Jugando con fuego

By IleniaVilo

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"Cuando te vi entendí que debía protegerte" Alejandra sabía quien había pronunciado esas palabras, aunque pas... More

Capítulo 1: No grites.
Capítulo 2: ¿Estás segura? Repito ¿Estás segura?
Capítulo 3: Una mentira y un perro que hace la croqueta.
Capítulo 4: Sangre en los labios.
Capítulo 5: detrás de la puerta y una tarjeta.
Capítulo 6: No me odies.
Capítulo 6. 1ª parte: 12 horas y una condena.
Capítulo 6. 2ª parte: Una condena y doce horas
Capítulo 7: Un Don Juan y una decisión.
Capítulo 7. Segunda parte: Un Don Juan y una decisión.
Capítulo 8. 1ª parte: las cartas sobre la mesa.
Capítulo 8. 2ª parte: Las cartas sobre la mesa
Capítulo 9. 1 parte: encantado de ayudar y una cena.
Capitulo 9. 2ª encantado de ayudar y una cena
Capítulo 10. 1ª parte: Una mujer interesante y una invitación.
Capítulo 10. 2ªparte: una mujer interesante y una invitación
Capítulo 11. 2ª: Primero corre y después pregunta 2.0
Capítulo 12. 1ª: El destino y una llamada.
Capítulo 12. 2ª parte: el destino y una llamada.
Capítulo 13. 1ª parte: los primeros pasos y una película
Capítulo 13 2ª parte: Los primeros pasos y una película.
Capítulo 13. 3ª parte:
Capítulo 14. 1ªparte: Un ojo morado y tres manzanas.
Capítulo 14. 2ª parte: Un ojo morado y tres manzanas.
Capítulo 14. 3ª parte: Un ojo morado y tres manzanas.
Capítulo 15. 1ª parte: Un recuerdo y el infierno
Capítulo 15 2ª parte: Un recuerdo y el infierno.
Capítulo 15. 3ª parte: Un recuerdo y el infierno.
Capítulo 15. 4ª parte: Final
Epílogo
El proyecto de Natalia.

Capítulo 11. 1ª parte: Primero corre y después pregunta 2.0

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By IleniaVilo

Justo después de salir de la cama y poner los pies en el frío suelo, decidí que era hora de encontrar el valor suficiente para ir a hablar con mi padre.

Lo había dejado pasar varios días excusándome en que había estado ocupada, pero no era cierto, al menos no del todo. Si hubiera querido sacar unas horas para dar la cara lo habría hecho.

Normalmente cuando iba a mi casa avisaba, pero en esa ocasión no lo hice, no quería darle la oportunidad a mi padre para marcharse o prepararse una bronca. Quería cogerle de imprevisto y que pasara lo que tuviera que pasar.

El avisar era más bien para que mi madre no sospechara. No era una mujer tonta y aunque nunca me había preguntado abiertamente por mis conversaciones con su marido, estaba convencida de que tarde o temprano empezaría a sospechar.

Temía ese día. De solo pensar que pudiera averiguar toda la verdad sobre Raúl me cortaba la respiración.

Agité la cabeza con fuerza en un intento de que los malos pensamientos se esfumaran de mi paranoica mente, pero solo sirvió para que recordara que en cuanto abrí los ojos había visto en la pantalla del Nokia dos llamadas pérdidas de Daniel.

De la primera no me percaté porque aún estaba dormida, pero la segunda si hubiese querido, me habría dado tiempo a sacar el móvil de su escondite y responder, pero una vez más fui cobarde.

A pesar de que no quería, pensé demasiado en todo lo que había pasado. Conforme pasaban las horas, más cuenta me daba de lo exagerada y egoísta que había sido mi reacción. Ya no estaba enfadada, sino más bien avergonzada.

Tardé más tiempo del normal en desayunar y vestirme. Prácticamente el medio día ya se me había echado encima. Siempre que estaba a punto de salir por la puerta recordaba que tenía que hacer algo.

Acabé poniendo dos lavadoras, limpiando el salón y ordenando mi cuarto mientras esperaba para tender la ropa.

Cuando ya no tuve más excusas cerré la puerta y un escalofrió me recorrió de pies a cabeza. Respiré hondamente y emprendí el camino hacia mi coche que estaba aparcado cuatro calles más arriba.

El aparcamiento por mi zona cada vez se estaba volviendo más complicado. En ocasiones había tardado más de media hora en encontrar un hueco donde dejarlo, lo peor era que quedaba muy lejos de mi casa. Cuando aún quedaba sol me daba igual, pero por las noches no me hacía gracia tener que pasar por ciertas zonas sola.

La idea de alquilar una plaza de garaje cada vez me parecía menos loca, más teniendo en cuenta que había un garaje que se dedicaba a ello a tan solo dos minutos de mi piso.

Aparqué el coche en la entrada de mi casa, justo detrás del de mi padre. Mi esperanza oculta de que no estuviera se esfumó tan rápido como mi idea de hacer dieta cada vez que me ofrecían ir de tapas.

No quise dar más vueltas y fui directamente donde creía que lo encontraría, pero no estaba ni en su despacho ni en su taller trabajando.

En mi recorrido no vi a mi madre, por lo que me imaginé que estaría pintando.

—Hola —me asusté al escuchar la voz de mi padre justo detrás de mí.

—Te he dicho mil veces que no hagas eso —dije con fastidio a la vez que me llevaba la mano al pecho.

—¿Qué haces por aquí? —no parecía enfadado, pero no estaba sonriente como cada vez que me veía.

—Quería hablar contigo.

—¿De qué? —por su mirada y su forma de huir hacia el salón, pude intuir que en el fondo sabía perfectamente de lo que quería hablar.

—Aquí no —la casa estaba microfoneada. A pesar de que la policía ya conociera toda la verdad, no creía que tuvieran porque saber todo lo que hablábamos.

—¿Por qué? —me miró extrañado.

—Pues... —alcé la mano y señalé toda la habitación con el dedo índice. Al principio me miró como si me hubiera vuelto loca, pero a los pocos segundos comprendió lo que quería decir.

—No te preocupes. Retiré todos los micros hace un par de días. Ya no son necesarios. Puedes hablar con tranquilidad —se sentó en el reposabrazos del sofá.

—Quería pedirte perdón. Entiendo que estés enfadado conmigo por no contarte la vedad, pero lo hice pensando en tu seguridad y la de mamá.

—No estoy enfadado porque guardaras silencio —lo examiné con detenimiento. Parecía sincero, pero estaba convencida de que había una parte que no me estaba contando.

—¿Y por qué te marchaste de aquella manera? Intenté hablar contigo y me ignoraste.

—Alex, acababa de enterarme de que mi hijo al que creía muerto desde hacía más de dos años está vivo, escondido en sabe Dios que zulo porque un mafioso con poder quiere matarlo. Necesitaba espacio para digerir toda la información —lo que decía tenía bastante lógica. Incluso me empecé a sentir un poco tonta por no pensarlo antes de sacar conclusiones precipitadas que me habían quitado el sueño y el apetito.

—¿Entonces no estás enfadado conmigo? —mi mente paranoica necesitaba un claro y rotundo no para poder relajarme.

—Sí estoy enfadado, pero no contigo —suspiró con pesadez.

—¿Por qué?

—Soy vuestro padre. Es mi responsabilidad cuidaros y no he sabido hacerlo —bajó la mirada al suelo. Me sentí realmente mal por él.

—Nada de lo que está pasando es tu culpa —negó con la cabeza y volvió a mirarme.

—Sí que lo es. Debería haberme dado cuenta de que mi hijo había escogido un mal camino. Debería haber estado ahí para ayudarlo a rectificar.

—No podemos hacernos responsables de las malas decisiones de los demás. Yo era la que más horas pasaba con él y jamás sospeché nada. Raúl cometió un error que ha desembocado en todo esto.

—¿Lo ves? Tendría que ser yo quien te consolara a ti, no al revés —mi padre había cogido la fusta y no parecía dispuesto a soltarla con facilidad. Utilizaba todos mis argumentos para echarse más peso en la espalda.

No sabía hasta donde sería capaz de aguantar. Era un hombre fuerte, pero no invencible. Me daba miedo que toda la situación que atravesaba mi familia acabara por romperlo.

—¿Qué haces aquí? —mi madre apareció por la puerta del salón y me miró con sorpresa y una sonrisa en la cara.

Me quedé totalmente en blanco. Mi mente trabajó a toda máquina en busca de una excusa, pero aun así tardé en reaccionar.

—Me aburría —me miró extrañada. Normal. Estabas deseando largarte y ahora de repente cuando te aburres vas a verlos. No hay quien se lo trague.

Mi madre miró fugazmente a mi padre y después volvió a centrarse en mí.

—Últimamente cuchicheáis mucho. Me estáis ocultando algo.

No era una pregunta. Lanzó una acusación directa a la que nuevamente no supe cómo reaccionar. Por suerte mi padre me ayudó a salir de esa situación tan incomoda.

—No digas tonterías y ayúdame a prepararle un buen almuerzo a tu hija. Es el único recurso que tenemos para que sea nuestra para siempre —se levantó del sofá y se dirigió a la cocina.

—Ya lo es —mi madre me lanzó una sonrisa perturbadora.

Decidieron cocinar pollo al curry con verdura y cous cous, unos de los platos preferidos de mi madre. Lo decidieron juntos pero finalmente acabó cocinando solo el chef de la casa. En cuanto vio la cantidad de sal que mi madre le puso al pollo, le pidió muy amablemente que dejara que él se encargara de todo.

A pesar del tono amable, por la expresión de su rostro era más que evidente que no le había sentado bien ser relegada.

Sabía que mi madre no se quedaría con la espinita clavada y en algún momento le lanzaría alguno de sus irónicos comentarios y como no me apetecía presenciar una "discusión" absurda entre ellos, decidí marcharme y entretenerme poniendo la mesa.

Me volví loca buscando por todos lados mi bolso. Revisé las habitaciones en las que había estado desde que llegué.

Después de más de diez minutos buscándolo comencé a entrar en pánico de solo imaginar que lo había perdido. La cartera, la documentación y las llaves de mi piso era lo que menos me importaba. La falta de aire me la provocaba pensar que había perdido el móvil que Daniel me dio para poder comunicarnos.

Algo en mi mente se iluminó y como una bala fui a mi coche. Solté un sonoro y profundo suspiro cuando vi el bolso en el asiento trasero.

Había llegado tan nerviosa que se me olvidó sacarlo a pesar de que no me gustaba dejar objetos de valor a la vista por si llegaba algún kamikaze y me destrozaba la ventanilla para poder robarlo.

Mientras entrada de nuevo a mi casa, lo abrí para compro-bar que todo estuviera en orden.

Todo el rato que estuve dando vueltas buscando mi bolso, fue tiempo suficiente para que mi padre terminara el almuerzo. Cuando entré en el comedor estaba sirviendo los platos y mi madre sentada en su sitio. Colgué el bolso en el respaldo de mi silla y me acomodé.

Por las caras que tenían, parecía que habían llevado el pi-que a otro nivel. Los conocía demasiado bien y sabía que aún no habían terminado. En el fondo tenía que reconocer que me gustaba verlos así. Hacia demasiado tiempo que no presenciaba una de sus escenas que eran muy típicas cuando éramos una familia normal.

—La verdura está sosa —señaló mi madre después de dar el primer bocado. Que comience el combate.

—Mézclala con el pollo, parece que está cocinado con agua del mar Muerto.

Mi teléfono comenzó a vibrar y sin pensarlo dos veces porque estaba muy entretenida viendo volar los cuchillos entre mis padres, metí la mano en el bolso sin prestar atención al móvil que cogía y descolgué la llamada.

—Dígame.

—Hola —me quedé helada. El tenedor se me cayó al suelo llamando la atención de mis padres que dejaron de lanzarse indirectas para centrarse en mí.

—¿Quién es? —preguntó mi madre con cierta preocupación por mi estado de shock.

—¿Esa es mamá? —el corazón se me aceleró. No sabía cómo reaccionar. Mis padres me miraban atentamente mientras tenía al otro lado de la línea a su hijo.

—María espera un momento —me levanté como un rayo de la silla y salí a la zona de la piscina cerrando la puerta para asegurarme de que no podían escuchar la conversación.

—Lo siento, no he pensado que podrías estar con ellos.

—No te preocupes ¿Cómo estás?

—Bien —su tono fue seco, como solía ser cuando mentía.

—Vale. Ahora dime la verdad —respondí automáticamente. Se quedó en silencio. Probablemente se le formó un nudo en el estómago por mi respuesta, ya que era lo que siempre le decía cuando creía que me ocultaba algo.

—Bueno... todo lo bien que se puede estar veinticuatro horas al día solo. A veces Daniel me hace una visita, pero tampoco es que él sea el alma de la fiesta —sabía que Raúl solo confiaba en Daniel. Formaron una amistad tras todas las horas que pasaron juntos, lo que me hacía dudar de si Daniel tendría informado a mi hermano sobre cómo era nuestra situación como pareja.

—Me encantaría poder visitarte.

—Es mejor continuar así enana. No quiero que te expongas más. Si algo te pasara por mi culpa... —su voz se quebró y unas enormes ganas de llorar me atravesaron el corazón.

—No me va a pasar nada y a ti tampoco —intenté sonar lo más firme posible.

Lo poco que habíamos hablado me bastó para darme cuenta de que la culpa lo consumía día a día. Necesitaba que alguien lo sostuviera, y aunque fuera desde la distancia, haría todo lo posible para que siguiera en pie.

—Te quiero mucho Alejandra —un escalofrío me recorrió la espalda al escucharle pronunciar mi nombre. Sin poder evitarlo una lágrima resbaló por mi mejilla que inmediatamente limpié cuando vi a mi madre venir hacia mí.

—Y yo a ti Raúl, muchísimo. Tengo que colgar, mamá me está llamando.

Colgué y guardé el móvil en el bolsillo trasero de mis va-queros y traté con disimulo recomponerme. Al igual que la última vez que hablé por teléfono con Raúl, me sentía rota, pero en esa ocasión tuve los brazos de Daniel para consolarme y refugiarme.

—¿Pasa algo malo? —me preguntó mi madre mientras nos dirigíamos de nuevo a la mesa.

—María tiene un problema, pero nada importante que no se pueda solucionar —mentí como toda una maestra. No hizo más preguntas y lo agradecí enormemente.

Cuando me senté de nuevo en mi sitio, mi padre me clavó la mirada. Me observó muy serio durante unos segundos. Algo en mi interior me decía que él sabía quién me había llamado.

El almuerzo se volvió un poco incómodo. Mi padre me lanzaba alguna mirada de vez en cuando como si quisiera comunicarse conmigo por gestos. Tras el tercer intento pareció entender que no era ni el momento ni el lugar.

Mi madre, que parecía ajena a todo era quien más hablaba. Quien lo iba a decir hace un par de meses.

Después de dejar mi plato en el fregadero, prácticamente hui de mi casa. No quería tener que responder ninguna pregunta. Necesitaba un rato de soledad para poder recomponerme.

Mi padre no trató de detenerme y se lo agradecí. Quizás por primera en su vida, comprendió que necesitaba que respetara mi espacio y que no podía venir a rescatarme cada vez que algo me afectara.

Anduve por el paseo marítimo una media hora. Mis pensamientos me estaban consumiendo. Estar sola no había sido la mejor decisión. Sentía que necesitaba distraerme antes de que la pena me consumiera.

Recordé que Sandra se marcharía al día siguiente y como me quedé con un mal sabor de boca en su fiesta de despedida por los comentarios que me lanzó, decidí ir al garaje, donde probablemente estaría pasando sus últimos momentos con sus amigos hasta dentro de mucho tiempo. Quería poder despedirme de mi amiga en condiciones, que tuviera la certeza de que la quería y la extrañaría muchísimo.

Al llegar allí divisé a Sandra y Joseph en la barra hablando tranquilamente. Parecían estar manteniendo una conversación muy divertida, pero lo que realmente me impactó fue ver sus manos entrelazadas.

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No olvides pinchar en la estrellita y comentar que te ha parecido el capítulo.

Nos leemos.

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