Annie y el Cรกliz de Fuego

By -luxtomlinson

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El inicio de una guerra, acontecimientos descubiertos y un baile, ยฟalguna vez podrรก tener un aรฑo normal? [HER... More

C A S T
1. Funny Vacations
2. I love you more
3. Time at the burrow
4. Nice dinner with family
5. Traslator
6. The camping
7. People from the ministry
8. Winky
9. Veelas and leprechauns
10. Scared
11. Tenebrous Mark
12. Back to the Burrow
13. King's Cross
14. Soaked
15. Mad eye Moody
17. Malfoy is a ferret
18. Forgiven curses
19. Imperius
20. Beauxbatons and Durmstrang
21. The goblet of fire
22. Harry Potter
23. Ron is stupid
24. The kiss
25. Theo and Hermione
26. Accio Annie!
27. Winky and Dobby
28. Yule ball
29. Merry Christmas
30. I love you
31. Day after
32. The bath
33. Second task
34. Sirius
35. I could do this all my life
36. Hate mail
37. Harry's Scar
38. Training
39. Cedric is dead
40. Fudge is stupid
41. End fourth year

16. Burned by a sneaky

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By -luxtomlinson

 
 
QUEMADA POR UN ESCREGUTO

──── ❁ ────

Annie admiraba el cielo a través del techo del gran comedor. Unas nubes grises se hacían presentes sobre ellos.

—Hoy no está mal: fuera toda la mañana —dijo Ron pasando el dedo por la columna del lunes de su horario—. Herbología con los de Hufflepuff y Cuidado de Criaturas Mágicas... ¡Maldita sea!, seguimos teniéndola con los de Slytherin... 

—Y esta tarde dos horas de Adivinación —gruñó Harry, observando el horario.

Annie gimió. Adivinación le parecía interesante pero no cuando ella tenía que descifrar cosas.

—Tendrían que haber abandonado esa asignatura como hice yo —dijo Hermione con énfasis, untando mantequilla en la tostada—. De esa manera estudiarían algo sensato como Aritmancia.  

—Estás volviendo a comer, según veo —dijo Ron, mirando a Hermione.

—He llegado a la conclusión de que hay mejores medios de hacer campaña por los derechos de los elfos —repuso Hermione con altivez.  

—Sí... y además tenías hambre —comentó Ron, sonriendo. De repente oyeron sobre ellos un batir de alas, y un centenar de lechuzas entró volando a través de los ventanales abiertos. Llevaban el correo matutino.

Se encaminaron a Herbología para entrar en el Invernadero 3. Ese día había plantas un tanto raras.

Gruesas y negras babosas gigantes que salieran verticalmente de la tierra. Todas estaban algo retorcidas, y tenían una serie de bultos grandes y brillantes que parecían llenos de líquido. 

—Son bubotubérculos —les dijo con énfasis la profesora Sprout—. Hay que exprimirlas, para recoger el pus... 

—¿El qué? —preguntó Seamus Finnigan, con asco. 

—El pus, Finnigan, el pus —dijo la profesora Sprout—. Es extremadamente útil, así que espero que no se pierda nada. Como decía, recogerán el pus en estas botellas. Tienen que ponerse los guantes de piel de dragón, porque el pus de un bubotubérculo puede tener efectos bastante molestos en la piel cuando no está diluido. 

Exprimir los bubotubérculos resultaba desagradable, pero curiosamente satisfactorio. Cada vez que se reventaba uno de los bultos, salía de golpe un líquido espeso de color amarillo verdoso que olía intensamente a petróleo. Lo fueron introduciendo en las botellas, tal como les había indicado la profesora Sprout, y al final de la clase habían recogido varios litros. 

—La señora Pomfrey se pondrá muy contenta —comentó la profesora Sprout, tapando con un corcho la última botella—. El pus de bubotubérculo es un remedio excelente para las formas más persistentes de acné. Les evitaría a los estudiantes tener que recurrir a ciertas medidas desesperadas para librarse de los granos. 

—Como la pobre Eloise Migden —dijo Hannah Abbott, alumna de Hufflepuff, en voz muy baja—. Intentó quitárselos mediante una maldición. 

—Una chica bastante tonta —afirmó la profesora Sprout, moviendo la cabeza—. Pero al final la señora Pomfrey consiguió ponerle la nariz donde la tenía.

Al sonar la campana, los alumnos salieron de los Invernaderos. Los Hufflepuff camino al aula de transformaciones mientras los Gryffindor bajaban a la explanada en camino a clase de Hagrid.

Hagrid los estaba esperando de pie, fuera de la cabaña, con una mano puesta en el collar de Fang, su enorme perro jabalinero de color negro. En el suelo, a sus pies, había varias cajas de madera abiertas, y Fang gimoteaba y tiraba del collar, ansioso por investigar el contenido. Al acercarse, un traqueteo llegó a sus oídos, acompañado de lo que parecían pequeños estallidos.

—¡Fang! —chilló Annie agachándose para abrazar al perro que comenzaba a lamer su cara.

—¡Buenas! —saludó Hagrid, sonriendo a Harry, Ron, Annie y Hermione—. Será mejor que esperemos a los de Slytherin, que no querrán perderse esto: ¡escregutos de cola explosiva!

—¿Cómo? —preguntó Annie.

Hagrid señaló las cajas.  

—¡Ay! —chilló Lavender Brown, dando un salto hacia atrás.

Los escregutos parecían langostas deformes de unos quince centímetros de largo, sin caparazón, horriblemente pálidas y de aspecto viscoso, con patitas que les salían de sitios muy raros y sin cabeza visible. En cada caja debía de haber cien, que se movían unos encima de otros y chocaban a ciegas contra las paredes. Despedían un intenso olor a pescado podrido. De vez en cuando saltaban chispas de la cola de un escreguto que, haciendo un suave «¡fut!», salía despedido a un palmo de distancia. 

—Recién nacidos —dijo con orgullo Hagrid—, para que puedan criarlos ustedes mismos. ¡He pensado que puede ser un pequeño proyecto! 

—¿Y por qué tenemos que criarlos? —preguntó una voz fría.

Acababan de llegar los de Slytherin. El que había hablado era Draco Malfoy. Crabbe y Goyle le reían la gracia. 

Hagrid se quedó perplejo ante la pregunta. 

—Sí, ¿qué hacen? —insistió Malfoy—. ¿Para qué sirven? 

Hagrid abrió la boca, según parecía haciendo un considerable esfuerzo para pensar. Hubo una pausa que duró unos segundos, al cabo de la cual dijo bruscamente: 

—Eso lo sabrás en la próxima clase, Malfoy. Hoy sólo tienes que darles de comer. Pero tendrán que probar con diferentes cosas. Nunca he tenido escregutos, y no estoy seguro de qué les gusta. He traído huevos de hormiga, hígado de rana y trozos de culebra. Probad con un poco de cada. 

—Primero el pus y ahora esto —murmuró Seamus.

Annie suspiró pero por el cariño que le tenía a Hagrid hizo un intento por acercarse a esas inusuales criaturas. Agarró hígado despachurrado de rana y lo acercaba al escreguto intentando que comiera, aunque no veía por donde podrían comer.

—¡Ay! —exclamó Annie alejándose rápidamente. La cola de su escreguto había estallado, quemando a Annie.

—¡Annie! —exclamaron los tres, acercándose.

—¿Estás bien? —preguntaron Harry y Hermione.

—Umm... definan bien.. —bromeó. Hermione suspiró y Harry se acercó más.

—Deberías ir a la enfermería —dijo Harry preocupado.

—Creo que iré. Me está ardiendo —dijo Annie levantándose y yendo hacia Hagrid.

—Te acompaño —Harry hizo una seña a Ron y Hermione quienes asintieron.

Annie y él comenzaron a caminar hacia el castillo.

—¿Te duele mucho? —preguntó Harry con preocupación

—Me arde —respondió.

Madame Pomfrey le dio un pequeño ungüento para que el dolor disminuyera y le colocó una venda para que hiciera más rápido efecto y que no se secara.

—No podré escribir —se quejó Annie, pues la mano que había resultado herida era la derecha, con la que escribía.

—Mejor, ¿no? —bromeó Harry. Annie sonrió y le dio un pequeño empujoncito.

Llegaron al Gran Comedor al mismo tiempo que Ron y Hermione.

—¿Cómo estás, Annie? —preguntó Hermione comiendo rápidamente.

—Eh... bien —respondió extrañada. Hermione había empezado a servirse un poco de todo y comía a una velocidad increíble.

—Eh... ¿se trata de la nueva estrategia de campaña por los derechos de los elfos? —le preguntó Ron-. ¿Intentas vomitar? 

—No —respondió Hermione con toda la elegancia que le fue posible teniendo la boca llena de coles de Bruselas—. Sólo quiero ir a la biblioteca. 

—¿Qué? —exclamó Ron sin dar crédito a sus oídos—. Hermione, ¡hoy es primer día del curso! ¡Todavía no nos han puesto deberes! 

Hermione se encogió de hombros y siguió engullendo la comida como si no hubiera probado bocado en varios días. Luego se puso en pie de un salto, les dijo «¡los veré en la cena!» y salió a toda velocidad. 

Cuando sonó la campana para anunciar el comienzo de las clases de la tarde, los tres se levantaron y caminaron a la torre norte, para Adivinación.

Harry entrecerró sus ojos y cambió de lado, se colocó a la izquierda de Annie y tomó su mano.

—Se siente extraño estar así —comentó. Normalmente él agarraba su mano derecha, pero por obvias razones, hoy no se podía.

—Un poco —reconoció Annie balanceando sus manos unidas.

Al acercarse a la trampilla recibieron el impacto de un familiar perfume dulzón que emanaba de la hoguera de la chimenea. Como siempre, todas las cortinas estaban corridas. El aula, de forma circular, se hallaba bañada en una luz tenue y rojiza que provenía de numerosas lámparas tapadas con bufandas y pañoletas.

Los tres se sentaron en la misma mesa redonda y Annie saludó a Blaise y Theo desde la distancia. No los había visto.

—Buenos días —dijo la tenue voz de la profesora Trelawney justo a la espalda de Harry, que dio un respingo. Era una mujer sumamente delgada, con unas gafas enormes que hacían parecer sus ojos excesivamente grandes para la cara, y miraba a Harry con la misma trágica expresión que adoptaba cada vez que lo veía, cosa que irritaba un poco a Annie.

—Estás preocupado, querido mío —le dijo a Harry en tono lúgubre—. Mi ojo interior puede ver por detrás de tu valeroso rostro la atribulada alma que habita dentro. Y lamento decirte que tus preocupaciones no carecen de motivo. Veo ante ti tiempos difíciles... muy difíciles... Presiento que eso que temes realmente ocurrirá... y quizá antes de lo que crees... 

La voz se convirtió en un susurro.

Annie levantó ambas cejas.

La profesora Trelawney los dejó y fue a sentarse en un sillón grande de orejas ante el fuego, de cara a la clase.

—Queridos míos, ha llegado la hora de mirar las estrellas —dijo—: los movimientos de los planetas y los misteriosos prodigios que revelan tan sólo a aquellos capaces de comprender los pasos de su danza celestial. El destino humano puede descifrarse en los rayos planetarios, que se entrecruzan...

—¡Harry! —susurró Annie momentos después. Éste parecía estar en otra parte.

—¿Qué? 

Harry miró a su alrededor. Toda la clase se estaba fijando en él.

—Estaba diciendo, querido mío, que tú naciste claramente bajo la torva influencia de Saturno —dijo la profesora Trelawney con una leve nota de resentimiento en la voz

—Saturno, querido mío, ¡el planeta Saturno! —repitió la profesora Trelawney, decididamente irritada porque Harry no parecía impresionado por esta noticia—. Estaba diciendo que Saturno se hallaba seguramente en posición dominante en el momento de tu nacimiento: tu pelo oscuro, tu estatura exigua, las trágicas pérdidas que sufriste tan temprano en la vida... Creo que no me equivoco al pensar, querido mío, que naciste justo a mitad del invierno, ¿no es así? 

—No —contestó Harry—. Nací en julio. 

Ron se apresuró a convertir su risa en una áspera tos. Annie sonrió un poco.

Media hora después la profesora Trelawney le dio a cada alumno un complicado mapa circular, con el que intentaron averiguar la posición de cada uno de los planetas en el momento de su nacimiento

—A mí me salen dos Neptunos —dijo Harry después de un rato, observando con el entrecejo fruncido su trozo de pergamino—. No puede estar bien, ¿verdad? 

—Aaaaaah —dijo Ron, imitando el tenue tono de la profesora Trelawney—, cuando aparecen en el cielo dos Neptunos es un indicio infalible de que va a nacer un enano con gafas, Harry...

Annie no aguantó y soltó una carcajada

Seamus y Dean, que trabajaban cerca de ellos, se rieron con fuerza, aunque no lo bastante para amortiguar los emocionados chillidos de Lavender Brown. 

—¡Profesora, mire! ¡He encontrado un planeta desconocido!, ¿qué es, profesora? 

—Es Urano, querida mía —le dijo la profesora Trelawney mirando el mapa. 

—¿Puedo echarle yo también un vistazo a tu Urano, Lavender? —preguntó Ron con sorna. 

Desgraciadamente, la profesora Trelawney lo oyó, y seguramente fue ése el motivo de que les pusiera tanto trabajo al final de la clase. 

—Un análisis detallado de la manera en que les afectarán los movimientos planetarios durante el próximo mes, con referencias a su mapa personal —dijo en un tono duro que recordaba más al de la profesora McGonagall que al suyo propio—. ¡Quiero que me lo entreguen el próximo lunes, y no admito excusas! 

—¡Rata vieja! —se quejó Ron con amargura mientras descendían la escalera con todos los demás de regreso al Gran Comedor, para la cena—. Eso nos llevará todo el fin de semana, ya verás. 

—¿Muchos deberes? —les preguntó muy alegre Hermione, al alcanzarlos—. ¡La profesora Vector no nos ha puesto nada! 

—Bien, ¡bravo por la profesora Vector! —dijo Ron, de mal humor.

Annie sonrió pero rodó los ojos.

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