Mi Salvaje

By incercadiparadiso

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Que nerviosa se sentía, le temblaban las piernas. No recordaba o eso creía, haber pasado un día tan emocionan... More

Capítulo 1: Primer amor
Capítulo 2: El pasado no se olvida
Capítulo 3: Por siempre y para siempre
Capítulo 4: Volviendo a mi hogar
Capítulo 5: Finalmente en casa
Capítulo 6: Un mal entendido
Capítulo 7: La pregunta
Capítulo 8: Personas del pasado
Capítulo 9: La charla
Capítulo 10: Volverte a ver
Capítulo 11: Volver al pasado
Capítulo 12: Nunca es tarde para volverlo a intentar
Capítulo 13: La cena
Capítulo 14: La suerte está de mi lado
Capítulo 15: Niños otra vez
Capítulo 16: Escondidas
Capítulo 17: Sentimientos que reviven
Capítulo 18: No te olvidé
Capítulo 19: Recuerdos flotando en el aire
Capítulo 20: Una estúpida interrupción
Capítulo 21: Pequeñas sorpresas
Capítulo 22: Encubriendo al enemigo
Capítulo 23: Apolo
Capítulo 24: Un impulso, otra vez
Capítulo 25: Ella
Capítulo 26: Confusión
Capítulo 27: Ya no somos niños
Capítulo 28: Te echo de menos
Capítulo 29: Te voy a salvar
Capítulo 30: Perdidos
Capítulo 31: Preguntas
Capítulo 33: Por poco te beso
Capítulo 34: Perdón
Capítulo 35: Me muero si te pierdo
Capítulo 36: Quiero decirte algo
Capítulo 37: Besame
Capítulo 38: ¿Donde estoy?
Capítulo 39: Nuestro beso
Capitulo 40: ¿Un sueño?
Capítulo 41: No era un sueño
Capítulo 42: No era un sueño
Capitulo 43: La historia se repite
Capítulo 44: Estoy enamorado
Capítulo 45: Él
Capítulo 46: Dejar las cosas claras
Capítulo 47: Se terminó
Capítulo 48: Te amo
Capítulo 49: Nuestra historia de dos
Capítulo 50: Una nueva persona
Capítulo 51: Debo volver
Caítulo 52: No puedo irme
Capítulo 53: Te amo
Capítulo 54: Te perdí de nuevo
Capítulo 55: Soy un cobarde
Capítulo 56: Mi príncipe salvaje
Capítulo 57: Final
Nueva novela

Capítulo 32: Contigo

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By incercadiparadiso

-Paulo está conmigo, papá. -le dijo ella.

- ¿Contigo? -inquirió.

-Si...es largo de contar ahora. Pero para hacerlo corto, nos perdimos, el caballo escapó y estamos atrapados en el establo de los Mc Adams.

-Dios santo -suspiró Osvaldo -Juro que llegué a pensar lo peor. Gracias al cielo estás bien, mi vida y por suerte bien acompañada.

Ella miró a Paulo y le sonrió.

-Sí, es una suerte muy grande.

- ¿Están bien protegidos? ¿Podrán aguantar hasta que la tormenta acabe? -le preguntó.

Oriana miró a su alrededor. Gracias a la luz, aquel lugar ya no era tan tétrico. Miró hacia la ventana y vio el fuerte viento que había.

-Sí, papi...estamos bien. Podemos esperar.

-Cuídate mucho, mi cielo -dijo dulce -Y ahora pásame con Paulo.

-Adiós -se despidió ella y le dio el teléfono al castaño.

-Señor -dijo él al atender.

Oriana lo observó atenta, reparando en aquel devastador gesto de concentración. ¿Por qué era tan lindo? Sacudió la cabeza

-Está bien, señor, no se preocupe.

Colgó y le devolvió el aparato.

-Aquí tienen, muchachos -dijo el viejo Mc Adams entrando de nuevo.

Se giraron a verlo y se acercaron a él. Les había traído todo lo que les había prometido. Paulo tomó las cosas.

-De verdad muchas gracias, señor Mc Adams -le dijo Paulo -Y...perdón por creer que estaba muerto.

El anciano sonrió cortamente y volvió a caminar hacia la salida.

-No se preocupe, niña. No me ha hecho ningún mal. Ahora los dejo. Que pasen una buena noche.

Oriana se acercó a Paulo para buscar algo que ponerse. Él le dio una vieja remera de mangas largas y un pantalón gris de dormir. Ella los aceptó más que encantada. Fue hacia un rincón para cambiarse. Él también se apartó para hacer lo mismo. Se cambiaron el silencio, escuchando los movimientos del otro. Oriana se aguantó las ganas de girar a verlo...no podía hacerlo. Suspiró aliviada al sentirse seca y abrigada. Volvió hacia el fuego y vio que Paulo terminaba de colocarse la remera.

-Ven, vamos a comer un poco -le dijo él mientras se sentaba.

-No tengo hambre -dijo ella y se sentó a su lado.

Pero entonces su estómago gruñó. Paulo la miró divertido y le tendió un poco de pan.

-Mentirosa, tu panza está implorando por un poco de lo que sea.

Ella rio y tomó el pan. Volvieron a quedarse en silencio, comiendo despacio. El sonido de un rayo llegó a sus oídos y la luz se fue en un instante. Oriana buscó la mano de Paulo en la oscuridad, pero encontró que él se acercaba por detrás y la abrazaba, formando un refugio para ella con su cuerpo. Más tranquila se apoyó contra su pecho. Al parecer la luz se había cortado. Ella pensó en Agustin, sabía lo miedoso que era con la oscuridad. Entonces sintió que él tomaba una de sus manos y la elevaba un poco, ella miró sus manos unidas y observó sus diferencias. Su mano era el doble de la de ella, era fuerte y caliente. Paulo no podía creer lo que sus ojos estaban viendo. Ella tenía el anillo que él le había regalado antes de que se fuera. Con uno de sus dedos acarició la pequeña joya.

-Aún lo tienes -murmuró más para sí mismo que para ella.


Pero ya que Oriana estaba apoyada contra su pecho lo escuchó.

-Siempre lo cuidé mucho, por eso lo tenía guardado

Le contó y giró un poco la cabeza para observarlo. Él miraba fijamente su mano

-Fue raro...antes de volver hacia aquí lo había estado perdiendo cada dos por tres, por eso había decidido guardarlo en mi joyero.

Paulo alzó ambas cejas y siguió mirando el anillo. Aquello era bastante extraño. Se tocó, con la otra mano, el pecho, buscando su medallita. Y allí estaba, pegada a su corazón. Desde que Oriana estaba allí, no había vuelto a perdérsele. ¿Aquello era casualidad o algo más? El silencio que había allí adentro los dejaba escuchar con perfecta claridad los sonidos de la lluvia y el viento. Entre ellos ya no había tensión, solo un poco de confusión. Paulo sintió como el cuerpo de Oriana se relajaba contra él y supo que estaba por quedarse dormida.

- ¿Vamos a dormir? -le preguntó.

Ella solo asintió. Se pusieron de pie y Julian arregló un poco el improvisado colchón que había armado. Le dio el paso y ella se acostó. La tapó con una de las sábanas y se sentó en el suelo, a su lado. Oriana lo miró extrañada. No esperaba que él se sentara allí, sino que se acostara a su lado. El colchón era amplio y ambos entraban perfectamente.

-Paulo, ¿acaso vas a dormir allí sentado?

Él la miró algo sorprendido por su pregunta. No tenía ningún problema en dormir así, no le resultaba incómodo.

-Sí, ¿Por qué?

-Ven aquí, Paulo -le dijo y abrió las sábanas indicándole el lugar -Entramos los dos...no quiero que duermas sentado.

Estaba sorprendido, sí. No esperaba que ella le dijera aquello. Sintió cosquillas en la panza, pero sacudió la cabeza.

-Yo...no creo que sea correcto.

Oriana sonrió.

-Hablas como un anciano, Serrano-le aseguró -Cuando éramos niños dormíamos hasta en el suelo del establo juntos...

'Pero ya no somos niños' pensó él.

-Lo sé -le dijo -Pero yo aquí estoy bien. No quiero que duermas incómoda.

- ¿Puedes dejar de tratarme como a una princesa? No lo soy. Conozco los dolores, las incomodidades, etc. No soy de cristal, Paulo. No me rompo. Ni me quejo.

-Pero le temes a las tormentas...

-Eso le puede pasar a cualquiera. Desde a la princesa Carolina de Mónaco, hasta a un pobre hombre que duerme en la calle.

-No me refería a que no eres fuerte o capaz, Oriana -le sonrió -Solo...aagh, nada.

Se puso de pie y se acostó a su lado. Oriana sonrió abiertamente sin que él la viera. Estaba segura de que aquello era solo una tonta excusa.

- ¿A quién iba a abrazar si no era a ti cuando haya un rayo? -le preguntó.

Paulo suspiró, se acomodó mejor y abrió sus brazos para ella. En ese momento un trueno llegó y Oriana lo abrazó más rápido de lo que se tarda en dar un respiro. Una estúpida sonrisa se le escapó, ella lo hacía sentirse así. Su corazón latió rápido cuando ella apoyó la cabeza en su pecho.

-Hasta mañana, súper Paulo-le dijo.

Él sonrió aún más.

-Hasta mañana, enana bonita.

Él comenzó a despertarse, por el suave canto de un pájaro. Abrió un ojo para encontrarse en un lugar que no era su habitación. Miró a su alrededor y reparó que estaba en un viejo establo. La luz del sol entraba implacable por la ventana. Entonces se despertó del todo y recordó por qué y con quien estaba allí. Bajó la mirada hacia el suave peso que descansaba contra su pecho.

Su corazón comenzó a latir rápido al tener su bello rostro tan cerca. ¿Cómo podía ser tan hermosa? ¿Cómo podía hacer latir su corazón de aquella forma? Debería estar sintiendo rencor por ella, por haberle roto el corazón siendo solo un niño. Pero extrañamente no podía sentir aquello por ella y lo que sentía lo confundía, lo abrumaba. Se encontró levantando la mano y corriendo el cabello claro que caía sobre su frente. Lo llevó detrás de su pequeña oreja, en una caricia silenciosa. Ella se movió un poco, pero no despertó.

Se concentró en mirar cada facción de ella, cada línea de expresión. Estaba complemente relajada, una pequeña sonrisa parecía tirar de las comisuras de sus labios. Sus pestañas se arqueaban elegantes e imponentes en aquellos ojos suavemente cerrados. Con cuidado acarició aquella parte de su rostro, luego bajó por su nariz, siguió bajando hasta descansar el pulgar contra su labio inferior.

Estaba húmedo y algo tibio. Hizo una pequeña presión separándolo del otro labio y entonces un suave suspiro escapó de la boca de ella. Al instante el dejó de tocarla. Oriana se removió de nuevo y esta vez sus ojos se abrieron lentamente. Lo miró algo confundida con los ojos entrecerrados, pero luego de unos segundos le regaló una linda sonrisa.

-Buenos días -lo saludó con la voz algo rasposa.

-Buen día, enana -dijo él algo nervioso.

Ella volvió a cerrar los ojos sin dejar de sonreír. Se acomodó para seguir durmiendo

-Oye, no sigas durmiendo. Debemos levantarnos, hay un sol radiante.



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