Holly - Diario de una mujer c...

By NinaBenedetta

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Si tuvieras en tus manos el diario personal de una caníbal, ¿lo leerías? ¿Y si viene acompañado de un ente de... More

Nota
¡ANUNCIO!
𝙱𝚘𝚘𝚔𝚝𝚛𝚊𝚒𝚕𝚎𝚛 + 𝙰𝚍𝚟𝚎𝚛𝚝𝚎𝚗𝚌𝚒𝚊
𝙳𝚎𝚍𝚒𝚌𝚊𝚝𝚘𝚛𝚒𝚊
***
𝟷. 𝙷𝚘𝚕𝚕𝚢
𝟸. 𝙻𝚊 𝚌𝚘𝚗𝚏𝚛𝚘𝚗𝚝𝚊𝚌𝚒ó𝚗
𝟹. 𝙻𝚊 𝚗𝚘𝚌𝚑𝚎 𝚜𝚒𝚗 𝚗𝚘𝚖𝚋𝚛𝚎
𝟺. É𝙻
𝟻. 𝙽𝚘𝚗𝚊 𝙶𝚛𝚎𝚌𝚌𝚘
𝟼. 𝚃𝚎𝚗𝚝𝚊𝚌𝚒𝚘𝚗𝚎𝚜
𝟽. 𝙻𝚊 𝚌𝚊𝚛𝚗𝚎 𝚎𝚜 𝚍é𝚋𝚒𝚕
𝟾. 𝙻𝚊 𝚗𝚊𝚝𝚞𝚛𝚊𝚕𝚎𝚣𝚊 𝚍𝚎 𝙷𝚘𝚕𝚕𝚢
𝟿. 𝙴𝚕 𝚊𝚖𝚘𝚛 𝚎𝚜 𝚌𝚒𝚎𝚐𝚘
𝟷𝟷. 𝙲𝚑𝚛𝚒𝚜𝚝𝚘𝚙𝚑𝚎𝚛
𝟷𝟸. 𝚂𝚊𝚖𝚞𝚎𝚕 𝙲𝚘𝚕𝚕𝚒𝚗𝚜
𝙴𝚗𝚝𝚛𝚎𝚟𝚒𝚜𝚝𝚊 𝚊 𝙷𝚘𝚕𝚕𝚢
𝟷𝟹. 𝚂𝚘𝚗𝚛𝚒𝚜𝚊𝚜 𝚜𝚒𝚗𝚒𝚎𝚜𝚝𝚛𝚊𝚜
𝟷𝟺. 𝚄𝚗𝚊 𝚝𝚎𝚛𝚛𝚒𝚋𝚕𝚎 𝚙𝚛𝚘𝚖𝚎𝚜𝚊
𝟷𝟻. 𝙲𝚘𝚖𝚒𝚎𝚗𝚣𝚊 𝚎𝚕 𝚓𝚞𝚎𝚐𝚘
𝟷𝟼. 𝙲𝚒𝚌𝚊𝚝𝚛𝚒𝚌𝚎𝚜 𝚍𝚎𝚕 𝚙𝚊𝚜𝚊𝚍𝚘
𝟷𝟽. 𝙵𝚛í𝚘
𝟷𝟾. 𝙶𝚛𝚒𝚝𝚘𝚜 𝚍𝚎𝚕 𝚙𝚊𝚜𝚊𝚍𝚘
𝟷𝟿. 𝙷𝚊𝚖𝚋𝚛𝚎
𝟸𝟶. 𝚄𝚗 𝚊𝚍𝚒ó𝚜
𝟸𝟷. 𝙻𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜 𝚍𝚎 𝚜𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎
𝟸𝟸. 𝙿𝚕𝚊𝚗𝚎𝚜 𝚢 𝚝𝚎𝚘𝚛í𝚊𝚜
𝟸𝟹. 𝙼𝚎𝚗𝚜𝚊𝚓𝚎𝚜
𝟸𝟺. 𝙲𝚘𝚗𝚜𝚙𝚒𝚛𝚊𝚌𝚒𝚘𝚗𝚎𝚜
𝟸𝟻. 𝙿𝚛𝚎𝚐𝚞𝚗𝚝𝚊𝚜
𝚁𝚎𝚜𝚎ñ𝚊𝚜 𝚊 𝙷𝚘𝚕𝚕𝚢
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𝟸𝟽. 𝙼𝚒𝚌𝚑𝚊𝚎𝚕 𝙱𝚊𝚛𝚔𝚎𝚛
𝟸𝟾. 𝙿𝚊𝚜𝚘𝚜 𝚎𝚗 𝚕𝚊 𝚘𝚜𝚌𝚞𝚛𝚒𝚍𝚊𝚍
𝟸𝟿. 𝙹𝚞𝚎𝚐𝚘, 𝚜𝚎𝚝 𝚢 𝚙𝚊𝚛𝚝𝚒𝚍𝚘
𝟹𝟶. 𝙵𝚊𝚗𝚝𝚊𝚜𝚖𝚊𝚜 𝚍𝚎𝚕 𝚙𝚊𝚜𝚊𝚍𝚘
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𝙴𝚙í𝚕𝚘𝚐𝚘
Agradecimientos
𝙷𝚘𝚕𝚕𝚢 𝚎𝚗 𝚕𝚘𝚜 𝚍𝚎𝚜𝚝𝚊𝚌𝚊𝚍𝚘𝚜
𝙸𝚗𝚟𝚒𝚝𝚊𝚌𝚒ó𝚗
¡𝚂𝚎𝚐𝚞𝚗𝚍𝚊 𝚙𝚊𝚛𝚝𝚎!
¡Holly en Audible!

𝟷𝟶. 𝚁𝚎𝚟𝚎𝚕𝚊𝚌𝚒𝚘𝚗𝚎𝚜

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By NinaBenedetta

Brent Hagler se dirigió con velocidad al juzgad muy temprano aquella mañana.

Llegaba tarde para presentarse ante sus supervisores. Hacía días que no daba la cara, y es que hacía días que no tenía ni un solo progreso en el caso de Holly Saemann. Por supuesto que todos creían lo mismo que Nona, que esa mujer simplemente estaba desquiciada, pero él sabía que no, y al igual que él, todos en el juzgado creían que esa maldita mujer merecía la cárcel y no un hospital.

Por ello sabía que su supervisor lo reprendería y con justa razón; sin duda volvería a sacarle eso de que a él le permitían hacer lo que le venía en gana, que tenía toda la libertad del mundo para presentarse o no en las oficinas si así lo deseaba, siempre y cuando entregara resultados, y ahora lo único que iba a entregarle serían malas noticias.


Ni siquiera podía hablarle del diario de Holly; en primera instancia, porque los diarios íntimos no se consideraban como pruebas irrefutables, y segundo, porque, aunque así fuera, ¿qué probarían la sarta de locuras que había ahí escritas? Únicamente lo que él deseaba que no se supiera, que Holly Saemann podía estar desquiciada y punto. Aun así, pretendía continuar leyéndolo con tal de dar con un posible cómplice. Nadie le quitaba de la cabeza que Holly contaba con la ayuda de alguien.


Al entrar en el estacionamiento, ávido buscó entre los autos aparcados al ostentoso Ferrari negro de Nona, y lo encontró en el área deparada a los más importantes del juzgado.

—¿Y ahora, con qué otro desdichado se habrá acostado para obtener ese lugar de aparcamiento? —se dijo en voz alta una vez estacionado. Sorprendiéndose a sí mismo por el comentario machista que acababa de soltar.

—En realidad fue con una mujer —Hagler dio un respingo, en la ventanilla estaba asomado el perfecto y malvado rostro de Nona—, aunque no da para mucho, la pobre tiene sesenta y cinco años, ya ni siquiera piensa en el sexo. No cualquiera tiene tu virilidad —repuso con sarcasmo.

—¿Qué quieres?

—Necesito hablar contigo.

—Ah, pues yo no quiero hablar contigo. A menos que vengas a devolverme el diario, ¿lo traes? —La chica movió la cabeza en negativa —. Entonces largo.

—¿Así es como tratas a quien podría ser tu pareja?

—¿Pareja? ¿Realmente te sientes capaz de ser la compañera de alguien? No eres más que una traidora.

—Brent, por favor escúchame, ¿de acuerdo? Te aseguro que no es lo que tú piensas.

—¿Qué sabes tú sobre lo que pasa por mi cabeza? Déjame en paz que llego tarde.

La pasó de largo y la chica no lo siguió. Se quedó parada ahí, observando con una mirada melancólica cómo el hombre se marchaba a paso lento, pero sumamente seguro.

—Para ser mayor te comportas como un chiquillo —murmuró y dio la vuelta para marcharse de ahí.

—¡Hey, Brent! Al parecer este caso te está dejando pequeño. Escuchamos que esa loca de Holly te soltó tremendo golpazo en la cabeza.

Ese era Adam, uno de sus colegas.

—Pues, algo así. En realidad, no es para tanto.

—¿Bromeas? Escuché que tuvieron que llevarte al hospital.

—Sí, pero ella terminará aún peor cuando le dicten sentencia.

—¿Ya tienes pruebas que avalen su ingreso a prisión?

—Esa es información confidencial —agregó por último el detective, con una fingida sonrisa en los labios.

Claro que no tenía ni una sola prueba, pero no iba a decirlo.



Esa tarde tuvo que hacer circo maroma y teatro por convencer al juez de que pronto tendría pruebas contundentes en el caso, pidiendo una postergación del juicio. Al final la obtuvo no sin mucho esfuerzo, pues el juez había sido una buen y antiguo compañero en sus años de juventud. Incluso pese a los alegatos de Nona que realmente era una fiera. Defendía su postura como nunca había visto antes a una abogada hacerlo, no sabía de donde rayos había sacado la genial idea de acostarse con quien fuera solo para ganar los casos; en lo personal Brent creía que esa chica realmente era buena.

En un pasado le habría otorgado el beneficio de la duda, pero después de lo que había sucedido la noche anterior, no le quedaba más remedio que pensar de ella lo peor.


No obstante, esta vez tendría que andarse con mucho más cuidado. El hecho de que se hubiese acostado con esa mujer no tendría por qué intervenir más en el caso. Tenía que pensar, Holly había mencionado que su víctima se encontraba más cerca de lo que creía, pero lo cierto es que no comprendía ni una sola de sus palabras. No podía actuar temperamentalmente, no podía dejarse llevar por los nervios que esa asesina le provocaban.


Esa tarde decidió hacerle una visita a Carol, la encargada de laboratorios, y lo que le mostró le dejó los pelos de punta.

Carol era una vieja amiga y siempre que compartían casos, ella no ponía reparo en mostrarle todo lo que tenía. Era una suerte que le hubiera tocado hacerse cargo de las muestras que habían sido halladas en la casa de Holly.

Aunque en un pueblo tan pequeño, y a su edad, era casi seguro que conocía a la mayoría de los pobladores.

—¿Recuerdas el par de dedos que encontraron en el jardín? —le preguntó ella, colocándose unos guantes de látex.

—Sí, claro. Todos aseveraron que debían haber pertenecido a un hombre.

—Nada más alejado de la realidad. Pero no es eso lo que me desconcierta..., mira —dijo, tomando un recipiente de plástico de la pequeña nevera. Extrajo uno de los dedos que habían sido hallados en la propiedad de la loca Saemann y se lo mostró. No tenía nada de excepcional. Se trataba tan solo de un gordo dedo índice completamente morado y con la sangre coagulada.

—¿Qué sucede con él?

—Tomé las huellas dactilares y las metí a la base de datos que tengo para reconocer la identidad de la persona a la que pertenecieron.

—¿Y....?

—Y.... nada. No había datos ahí. Entonces hice algo más inusual, más que nada por ciertas variaciones en la forma del dedo que me hacen pensar que pertenecieron a una mujer, pese a lo grandes y gordas que son. Tuve que pedir varios favores, pero finalmente logré tener acceso a otra base de datos mucho más extraña.

—¿Extraña?, ¿por qué?

—Por que pertenecen a la prisión del condado. A los enjuiciados, los presos e incluso a los que han arrestado por delitos menores. Mira, estas son las huellas que tomé del dedo, y estas otras las obtuve de la prisión.

—¿Un preso?

—No, una presa. En realidad, una mujer que no ha sido juzgada aún. —Los ojos de Hagler se abrieron de par en par, esperando a que la doctora le revelara lo que ya sabía pero que temía oír —. Ese dedo tiene las mismas huellas dactilares que Holly Saemann.

—No... —fue su única respuesta mientras se mesaba los canosos cabellos, observando toda la estancia con desesperación.

—No hice la prueba una sola vez, Brent. Las huellas coinciden a la perfección.

—Pero ¿cómo posible?

—Esa es la pregunta. ¿Contra qué estamos lidiando?

¿Contra qué lidiaban?

Esa era una pregunta que Hagler no era capaz de responderse. La duda era un tormento, un monstruo cruel y desagradable que se asomaba detrás de las oscuras puertas con su grotesco rostro, observándolo malignamente y que se volvía a ocultar cuando él creía tenerlo lo suficientemente cerca como para atraparlo.

Holly era una mujer misteriosa a la que nadie había conocido realmente. Y solo había una persona lo suficientemente desquiciada como para conocerla y peor aún, comprenderla.



—¿Qué haces aquí? Creí que no querías saber nada más de mí después de haberme usado como lo hiciste. ¿O es que vienes por el diario?

—No, quédate con ese maldito diario. Necesito hablar contigo, ¿puedo pasar?

Nona le permitió el paso, franqueándole la entrada a su departamento.

Hagler pudo notar en seguida que la chica gozaba de lujos poco comunes en un pueblo como Oyster Bay. El departamento era algo pequeño, pero contenía todo lo necesario para una vida con ciertas comodidades. Además de que contaba con una pequeña bañera de hidromasaje en medio de la pequeña cantinilla al fondo. Todas aquellas comodidades, seguramente fabricadas especialmente para y por la nueva inquilina.

La mujer lo pasó a la sala de estar en donde una prominente pantalla de cincuenta pulgadas anunciaba las noticias y los chismes matutinos.

Nona se sentó frente a él, cruzando las piernas y mostrando la parte trasera del muslo bajo la faldita entallada. Hagler disimuló aquella magnífica visión y prefirió ver hacia otro lado o de lo contrario no podría controlarse.

El sofá era de gamuza de un color grisáceo con cojines rosas, del mismo tono que la moqueta que pisaban. Todos los adornos y el mobiliario compartían la misma combinación de colores.

—¿Acaso tienes frío?

La mujer sonrió burlona, frunciendo el ceño y acomodándose la delgada bufanda negra que le cubría el cuello.

—¿Viniste hasta acá para hacerme esa pregunta?

—Estamos a 32° —dijo, pero Nona simplemente calló, cogiendo la copa martinera que reposaba a su lado. Elevó una ceja, observándolo con esos ojos seductores, aguamarina y almendrados, tan encantadores y lenitivos que le provocaban arribar a un estado casi hipnótico. Pero se contuvo, y carraspeando, comenzó—: En fin..., solo vine a hacerte unas preguntas.

—¿Será un interrogatorio oficial?, ¿de detective a posible testigo?

—Nada de eso. Yo lo veo más bien de detective a víctima. Pero no coloquemos etiquetas apresuradamente.

—¿Qué pretendes? —Nona entrecerró los ojos, la mirada que le dirigía estaba llena de resentimiento.

—Solo intento comprender, hacer mi deber.

—Ya sabes lo que tienes que hacer, no hay más remedio, Hagler. Te convendría dejar las cosas tal y como están. Además, ni siquiera es asunto tuyo.

—¿Y tuyo sí?

Nona enmudeció y Brent se dio cuenta de que estaba comenzando a acertar en el blanco. La chica de pronto comenzó a ponerse nerviosa, el detective nunca la había visto así. Siempre segura, altanera y despectiva. Ahora se había convertido en una mujer vulnerable, un manojo de nervios. Estaba casi a punto de romperse todos los dedos de la mano de tanto que los tronaba, pero Hagler no desistió de su mirada fija, pétrea e inquisidora.

—Lo único que deseo es que todo esto se termine para que de esa manera pueda largarme a la ciudad. No me sienta nada bien este aire pueblerino —masculló ella, desviando su mirada.

—Es exactamente lo que deseo yo. La otra noche me hablaste de Holly, de su verdadera naturaleza. Quiero saber a qué te referías con eso.

—¿Aún no lo sabes, Brent? La verdad es que me sorprendes.

El detective calló, esperando su respuesta. Nona dio otro sorbo a la bebida sin dejar de observar a Hagler.

—¿Saber qué, exactamente?

—¿Acaso no leíste el diario? —quiso saber Nona, acercando su rostro un poco más en un gesto de curiosa complicidad.

—Si no lo hubieras hurtado, quizá lo sabría.

—No hay mucho en ese diario que no puedas saber con solo observarla. Holly es una mujer especial, no diré que es perfecta, solo que posee un instinto peculiar. Y es verdad, Brent, esa mujer no está loca, sé que cometió todos esos crímenes con los ojos muy bien abiertos, pero eso tampoco amerita la pena de muerte o un encarcelamiento de por vida.

—¿Oh, no lo crees? —preguntó Hagler, irónico—. Realmente no quiero saber lo que amerita para ti la pena de muerte.

—Escucha Brent, este caso te viene demasiado grande y, a decir verdad, no es necesario que te esfuerces tanto. Cuando todo esto acabe te sentirás como un idiota puesto que yo ganaré, prácticamente ya lo tengo ganado y tus aplazamientos solamente están haciendo que el juez se asegure cada vez más y más de enviar a Holly a un instituto para enfermos mentales y ¿sabes qué?, ¿qué más da? Tú quieres que sea retirada de las calles y eso es lo que pasará, todos ganamos.

—¿Y qué ganas tú?

Nona no respondió pues en esos momentos dedicó toda su atención en encender el delgado cigarrillo, tomándose todo el tiempo del mundo en ello.

—Se supone que yo no debo dar información relevante sobre el caso y mucho menos al abogado defensor, pero..., en fin, solo quería prevenirte.

—¿Sobre qué? —quiso saber la joven, abrumada por la repentina seguridad que pareció apoderarse de Hagler.

—Encontré un par de dedos humanos enterrados en el jardín de Holly, fueron enviados a examinar y...

—Eso ya lo sé, me llegó el reporte.

—Aún no termino..., en fin. Este día fui al laboratorio para saber que sucedió con ellos, y debo decir que la respuesta ha sido impactante. —El detective tomó aire, buscando las palabras apropiadas para decirlo, y con cada segundo que pasaba, Nona sentía que la curiosidad la asfixiaba lentamente—. Dos dedos pertenecieron a Holly Saemann.

—No te creo —se apresuró a aclarar la mujer.

—Es totalmente cierto. Aquí están las huellas dactilares —le entregó un folder abierto con la imagen de aquellas huellas amplificadas junto a la fotografía de un par de dedos cercenados. Después, el detective dio vuelta a la hoja para mostrarle unas huellas más, ella reconocía el documento, pues formaba parte del registro de Holly Saemann en la prisión—. Y esas son las huellas de Holly. La compatibilidad es absoluta.

La abogada dejó escapar el humo del cigarrillo, llevándolo sin mirar hacia el cenicero sobre la mesita a su lado. Lo dejó caer, pero este terminó a un lado del platito de cerámica.

Nona abrió los ojos de par en par con una expresión de aturdimiento al darse cuenta de que la documentación era original. Parecía haber recibido un golpe brutal y ahora se encontraba en estado de shock.


De repente, se levantó de un salto cogiendo al detective por la chamarra, quien se levantó sin poder decir palabra alguna, examinando cada expresión en el pulcro rostro de la joven que a trompicones lo echó del departamento.

Cuando finalmente se vio sola, una mancha de consternación se posó en su rostro.

Respirando con agitación, se despejó la frente, echando sus sedosos cabellos hacia atrás. Tenía miedo, mucho miedo, se veía desangelada.

Una lágrima atravesó su mejilla al tiempo que ella se preguntaba una y mil veces en voz alta qué demonios estaba sucediendo.

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