βž€ Yggdrasil | Vikingos

By Lucy_BF

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π˜π†π†πƒπ‘π€π’πˆπ‹ || ❝ La desdicha abunda mΓ‘s que la felicidad. ❞ Su nombre procedΓ­a de una de las leyendas... More

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β€– ππ‘π„πŒπˆπŽπ’ 𝐈
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━ Proemio
π€πœπ­π¨ 𝐈 ━ 𝐘𝐠𝐠𝐝𝐫𝐚𝐬𝐒π₯
━ 𝐈: Hedeby
━ 𝐈𝐈: Toda la vida por delante
━ 𝐈𝐈𝐈: Fiesta de despedida
━ πˆπ•: Una guerrera
━ 𝐕: Caminos separados
━ π•πˆ: La sangre solo se paga con mΓ‘s sangre
━ π•πˆπˆ: Entre la espada y la pared
━ π•πˆπˆπˆ: Algo pendiente
━ πˆπ—: Memorias y anhelos
━ 𝐗: No lo tomes por costumbre
━ π—πˆ: El funeral de una reina
━ π—πˆπˆ: Ha sido un error no matarnos
━ π—πˆπˆπˆ: Un amor prohibido
━ π—πˆπ•: Tu destino estΓ‘ sellado
━ 𝐗𝐕: SesiΓ³n de entrenamiento
━ π—π•πˆ: SerΓ‘ tu perdiciΓ³n
━ π—π•πˆπˆ: Solsticio de Invierno
━ π—π•πˆπˆπˆ: No es de tu incumbencia
━ π—πˆπ—: Limando asperezas
━ 𝐗𝐗: ΒΏQuΓ© habrΓ­as hecho en mi lugar?
━ π—π—πˆ: PasiΓ³n desenfrenada
━ π—π—πˆπˆ: No me arrepiento de nada
━ π—π—πˆπˆπˆ: El temor de una madre
━ π—π—πˆπ•: Tus deseos son Γ³rdenes
━ 𝐗𝐗𝐕: Como las llamas de una hoguera
━ π—π—π•πˆ: Mi juego, mis reglas
━ π—π—π•πˆπˆ: El veneno de la serpiente
━ π—π—π•πˆπˆπˆ: ΒΏPor quΓ© eres tan bueno conmigo?
━ 𝐗𝐗𝐗: No te separes de mΓ­
━ π—π—π—πˆ: Malos presagios
━ π—π—π—πˆπˆ: No merezco tu ayuda
━ π—π—π—πˆπˆπˆ: Promesa inquebrantable
━ π—π—π—πˆπ•: Yo jamΓ‘s te juzgarΓ­a
━ 𝐗𝐗𝐗𝐕: Susurros del corazΓ³n
━ π—π—π—π•πˆ: Por amor a la fama y por amor a OdΓ­n
π€πœπ­π¨ 𝐈𝐈 ━ π•πšπ₯𝐑𝐚π₯π₯𝐚
━ π—π—π—π•πˆπˆ: Donde hubo fuego, cenizas quedan
━ π—π—π—π•πˆπˆπˆ: MΓ‘s enemigos que aliados
━ π—π—π—πˆπ—: Una velada festiva
━ 𝐗𝐋: Curiosos gustos los de tu hermano
━ π—π‹πˆ: Cicatrices
━ π—π‹πˆπˆ: Te conozco como la palma de mi mano
━ π—π‹πˆπˆπˆ: Sangre inocente
━ π—π‹πˆπ•: No te conviene tenerme de enemiga
━ 𝐗𝐋𝐕: Besos a medianoche
━ π—π‹π•πˆ: Te lo prometo
━ π—π‹π•πˆπˆ: El inicio de una sublevaciΓ³n
━ π—π‹π•πˆπˆπˆ: Que los dioses se apiaden de ti
━ π—π‹πˆπ—: Golpes bajos
━ 𝐋: Nos acompaΓ±arΓ‘ toda la vida
━ π‹πˆ: Una red de mentiras y engaΓ±os
━ π‹πˆπˆ: No tienes nada contra mΓ­
━ π‹πˆπˆπˆ: De disculpas y corazones rotos
━ π‹πˆπ•: Yo no habrΓ­a fallado
━ 𝐋𝐕: Dolor y pΓ©rdida
━ π‹π•πˆ: No me interesa la paz
━ π‹π•πˆπˆ: Un secreto a voces
━ π‹π•πˆπˆπˆ: Yo ya no tengo dioses
━ π‹πˆπ—: TraiciΓ³n de hermanos
━ 𝐋𝐗: Me lo debes
━ π‹π—πˆ: Hogar, dulce hogar
━ π‹π—πˆπˆ: El principio del fin
━ π‹π—πˆπˆπˆ: La cabaΓ±a del bosque
━ π‹π—πˆπ•: Es tu vida
━ 𝐋𝐗𝐕: Visitas inesperadas
━ π‹π—π•πˆ: Ella no te harΓ‘ feliz
━ π‹π—π•πˆπˆ: El peso de los recuerdos
━ π‹π—π•πˆπˆπˆ: No puedes matarme
━ π‹π—πˆπ—: Rumores de guerra
━ 𝐋𝐗𝐗: Te he echado de menos
━ π‹π—π—πˆ: Deseos frustrados
━ π‹π—π—πˆπˆ: EstΓ‘s jugando con fuego
━ π‹π—π—πˆπˆπˆ: Mal de amores
━ π‹π—π—πˆπ•: CreΓ­a que Γ©ramos amigas
━ 𝐋𝐗𝐗𝐕: Brezo pΓΊrpura
━ π‹π—π—π•πˆ: Ya no estΓ‘s en Inglaterra
━ π‹π—π—π•πˆπˆ: Sentimientos que duelen
━ π‹π—π—π•πˆπˆπˆ: ΒΏQuiΓ©n dice que ganarΓ­as?
━ π‹π—π—πˆπ—: Planes y alianzas
━ 𝐋𝐗𝐗𝐗: No quiero perderle
━ π‹π—π—π—πˆ: Corazones enjaulados
━ π‹π—π—π—πˆπˆ: Te quiero
━ π‹π—π—π—πˆπˆπˆ: La boda secreta
━ π‹π—π—π—πˆπ•: Sangre de mi sangre y huesos de mis huesos
━ 𝐋𝐗𝐗𝐗𝐕: Brisingamen
━ π‹π—π—π—π•πˆ: Un sabio me dijo una vez
━ π‹π—π—π—π•πˆπˆ: Amargas despedidas
━ π‹π—π—π—π•πˆπˆπˆ: Te protegerΓ‘
━ π‹π—π—π—πˆπ—: El canto de las valquirias
━ 𝐗𝐂: Estoy bien
━ π—π‚πˆ: Una decisiΓ³n arriesgada
━ π—π‚πˆπˆ: TΓΊ harΓ­as lo mismo
━ π—π‚πˆπˆπˆ: Mensajes ocultos
━ π—π‚πˆπ•: Los nΓΊmeros no ganan batallas
━ 𝐗𝐂𝐕: Una ΓΊltima noche
━ π—π‚π•πˆ: No quiero matarte
━ π—π‚π•πˆπˆ: Sangre, sudor y lΓ‘grimas
━ π—π‚π•πˆπˆπˆ: Es mi destino
━ π—π‚πˆπ—: El fin de un reinado
━ 𝐂: HabrΓ­a muerto a su lado
━ π‚πˆ: El adiΓ³s
━ 𝐄𝐩𝐒́π₯𝐨𝐠𝐨
β€– π€ππ„π—πŽ: πˆππ…πŽπ‘πŒπ€π‚πˆπŽΜπ 𝐘 π†π‹πŽπ’π€π‘πˆπŽ
β€– π€π†π‘π€πƒπ„π‚πˆπŒπˆπ„ππ“πŽπ’
β€– πŽπ“π‘π€π’ π‡πˆπ’π“πŽπ‘πˆπ€π’
β€– π’π„π†π”ππƒπŽ π‹πˆππ‘πŽ

━ π—π—πˆπ—: Un simple desliz

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By Lucy_BF

──── CAPÍTULO XXIX ─────

UN SIMPLE DESLIZ

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        DRASIL SUSPIRÓ POR TERCERA VEZ CONSECUTIVA. Estaba recostada en su jergón, con la vista clavada en el techo de la carpa que compartía con Eivør y otras skjaldmö de más o menos su misma edad. Sus falanges no dejaban de tamborilear sobre su vientre y su ceño permanecía ligeramente fruncido. A sus oídos llegaban amortiguadas las voces de Iben y Runa, que cuchicheaban entre ellas en el extremo opuesto de la tienda, aunque no se molestó en discernir aquello de lo que estaban hablando. En su lugar, continuó observando el trozo de lona bajo el que se resguardaban, como si fuera lo más interesante que hubiese visto jamás.

—Si todo sale según lo previsto, en unos días podremos enfrentarnos al rey Ecbert y sus hombres. —Le oyó decir a Eivør, que permanecía sentada a su lado, a apenas unos palmos de distancia—. ¿No estás emocionada? —Ante su interpelación, la aludida la miró por el rabillo del ojo—. Al fin podremos participar en una batalla de verdad —manifestó la mayor mientras deshacía la trenza de cuatro cabos que había lucido durante todo el día.

Drasil se encogió de hombros.

—Supongo que sí —respondió con simpleza.

Hasta el momento no habían podido disfrutar de un enfrentamiento en condiciones. Era cierto que habían combatido contra el gobernante de Northumbria, pero la batalla había sido tan desigualada que apenas habían podido recrearse en el dolor y el sufrimiento de los cristianos. 

Las huestes de Ælla resultaron ser una simple mota de polvo en comparación con los cientos de guerreros y escuderas que conformaban el Gran Ejército Pagano. No en vano les habían vencido en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Supones? —Eivør arqueó una ceja al tiempo que volteaba la cabeza hacia su interlocutora, que seguía tumbada bocarriba, con las piernas y los brazos estirados—. ¿Acaso no eras tú la que estaba ansiosa por venir a matar sajones? —inquirió, terminando de desenredar los últimos mechones de su larga cabellera.

La hija de La Imbatible dejó escapar una risita sardónica.

—No —contradijo, girando el cuello hacia la morena—. Si me aventuré a participar en esta incursión fue para vengar la muerte de Ragnar. Y porque quiero conocer mundo, saber qué hay más allá de nuestros dominios —corrigió en tanto alzaba el dedo índice para así enfatizar sus palabras—. Tú eras la que quería venir a matar sajones.

—Porque es la parte más divertida —se defendió Eivør, que había encontrado un nuevo entretenimiento en el puñal que llevaba colgado del cinto. Lo desenvainó y comenzó a juguetear con él, haciéndolo girar sobre su propio eje—. Ya sabes... Aplastar cráneos y amputar extremidades —añadió en un improvisado tono jocoso.

Drasil tuvo que apretar los labios en una fina línea para no carcajear. Su compañera siempre había tenido un sentido del humor un tanto retorcido.

—Eres una sádica.

—Dime algo que no sepa —contestó Eivør a la par que esbozaba una sonrisilla mordaz.

La castaña negó con la cabeza, divertida.

Su mejor amiga no tenía remedio.

La siguiente media hora la pasaron en silencio, cada una inmersa en sus propias cavilaciones. Eivør se había puesto a afilar su hacha y sus cuchillos, y Drasil continuaba tendida en su lecho. 

Su mente no dejaba de divagar, de recapitular los últimos acontecimientos. Pensó en todo lo que había ocurrido en aquellos últimos meses, en lo mucho que había cambiado su vida desde que Lagertha había reconquistado Kattegat, haciéndose nuevamente con el trono. Pensó en lo distinta que se sentía, en cómo una simple sucesión de vicisitudes había puesto todo su mundo patas arriba. Y pensó en su madre, en lo mucho que la echaba de menos.

Extrañaba su voz, dulce y aterciopelada. Extrañaba sus manos, que permanecían llenas de heridas y callosidades por el uso constante de la espada y el escudo, pero que siempre estaban dispuestas a ofrecerle alguna caricia. Y extrañaba sus consejos, las largas conversaciones en las que compartía con ella todos sus tormentos e inquietudes. Porque era en esos momentos, con aquella vorágine de sensaciones contradictorias agitándose en su interior, cuando la necesitaba más que nunca. Cuando precisaba su ayuda y su apoyo. 

Estaba confundida, mucho. Y la causa de aquella confusión tenía nombre y apellido: Ubbe Ragnarsson.

Habían transcurrido dos días desde la última vez que se habían visto, desde la última vez que habían tenido la oportunidad de estar a solas. El joven estaba muy atareado —desde que habían atracado en Repton, sus hermanos no habían hecho más que requerir constantemente su presencia para poder idear una estrategia de ataque— y ella tampoco había tenido muchas intenciones de forzar un encuentro.

Desde su disputa con Ivar, aquella noche tras la ejecución del rey Ælla, había vuelto a encerrarse en sí misma, aislándose de todo y de todos. Y es que por mucho que se empeñara en aparentar lo contrario, las palabras del Deshuesado le habían hecho mella. Y le habían afectado tanto porque en el fondo sabía que tenía razón.

Ivar no había dicho nada más que la verdad: tanto ella como Ubbe pertenecían a bandos distintos. Técnicamente eran enemigos, dado que el primogénito de Ragnar y Aslaug no lo dudó a la hora de intentar aniquilar a Lagertha. Y estaba segura de que sus deseos de venganza no habían menguado lo más mínimo.

Pero ella había sido egoísta. Había preferido seguir sus impulsos, ese deseo irrefrenable de estar junto al Ragnarsson, de entregarse a él, que cumplir con sus principios y obligaciones. Había traicionado a Lagertha, la mujer a la que siempre había considerado un referente, un ejemplo a seguir. Y lo había hecho sin tan siquiera titubear.

Una punzada de dolor le atravesó el pecho. Al igual que Ivar, ella también podía imaginarse la cara de decepción que compondría la afamada skjaldmö de enterarse de todo lo que había estado haciendo a sus espaldas, con nada más y nada menos que el hijo de su mayor enemiga. Aquel que había atentado dos veces contra su vida.

«Conozco a Lagertha lo suficiente como para saber que no te conviene tenerla de enemiga». Las palabras de su progenitora, aquellas que le había dedicado el mismo día que atacaron Kattegat, una vez que Ubbe y Sigurd fueron apresados, acudieron a su mente como un puñal recién afilado.

Ahora que el menor de los Ragnarsson sabía lo que había entre ellos, todo había cambiado. Las cosas se habían complicado y ella no estaba dispuesta a perderlo todo por un simple desliz, por un mero capricho. No cuando le había costado tanto llegar hasta donde estaba ahora.

Estaba convencida de que, a la menor oportunidad, Ivar emplearía aquel pellizco de información para perjudicarla. Había amenazado con destruirla, con acabar con ella, al igual que con el resto de sus compañeras. Pero ella no iba a darle esa satisfacción, no iba a permitírselo.

En cuanto regresara a Kattegat hablaría con Lagertha y le contaría todo lo que había sucedido con Ubbe, empezando por la noche del pajar. Quería que se enterase por ella antes que por Ivar, quien no lo dudaría a la hora de soltárselo a la primera de cambio para sembrar la duda y envenenarla contra ella. Y sí, era consciente de que no sería fácil, que quizá la rubia no volvería a confiar en ella —al menos no como antes—, pero no le quedaba otra alternativa. Debía afrontar las consecuencias de sus actos como la mujer adulta que era.

Con la convicción grabada a fuego en sus titilantes pupilas, Drasil se levantó de un salto. Aferró su capa y su esclavina de piel de lobo, que había dejado tiradas sobre una de las sillas de madera con las que contaba la carpa, y se las colocó sobre los hombros, atándoselas después al cuello.

—¿A dónde vas? —quiso saber Eivør, que había dejado de afilar sus armas para poder centrar toda su atención en la hija de La Imbatible.

Drasil fingió seguir anudándose la capa y la esclavina para no encarar a su mejor amiga, a quien daba la espalda.

—A tomar un poco el aire —solventó sin querer entrar en más detalles.

—Ya... —Eivør dejó su hacha arrojadiza en el suelo, junto con la piedra de amolar. Sus labios se habían curvado en una sonrisa maliciosa y sus iris pardos relucían con perversa diversión—. ¿Y no será que vas a reunirte con tu aprendiz de herrero? —tanteó, ocasionando que los músculos de la aludida se tensaran bajo la tela oscura de su camisa—. Sabes de quién te hablo, ¿no? Ese muchacho alto y apuesto con el que pareces haber estrechado lazos —continuó picándola.

Drasil tragó saliva, deshaciendo el molesto nudo que se había aglutinado en su garganta. Instantes después, se obligó a retornar a una expresión neutral y a girar sobre sus talones, quedando cara a cara con la morena. 

Por un lado, daba gracias a los dioses porque Eivør asociara sus salidas nocturnas con el aprendiz de herrero, puesto que eso significaba que no sospechaba de Ubbe, pero, por el otro, le irritaban sus insinuaciones sobre su relación con Aven.

—Para empezar, no es mi aprendiz de herrero. Se llama Aven —rebatió, cruzando los brazos sobre su pecho—. Y no, no voy a reunirme con él. Solo quiero despejarme un poco, nada más.

La mayor chasqueó la lengua con desaprobación.

—Eso no hay quien se lo crea. —Realizó un aspaviento con la mano—. He visto cómo te mira, es evidente que le gustas. Y mucho, me atrevería a decir —apostilló, a lo que Drasil puso los ojos en blanco—. Me alegro por ti, en serio. Se le ve buen chico. —Volvió a coger la piedra de amolar y su hacha, dispuesta a seguir afilándola—. Aunque no dudaré en cortarle la verga como ose hacerte daño —dijo, enarbolando su arma con un brillo amenazador en su mirada.

La castaña se masajeó el tabique nasal en un gesto cansado. Con ella también tenía una conversación pendiente, aunque no iba a ser esa noche. Primero debía aclarar las cosas con Ubbe. Esa era su prioridad en aquellos momentos, su principal objetivo. Después ya dispondría de todo el tiempo del mundo para hablar con Eivør.

—Por todos los dioses... —Drasil se echó el pelo hacia atrás—. Estás viendo cosas donde no las hay —farfulló mientras negaba tozudamente con la cabeza.

Una nueva sonrisa culebreó en los labios de Eivør.

—Lo que tú digas, Dras. Lo que tú digas.

Sus pasos la condujeron hacia una tienda en particular, una que ella muy bien conocía por las veces que la había frecuentado, por las horas que había pasado en su interior, entregándose al deseo y a la pasión. 

Con la capucha de su esclavina cubriéndole la cabeza, Drasil se detuvo frente al trozo de tela que hacía la función de puerta. Las manos le habían empezado a sudar y el corazón le latía con fuerza bajo las costillas. Estaba nerviosa, era más que evidente.

Dio gracias a los dioses porque fuera de noche y el campamento se encontrase sumido en una inquietante penumbra, brindándole la posibilidad de pasar desapercibida. Aunque de sobra sabía que no podía fiarse, que siempre podía haber alguien vigilando todos y cada uno de sus movimientos. Ivar se lo había demostrado con creces, haciéndole saber que sus esfuerzos por ser discretos en todo lo que respectaba a su aventura no habían servido de mucho. Al menos no con él.

La escudera respiró hondo, tratando de serenarse. Cerró momentáneamente los ojos, a fin de normalizar el ritmo de sus acelerados latidos, y se forzó a mantener la calma, a no ceder a las emociones, a ese caos de sensaciones discordantes que no parecía querer darle tregua. Apenas un instante después, cuando creyó haber recuperado la compostura, tomó la lona entre sus temblorosas manos y la apartó.

Una inmensa calidez la recibió nada más poner un pie en el interior de la carpa, acompañada del inconfundible olor a hidromiel y a carne asada. En un acto reflejo, sus orbes esmeralda se desviaron hacia el pequeño fuego que ardía en el centro de la tienda, junto al cual se erigía una portentosa mesa de madera. Sobre ella pudo vislumbrar un plato con los restos de lo que antes había sido un pollo. Aunque su atención no demoró en focalizarse en la persona que permanecía acomodada sobre una pila de cojines de diversos tamaños.

Ubbe no parecía haber reparado en su presencia. Estaba tan ensimismado en sus pensamientos que no se había percatado de que ya no se encontraba solo. Tenía el ceño fruncido, lo que propiciaba la aparición de algunas arrugas en su frente, y la mirada perdida. Puede que su cuerpo estuviera allí, a tan solo unos metros de ella, pero su mente estaba lejos, muy lejos. Probablemente en la batalla que tendría lugar en unos días.

—Hola —saludó Drasil, retirándose la capucha de la esclavina.

El joven dio un ligero respingo, sobresaltado. Viró la cabeza en la dirección de la que había provenido aquella voz, topándose con la figura de la skjaldmö, que lo escudriñaba en la distancia, con las manos entrelazadas sobre su regazo y una mueca indescifrable contrayendo sus facciones. 

Al ver que se trataba de ella, los músculos de Ubbe se relajaron.

—Hola —respondió él.

Drasil avanzó unos pasos, acercándose a la lumbre. Desde allí pudo examinar mejor al Ragnarsson, en cuya mano derecha sostenía un cuerno vaciado. Su aspecto era descuidado, aunque eso a él no parecía importarle. Estaba más pálido de lo habitual, con la barba larga y mal recortada, y las ojeras que surcaban la parte superior de sus pómulos eran una clara evidencia de que apenas había podido descansar desde que habían llegado a Inglaterra, atendiendo a sus obligaciones como colíder del Gran Ejército Pagano.

—¿Te encuentras bien? —consultó Drasil sin poder disimular un timbre nervioso en la voz—. No tienes buen aspecto. —Observó con gesto crítico.

Ubbe se pasó una mano por la cara antes de asentir.

—Sí. —Le dio un sorbo a su hidromiel, secándose después las comisuras de la boca con la manga de su camisa—. Tan solo estoy cansado —adujo en tanto se restregaba los lagrimales—. Han sido unos días muy intensos. Mis hermanos y yo estamos trabajando muy duro para idear una estrategia de ataque que nos lleve directos a la victoria. —Se terminó lo que le quedaba de bebida de un trago y depositó el recipiente sobre uno de los cojines.

Drasil se abrazó a sí misma.

—¿Quieres que venga mejor en otro momento? —inquirió, hundiendo los dedos en la piel de sus brazos. Su estado de nervios no había mejorado ni un ápice—. Yo no... no quisiera ser una molestia —musitó, cohibida.

Ante ese último comentario, Ubbe alzó la mirada hacia ella, consciente de que tal vez había sido demasiado evasivo, demasiado frío. Se arrepintió enseguida. Drasil jamás era una molestia para él.

—No. —Aquel vocablo salió firme y contundente de sus labios—. Quédate, por favor —le pidió casi a modo de súplica. No quería que se marchara.

La muchacha asintió, para finalmente tomar asiento a su lado.

El primogénito de Ragnar y Aslaug aprovechó su visita para ponerla al día. Drasil lo escuchó con atención, en un intento desesperado por ignorar la inmensa desazón que se había instaurado en su pecho, enroscándose alrededor de su corazón. Habló cuando así lo creyó conveniente y procuró mantenerse inexpresiva cuando Ubbe mencionó lo irritante que estaba Ivar últimamente. Y es que el menor de los Ragnarsson no hacía más que cuestionar la autoridad de sus hermanos mayores, creyéndose el único con derecho a liderar las tropas.

Aquello no le sorprendió en absoluto. Por lo que había oído, El Deshuesado siempre había tenido delirios de grandeza. Se creía superior a los demás y no lo dudaba a la hora de alardear de ello. Puede que fuera astuto e inteligente —cosa que no iba a negar, por mucho que le desagradara—, pero a sus ojos continuaba siendo un crío. Un niño caprichoso y consentido que aún tenía mucho que madurar y aprender.

Un cosquilleo en su muñeca derecha hizo que volviera a la realidad. Los dedos de Ubbe se habían afianzado en torno a ella, acariciándola con suavidad, transmitiéndole esa paz y ese sosiego que tanto necesitaba. 

Por un momento olvidó el motivo por el que estaba allí, la razón por la que se había aventurado a tomar aquella drástica decisión. El cálido toque del joven había logrado evadirla de todos sus problemas y preocupaciones... Aunque no tardó en refugiarse nuevamente tras una máscara de impasibilidad.

Apartó su mano de la de Ubbe y comprimió la mandíbula con fuerza.

—¿Ocurre algo? —quiso saber el chico, extrañado por su reacción.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que no podía retrasarlo más, que debía hacerlo ya, a pesar de que una parte de ella se negaba en rotundo. Se colocó un mechón rebelde detrás de la oreja e inspiró por la nariz. Si estaba allí era porque así lo había decidido, porque así lo había querido. No podía echarse atrás, no ahora que su futuro pendía de un hilo.

—Deberíamos parar —soltó al fin.

Ubbe la observó con una ceja arqueada.

—¿Parar el qué?

—Lo que hay entre nosotros —zanjó Drasil.

Se hizo el silencio. Uno tenso e incómodo.

La escudera tragó saliva, viéndose incapaz de mirarlo a los ojos. Todo su cuerpo había entrado en tensión; su respiración se había entrecortado y sus manos no dejaban de juguetear la una con la otra. Le estaba resultando más duro de lo que había imaginado en un principio.

—¿Qué? Pero ¿por qué? —Ubbe se incorporó ligeramente, quedando a la misma altura que Drasil. La contempló con sumo detenimiento, sin comprender a qué se debía ese repentino cambio de actitud—. Pensaba que estábamos bien, que disfrutábamos de la compañía del otro —prosiguió, desconcertado—. ¿Acaso no es así?

La castaña se mordisqueó el interior del carrillo.

Estaba empezando a agobiarse.

—Esto se nos está yendo de las manos, Ubbe —murmuró al tiempo que se ponía en pie y caminaba de nuevo hacia la hoguera. Se tomó unos segundos para admirar las llamas, la hipnótica incandescencia que emanaba de ellas.

El caudillo vikingo no demoró en imitarla. Se levantó y se aproximó a ella, que seguía dándole la espalda. Drasil se estremeció cuando las manos de Ubbe se asentaron en su cintura, obligándola a que se diera la vuelta y lo encarase.

—Dras, mírame. —El Ragnarsson aprisionó su barbilla y la alzó con delicadeza, consiguiendo que sus iris azules volvieran a conectar con los verdes de la joven—. ¿Qué ha sucedido? Porque no pensabas así hace unos días —insistió—. ¿Ha sido Sigurd? ¿O Ivar? ¿Mis hermanos te han dicho algo?

Drasil retrocedió, cortando el contacto visual y el físico. La mano de Ubbe cayó contra su costado mientras la escrutaba con intensidad, en busca de respuestas.

—Esto no tiene nada que ver con ellos —aclaró la hija de La Imbatible, cruzándose de brazos. Su fisonomía se había crispado en un rictus turbado—. Es una decisión mía.

Aquellas palabras fueron como un jarro de agua fría para Ubbe.

—Decisión —repitió él.

—Así es. —Drasil asintió—. Es mejor que dejemos de vernos... Antes de que no haya marcha atrás —indicó con un sabor amargo extendiéndose por toda su boca. Odiaba sentirse así frente a él, tan débil y vulnerable. Toda su seguridad, todo su valor, se había desvanecido sin dejar rastro.

El primogénito de Ragnar y Aslaug hundió los hombros, derrotado.

—¿Qué ha cambiado?

—No ha cambiado nada. Ese es el problema, que todo sigue igual —farfulló la muchacha. Sus labios hilvanaron una sonrisa carente de humor—. Seguimos perteneciendo a bandos opuestos, Ubbe —le recordó.

El susodicho dejó escapar un exabrupto. Volvió sobre sus pasos y cogió el cuerno vaciado que había dejado sobre uno de los cojines. Apenas un instante después, se acercó a la mesa en la que había tomado el nattveror y rellenó el recipiente. Todo ello bajo la atenta supervisión de Drasil, que no se había movido de su sitio.

Ubbe le dio un largo trago a su hidromiel antes de retomar la palabra:

—Pensaba que no te arrepentías de lo que ocurrió en el pajar —comenzó a decir, señalándola con el dedo índice. La aludida clavó la vista en el suelo, apocada—. Creía que te daba igual lo que pensaran los demás. —Sorbió de nuevo, sintiendo cómo el calor se le empezaba a acumular en las mejillas y en las orejas—. Pero ya veo que me equivocaba —cizañó.

Drasil emitió un suspiro. Si ya de por sí aquella situación era complicada, la actitud berrinchuda de Ubbe no mejoraba las cosas. ¿Tanto le costaba entender que era lo mejor para los dos? ¿Que no podían seguir así, inmersos en aquella espiral de perdición?

—No es tan sencillo —se defendió, alzando nuevamente el rostro hacia él.

—Para ti nada lo es. —El Ragnarsson chistó de mala gana.

La skjaldmö arrugó el entrecejo, molesta. Una llamarada de enfado la recorrió de pies a cabeza, tentándola a descargar su frustración en el atractivo semblante de Ubbe, que parecía pedir a gritos ser golpeado. Por suerte para ambos, logró contenerse.

—Eres incapaz de ponerte en mi lugar, ¿verdad? —le recriminó.

—¿Y qué hay de ti, Drasil? —Ubbe irguió el mentón con altivez, dejándole bien claro que no iba a caer en su juego, que no pensaba a ceder ante sus provocaciones—. ¿Acaso tú alguna vez te has puesto en el mío? —replicó, punzante.

Con los puños apretados y pegados al cuerpo, la mencionada acortó escabrosamente la distancia que la separaba su interlocutor, quedando a escasos centímetros de él. Tuvo que echar la cabeza hacia atrás para poder mirarlo a los ojos, puesto que Ubbe era más alto que ella.

La cercanía entre sus respectivos rostros crispó sus ya alterados nervios. Podía notar su cálido aliento, ligeramente aromatizado por el hidromiel que había ingerido, chocar contra sus labios, lo que provocó que el vello de la cerviz se le erizara.

—He trabajado muy duro para llegar hasta donde estoy ahora —masculló Drasil entre dientes—. Puede que a ti no te importe la opinión de los demás, que te dé igual lo que piensen tus hermanos de ti. —Realizó una breve pausa, lo justo para proferir un breve resoplido—. Pero yo no pienso arriesgarlo todo por... ¿Por qué, Ubbe? ¿Qué hay entre nosotros, más que sexo y diversión? —rezongó, presa de la rabia que la carcomía por dentro.

Durante unas milésimas de segundo le pareció ver cómo el semblante del guerrero se contraía en una expresión de puro abatimiento, pero fue tan rápido, tan efímero, que enseguida desechó esa idea. Los ojos de Ubbe le devolvieron una mirada vacía, carente de sentimientos. Ambos se habían convertido en un reflejo del otro: huraños e impertérritos.

—Tú misma lo has dicho. —La voz del primogénito de Ragnar y Aslaug sonó severa, tanto que Drasil no pudo evitar sobrecogerse—. Tan solo sexo y diversión —acreditó.

La escudera apretó aún más los puños, clavándose las uñas en la palma de sus sudorosas manos. Sin embargo, aquel pellizco de dolor no fue comparable al que le había producido oír esas palabras de boca del Ragnarsson.

Los iris celestes de Ubbe la fulminaron una última vez antes de que este girara sobre sus talones y volviera a dirigirse hacia la pila de cojines en la que había estado sentado minutos antes. Se dejó caer sobre ellos y le dio un nuevo sorbo a su bebida.

—Será mejor que te marches —pronunció mientras señalaba con un suave cabeceo la salida—. Ya no tiene sentido que estés aquí. —Se encogió de hombros con una naturalidad insultante.

Drasil negó con la cabeza, resentida.

—No. Definitivamente no lo tiene.

Volvió a cubrirse con la capucha de su esclavina y, sin más preámbulos, abandonó la carpa.

▬▬▬▬⊱≼≽⊰▬▬▬▬

N. de la A.:

¡Hola, mis pequeños vikingos!

Hmmm... Puedo sentir el odio que me profesáis en estos momentos. De hecho, yo también me odio un poquito, pero en mi defensa diré que esto tenía que pasar tarde o temprano. O sea, Drasil tiene un sentido del deber muy marcado (ya lo habéis visto x'D). Habría quedado muy raro que se olvidase de todo aquello en lo que cree por estar con Ubbe (recordemos que estos dos aún no saben lo que sienten el uno por el otro). Por no mencionar que es tozuda como ella sola y, en cuanto ha visto que la cosa se ha descontrolado un poco, pues ha dicho: «hasta luego, Maricarmen». El caso es que ha elegido a Lagertha y a sus propias ambiciones por encima de Ubbe. Os dije que se avecinaba drama, y yo cumplo con mi palabra xd

En fin, dejando a un lado el hecho de que me haya cargado unos de los ships que más gustan de esta historia, ¿qué os ha parecido el capítulo? Porque últimamente tengo la sensación de que estoy perdiendo la chispa a la hora de escribir. No sé, quizá sean paranoias mías, pero no puedo evitar pensar que la historia está perdiendo calidad. Tal vez sea por el estrés al que estoy sometida últimamente, but... Las dudas xD

Por cierto, creo que este es el capítulo más largo hasta el momento, ya que ha alcanzado las 4000 palabras. Me ha costado un ovario y medio redactarlo, puesto que había que profundizar mucho en los pensamientos y emociones de Dras, pero bueno jajaja. Espero haber sabido transmitir todo bien y que no haya quedado raro ni forzado >.<

¿Apuestas sobre lo que ocurrirá en los próximos capítulos? Porque ya os digo que el drama no ha acabado todavía. Estamos en la recta final de la temporada 4B y hay que sufrir para cerrar el primer acto como Dios manda x'D

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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