(EDITADO)
CAPÍTULO 19. LA TORRE FELIZ
Era lunes, hoy me iba a París. Sí, hoy. Y, ¿con quién voy a ir? Sí, con los hermanos Johnson.
Me levanto a las 6.00 am, llevo dos semanas sin ver a Paris, no se donde se ha metido. La vi un día entrenar cuando fui a hablar con Summer, ni siquiera me miró. Ahora me siento con Summer para comer, y Paris me esquiva tanto que se sienta con Clara, incluso una vez se llegó a sentar con Evelyn en lugar de sentarse conmigo. Le pregunté el otro día a Summer sobre Paris, pero ninguna de las dos sabe nada, desde mi incidente con ellas en la cafetería no hablamos, ni siquiera nos dirigimos la mirada. En parte, esto es bueno, porque he conocido muchísimas más facetas de Summer y ahora somos más unidas. Dejando a un lado a Paris, ahora me llevo muchísimo más con los chicos de mi equipo de baloncesto, a veces me siento a comer con ellos, otros voy con Summer, y otros directamente voy a comer con Will fuera de esas cuatro paredes. Mi relación con Will es más unida, nos llevamos muy bien. Hablamos todos los días, sino por WhatsApp, en los pasillos del instituto y sino quedamos para estudiar o tomar algo. Había quedado con él en vernos directamente en París, él irá con sus hermanos y yo... Bueno, yo iré sola, sola y con un buen libro para el viaje.
Después de ducharme y vestirme con unos vaqueros blancos y un suéter rosa chicle, combinado con unas converse blancas. Salgo de mi habitación, cojo la mochila para dirigirme al aeropuerto. Antes de subir al avión llamé a mis padres y me despedí de ellos. Tras muchos "lleva cuidado" de mi madre, y muchos "pórtate bien" de mi padre, subo al avión y el capitán puso rumbo a París, la supuesta ciudad del amor.
El viaje fue largo, pero junto a Elle Evans y Noah Flynn, todo se hace más ameno, si no sabéis de quienes hablo, ellos son los protagonistas de "The kissing booth", es uno de mis libros favoritos y me encanta sobre todo la escena de la piscina, donde Noah y Elle tiene un encuentro un poco desafortunado.
Bajo del avión, junto con mi maleta para nada grande (notar el sarcasmo). Una limusina negra con ventanillas tintadas me esperaba en la entrada del aeropuerto parisino, me subo y un hombre de unos 50 años me lleva hasta mi hotel. Tiene barba kilométrica y el pelo negro, tenía un acento francés precioso, no se porqué pero me encanta este acento.
Entro a mi habitación tranquilamente. Aún no me he cruzado con ninguno de los hermanos Johnson, lo que es bastante raro. Aunque lógico, ¿no? El hotel es súper grande. Mi habitación constaba de dos plantas, era más bien un ático o algo así. Tiene dos plantas, en la planta baja estaba el salón y la cocina y subiendo las escaleras estaba la habitación, el vestidor y el aseo. Mientras colocaba toda la ropa que había traído en el vestidor, oí un ruido, bueno, más bien oí a alguien arrastrar una maleta con dificultad por la moqueta de la planta baja.
Iba bajando las escaleras para ver quién era, cuando me choco con alguien. Nos tropezamos y acabo encima suya al final de las escaleras.
— ¡Hola, princesa! — solo con ese apodo ya se de quién se trata.
— ¡Hola, principito! — me burlo.
— Diría que lo siento, pero estoy demasiado contento por esto — dice con una amplia sonrisa, dejándome a mí con el ceño fruncido.
— ¿A qué te refieres?
— Ah, ¿no lo sabes? — negué con la cabeza. Era obvio que no sabía de qué me hablaba, sino no le preguntaría — Tenemos que compartir habitación no quedan más.
— ¿¡CÓMOOOOO!?
— Sí, y...
— ¿Cómo, hay más? — mi voz ya suena relajada y noto que él también se relaja.
— Sí, bueno, quería decir que solo hay una habitación — no me quedan palabras, ¿tengo que compartir la cama con él? ¿No puede dormir en el sofá?
— Hay un sofá, sabes.
— Tengo mal la espalda, princesa — siempre tiene una maldita excusa para todo. ¡Agh!
No sé qué me molesta más, si el hecho de que este maldito viaje estuviera tan mal planeado como para que falten habitaciones; o el hecho de que me encanta la idea de dormir con él. ¡Nora contrólate!
— Bueno, está bien. Pero, ¿ahora que hacemos?
— Había pensado, ya que mis hermanos están ocupados, que podríamos dar una vuelta por la ciudad. Tú y yo, solos.
— ¡Me encantaría! — exclamo haciendo caso omiso a sus últimas palabras.
— Muy bien princesita, usted primero — hace una reverencia para que yo pasase primero por la puerta. Me cuelgo el bolso y salimos.
La chica que está en el mostrador de la entrada nos recomienda un par de sitios los cuales visitar y algunos restaurantes donde la comida es exquisita. Nick lleva algunos planos de museos y esas cosas, así que él manda. Nos dirigimos a la boca de metro más cercana para ir al Museo del Louvre, desde muy pequeña he viajado con mis padres a distintos lugares donde acababa metida incluso en 5 museos distintos el mismo día, al principio era una mierda, pero cuando fui creciendo me apasionaba más y más cada una de las pinturas, esculturas o escritos que podías encontrar en cada uno de los museos. Es todo un mundo nuevo de secretos y misterios, historias detrás de cada uno de esos cuadros de artistas famosos o incluso anónimos. Y ahora, es algo que me apasiona visitar, pero tranquilamente, no vuelvo a ir a 5 museos distintos el mismo día. ¡Es una locura!
— Las damas primero — dice de forma cortes Nick para que subiera al vagón del metro.
— Vale, entonces pasa tu primero — respondo riendo. Pasa anonadado por mi ingeniosa respuesta y luego entro yo.
— ¿Qué pasa? ¿He ofendido tu masculinidad? — intento sonar sería, pero unas cuantas carcajadas salen por mis labios y arruinan el momento.
— No —dice algo cortante — ¿Puedes parar de reír, foquita? — Ahora es él quien ríe. El hombre de enfrente deja su periódico aun lado para observarnos, parece divertido de vernos.
Pasan unos segundos y me uno a la risa de Nick. Reímos todo el trayecto. Es tan divertido pasar rato con él cuando no le influye la presencia de sus amigos. Bajamos del metro y subimos por las escaleras mecánicas hasta la puerta del museo, porque, sí se podía entrar desde el metro. No había mucha gente, por lo que casi no hicimos cola.
— Ven, corre. Quiero ir aquí — digo sin poder ocultar la emoción que me embriaga. Sí, me encanta el arte y sobre todo la pintura. Aunque mi obra de arte favorita sea una escultura. ¡La pintura es mi pasión!
— Tranquila, hay tiempo —se queja él porque le estoy estirando del brazo para que ande más rápido.
— ¡No, vamos! — digo impaciente.
— Vale, vale... — se resigna, entrando por fin a la sala.
— Por fin, hombre, parecía que te pesará el culo — su boca forma una perfecta O, luego empieza a reír.
— Yo por lo menos tengo culo — menudo zasca me acabo de llevar, así, de gratis. Me ha dejado fatal.
— ¿Disculpa?
— Estás perdonada. ¿Ahora quiere la princesa ver esa estatua tan bonita? — inquiere repitiendo mis mismas palabras.
— Sí, vamos — al recordar la maravillosa escultura que quería ver la euforia se vuelve a apoderar de mí. Recorro la sala de una sola vez con la mirada, y me acerco lo más rápido que puedo a la hermosa figura que siempre he querido ver con mis propios ojos. Cojo el brazo de Nick y lo arrastro junto a mí para aproximarnos.
Me plantifico delante de la escultura. Estoy atónita, aturdida, sin palabras. Nunca he llegado a visualizarme a mí aquí parada. No comprendo como un trozo de roca puede ser tan bonita. Pensé que lloraría, pero estoy aguantando esas ganas para disfrutar muchísimo más del momento, y para que luego Nick no se este burlando de mí.
— ¿Esto era lo que querías ver? — dice con un tono de notable indiferencia. ¿Cómo es tan insensible?
— ¿Por qué lo dices así? ¿Con tanto desdén hacia todo?
— Porque es un simple trozo de piedra, no hay nada detrás — suelta tan a gusto. Por mí le pegaría una hostia, pero hay gente delante. Creo que voy a optar por darme de cabezazos contra la pared.
— No sabes nada, Nick Jonhson — me mira algo extrañado por la pequeña referencia que acababa de hacer sobre "Juego de Tronos" — Esto es muchísimo más que "un simple trozo de piedra", se dice que se hizo para que guiara a los marineros hasta su puerto, esto se colocaría en la parte frontal del barco, pero debido al material del que está hecho... — Nick me interrumpe como un niño pequeño cuando se sabe la respuesta de la pregunta que hizo la profe.
— ¡De mármol, de mármol!
— Sí — me río y ruedo los ojos — . No hacía falta que lo dijeras, eh — reímos un poco y luego continúe contándole — . Al estar hecho de mármol pesa mucho y no se podía colocar en el barco sino este se hubiera hundido. Por lo que dichos marineros utilizaron la estatua de "La Victoria de Samotracia" para darle culto, rezarle y hacer sus ofrendas antes de embarcar y partir al Mar. La estatua fue encontrada en 1863 en Samotracia, Grecia. Desde ese momento hasta ahora, ha sido una gran fuente de inspiración para muchos artistas. Así que, ¡Deja de ser tan insensible! ¡Aprecia más el arte! — termino de contar algunas de las cosas más importantes de esta gran creación y luego le grito un poquito a Nick. Hemos formado un círculo alrededor nuestro, más bien yo lo he formado al estar contando estas cosas sobre la escultura, la gente reía por lo que le había dicho a Nick y me aplaudían, supongo que por el pequeño relato que acabo de contar. Me pongo muy roja solo de pensar que he hablado delante de tanta gente.
— ¿Queréis que os hagamos una foto? — nos pregunta una señora de lo más amable. Le decimos que si y le doy mi móvil para que nos haga la foto — Sonreír — añade mientras nos saca la foto — Va otra — era la segunda foto que nos hacía y de un momento a otro Nick pone sus labios sobre mi mejilla dejando así un casto beso sobre esta.
Cuando termina de hacernos la foto Nick fue a por mi móvil. Yo me quedo estática en mi sitio. Sé que es algo insignificante, pero ¡es tan bonito! No quepo en la emoción de estar delante de La Victoria de Samotracia, pero así es, a parte el pequeño beso en la mejilla de Nick me ha dejado algo aturdida. No me lo esperaba, para nada.
Estuvimos dos horas más dando vueltas por el museo, habían cosas tan fascinantes y únicas, fue una visita inolvidable, y espero volver algún día. Después volvimos al hotel para ducharnos y así salir a cenar.
Sonaron tres canciones muy motivadoras mientras me duchaba y así salí de la ducha, muy motivada. Me visto con una falda de cuadros, una camiseta blanca con letras chinas y unos tacones de aguja con un pequeño bolso de color rosa palo. Me maquillo de forma muy natura.
Mi pelo lo dejo suelto, con unas ondas en las puntas. Salgo del baño para encontrarme con un ya cambiado Nick. Va guapísimo, con una camisa azul que se ajusta perfectamente a su cuerpo bien definido y unos vaqueros pitillo que hacen su función demasiado bien.
— Sé que soy guapo, pero disfruta la noches, hoy soy todo tuyo — ¡Genial! Acabo de aumentar su gran ego. Pongo los ojos en blanco y después de meter las cosas necesarias, como el dinero y el móvil, cojo el bolso para irnos.
— ¿Vamos o qué?
— Sí, vamos, pero relájate eres tú la que se ha quedado a contemplar esta belleza — suelta una carcajada. Si ya era egocéntrico, después de esta escena todavía más.
Cenamos en un restaurante precioso, la decoración era impecable y las velas con aroma de vainilla que alumbraban el lugar daban ese toque de serenidad y tranquilidad que le faltaba a mi cita con Nick.
"¿Cita?"
No, no, no. Quería decir encuentro. Sí, eso.
"Bueno, lo que tú digas"
Oh, vamos. Mejor cállate. Por qué me peleo con mi consciencia.
"En verdad me adoras, admítelo"
Bueno, la cuestión, la cena fue fantástica. Nos divertimos mucho, y es algo que me hacía mucha falta, después de varias semanas sin ver a Paris y sin contarnos nuestros cotilleos, reírme así con alguien es muy guay. Aunque pensándolo bien siempre es así con Nick, él siempre me hace reír por muy mal que me encuentre.
— ¿Te apetece caminar? — pregunta después de salir del restaurante.
— Claro — respondo mientras comenzamos a andar en dirección a ninguna parte. Entrelazo nuestras manos y seguimos andando como si nada.
Vamos charlando sobre, nada en particular, cuando de repente veo algo muy bien iluminado, me quedo impactada, no pensé que la fuera a ver hoy y menos que sería tan grande. Nick también se da cuenta y aún sin soltar nuestras manos, dice:
— Mira, ¡es la Torre Feliz!
— ¡SÍ! — Un momento, ¿cómo? ¿La Torre Feliz? ¡¿Habla enserio?! — ¿La... Torre Feliz...?
— Sí, la Torre F... — le interrumpo antes de que soltara alguna otra estupidez. Algunos parisinos se habían parado ha escuchar a este chico y sus tonterías.
— ¡La Torre Eiffel! — le doy un empujón.
— Eh, ¿qué pasa? — se queja.
— Se llama la Torre Eiffel, Imbécil.
— Anda, ¿enserio? — alucina.
— Sí — los dos empezamos a reír mucho después.
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