas, lo que te falta hacer es sumamente sencillo.
Joseph abrió la boca para discutir, pero la mirada inusitadamente seria de Envy lo obligó a desistir.
—Para concluir el reto y ganar el Juego debes dirigirte a la parte superior del dique. Allí, al aire libre, encontrarás una palanca muy simple. Solo debes accionar dicha palanca con tus propias manos para que la represa se abra por completo.
—Maldición... —masculló Joseph—. ¿No hay trampa en eso? Si la acciono habré ganado el Juego sin tener que hacer nada más, ¿verdad?
La niña asintió con una burlona sonrisa en el rostro. El chico suspiró con cansancio, pero se tranquilizó considerando que estaba demasiado cerca del final. Se dirigió lentamente a la puerta de la sala, deseoso de acabar cuanto antes.
—Una cosa más, Joseph Irolev —dijo Envy, mirándolo con sorna—. Le he brindado exactamente la misma información a Ericka Francoise, de modo que es posible que la encuentres.
—¿¡Qué!? —espetó Joseph—. ¡Ella solo se entrometerá!
—En realidad ella es parte intrínseca del reto... Ya lo verás...
Joseph apretó la mandíbula, consciente de que discutir sería inútil y solo lo retrasaría más. Por ello, sin perder tiempo, salió de la sala para buscar alguna manera de llegar hasta la palanca que le permitiría ganar aquel retorcido Juego.