Cuentos: Construyendo un mundo

By diegogrispo

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Libro de cuentos de ficción especulativa (ciencia ficción) Un experimento: voy a hacer un worldbuilding abier... More

El proyecto
La idea del mundo
La cronología
2299 ¡Buenos días, Li!
2410 Ecópolis 8
2310 Terraformando
2855 Dormir o morir
2338 Mei
2389 - Los enamorados

3202 El luchador

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By diegogrispo

Lo vio alejarse sin mirar atrás ni una sola vez. Creyó adivinar una sonrisa en su rostro y la seguridad de que estaba satisfecho por el pacto.

Habían establecido las reglas de lo que sería el combate de sus vidas. El último combate para saber quién era el mejor. Nadie había podido vencerlos hasta ahora.

La arena clandestina donde se desarrollaban las peleas ya estaba expectante para lo que se habían denominado desde el primer momento como "la pelea final".

Era la segunda vez que Karlo se reunía con su contrincante.

La primera, para definir que entrenarían durante 2 años antes del combate. Y, en esta ocasión, para establecer la fecha exacta y quienes se encargarían de gestionar todos los pormenores de una actividad que era perseguida por las autoridades federales.

Karlo había nacido en el año 2603. Fue reconocido de inmediato como un luchador genial y pasó rápidamente al circuito profesional. Casi tan rápido como luego migró al circuito clandestino, donde los créditos obtenidos por los combates eran sustancialmente mayores que en el ámbito profesional y donde, por supuesto, las apuestas llegaban a multiplicar en varios órdenes los créditos en juego. Que los enfrentamientos fueran a muerte era solo una característica más.

Llegó a una edad en la que ya no podía pelear. Su cuerpo era testigo de los daños sufridos en una vida permanente de combates cuerpo a cuerpo, contra los más salvajes contrincantes del mundo entero.

Aprovechó al máximo los créditos ahorrados y consiguió sobornar al personal técnico de almacenamiento para que sus propias características fueran mantenidas en el cuerpo cultivado que le asignarían al despertar. Si bien era ilegal programar el cuerpo cultivado con mejoras, Karlo no las quería. De hecho, las rechazaba de plano. Él no quería despertarse como un rubio nórdico pensando que no se sentiría cómodo, así que pagaba para despertarse como lo que siempre fue: un claro representante de la antigua Europa mediterránea.

Karlo planeaba repetir la rutina de despertar, hacerse combatiente profesional de la arena y pasar a la clandestinidad para volver a luchar a muerte. Quería saber cuál era su límite y qué se aprendía de llevar ese límite cada vez más lejos.

Karlo salió de la cultivadora estirando todo su cuerpo. Una maniobra que era habitual y que parecía fuera de lugar en el aséptico ambiente del laboratorio. El nuevo cuerpo no era todo lo que él esperaba, pero tenía claro que entrenándolo podía sacar provecho de él. Era su tercer despertar.

El técnico de la cultivadora le entregó una tableta transparente para que firmara el conforme del nuevo cuerpo. En la tableta comenzó a parpadear un número de cuenta en la esquina superior derecha. Era evidente que el muchacho esperaba la tajada convenida después de haber cumplido con su parte.

Karlo transfirió la cantidad acordada de créditos y en ese instante irrumpieron en la sala cinco oficiales del servicio de seguridad federal.

Tumbaron al técnico y le inmovilizaron, como era habitual, con un parche de toxinas pegado al cuello.

Uno de los miembros del servicio de seguridad federal depositó un pequeño disco sobre el suelo y rápidamente se desplegó un holograma.

Una joven china, vestida a la ancestral usanza imperial, apareció frente a Karlo.

—Hola, soy Mei.

Karlo mantuvo la calma. Contra el fondo blanco del salón de las incubadoras de cuerpos, los colores del holograma se apreciaban en todo su esplendor. Estaba radiante.

A punto de iniciar su cuarta vida, la experiencia colectada en sus tres anteriores era suficiente para aconsejarle que mantuviera la boca cerrada.

—¿Me conoces? —inquirió Mei.

—Si —respondió de forma tajante.

—Bien. He seguido tus vidas pasadas. Para entender qué es lo que intentabas hacer. ¿Sabes? Una de mis funciones es entender a los humanos. Me gusta intentar hacerlo. A veces no lo consigo, claro... y cuando alguien se sale de lo estándar, viola la ley o hace lo que sea que no sea usual, bueno... me propongo seguirlo, no desde muy cerca, para que no note mi presencia... y, a propósito, tú no la notaste ¿verdad?

—No.

—Pues a eso me refería. Quiero comprender la psique humana desde la experiencia. Dejando actuar a los distintos. Tú eres distinto. Tú has hecho algo que no es usual. ¿Me gustaría saber qué te inspiró? ¿Qué pensamientos te guiaron?

—Nada en particular —se ofuscó Karlo. Todo le parecía una violación de su intimidad. Estoy cometiendo un delito, pensó, pero ¿tiene derecho a meterse en mi cabeza?

Sus pensamientos fueron interrumpidos por la continuación del monólogo de Mei

—Quiero decir, no has aprovechado tus nuevas vidas para aprender nada distinto. Y si bien esto no es tan inusual, luego de la segunda vida el ansia se va apagando y los humanos cambian el foco de interés. Pero en tu caso no ha sido así. El ansia por seguir haciendo lo mismo sigue intacta, reforzada, diría yo. Te has dedicado a hacer exactamente lo mismo en las tres vidas. A replicarlas casi exactamente... entonces ¿qué buscas?

—Nada en particular.

—Si, si, eso ya lo dijiste. Prueba otra vez. La verdad estaría bien.

Karlo volvió a elegir el silencio.

—Creo que intentas pasarte de listo. Y la verdad es que ese intento conmigo es vano. Soy varias veces más inteligente que tú y dije "varias veces", sin especificar un número para evitar ofenderte. Así que, por favor, ayúdame a entender tus motivaciones. Para mi es importante hacerlo.

—Soy un seguidor del camino del guerrero —soltó Karlo de pronto.

—Lo sé, lo sé, pero ¡explícame! ¿qué buscas con esto de los combates? ¿no has ganado ya los suficientes? ¿No has demostrado acaso lo bien que se te da?

—Busco conocer mis límites —dijo Karlo intentando dar con una respuesta que la convenciera.

—Entiendo eso. Parece loable. Es bueno conocer nuestros propios límites. Pero los límites no están solo en una dirección. Los que han buscado conocer sus límites, según he comprobado, en la segunda o tercera vida cambian el ángulo, quizás, la meditación, la introspección. O ¡escalar una montaña!, por poner un ejemplo, ¿no te permitirían conseguir el mismo resultado? ¿Qué sentido tiene matar a otro para encontrar tu límite?

—Yo no mato a otro —dijo Karlo con tono ácido, costándole disimular su enfado—. El otro muere en su búsqueda por encontrarse o validar sus límites. Fracasa. Yo triunfo. Siempre triunfo.

—Has repetido durante tres vidas lo mismo. Y vas a intentarlo una cuarta vez. Me pregunto: ¿Cuánto más te falta aprender? Por eso he decidido intervenir. Quiero la verdad.

Karlo miró al holograma fijamente. El nivel de detalle que representaba a la joven china era impresionante. Si no la hubiera visto aparecer del disco podría confundirla con una persona de carne y hueso.

Era Mei. La más alta autoridad mundial. Conocía lo que se decía de ella. Desde ser la más crítica de la especie humana hasta la más admiradora de toda la humanidad.

Las opiniones sobre ella abarcaban todo el espectro posible y ahora la tenía cara a cara.

Karlo se creía único. Y Mei también lo era. Tal vez ella entendiera.

No comprendía su situación. No acababa de decidir si estaba detenido y sería juzgado o si le revocarían el permiso para volver a despertar. Su situación era indefinida.

Pero tal vez la curiosidad de Mei fuera sincera, quizás ella entendiera.

—He trascendido el camino del guerrero —dijo finalmente.

—¿Y eso qué significa? —dijo Mei con su semblante congelado.

—Que solo me falta experimentar una cosa.

—¿Y cuál es esa cosa que aún no has experimentado?

—Me falta encontrar a alguien que me venza —dijo Karlo ensanchando su pecho.

—¿Perder? ¿La derrota?

—Para estar completo debo ser vencido. Debo experimentar las dos caras de la moneda.

Mei no dijo nada. Por un momento se quedó en silencio. Lo miró a Karlo de arriba a abajo.

—Suponía que había algo más... presumo que dejarse ganar no es una opción.

Karlo soltó una carcajada.

—Dejarme ganar no es algo que quiera aprender a hacer. Quiero saber qué se siente en la derrota. Quiero estar entrenado para ganar. Quiero luchar para ganar. Por lo que la derrota debe ser verdadera y sin paliativos. Quiero saber que se siente al verte superado. Tú deberías entenderlo.

—Es lo que quiero hacer, pero ¿porque dices que es algo que yo debería entender?

—Porque según he leído es parte de tu naturaleza.

—Explícate, por favor.

—Un combate es lenguaje, pura comunicación. Tiene sus propias reglas, tiene sus pausas, tiene sus cambios de ritmo. Incluso tiene sus despistes. El combate es una expresión lingüística más. Y tú eres una IAL. Tú deberías entender.

El holograma de Mei sonrió. Lo miró de forma condescendiente y aclaró.

—Puedo decirte que todo en la vida del ser humano es lenguaje. Y, como señalaste, es una de las características que nos define a mí y a mis hermanas. Lo que dices no me es ajeno y creo poder entenderlo. Debo estudiarlo. Te dejaré actuar, pero estaré vigilando de cerca, aunque no me veas.

—¿Estoy libre? ¿Y el muchacho de la cultivadora?

—Él será castigado con todo el peso de la ley. No puedo permitir que salga indemne de lo que ha hecho. Tu eres un experimento y puedo tomarme esa libertad. Guarda esto —. En la tableta de Karlo aparecieron unos códigos que le eran desconocidos.

Mei continuó.

—Si quieres hablar conmigo pide al próximo técnico que sobornes que incluya este código de adn en cualquier parte de una secuencia no codificante de tu cadena. No te afectará en nada. Pero yo detectaré la anomalía instantáneamente y vendré a tu encuentro.

—Pero de esa forma el técnico será castigado por mi culpa.

—¿Qué sentido tiene no ser castigado cuando cometes un error contra la sociedad? Y no será tu culpa. Es el otro que en su búsqueda por encontrarse... fracasa. Y triunfa el sistema — terminó Mei guiñandole un ojo mientras sonreía. Un instante después el holograma parecía desaparecer absorbido por el plato transmisor.

Karlo abandonó las instalaciones de la cultivadora como había hecho las tres veces anteriores. Su cuarta vida comenzó sin más sobresaltos.

Durante tres vidas más Karlo continuó haciendo lo mismo. Tal y como le había mencionado Mei, también se vio tentado por cambiar la perspectiva, de escalar alguna montaña, pero no sucumbió al cambio de terreno. Su espacio era la arena clandestina y allí estaba su destino final.

Al término de su séptima vida Karlo lo comprendió.

Se recuperaba de una lesión en la espalda y miraba por la ventana un panorama desértico y ventoso en el exterior. Nada podía indicar que en esa visión encontraría la inspiración o que ese paisaje árido podía dar origen a una epifanía. Pero en ese determinado instante supo lo que tenía que hacer.

Introdujo la secuencia de adn no codificante y se la pasó a su contacto haciéndole prometer que ese trozo de código estaría en la cadena de adn de su nuevo cuerpo. Un trozo de adn inservible que ahora cumpliría la misión de hacer una llamada a Mei.

Cuando abrió los ojos Mei se encontraba frente a él.

Se estiró despacio, como era su costumbre.

—Me convocaste y aquí estoy. Has tenido varias vidas con éxito. Lamento mucho que no hayas podido ser derrotado y que tu búsqueda de la verdad no haya llegado a su fin, pero presumo que tu deseo de reunirte conmigo obedece a un pedido.

Karlo la miró un largo rato. Estaba lúcido, pero se quería tomar su tiempo para observar a la joven oriental un poco más. No pasaba el tiempo para ella y, sin embargo, tenía la experiencia de miles de vidas sin haberse echado a dormir ni una sola vez. ¿Qué se sentirá? ¿Cuál será su límite?

—¿Y bien? —le apuró Mei sacándolo de su ensueño.

—Si. Necesito hacerte un pedido que garantizará que pierda en el próximo combate. Pero mis contactos no tienen el poder suficiente para llevar a término mi plan. Es... más ilegal... claro. Recurro a ti como la última opción, en la seguridad de que tu sabiduría validará mi idea y arbitrarás los medios para llevarla a cabo.

—No creo que con adulaciones consigas nada más de lo que esté dispuesta a concederte. Cuéntame.

Karlo expuso su idea de forma clara y concisa. No tardó mucho. Mei escucho atentamente. y aceptó poniendo sus condiciones.

—¿No habrá una parte de ti que se reproche esto que me estás pidiendo?

—Te puedo garantizar que ninguna parte de mi se opone a lo que te pido. No puede hacerse de otra forma.

—Mi condición es que los dos, o el que sobreviva, estarán condenados a seguir viviendo el resto de los años naturales que les queden de vida, ingresando al movimiento No Dormir, no volverán a entrar al sistema nunca más. Esta será la última vida para ambos.

Karlo asintió.

—Y si después del combate el perdedor no muere en la arena y puedo sanar su cuerpo: así lo haré. Si el destino quiere que en la derrota no haya muerte, que no se la fuerce.

Karlo volvió a asentir, pero inquirió confundido.

—¿Qué pretendes conseguir?

—Solo alguien con quien hablar. El que pierda será el que más haya aprendido. Y el que gane deberá canalizar su frustración. Cualquiera que sea el resultado, yo podré hablar con los dos para evaluar a la especie humana en una situación totalmente anormal. Me parece un buen trato. La semana que viene se pondrá en contacto contigo tu contrincante.

El holograma de Mei se desvaneció.

Karlo se concentró en su entrenamiento. Fue concienzudo. Estaba dispuesto a darlo todo. Y sabía que su rival estaba haciendo exáctamente lo mismo.

El día del combate llegó.

Entró en la jaula de la arena con toda la confianza que siempre le acompañaba.

Tenía la certeza de era el día en que obtendría lo que quería, ganara o perdiera.

Desde el extremo opuesto de la jaula entró su oponente.

El clon de Karlo se quitaba la capucha de la bata dejando su amplia sonrisa expandirse por su rostro. Aunque la gente no lo supiera con certeza, adivinaba que no era un clon común. Este era una copia exacta, no solo de su cuerpo, sino también de su mente, algo totalmente ilegal a lo que solo Mei, como guardiana de las conciencias dormidas, tenía acceso.

El griterío de los espectadores era embriagador.

Los dos Karlo se miraron triunfantes. El combate estaba por comenzar.

Uno de los dos alcanzaría la sabiduría.

Sin importar cuál de los dos ganase, Karlo había encontrado la solución a su problema.

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